Capítulo CXL Que trata de las plantas y árboles e verdura y ganado que hay en esta provincia de Chile de nuestra España Quise hacer relación de las cosas que de nuestra España se han traído a estas provincias de Chile, porque en ella hay muchos melones e muy buenos, e muy buenas coles, y lechugas y rábanos y cebollas y ajos y zanahorias. Berenjenas, e perejil y acelgas y cardos y lentejas y garbanzos. Habas, mastuerzo, y anís y cilantro y albahaca, hinojo y ruda. Pues mostaza y nabos ha cundido tanto que en los campos no hay otra cosa, e hierbabuena, infinitísimo por los campos. E todo esto se da tan bien como en la parte que mejor se da de nuestra España. E se dará todo lo demás que se trujere. Plantas de España hay viñas, y en ninguna parte de Indias se ha dado tan buena uva como en esta tierra. Hácese muy buen vino. Y el primer hombre que lo hizo en esta tierra fue un vecino que se dice Rodrigo de Araya, y así mesmo fue el primero que trujo trigo a esta tierra. Hácese ya tanto vino que basta para la gobernación, y que pueden proveer a otras partes. Hay higueras y dan muy buen fruto, y granadas y las dan buenas, e naranjas y limas e cidras y membrillos y manzanas, y todas las demás árboles que se traigan de nuestra España se dará muy bien. Y ansí mismo hay mucho lino y se hace muy buen lienzo, e se podía pasar con ello. E los señores de indios tienen telares, e visten los indios de ello. Es gran provecho para los naturales. Ganado hay muchas yeguas, y el que más yeguas y caballos metió primero en esta tierra fue el bachiller Rodrigo González, natural de Carmona. Hay muchas vacas e ovejas y cabras e puercos. Y esto se multiplica tan bien que hay ya en tanta cantidad, que si estuvieran atenidos los españoles al ganado de la tierra, no se comería carne. Hay muy buenas hierbas e pastos. Hay muchas gallinas e palomas, que los naturales crían. En torno de esta ciudad de Santiago, cuatro y cinco y seis leguas, se sirven carretas, que no fue poco descanso para los naturales. Hay molinos de agua e no pocos. Estaban los naturales espantados de ver que hacían servir al agua e a las piedras. E también tenían a mucho de luego de ver cazar los alcones, y de cómo los cristianos los hacían venir a la mano e los hacían servir de tomar las perdices, y aún decían, pues que aquéllos habían servir, que no era mucho hacerlos servir a ellos.
Busqueda de contenidos
contexto
Cómo nuestro capitán Cortés fue a una entrada al pueblo de Saltocan, que está en la ciudad de México obra de seis leguas, puesto y poblado en la laguna, y dende allí a otros pueblos; y lo que en el camino pasó diré adelante Como habían venido allá a Tezcuco sobre quince mil tlasclatecas con la madera de los bergantines, y había cinco días que estaban en aquella ciudad sin hacer cosa que de contar sea, y no tenían mantenimientos, antes les faltaban; y como el capitán de los tlascaltecas era muy esforzado y orgulloso, que ya he dicho otras veces que se decía Chichimecatecle, dijo a Cortés que quería ir a hacer algún servicio a nuestro gran emperador y batallar contra mexicanos, ansí por mostrar sus fuerzas y buena voluntad para con nosotros, como para vengarse de las muertes y robos que habían hecho a sus hermanos y vasallos, ansí en México como en sus tierras; y que le pedía por merced que ordenase y mandase a qué parte podrían ir que fuesen nuestros enemigos; y Cortés les dijo que les tenía en mucho su buen deseo, y que otro día quería ir a un pueblo que se dice Saltocan, que está de aquella ciudad cinco leguas, mas que están fundadas las casas en el agua de la laguna, e que había entrada para él por tierra; el cual pueblo había enviado a llamar de paz días había tres veces, y no quiso venir, y que les tornó a enviar mensajeros nuevamente con los de Tepetezcuco y de Otumba, que eran sus vecinos, y que en lugar de venir de paz, no quisieron, antes trataron mal a los mensajeros y descalabraron dellos, y la respuesta que dieron fue, que si allá íbamos, que no tenían menos fuerza y fortaleza que México; que fuesen cuando quisiesen, que en el campo les hallaríamos; e que habían tenido aquella respuesta de sus ídolos que allí nos matarían, y que les aconsejaron los ídolos que esta respuesta diesen; y a esta causa Cortés se apercibió para ir él en persona a aquella entrada, y mandó a doscientos y cincuenta soldados que fuesen en su compañía, y treinta de a caballo, y llevó consigo a Pedro de Alvarado y a Cristóbal de Olí y muchos ballesteros y escopeteros, y a todos los tlascaltecas, y una capitanía de hombres de guerra de Tezcuco, y los más dellos principales; y dejó en guardia de Tezcuco a Gonzalo de Sandoval, para que mirase mucho por los bergantines y real, no diesen una noche en él; porque ya he dicho que siempre habíamos de "estar la barba sobre el hombro", lo uno por estar tan a la raya de México, y lo otro por estar en tan gran ciudad como era Tezcuco, y todos los vecinos de aquella ciudad eran parientes y amigos de mexicanos; y mandó al Sandoval y a Martín López, maestro de hacer los bergantines, que dentro de quince días los tuviesen muy a punto para echar al agua y navegar en ellos, y se partió de Tezcuco para hacer aquella entrada. Después de haber oído misa, salió con su ejército, e yendo su camino, no muy lejos de Saltocan encontró con unos grandes escuadrones de mexicanos, que le estaban aguardando en parte porque creyeron aprovecharse de nuestros españoles y matar los caballos; mas Cortés marchó con los de a caballo, y él juntamente con ellos; y después de haber disparado las escopetas y ballestas, rompieron por ellos y mataron algunos de los mexicanos, porque luego se acogieron a los montes y a partes que los de a caballo no los pudieron seguir; mas nuestros amigos los tlascaltecas prendieron y mataron obra de treinta; y aquella noche fue Cortés a dormir a unas caserías, y estuvo muy sobre aviso con sus corredores de campo y velas y rondas y espías, porque estaba entre grandes poblaciones; y supo que Guatemuz, señor de México, había enviado muchos escuadrones de gente de guerra a Saltocan para les ayudar, los cuales fueron en canoas por unos hondos esteros; y otro día de mañana junto al pueblo comenzaron los mexicanos y los de Saltocan a pelear con los nuestros, y tirábanles mucha vara y flecha, y piedras con hondas desde las acequias donde estaban, e hirieron a diez de nuestros soldados y muchos de los amigos tlascaltecas, y ningún mal les podían hacer los de a caballo, porque no podían correr ni pasar los esteros, que estaban todos llenos de agua, y el camino y calzada que solían tener, por donde entraban por tierra en el pueblo, de pocos días le habían deshecho y le abrieron a mano, y la ahondaron de manera que estaba hecho acequia y lleno de agua, y por esta causa los nuestros no podían en ninguna manera entrarles en el pueblo ni hacer daño ninguno; y puesto que los escopeteros y ballesteros tiraban a los que andaban en canoas, traíanlas tan bien armadas de talabardones de madera, e detrás de los talabardones, guardábanse bien; y nuestros soldados, viendo que no aprovechaba cosa ninguna y no podían atinar el camino y calzada que de antes tenían en el pueblo, porque todo lo hallaban lleno de agua, renegaban del pueblo y aun de la venida sin provecho, y aun medio corridos de cómo los mexicanos y los del pueblo les daban grande grita y les llamaban de mujeres, e que Malinche era otra mujer, y que no era esforzado sino para engañarlos con palabras y mentiras; y en este instante dos indios de los que allí venían con los nuestros, que eran de Tepetezcuco, que estaban muy mal con los de Saltocan, dijeron a un nuestro soldado, que había tres días que vieron, cómo abrían la calzada y la cavaron y la hicieron zanja, y echaron de otra acequia el agua por ella, y que no muy lejos adelante está por abrir e iba camino al pueblo. Y cuando nuestros soldados lo hubieron entendido, y por donde los indios les señalaron, se ponen en gran concierto los ballesteros y escopeteros, unos armando y otros soltando, y esto poco a poco, y no todos a la par, y el agua a vuelapié, y a otras partes a más de la cinta, pasan todos nuestros soldados, y muchos amigos siguiéndolos, y Cortés con los de a caballo aguardándolos en tierra firme, haciéndoles espaldas, porque temió no viniesen otra vez los escuadrones de México y diesen en la rezaga; y cuando pasaban las acequias los nuestros, como dicho tengo, los contrarios daban en ellos como a terrero, y hirieron muchos; mas, como iban deseosos de llegar a la calzada que estaba por abrir, todavía pasan adelante, hasta que dieron en ella por tierra sin agua, y vanse al pueblo; y en fin de más razones, tal mano les dieron, que les mataron muchos mexicanos, y lo pagaron muy bien, e la burla que dellos hacían; donde hubieron mucha ropa de algodón y oro y otros despojos; y como estaban poblados en la laguna, de presto se meten los mexicanos y los naturales del pueblo en sus canoas con todo el hato que pudieron llevar, y se van a México; y los nuestros, de que los vieron despoblados, quemaron algunas casas, y no osaron dormir en él por estar en el agua, y se vinieron donde estaba el capitán Cortés aguardándolos; y allí en aquel pueblo se hubieron muy buenas indias, y los tlascaltecas salieron ricos con mantas, sal y oro y otros despojos, y luego se fueron a dormir a unas caserías que serían una legua de Saltocan, y allí se curaron, y un soldado murió dende a pocos días de un flechazo que Q dieron por la garganta; y luego se pusieron velas y corredores del campo, y hubo buen recaudo, porque todas aquellas tierras estaban muy pobladas de culúas; y otro día fueron camino de un gran pueblo que se dice Gualtitan, e yendo por el camino, los de aquellas poblaciones y otros muchos mexicanos que con ellos se juntaban, les daban muy grande grita y voces, diciéndoles vituperios, y era en parte que no podían correr los caballos ni se les podía hacer ningún daño, porque estaban entre acequias; y desta manera llegaron a aquella población, y estaba despoblado de aquel mismo día y alzado el hato, y en aquella noche durmieron allí con grandes velas y rondas; y otro día fueron camino de un gran pueblo que se dice Tenayuca, y este pueblo le solíamos llamar la primera vez que entramos en México el pueblo "de las Sierpes", porque en el adoratorio mayor que tenían hallamos dos grandes bultos de sierpes de malas figuras, que eran sus ídolos en quien adoraban. Dejemos esto, y digamos del camino y es que este pueblo hallaron despoblado como el pasado, que todos los indios naturales dellos se habían juntado en otro pueblo que estaba más adelante; y desde allí fue a otro pueblo que se dice Escapuzalco, que sería del uno al otro una legua, y asimismo estaba despoblado. Este Escapuzalco era donde labraban el oro e plata al gran Montezuma, y solíamosle llamar el pueblo "de los Plateros"; y desde aquel pueblo fue a otro, que ya he dicho que se dice Tacuba, que es obra de media legua el uno del otro. En este pueblo fue donde reparamos la triste noche cuando salimos de México desbaratados, y en él nos mataron ciertos soldados, según dicho tengo en el capítulo pasado que dello habla; y tornemos a nuestra plática; que antes que nuestro ejército llegase al pueblo, estaban en campo aguardando a Cortés muchos escuadrones de todos aquellos pueblos por donde había pasado, y los de Tacuba y de mexicanos, porque México está muy cerca dél, y todos juntos comenzaron a dar en los nuestros, de manera que tuvo harto nuestro capitán de romper en ellos con los de a caballo; y andaban tan juntos los unos con los otros, que nuestros soldados a buenas cuchilladas los hicieron retraer; y como era noche, durmieron en el pueblo con buenas velas y escuchas; y otro día de mañana, si muchos mexicanos habían estado juntos, muchos más se juntaron aquel día, y con gran concierto venían a darnos guerra, de tal manera, que herían algunos soldados; mas todavía los nuestros los hicieron retraer en sus casas y fortaleza, de manera que tuvieron tiempo de les entrar en Tacuba y quemarles muchas casas y meterles a sacomano; y como aquello supieron en México, ordenaron de salir más escuadrones de su ciudad a pelear con Cortés, y concertaron que cuando peleasen con él, que hiciesen que volvían huyendo hacia México, y que poco a poco metiesen a nuestro ejército en su calzada, y que cuando los tuviesen dentro, haciendo como que se retraían de miedo; e ansí como lo concertaron lo hicieron, y Cortés, creyendo que llevaba victoria, los mandó seguir hasta una puente; y cuando los mexicanos sintieron que tenían ya metido a Cortés en el garlito pasada la puente, vuelve sobre él tanta multitud de indios, que unos por tierra, otros con canoas y otros en las azoteas, le dan tal mano, que le ponen en tan gran aprieto, que estuvo la cosa de arte, que creyó ser perdido e desbaratado; porque a una puente donde había llegado cargaron tan de golpe sobre él, que ni poco ni mucho se podía valer; e un alférez que llevaba una bandera, por sostener el gran ímpetu de los contrarios le hirieron muy malamente y cayó con su bandera desde la puente abajo en el agua, y estuvo en ventura de no se ahogar, y aun le tenían ya asido los mexicanos para le meter en unas canoas, y él fue tan esforzado, que se escapó con su bandera; y en aquella refriega mataron cinco soldados, e hirieron muchos de los nuestros; y Cortés, viendo el gran atrevimiento y mala consideración que había hecho en haber entrado en la calzada de la manera que he dicho, y