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Cómo hubieron palabras el capitán Pánfilo de Narváez y el oidor Lucas Vázquez de Aillón, y el Narváez le mandó prender y le envió en un navío preso a Cuba o a Castilla, y lo que sobre ello avino Parece ser que, como el oidor Lucas Vázquez de Aillón venía a favorecer las cosas de Cortés y de todos nosotros, porque así se lo había mandado la real audiencia de Santo Domingo y los frailes jerónimos que estaban por gobernadores, como sabían los muchos y buenos y leales servicios que hacíamos a Dios primeramente y a nuestro rey y señor, y del gran presente que enviamos a Castilla con nuestros procuradores; e demás de lo que la audiencia real le mandó, como el oidor vio los cartas de Cortés, y con ellas tejuelos de oro, si de antes decía que aquella armada que enviaba era injusta, y contra toda justicia que contra tan buenos servidores del rey como éramos era mal hecho venir: de allí adelante lo decía muy clara y abiertamente, y decía tanto bien de Cortés y de todos los que con él estábamos, que ya en el real de Narváez no se hablaba de otra cosa. Y además desto, como veían y conocían en el Narváez ser la pura miseria, y el oro y ropa que el Montezuma les enviaba todo se lo guardaba, y no daba cosa dello a ningún capitán ni soldado; antes decía, con voz, que hablaba muy entonado, medio de bóveda, a su mayordomo: "Mirad que no falte ninguna manta, porque todas están puestas por memoria"; e como aquello conocían de él, e oían lo que dicho tengo del Cortés y los que con él estábamos de muy francos, todo su real estaba medio alborotado, y tuvo pensamiento el Narváez que el oidor entendía en ello, e poner zizaña. Y además desto, cuando Montezuma les enviaba bastimento, que repartía el despensero o mayordomo de Narváez, no tenía cuenta con el oidor ni con sus criados, como era razón, y sobre ello hubo ciertas cosquillas y ruido en el real; y también porque el consejo que daban al Narváez el Salvatierra, que dicho tengo que venía por veedor, y Juan Bono, vizcaíno, y un Gamarra, y sobre todo, los grandes favores que tenía de Castilla de don Juan Rodríguez, de Fonseca, obispo de Burgos, tuvo tan gran atrevimiento el Narváez, que prendió al oidor del Rey, a él y a su escribano y ciertos criados, y lo hizo embarcar en un navío, y los envió presos a Castilla o a la isla de Cuba. Y aun sobre todo esto, porque un hidalgo que se decía fulano de Oblanco y era letrado, decía al Narváez que Cortés era muy servidor del Rey, todos nosotros los que estábamos en su compañía éramos dignos de muchas mercedes, Y que parecía mal llamarnos traidores, y que era mucho más mal prender a un oidor de su majestad; y por esto que le dijo, le mandó echar preso; y como el Gonzalo de Oblanco era muy noble, de enojo murió dentro de cuatro días. También mandó echar presos a otros dos soldados de los que traía en su navío, que sabía que hablaban bien de Cortés, y entre ellos fue un Sancho de Barahona, vecino que fue de Guatemala. Tornemos a decir del oidor que llevaban preso a Castilla, que con palabras buenas e con temores que puso al capitán del navío y al maestre y al piloto que le llevaban a cargo, les dijo que, llegados a Castilla, que en lugar de paga de lo que hacen, su majestad les mandaría ahorcar; y como aquellas palabras oyeron, le dijeron que les pagase su trabajo y le llevarían a Santo Domingo; y así, mudaron la derrota que Narváez les había mandado que fuesen; y llegado a la isla de Santo Domingo y desembarcado, como la audiencia real que allí residía y los frailes jerónimos que estaban por gobernadores oyeron al licenciado Lucas Vázquez, y vieron tan grande desacato e atrevimiento, sintiéronlo mucho, y con tanto enojo, que luego lo escribieron a Castilla al real consejo de su majestad, y como el obispo de Burgos era presidente y lo mandaba todo, y su majestad no había venido de Flandes, no hubo lugar de se hacer cosa ninguna de justicia en nuestro favor; antes el don Juan Rodríguez de Fonseca diz que se holgó mucho, creyendo que el Narváez nos había ya prendido y desbaratado; y cuando su majestad, que estaba en Flandes, oyó a nuestros procuradores, y lo que el Diego Velázquez y el Narváez habían hecho en enviar la armada sin su real licencia, y haber prendido a su oidor, les hizo harto daño en los pleitos y demandas que después le pusieron a Cortés y a todos nosotros, como adelante diré, por más que decían que tenían licencia del obispo de Burgos, que era presidente, para hacer la armada que contra nosotros enviaron. Pues como ciertos soldados, parientes y amigos del oidor Lucas Vázquez, vieron que el Narváez le había preso, temieron no les acaeciese lo que hizo con el letrado Gonzalo de Oblanco, porque ya les traía sobre los ojos y estaba mal con ellos, acordaron de se ir desde los arenales huyendo a la villa donde estaba el capitán Sandoval con los dolientes; y cuando llegaron a le besar las manos, el Sandoval les hizo mucha honra, y supo dellos todo lo aquí por mi dicho, y cómo quería enviar el Narváez a aquella villa soldados a prenderle. Y lo que más pasó diré adelante.
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Capítulo CXIII Que trata de cómo salió el gobernador don Pedro de Valdivia a descubrir adelante Después de haber fundado el gobernador la ciudad de Valdivia y repartidos los, solares y estancias en los vecinos que habían de ser, y escomenzando a edificar casas con algunos prencipales que había repartido y habiendo descansado la gente que Francisco de Villagran trujo, dejando en la ciudad la gente que convenía y buen recaudo, salió con ochenta hombres a siete días del mes de febrero de mil y quinientos y cincuenta y dos a descubrir y conquistar adelante. Y andadas siete leguas de esta ciudad, dimos en un río muy hondable y caudaloso y en tierra muy poblada y sin monte, porque en las siete leguas cesa la montaña. Y esta tierra que he dicho que está sin monte, no hay árbol si no es puesto a mano. Y es tres leguas de latitud y diez o doce de longitud. Este compás que está sin monte es tierra fértil de maíz y frísoles y de papas. Luego dimos en otro río pequeño que pusimos por nombre el de las Canoas, y el otro que digo se llama el río Hueño. Y de este río de las Canoas vuelve el monte en partes muy espeso y en partes claro. Caminamos quince días por tierra muy poblada, donde llegamos a un gran lago que está a la falda de la cordillera nevada. Estuvimos en una loma pequeña que a las espaldas tenía. Este lago se puso por nombre el lago de Valdivia. Estará treinta leguas de Valdivia. Es tierra de mucho ganado, aunque no anda suelto. Andan vestidos los indios razonablemente, aunque no andan sino como cada uno alcanza y tiene la posibilidad. La gente es dispuesta y las mujeres de buen parecer, aunque en hartas provincias no he visto yo más blancas mujeres, y los cabellos muy largos. Poseen oro y plata. Aquí nos daban los indios relación que siete leguas adelante de este lago había otro mayor lago y que se pasaba en dos o tres días de camino en canoas. También nos dieron noticia que detrás de este lago estaba otro lago en la cordillera y que desaguaba a la mar del norte, que detrás de la cordillera nevada estaba otra provincia muy poblada de mucha gente. Y yo vi al indio que nos dio esta relación tomar un jarro de plata y que de aquello tenían mucha cantidad, y que ganado no lo tenían sino por los campos. A lo cual me parece esta noticia ser lo que vio César, según contaba el compañero suyo que yo hablé en Santa Marta, por la altura que él decía, porque de aquella provincia dijo habían visto la cordillera nevada, y que de otra parte no la habían visto tan baja como por allí va, y ansí es, que hacía una ensenada, y ansí la hace, y que había dos mogotes altos que estaban norte sur a manera de dos tejas, y que hacía una abertura por entre ellos, y que estaban nevados, y así están. Y por esto me parece a mí ser aquélla la noticia, aunque detrás de la ciudad Imperial se tiene otra muy gran noticia, según dicen los indios, detrás de la cordillera. Y aún yo vi a uno que decía haber estado allá y que si iban catorce y quince jornadas, allegarían allá. Es una jornada de ellos cuatro leguas. A mí paréceme que podría ser toda una, porque del lago allá nos dijeron que en doce jornadas llegaríamos. Mas por la Imperial, según el indio decía, es gran trabajo por falta del agua, que no se ha podido descubrir ni ir allá por haber pocos españoles.
