Capítulo IX 257 Del sentimiento que hicieron los indios cuando les quitaron los frailes, y de la diligencia que tuvieron para que se los diesen; y de la honra que hacen a la señal de la cruz 258 En el capítulo que los frailes menores celebraron en México en el año de 1538, a 19 días del mes de mayo, que fue la domínica cuarta después de Pascua, se ordenó por la falta que había de frailes, que algunos monasterios cercanos de otros no fuesen conventos, sino que de otros fuesen proveídos y visitados; esto fue fuego sabido por los indios de otra manera, y era que les dijeron que del todo los dejaban sin frailes; y como se leyó la tabla del capítulo, que la estaban esperando los indios que los señores tenían puestos como en postas para saber a quién les daban por guardián o predicador que los enseñe, y como para algunas casas no se nombraron frailes, sino que de otras se proveyesen, una de las cuales fue Xuchimilco, que es un gran pueblo en la laguna dulce, cuatro leguas de México, y aunque se leyó la tabla un día muy tarde, luego por la mañana otro día lo sabían todos los de aquel lugar; y tenían en su monasterio tres frailes, y júntase todo el pueblo y entran en el monasterio, en la iglesia, que no es pequeña, y quedaron muchos de fuera del patio que no cupieron, porque dicen que eran más de diez mil ánimas, y pónense todos de rodillas delante del Santísimo Sacramento, y comienzan a clamar y a rogar a Dios que no consintiese que quedasen desamparados, pues los había hecho tanta merced de traerlos a su conocimiento; con otras muchas palabras muy lastimeras y de compasión, cada uno las mejores que su deseo y necesidad les dictaba; y esto era con grandes voces, y lo mismo hacían los del patio; y como los frailes vieron el grande ayuntamiento, y que todos lloraban y los tenían en medio, lloraban también sin saber por qué, porque aún no sabían lo que en el capítulo se había ordenado, y por mucho que trabajaban en consolarlos, era tanto el ruido, que ni los unos ni los otros no se podían entender. Duró esto todo el día entero, que era un jueves, y siempre recreciendo más gente; y andando la cosa de esta manera acordaron algunos de ir a México, y ni los que iban ni los que quedaban se acordaban de comer. Los que fueron a México allegaron a hora de misa, y entraron en la iglesia de San Francisco con tanto ímpetu, que espantaron a los que en ella se hallaron, e hincándose de rodillas delante del Santísimo decían cada uno lo que mejor le parecía que convenía, y llamaban a Nuestra Señora para que les ayudase, otros a San Francisco y otros santos, con tan vivas lágrimas, que dos o tres veces que entré en la capilla y sabida la causa quedé fuera de mí espantado, e hiciéronme llorar en verlos tan tristes, y aunque yo y otros frailes los queríamos consolar, no nos querían oír, sino decíannos: "padres nuestros, ¿por qué nos desamparáis ahora, después de bautizados y casados? Acordaos que muchas veces nos decíades, que por nosotros habíades venido de Castilla, y que Dios os había enviado. Pues si ahora nos dejáis, ¿a quién iremos?, que los demonios otra vez nos querrán engañar, como solían y tornaremos a su idolatría". Nosotros no les podíamos responder por el mucho ruido que tenían, hasta que hecho un poco de silencio les dijimos la verdad de lo que pasaba, cómo en el capítulo se había ordenado, consolándolos lo mejor que pudimos, y prometiéndoles de no les dejar hasta la muerte. Muchos españoles que se hallaron presentes estaban maravillados; y otros que oyeron lo que pasaba vinieron luego, y vieron lo que no creían, y volvían maravillados de ver la armonía que aquella pobre gente tenía con Dios y con su Madre, y con los santos, porque muchos de los españoles están incrédulos en esto de la conversión de los indios, y otros como si morasen mil leguas de ellos no saben ni ven nada, por estar demasiadamente intentos y metidos en adquirir el oro que vinieron a buscar, para en teniéndolo volverse con ello a España; y para mostrar su concepto, es siempre su ordinario juramento, "así Dios me lleve a España"; pero los nobles y caballeros virtuosos y cristianos, muy edificados están de ver la buena conversión de estos indios naturales. Estuvieron los indios de la manera que está dicha, hasta que salimos de comer a dar gracias, y entonces el provincial consolándolos muchos, les dio dos frailes, para que fuesen con ellos; con los cuales fueron tan contentos y tan regocijados, como si les hubiesen dado a todo el mundo. 259 Cholola era una de las casas adonde también quitaban los guardianes; y aunque está de México casi a veinte leguas, supiéronlo en breve tiempo y de la manera que los de Xuchimilco, y lo primero que hicieron fue juntarse todos e irse al monasterio de San Francisco con las mismas lágrimas y alboroto, que en la otra parte habían hecho, y no contentos con esto vanse para México, y no tres o cuatro, sino ochocientos de ellos, y aun algunos decían que eran más de mil, y allegan con gran ímpetu y no con poca agua, porque llovía muy recio, a San Francisco de México, y comienzan a llorar y a decir: "que se compadeciesen de ellos y de todos los que quedaban en Cholola, y que no les quitasen los frailes; y que si ellos por ser pecadores no lo merecían, que lo hiciesen por muchos niños inocentes que se perderían si no tuviesen quién les doctrinase y enseñase la ley de Dios"; y con esto decían otras muchas y muy buenas palabras, que bastaron a alcanzar o que demandaban. 260 Y porque la misericordia de Dios no dejase de alcanzar a todas partes, como siempre lo hizo, hace y hará, y más adonde hay más necesidad, proveyó que andando la cosa de la manera que está dicho, vinieron de España veinte y cinco frailes, que bastaron para suplir la falta que en aquellas casas había y no sólo esto, pero cuando el general de la orden de los menores no quería dar frailes, y todos los provinciales de la dicha orden estorbaban que no pasasen acá ningún fraile, y así casi cerrada la puerta de toda esperanza humana, inspiró Dios en la Emperatriz doña Isabel, que es en gloria, y mandó que viniesen de España más de cien frailes, aunque de ellos no vinieron sino cuarenta; los cuales hicieron mucho fruto en la conversión de estos naturales o indios. 261 En México, en el año de 1528, la justicia sacó a un hombre del monasterio de San Francisco por fuerza, y por causa tan liviana, que aunque le prendieran en la plaza, se librara, si le quisieran oír por su juicio con procurador y abogado, porque sus delitos eran ya viejos y estaba libre de ellos; mas como no le quisieron oír fue justiciado. Y antes de esto había la justicia sacado del mismo monasterio otros tres o cuatro, con mucha violencia, quebrantando el monasterio; y los delitos de éstos no merecían muerte, y sin los oír fueron justiciados, ni casi darles lugar para que se confesasen, siendo contra derecho divino y humano; y ni por estas muertes ni por la ya dicha la justicia nunca hizo penitencia ni satisfacción ninguna a la Iglesia, ni a los difuntos, sino que los absolvieron a reincidencia, o no sé cómo; aunque Dios no ha dejado sin castigo a alguno de ellos, y yo lo he bien notado, y así hará a los demás si no se humillaren, porque un idiota los absolvió, sin que penitencia se haya visto por tan enorme pecado público, y por estas causas y por otras de esta calidad el prelado de los frailes sacó los frailes del monasterio de San Francisco de México, y consumieron el Santísimo Sacramento y descompusieron los altares, sin que por ello respondiesen ni lo sintiesen los españoles vecinos que eran de México, no teniendo razón de lo hacer, porque los frailes franciscanos fueron sus capellanes y predicadores en la conquista, y tres frailes de muy buena vida y de muy grande ejemplo murieron en Tezcuco antes que se habitase México, y los que quedaron perseveraron siempre en su compañía. San Francisco fue la primera iglesia de toda esta tierra, y adonde primero se puso el sacramento, y siempre han predicado a los españoles y a sus indios, y éstos son los que descargan sus conciencias, porque con esta condición les da el rey los indios; y con todo esto estuvo San Francisco de México sin frailes y sin sacramento más de tres meses, que apenas hubo sentimiento en los cristianos viejos, y si lo tuvieron callaron por el temor de la justicia; y los recién convertidos, porque no les quitasen el sacramento y sus maestros que les enseñaban y doctrinaban, hicieron lo que está dicho. 