sintió cómo los mexicanos le habían cebado, luego mandó que todos se retrajesen; y con el mejor concierto que pudo, y no vueltas las espaldas, sino los rostros a los contrarios, pie contra pie, como quien hace represas, y los ballesteros y escopeteros unos armados y otros tirando, y los de a caballo haciendo algunas arremetidas, mas eran muy pocas, porque luego les herían los caballos; y desta manera se escapó Cortés aquella vez del poder de México, y cuando se vio en tierra firme dio muchas gracias a Dios. Allí en aquella calzada y puente fue donde un Pedro de Ircio, muchas veces por mí nombrado, dijo al alférez que cayó con la bandera en la laguna, que se decía Juan Volante, por le afrentar (que no estaba bien con él por amores de una mujer que vino de cuando lo de Narváez) le dijo que había crucificado al hijo y quería ahogar la madre, porque la bandera que traía el Volante era figurada la imagen de nuestra señora la virgen Santa María. Y no tuvo razón de decir aquella palabra porque el alférez era un hidalgo y hombre muy esforzado, y como tal se mostró aquella vez y otras muchas; y al Pedro de Ircio no le fue muy bien de su mala voluntad que tenía contra Juan Volante, el tiempo andando. Dejemos a Pedro de Ircio, y digamos que en cinco días que allí en lo de Tacuba estuvo Cortés tuvo batalla y reencuentros con los mexicanos y sus aliados; y desde allí dio la vuelta para Tezcuco, y por el camino que había venido se volvió, y le daban grita los mexicanos, creyendo que volvía huyendo, y una sospecharon lo cierto, que con gran temor volvió; y les esperaban en partes que querían ganar honra con él y matarle los caballos, y le echaban celadas; y como aquello vio, les echó una en que les mató e hirió muchos de los contrarios, e a Cortés entonces le mataron dos caballos e un soldado, y con esto no le siguieron más; e a buenas jornadas llegó a un pueblo sujeto a Tezcuco, que se dice Aculman, que estará de Tezcuco dos leguas y media; y como lo supimos cómo había allí llegado, salimos con Gonzalo de Sandoval a le ver y recibir, acompañado de muchos caballeros y soldados y de los caciques de Tezcuco, especial de don Hernando, principal de aquella ciudad; y en las vistas nos alegramos mucho, porque había más de quince días que no habíamos sabido de Cortés ni de cosa que le hubiese acaecido; y después de haber dado el bien venido y haberle hablado algunas cosas que convenían sobre lo militar, nos volvimos a Tezcuco aquella tarde, porque no osábamos dejar el real sin buen recaudo; y nuestro Cortés se quedó en aquel pueblo hasta otro día, que llegó a Tezcuco; y los tlascaltecas, como ya estaban ricos y venían cargados de despojos, demandaron licencia para irse a su tierra, y Cortés se la dio; y fueron por parte que los mexicanos no tuvieron espías sobre ellos, y salvaron sus haciendas. Y a cabo de cuatro días que nuestro capitán reposaba y estaba dando priesa en hacer los bergantines, vinieron unos pueblos de la costa del norte a demandar paces y darse por vasallos de su majestad; los cuales pueblos se llaman Tuzapan y Mascalcingo e Nautlan, y otros pueblezuelos de aquellas comarcas, y trajeron un presente de oro y ropa de algodón; y cuando llegaron delante de Cortés, con gran acato, después de haber dado su presente, dijeron que le pedían por merced que les admitiese su amistad, y que querían ser vasallos del rey de Castilla, y dijeron que cuando los mexicanos mataron sus teules en lo de Almería, y era capitán dellos Quezalpopoca, que ya habíamos quemado por justicia, que todos aquellos pueblos que allí venían fueron e ayudar a los teules; y después que Cortés les hubo oído, puesto que entendía que habían sido con los mexicanos en la muerte de Juan de Escalante y los seis soldados que le mataron en lo de Almería, según he dicho en el capítulo que dello habla, les mostró mucha voluntad, y recibió el presente, y por vasallos del emperador nuestro señor, y no les demandó cuenta sobre lo acaecido ni se lo trajo a la memoria, porque no estaba en tiempo de hacer otra cosa; y con buenas palabras y ofrecimientos los despachó. Y en este instante vinieron a Cortés otros pueblos de los que se habían dado por nuestros amigos a demandar favor contra mexicanos, y decían que les fuésemos a ayudar, porque venían contra ellos grandes escuadrones, y les habían entrado en su tierra y llevado presos muchos de sus indios, y a otros habían descalabrado. Y también en aquella sazón vinieron los de Chalco y Tamanalco, y dijeron que si luego no les socorrían que serían perdidos, porque estaban sobre ellos muchas guarniciones de sus enemigos; y tantas lástimas decían, que traían en un paño de manta de henequén pintado al natural los escuadrones que sobre ellos venían, que Cortés no sabía qué se decir ni qué responderles, ni dar remedio a los unos ni a los otros; porque había visto que estábamos muchos de nuestros soldados heridos y dolientes, y se habían muerto ocho de dolor de costado y de echar sangre cuajada, revuelta con lodo, por la boca y narices; y era del quebrantamiento de las armas que siempre traíamos a cuestas, e de que a la continua íbamos a las entradas, y de polvo que en ellas tragábamos; y demás desto, viendo que se habían muerto tres o cuatro soldados de heridas, que nunca parábamos de ir a entrar, unos venidos y otros vueltos. La respuesta que les dio a los primeros pueblos fue que les halagó y dijo que iría presto a les ayudar, y que entre tanto que iba, que se ayudasen de otros pueblos sus vecinos, y que esperasen en campo a los mexicanos, y que todos juntos les diesen guerra, e que si los mexicanos viesen que les mostraban cara y ponían fuerzas contra ellos, que temerían, e que ya no tenían tantos poderes los mexicanos para les dar guerra como solían, porque tenían muchos contrarios; y tantas palabras les dijo con nuestras lenguas, e les esforzó, que reposaron algo sus corazones, y no tanto, que luego demandaron cartas para dos pueblos sus comarcanos, nuestros amigos, para que les fuesen a ayudar. Las cartas en aquel tiempo no las entendían; más bien sabían que entre nosotros se tenía por cosa cierta que cuando se enviaban eran como mandamientos o señales que les mandaban algunas cosas de calidad; e con ellas se fueron muy contentos, y las mostraron a sus amigos y los llamaron; y como nuestro Cortés se lo mandó, aguardaron en el campo a los mexicanos y tuvieron con ellos una batalla, y con ayuda de nuestros amigos sus vecinos, a quienes dieron la carta, no les fue mal en la pelea. Volvamos a los de Chalco: que viendo nuestro Cortés que era cosa muy importante para nosotros que aquella provincia estuviese desembarazada de gentes de Culúa; porque, como he dicho otra vez, por allí habían de ir y venir a la Villa-Rica de la Veracruz e a Tlascala, y habíamos de mantener nuestro real de ella, porque es tierra de mucho maíz, luego mandó a Gonzalo de Sandoval, que era alguacil mayor, que se aparejase para otro día de mañana ir a Chalco, y le mandó dar veinte de a caballo y doscientos soldados, y doce ballesteros y diez escopeteros, y los tlascaltecas que había en nuestro real, que eran muy pocos, porque, como dicho habemos en este capítulo, todos los más se habían ido a su tierra cargados de despojos, y también llevó una capitanía de los de Tezcuco, y en su compañía al capitán Luis Marín, que era su muy íntimo amigo; y quedamos en guarda de aquella ciudad y bergantines Cortés e Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olí con los demás soldados. Y antes que Gonzalo Sandoval vaya para Chalco, como está acordado, quiero aquí decir cómo, estando escribiendo en esta relación todo lo acaecido a Cortés desta entrada en Saltocan, acaso estaban presentes dos hidalgos muy curiosos que habían leído la Historia de Gómara, y me dijeron que tres cosas se me olvidaban de escribir, que tenía escrito el cronista Gómara de la misma entrada que hizo Cortés; y la una era que dio Cortés vista a México con trece bergantines, y peleó muy bien con el gran poder de Guatemuz, con sus grandes canoas y piraguas en la laguna; la otra era que cuando Cortes entró en la calzada de México que tuvo plática con los señores y caciques mexicanos, y les dijo que les quitaría el bastimento y se morirían de hambre; y la otra fue que Cortés no quiso decir a los de Tezcuco que había de ir a Saltocan, porque no le diesen aviso. Yo respondí a los mismos hidalgos que me lo dijeron, que en aquella sazón los bergantines no estaban acabados de hacer, e que ¿cómo podía llevar por tierra bergantines ni por la laguna los caballos ni tanta gente? Que es cosa de reír ver lo que escribe; y que cuando entró en la calzada de Tacuba, como dicho habemos, que harto tuvo Cortés en escapar él y su ejército, que estuvo medio desbaratado; y en aquella sazón no habíamos puesto cerco a México, para vedarles los mantenimientos, ni tenían hambre, y eran señores de todos sus vasallos; y lo que pasó muchos días adelante, cuando los teníamos en grande aprieto, pone ahora el Gómara; y en lo que se dice que se apartó Cortés por otro camino para ir a Saltocan, no lo supiesen los de Tezcuco, digo que por fuerza fueron por sus pueblos y tierras de Tezcuco porque por allí era el camino, y no otro; y en lo que escribe va muy errado, y a lo que yo he sentido, no tiene él la culpa, sino el que le informó, que por sublimar mucho más le dio tal relación de lo que escribe para ensalzar a quien por ventura le dio dineros por ello, y ensalzó sus cosas, y no se declaren nuestros heroicos hechos, le daban aquellas relaciones; y esta era la verdad; y como lo hubieron bien entendido los mismos que me lo dijeron, y vieron claro lo que les dije ser así, se convencieron. Y dejemos esta plática, y tornemos al capitán Gonzalo de Sandoval, que partió de Tezcuco después de haber oído misa, y fue a amanecer cerca de Chalco; y lo que pasó diré adelante.
contexto
Capítulo CXLI Que trata de quién fue el primer obispo electo de Chile y de los templos que hay en esta gobernación y de quién fue el fundador de ellos La ciudad de Santiago fue poblada el año de mil y quinientos y cuarenta y pareciéndome no dejar de decir cómo se ha aumentado e noblecido desde el año de cuarenta hasta el año de cincuenta y ocho, hase la ciudad noblecido de oficiales, mercaderes y otras personas que en ella se han avecindado. Hay muchos casados e muchas mujeres de Castilla e doncellas. Hay muy buenas casas de teja e ladrillo y cal que en ella se hace. Hay muy buenos templos, y el primer cura que tuvo cargo de la iglesia mayor de esta ciudad y en ella celebró el culto divino todo este tiempo que tengo dicho, sin llevar interés que Su Majestad manda dar a los tales curas, fue el bachiller Rodrigo Gonzales, natural de Carmona, hombre docto y de buen ejemplo e vida y socorrido. Hizo mucho provecho en esta gobernación. Entró con el gobernador don Pedro de Valdivia cuando vino al descubrimiento y conquista de ella. E de las yeguas y caballos que tengo dicho que metió el bachiller Rodrigo Gonzales, hubo del multiplico más de treinta mil pesos, e todo los gastó en servicio de Su Majestad en la sustentación de esta tierra. E se halló con el gobernador en la población de Valdivia e descubrimiento del lago, donde era su doctrina provechosa para la gente de guerra, que no hiciese daño a los naturales. E informado Su Majestad de sus servicios y su persona que lo merecía, como vicario general que es de la Santa Madre Iglesia, le nombró por obispo. Envió su provisión y cartas para que asistiese el cargo que Su Majestad le daba. Llegó esta provisión e merced, lunes, a cuatro días del mes de julio de año de mil y quinientos y cincuenta y ocho. Y luego otro día siguiente fue el obispo don Rodrigo González con el licenciado Hernando de Santillán, justicia mayor de esta gobernación por don García Hurtado de Mendoza, gobernador, y fue el Cabildo de esta ciudad y religiosos que en ella había, letrados y predicadores. Y oída misa mayor se leyó la provisión e merced de Su Majestad en presencia de todos, e leída la provisión la tomó el obispo con gran solemnidad y crianza. Hizo las ceremonias que se requieren e se deben hacer y fue recebido por el vicario y curas de la iglesia, y entregáronle las llaves del sagrario. Lo mismo hizo el Cabildo de esta ciudad, teniéndole por obispo electo como Su Majestad le nombraba. Templos de religiosos hay tres en esta ciudad, y el primero que se fundó fue de la orden del bienaventurado señor San Francisco, y tiene la invocación de nuestra Señora del Socorro. Fundóla el padre fray martín de Robleda, natural de Salamanca. Y el segundo es de la orden mercenarios. Tiene la invocación de Nuestra Señora de la Merced, el cual fundó fray Antonio Correa, de nación portugués. El tercero es de la orden del bienaventurado Santo Domingo. Tienen la invocación de Nuestra Señora del Rosario. Fundóla el padre fray Gil de San Nicolás, natural de la Ciudad Real. En la ciudad Imperial está fundado otro monasterio de la invocación de Nuestra Señora de la Merced, el cual fundó el padre Diego Rondón. En la ciudad de Valdivia está otro monasterio de la invocación de Nuestra Señora de la Merced, el cual fundó fray Pedro Olmedo. Hacen mucho provecho su doctrina a la conversión de estos naturales. Cuando los españoles entraron en esta tierra había más de veinte y cinco mil indios, e no han quedado en los términos de esta ciudad ni a ellos sirven, sino es nueve mil indios, porque con las guerras pasadas y también el trabajo de las minas ha disminuido su parte.