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De cómo en este reino hay grandes salinas y baños y la tierra es aparejada para criarse olivos y otras frutas de España, y de algunos animales y aves que en él hay Pues concluí en lo tocante a las fundaciones de las nuevas ciudades que hay en el Perú, bien será dar noticia de algunas particularidades y cosas notables antes de dar fin a esta primera parte. Y agora diré de las grandes salinas naturales que vemos en este reino, pues para la sustentación de los hombres es cosa muy importante. En toda la gobernación de Popayán conté cómo no había salinas ningunas, y que Dios nuestro Señor proveyó de manantiales salobres del agua, de los cuales las gentes hacen sal, con que pasan sus vidas. Acá en el Perú hay tan grandes y hermosas salinas que dellas se podrían proveer de sal todos los reinos de España, Italia, Francia y otras mayores partes. Cerca de Tumbez y de Puerto Viejo, dentro en el agua, junto a la costa de la mar, sacan grandes piedras de sal, que llevan en naos a la ciudad de Cali y a la Tierra Firme, y a otras partes donde quieren. En los llanos y arenales deste reino, no muy lejos del valle que llaman de Guaura, hay unas salinas muy buenas y muy grandes, la sal albísima, y grandes montones della, la cual toda está perdida, que muy pocos indios se aprovechan della. En la serranía cerca de la provincia de Guailas hay otras salinas mayores que éstas. Media legua de la ciudad del Cuzco están otras pozas, en las cuales los indios hacen tanta sal que basta para el proveimiento de muchos dellos. En las provincias de Condesuyo y en algunas de Andesuyo hay, sin las salinas ya dichas, algunas bien grandes y de sal muy excelente. Por manera que podré afirmar que cuanto a sal es bien proveído este reino del Perú. Hay asimesmo en muchas partes grandes baños, y muchas fuentes de agua caliente, donde los naturales se bañaban y bañan. Muchas dellas he yo visto por las partes que anduve dél: y en algunos lugares deste reino, como los llanos y valles de los ríos y la tierra templada de la serranía, son muy fértiles, pues los trigos se crían tan hermosos y dan fruto en gran cantidad; lo mismo hace el maíz y cebada. Pues viñas no hay pocas en los términos de San Miguel, Trujillo y los Reyes y en las ciudades del Cuzco y Guamanga, y en otras de la serranía comienza ya a las haber, y se tiene grande esperanza de hacer buenos vinos. Naranjales, granados y otras frutas, todas las hay, de las que han traído de España como las de la tierra. Legumbres de todo género se hallan; y en fin, gran reino es el del Perú, grandes poblaciones adonde hubiere aparejo para se hacer; y pasada esta nuestra edad, se podrán sacar del Perú para otras partes trigo, vinos, carnes, lanas y aun sedas. Porque para plantar moreras hay el mejor aparejo del mundo: sola una cosa vemos que no se ha traído a estas Indias, que es olivos, que después del pan y vino es lo más principal. Paréceme a mí que si traen enjertos dellos para poner en estos llanos y en las vegas de los ríos de las tierras, que se harán tan grandes montañas dellos como en el ajarafe de Sevilla y otros grandes olivares que hay en España. Porque si quiere tierra templada, la tiene; si con mucha agua, lo mismo, y sin ninguna y con poca. Jamás truena ni se ve relámpago, ni caen nieves ni hielos en estos llanos, que es lo que daña el fruto de los olivos. En fin, como vengan los enjertos, también vendrá tiempo en lo futuro que provea el Perú de aceite como de lo más. En este reino no se han hallado encinales; y en la provincia de Collao y en la comarca del Cuzco, y en otras partes dél, si se sembrasen, me parece lo mismo que de los olivares, que habrá no pocas dehesas. Por tanto, mi parecer es que los conquistadores y pobladores destas partes no se les vaya el tiempo en contar de batallas y alcances: entiendan en plantar y sembrar, que es lo que aprovechará más. Quiero decir aquí una cosa que hay en esta serranía del Perú, y es unas raposas no muy grandes, las cuales tienen tal propiedad que echan de sí tan pestífero y hediondo olor que no se puede compadecer; y si por caso alguna destas raposas orina en alguna lanza o cosa otra, aunque mucho se lave, por muchos días tiene el mal olor ya dicho. En ninguna parte dél se han visto lobos ni otros animales dañosos, salvo los grandes tigres que conté que hay en la montaña del puerto de Buenaventura, comarcana a la ciudad de Cali, los cuales han muerto algunos españoles y muchos indios. Avestruces adelante de los Charcas se han hallado, y los indios los tenían en mucho. Hay otro género de animal, que llaman viscacha, del tamaño de una liebre y de la forma, salvo que tienen la cola larga como raposas; crían en pedregales y entre rocas, y muchas matan con ballestas y arcabuces, y los indios con lazos; son buenas para comer como estén manidas; y aun de los pelos o lana destas viscachas hacen los indios mantas grandes, tan blandas como si fuesen de seda, y son muy preciadas. Hay muchos halcones, que en España serían estimados; perdices, en muchos lugares he dicho haber dos maneras dellas, unas pequeñas y otras como gallinas; hurones hay los mejores del mundo. En los llanos y en la sierra hay unas aves muy hediondas, a quien llaman auras; mantiénense de comer cosas muertas y otras bascosidades. Del linaje destas hay unos cóndores grandísimos, que casi parecen grifos; algunos acometen a los corderos y guanacos pequeños de los campos.