262 Está tan ensalzada en esta tierra la señal de la cruz por todos los pueblos y caminos, que se dice que ninguna parte de la cristiandad está más ensalzada, ni adonde tantas ni tales ni tan altas cruces haya; en especial las de los patios de las iglesias son muy solemnes, las cuales cada domingo y cada fiesta adornan con muchas rosas y flores, y espadañas y ramos. En las iglesias y en los altares las tienen de oro y de plata, y pluma, no macizas, sino de hoja de oro y plata sobre palo. Otras muchas cruces se han hecho y hacen en piedras de turquesas, que en esta tierra hay muchas, aunque sacan pocas de tumbo, sino llanas, éstas, después de hecha la talla de la cruz, o labrada en palo, y puesto un fuerte betún o engrudo, y labradas aquellas piedras, van con fuego sutilmente ablandando el engrudo y asentando las turquesas hasta cubrir toda la cruz, y entre estas turquesas asientan otras piedras de otros colores. Estas cruces son muy vistosas, y los lapidarios las tienen en mucho, y dicen que son de mucho valor. De una piedra blanca, transparente y clara hacen también cruces, con sus pies, muy bien labrados; de éstas sirven de portapaces en los altares, porque las hacen del grandor de un palmo o poco mayores. Casi en todos los retablos pintan en el medio la imagen del crucifijo. Hasta ahora que no tenían oro batido, y en los retablos, que no son pocos, ponían a las imágenes diademas de hoja de oro. Otros crucifijos hacen de bulto, así de palo como de otros materiales, y hacen de manera que aunque el crucifijo sea tamaño como un hombre, le levantara un niño del suelo con una mano. Delante de esta señal de la cruz han acontecido algunos milagros, que dejo de decir por causa de brevedad; mas digo que los indios la tienen con tanta veneración, que muchos ayunan los viernes y se abstienen aquel día de tocar a sus mujeres, por devoción y reverencia de la cruz. 263 Los que con temor y por fuerza daban sus hijos para que los enseñasen y doctrinasen en la casa de Dios, ahora vienen rogando para que los reciban y los amuestren la doctrina cristiana y cosas de la fe; y son ya tantos los que se enseñan, que hay algunos monasterios adonde se enseñan trescientos y cuatrocientos y seiscientos, y hasta de mil de ellos, según son los pueblos y provincias; y son tan docibles y mansos, que más ruido dan diez de España que mil indios. Sin los que se enseñan aparte en las salas de las casas, que son hijos de personas principales, hay otros muchos de los hijos de gente común y baja, que los enseñan en los patios, porque los tienen puestos en costumbre, de luego de mañana cada día oír misa, y luego enseñarles un rato; y con esto vanse a servir y ayudar a sus padres, y de éstos salen muchos que sirven las iglesias y después se casan y ayudan a la cristiandad por todas partes. 264 En estas partes es costumbre general que en naciendo un hijo o hija le hacen una cuna pequeñita de palos delgados como jaula de pájaros, en que ponen los niños en naciendo, y en levantándose la madre, le lleva sobre sus hombros a la iglesia o doquiera que va, y desde que llega a cinco o seis meses, pónenlos desnuditos inter scapulas, y échanse una manta encima con que cubre su hijuelo, dejándole la cabeza de fuera, y ata la manta a sus pechos la madre, y así anda con ellos por los caminos y tierras a doquiera que van, y allí se van durmiendo como en buena cama; y hay de ellos que así a cuestas, de los pueblos que se visitan de tarde en tarde, los llevan a bautizar; otros en naciendo o pasados pocos días, y muchas veces los traen en acabado de nacer; y el primer manjar que gustan es la sal que les ponen en el bautismo, y antes es lavado en el agua del Espíritu Santo que guste de la leche de su madre ni de otra; porque en esta tierra es costumbre tener los niños un día natural sin mamar, y después pónenle la teta en la boca, y como está con apetito y gana de mamar, mama sin que haya menester quien lo amamante, ni miel para paladearle: y le envuelven en pañales pequeños, bien ásperos y pobres, armándole del trabajo a el desterrado hijo de Eva que nace en este valle de lágrimas y viene a llorar.
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Capítulo IX De los tambos que tenía el Ynga y las puentes de crisneja Para maior aviamiento de los indios chasquis, que tenemos dicho, y de los principales y curacas, y otros cualesquiera indios que caminaban por el reino a negocios del Ynga o, por su orden y mandado, iban a algunas provincias o venían de ellas al Cuzco a su llamado, tenía puesto el Ynga en todos los caminos reales tambos, que nosotros llamamos mesones. En éstos residían, de ordinario, unos indios que los tenían a cargo, que ellos llaman tanbuca mayor, con mucho número de gente de servicio, como era el lugar y la disposición y los tiempos y ocasiones. Estos servían a los caminantes, dándoles el aviamiento necesario y recaudo de leña para calentarse, y paja para hacer la cama, agua, maíz, ají, charqui, perdices, cuies, chicha y otros géneros de comidas, que tenían en depósito para este fin, y también diversos géneros de frutas, si las había en los valles cercanos, como plátanos, guayabas, paltas, pacaes, granadillas, que ésta enviaban los marcacamaios, que eran los que tenían cuidado de los pueblos cercanos; y esto todo se repartía conforme a la calidad de la persona del caminante, y de la gente que llevaban consigo. Estos tambos eran unas casas grandísimas y suntuosas, y pintadas con diversidad de pinturas, y puestas a trechos, para que descansasen los caminantes; y en cada tambo había un mandón con comisión del Ynga, o del que en su nombre gobernaba la provincia, el cual podía sacar de los depósitos del Ynga todo lo que fuese menester para el bastimento y recaudo de ello. Esta mesma orden que entonces, se guarda hoy en los tambos, pero ya sin la curiosidad pasada, porque no están los tambos tan aderezados, ni puestos como fuera razón para el aviamiento y refrigerio, de los caminantes, que pasan incomodidades sin número, y acontece llegar al tambo a hora de vísperas y ser la noche, y no haber comido bocado, ni tener leña para calentarse, ni recaudo para las bestias, lo cual ha procedido que como los corregidores de los distritos han ido, por fuerza y con mañas, apoderándose de los tambos, y haciendo que se arrienden cada año, y poniendo en ellos criados suyos que les vendan las comidas y bastimentos, que ellos compran para revender a los pasajeros, poniendo los aranceles al gusto de su voluntad. Todo es al presente hurtos y robos, todo es violencia y rapiñas, los mismos que las habían de evitar y castigar, porque siendo ellos los interesados, claro está que han de tapar y cubrir las maldades y hurtos que hacen los que están en los tambos, pues ya se sabe la gente que es en todo el mundo. Así los indios, por excusar las vejaciones y molestias que reciben en los tambos, huyen de ellos y de llevar a ellos las aves y perdices, leña y yerba y otras cosas, con que se refrigeraban los pasajeros. Porque viene a ocasión, diré lo que vi en un tambo del camino real del Cuzco, que habiendo llegado tres benditos frailes descalzos, que iban a fundar a Chuquisaca, como a la una del día, y el español que tenía a cargo el tambo, con seis indios para el servicio dél, habiéndole pedido un poco de paja para hacer la cama, nunca se la dio, porque tenía los indios ocupados en sus sementeras, y los pobres frailes el remedio que tuvieron fue tender las frazadas en el suelo y allí alabar a Dios. El buen tambero era hermano de san Francisco; miren cómo socorrió a sus hermanos, que se azotan y rezan por él. Remédielo quien puede, y esta