contexto
Cómo el capitán Gonzalo de Sandoval fue a Chalco e a Tamanalco con todo su ejército; y lo que en aquella jornada pasó diré adelante Ya he dicho en el capítulo pasado cómo los pueblos de Chalco y Tamanalco vinieron a decir a Cortés que les enviase socorro, porque estaban grandes guarniciones juntas para les venir a dar guerra; e tantas lástimas le dijeron, que mandó a Gonzalo de Sandoval que fuese allá con doscientos soldados y veinte de a caballo, e diez o doce ballesteros y otros tantos escopeteros, y nuestros amigos los de Tlascala y otra capitanía de los de Tezcuco, y llevó al capitán Luis Marín por compañero, porque era su muy grande amigo; y después de haber oído misa, en 12 días del mes de marzo de 1521 años, fue a dormir a unas estancias del mismo Chalco, y otro día llegó por la mañana a Tamanalco, y los caciques y capitanes le hicieron buen recibimiento y le dieron de comer, y le dije, ron que luego fuese hacia un gran pueblo que se dice Guaztepeque, porque hallaría juntos todos los poderes de México en el mismo Guaztepeque o en el camino antes de llegar a él, e que todos los de aquella provincia de Chalco irían con él; y al Gonzalo de Sandoval parecióle que sería muy bien ir muy a punto; y puesto en concierto, fue a dormir a otro pueblo sujeto del mismo Chalco, Chimalhuacan, porque las espías que los de Chalco tenían puestas sobre los culúas vinieron a avisar cómo estaban en el campo no muy lejos de allí la gente de guerra sus enemigos, e que había algunas quebradas e arcabuezos, adonde esperaban; y como el Sandoval era muy avisado y de buen consejo, puso los escopeteros y ballesteros por delante, y los de a caballo mandó que de tres en tres se hermanasen, y cuando hubiesen gastado los ballesteros y escopeteros algunos tiros, que todos juntos los de a caballo rompiesen por ellos a media rienda y las lanzas terciadas, y que no curasen alancear, sino por los otros, hasta ponerlos en huida, y que no se deshermanasen; y mandó a los soldados de a pie que siempre estuviesen hechos un cuerpo, y no se metiesen entre los contrarios hasta que se lo mandase; porque, como le decían que eran muchos los enemigos (y así fue verdad), y estaban entre aquellos malos pasos, y no sabían si tenían hechos hoyos o algunas albarradas, quería tener sus soldados enteros, no le viniese algún desmán; e yendo por su camino, vio venir por tres partes repartidos los escuadrones de mexicanos dando gritas y tañendo trompetillas y atabales, con todo género de armas, según lo suelen traer, y se vinieron como leones bravos a encontrar con los nuestros; y cuando el Sandoval los vio tan denodados, no guardó a la orden que había dado, y dijo a los de a caballo que antes que se juntasen con los nuestros que luego rompiesen, y el Sandoval delante animando a los suyos dijo: "Santiago, y a ellos"; y de aquel tropel fueron algunos de los escuadrones mexicanos medio desbaratados, mas no del todo, que se juntaron todos e hicieron rostro, porque se ayudaban con los malos pasos e quebradas, porque los de a caballo, por ser los pasos muy agrios, no podían correr, y se estuvieron sin ir tras ellos; a esta causa les tornó a mandar Sandoval a todos los soldados que con buen concierto les entrasen, los ballesteros y escopeteros delante, y los rodeleros que les fuesen a los lados, y cuando viesen que les iban hiriendo y haciendo mala obra, y oyesen un tiro desta otra parte de la barranca, que sería señal que todos los de a caballo a una arremetiesen a les echar de aquel sitio, creyendo que les meterían en tierra llana que había allí cerca; y apercibió a los amigos que ellos ansimismo acudiesen con los españoles, y así se hizo como lo mandó; y en aquel tropel recibieron los nuestros muchas heridas, porque eran muchos los contrarios que sobre ello cargaron; y en fin de más pláticas, les hicieron ir retrayendo, mas fue hacia otros malos pasos; y Sandoval con los de a caballo los fue siguiendo, y no alcanzó sino tres o cuatro; y uno de los nuestros de a caballo que iba en el alcance, que se decía Gonzalo Domínguez, como era mal camino, rodó el caballo y toméle debajo, y dende a pocos días murió de aquella mala caída. He traído esto aquí a la memoria deste soldado, porque este Gonzalo Domínguez era uno de los mejores jinetes y esforzado que Cortés había traído en nuestra compañía; y teníamosle en tanto en las guerras, por su esfuerzo, como al Cristóbal de Olí y a Gonzalo de Sandoval; por la cual muerte hubo mucho sentimiento entre todos nosotros. Volvamos a Sandoval y a todo su ejército, que los fue siguiendo hasta cerca del pueblo que se dice Guaztepeque, y antes de llegar, a él le salen al encuentro sobre quince mil mexicanos, y le comenzaban a cercar y le hirieron muchos soldados y cinco caballos; mas como la tierra era en parte llana, con el gran concierto que llevaba rompe los dos escuadrones con los de a caballo, y los demás escuadrones vuelven las espaldas hacia el pueblo para tornar a aguardar a unos mamparos que tenían hechos; mas nuestros soldados y los amigos les siguieron de manera, que no tuvieron tiempo de aguardar, y los de a caballo siempre fueron en el alcance por otras partes, hasta que se encerraron en el mismo pueblo en partes que no se pudieron haber; y creyendo que no volverían más a pelear aquel día, mandó Sandoval reposar su gente, y se curaron los heridos y comenzaron a comer, que se había habido mucho despojo; y estando comiendo vinieron dos de a caballo y otros dos soldados que había puesto antes que comenzase a comer, los unos para corredores del campo y los otros por espías; y vinieron diciendo: "Al arma, al arma; que vienen muchos escuadrones de mexicanos"; y como siempre estaban acostumbrados a tener las armas muy a punto, de presto cabalgan y salen a una gran plaza, y en aquel instante vinieron los contrarios, y allí hubo otra buena batalla; y después que estuvieron buen rato haciendo cara en unos mamparos, desde allí hirieron algunos de los nuestros, y tal priesa les dio el Gonzalo de Sandoval con los de a caballo, y con las escopetas y ballestas y cuchilladas los soldados, que les hicieron huir del pueblo por otras barrancas, y por aquel día no volvieron más. Y cuando el capitán Sandoval se vio libre desta refriega dio muchas gracias a Dios, y se fue a reposar y dormir a una huerta que había en aquel pueblo, la más hermosa y de mayores edificios y cosa mucho de mirar que se había visto en la Nueva-España así del gran concierto de la diversidad de árboles de todo género de frutas de la tierra y otras muchas rosas y olores; pues los conciertos que en él había por donde venía el agua de un río que en ella entraba; pues los ricos aposentos y las labores de ellos y la madera tan olorosa de cedros y otros árboles preciados: galas y cenadores y baños y muchas casas que en ella había; pues los paseadores y el entretejer de unas ramas con otras, e aparte las yerbas medicinales y otras legumbres que entre ellos son buenas de comer, y tenía tantas cosas de mirar que era muy admirable, y ciertamente era huerta para un gran príncipe, y aun no se acabó de andar por entonces toda, porque tenía más de un cuarto de legua de largo. Y dejemos de hablar de la huerta, y digamos que yo no vine en esta entrada, ni en este tiempo que digo anduve esta huerta, sino de ahí a obra de veinte días, que vine con Cortés cuando rodeamos los grandes pueblos de la laguna, como adelante diré; y la causa por que no vine en aquella sazón es porque estaba muy mal herido de un bote de lanza que me dieron en la garganta junto al gaznate, que estuve della a peligro de muerte, de que ahora tengo una señal, y diéronmela en lo de Iztapalapa, cuando nos apretaron tanto; y como yo no fui en esta entrada, por eso diga en esta mi relación: "Fueron y esto hicieron y tal les acaeció"; y no digo: "Hicimos ni hice, ni en ello me hallé"; mas todo lo que escribe acerca dello pasó al pie de la letra; porque luego se sabe en el real de la manera que en las entradas acaece; y ansí, no se puede quitar ni alargar más de lo que pasó. Y dejaré de hablar en esto, y volveré al capitán Gonzalo de Sandoval, que otro día de mañana, viendo que no había más bullicio de guerreros mexicanos, envió a llamar a los caciques de aquel pueblo con cinco indios naturales de los que habían prendido en las batallas pasadas, y los dos de ellos eran principales, y les envió a decir que no hubiesen miedo y que vengan de paz, y que lo pasado se lo perdona, y les dijo otras buenas razones, y los mensajeros que fueron, trataron las paces, mas no osaron venir los caciques por miedo de los mexicanos; y en aquel mismo día también envió a decir a otro gran pueblo que estaba de Guaztepeque obra de dos leguas, que se dice Acapistla, que mirasen que son buenas las paces, que no querían guerra, y que miren y tengan en la memoria en qué han parado los escuadrones de culúas que estaban en aquel pueblo de Guaztepeque, sino que todos han sido desbaratados; que vengan de paz, y que los mexicanos que tienen en guarnición que les echen fuera de su tierra, y que si no lo hacen, que irá allá de guerra y los castigará; y la respuesta fuera que vayan cuando quisieren, que bien quisieren, que bien piensan tener con sus carnes buenas hartazgas, y sus ídolos sacrificios; y como aquella respuesta le dieron, y los caciques de Chalco que con Sandoval estaban, que sabían que en aquel pueblo de Acapistla estaban muchos más mexicanos en guarnición para les ir a Chalco a dar guerra cuando viesen vuelto al Sandoval, a esta causa le rogaron que fuese allá y los echase de allí, y el Sandoval estaba para no ir, lo uno porque estaba herido y tenía muchos soldados y caballos heridos, y lo otro, como había tenido tres batallas, no se quisiera meter por entonces en hacer más de lo que Cortés le mandaba; y también algunos caballeros de los que llevaba en su compañía, que eran de los de Narváez, le dijeron que se volviese a Tezcuco y que no fuese a Acapistla, porque estaba en gran fortaleza, no le acaeciese algún desmán; y el capitán Luis Marín le aconsejó que no dejase de ir a aquella fuerza y hacer lo que pudiese; porque los caciques de Chalco decían que si desde allí. se volvían sin deshacer el poder que estaba junto en aquella fortaleza, que ansí como vean o sepan que Sandoval vuelve a Tezcuco, que luego. son sus enemigos en Chalco; y como era el camino de un pueblo a otro obra de dos leguas, acordó de ir, y apercibió sus soldados y fue allá; y luego como llegó a vista del pueblo, antes de llegar a él le salen muchos guerreros, y le comenzaron a tirar vara y flecha y piedra con hondas, y fue tanta como granizo, que le hirieron tres caballos y muchos soldados, sin poderles hacer cosa ni daño ninguno; y hecho esto, luego se suben entre sus riscos y fortalezas, y desde allí les daban voces y gritas y tañían sus caracolas y atables; y como el Sandoval así vio la cosa, acordó de mandar a algunos de a caballo que se apeasen y a los demás de a caballo que se estuviesen en el campo en lo llano a punto, mirando no viniesen algunos socorros mexicanos a los de Acapistla entre tanto que combatían aquel pueblo; y como vio que los caciques de Chalco y sus capitanes y muchos de sus indios de guerra que allí estaban remolinando y no osaban pelear con los contrarios, adrede para probarlos y ver lo que decían, les dijo Sandoval: "¿Qué hacéis ahí? ¿Por qué no les comenzáis a combatir? Y entrad en este pueblo y fortaleza; que aquí estamos, que os defenderemos"; y ellos respondieron que no se atrevían, porque era gran fortaleza, y que por esta causa venía el Sandoval y sus hermanos los teules con ellos, y con su mamparo y esfuerzo venían los de Chalco a les echar de allí. Por manera que se apercibe el Sandoval de arte que él y todos sus soldados y escopeteros y ballesteros les comenzaron de entrar y subir; y puesto que recibieron en aquella subida muchas heridas, y al mismo capitán le descalabraron otra vez y le hirieron muchos de los amigos, todavía les entró en el pueblo, donde se les hizo mucho daño; y todos los que más daño les hicieron fueron los indios de Chalco y los demás amigos tlascaltecas; porque nuestros soldados, si no fue hasta romperlos y ponerlos en huida, no curaron de dar cuchilladas a ningún indio, porque les parecía crueldad; y en lo que más se empleaban era en buscar una buena india o haber algún despojo; y lo que comúnmente hacían era reñir a los amigos porque eran tan crueles y por quitar. les algunos indios o indias porque no los matasen. Dejemos de hablar desto, y digamos que aquellos guerreros mexicanos que allí estaban, por se defender se vinieron por unos riscos abajo cerca del pueblo, y como había muchos dellos heridos de los que se venían a esconder en aquella quebrada y arroyo, y se desangraban, venía el agua algo turbia de sangre, y no duró aquella turbieza un Ave-Maria. E aquí dice el cronista Gómara en su Historia que por venir el río tinto en sangre los nuestros pasaron sed por causa de la sangre. A esto digo que había fuentes de agua clara abajo en el mismo pueblo, que no tenían necesidad de otra agua. Volvamos a decir que luego que aquello fue hecho se volvió el Sandoval con todo su ejército a Tezcuco, y con buen despojo, en especial con muy buenas piezas de indias. Digamos ahora cómo el señor de México, que se decía Guatemuz, lo supo, y el desbarate de sus ejércitos, dicen que mostró mucho sentimiento dello, y más de que los de Chalco tenía tanto atrevimiento, siendo sus súbditos y vasallos, de osar tomar armas tres veces contra ellos; y estando tan enojado, acordó que entre tanto que el Sandoval volvía al real de Tezcuco, de enviar grandes Poderes de guerreros, que presto juntó en la ciudad de México con otros que estaban junto a la laguna, y en más de dos mil canoas grandes, con todo género de armas, salen sobre veinte mil mexicanos, y vienen de repente en la tierra de Chalco por hacerles todo el mal que pudiesen; y fue de tal arte y tan presto, que aun no hubo bien llegado el Sandoval a Tezcuco ni hablado a Cortés, cuando estaban otra vez mensajeros de Chalco en canoas por la laguna demandando favor a Cortés, porque le dijeron que habían venido sobre dos mil canoas, y en ellas veinte mil mexicanos, y que fuesen presto a los socorrer; y cuando Cortés lo oyó, y Sandoval que entonces en aquel instante llegaba a hablarle y a darle cuenta de lo que había hecho en la entrada donde venía, el Cortés no le quiso escuchar a Sandoval, de enojo, creyendo que por su culpa o descuido recibían mala obra nuestros amigos los de Chalco; y luego sin mas dilación ni le oír le mandó volver y que dejase allí en el real todos los heridos que traía, y con los sanos luego fue muy en posta; y destas palabras que Cortés le dijo recibió mucha pena el Sandoval, y porque no le quiso escuchar, y luego partió para Chalco; y cuando llegó con todo su ejército bien cansado de las armas y largo camino, pareció ser que los de Chalco, luego como lo supieron por sus espías que los mexicanos venían tan de repente sobre ellos, y cómo había tenido Guatemuz aquella cosa concertada que diesen sobre ellos, como dicho tengo, sin más aguardar socorro de nosotros, enviaron a llamar a los de la provincia de Guaxocingo e Tlascala, que estaban cerca, los cuales vinieron aquella noche misma, muy aparejados con sus armas, y se juntaron con los de Chaco, que serían por todos más de veinte mil dellos, e ya les habían perdido el temor a los mexicanos, y gentilmente los aguardaron en el campo y pelearon como muy varones; puesto que los mexicanos mataron y prendieron muchos de ellos, los de Chalco les mataron muchos más y les prendieron hasta quince capitanes y hombres principales, y de otra gente de guerra de no tanta cuenta se prendieron otros muchos; y túvose esta batalla entre los mexicanos por grande deshonra suya, viendo que los de Chalco los vencieron, y, en mucho más que los desbaratáramos nosotros; y como llegó Sandoval a Chalco, y vio que no tenía qué hacer ni qué se temer, que ya no volverían otra vez los mexicanos sobre Chalco, da vuelta a Tezcuco y llevó los presos mexicanos, con lo cual se holgó mucho Cortés; y Sandoval mostró grande enojo de nuestro capitán por lo pasado, y no le fue a ver ni hablar, puesto que Cortés le envió a decir que le había entendido de otra manera, y que creyó que por descuido del Sandoval no se había remediado, pues que iba con mucha gente de a caballo y soldados, y sin haber desbaratado los mexicanos se volvía. Dejemos de hablar desta materia, porque luego tornaron a ser amigos Cortés y Sandoval, y no sabía Cortés placer que hacer al Sandoval por tenerle contento, que no le hacía. Dejarlo he aquí y diré cómo acordamos de herrar todos las piezas, esclavas y esclavos que se habían habido, que fueron muchas, y de cómo vino en aquel instante un navío de Castilla, y lo que más pasó.