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Cómo Narváez con todo su ejército se vino a un pueblo que se dice Cempoal, e concierto que en el hizo, e lo que nosotros hicimos estando en la ciudad de México, e cómo acordamos de ir sobre Narváez Pues como Narváez hubo preso al oidor de la audiencia¡ real de Santo Domingo, luego se vino con todo su fardaje e pertrechos de guerra a asentar su real en un pueblo que se dice Cempoal, que en aquella sazón era muy poblado; e la primera cosa que hizo, tomó por fuerza al cacique gordo (que así le llamábamos) todas las mantas e ropa labrada e joyas de oro, e también le tomó las indias que nos habían dado los caciques de aquel pueblo, que se las dejamos en casa de sus padres e hermanos, porque eran hijas de señores, e para ir a la guerra, muy delicadas. Y el cacique gordo dijo muchas veces al Narváez que no le tomase cosa ninguna de las que Cortés dejó en su poder, así el oro como mantas e indias, porque estaría muy enojado, y le vendría a matar de México, así al Narváez como al mismo cacique porque se las dejaba tomar. E más, se le quejó el mismo cacique de los robos que le hacían sus soldados en aquel pueblo, e le dijo que cuando estaba allí Malinche, que así llamaban a Cortés, con sus gentes, que no les tomaban cosa ninguna, e que era muy bueno él e sus soldados los teules, porque teules nos llamaban; e como aquellas palabras le oía el Narváez, hacía burla de él, e un Salvatierra que venía por veedor, otras veces por mí nombrado, que era el que más bravezas e fieros hacía, dijo a Narváez e otros capitanes sus amigos: "¿No habeis visto qué miedo que tienen todos estos caciques desta nonada de Cortesillo?" Tengan atención los curiosos lectores cuán bueno fuera no decir mal de lo bueno; porque juro amén que cuando dimos sobre el Narváez, uno de los más cobardes e para menos fue el Salvatierra, como adelante diré; e no porque no tenía buen cuerpo e membrudo, mas era mal engalibado, más no de lengua, y decían que era natural de tierra de Burgos. Dejemos de hablar del Salvatierra, e diré cómo el Narváez envió a requerir a nuestro capitán e a todos nosotros con unas provisiones, que decían que eran traslados de los originales, que traía para ser capitán por el Diego Velázquez; las cuales enviaba para que nos las notificase un escribano, que se decía Alonso de Mata, el cual después, el tiempo andando, fue vecino de la Puebla, que era ballestero; y enviaba con el Mata a otras tres personas de calidad. E dejarlo he aquí, así al Narváez como a su escribano, e volveré a Cortés, que como cada día tenía cartas e avisos, así de los del real de Narváez como del capitán Gonzalo de Sandoval, que quedaba en la Villa-Rica, e le hizo saber que tenía consigo cinco soldados, personas muy principales e amigos del licenciado Lucas Vázquez de Aillón, que es el que envió preso Narváez a Castilla o a la isla de Cuba; e la causa que daban por que se vinieron del real de Narváez fue, que pues el Narváez no tuvo respeto a un oidor del rey, que menos se lo tendría a ellos, que eran sus deudos; de los cuales soldados supo el Sandoval muy por entero todo lo que pasaba en el real de Narváez e la voluntad que tenía, porque decía que muy de hecho había de venir en nuestra busca a México para nos prender. Pasemos adelante, y diré que Cortés tomó luego consejo con nuestros capitanes e todos nosotros los que sabía que le habíamos de ser muy servidores, e solía llamar a consejo para en casos de calidad, como éstos; e por todos fue acordado que brevemente, sin más aguardar las cartas ni otras razones, fuésemos sobre el Narváez, e que Pedro de Alvarado quedase en México en guarda del Montezuma con todos los soldados que no tuviesen buena disposición para ir aquella jornada; e también para que quedasen allí las personas sospechosas que sentíamos que serían amigos del Diego Velázquez e de Narváez; y en aquella sazón, e antes que el Narváez viniese, había enviado Cortés a Tlascala por mucho maíz, porque había mala sementera en tierra de México por falta de aguas; porque teníamos muchos naborías e amigos del mismo Tlascala, habíamoslo menester para ellos; e trajeron el maíz que he dicho, e muchas gallinas e otros bastimentos, los cuales enviamos al Pedro de Alvarado, e aun le hicimos unas defensas a manera de mamparos e fortaleza con sacre o falconete, e cuatro tiros gruesos e toda la pólvora que teníamos, e diez ballesteros e catorce escopeteros e siete caballos, puesto que sabíamos que los caballos no se podrían aprovechar dellos en el patio donde estaban los aposentos; e quedaron por todos los soldados contados, de a caballo y escopeteros e ballesteros, ochenta e tres. Y como el gran Montezuma vio y entendió que queríamos ir sobre el Narváez ' e como Cortés le iba a ver cada día e a tenerle palacio, jamás quiso decir ni dar a entender cómo el Montezuma ayudaba al Narváez e le enviaba oro e mantas e bastimentos. Y de una plática en otra, te preguntó el Montezuma a Cortés que dónde quería ir, e para qué había hecho ahora de nuevo aquellos pertrechos e fortaleza, e que cómo andábamos todos rebotados; e lo que Cortés le respondió y en qué se resumió la plática diré adelante.