baste. Juntamente tuvo el Ynga admirable orden en el hacer puentes de crisneja en los ríos grandes, para el pasaje y comunicación de unas provincias a otras. Éstas puentes se hacían de unos a manera de bejucos, y se hacía una crisneja tan gruesa como un cable de navío y más, la cual tomaba de una parte a otra de las riberas y márgenes del río, y venía a dar sobre dos estribos que tenía a cada parte, y allí se estiraban y enlazaban en maderos fuertes. Estas maromas eran tres o cuatro todas, que corrían por igual, y dos a los lados algo más altas y, en la concavidad que había de las bajas a las altas, ponían unos palos fuertes y correosos que las cubrían; y por la cama de la puente hacían un tejido de sogas, como de espartos, que corría sobre las tres o quatro crisnejas principales, con que se tapaban los agujeros, y podían ir por la puente los hombres y carneros, y demás animales, seguramente y a placer, sin peligro ninguno. Tenía el Ynga, en todas estas puentes, puestas guardas e indios de guerra, los cuales estaban con gran cuidado de catar y mirar los que pasaban por ellas, en especial si era gente de quien no tenían mucha satisfacción, y que no llevasen cosa ninguna de las vedadas, que eran mujeres e hijos y sacrificios, porque lo tenían por mal agüero, y así no pasaba indio huido de su pueblo a otro, que si esto se guardara hoy día, no hubiera tantos ausentes de sus pueblos, cargando los trabajos sobre los que en ellos quedan. Demás de esto había, sin las puentes comunes, otras exentas para el Ynga, por donde él sólo pasaba. Es sin duda cosa ciertísima que, si el Ynga alcanzara a entender la manera y arte con que se fabrican y levantan los arcos par las puentes de piedra, las hiciera famosísimas y de grandísima admiración, porque vemos los edificios de piedra que hizo en diferentes partes, tan bien acabados y ajustados que los antiguos artífices, que en estas obras se esmeraron, hicieran de ellas milagros, no alcanzando los indios los instrumentos para labrar y pulir las piedras, que ellos tuvieron y usaron. Los gobernadores de las provincias tenían a su cargo la fábrica de estas puentes y el aderezo dellas, especial si estaban en frontera y se temían de los enemigos, y de tener en ellas las guarniciones necesarias. Donde no había recaudo, o no era el camino muy pasajero, hacían oroyas, que ellos dicen, que es una maroma muy gruesa, asida de una parte a otra, y della colgaba un cesto, asido a una soga delgada, y metíase el indio en el cesto y tiraban de la soguilla, y corría el cesto por la maroma y pasaba a la otra banda. Hoy día se usan estas oroyas en muchos ríos de este reino, y aunque es cosa temerosa pasar un hombre colgado en un cesto un río profundo y rápido, es segurísima. De una puente refieren los indios una fábula: dicen que los enemigos pasaron por ella, estando las guardas durmiendo, y que viendo la puente esto, por arte del demonio empezó a llorar, y así despertaron las guardas. Semejantes disparates les tenía puestos en la cabeza el Padre de mentira, que mediante la predicación del Evangelio y la merced infinita, han ya cesado entre estos bárbaros. Entre las puentes famosas de este reino, la más celebrada y aun temida, fue la puente de Apurimac, que quiere decir "el Señor que habla", por el mucho ruido que lleva y por no hallarse vado en ningún tiempo del año, y por la laja que está antes de llegar a ella, viniendo de la Ciudad de los Reyes, junto a un recodo y remolino que allí hace el río, donde han sido sin número las bestias que allí se han despeñado al río, y las riquezas de oro y plata que allí se han perdido para siempre, por se imposible sacarlas de lo hondo del río. Pero ya, mediante la diligencia y orden que en ello dio el virrey don Luis de Velasco, se aderezó este paso tan peligroso, de suerte que con seguridad casi a caballo se sube y baja, lo que antes a pie era con mucho riesgo. La puente que se había empezado a querer hacer, de piedras, más arriba de la ordinaria, se vino a concluir por la dificultad o imposibilidad que había se hiciese de madera, con un artificio tan admirable que se pueden renovar cada día los maderos que las injurias de el tiempo pudriesen, y así se hizo, y fue gran bien para los indios de la provincia de Cotabamba y Omasuyus, que cada año morían muchos en la labor de la puente, al renovarla y aderezarla, por ser allí el temple calidísimo, y tan contrario al suyo de donde eran naturales.
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Capítulo IX 357 En el cual prosigue la materia de las cosas que hay en la Nueva España, y en los montes que están a la redonda de México 358 Es tanta la abundancia y tan grande la riqueza y fertilidad de esta tierra llamada la Nueva España, que no se puede creer; mas lo más y mejor de ella, y la que más ventaja hace a todas las otras tierras y provincias, son aquellos montes y corona de sierra, que como está dicho, están a la redonda de la ciudad de México, en los cuales se halla en abundancia todo lo que está dicho y mucho más; y demás de las muchas maneras de árboles y plantas y yerbas virtuosas que en ellos se hallan, tienen en sí tres calidades o diferencia de tierra; porque en el medio en las cumbres es fría, pero no tanto que se cubra de nieve, sino es en unas sierras altas que se hacen cerca del camino que va de la Vera Cruz para México, o en algunas puntas de sierras, que se cuaja algún poco de nieve en años fuertes y tempestuosos y de mucho frío. En estos altos hay pinares muy grandes, y la madera es en extremo buena, y tan hermosa que cuando la labran parece de naranjo o de boj. De lo alto, bajando hacia la costa del norte, va todo tierra templada, y mientras más va y más se acerca a la costa, es más caliente. Esta parte del norte es muy fresca y muy fértil, y lo más del año o llueve, o mollina, o en lo alto de las sierras hay nieblas. Hay muchos géneros de árboles no conocidos hasta ahora por los españoles, y como son diversos géneros, y de hoja muy diferente los unos de los otros, hacen las más hermosas y frescas montañas del mundo. Es muy propia tierra para ermitaños y contemplativos, y aun creo que los que vivieren antes de mucho tiempo, han de ver que, como esta tierra fue otra Egipto en idolatrías y pecados, y después floreció en gran santidad, bien así estas montañas y tierra han de florecer y en ella tiene de haber ermitaños y penitentes contemplativos, aun de esto que digo comienza ya a haber harta muestra, como se dirá adelante en la cuarta parte de esta narración o historia, si Dios fuere servido de sacarla a luz; por tanto noten los que vivieren, y veremos como la cristiandad ha venido desde Asia, que es en oriente, a parar en los fines de Europa, que es nuestra España, y de allí se viene a más andar a esta tierra, que es en lo más último de occidente. ¿Pues por aventura estorbarlo ha la mar? No por cierto, porque la mar no hace división ni apartamiento a la voluntad y querer del que la hizo. ¿Pues no allegará el querer y gracia de Dios hasta a donde llegan las naos? Sí, y muy más adelante, pues en toda la redondez de la tierra ha de ser el nombre de Dios loado, y glorificado, y ensalzado; y como floreció en el principio la Iglesia en oriente, que es el principio del mundo, bien así ahora en el fin de los siglos tiene de florecer en occidente, que es el fin del mundo. 