contexto
Capítulo CXLII Que trata de lo que hizo el gobernador don García Hurtado de Mendoza estando en la ciudad Imperial invernando e de cómo salió para la ciudad de Cañete Estando el gobernador invernando en la ciudad Imperial, proveyendo a todas partes lo que era necesario, porque en este tiempo no se podía hacer la guerra a los naturales, a causa de ser muy trabajosa por las muchas aguas y grandes ríos que hay, como he dicho, y estando aquí, llegaron dos mensajeros de Joan Pérez Zurita, en que le hacía saber y daba cuenta y relación cómo había ido a la provincia de los diaguitas, y que había poblado una ciudad, la cual se decía Londres. Y luego el gobernador despachó a estos mensajeros, y despachado, dio cédula a los vecinos de la ciudad e Osorno y Valdivia y Villarrica e Imperial. Y continuando los indios aquel mal propósito y pecado de cometer tan sin piedad, y que no les bastaba castigo ni amenazas, fundó el gobernador fuera de la ciudad Imperial una casa del bienaventurado Santo Agustín en su propio día, para que rogase a Nuestro Salvador Jesucristo pusiese en corazón y voluntad a estos infieles, dejasen aquel mal propósito y pecado y los alumbrase en su santo servicio. E hizo esto un domingo 28 de agosto de 1558 años. En este tiempo llegó un navío de los que habían ido con el capitán Ladrillero, desbaratado con tormentas que había tenido a causa de haber dado al través. Y con gran trabajo le habían aderezado lo mejor que pudieron, no sabiendo del otro navío donde iba el capitán. Y ansí vino este navío a la ciudad de Valdivia. Pues pasado el invierno y venida la primavera, viendo el gobernador que los indios de Arauco y de la ciudad de Cañete no habían querido venir de paz, ni aprovehaban requerimientos, salió de la ciudad Imperial para la de Cañete para visitar la ciudad y hacer la guerra a los indios. Salió viernes a catorce de octubre y llegó a diez y ocho del presente a la ciudad. Luego los indios de guerra comenzaron a hacer el daño que podían en los yanaconas de servicio, matando algunos que se desmandaban del real, aunque no muy lejos. Visto esto por el gobernador y el grande atrevimiento que tenían, hizo un fuerte de adobes en que quedasen los españoles seguros, los que quedasen en la ciudad, para de allí salir a dar en un fuerte que los indios tenían en Millarapue, que había en él siete mil indios para desde allí hacer el mal que pudiesen a los españoles. Y los indios, no contentos con las desvergüenzas pasadas, acordaron hacer muchas balsas para ir por el río a el puerto de esta ciudad que he dicho, a tomar un navío que estaba en él, que había traído bastimento, y matar los españoles, lo cual hicieran fácilmente si Dios nuestro Señor no remediara, que el gobernador tuvo aviso de ello. Y luego salió el gobernador con doscientos hombres, y les mandó saliesen del río. Y de esta manera los indios se volvieron a su fuerte. Y el gobernador caminó y llegó a vista del fuerte de los indios, y se puso encima de un pequeño cerro, de donde les envió a hablar y a requerirles viniesen de paz, mas no lo determinaron hacer, y viendo los indios a los españoles, escomenzaron a dar grandes voces y tocar sus cornetas y mostrarse muy valientes. Este fuerte está encima de una loma hecho a la larga, y dos lienzos de palizada muy fuertes, y una cava por delante los lienzos. Y por el un cabo, que era hacia oriente, tenía una quebrada muy montuosa, y por ella corría un río. E por el otro cabo, que era el poniente, tenía una ciénaga. Y por el lienzo de la palizada, que caía hacia el norte, tenían muchos hoyos. Y por la cabeza del lienzo tenían sacado una manga de palizada que corría hacia el norte. En la palizada que tengo dicho estaban dentro cuatro mil indios, y tenían dos piezas de artillería y siete u ocho arcabuceros. Aunque lo dispararon, fue Dios servido que no hicieron daño. Y en la manga de la palizada del lienzo andaban los demás. Viendo el gobernador esta fuerza, ordenó su gente en esta manera, que a Gonzalo Hernández Buenosaños mandó con cincuenta hombres que fuese por junto a la ciénaga y pasase al lienzo de la palizada que estaba hacia el sur, y que por allí los acometiese. Y envió a don Felipe con sesenta hombres por donde estaban los hoyos, y le mandó que a una rompiesen con los demás escuadrones. Y el gobernador tomó cincuenta de a caballo, dejando con el servicio la demás gente, y fuese a la manga de la palizada donde estaba la fuerza de los indios. Y llegado el gobernador, rompió por la palizada y dio en los indios, y luego escomenzaron a desmamparar el fuerte y a huir. Y ansí entraron los demás españoles en el fuerte, matando e hiriendo. Murieron aquí en esta batalla trescientos indios, y prendiéronse muchos. Diose esta batalla a trece de diciembre, día de la bienaventurada Santa Lucía del año de 1558 años. E luego el gobernador se vino al pueblo de Arauco. Acabóse esta crónica y relación copiosa y verdadera, sábado a catorce de diciembre del año de nuestro nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo de mil y quinientos y cincuenta y ocho años, hecha por Gerónimo de Vivar, natural de la ciudad de Burgos.
contexto
Cómo se herraron los esclavos en Tezcuco, y cómo vino nueva que había venido al puerto de la Villa-Rica un navío, y los pasajeros que en él vinieron; y otras cosas que pasaron iré adelante Como hubo llegado Gonzalo de Sandoval con gran presa de esclavos, y otros muchos que se habían habido en las entradas pasadas, fue acordado que luego se herrasen; y de que se hubo pregonado que se llevasen a herrar a una casa señalada, todos los más soldados llevamos las piezas que habíamos habido, para echar el hierro de su majestad, que era una G, que quiere decir guerra, según y de la manera que lo teníamos de antes concertado con Cortés, según he dicho en el capítulo que dello habla, creyendo que se nos había de volver después de pagado el real quinto, que las apreciasen cuánto podía valer cada pieza; y no fue así, porque si en lo de Tepeaca se hizo muy malamente, según otra vez dicho tengo, muy peor se hizo en esto de Tezcuco, que después que sacaban el real quinto, era otro quinto para Cortés y otra parte para los capitanes; y en la noche antes cuando las tenían juntas nos desaparecieron las mejores indias. Pues como Cortés nos había dicho y prometido que las buenas piezas se habían de vender en el almoneda por lo que valiesen, y las que no fuesen tales por menos precio, tampoco hubo buen concierto en ello, porque los oficiales del rey que tenían cargo dellas hacían lo que querían; por manera que si mal se hizo una vez, esta vez peor; y desde allí adelante muchos soldados que tomábamos algunas buenas indias, porque no nos la tomasen, como las pasadas, las escondíamos y no las llevábamos a herrar, y decíamos que habían huido; y si era privado de Cortés, secretamente la llevaban de noche a herrar y las apreciaban en lo que valían y les echaban el hierro y pagaban el quinto; y otras muchas se quedaban en nuestros aposentos, y decíamos que eran naborías que habían venido de paz de los pueblos comarcanos y de Tlascala. También quiero decir que como ya había dos o tres meses pasados que algunas de las esclavas que estaban en nuestra compañía y en todo el real conocían a los soldados cuál era bueno e cuál malo; y cuál trataba bien a las indias naborías que tenía o cuál las trataba mal, y tenían fama de caballeros, y de otra manera; cuando las vendían en el almoneda, si las sacaban algunos soldados que las tales indias o indios no les contentaban o las habían tratado mal, de presto se les desaparecían que no las veían más; y preguntar por ellas era como quien dice: buscar a Mahoma en Granada, o a "mi hijo el bachiller" en Salamanca; y en fin, todo se quedaba en deuda en los libros del rey; así en lo de las almonedas, y los quintos, y al dar las partes del oro se consumió: que ninguno o muy pocos soldados llevaron partes, porque ya lo debían, y aun muchos más pesos de oro que después cobraron los oficiales del rey. Dejemos esto, y digamos cómo en aquella sazón vino un navío de Castilla, en el cual vino por tesorero de su majestad un Julián de Alderete, vecino de Tordesillas, y vino un Orduña el viejo, vecino que fue de la Puebla, que después de ganado México trajo cuatro o cinco hijas, que casó muy honradamente; era natural de Tordesillas; y vino un fraile de san Francisco que se decía fray Pedro Melgarejo de Urrea, natural de Sevilla, que trajo unas bulas de señor san Pedro, y con ellas nos componían si algo éramos en cargo en las guerras en que andábamos; por manera que en pocos meses el fraile fue rico y compuesto a Castilla; trajo entonces por comisario y quien tenía cargo de las bulas a Jerónimo López, que después fue secretario en México; vinieron un Antonio Carvajal, que ahora vive en México, ya muy viejo, capitán que fue de un bergantín; y vino Jerónimo Ruiz de la Mota, yerno que fue, después de ganado México, del Orduña, que asimismo fue capitán de un bergantín, natural de Burgos; y vino un Briones, natural de Salamanca: a este Briones ahorcaron en esta provincia de Guatemala por amotinador de ejércitos, desde a cuatro años que se vino huyendo de lo de Honduras; y vinieron otros muchos que ya no me acuerdo, y también vino un Alonso Díaz de Reguera, vecino que fue de Guatemala, que ahora vive en Valladolid; y trajeron en este navío muchas armas y pólvora, y en fin como navío que venía de Castilla, e vino cargado de muchas cosas, y con él nos alegramos. Y de las nuevas que de Castilla trajeron no me acuerdo bien; mas paréceme que dijeron que el obispo de Burgos ya no tenía mano en el gobierno, que no estaba su majestad bien con él desque alcanzó a saber de nuestros muy buenos e notables servicios, y cómo el obispo escribía a Flandes al contrario de lo que pasaba y en favor de Diego Velázquez: y halló muy claramente su majestad ser verdad todo lo que nuestros procuradores de nuestra parte le fueron a informar, y a esta causa no le oía cosa que dijese Dejemos esto, y volvamos a decir que como Cortés vio los bergantines que estaban acabados de hacer, y la gran voluntad que todos los soldados teníamos de estar ya puestos en el cerco de México, y en aquella sazón volvieron los de Chalco a decir que los mexicanos venían sobre ellos, y que les enviasen socorro, y Cortés les envió a decir que él quería ir en persona a sus pueblos y tierra, y no se volver hasta que a todos los contrarios echase de aquellas comarcas; y mandó apercibir trescientos soldados y treinta a caballo, y todos los más escopeteros y ballesteros que había, y gente de Tezcuco; y fue en su compañía Pedro de Alvarado y Andrés de Tapia y Cristóbal de Olí, y asimismo fue el tesorero Julián de Alderete, y el fraile fray Pedro Melgarejo, que ya en aquella sazón había llegado a nuestro real; e yo fui entonces con el mismo Cortés, porque me mandó que fuese con él; y lo que pasamos en aquella entrada diré adelante.