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Capítulo CXIV Que trata de cómo se volvió el gobernador don Pedro de Valdivia con toda la gente de este lago a la ciudad de Valdivia y de cómo fue a la ciudad de Santiago Este gran lago dio vuelta el gobernador sin ver más tierra, porque fuimos por entre la mar y la cordillera nevada por medio del compás que hay de tierra, que no vimos la mar, ni la cordillera nevada, si no es por este lago. Vuelto el gobernador a la ciudad de Valdivia, de todos los prencipales que tenía noticia repartió a la gente que tenía en la ciudad, hasta tanto que volviese a repartirlos y a encomendárselos. Y de aquí fue a la ciudad Imperial, y vista la visita de los caciques e principales de la comarca de la ciudad, los repartió y encomendó y dio cédula de ellos a los vecinos que allí habían de ser, que fueron ochenta. Esto hizo a cuatro días del mes de marzo de mil y quinientos y cincuenta y dos años. Estuvo aquí el gobernador doce días y luego se partió para la ciudad de la Concepción, dejando por su teniente al maestre de campo Pedro de Villagran. Fue con el general Gerónimo de Alderete que vino de la Villarrica habiendo dejado qué convenía. Llegó el gobernador a la ciudad de la Concepción a cinco de abril del año de cincuenta y dos. Estuvo en esta ciudad cinco meses. Luego se partió por la mar a la ciudad de Santiago. Despachó a Francisco de Aguirre por su teniente a la ciudad del Barco, la que había poblado Joan Núñez de Prado, y para esto le dio sus provisiones y para que sí se hallase con gente, poblase otra ciudad en los diaguitas. Y diole a la villa de la Serena para que tuviese puerto para aquella tierra. Y luego despachó al general Gerónimo de Alderete a Su Majestad, y llevó ochenta mil pesos. Despachado Gerónimo de Alderete, se partió el gobernador por tierra a la ciudad de la Concepción y llegó víspera de Pascua de Navidad. Y pasada la fiesta despachó a Francisco de Villagran con sesenta hombres fuese al lago y visitase la tierra, que de allí a dos o tres meses iría allá él y poblaría en aquella loma donde había estado la otra vez una ciudad, y daría de comer a los que no había dado. Despachado Francisco de Villagran, acordó enviar dos navíos que tenía a descubrir el estrecho de Magallanes. Envió en ellos al capitán Francisco de Ulloa. Salieron estos navíos de la Concepción a ocho días del mes de septiembre, año de mil y quinientos y cincuenta y tres años. Llegaron estos navíos a la ciudad de Valdivia en el mes de octubre. Y Pedro de Villagran, que estaba por teniente de la ciudad imperial, fue con veinte y cinco hombres a pasar la cordillera para ir a la noticia que he dicho. Pues viendo los indios los españoles repartidos y devididos en tantas partes y viendo el trabajo que tenían, porque era el primer año que les habían echado a sacar oro, acordaron levantarse, no como indios, sino como gente que entendían y que procuraban verse libres. Y en una provincia que se dice Tocapel tenía una casa fuerte el gobernador y siete españoles en ella. Estando en la Concepción el capitán Diego Maldonado con seis soldados y llegado a Arauco, donde había doce españoles, que era otra casa fuerte que está doce leguas de la Concepción y de ésta a la de Tocapel hay siete leguas. Salió el capitán Diego Maldonado con cinco hombres para la casa de Tocapel y llegó a vista de ella y vio cómo ardía la casa e los indios venían a él. Y como vio salir los indios de guerra y quemar la casa, temió que habían muerto a los españoles que en ella estaban. Dio vuelta, y como cargó tanta gente e los pasos malos, solamente se escapó con otro soldado. Los indios mataron los cuatro. Y otro día antes habían dado los indios en los españoles que estaban en Tocapel. Y los españoles desbarataron los indios y aquella noche dejaron la casa y se fueron a la de Puerén, entendiendo que si los indios se rehacían y venían otro día sobre ellos, que estaban malheridos de aquel día, que no serían parte a resestir los indios si volvían, e ansí acordaron entre ellos de irse aquella noche a la casa de Puerén e juntarse con otros diez españoles que estaban en ella y hacerlo saber al gobernador el suceso. Y venido el día y sabido los indios que habían huido los españoles, fueron a la casa y le pegaron fuego. Como estaban todos ayuntados y el capitán Diego Maldonado iba descuidado, salieron y le mataron los cuatro soldados y se escapó malherido. Llegado a la casa de Arauco, le hicieron saber al gobernador por una carta, la cual llegó un domingo. Visto la carta el gobernador y el suceso del capitán Diego Maldonado, tuvo que habían muerto a los españoles que estaban en Tocapel y así salió de la ciudad de la Concepción.
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De cómo los indios naturales deste reino fueron grandes maestros de plateros y de hacer edificios, y de cómo para las ropas finas tuvieron colores muy perfetas y buenas Por las relaciones que los indios nos dan se entiende que antiguamente no tuvieron el orden en las cosas ni la policía que después que los ingas los señorearon y agora tienen; porque cierto entre ellos se han visto y ven cosas tan primamente hechas por su mano, que todos los que dellas tienen noticia se admiran; y lo que más se nota es que tienen pocas herramientas y aparejos para hacer lo que hacen, y con mucha facilidad lo dan hecho con gran primor. En tiempo que se ganó este reino por los españoles se vieron piezas hechas de oro y barro y plata, soldado lo uno y lo otro de tal manera que parescía que había nascido así. Viéronse cosas más extrañas de argentería, de figuras y otras cosas mayores, que no cuento por no haberlo visto; baste que afirmo haber visto que con dos pedazos de cobre y otras dos o tres piedras vi hacer vajillas, y tan bien labradas, y llenos los bernegales, fuentes y candeleros de follajes y labores, que tuvieran bien que hacer otros oficiales en hacerlo tal y tan bueno con todos los aderezos y herramientas que tienen; y cuando labran no hacen más de un hornillo de barro, donde ponen el carbón, y con unos cañutos soplan en lugar de fuelles. Sin las cosas de plata, muchos hacen estampas, cordones y otras cosas de oro; y muchachos que quien los ve juzgara que aun no saben hablar, entienden en hacer destas cosas. Poco es lo que agora labran, en comparación de las grandes y ricas piezas que hacían en tiempo de los ingas; pues la chaquira tan menuda y pareja la hacen, por lo cual paresce haber grandes plateros en este reino, y hay muchos de los que estaban puestos por los reyes ingas en las partes más principales dél. Pues de armar cimientos, fuertes edificios, ellos lo hacen muy bien; y así, ellos mismos labran sus moradas y casas de los españoles, y hacen el ladrillo y teja y asientan las piedras bien grandes y crecidas, unas encima de otras, con tanto primor que casi no se parece la juntura; también hacen bultos y otras cosas mayores, y en muchas partes se han visto que los han hecho y hacen sin tener otras herramientas más que piedras y sus grandes ingenios. Para sacar grandes acequias no creo yo que en el mundo ha habido gente ni nación que por partes tan ásperas ni dificultades las sacasen y llevasen, como largamente declaré en los capítulos dichos. Para tejer sus mantas tienen sus telares pequeños; y antiguamente, en tiempo que los reyes ingas mandaron este reino, tenían en las cabezas de las provincias cantidad de mujeres, que llamaban mamaconas, que estaban dedicadas al servicio de sus dioses en los templos del sol, que ellos tenían por sagrados, las cuales no entendían sino en tejer ropa finísima para los señores ingas, de lana de las vicunias; y cierto fué tan prima esta roja como habrán visto en España por alguna que allá fué luego que se ganó este reino. Los vestidos destos ingas eran camisetas destas ropas, unas pobladas de argentería de oro, otras de esmeraldas y piedras preciosas, y algunas de plumas de aves; otras, de solamente la manta. Para hacer estas ropas tuvieron y tienen tan perfetas colores de carmesí, azul, amarillo, negro y de otras suertes, que verdaderamente tienen ventaja a las de España. En la gobernación de Popayán hay una tierra con la cual, y con unas hojas de un árbol, queda teñido lo que quieren de un color negro perfeto. Recitar las particularidades con que y cómo se hacen estas colores téngolo por menudencia, y parésceme que basta contar solamente lo principal.