359 Pues tornando a nuestro propósito, digo, que hay en esta tierras sierras de yeso muy bueno, en especial en un pueblo que se dice Cuzclatlan; en toda la tierra lo hay, pero es piedra blanca, de la cual se ha hecho y sale bueno; más esto que digo es de lo de los espejos, y es mucho muy bueno. Hay también fuentes de sal viva, que es cosa muy de ver los manantiales blancos que están siempre haciendo unas venas muy blancas, que sacada la agua y echada en unas eras pequeñas y encaladas y dándoles el sol, en breve se vuelven en sal. 360 Entre muchas frutas que hay en estos montes, y en toda la Nueva España, es una que llaman auacatl; en el árbol parece y así está colgando como grandes brevas, aunque en el sabor tiran a piñones. De estos auacates hay cuatro o cinco diferencias: los comunes y generales por toda esta tierra, y que todo el año los hay, son los ya dichos, que son como brevas, y de éstos se ha hecho ya aceite, y sale muy bueno, así para comer como para arder; otros hay tan grandes como muy grandes peras, y son tan buenos, que creo que es la mejor fruta que hay en la Nueva España en sabor y en virtud; otros hay mayores que son como calabazas pequeñas y éstos son de dos maneras, los unos tienen muy grande hueso y poca carne, los otros tienen más carne y son buenos. Todos estos tres géneros de grandes se dan en tierra bien caliente. Otros hay muy pequeñitos, poco más que aceitunas cordobesas; y de este nombre pusieron los indios a las aceitunas cuando acá las vieron que las llamaron auacates pequeños. Esta es tan buena fruta que se da a los enfermos; de éstos se abstienen los indios en sus ayunos por ser fruta de sustancia. Digo de todos estos géneros de auacates, cómenlos los perros y los gatos mejor que gallinas, porque yo he visto que después de un perro harto de gallina darle auacates, y comerlos de muy buena gana, como un hombre arto de carne que come una aceituna. El árbol es tan grande como grandes perales; la hoja ancha y muy verde, huele muy bien, es buena para agua de piernas y mejor para agua de barbas. 361 otras muchas cosas se hallan en las aguas vertientes de estas montañas a la costa del norte, y he notado y visto por experiencia que las montañas y tierra que están hacia el norte y gozan de este viento aquilón están más frescas y más fructíferas. La tierra adentro hacia la parte del sur y poniente en estos mismos montes es tierra seca, y no llueve sino cuando es el tiempo de las aguas, y aún menos que en las otras partes de esta Nueva España, y así es muy grande la diferencia que hay de la una parte a la otra, porque puesto uno en la cumbre de los montes de la parte del norte, como está dicho que lo más del año llueve, o mollina, o niebla, tiene cubiertas las puntas de las sierras; y de la otra parte a un tiro de ballesta, poco más está lo más del tiempo seco, lo cual es muy de notar que en tan poco espacio haya tan grandes extremos. 362 En esta parte seca se hallan árboles diferentes de los de la otra parte, como es el guayacán, que es un árbol con que se curan los que tienen el mal de las bubas, que acá se llaman las infinitas; yo creo que este nombre han traído los soldados y gente plática que de poco han venido de Castilla. Ahora de poco tiempo acá han hallado una hierba que llaman zarzaparrilla, con la agua de ésta se han curado muchos y sanado de la misma enfermedad; de esta zarzaparrilla hay mucha. 363 Y porque sería nunca acabar si hubiese de explicar y particularizar las cosas que hay en estos montes, digo: que en esta costa que es tierra caliente conforme a la Islas, aquí se hallan todas las cosas que hay en La Española y en las otras islas, y otras muchas que allá no hay, así de las naturales como de las traídas de Castilla: aunque es verdad que no se han acá criado tantos árboles de cañafístola ni tantas cañas de azúcar; pero podríase criar y muchos más que allá; porque demás de algunos ingenios que hay hechos, son los indios tan amigos de cañas de azúcar para las comer en caña, que han plantado muchas que se dan muy bien, y los indios mejor a ella, y las venden en sus mercados todo el año, como otra cualquiera fruta. En la tierra adentro, lo que ella en sí tenía y con lo que se ha traído de España, y ella en sí es capaz de producir y criar, tiene aparejo para fructificar todo lo que hay en Asia y en África, y en Europa; por lo cual se puede llamar otro Nuevo Mundo. Lo que esta tierra ruega a Dios es que dé mucha vida a su rey y muchos hijos, para que le dé un infante que la señoree y ennoblezca, y prospere así en lo espiritual como en lo temporal, porque en esto le va la vida; porque una tierra tan grande y tan remota y apartada no se puede de tan lejos bien gobernar; ni una cosa tan divisa de Castilla y tan apartada no puede perseverar sin padecer grande desolación y muchos trabajos, e ir cada día de caída, por no tener consigo a su principal cabeza y rey que la gobierne y mantenga en justicia y perpetua paz, y haga merced a los buenos y leales vasallos, castigando a los rebeldes y tiranos que quieren usurpar los bienes del patrimonio real.
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En que se da relación del puerto, isla y pueblo de los indios, y de sus comunidades y otras cosas Esta isla de Santa Cristina es muy poblada y en el medio alta: tiene sus quebradas y valles, que es la habitación de los indios. El puerto se llama de la Madre de Dios, ¡loada sea!, está a la parte de Oeste, en altura de nueve grados y medio, abrigado de todo viento; sólo dejará de ser del viento Oeste, el cual nunca se vio cursar. Su forma parece de herradura, con boca angosta, y a la entrada tiene de fondo limpio de arena treinta brazas; a medio puerto veinte y cuatro, y doce junto a tierra. Tiene por señas un cerro de la parte del Sur tajado a la mar, y en lo más alto dél un pico en que tiene otras, y de la parte del Norte una roca cóncava, y dentro del puerto cinco quebradas de arboleda, que todas bajan a la mar, y un cerro que divide dos playuelas de arena con un chorrillo de bonísima agua que cae de lo alto, de estado y medio, del grueso de un puño, a donde se pueden hinchir las pipas, y cerca un arroyuelo, de no menos bondad de agua, que viene por junto a un pueblo que los indios allí tienen: de manera que el chorrillo, pueblo y arroyo todo está en la playa que está del cerro a la parte del Norte; y en la otra del Sur, hay unas casas entremetidas con árboles, y a la parte del Leste unos altos cerros de peñascos, con algunas quebradas, de a donde el arroyo baja. Algunos indios de esta isla no parecieron tan blancos como los de la Magdalena: tienen el mismo uso del hablarse, las mismas armas y canoas con que sirven de cerca. Su pueblo es como los dos lados de un cuadro: el uno del Norte Sur, y el otro del Leste Oeste, con las pertenencias bien empedradas; lo demás es como plaza llana de muy altos y muy espesos árboles. Las casas parecían comunidades, son hechas a modo de galpones y de dos aguas; el suelo más alto que el de la calle. Pareció se recogía mucha gente en cada casa, porque había muchas camas señaladas, y éstas bajas. Las unas casas con puertas bajas y otras tenían abierto todo el lienzo fronterizo: son armadas de madera y entretejidas de unas muy grandes cañas, que tienen cañutos de más de cinco palmos de largo y gruesas como lo es un brazo, y la cubierta de las hojas de los árboles de la plaza. Las mujeres, el piloto mayor no vio ninguna porque no se desembarcó a tiempo, y todos cuantos las vieron afirman haberlas lindas de piernas, manos, bellos ojos, rostro, cintura y talle, y ser algunas más hermosas que damas de Lima, con serlo mucho las de aquel lugar; y que en lo tocante a blancura no se podían decir albas, pero blancas: andaban con cierta cobertura de pechos abajo cubiertas. Apartado del pueblo estaba un oráculo cercado de palizada, su entrada al Oeste, y una casa casi en medio, la puerta al Norte, en que había algunas figuras de palo mal obradas, y allí ofrecidas cosas de comer y un puerco, que los soldados quitaron; y queriendo quitar otras cosas, los indios les fueron a la mano, diciendo por señas que no les quitasen nada, mostrando tener respeto a aquella casa y figuras. Tienen fuera del pueblo unas muy largas y bien obradas piraguas de un solo palo, con forma de quilla, popa y proa, y añadidas con falcas de tablas, amarradas fuertemente con ternelas que hacen de los cocos; y caben bien en cada una de treinta a cuarenta indios bogadores; y con éstas daban ellos a entender, porque se lo preguntaron, que iban a otras tierras. Lábranlas con unas azuelas que hacen de gruesos pescados y caracoles; afílanlas en guijarros grandes que para esto tienen. El temperamento, salud, fuerzas y corpulencia, dicen lo que es