contexto
Cómo nuestro capitán Cortés fue a una entrada y se rodeó la laguna, y todas las ciudades y grandes pueblos que alrededor hallamos, y lo que más nos pasó en aquella entrada Como Cortés había dicho a los de Chalco que les había de ir a socorrer porque los mexicanos no viniesen y les diesen guerra (porque harto teníamos cada semana de ir y venir a les favorecer), mandó apercibir todos los soldados y ejército, que fueron trescientos soldados y treinta de a caballo, y veinte ballesteros y quince escopeteros, y el tesorero Julián de Alderete y Pedro de Alvarado y Andrés de Tapia y Cristóbal de Olí, y fue también el fraile fray Pedro Melgarejo, y a mí me mandó que fuese con él, y muchos tlascaltecas y amigos de Tezcuco; y dejó en guarda de Tezcuco y bergantines a Gonzalo Sandoval con buena copia de soldados y de a caballo. Y una mañana, después de haber oído misa, que fue viernes 5 días del mes de abril de 1521 años, fuimos a dormir a Talmanalco, y allí nos recibieron muy bien; y el otro día fuimos a Chalco, que estaba muy cerca el uno del otro: allí mandó Cortés llamar a todos los caciques de aquella provincia, y se les hizo un parlamento con nuestras lenguas doña Marina e Jerónimo de Aguilar, en que se les dio a entender como ahora al presente íbamos a ver si podría traer de paz a algunos de los pueblos que estaban más cerca de la laguna, y también para ver la tierra y sitio para poner cerco a la gran ciudad de México, y que por la laguna habían de echar los bergantines, que eran trece, y que les rogaba a todos que para otro día que estuviesen aparejadas todas sus gentes de guerra para ir con nosotros; y cuando lo hubieron entendido, todos a una de muy buena voluntad dijeron que sí lo harían; y otro día fuimos a dormir a otro pueblo que estaba sujeto al mismo Chalco, que se dice Chimalhuacan, y allí vinieron más de veinte mil amigos, así de Chalco y de Tezcuco y Guaxocingo, y los tlascaltecas y otros pueblos; y vinieron tantos que en todas las entradas que yo había ido, después que en la Nueva-España entré, nunca vi tanta gente de guerra de nuestros amigos como ahora fueron en nuestra compañía. Ya he dicho otra vez que iba tanta multitud dellos a causa de los despojos que habían de haber, y lo más cierto, por hartarse de carne humana si hubiese batallas, porque bien sabían que las había de haber; y son a manera de decir como cuando en Italia salía un ejército de una parte a otra, y les seguían cuervos y milanos y otras aves de rapiña, que se mantenían de los cuerpos muertos que quedaban en el campo cuando se daba alguna muy sangrienta batalla; así he juzgado que nos seguían tantos millares de indios. Dejemos desta plática, y volvamos a nuestra relación: que en aquella sazón se tuvo nueva que estaban en un llano cerca de allí aguardando muchos escuadrones y capitanías de mexicanos e sus aliados, todos los de aquellas comarcas, para pelear con nosotros; y Cortés nos apercibió que fuésemos muy alerta y saliéramos de aquel pueblo donde dormimos, que se dice Chimalhuacan, después de haber oído misa, que fue bien de mañana; y con mucho concierto fuimos caminando entre unos peñascos y por medio de dos sierrezuelas, que en ellas había fortalezas y mamparos, donde había muchos indios e indias recogidos e hechos fuertes; y desde su fortaleza nos daban gritos e voces y alaridos, y nosotros no curamos de pelear con ellos, sino callar y caminar y pasar adelante hasta un pueblo grande que estaba despoblado, que se dice Yautepeque, y también pasamos de largo; y llegamos a un llano donde habían unas fuentes de muy poca agua, e a una parte estaba un gran peñol con una fuerza muy mala de ganar, según luego pareció por la obra; y como llegamos en el paraje del peñol, porque vimos que estaba lleno de guerreros, y de lo alto de él nos daban gritos y tiraban piedras e varas y flechas, e hirieron tres soldados de los nuestros, entonces mandó Cortés que reparásemos allí, e dijo: "Parece que todos estos mexicanos se ponen en fortalezas y hacen burla de nosotros de que no les acometemos"; y esto dijo por los que dejábamos atrás en las sierrezuelas; y luego mandó a unos de a caballo y a ciertos ballesteros que diesen una vuelta a una parte del peñol, y que mirasen si había otra subida más conveniente de buena entrada para les poder combatir, y fueron, y dijeron que lo mejor de todo era donde estábamos, porque en todo lo demás no había subida ninguna, que era toda peña tajada; y luego Cortés mandó que les fuésemos entrando y subiendo. El alférez Cristóbal de Corral delante, y otras banderas, y todos nosotros siguiéndolas, y Cortés con los de a caballo aguardando en lo llano por guarda de otros escuadrones de mexicanos, no viniesen a dar en nuestro fardaje o en nosotros entre tanto que combatíamos aquella fuerza; y como comenzamos a subir por el peñol arriba, echan los indios guerreros que en él estaban tantas piedras muy grandes y peñascos, que fue cosa espantosa, como se venían despeñando y saltando, cómo no nos mataron a todos; y fue cosa inconsiderada y no de cuerdo capitán mandarnos subir; y luego a mis pies murió un soldado que se decía fulano Martínez, valenciano, que había sido maestresala de un señor de salva en Castilla, y éste llevaba una celada, y no dijo ni habló palabra; y todavía subíamos, y como venían las galgas (que ansí llamábamos a las grandes piedras que venían despeñadas), rodando y despeñándose y dando saltos; luego mataron a otros dos soldados, que se decían Gaspar Sánchez, sobrino del tesorero de Cuba, y a un fulano Bravo; y todavía subíamos, y luego mataron a otro soldado muy esforzado que se decía Alonso Rodríguez, y a otros dos descalabrados, y en las piernas golpes todos los más de nosotros, y todavía porfiar e ir adelante; e yo, como en aquel tiempo era suelto, no dejaba de seguir al alférez Corral; e íbamos debajo de unas como socarreñas e concavidades que se hacían en el peñol de trecho a trecho, a ventura de si me encontraban algunos peñascos entre tanto que subía de socarreña a socarreña, que fue muy gran ventura; y estaba el alférez Cristóbal Corral amparándose detrás de unos árboles gruesos que tenían muchas espinas, que nacen en aquellas concavidades, y estaba descalabrado y el rostro todo lleno de sangre e la bandera rota, y me dijo: "Oh señor Bernal Díaz del Castillo, que no es cosa el pasar más adelante, y mirá no os cojan algunas lanchas o galgas; estése al reparo de aquesa concavidad"; porque ya no nos podíamos tener aun con las manos, cuanto más poderles subir. En este tiempo vi que de la misma manera que Corral e yo habíamos subido de socarreña en socarreña venía Pedro Barba, que era capitán de ballesteros, con otros dos soldados; e yo le dije desde arriba: "Oh señor capitán, no suba más adelante, que no se podrá tener con pies y manos, no vuelva rodando"; y cuando se lo dije, me respondió como muy esforzado, o por dar aquella respuesta como gran señor, dijo: "Y eso había de decir, sino ir adelante"; e yo recibí de aquella palabra remordimiento de mi persona, y le respondí: "Pues veamos cómo sube donde yo estoy"; y todavía pasé bien arriba; y en aquel instante vienen tantas piedras muy grandes que echaron de lo alto, que tenían represadas para aquel efecto, que hirieron a Pedro Barba y le mataron un soldado, y no pasaron más un paso de allí donde estaban; y entonces el alférez Corral dio voces para que dijesen a Cortés de mano en mano que no se podía subir más arriba, e que al retraer también era muy peligroso; y como Cortés lo entendió, porque allá abajo donde estaba en tierra llana le habían muerto tres soldados y herido siete del gran ímpetu de las galgas que iban despeñándose (y aun tuvo por cierto Cortés que todos los más de los que habíamos subido arriba estábamos muertos o bien heridos, porque donde él estaba no podía ver las vueltas que daba aquel peñol), y luego por señas y por voces y por unas escopetas que soltaron, tuvimos arriba nuestras senas que nos mandaban retraer; y con buen concierto, de socarreña en socarreña bajamos abajo todos descalabrados y corriendo sangre, y las banderas rotas, y ocho muertos y desque Cortés así nos vio, dio muchas gracias a Dios; y luego le dijeron lo que habíamos pasado yo y el Pedro Barba, porque se lo dijo el mismo Pedro Barba y el alférez Corral estando platicando de la gran fuerza, e que fue maravilla cómo no nos llevaron las galgas de vuelo, según eran muchas; y aun lo supieron luego en todo el real. Dejemos todo esto, y digamos cómo estaban muchas capitanías de mexicanos aguardando en partes que no les podíamos ver ni saber dellos, y estaban esperando para socorrer y ayudar a los del peñol; y bien entendieron lo que fue, que no podríamos subirles en la fuerza, y que entre tanto que estábamos peleando tenían concertado que los del peñol por una parte y ellos por la otra darían en nosotros; y como lo tenían acordado, así vinieron a les ayudar a los del peñol; y cuando Cortés lo supo que venían mandó luego a los de a caballo y a todos nosotros que fuésemos a encontrar con ellos, y así se hizo; y aquella tierra era llana, y a partes había unas como vegas que estaban entre otros serrejones; y seguimos a los contrarios hasta que llegamos a otro muy fuerte peñol, y en el alcance se mataron muy pocos indios, porque se acogían en partes que no se podían haber. Pues vueltos a la fuerza que probábamos a subir, e viendo que allí no había agua ni la habíamos bebido en todo el día, ni aun los caballos, porque las fuentes que dicho tengo que allí estaban no la tenían, sino lodo; que, como teníamos tantos enemigos, estaban sobre ellas y no las dejaban manar, y a esta causa mudamos nuestro real y fuimos por una vega abajo cerca de otro peñol, que sería del uno al otro obra de legua y media poco más o menos, creyendo que hallaríamos agua, y no la había sino muy poca; y cerca de aquel peñol había unos árboles de morales de la tierra, y allí nos paramos, y estaban obra de doce o trece casas al pie de la sierra y fuerza; y así que nosotros llegamos nos comenzaron a dar grita y tirar galgas y varas y flechas desde lo alto; y estaba en esta fuerza mucha más gente que en el primero peñol, y aun era muy mas fuertes, según después vimos; y nuestros escopeteros y ballesteros les tiraban, mas estaban tan altos y tenían tantos mamparos, que no se les podía hacer mal ninguno; pues entrarles o subirles no había remedio, y aunque probamos dos veces, que por las casas que allí estaban había unos pasos, hasta dos vueltas podíamos ir, mas desde allí adelante, ya he dicho, peor que el primero; de manera que así en esta fuerza como en la primera no ganamos ninguna reputación, antes los mexicanos y sus confederados tenían victoria; e aquella noche dormimos en aquellos morales bien muertos de sed, y se acordó para otro día que desde otro peñol que estaba cerca dél fuesen todos los ballesteros y escopeteros, y que subiesen en él, que había subida, aunque no buena: porque desde aquel alcanzarían las ballestas y escopetas el otro peñol fuerte y podíanle combatir; y mandó Cortés a Francisco Verdugo y al tesorero Julián de Alderete que se preciaban de buenos ballesteros, y a Pedro Barba, que era capitán, que fuesen por caudillos; y que todos los más soldados hiciésemos acometimiento por los pasos y subidas de las casas que dicho tengo que les queríamos subir, y así los comenzamos a entrar; mas echaban tanta piedra grande y menuda, que hirieron a muchos soldados; y además desto, no les subíamos de hecho, porque era por demás, que aun tenernos con las manos y pies no podíamos; y entre tanto que nosotros estábamos de aquella manera, los ballesteros y escopeteros desde el peñol que he dicho les alcanzaban con las ballestas y escopetas, y aunque no muy bien, mataban algunos y herían otros; de manera que estuvimos dándoles combates obra de media hora; y quiso nuestro señor Dios que acordaron de se dar de paz, y fue por causa que no tenían agua ninguna, que estaba mucha gente arriba en el peñol, en un llano que se hacía arriba, e habíase acogido a él de todas aquellas comarcas así hombres como mujeres y niños e gente menuda; y para que entendiésemos abajo que querían paces, desde el peñol las mujeres meneaban unas mantas hacia abajo, y con las palmas daban unas con otras, señalando que nos harían pan y tortillas, y los guerreros no nos tiraban vara ni piedra ni flecha, y cuando Cortés lo entendió, mandó que no se les hiciese mal ninguno, y por señas se les dio a entender que bajasen cinco principales a entender en las paces; los cuales bajaron, y con grande acato dijeron a Cortés que les perdonase, que por favorecerse y defenderse se habían subido en aquellas fuerzas; y Cortés les dijo con nuestras lenguas doña Marina y Aguilar, algo enojado, que eran dignos de muerte por haber empezado la guerra; mas que pues han venido, que vayan luego al otro peñol e llamen los caciques e hombres principales que en él están, e traigan los muertos, e que lo pasado se les perdonará; y que vengan de paz, si no, que habíamos de ir sobre ellos y ponerles cerco hasta que se mueran de sed; porque bien sabíamos que no tenían agua, porque en toda aquella tierra no hay sino muy poca; y luego fueron a llamarlos. así como se lo mandó. Dejemos de hablar en ello hasta que vuelvan con la respuesta; y digamos cómo estando platicando Cortés con el fraile Melgarejo y el tesorero Alderete sobre las guerras pasadas que habíamos habido antes que viniesen a la Nueva-España, y en la del peñol, y el gran poder de los mexicanos, y las grandes ciudades que habían visto después que vinieron de Castilla; y decían que si al emperador nuestro señor le informara de la verdad el obispo de Burgos, como le escribía el contrario, que nos enviaría a hacer grandes mercedes; que no se acuerdan que otros mayores servicios haya recibido ningún rey en el mundo que el que nosotros le habíamos hecho en ganar tantas ciudades, sin ser sabidor su majestad de cosa ninguna. Dejemos otras muchas pláticas que pasaron, y digamos cómo mandó nuestro capitán Cortés al alférez Corral y a otros dos capitanes, que fueron Juan Jaramillo y a Pedro de Ircio, y a mí, que me hallé allí con ellos, que subiésemos al peñol y viésemos la fortaleza qué tal era, e que si estaban muchos indios heridos o muertos de saetas y escopetas, e qué gente estaba recogida; e cuando esto nos mandó dijo: "Mirad señores, que no les toméis ni un grano de maíz"; y según yo entendí, quisiera que nos aprovecháramos; y subimos al peñol por unos malos pasos, digo que era más fuerte que el primero, porque era peña tajada; e ya que estábamos arriba, para entrar en la fuerza era como quien entra por una abertura no más ancha que dos bocas de silos o de horno; e ya puestos en lo más alto e llano, estaban grandes anchuras de prados, y todo lleno de gente, así de guerra como de muchas mujeres e niños, e hallamos hasta veinte muertos y muchos heridos, y no tenían gota de agua que beber, y tenían todo su hato y su hacienda hechos fardajes, y otros muchos líos de mantas, que eran de tributo que daban a Guatemuz; e como yo así vi tantas cargas de ropa y supe que eran del tributo, comencé a cargar cuatro tlascaltecas, mis naborías que llevé conmigo, y también eché a cuestas de otros cuatro indios de los que la guardaban otros cuatro fardos, y a cada uno eché una carga; e como Pedro de Ircio lo vio, dijo que no lo llevase, e yo porfiaba que sí; y como era capitán, hízose lo que mandó, porque me amenazó que se lo diría a Cortés; y me dijo el Pedro de Ircio que bien había visto que dijo Cortés que no les tomásemos un grano de maíz, e yo dije que así era verdad, que por esa palabra misma quería llevar de aquella ropa: por manera que no me dejó llevar cosa ninguna; y bajamos a dar cuenta a Cortés de lo que habíamos visto e a lo que nos envió; y dijo el Pedro de Ircio a Cortés, por me revolver con él, lo pasado, pensando que le contentaba mucho; después de le dar cuenta de lo que había, dijo: "No se les tomó cosa ninguna; que ya había cargado Bernal Díaz del Castillo de ropa a ocho indios, e si no se lo estorbaba yo, ya los traería cargados"; entonces dijo Cortés medio enojado: "Pues ¿por qué no lo trajo? Y también os habíais de quedar allá vos con la ropa e indios con los de arriba"; e dijo: "Mirad cómo no entendieron que los envié porque se aprovechasen, y a Bernal Díaz, que me entendió, quitaron el despojo que traía destos perros, que se quedarán riendo con los que nos han muerto y herido"; e cuando aquello oyó el Pedro Ircio dijo que quería tornar a subir a la fuerza; y entonces le dijo que ya no había coyuntura para ello, y que no fuese allá de ninguna manera. Dejemos esta plática, y digamos cómo vinieron los del otro peñol, y en fin de muchas razones que pasaron sobre que les perdonasen, todos dieron la obediencia a su majestad; y como no había agua en aquel paraje, nos fuimos luego camino de un pueblo ya nombrado en el capítulo pasado, que se dice Guaztepeque, adonde estaba la huerta que he dicho que es la mejor que había visto en toda mi vida, y así lo torno a decir; que el tesorero Alderete y el fraile fray Pedro Melgarejo, y nuestro Cortés desque entonces la vieron y pasearon algo della, se admiraron y dijeron que mejor cosa de huerta no habían visto en Castilla. Y digamos cómo en aquella noche nos aposentamos todos en ella; y los caciques de aquel pueblo vinieron de paz a hablar y servir a Cortés, porque Gonzalo de Sandoval los había recibido ya de paz cuando entró en aquel pueblo, según más largamente he escrito en el capítulo pasado que dello habla; y aquella noche reposamos allí, y a otro día muy de mañana nos partimos para Cuernavaca y hallamos unos escuadrones de guerreros mexicanos que de aquel pueblo habían salido, y los de a caballo les siguieron más de legua y media hasta encerrarlos en otro gran pueblo que se dice Tepuztlan; y estaban tan descuidados los moradores dél, que dimos en ellos antes que sus espías que tenían sobre nosotros llegasen. Aquí se hubieron muy buenas indias e despojos, y no aguardaron ningunos mexicanos ni los naturales en el pueblo; y nuestro Cortés envió a llamar a los caciques por tres o cuatro veces que viniesen todos de paz: y que si no venían, que les quemaría el pueblo y los iríamos a buscar; y la respuesta fue que no querían venir; e porque otros pueblos tuviesen temor dello, mandó poner fuego a la mitad de las casas que allí cerca estaban, y en aquel instante vinieron los caciques del pueblo por donde aquel día pasamos, que ya he dicho que se dice Yautepeque, y dieron la obediencia a su majestad; y otro día fuimos camino de otro mejor y mayor pueblo, que se dice: Coadlabaca (y comúnmente corrompimos ahora aquel vocablo y le llamamos Cuernabaca) y había dentro de él mucha gente de guerra, así de mexicanos como de los naturales, y estaba muy fuerte por unas cavas y riachuelos que están en las barrancas por donde corre el agua, muy hondas, de más de ocho estados abajo, puesto que no llevaban mucha agua, y es fortaleza para ellos; y también no había entrada para caballos sino por unas dos puentes, y teníanlas quebradas; y desta manera estaban tan fuertes, que no los podíamos llegar, puesto que nos llegábamos a pelear con ellos desta parte de sus cavas y riachuelos en medio, y ellos nos tiraban mucha vara y flechas e piedras con hondas; y estando desta manera avisaron a Cortés que más adelante, obra de media legua, había entrada para los caballos, y luego fue allá con los de a caballo, y todos nosotros estábamos buscando paso, y vimos que desde unos árboles que estaban junto con la cava se podía pasar a la otra parte de aquella honda cava, y puesto que cayeron tres soldados desde los árboles abajo en el agua, y aun el uno se quebró la pierna, todavía pasamos, aunque con harto peligro; porque de mí digo que verdaderamente cuando pasaba que lo vi muy peligroso e malo de pasar, y se me desvanecía la cabeza, y todavía pasé yo y otros veinte o treinta soldados y muchos tlascaltecas, y comenzamos a dar por las espaldas de los mexicanos, que estaban tirando vara y flecha a los nuestros; y cuando lo vieron, que lo tenían por cosa imposible, creyeron que éramos muchos más; y en este instante llegaron Cristóbal de Olí e Pedro de Alvarado y Andrés de Tapia, con otros de a caballo, que habían pasado con mucho riesgo de sus personas por una puente quebrada, y damos en los contrarios; por manera que volvieron las espaldas y se fueron huyendo a los montes y a otras partes de aquella honda cava, donde no se pudieron haber; e dende a poco rato también llegó Cortés con todos los demás de a caballo. En este pueblo se hubo gran despojo, así de mantas muy grandes como de buenas indias, e allí mandó Cortés que estuviésemos aquel día, y en una huerta del señor de aquel pueblo nos aposentamos todos, y era muy buena. Que quiera decir el gran recaudo de velas y escuchas y corredores del campo que do quiera que estábamos, o por los caminos llevábamos, es prolijidad recitarlo tantas veces; y por esta causa pasaré adelante, y diré que vinieron nuestros corredores del campo a decir a Cortés que venían hasta veinte indios, y a lo que parecía en sus meneos y semblantes eran caciques y hombres principales que le traían mensajes o a demandar paces, y eran los caciques de aquel pueblo; y cuando llegaron adonde Cortés estaba le hicieron mucho acato y le presentaron ciertas joyas de oro, y le dijeron que les perdonase porque no salieron de paz, que el señor de México les enviaba a mandar que, pues estaban en fortaleza, que desde allí nos diesen guerra, y les envió un buen escuadrón de mexicanos para que les ayudasen; e que a lo que ahora han visto, que no habrá cosa, por fuerte que sea, que no la combatamos y señoreemos. y que le piden por merced que los reciba de paz; y Cortés les mostró buena cara y dijo que somos vasallos de un gran señor, que es el emperador don Carlos, que a los que le quisieren servir que a todos les hace mercedes, y que a ellos en su real nombre los recibe de paz: y allí dieron la obediencia a su majestad; y acuérdome que dijeron aquellos caciques que en pago de no haber venido de paz hasta entonces permitieron nuestros dioses a los suyos que les hiciese castigo en sus personas y haciendas. Donde los dejaré ahora; y digamos cómo otro día de mañana caminamos para otra gran población que se dice Suchimilco; y lo que pasamos en el camino y en la ciudad y reencuentros de guerra que nos dieron diré adelante, hasta que volvimos a Tezcuco, y lo que más pasamos.