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Cómo vino Andrés de Duero a nuestro real y el soldado Usagre y dos indios de Cuba, naborias del Duero, y quién era el Duero y a lo que venía, y lo que tuvimos por cierto y lo que se concertó Y es desta manera, que tengo de volver muy atrás a recitar lo pasado. Ya he dicho en los capítulos más adelante destos que cuando estábamos en Santiago de Cuba, que se concertó Cortés con Andrés de Duero y con un contador del rey, que se decía Amador de Lares, que eran grandes amigos del Diego Velázquez, y el Duero era su secretario, que tratase con el Diego Velázquez que le hiciesen a Cortés capitán general para venir en aquella armada, y que partiría con ellos todo el oro y plata y joyas que le cupiese de su parte de Cortés; y como el Andrés de Duero vio en aquel instante a Cortés, su compañero, tan rico y poderoso, y so color que venía a poner paces y a favorecer a Narváez, en lo que entendió era a demandar la parte de la compañía, porque ya el otro su compañero Amador de Lares era fallecido; y como Cortés era sagaz y manso, no solamente le prometió de darle gran tesoro, sino que también le daría mando en toda la armada, ni más ni menos que su propia persona, y que, después de conquistada la Nueva-España, le daría otros tantos pueblos como a él, con tal que tuviese concierto con Agustín Bermúdez, que era alguacil mayor del real de Narváez, y con otros caballeros que aquí no nombro, que estaban convocados para que en todo caso fuesen en desviar al Narváez para que no saliese con la vida e con honra y le desbaratase; y como a Narváez tuviese muerto o preso, y deshecha su armada, que ellos quedarían por señores y partirían el oro y pueblos de la Nueva-España; y para más le atraer y convocar a lo que dicho tengo, le cargó de oro sus dos indios de Cuba; y según pareció, el Duero se lo prometió, y aun ya se lo tenía prometido el Agustín Bermúdez por firmas y cartas; y también envió Cortés al Bermúdez y a un clérigo que se decía Juan de León, y al clérigo Guevara, que fue el que primero envió Narváez, y otros sus amigos, muchos tejuelos y joyas de oro, y les escribió lo que le pareció que convenía, para que en todo le ayudasen; y estuvo el Andrés de Duero en nuestro real el día que llegó hasta otro día después de comer, que era día de pascua del Espíritu Santo, y comió con Cortés y estuvo hablando con él en secreto buen rato; y cuando hubieron comido se despidió el Duero de todos nosotros, así capitanes como soldados, y luego fue a caballo otra vez adonde Cortés estaba, y dijo: "¿Qué manda vuestra merced? que me quiero ir"; y respondióle: "Que vaya con Dios, y mire, señor Andrés de Duero, que haya buen concierto de lo que tenemos platicado; si no, en mi conciencia (que así juraba Cortés), que antes de tres días con todos mis compañeros seré allá en vuestro real, y al primero que le eche lanza será a vuestra merced si otra cosa siento al contrario de lo que tenemos hablado." Y el Duero se rió, y dijo: "No faltaré en cosa que sea contrario de servir a vuestra merced"; y luego se fue, y llegado a su real, diz que dijo al Narváez que Cortés y todos los que estábamos con él sentía estar de buena voluntad para pasarnos con el mismo Narváez. Dejemos de hablar desto del Duero, y diré cómo Cortés luego mandó llamar a un nuestro capitán, que se dice Juan Velázquez de León, persona de mucha cuenta y amigo de Cortés, y era pariente muy cercano del gobernador de Cuba Diego Velázquez; y a lo que siempre tuvimos creído, también le tenía Cortés convocado y atraído a sí con grandes dádivas y ofrecimientos que le daría mando en la Nueva-España y le haría su igual; porque el Juan Velázquez siempre se mostró muy gran servidor y verdadero amigo, como adelante verán. Y cuando hubo venido delante de Cortés y hecho su acato, le dijo: "¿Qué manda vuestra merced?" Y Cortés, como hablaba algunas veces muy meloso y con la risa en la boca, le dijo medio riendo: "A lo que, señor Juan Velázquez, le hice llamar es, que me dijo Andrés de Duero que dice Narváez, y en todo su real hay fama, que si vuestra merced va allá, que luego yo soy deshecho y desbaratado, porque creen que se ha de hacer con Narváez; y a esta causa he acordado que por mi vida, si bien me quiere, que luego se vaya en su buena yegua rucia, y que lleve todo su oro y la fanfarrona (que era muy pesada cadena de oro), y otras cositas que yo le daré, que dé allá por mí a quien yo le dijere; y su fanfarrona de oro que pesa mucho, llevará al hombro, y otra cadena que pesa más que ella llevará con dos vueltas, y allá verá qué le quiere Narváez, y, en viniendo que se venga, luego irán allá el señor Diego de Ordás, que le desean ver en su real, como mayordomo que era del Diego Velázquez." Y el Juan Velázquez respondió que él haría lo que su merced mandaba, mas que su oro ni cadenas que no las llevaría consigo, salvo lo que le diese para dar a quien mandase; porque donde su persona estuviese, es para le siempre servir, más que cuanto oro ni piedras de diamantes puede haber: "Ansí lo tengo yo creído, dijo Cortés, y con esta confianza, señor, le envío; mas si no lleva todo su oro y joyas, como le mando, no quiero que vaya allá." Y el Juan Velázquez respondió: "Hágase lo que vuestra merced mandare"; y no quiso llevar las joyas. Y Cortés allí le habló secretamente, y luego se partió, y llevó en su compañía a un mozo de espuelas de Cortés para que le sirviese, que se decía Juan del Río. Y dejemos desta partida de Juan Velázquez, que dijeron que lo envió Cortés por descuidar a Narváez, y volvamos a decir lo que en nuestro real pasó: que dende a dos horas que se partió el Juan Velázquez, mandó Cortés tocar el atambor a Canillas, que ansí se llamaba nuestro atambor, y a Benito de Veguer, nuestro pífano, que tocase su tamborino, y mandó a Gonzalo de Sandoval, que era capitán y alguacil mayor, que llamase a todos los soldados, y comenzásemos a marchar luego a paso largo camino de Cempoal; e yendo por nuestro camino se mataron dos puercos de la tierra, que tiene el ombligo en el espinazo, y dijimos muchos soldados que era señal de victoria; y dormimos en un repecho cerca de un riachuelo, y sendas piedras por almohadas, como lo teníamos de costumbre, y nuestros corredores del campo adelante y espías y rondas; y cuando amaneció, caminamos por nuestro camino derecho, y fuimos a hora de mediodía a un río, adonde está ahora poblada la Villa Rica de la Veracruz, donde desembarcan las barcas con mercaderías que vienen de Castilla; porque en aquel tiempo estaban pobladas junto al río unas casas de indios y arboledas; y como en aquella tierra hace grandísimo sol, reposamos allí, como dicho tengo, porque traíamos nuestras armas y picas. Y dejemos ahora de más caminar, y digamos lo que al Juan Velázquez de León le avino con Narváez y con un su capitán que también se decía Diego Velázquez, sobrino del Velázquez, gobernador de Cuba.