la ropa que se sufría bien de noche, y de día el sol molestaba mucho. Hubo algunos aguaceros, no grandes; rocío ni sereno nunca se sintió, sino muy gran sequedad: tanto que las cosas mojadas, aunque de noche las dejaban en el suelo sin tenderse, se hallaban por la mañana del todo enjutas, aunque no se puede saber si pasaba así todo el año. Viéronse puercos y gallinas de Castilla, y el pescado es cierto cuando hay mar. Los árboles, que se ha dicho estaban en la plaza, daban una fruta que llega a ser del tamaño de la cabeza de un muchacho; su color, cuando está madura, es verde claro, y cuando verde, muy verde; la cáscara señala unas rayas cruzadas al modo de piña; su forma no es del todo redonda, algo más angosta en la punta que en el pie, y del pie nace un pezón que llega hasta el medio de ella y de este pezón una armadura de telas; no tiene huesos ni pepitas, ni cosa sin provecho más de la cáscara, y ésa es delgada; todo lo demás es una masa de poco zumo cuando madura, y de menos. De todas maneras se comieron muchas; es tan sabrosa que la llaman manjar blanco; túvose por fruta sana y de mucha sustancia; las hojas de su árbol son grandes y muy arpadas al modo de las papayas. Halláronse muchas cuevas llenas de una cierta masa aceda, que dice el piloto mayor probó. Hay otra fruta metida en erizos como castañas, pero tendrá cada una el mello como seis de Castilla, y tiene casi el sabor de ellas; su forma es al modo del corazón llano; muchas se comieron asadas y cocidas y había en los árboles por madurar. Hay unas nueces del tamaño de las de Castilla, de las grandes, y casi parece que parejas en sabor; tienen la corteza muy dura y sin junta, y el miollo suyo no está con la cáscara entremetido, y sale fácilmente y entero cuando la parten; es fruta aceitosa; comióse y lleváse muchas de ellas. Calabazas de Castilla, se vieron sembradas en la playa, y unas flores coloradas y de buena vista, sin olor; y como no se anduvo en la tierra, y los indios, como se ha dicho, se fueron todos al monte, sólo lo que está dicho se puede decir, y que los soldados dijeron que todos los árboles que había parecían frutales. Fueron los nuestros muy bien recibidos de los indios, y no se puede saber si les daban la bien venida o qué era su intención; porque como no les entendieron, mal y a esta causa se puede atribuir los daños, que se les excusaran si hubiera quien con ellos los diera a entender.
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CAPÍTULO IX He aquí, pues, la aurora, y la aparición del sol, la luna y las estrellas. Grandemente se alegraron Balam Quitzé, Balam-Acab, Mahucutah e Iqui Balam cuando vieron a la Estrella de la mañana. Salió primero con la faz resplandeciente, cuando salió primero delante del sol. En seguida desenvolvieron el incienso que habían traído desde el Oriente y que pensaban quemar, y entonces desataron los tres presentes que pensaban ofrecer. El incienso que traía Balam Quitzé se llamaba Mixtán Pom; el incienso que traía Balam Acab se llamaba Caviztán Pom; y el que traía Mahucutah se llamaba Cabauil Pom. Los tres tenían su incienso. Lo quemaron y en seguida se pusieron a bailar en dirección al Oriente. Lloraban de alegría cuando estaban bailando y quemaban su incienso, su precioso incienso. Luego lloraron porque no veían ni contemplaban todavía el nacimiento del sol. En seguida, salió el sol. Alegráronse los animales chicos y grandes y se levantaron en las vegas de los ríos, en las barrancas, y en la cima de las montañas; todos dirigieron la vista allá donde sale el sol. Luego rugieron el león y el tigre. Pero primero cantó el pájaro que se llama Queletzú. Verdaderamente se alegraron todos los animales y extendieron sus alas el águila, el rey zope, las aves pequeñas y las aves grandes. Los sacerdotes y sacrificadores estaban arrodillados; grande era la alegría de los sacerdotes y sacrificadores y de los de Tamub e Ilocab y de los rabinaleros, los cakchiqueles, los de Tziquinahá y los de Tuhalhá, Uchabahá, Quibahá, los de Batená y los Yaqui Tepeu, tribus todas que existen hoy día. Y no era posible contar la gente. A un mismo tiempo alumbró la aurora a todas las tribus. En seguida se secó la superficie de la tierra a causa del sol. Semejante a un hombre era el sol cuando se manifestó, y su faz ardía cuando secó la superficie de la tierra. Antes que saliera el sol estaba húmeda y fangosa la superficie de la tierra, antes que saliera el sol; pero el sol se levantó y subió como un hombre. Pero no se soportaba su calor. Sólo se manifestó cuando nació y se quedó fijo como un espejo. No era ciertamente el mismo sol que nosotros vemos, se dice en sus historias. Inmediatamente después se convirtieron en piedra Tohil, Avilix y Hacavitz, junto con los seres deificados, el león, el tigre, la culebra, el cantil y el duende. Sus brazos se prendieron de los árboles cuando aparecieron el sol, la luna y las estrellas. Todos se convirtieron igualmente en piedras. Tal vez no estaríamos vivos nosotros hoy día a causa de los animales voraces, el león, el tigre, la culebra, el cantil y el duende; quizás no existiría ahora nuestra gloria si los primeros animales no se hubieran vuelto piedra por obra del sol. Cuando éste salió se llenaron de alegría los corazones de Balam Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e Iqui Balam. Grandemente se alegraron cuando amaneció. Y no eran muchos los hombres que allí estaban; sólo eran unos pocos los que estaban sobre el monte Hacavitz. Allí les amaneció, allí quemaron el incienso y bailaron, dirigiendo la mirada hacia el Oriente, de donde habían venido. Allá estaban sus montañas y sus valles, allá de donde vinieron Balam Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e Iqui Balam, así llamados. Pero fue aquí donde se multiplicaron, en la montaña, y ésta fue su ciudad; aquí estaban, además cuando aparecieron el sol, la luna y las estrellas, cuando amaneció y se alumbró la faz de la tierra y el mundo entero. Aquí también comenzaron su canto, que se llama Camucú; lo cantaron, pero sólo el dolor de sus corazones y sus entrañas expresaron en su canto. ¡Ay de nosotros! En Tulán nos perdimos, nos separamos, y allá quedaron nuestros hermanos mayores y menores. ¡Ay, nosotros hemos visto el sol!, pero ¿dónde están ellos ahora que ya ha amanecido?, les decían a los sacerdotes y sacrificadores de los yaquis. Porque en verdad, el llamado Tohil es el mismo dios de los yaquis, cuyo nombre es Yolcuat Quitzalcuat. Nos separamos allá en Tulán, en Zuiva, de allá salimos juntos y allí fue creada nuestra raza cuando vinimos, decían entre sí. Entonces se acordaron de sus hermanos mayores y de sus hermanos menores, los yaquis, a quienes les amaneció allá en el país que hoy se llama México. Había también una parte dé la gente que se quedó allá en el Oriente, los llamados Tepeu Olimán, que se quedaron allí, dijeron. Gran aflicción sentían en sus corazones allá en el Hacavitz; lo mismo sentían los de Tamub y de Ilocab, que estaban igualmente allí en el bosque llamado Amac Tan, donde les amaneció a los sacerdotes y sacrificadores de Tamub y a su dios, que era también Tohil, pues era uno mismo el nombre del dios de las tres ramas del pueblo quiché. Y también es el nombre del dios de los rabinaleros, pues hay poca diferencia con el nombre de Huntoh, que así se llama el dios de los rabinaleros ; por eso Dicen que quisieron igualar su lengua a la del Quiché. Ahora bien, la lengua de los cakchiqueles es diferente, porque era diferente el nombre de su dios cuando vinieron de allá de Tulán Zuiva. Tzotzihá Chimalcán era el nombre de su dios, y hablan hoy una lengua diferente; y también de su dios tomaron su nombre las familias Ahpozotzil y Ahpoxá, así llamadas. También se cambió la lengua del dios, cuando les dieron su dios allá en Tulán, junto a la piedra; su lengua fue cambiada cuando vinieron de Tulán en la oscuridad. Y estando juntas les amaneció y les brilló su aurora a todas las tribus, estando reunidos los nombres de los dioses de cada una de las tribus.