contexto
Cómo Cortés buscó a los marineros que eran menester para remar en los bergantines, y se les señaló capitanes que habían de ir en ellos, y de otras cosas que se hicieron Después de hecho el alarde ya otras veces dicho, como vio Cortés que para remar los bergantines no hallaban tantos hombres del mar que supiesen remar, puesto que bien se conocían los que habíamos traído en nuestros navíos que dimos al través con ellos cuando venimos con Cortés, e asimismo se conocían los marineros de los navíos que dimos al través con ellos cuando venimos con puestos por memoria y los habían apercibido porque habían de remar, y aun con todos ellos no había recaudo para todos trece bergantines, y muchos dellos rehusaban y aun decían que no habían de remar; y Cortés hizo pesquisa para saber los que eran marineros o habían visto que iban a pescar, o si eran de Palos o Moguer o del Puerto o de otro cualquier puerto o parte donde hay marineros, les mandaba, so graves penas, que entrasen en los bergantines, y aunque más hidalgos dijesen que eran, les hizo ir a remar, y desta manera juntó ciento y cincuenta hombres para remar: y ellos fueron los mejor librados que nosotros los que estábamos en las calzadas batallando, y quedaron ricos de despojos, como adelante diré y desque Cortés les hubo mandado que anduviesen en los bergantines, y les repartió los ballesteros y escopeteros y pólvora y tiros e saetas y todo lo demás que era menester, y les mandó poner en cada bergantín las banderas reales y otras banderas del nombre que se decía ser el bergantín, y otras cosas que convenían; nombró por capitanes para cada uno dellos a los que ahora aquí diré: a Garci-Holguin, Pedro Barba, Juan de Limpias Carvajal, "el sordo", Juan Jaramillo, Jerónimo Ruiz de la Mota, Carvajal, su compañero, que ahora es muy viejo y vive en la calle de San Francisco; e a un Portillo, que entonces vino de Castilla, buen soldado, que tenía una mujer hermosa; e a un Zamora, que fue maestre de navíos, que vivía ahora en Guaxaca; e a un Colmenero, que era marinero, buen soldado; e a, un Lerma e a Ginés Nortes e a Briones, natural de Salamanca; el otro capitán no me acuerdo su nombre; e Miguel Díaz de Auz; e cuando los hubo nombrado, mandó a todos los ballesteros y escopeteros e a los demás soldados que habían de remar, que obedeciesen a los capitanes que les ponía y no saliesen de su mandado, so graves penas; y les dio las instrucciones que cada capitán había de hacer y en qué puesto habían de ir de las calzadas e con qué capitanes de los de tierra. Acabado de poner en concierto todo lo que he dicho, viniéronle a decir a Cortés que venían los capitanes de Tlascala con gran copia de guerreros, y venía en ellos por capitán general Xicotenga, "el mozo", el que fue capitán cuando las guerras de Tlascala, y este fue el que nos trataba la traición en Tlascala cuando salimos huyendo de México, según otras muchas veces lo he referido; e que traía en su compañía otros dos hermanos, hijos del buen viejo don Lorenzo de Vargas, e que traía gran copia de tlascaltecas y de Guaxocingo, y otro capitán de cholultecas; y aunque eran pocos, porque, a lo que siempre vi, después que en Cholula se les hizo el castigo, ya otra vez por mí dicho en el capítulo que dello habla, después acá jamás fueron con los mexicanos ni aun con nosotros, sino que se estaban a la mira, que aun cuando nos echaron de México no se hallaron ser nuestros contrarios. Dejemos esto, y volvamos a nuestra relación: que como Cortés supo que venía Xicotenga y sus hermanos y otros capitanes, e vinieron un día primero del plazo que les enviaron a decir que viniesen, salió a les recibir Cortés un cuarto de legua de Tezcuco, con Pedro de Alvarado y otros nuestros capitanes; y como encontraron con el Xicotegan y sus hermanos, les hizo Cortés mucho acato y les abrazó, y a todos los demás capitanes, y venían en gran ordenanza y todos muy lucidos, con grandes divisas cada capitanía por sí, y sus banderas tendidas, y el ave blanca que tienen por armas, que parece águila con sus alas tendidas; traían sus alféreces revolando sus banderas y estandartes, y todos con sus arcos y flechas y espadas de a dos manos y varas con tiraderas, e otros macanas y lanzas grandes e otras chicas e sus penachos, y puestos en concierto y dando voces y gritos e silbos, diciendo: "¡Viva el emperador, nuestro señor, y Castilla, Castilla, Tlascala, Tlascala!" Y tardaron en entrar en Tezcuco mas de tres horas, y Cortés los mandó aposentar en unos buenos aposentos, y los mandó dar de comer de todo lo que en nuestro real había; e después de muchos abrazos y ofrecimientos que los haría ricos, se despidió dellos y les dijo que otro día les diría lo que habían de hacer, e que ahora venían cansados, que reposasen; y en aquel instante que llegaron aquellos caciques de Tlascala que dicho tengo, entraron en nuestro real cartas que enviaba un soldado que se decía Hernando de Barrientos, desde un pueblo que se dice Chinanta, que estará de México obra de noventa leguas; y lo que en ella se contenía era que habían muerto los mexicanos en el tiempo que nos echaron de México a tres compañeros suyos cuando estaban en las estancias y minas donde los dejó el capitán Pizarro, que así se llamaba, para que buscasen y descubriesen todas aquellas comarcas si había minas ricas de oro, según dicho tengo en el capítulo que dello habla y que el Barrientos que se acogió a aquel pueblo de Chinanta, adonde estaba, y que son enemigos de mexicanos. Este pueblo fue donde trajeron las picas cuando fuimos sobre Narváez. Y porque no hacen al caso a nuestra relación otras particularidades que decía en la carta, se dejará de decir; y Cortés sobre ella le escribió en respuesta dándole relación de la manera que íbamos de camino para poner cerco a México, y que a todos los caciques de aquellas provincias les diese sus encomiendas, y que mirase que no se viniese de aquella tierra hasta tener carta suya, porque en el camino no le matasen los mexicanos. Dejemos esto, y digamos cómo Cortés ordenó de la manera que habíamos de ir a poner cerco a México, y quiénes fueron los capitanes, y lo que más en el cerco sucedió.
contexto
De la gran sed que hubo en este camino y del peligro en que nos vimos en Suchimilco con muchas batallas y reencuentros que con los mexicanos y con los naturales de aquella ciudad tuvimos, y de otros muchos reencuentros de guerras que hasta volver a Tezcuco pasamos Pues como caminamos para Suchimilco, que es una gran ciudad, y en toda la más della están fundadas las casas en la laguna de agua dulce, y estará de México obra de dos leguas y media; pues yendo por nuestro camino con gran concierto y ordenanza, como lo teníamos de costumbre, fuimos por unos pinares, y no había agua en todo el camino; y como íbamos con nuestras armas a cuestas y era ya tarde y hacía gran sol, aquejábanos mucho la sed, y no sabíamos si había agua adelante, y habíamos andado ciertas leguas, ni tampoco teníamos certeza qué tanto estaba de allí un pozo que nos decían que había en el camino; y como Cortés así vio todo nuestro ejército cansado, y los amigos tlascaltecas se desmayaron y se murió uno de sed, y un soldado de los nuestros que era viejo y estaba doliente, me parece que también se murió de sed, acordó Cortés de parar a la sombra de unos pinares, y mandó a seis de a caballo que fuesen adelante, camino de Suchimilco, e que viesen que tanto allí había población o estancias, o el pozo que tuvimos noticias que estaba cerca, para ir a dormir a él; y cuando fueron los de a caballo, que era Cristóbal de Olí y un Valdenebro y Pedro González de Trujillo, y otros muy esforzados varones, acordé yo de apartar en parte que no me viese Cortés ni los de a caballo, y llevé tres naborías míos tlascaltecas, bien esforzados e sueltos indios, y fui tras ellos hasta que me vieron ir, y me aguardaron para me hacer volver, no hubiese algún rebato de guerreros mexicanos donde no me pudiese valer, e yo todavía porfiaba a ir con ellos; y el Cristóbal de Olí, como era yo su amigo, me dijo que fuese y que aparejase los puños a pelear con las manos y los pies a ponerme en salvo; y era tanta la sed que tenía, que aventuraba mi vida por me hartar de agua; y pasando obra de media legua adelante, había muchas estancias y caserías de los de Suchimilco en unas laderas de unas sierrezuelas; entonces los de a caballo que he dicho se apartaron para buscar agua en las casas, y la hallaron y se hartaron della, y uno de mis tlascaltecas me sacó de una casa un gran cántaro de agua, que así los hay grandes cántaros en aquella tierra, de que me harté yo y ellos; y entonces acordé desde allí de me volver donde estaba Cortés reposando, porque los moradores de aquellas estancias ya comenzaban a se apellidar y nos daban grita, y traje el cántaro lleno de agua con los tlascaltecas, y hallé a Cortés que ya comenzaba a caminar con todo su ejército; y como le dije que había agua en unas estancias muy cerca de allí y que había bebido y que traía agua en el cántaro, la cual traían los tlascaltecas muy escondida porque no me la tomasen, porque "a la sed no hay ley"; de la cual bebió Cortés y otros caballeros, y se holgó mucho, y todos se alegraron y se dieron priesa a caminar, y llegamos a las estancias antes de se poner el sol, y por las casas hallaron agua, aunque no mucha, y con la sed que traían algunos soldados, comían unos como cardos, y a algunos se les dañaron las bocas y lenguas; y en este instante vinieron los de a caballo e dijeron que: el pozo que estaba lejos, y que ya estaba toda la tierra apellidando guerra, e que era bien dormir allí; y luego pusieron velas y espías corredores del campo, e yo fui uno de los que pusieran por velas, y paréceme que llovió aquella noche un poco o que hizo mucho viento; y otro día muy de mañana comenzamos a caminar, e obra de las ocho llegamos a Suchimilco. Saber yo ahora decir la multitud de guerreros que nos estaban esperando, unos por tierra e otros en un paso de una puente que tenían quebrada, e los muchos mamparos y albarradas que tenían hecho en ellas, e las lanzas que traían hechas, como dalles, de las espadas que hubieron cuando la gran matanza que hicieron de los nuestros en lo de las puentes de México, y otros muchos indios capitanes que todos traían espadas de las nuestras muy relucientes; pues flecheros y varas de a dos gajos, y piedra con hondas, y espadas de a dos manos como contantes, hechas de a dos manos de navajas. Digo que estaba toda la tierra firme y al pasar de aquella puente estuvieron peleando con nosotros cerca de media hora, que no les podíamos entrar, que ni bastaban ballestas ni escopetas ni grandes arremetidas que hacíamos, y lo peor de todo era que ya venían otros escuadrones dellos por las espaldas dándonos guerra; y cuando aquello vimos, rompimos por el agua y puente medio nadando, y otros a vuelapié, y allí hubo algunos de nuestros soldados que bebieron tanta agua por fuerza, que se les hincharon las barrigas dello. Y volvamos a nuestra batalla: que al pasar de la puente hirieron a muchos de los nuestros e mataron dos soldados y luego les llevamos a buenas cuchilladas por unas calles donde había tierra firme adelante, y los de a caballo, juntamente con Cortés, salen por otras partes a tierra firme adonde toparon sobre más de diez mil indios, todos mexicanos, que venían de refresco para ayudar a los de aquel pueblo; y peleaban de tal manera con los nuestros, que les aguardaban con las lanzas a los de a caballo, e hirieron a cuatro dellos; y Cortés, que se halló en aquella gran priesa, y el caballo en que iba, que era muy bueno castaño oscuro, que le llamaban el Romo, o de muy gordo, o de cansado, como estaba holgado, desmayó el caballo y los contrarios mexicanos, como eran muchos, echaron mano a Cortés y le derribaron del caballo; otros dijeron que por fuerza le derrocaron; ahora sea por lo uno o por lo otro, en aquel instante llegaron muchos más guerreros mexicanos para si pudieran apañarle vivo a Cortés; y como aquello vieron unos tlascaltecas y un soldado muy esforzado, que se decía Cristóbal de Olea, natural de Castilla la Vieja, de tierra de Medina del Campo, de presto llegaron, y a buenas cuchilladas y estocadas hicieron lugar, y tornó Cortés a cabalgar, aunque bien herido en la cabeza, y quedó el Olea muy malamente herido de tres cuchilladas; y en aquel tiempo acudimos todos los más soldados que más cerca dél nos hallamos; porque en aquella sazón, como en aquella ciudad había en cada calle muchos escuadrones de guerreros y por fuerza habíamos de seguir las banderas, no podíamos estar todos juntos, sino pelear unos a unas partes y otros a otras, como nos fue mandado por Cortés; mas bien entendimos que donde andaba Cortés y los de a caballo que había mucho que hacer, por las muchas gritas y voces y alaridos que oíamos. Y en fin de más razones, puesto que había adonde andábamos muchos guerreros, fuimos con gran riesgo de nuestras personas adonde estaba Cortés, que ya se le habían juntado hasta quince de a caballo y estaban peleando con los enemigos junto a unas acequias, adonde se amparaban y había albarradas; y como llegamos, les pusimos en huida, aunque no del todo volvían las espaldas; y porque el soldado Olea que acudió a nuestro Cortés estaba muy mal herido de tres cuchilladas y se desangraba, y las calles de aquella ciudad estaban llenas de guerreros, dijimos a Cortés que se volviese a unos mamparos y se curase el Cortés y el Olea; y así, volvimos, y no muy sin zozobra de vara y piedra y