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Capítulo CXIX Que trata de cómo salió Francisco de Villagran de la ciudad de la Concepción al castigo y pacificación de los naturales e del suceso y despoblación de la Concepción Viendo Francisco de Villagran los negocios y alteración de la tierra, y que los mensajeros que enviaba a los indios rebelados no volvían con respuesta, antes hacían alterar a los que no lo estaban, acordó salir a ellos. Y antes que saliese despachó un navío de los que habían venido de Valdivia con despachos de Su Majestad, haciéndole saber el suceso. Llevó estos despachos Gaspar Orense, vecino de la ciudad de Santiago. El otro navío envió a Valdivia. Y despachado estos dos navíos, salió Francisco de Villagran de la Concepción, lunes a veinte y tres de febrero del año de mil y quinientos y cincuenta y cuatro años, con ciento y sesenta soldados muy bien aderezados y seis piezas de artillería y treinta arcabuces, dejando en la ciudad ochenta hombres y por su teniente a Graviel de Villagran. E pasó el río de Bibio, y pasado este río de Bibio caminó con aquella orden que en semejantes tiempos se requiere, y llegó a un pueblo de Andalicán que está cinco leguas de la ciudad de la Concepción, donde se tomaban indios, de donde se informó el general cómo la gente de guerra le estaban esperando en un paso dos leguas de allí, y que allí le habían de esperar e dalle la batalla. Salido de aquí el general, llegó a este paso que los indios le habían dicho y asentó gente al pie de él, en un pequeño llano que hace la playa de la mar, donde estuvo tres días aguardando los indios si venían a dalle batalla. Y como no venían, pareciéndole que no estaban allí, pues no se habían mostrado ni aparecido. Este es un cerro grande de más de media legua de mala subida y encima de él hace una loma de poco compás de llano, e de la parte de la tierra muy montuosa e de malas quebradas y espesos cañaverales, e de la parte de la mar profundas y grandes quebradas, y al cabo de ella tiene una pequeña bajada. Y subió el general con su gente, y caminando por la loma, que es más de media legua, topaban el camino de una banda y otra de palizada y árboles hincados. Ya que iban a la bajada de este cerro, comenzaron los indios a salir de donde habían estado ocultos y a mostrarse a los españoles por todas partes, porque éstos son los sitios y campos que generalmente buscan estos indios, por amor de los caballos y aprovecharse más de los españoles. Vistos por el general, acaudilló sus españoles en un pequeño compás, aunque de los caballos poco se podían aprovechar, a causa que tenían los indios cerca la acogida del monte, y asentaron su artillería y escomenzaron los arcabuceros a jugar y los caballos a acudir donde podían. Y así estuvieron gran rato peleando, e muchas veces desbarataban a los indios, y como tenían cerca la montaña, allí se rehacían y salían de refresco. Y el general andaba a todas partes favoreciendo adonde más necesidad había. Do vio un escuadrón que nunca se había podido desbaratar, arremetió a los indios y ellos le recibieron de tal manera que le derribaron y mataron al caballo. Y visto por ciertos españoles fue socorrido de Joan Sánchez Alvarado e Joan de Chica y Hernando de Medina. Estos socorrieron al general e quitado de poder de sus enemigos. E visto por el Hernando de Medina que el general estaba a pie y malherido, se apeó de su caballo y le hizo cabalgar al general. Cierto fue gran ánimo y liberalidad de soldado en semejante tiempo en dar su caballo al general, pues él perdió la vida por ello. Y escapado el general de esta aventura, no le faltaba el ánimo, porque a todas partes acudía, animando a sus españoles con palabras que le convidaban a ello. Visto los indios que el artillería les hacía más daño, se acaudillaron y arremetieron con tran grande ímpetu y ánimo, que sin poder resistir los españoles, ganaron la artillería y mataron diez españoles. Y como el sol les fatigaba y el sitio era peligroso, y que estaban cansados y los caballos calmados a causa de haber peleado más de seis horas, e viendo el general que no eran parte para desbaratar aquella gente, y que bajar a lo llano corrían peligro por causa que les faltaba muchos españoles, y que abajo en el río había mucha gente de refresco, y que de allí a Arauco tenían dos leguas, y por parecer de sus capitanes, acordó retirarse. Y viendo los indios que los españoles huían, cobraron tan grande ánimo. E como era el paso tan malo y los caballos llevaban cansados, e grandes quebradas y cada uno huía por donde quería, se despeñaban e iban a dar a mano de sus enemigos, donde eran hechos pedazos. E hicieron mucho daño los indios con aquellos lazos que tengo dicho. Y los comían, de manera que podremos decir que esta gente bárbara fueron sepulcro de aquestos españoles. Habíanles tomado los pasos y hecho grandes albarradas y puestas gentes en ellas, e los iban siguiendo. El general en la retaguardia socorriendo y animándolos, y algunas veces rovolvía sobre los indios, sólo porque los españoles tuviesen lugar de andar. Y andando legua y media toparon un paso con mucha gente y una fuerte albarrada, y allí los españoles se repararon, que ninguno quería hacer el camino temiendo de no quedar allí. Y visto por el general que los españoles se reparaban e que no pasaban adelante, se adelantó y llegó al albarrada, y como era animoso y esforzado, arremetió y la rompió y desbarató los indios e hizo camino. E pasaron los españoles e tornó a tomar la retaguardia, y hasta aquí le siguieron los indios. Llegaron a Bibio a medianoche y mirando los españoles que iban, hallaron setenta y quedaron muertos noventa y más de tres mil piezas de servicio. Dio orden el general como pasasen los españoles e no quiso pasar él hasta que todos pasasen. Tardó ocho días en ir y volver estos setenta hombres que se habían escapado. Llegaron a la Concepción lunes, muy malheridos ellos y sus caballos, desarmados, porque por venir a la ligera, las celadas echaban e las cotas les pesaban y muchos no traían espada. Y los que estaban en la ciudad eran viejos y enfermos y había pocos para la guerra. Y los que habían escapado venían espantados, y los que estaban en la ciudad no poco medrentados. Y cada uno procuraba escaparse. Y otro día por la mañana, martes segundo de marzo, se dio una arma en la ciudad, que los indios pasaban a Biobio, e luego la gente escomenzó a salir y a desmamparar la ciudad sin que fuese parte el general con amenazas ni palabras a detener la gente. E visto el general que desmamparaban la ciudad, salió fuera en unas barcas que estaban en la playa. Hizo embarcar ciertas mujeres viudas e doncellas, e yo estuve con él hasta que se embarcó. E mandó traer de la iglesia el retablo y un crucifijo, y lo hizo meter en el barco e les envió se fuesen a Valparaíso, y él se quedó con catorce soldados hasta la postre e recogió la que pudo. E salió en la retaguardia y siempre vino con ella aviando y socorriendo a heridos y enfermos, proveyendo cabalgaduras a mujeres que venían a pie. Dos leguas de la ciudad de la Concepción hizo parar la gente e un día los juntó a todos los soldados, e juntos les dijo: "Ya sabéis, amigos y señores, en el peligro en que quedan y están nuestros hermanos, los que están en la imperial y en la ciudad de Valdivia, y cuánta necesidad tienen de saber nuestro suceso, porque cierto es que los indios por tomarlos descuidados no se lo dirán ni avisarán. E para esto pido vuestras mercedes de parte de Su Majestad y de la mía les ruego, se junte quince o veinte de los que más en dispusición se sintieren, para ir a la ciudad imperial y socorrerla e darle el aviso de nuestro suceso, que en ello se hace gran servicio a Dios y a Su Majestad". Y los que se ofrecieron a ir fueron hasta cinco o seis, porque todos los demás estaban desarmados y faltos de buenos caballos, porque para la jornada que habían de ir y el camino que habían de pasar, eran bien menester los caballos. Pues viendo el general que no se ofrecían más de aquellos países y que enviarlos iban en peligro, a causa de ser pocos y larga la jornada y la tierra muy poblada y los indios rebelados, no quiso enviarlos. Y viendo Joan de Chica que no había quien fuese a dar el aviso, se ofreció al general de ir él solo a pie, e que sería mejor que no aventurar quince hombres, porque él se daría mana como caminase de noche, escondiéndose de día, y que le diese las cartas y despachos, y que los llevaría con condición que le diese un repartimiento que él señalaría. Y el general se lo otorgó en nombre de Su Majestad. Salió este soldado e caminó tres jornadas hasta el río de Niehuequetén y allí le mataron los indios. No se supo hasta que el general volvió con socorro. E despachado este soldado, se partió el general con la orden que hasta allí había traído para la ciudad de Santiago, e llegado, los vecinos recogieron los soldados e toda la gente.