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CAPÍTULO IX De esta manera se completaron los veinticuatro Señores y existieron las veinticuatro Casas grandes. Así crecieron la grandeza y el poderío del Quiché. Entonces se engrandeció y dominó la superioridad de los hijos del Quiché, cuando construyeron de cal y canto la ciudad de los barrancos. Vinieron los pueblos pequeños, los pueblos grandes ante la persona del rey. Se engrandeció el Quiché cuando surgió su gloria y majestad, cuando se levantaron la casa del dios y la casa de los Señores. Pero no fueron éstos los que las hicieron ni las trabajaron, ni tampoco construyeron sus casas, ni hicieron la casa del dios, pues fueron hechas por sus hijos y vasallos, que se habían multiplicado. Y no fue engañándolos, ni robándolos, ni arrebatándolos violentamente, porque en realidad pertenecía cada uno a los Señores, y fueron muchos sus hermanos y parientes que se habían juntado y se reunían para oír las órdenes de cada uno de los Señores. Verdaderamente los amaban y grande era la gloria de los Señores; y era tenido en gran respeto el día en que habían nacido los Señores por sus hijos y vasallos, cuando se multiplicaron los habitantes del campo y de la ciudad. Pero no fue que llegaran a entregarse todas las tribus, ni que cayeran en batalla los habitantes de los campos y las ciudades, sino que se engrandecieron a causa de los Señores prodigiosos, del rey Gucumatz y del rey Cotuhá. Verdaderamente, Gucumatz era un rey prodigioso. Siete días subía al cielo y siete días caminaba para descender a Xibalbá; siete días se convertía en culebra y verdaderamente se volvía serpiente; siete días se convertía en águila, siete días se convertía en tigre: verdaderamente su apariencia era de águila y de tigre. Otros siete días se convertía en sangre coagulada y solamente era sangre en reposo. En verdad era maravillosa la naturaleza de este rey, y todos los demás Señores se llenaban de espanto ante él. Eparcióse la noticia de la naturaleza prodigiosa del rey y la oyeron todos los Señores de los pueblos. Y éste fue el principio de la grandeza del Quiché, cuando el rey Gucumatz dio estas muestras de su poder. No se perdió su imagen en la memoria de sus hijos y sus nietos. Y no hizo esto para que hubiera un rey prodigioso; lo hizo solamente para que hubiera un medio de dominar a todos los pueblos, como una demostración de que sólo uno era llamado a ser el jefe de los pueblos. Fue la cuarta generación de reyes, la del rey prodigioso llamado Gucumatz, quien fue asimismo Ahpop y Ahpop-Camhá. Quedaron sucesores y descendientes que reinaron y dominaron, y que engendraron a sus hijos, e hicieron muchas cosas. Fueron engendrados Tepepul e Iztayul, cuyo reinado fue la quinta generación de reyes, y asimismo cada una de las generaciones de estos Señores tuvo sucesión.
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CAPÍTULO IX Prosigue el viaje de las treinta lanzas hasta llegar al río de Ochile Admirados los españoles de lo que habían visto, pasaron por el pueblo, y, apenas habían salido de él, cuando hallaron dos indios gentileshombres que con sus arcos y flechas andaban cazando descuidados de ver cristianos aquel día, mas, como los vieron asomar, se recogieron debajo de un nogal muy grande que allí cerca había. El uno de ellos, no fiando mucho de la guarida, salió huyendo del árbol y fue a meterse en un monte que estaba a un lado del camino. Dos castellanos, bien contra la voluntad de su capitán, salieron a través y, antes que el indio llegase al monte, lo alancearon, hazaña bien pequeña para dos caballeros. Al otro indio, que tuvo más ánimo y esperó debajo del árbol, le sucedió mejor, porque a los osados, como a gente que lo merece, favorece la fortuna. El cual, poniendo una flecha en el arco, hizo rostro a todos los españoles que uno en pos de otro iban corriendo a media rienda, e hizo muestra de tirarla si se le acercasen. Algunos de ellos enojados del atrevimiento y desvergüenza del indio, o envidiosos de ver un ánimo y osadía tan rara y extraña, quisieron apearse y acometerle a pie con las lanzas en las manos, mas Juan de Añasco no lo consintió diciendo que no era valentía ni cordura, por matar un temerario y desesperado, aventurar que el indio matase o hiriese alguno de ellos o de sus caballos en tiempo que tanta necesidad tenían de ellos y donde tan mal recaudo llevaban para curar las heridas. Diciendo estas palabras, como iba guiando a los demás, hizo un gran cerco apartándose del indio y del camino que pasaba cerca del árbol donde estaba porque el enemigo no les tirase al pasar e hiriese algún caballo, que era lo que más temían. El indio, con la flecha puesta en el arco, como iba pasando el español, le iba apuntando al rostro, amenazando tirarle y, habiendo pasado el primero, hacía lo mismo al segundo y al tercero y a los demás, como iban por su orden, y con estos ademanes estuvo hasta que pasaron todos, y cuando vio que no le habían acometido, antes se habían apartado y huido de él, empezó a darles grita con palabras afrentosas, diciéndoles: "Cobardes, pusilánimes, apocados, que treinta de a caballo no habéis osado acometer a uno de a pie". Con estas bravatas se quedó debajo de su árbol con más honra que ganaron todos los de la Fama. Así lo decían los castellanos con demasiada envidia que le habían, los cuales pasaron adelante, corridos de la grita que el indio les daba. En esto oyeron una gran vocería y alarido que los indios que estaban por los campos, a una parte y a otra del camino, daban apellidándose unos a otros para atajarles el camino. Los españoles se libraron de este peligro, y de otros semejantes, con la ligereza de los caballos, corriendo siempre y dejando los enemigos atrás. Este día, que fue el tercero de su camino, ya bien de noche, llegaron a un buen llano, limpio de monte, donde descansaron, habiendo corrido y caminado aquel día diez y siete leguas, las últimas ocho por la provincia de Vitachuco. El cuarto día caminaron otras diez y siete leguas, todas por la provincia de Vitachuco. Los naturales de ella, como estaban lastimados y ofendidos de la batalla pasada, viéndolos ahora pasar por su tierra y que eran pocos, deseaban vengarse de ellos con matarlos, para lo cual se ponían en paradas y se iban dando la palabra de uno a otro para pasar adelante la nueva de la ida de los españoles y convocar alguna gente para los atajar y tomar algún paso estrecho. Los nuestros, sintiendo la intención de los indios, pusieron tanta diligencia tras ellos que ninguno que pretendió ser mensajero se les escapó, y así alancearon este día siete indios. Al anochecer llegaron a un llano, limpio de monte, donde les pareció descansar, porque no sintieron ruido de indios que hubiese por el campo. A poco más de media noche, salieron de esta dormida y al salir del sol, habiendo caminado cinco leguas, llegaron al río de Ocali, donde dijimos habían flechado los indios al lebrel Bruto. Iban los castellanos con alguna esperanza de hallar el río con menos agua que cuando lo pasaron, como habían hallado el de Osachile, mas sucedioles muy en contra, porque, buen rato antes que llegasen a él, vieron las barrancas, con ser, como dijimos, de dos picas en alto, todas cubiertas de agua, y que trasvertía fuera de ellas en el llano. El río venía tan feroz, tan turbio y bravo, con tantos remolinos por todas partes, que sólo mirarle ponía espanto, cuánto más haberlo de pasar a nado. A