flecha, que nos tiraban de muchas partes donde tenían mamparos y albarradas, creyendo los mexicanos que volvíamos retrayéndonos, e nos seguían con gran furia; y en este instante viene Pedro de Alvarado e Andrés de Tapia y Cristóbal de Olí y todos los mas de a caballo que fueron con ellos a otras partes, el Olí corriendo sangre de la cara y el Pedro de Alvarado herido, y el caballo y todos los demás cada cual con su herida, y dijeron que habían peleado con tanto mexicano en el campo, que no se podían valer; y porque cuando pasamos la puente que dicho tengo, parece ser Cortés los repartió que la mitad de a caballo fuesen por una parte y la otra mitad por otra; y así, fueron siguiendo tras unos escuadrones, y la otra mitad tras los otros. Pues ya que estábamos curando los heridos con quemarles con aceite e apretarles con mantas, suenan tantas voces y trompetillas e caracoles por unas calles en tierra firme, y por ellas vienen tantos mexicanos a un patio donde estábamos curando los heridos, e tírannos tanta vara y piedra, que hirieron de repente a muchos soldados; mas no les fue muy bien en aquella cabalgada, que presto arremetimos con ellos, y a buenas cuchilladas y estocadas quedaron hartos dellos tendidos. Pues los de a caballo no tardaron en salirles al encuentro, que mataron muchos; puesto que entonces hirieron dos caballos e mataron un soldado, de aquella vez los echamos de aquel sitio; y cuando Cortés vio que no había más contrarios, nos fuimos a reposar a otro grande patio, adonde estaban los grandes adoratorios de aquella ciudad, y muchos de nuestros soldados subieron en el cu más alto, adonde tenían sus ídolos, y desde allí vieron la gran ciudad de México y toda la laguna, porque bien se señoreaba todo; y vieron venir sobre dos mil canoas que venían de México llenas de guerreros, y venían derechos adonde estábamos; porque, según otro día supimos, el señor de México, que se decía Guatemuz, les enviaba para que aquella noche o día diesen en nosotros; y juntamente envió por tierra sobre otros diez mil guerreros para que, unos por una parte y otros por otra, tuviesen manera que no saliésemos de aquella ciudad con las vidas ninguno de nosotros. También había apercibido otros diez mil hombres para les enviar de refresco cuando estuviesen dándonos guerra, y esto se supo otro día de cinco capitanes mexicanos que en las batallas prendimos; y mejor lo ordenó nuestro señor Jesucristo; porque así como vino aquella gran flota de canoas, luego se entendió que venían contra nosotros y acordóse que hubiese muy buena vela en todo nuestro real, repartido a los puertos y acequias por donde habían de venir a desembarcar, y los de a caballo muy a punto toda la noche, ensillados y enfrenados, aguardando en la calzada y tierra firme, y todos los capitanes, y Cortés con ellos, haciendo vela y ronda toda la noche, a mí e a otros diez soldados nos pusieron por velas sobre unas paredes de cal y canto, y tuvimos muchas piedras e ballestas y escopetas y lanzas grandes adonde estábamos, para que si por allí, en unas acequias que era desembarcadero, llegasen canoas, que los resistiésemos e hiciésemos volver, e a otros soldados pusieron en guarda en otras acequias. Pues estando velando yo y mis compañeros, sentimos el rumor de muchas canoas que venían a remo callado a desembarcar a aquel puesto donde estábamos, y a buenas pedradas y con las lanzas les resistimos, que no osaron desembarcar, y a uno de nuestros compañeros enviamos que fuese a dar aviso a Cortés; y estando en esto, volvieron otra vez muchas canoas cargadas de guerreros, y nos comenzaron a tirar mucha vara y piedra y flecha, y los tornamos a resistir, y entonces descalabraron a dos de nuestros soldados; y como era de noche y muy oscuro, se fueron a juntar las canoas con sus capitanes de la flota de canoas, y todas juntas fueron a desembarcar a otro portezuelo o acequias hondas; y como no son acostumbrados a pelear de noche, se juntaron todos con los escuadrones que Guatemuz enviaba por tierra, que eran ya dellos más de quince mil indios. También quiero decir, y esto no por me jactanciar, que como nuestro compañero fue a dar aviso a Cortés cómo habían llegado allí en el puerto donde velábamos muchas canoas de guerreros, según dicho tengo, luego vino a hablar con nosotros el mismo Cortés, acompañado de diez de a caballo, y cuando llegó cerca sin nos hablar, dimos voces yo y un Gonzalo Sánchez, que era del Algarbe portugués, y dijimos: "¿Quién viene ahí? ¿No podéis hablar?" Y le tiramos tres o cuatro pedradas; y como me conoció Cortés en la voz a mí y a mi compañero, dijo Cortés al tesorero Julián de Alderete y a fray Pedro Melgarejo y al maestre de campo, que era Cristóbal de Olí, que le acompañaban a rondar: "No es menester poner aquí más recaudo, que dos hombres están aquí puestos entre los que velan, que son de los que pasaron conmigo de los primeros, que bien podemos fiar dellos esta vela, y aunque sea otra cosa de mayor afrenta"; y desque nos hablaron, dijo Cortés que mirásemos el peligro en que estábamos; se fueron a requerir a otros puestos, y cuando no me cato, sin más nos hablar, oímos cómo traían a un soldado azotando por la vela, y era de los de Narváez. Pues otra cosa quiero traer a la memoria, y es, que ya nuestros escopeteros no tenían pólvora ni los ballesteros saetas; que el día antes se dieron tal priesa, que lo habían gastado; y aquella misma noche mandó Cortés a todos los ballesteros que alistasen todas las saetas que tuviesen y las emplumasen y pusiesen sus casquillos, porque siempre traíamos en las entradas muchas cargas de almacén de saetas, y sobre cinco cargas de casquillos hechos de cobre, y todo aparejo para donde quiera que llegásemos tener saetas; y toda la noche estuvieron emplumando y poniendo casquillos todos los ballesteros, y Pedro Barba, que era su capitán, no se quitaba de encima de la obra, y Cortés, que de cuando en cuando acudía. Dejemos esto, y digamos ya que fue de día claro cuál nos vinieron a cercar todos los escuadrones mexicanos en el patio donde estábamos; y como nunca nos cogían descuidados, los de a caballo por una parte, como era tierra firme, y nosotros por otra, y nuestros amigos los tlascaltecas, que nos ayudaban, rompimos por ellos y se mataron y hirieron tres de sus capitanes, sin otros muchos que luego otro día se murieron; y nuestros amigos hicieron buena presa, y se prendieron cinco principales, de los cuales supimos los escuadrones que Guatemuz había enviado; y en aquella batalla quedaron muchos de nuestros soldados heridos, e uno murió luego. Pues no se acabó en esta refriega; que yendo los de a caballo siguiendo el alcance, se encuentran con los diez mil guerreros que el Guatemuz enviaba en ayuda e socorro de refresco de los que de antes había enviado, y los capitanes mexicanos que con ellos venían traían espadas de las nuestras, haciendo muchas muestras con ellas de esforzados, y decían que con nuestras armas nos habían de matar; y cuando los nuestros de a caballo se hallaron cerca dellos, como eran pocos, y eran muchos escuadrones, temieron; e a esta causa se pusieron en parte para no se encontrar luego con ellos hasta que Cortés y todos nosotros fuésemos en su ayuda; e como lo supimos, en aquel instante cabalgaban todos los de a caballo que quedaban en el real, aunque estaban heridos ellos y sus caballos, y salimos todos los soldados y ballesteros, y con nuestros amigos los tlascaltecas, y arremetimos de manera, que rompimos y tuvimos lugar de nos juntar con ellos pie con pie, y a buenas estocadas y cuchilladas se fueron con la mala ventura, y nos dejaron de aquella vez el campo. Dejemos esto, y tornaremos a decir que allí se prendieron otros principales, y se supo dellos que tenía Guatemuz ordenado de enviar otra gran flota de canoas y muchos más guerreros por tierra; y dijo a sus guerreros que cuando estuviésemos cansados, y muchos heridos y muertos de los reencuentros pasados, que estaríamos descuidados con pensar que no enviaría más escuadrones contra nosotros, e que con los muchos que entonces enviaría nos podría desbaratar; y como aquello se supo, si muy apercibidos estábamos de antes, mucho más lo estuvimos entonces, y fue acordado que para otro día saliésemos de aquella ciudad y no aguardásemos más batallas; y aquel día se nos fue en curar heridos y en adobar armas y hacer saetas; y estando de aquella manera, pareció ser que, como en aquella ciudad eran ricos y tenían unas casas muy grandes llenas de mantas y ropa y camisas de mujeres de algodón, y había en ella oro y otras muchas cosas y plumajes, alcanzáronlo saber los tlascaltecas y ciertos soldados en qué parte paraje estaban las casas, y se las fueron a mostrar unos prisioneros de Suchimilco, y estaban en la laguna dulce y podían pasar a ellas por una calzada, puesto que había dos o tres puentes chicas en la calzada, que pasaban a ellas de unas acequias hondas a otras; y como nuestros soldados fueron a las casas y las hallaron llenas de ropa, y no había guarda, cárganse ellos y muchos tlascaltecas de ropa y otras cosas de oro, y se vienen con ello al real; y como lo vieron otros soldados, van a las mismas casas, y estando dentro sacando ropa de unas cajas muy grandes de madera, vino en aquel instante una gran flota de canoas de guerreros de México y dan sobre ellos e hirieron muchos soldados, y apañan a cuatro soldados vivos e los llevaron a México, e los demás se escaparon de buena; y llamábanse los que llevaron Juan de Lara, y el otro Alonso Hernández, y de los demás no me acuerdo sus nombres, mas sé que eran de la capitanía de Andrés de Monjaraz. Pues como le llevaron a Guatemuz estos cuatro soldados, alcanzó a saber cómo éramos muy pocos los que veníamos con Cortés y que muchos estaban heridos, y tanto como quiso saber de nuestro viaje, tanto supo; y como fue bien informado, manda cortar pies y brazos a los tristes nuestros compañeros, y los envía por muchos pueblos nuestros amigos de los que nos habían venido de paz, y les envía a decir que antes que volvamos a Tezcuco piensa no quedará ninguno de nosotros a vida; y con los corazones y sangre hizo sacrificio a sus ídolos. Dejemos esto, y digamos cómo luego tornó a enviar muchas flotas de canoas llenas de guerreros, y otras capitanías por tierra, y les mandó que procurasen que no saliésemos de Suchimilco con las vidas. Y porque ya estoy harto de escribir de los muchos reencuentros y batallas que en estos cuatro días tuvimos con mexicanos, e no puedo dejar otra vez de hablar en ellas, digo que cuando amaneció vinieron desta vez tantos culúas mexicanos por los esteros, y otros por las calzadas y tierra firme, que tuvimos harto que romper en ellos; y luego nos salimos de aquella ciudad a una larga plaza que estaba algo apartada del pueblo, donde solían hacer sus mercados; y allí, puestos con todo nuestro fardaje para caminar, Cortés comenzó a hacer un parlamento acerca del peligro en que estábamos, porque sabíamos cierto que en los caminos e pasos malos nos estaba aguardando todo el poder de México y otros muchos guerreros puestos en esteros y acequias; e nos dijo que sería bien, e así nos lo mandaba de hecho, que fuésemos desembarazados y dejásemos el fardaje e hato, porque no nos estorbase para el tiempo de pelear. Y cuando aquello le oímos, todos a una le respondimos que, mediante Dios, que hombres éramos para defender nuestra hacienda y personas e la suya, y que sería gran poquedad si tal hiciésemos; y desque vio nuestra voluntad y respuesta, dijo que a la mano de Dios lo encomendaba; y luego se puso en concierto cómo habíamos de ir, el fardaje y los heridos en medio, y los de a caballo repartidos, la mitad dellos delante y la otra mitad en la retaguardia, y los ballesteros también con todos nuestros amigos, e allí poníamos más recaudo, porque siempre los mexicanos tenían por costumbre que daban en el fardaje; de los escopeteros no nos aprovechábamos, porque no tenían pólvora ninguna; y desta manera comenzamos a caminar. Y cuando los escuadrones mexicanos que había enviado Guatemuz aquel día vieron que nos íbamos retrayendo de Suchimilco creyeron que de miedo no los osábamos esperar, como ello fue verdad, y salen de repente tantos dellos y se vienen derechos a nosotros, e hirieron ocho soldados, e dos murieron de ahí a ocho días, e quisieron romper y desbaratar por el fardaje; mas, como íbamos con el concierto que he dicho, no tuvieron lugar, y en todo el camino hasta que llegamos a un gran pueblo que se dice Cuyoacoan, que está obra de dos leguas de Suchimilco, nunca nos faltaron rebatos de guerreros que nos salían en partes que no nos podíamos aprovechar dellos, y ellos sí de nosotros, de mucha vara y piedra y flecha; y como tenían cerca los esteros y zanjas, poníanse en salvo. Pues llegados a Cuyoacoan a obra de las diez del día, hallámosla despoblada. Quiero ahora decir que están muchas ciudades las unas de las otras, cerca de la gran ciudad de México, obra de dos leguas, porque Suchimilco y Cuyoacoan y Huichilobusco e Iztapalapa y Coadlabaca y Mezquique, y otros tres o cuatro pueblos que están a legua y media o a dos leguas los unos de los otros, y de todos ellos se habían juntado allí en Suchimilco muchos indios guerreros contra nosotros. Pues volvamos a decir que como llegamos a aquel gran pueblo y estaba despoblado, y está en tierra llana, acordamos de reposar aquel día que llegamos e otro, porque se curasen los heridos y hacer saetas: porque bien entendido teníamos que habíamos de haber más batallas antes de volver