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Cómo se han visto claramente grandes milagros en el descubrimiento destas Indias y querer guardar nuestro soberano Señor Dios a los españoles, y cómo también castiga a los que son crueles para con los indios Antes de dar conclusión en esta primera parte me pareció decir aquí algo de las obras admirables que Dios nuestro Señor ha tenido por bien demostrar en el descubrimiento que los cristianos españoles han hecho en estos reinos, y asimismo el castigo que ha permitido en algunas personas notables que en ellos han sido, porque por lo uno y por lo otro se conozca cómo le habemos de amar como a padre y temer como a Señor y Juez justo; y para esto digo que, dejando aparte el descubrimiento primero, hecho por el almirante don Cristóbal Colón, y los sucesos del marqués don Fernando Cortés y los otros capitanes y gobernadores que descubrieron la Tierra Firme, porque yo no quiero contar de tan atrás, mas sólo decir lo que pasó en los tiempos presentes; el marqués don Francisco Pizarro, cuántos trabajos pasó él y sus compañeros, sin ver ni descubrir otra cosa que la tierra que queda a la parte del norte del río de San Juan, no bastaron sus fuerzas ni los socorros que les hizo el adelantado don Diego de Almagro para ver lo de adelante. Y el gobernador Pedro de los Ríos, por la copla que le escribieron, que decía: ¡Ah, señor gobernador!; Miraldo bien por entero; Allá va el recogedor, Acá queda el carnicero. Dando a entender que Almagro iba por gente para la carnecería de los muchos trabajos y Pizarro los mataba en ellos. Por lo cual envió a Juan Tafur, de Panamá, con mandamiento para que los trajese; y desconfiados de descubrir, se volvieron todos con él, si no fueron trece cristianos que quedaron con don Francisco Pizarro, los cuales estuvieron en la isla de la Gorgona hasta que don Diego de Almagro les envió una nao, con la cual a su ventura navegaron; y quiso Dios, que lo puede todo, que lo que en tres o cuatro años no pudieron ver ni descubrir por mar ni por tierra lo descubriesen en diez o doce días. Y así, estos trece cristianos, con su capitán, descubrieron al Perú, y después, a cabo de algunos años, cuando el mismo marqués, con ciento y sesenta españoles, entró en él, no bastaron a defenderse de la multitud de los indios, si no permitiera Dios que hubiera guerra crudelísima entre los dos hermanos Guascar y Atabaliba, y ganaron la tierra. Cuando en el Cuzco generalmente se levantaron los indios contra los cristianos no habla más de ciento y ochenta españoles de a pie y de caballo. Pues estando contra ellos Mango inga, con más de docientos mil indios de guerra, y durante un año entero, milagro es grande escapar de las manos de los indios; pues algunos dellos mismos afirman que vían algunas veces, cuando andaban peleando con los españoles, que junto a ellos andaba una figura celestial que en ellos hacía gran daño, y vieron los cristianos que los indios pusieron fuego a la ciudad, el cual ardió por muchas partes, y emprendiendo en la iglesia, que era lo que deseaban los indios ver deshecho, tres veces la encendieron, y tantas se apagó de suyo, a dicho de muchos que en el mismo Cuzco dello me informaron, siendo en donde el fuego ponían paja seca sin mezcla ninguna. El capitán Francisco César, que salió a descubrir de Cartagena el año de 1536, y anduvo por grandes montañas, pasando muchos ríos hondables y muy furiosos con solamente sesenta españoles, a pesar de los indios todos, estuvo en la provincia de Guaca, donde estaba una casa principal del demonio, de la cual sacó de un enterramiento treinta mil pesos de oro. Y viendo los indios cuán pocos eran, se juntaron más de veinte mil para matarlos, y los cercaron a todos y tuvieron con ellos batalla. En la cual los españoles, puesto que eran tan pocos, como he dicho, y venían desbaratados y flacos, pues no comían sino raíces, y los caballos desherrados, los favoreció Dios de tal manera que mataron y hirieron a muchos indios sin faltar ninguno dellos; y no hizo Dios sólo este milagro por estos cristianos, antes fue servido de los guías por camino que volvieron a Urabá en diez y ocho días, habiendo andado por el otro cerca de un año. Destas maravillas muchas hemos visto cada día; mas baste decir que pueblan en una provincia donde hay treinta o cuarenta mil indios cuarenta o cincuenta cristianos; a pesar dellos, ayudados de Dios están, y pueden tanto, que los subjetan y atraen a sí; y en tierras temerosas de grandes lluvias y terremotos continos, como cristianos entren en ellas, luego vemos claramente el favor de Dios, porque cesa lo más de todo; y rasgadas estas tales tierras, dan provecho, sin se ver los huracanes tan continos y rayos y aguaceros que en tiempo que no había cristianos se vían. Mas es también de notar otra cosa: que puesto que Dios vuelva por los suyos, que llevan por guía su estandarte, que es la cruz, quiere que no sea el descubrimiento como tiranos, porque los que esto hacen vemos sobre ellos castigos grandes. Y así, los que tales fueron, pocos murieron sus muertes naturales, como fueron los principales que se hallaron en tratar la muerte de Atabaliba, que todos los más han muerto miserablemente y con muertes desastradas. Y aun paresce que las guerras que ha habido tan grandes en el Perú las permitió Dios para castigo de los que en él estaban; y así a los que esto consideraren les parecerá que Caravajal era verdugo de su justicia y que vivió hasta que el castigo se hizo, y después pagó él con la muerte los pecados graves que hizo en la vida. El mariscal don Jorge Robledo, consintiendo hacer en la provincia de Pozo gran daño a los indios, y que con las ballestas y perros matasen tantos como dellos mataron, Dios permitió que en el mismo pueblo fuese sentenciado a muerte, y que tuviese por su sepultura los vientres de los mismos indios, muriendo asimismo el comendador Hernán Rodríguez de Sosa y Baltasar de Ledesma, y fueron juntamente con él comidos por los indios, habiendo primero sido demasiado crueles contra ellos. El adelantado Belalcázar, que a tantos indios dio muerte en la provincia de Quito, Dios permitió de le castigar con que en vida se vió tirado del mando del gobernador por el juez que le tomó cuenta, y pobre y lleno de trabajos, tristezas y pensamientos, murió en la gobernación de Cartagena, viniendo con su residencia a España. Francisco García de Tovar, que tan temido fue de los indios, por los muchos que mató, ellos mismos le mataron y comieron. No se engañe ninguno en pensar que Dios no ha de castigar a los que fueren crueles para con estos indios, pues ninguno dejó de recebir la pena conforme al delicto. Yo conoscí un Roque Martín, vecino de la ciudad de Cali, que a los indios que se nos murieron cuando viniendo de Cartagena llegamos aquella ciudad, haciéndolos cuartos, los tenía en la percha para dar de comer a sus perros; después indios lo mataron, y aun creo que comieron. Otros muchos pudiera decir que dejo, concluyendo con que, puesto que nuestro Señor en las conquistas y descubrimientos favorezca a los cristianos, si después se vuelven tiranos, castígalos severamente, según se ha visto y ve, permitiendo que algunos mueran de repente, que es más de temer.