esta dificultad y peligro se añadió otro mayor, que fue el alarido y vocería que los indios de la una parte y la otra del río levantaron en viendo asomar los cristianos, apellidándose unos a otros para matarlos al pasar del río. Los españoles, viendo que en su buen ánimo, esfuerzo y diligencia estaba el remedio de sus vidas, en un punto tomaron acuerdo de lo que en aquel peligro debían hacer y, como si lo trajeran prevenido y todos fueran capitanes, mandaron, nombrándose unos a otros por sus nombres, que doce de ellos, que eran los mejores nadadores, con solas las celadas y cotas sobre las camisas (sin llevar otra más ropa por no estorbar el nadar a los caballos), y las lanzas en las manos, se echasen al río para tomar la otra ribera antes que los indios llegasen a ella, porque en ella, por haber más y acudir toda la del pueblo, había más peligro y era necesario tenerla desembarazada y libre, porque al pasar nadando los castellanos no los flechasen a su salvo los indios. Viendo, pues, los doce nombrados el peligro tan eminente en que iban, esforzándose unos a otros, dijeron todos a una: "Salga el que saliere y muera el que muriere, que ya vemos que no se puede hacer otra cosa". Mandaron asimismo que catorce de ellos, con toda diligencia, cortasen cinco o seis palos gruesos de los árboles que por la ribera había caídos y secos y de ellos hiciesen balsa en que pasasen las sillas, ropa y alforjas y los españoles que no sabían nadar, y los cuatro que restan procurasen resistir los indios que destotra parte, por río arriba y abajo, acudían a toda furia a estorbarles el paso. Como lo ordenaron así lo pusieron por obra en un punto los doce nombrados para pasar de la otra parte del río. Desembarazándose de la ropa, se echaron luego al agua y, con buen suceso, salieron los once de ellos a tierra por un gran portillo que en la barranca había. El doceno, que fue Juan López Cacho, no acertó a tomar la salida porque su caballo decayó algún tanto del portillo y, no pudiendo cortar la furia del agua para arribar a tomar la salida, se dejó ir el río abajo a ver si había otro portillo por do salir y, aunque procuró muchas veces subir la barranca para tomar tierra, no le fue posible por ser la barranca tan cortada como una pared y no hallar el caballo dónde afirmar los pies, por lo cual tuvo necesidad de volver a estotra ribera y, como el caballo hubiese nadado tanto tiempo sin descansar, iba muy fatigado. Juan López pidió socorro a los compañeros que cortaban la madera para la balsa. Cuatro de ellos, grandes nadadores, viendo el peligro en que venía, se echaron al agua y a él y a su caballo sacaron a tierra en salvamento, que no fue poca ventura según venían fatigados de lo que habían trabajado. Donde los dejaremos por decir lo que el gobernador hizo entretanto en Apalache.
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De cómo el gobernador y su gente se vieron con necesidad hambre, y la remediaron con gusanos que sacaban de unas cañas A 28 días de diciembre el gobernador y su gente salieron del lugar de Tugui, donde quedaron los indios muy contentos; y yendo caminando por la tierra todo el día sin hallar poblado alguno, llegaron a un río muy caudaloso y ancho, y de grandes corrientes y hondables, por la ribera del cual había muchas arboledas de acipreses y cedros y otros árboles; en pasar este río se rescibió muy gran trabajo aqueste día y otros tres; caminaron por la tierra y pasaron por cinco lugares de indios de la generación de los guaraníes, y de todos ellos los salían a rescebir al camino con sus mujeres e hijos, y traían muchos bastimentos, en tal manera, que la gente siempre fue muy proveída, y los indios quedaron muy pacíficos por el buen tratamiento y paga que el gobernador les hizo. Toda esta tierra es muy alegre y de muchas aguas y arboledas; toda la gente de los pueblos siembran maíz y cazabi y otros semillas, y batatas de tres maneras: blancas y amarillas y coloradas, muy gruesas y sabrosas, y crían patos y gallinas, y sacan mucha miel de los árboles de lo hueco de ellos. A primer día del mes de enero del año del Señor de 1542, que el gobernador y su gente partió de los pueblos de los indios, fue caminando por tierras de montañas y cañaverales muy espesos, donde la gente pasó harto trabajo, porque hasta los 5 días del mes no hallaron poblado alguno; y demás del trabajo, pasaron mucha hambre y se sostuvo con mucho trabajo, abriendo caminos por los cañaverales. En los cañutos de estas cañas había unos gusanos blancos, tan gruesos y largos como un dedo; los cuales la gente freían para comer, y salía de ellos tanta manteca, que bastaba para freírse muy bien, y los comían toda la gente, y los tenían por muy buena comida; y de los cañutos de otras cañas sacaban agua, que bebían y era muy buena, y se holgaban con ello. Esto andaban a buscar para comer en todo el camino; por manera que con ellos se sustentaron y remediaron su necesidad y hambre por aquel despoblado. En el camino se pasaron dos ríos grandes y muy caudalosos con gran trabajo; su corriente es al Norte. Otro día, 6 de enero, yendo caminando por la tierra adentro sin hallar poblado alguno, vinieron a dormir a la ribera de otro río caudaloso de grandes corrientes y de muchos cañaverales, donde la gente sacaba de los gusanos de las cañas para su comida, con que se sustentaron; y de allí partió el gobernador con su gente. Otro día siguiente fue caminando por tierra muy buena y de buenas aguas, y de mucha caza y puercos monteses y venados, y se mataban algunos y se repartían entre la gente: este día pasaron dos ríos pequeños. Plugo a Dios que no adolesció en este tiempo ningún cristiano, y todos iban caminando buenos con esperanzas de llegar presto a la ciudad de la Ascensión, donde estaban los españoles que iban a socorrer; desde 6 de enero hasta 10 del pasado mes pasaron por muchos pueblos de indios de la generación de los guaraníes, y todos muy pacíficos y alegremente salieron a rescebir al camino de cada pueblo su principal, y los otros indios con sus mujeres e hijos, cargados de bastimentos (de que se rescibió grande ayuda y beneficio para los españoles), aunque los frailes fray Bernaldo de Armenta y fray Alonso, su compañero, se adelantaban a recoger y tomar los bastimentos, y cuando llegaba el gobernador con la gente no tenían los indios que dar; de lo cual la gente se querelló al gobernador, por haberlo hecho muchas veces, habiendo sido apercebidos por el gobernador que no lo hiciesen, y que no llevasen ciertas personas de indios, grandes y chicos, inútiles, a quien daban de comer; no lo quisieron hacer, de cuya causa toda la gente estuvo movida para los derramar si el gobernador no se lo estorbara, por lo que tocaba al servicio de Dios y de Su Majestad; y al cabo los frailes se fueron y apartaron de la gente, y contra la voluntad del gobernador echaron por otro camino; después de esto, los hizo traer y recoger de ciertos lugares de indios donde se habían recogido, y es cierto que si no los mandara recoger y traer, se vieran en muy gran trabajo. En el día 10 de enero, yendo caminando, pasaron muchos ríos y arroyos y otros malos pasos de grandes sierras y montañas de cañaverales de mucha agua; cada sierra de las que pasaron tenía un valle de tierra muy excelente, y un río y otras fuentes y arboledas. En toda esta tierra hay muchas aguas, a causa de estar debajo del trópico: el camino y derrota que hicieron estos dos días fue al Oeste.