a nuestro real, que era Tezcuco; e otro día muy de mañana comenzamos a caminar, con el mismo concierto que solíamos llevar, camino de Tacuba, que está de donde salimos obra de dos leguas, y en el camino salieron en tres partes muchos escuadrones de guerreros, y todas tres resistimos, y los de a caballo los seguían por tierra llana hasta que se acogían a los esteros e acequias; e yendo por nuestro camino de la manera que he dicho, apartóse Cortés con diez de a caballo a echar una celada a los mexicanos que salían de aquellos esteros y salían a dar guerra a los nuestros, y llevó consigo cuatro mozos de espuelas, y los mexicanos hacían que iban huyendo, y Cortés con los de a caballo y sus criados siguiéndoles; y cuando miró por sí, estaba una gran capitanía de contrarios puestos en celada, y dan en Cortés y los de a caballo, que les hirieron los caballos, y si no dieran vuelta de presto, allí quedaran muertos o presos. Por manera que apañaron los mexicanos dos de los soldados mozos de espuelas de Cortés, de los cuatro que llevaba, y vivos los llevaron a Guatemuz e los sacrificaron. Dejemos de hablar deste desmán por causa de Cortés, y digamos como habíamos ya llegado a Tacuba con nuestras banderas tendidas, con todo nuestro ejército y fardaje, y todos los más de a caballo habían llegado, y también Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olí; y Cortés no venía con los diez de a caballo que llevó en su compañía, tuvimos mala sospecha no les hubiese acaecido algún desmán. Y luego fuimos con Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olí e Andrés de Tapia en su busca, con otros de a caballo, hacia los esteros donde le vimos apartar, y en aquel instante vinieron los otros dos mozos de espuelas que habían ido con Cortés, que se escaparon, e se decía el uno Monroy y el otro Tomás de Rijoles, y dijeron que ellos por ser ligeros escaparon, e que Cortés y los demás se vienen poco a poco porque traen los caballos heridos; y estando en esto viene Cortés, con el cual nos alegramos, puesto que él venía muy triste y como lloroso; llamábanse los mozos de espuelas que llevaron a México a sacrificar, el uno Francisco Martín "vendabal" y este nombre de Vendabal se le puso por ser algo loco, y el otro se decía Pedro Gallego. Pues como allí llegó Cortés a Tacuba, llovía mucho, y reparamos cerca de dos horas en unos grandes patios; y Cortés con otros capitanes y el tesorero Alderete, que venía ya malo, y el fraile Melgarejo y otros muchos soldados subimos en el gran cu de aquel pueblo, que desde él se señoreaba muy bien la ciudad de México, que está muy cerca, y toda la laguna y las más ciudades que están en el agua pobladas; y cuando el fraile y el tesorero Alderete vieron tantas ciudades y tan grandes, y todas asentadas en el agua, estaban admirados. Pues cuando vieron la gran ciudad de México y la laguna y tanta multitud de canoas, que unas iban cargadas con bastimentos y otras iban a pescar y otras baldías, mucho más se espantaron, porque no las habían visto hasta en aquella sazón; y dijeron que nuestra venida en esta Nueva-España que no eran cosas de hombres humanos, sino que la gran misericordia de Dios era quien nos sostenía; e que otras veces han dicho que no se acuerdan haber leído en ninguna escritura que hayan hecho ningunos vasallos tan grandes servicios a su rey como son los nuestros, e que ahora lo dicen muy mejor, y que dello harían relación a su majestad. Dejemos de otras muchas pláticas que allí pasaron, y cómo consolaba el fraile a Cortés por la pérdida de sus mozos de espuelas, que estaba muy triste por ellos; y digamos cómo Cortés y todos nosotros estábamos mirando desde Tacuba el gran cu del ídolo Huichilobos y el Tatelulco y los aposentos donde solíamos estar, y mirábamos toda la ciudad, y las puentes y calzada por donde salimos huyendo; y en este instante suspiró Cortés con una muy gran tristeza, muy mayor que la que antes traía, por los hombres que le mataron antes que en el alto cu subiese; y desde entonces dijeron un cantar o romance: En Tacuba está Cortés Con su escuadrón esforzado, Triste estaba y muy penoso, Triste y con gran cuidado, La una mano en la mejilla, Y la otra en el costado, etc. Acuérdome que entonces le dijo un soldado que se decía el bachiller Alonso Pérez, que después de ganada la Nueva-España fue fiscal e vecino en México: "Señor capitán, no esté vuestra merced tan triste; que en las guerras estas cosas suelen acaecer, y no se dirá por vuestra merced: Mira Nero, de Tarpeya, A Roma cómo se ardía." Y Cortés le dijo que ya veía cuántas veces había enviado a México a rogarles con la paz, y que la tristeza no la tenia por una sola cosa, sino en pensar en los grandes trabajos en que nos habíamos de ver hasta tornarla a señorear, y que con la ayuda de Dios presto lo pondríamos por la obra. Dejemos estas pláticas y romances, pues no estábamos en tiempo dellos, y digamos cómo se tomó parecer entre nuestros capitanes y soldados si daríamos una vista a la calzada, pues estaba tan cerca de Tacuba, donde estábamos; y como no había pólvora ni muchas saetas, y todos los más soldados de nuestro ejército heridos, acordándosenos que otra vez, poco más había de un mes, que Cortés les probó a entrar en la calzada con muchos soldados que llevaba, y estuvo en gran peligro, porque temió ser desbaratado, como dicho tengo en el capítulo pasado que dello habla; y fue acordado que luego nos fuésemos nuestro camino, por temor no tuviésemos en ese día o en la noche alguna refriega con los mexicanos; porque Tacuba está muy cerca de la gran ciudad de México, y con la llevada que entonces llevaron vivos de los soldados no enviase Guatemuz sus grandes poderes contra nosotros; y comenzamos a caminar, y pasamos por Escapuzalco y hallámosle despoblado, y luego fuimos a Tenayuca, que era gran pueblo "de las Sierpes". Ya he dicho otra vez, en el capítulo que dello habla, que tenían tres sierpes en el adoratorio mayor en que adoraban, y las tenían por sus ídolos, y también estaban despoblados; y desde allí fuimos a Gualtitlán, y en todo este día no dejó de llover muy grandes aguaceros, y como íbamos con nuestras armas a cuestas, que jamás las quitábamos de día ni de noche, y con la mucha agua y del peso dellas íbamos quebrantados, y llegamos ya que anochecía a aquel gran pueblo, y también estaba despoblado, y en toda la noche no dejó de llover, y había grandes Iodos, y los naturales dél y otros escuadrones mexicanos nos daban tanta grita de noche desde unas acequias y partes que no les podíamos hacer mal; y como hacía muy oscuro y llovía, no se podían poner velas ni rondas, y no hubo concierto ninguno ni acertábamos con los puestos; y esto digo porque a mí me pusieron para velar la prima, y jamás acudió a mi puesto ni cuadrillero ni rondas, y así se hizo en todo el real. Dejemos deste descuido, y tornemos a decir que otro día fuimos camino de otra gran población, que no me acuerdo el nombre, y había grandes Iodos en él, y hallámosla despoblada; y otro día pasamos por otros pueblos y también estaban despoblados; y otro día llegamos a un pueblo que se dice Aculman, sujeto de Tezcuco; y como supieron en Tezcuco cómo íbamos, salieron a recibir a Cortés buen recibimiento, así de los nuestros como de los recién venidos de Castilla, y mucho más de los naturales de los pueblos comarcales; pues trajeron de comer, y luego esa noche se volvió Sandoval a Tezcuco con todos sus soldados a poner en cobro su real. Y otro día por la mañana fue Cortés con todos nosotros camino de Tezcuco; y como íbamos cansados y heridos, y dejábamos muertos nuestros soldados y compañeros, y sacrificados en poder de los mexicanos, en lugar de descansar y curar nuestras heridas, tenían ordenada una conjuración ciertas personas de calidad, de la parcialidad de Narváez, de matar a Cortés y a Gonzalo de Sandoval e a Pedro de Alvarado e Andrés de Tapia. Y lo que más pasó diré adelante.
contexto
Cómo desque llegamos con Cortés a Tezcuco, con todo nuestro ejército y soldados, de la entrada de rodear los pueblos de la laguna, tenían concertado entre ciertas personas de los que habían pasado con Narváez, de matar a Cortés y a todos los que fuésemos en su defensa; y quien fue primero autor de aquella chirinola fue uno que había sido amigo de Diego Velázquez, gobernador de Cuba; al cual soldado Cortés le mandó ahorcar por sentencia; y cómo se herraron los esclavos y se apercibió todo el real y los pueblos nuestros amigas, y se hizo alarde y ordenanzas, y otras cosas que más pasaron Ya he dicho como veníamos tan destrozados y heridos, de la entrada por mí nombrada, pareció ser que un gran amigo del gobernador de Cuba, que se decía Antonio de Villafaña, natural de Zamora o de Toro, se concertó con otros soldados de los de Narváez, los cuales no nombro sus nombres por su honor, que así como viniese Cortés de aquella entrada, que le matasen, y había de ser desta manera: que, como en aquella sazón había venido un navío de Castilla, que cuando Cortés estuviese sentado a la mesa comiendo con sus capitanes e soldados, que entre aquellas personas que tenían hecho el concierto, que trajesen una carta muy cerrada y sellada, como que venía de Castilla, y que dijesen que era de su padre Martín Cortés, y que cuando la estuviese leyendo le diesen de puñaladas, así al Cortés como a todos los capitanes y soldados que cerca de Cortés nos hallásemos en su defensa. Pues ya hecho y consultado todo lo por mí dicho, los que lo tenían concertado, quiso nuestro señor que dieron parte del negocio a dos personas principales, que aquí tampoco quiero nombrar, que habían ido en la entrada con nosotros, y aun a uno dellos, en el concierto que tenían, le habían nombrado por uno de los capitanes generales después que hubiesen muerto a Cortés; y asimismo a otros soldados de los de Narváez hacían alguacil mayor e alférez, y alcaldes y regidores, y contador y tesorero y veedor, y otras cosas deste arte, y aun repartido entre ellos nuestros bienes y caballos; y este concierto estuvo encubierto dos días después que llegamos a Tezcuco; y nuestro señor Dios fue servido que tal cosa no pasase, porque era perderse la Nueva-España, y todos nosotros muriéramos, porque luego se levantaran bandos y chirinolas. Pareció ser que un soldado lo descubrió a Cortés, que luego pusiese remedio en ello antes que más fuego sobre aquel caso se encendiese; porque le certificó aquel buen soldado que eran muchas personas de calidad en ello; y como Cortés lo supo, después de hacer grandes ofrecimientos y dádivas que le dio a quien se lo descubrió, muy presto, secretamente lo hace saber a todos nuestros capitanes, que fueron Pedro de Alvarado e Francisco de Lugo, y a Cristóbal de Olí y a Gonzalo de Sandoval, e Andrés de Tapia e a mí, y a dos alcaldes ordinarios que eran de aquel año, que se decían Luis Marín y Pedro de Ircio, y a todos nosotros los que éramos de la parte de Cortés; y así como lo supimos, nos apercibimos, y sin más tardar fuimos con Cortés a la posada de Antonio de Villafaña, y estaban con él muchos de los que eran en la conjuración, y de presto le echamos mano al Villafaña con cuatro alguaciles que Cortés llevaba, y los capitanes y soldados que con el Villafaña estaban comenzaron a huir, y Cortés les mandó detener y prender algunos dellos; y cuando tuvimos preso al Villafaña, Cortés le sacó del seno el memorial que tenía con las firmas de los que fueron en el concierto que dicho tengo; y como lo hubo leído, y vio que eran muchas personas en ello de calidad, e por no infamarlos, echó fama que comió el memorial el Villafaña, y que no le había visto ni leído. E luego hizo proceso contra él, y tomada la confesión, dijo la verdad, e con muchos testigos que había de fe y de creer, que tomaron sobre el caso, por sentencia que dieron los alcaldes ordinarios, juntamente con Cortés y el maestre de campo Cristóbal de Olí, y después que se confesó con el padre Juan Díaz, le ahorcaron de una ventana del aposento donde posaba el Villafaña; y no quiso Cortés que otro ninguno fuese infamado en aquel mal caso, puesto que en aquella sazón echaron presos a muchos por poner temores y hacer señal que quería hacer justicia de otros: y como el tiempo no daba lugar a ello, se disimuló; y luego acordó Cortés de tener guarda para su persona, y fue su capitán un hidalgo que se decía Antonio de Quiñones, natural de Zamora, con doce soldados, buenos hombres y esforzados, y le velaban de día y de noche, y a nosotros de los que sentía que éramos de su banda, nos rogaba que mirásemos por su persona. Y desde allí adelante, aunque mostraba gran voluntad a las personas que eran en la conjuración, siempre se recelaba dellos. Dejemos esta materia, y digamos cómo luego se mandó pregonar que todos los indios e indias que habíamos habido en aquellas entradas los llevasen a herrar dentro de dos días a una casa que estaba señalada para ello; y por no gastar más palabras en esta relación sobre la manera que se vendían en la almoneda, más de las que otras veces tengo dichas en las dos veces que se herraron, si mal lo habían hecho de antes, muy peor se hizo esta vez, que, después de sacado el real quinto, sacaba Cortés el suyo, y otras treinta sacaliñas para capitanes; y si eran hermosas y buenas indias las que metíamos a herrar, las hurtaban de noche del montón, que no parecían hasta de ahí a buenos días; y por esta causa se dejaban de herrar muchas piezas, que después teníamos por naborías. Dejemos de hablar en esto, y digamos lo que después en nuestro real se ordenó.