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De cómo vinimos a desembarcar a Champoton Pues vuelto a embarcar, e yendo por las derrotas pasadas (cuando lo de Francisco Hernández de Córdoba), en ocho días llegamos en el paraje del pueblo de Champoton, que fue donde nos desbarataron los indios de aquella provincia, como ya dicho tengo en el capítulo que dello habla; y como en aquella ensenada mengua mucho la mar, ancleamos los navíos una legua de tierra, y con todos los bateles desembarcamos la mitad de los soldados que allí íbamos, junto a las casas del pueblo, e los indios naturales dél y otros sus comarcanos se juntaron todos, como la otra vez cuando nos mataron sobre cincuenta y seis soldados y todos los más nos hirieron, según dicho tengo en el capítulo que dello habla; y a esta causa estaban muy ufanos y orgullosos, y bien armados a su usanza, que son: arcos, flechas, lanzas, rodelas, macanas y espadas de dos manos, y piedras con hondas, y armas de algodón, y trompetillas y atambores, y los más dellos pintadas las caras de negro, colorado y blanco; y puestos en concierto, esperando en la costa, para en llegando que llegásemos dar en nosotros; y como teníamos experiencia de la otra vez, llevábamos en los bateles unos falconetes, e íbamos apercibidos de ballestas y escopetas; y llegados a tierra, nos comenzaron a flechar y con las lanzas a dar a manteniente; y tal rociada nos dieron antes que llegásemos a tierra, que hirieron la mitad de nosotros, y desque hubimos saltado de los bateles les hicimos perder la furia a buenas estocadas y cuchilladas; porque, aunque nos flechaban a terreno, todos llevábamos armas de algodón; y todavía se sostuvieron buen rato peleando con nosotros, hasta que vino otra barcada de nuestros soldados, y les hicimos retraer a unas ciénagas junto al pueblo. En esta guerra mataron a Juan de Quiteria y a otros dos soldados, y al capitán Juan de Grijalva le dieron tres flechazos y aun le quebraron con un cobaco (que hay muchos en aquella costa) dos dientes, e hirieron sobre sesenta de los nuestros. Y desque vimos que todos los contrarios se habían huido, nos fuimos al pueblo, y se curaron los heridos y enterramos los muertos, y en todo el pueblo no hallamos persona ninguna, ni los que se habían retraído en las ciénagas, que ya se habían desgarrado; por manera que tenían alzadas sus haciendas. En aquellas escaramuzas prendimos tres indios, y el uno dellos parecía principal. Mandóles el capitán que fuesen a llamar al cacique de aquel pueblo, y les dio cuentas verdes y cascabeles para que los diesen, para que viniesen de paz; y asimismo a aquellos tres prisioneros se les hicieron muchos halagos y se les dieron cuentas porque fuesen sin miedo; y fueron y nunca volvieron; e creímos que el indio Julianillo e Melchorejo no les hubieran de decir lo que les fue mandado, sino al revés. Estuvimos en aquel pueblo cuatro días. Acuérdome que cuanto estábamos peleando en aquella escaramuza, que había allí unos prados algo pedregosos, e había langostas que cuando peleábamos saltaban y venían volando y nos daban en la cara, y como eran tantos flecheros y tiraban tanta flecha como granizos, que parecían eran langostas que volaban, y no nos rodelábamos, y la flecha que venía nos hería, y otras veces creíamos que era flecha, y eran langostas que venían volando: fue harto estorbo.
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Capítulo IX De cómo Diego de Almagro volvió a Panamá, donde halló que Pedrarias hacía gente para Nicaragua, y lo que le sucedió así a él como al capitán Francisco Pizarro, su compañero Como se acordase que Diego de Almagro volviese a lo que se ha contado a Panamá, Francisco Pizarro, con toda la gente, entendían en lo que solía: que era, andar por entre aquellos ríos y manglares, donde había poca gente, porque los indios sus pueblos tienen pasadas las sierras, de ellos al norte y los más al poniente, y si por entre aquellos ríos había algunos indios, como tenían noticia de los españoles estar en la tierra y fuese tan grande y montañosa, deviábanse de no caer en sus manos, metiéndose entre la espesura de los montes; mas todavía se tomaban algunos de aquellos hombres y mujeres de quien sabían lo que había por donde andaban, y como aquella costa es tan enferma y los trabajos fuesen grandes, cada día se les iban muriendo españoles y otros se hinchaban como odres. Tenían con los mosquitos su continuo tormento, y a algunos se les llagaban las piernas, y todos andaban mojados pasando ríos y ciénagas, y recibiendo en sí los grandes y pesados aguaceros. Con esta vida tan triste pasaban su tiempo, congojándose muchos porque tan livianamente se habían movido a pasar tanto trabajo y miseria. Pizarro siempre les puso ánimos con palabras de buen corazón y muy alegres, amonestándoles que sufriesen con paciencia aquellas cosas, porque nunca mucho bien y gran provecho se alcanza livianamente y con facilidad, diciéndoles más que, como Almagro volviese con el socorro, irían todos juntos por mar o tierra a descubrir. De esta manera pasaban sus vidas con esperanza de lo que pensaban hallar, y con la mala vida presente. Pues como Diego de Almagro se partió de Francisco Pizarro, volvió a Panamá, donde supo que Pedrarias, por ciertos movimientos que había hecho en la provincia de Nicaragua su capitán Francisco Hernández con gran saña que de él tenía, juntaba gente para ir a le castigar; y como desembarcó se fue luego a le hablar y a dar cuenta adonde quedaba Francisco Pizarro y de lo mucho que habían trabajado por entre aquellos ríos y manglares por donde andaban, aunque todo lo querían pasar en la esperanza que tenían de que presto habían de dar en tierra de mucha gente y riqueza, y que él volvía a llevar de nuevo socorro y gente. El gobernador dicen que oyó secamente lo que contaba Almagro y que se conoció tener voluntad para no dar lugar que más gente saliese de Panamá; y Almagro, que lo entendió, le tornó a hablar sobre el fin que había sido su venida, y como no le diese licencia para hacer gente, le hizo sobre ello algunos requerimientos y protestaciones; lo cual aprovechó, porque Pedrarias no estorbó lo que había dicho no querer, y Almagro y su compañero, el padre Luque, se dieron prisa a aderezar los navíos y hacer gente; llamando todos a la tierra el "Perú", por lo que se ha dicho en lo de atrás; y dicen algunos de los de aquel tiempo, que de esta vez Pedrarias quería enviar "acompañado" a Francisco Pizarro y nombrar otro capitán para que, juntamente con él, hiciese el descubrimiento; y que como lo entendiese Almagro y el padre Luque procuran lo estorbar, y lo acabaron con que se le diese a Diego de Almagro poder de capitán y provisión y que entrambos lo fuesen suyos. Otros dicen que no quería Pedrarias dar tal capitán y que Almagro tuvo sus inteligencias viendo que se había de ir a Nicaragua, que hubo provisión de capitán. En esto no puedo afirmar cuál de ello ser lo cierto; sé que "por mandar, el padre niega al hijo y el hijo al padre". De esta vuelta de Diego de Almagro a Panamá volvió con título de capitán adonde quedó su compañero llevando dos navíos y dos canoas con gente y lo demás perteneciente para la jornada; y el piloto Bartolomé Ruiz que mucho había servido, y sirvió, fue con él; y con esta gente y navíos y canoas volvió Almagro en busca de Pizarro, adonde, cuando se vieron, se cuenta por cierto que Pizarro sintió notablemente haber Almagro procurado la provisión de capitán, creyendo que de él había salido y no de Pedrarias; mas como no era tiempo de fingir enemistades, disimuló el enojo, aunque no lo olvidó; y fue leída públicamente la provisión dicha del capitán Diego de Almagro, que tan bien se había justificado con su compañero y podría tener razón; que porque a extraño no se diese tal cargo lo había tomado, pues si otra cosa fuera era grande afrenta de ellos mismos; y que él no quería salir de lo que por él fuera mandado y ordenado. Y como se viesen con mucha gente y algunos caballos, determinaron de salir a descubrir por mar, pues por la tierra, especialmente en lo que estaba, era tan trabajoso, así por la espesura de los manglares, como por los muchos ríos que había, llenos de lagartos tan fieros, y mosquitos, que tanto les atormentaban; y con este acuerdo todos a los navíos se fueron a embarcar.