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Cómo fue Gonzalo de Sandoval a Tlascala por la madera de los bergantines, y lo que más en el camino hizo en un pueblo que le pusimos por nombre el Pueblo-Morisco Como siempre estábamos en grande deseo de tener ya los bergantines acabados y vernos ya en el cerco de México, y no perder ningún tiempo en balde, mandó nuestro capitán Cortés que luego fuese Gonzalo de Sandoval por la madera, y que llevase consigo doscientos soldados y veinte escopeteros y ballesteros y quince de a caballo, y buena copia de tlascaltecas y veinte principales de Tezcuco, y llevase en su compañía a los mancebos de Chalco y a los viejos, y los pusiesen en salvo en sus pueblos; e antes que partiesen hizo amistades entre los tlascaltecas y los de Chalco; porque, como los de Chalco solían ser del bando y confederados de los mexicanos, y cuando iban a la guerra los mexicanos sobre Tlascala llevaban en su compañía a los de la provincia de Chalco para que les ayudasen, por estar en aquella comarca, desde entonces se tenían mala voluntad y se trataban como enemigos; mas como he dicho, Cortés los hizo amigos allí en Tezcuco, de manera que siempre entre ellos hubo gran amistad, y se favorecieron de allí adelante los unos de los otros. Y también mandó Cortés a Gonzalo de Sandoval que cuando tuviesen puestos en su tierra los de Chalco, que fuesen a un pueblo que allí cerca estaba en el camino, que en nuestra lengua le pusimos por nombre el Pueblo-Morisco, que era sujeto a Tezcuco; porque en aquel pueblo habían muerto cuarenta y tantos soldados de los de Narváez y aun de los nuestros y muchos tlascaltecas, y robado tres cargas de oro cuando nos echaron de México; y los soldados que mataron eran que venían de la Veracruz a México cuando íbamos en el socorro de Pedro de Alvarado; y Cortés le encargó al Sandoval que no dejase aquel pueblo sin buen castigo, puesto que más merecían los de Tezcuco, porque ellos fueron los agresores y capitanes de aquel daño, como en aquel tiempo eran muy hermanos en armas con la gran ciudad de México; y porque en aquella sazón no se podía hacer otra cosa, se dejó de castigar en Tezcuco.. Y volvamos a nuestra plática, y es que Gonzalo de Sandoval hizo lo que el capitán le mandó, así en ir a la provincia de Chalco, que poco se rodeaba, y dejar allí a los dos mancebos señores della, y fue al, Pueblo-Morisco, y antes que llegasen los nuestros ya sabían por sus espías cómo iban sobre ellos, y desamparan el pueblo y se van huyendo a los montes, y el Sandoval los siguió, y mató tres o cuatro porque hubo mancilla dellos; mas hubiéronse mujeres y mozas, e prendió cuatro principales, y el Sandoval los halagó a los cuatro que prendió, y les dijo que cómo habían muerto tantos españoles. Y dijeron que los de Tezcuco y de México los mataron en una celada que les pusieron en una cuesta por donde no podían pasar sino uno a uno, porque era muy angosto el camino; y que allí cargaron sobre ellos gran copia de mexicanos y de Tezcuco, y que entonces los prendieron y mataron, y que los de Tezcuco los llevaron a su ciudad, y los repartieron con los mexicanos (y esto que les fue mandado, y que no pudieron hacer otra cosa); y que aquello que hicieron, que fue en venganza del señor de Tezcuco, que se decía Cacamatzin, que Cortés tuvo preso y se había muerto en las puentes. Hallóse allí en aquel pueblo mucha sangre de los españoles que mataron, por las paredes, que habían rociado con ella a sus ídolos; y también se halló dos caras que habían desollado, y adobado los cueros como pellejos de guantes, y las tenían con sus barbas puestas y ofrecidas en unos de sus altares; y asimismo se halló cuatro cueros de caballos curtidos, muy bien aderezados, que tenían sus pelos y con sus herraduras, colgados y ofrecidos a sus ídolos en el su cu mayor; y halláronse muchos vestidos de los españoles que habían muerto, colgados y ofrecidos a los mismos ídolos; y también se halló en un mármol de una casa, adonde los tuvieron presos, escrito con carbones: "Aquí estuvo preso en sin ventura de Juan Yuste, con otros muchos que traía en mi compañía." Este Juan Yuste era un hidalgo de los de a caballo que allí mataron, y de las personas de calidad que Narváez había traído; de todo lo cual el Sandoval y todos sus soldados hubieron mancilla y les pesó; mas ¿qué remedio había ya que hacer sino usar de piedad con los de aquel pueblo, pues se fueron huyendo y no aguardaron, y llevaron sus mujeres e hijos, y algunas mujeres que se prendían lloraban por sus maridos y padres? Y viendo esto el Sandoval, a cuatro principales que prendió y a todas las mujeres las soltó, y envió a llamar a los del pueblo, los cuales vinieron y le demandaron perdón, y dieron la obediencia a su majestad y prometieron de ser siempre contra mexicanos y servirnos muy bien; y preguntados por el oro que robaron a los tlascaltecas cuando por allí pasaron, dijeron que otros habían tomado las cargas dello, y que los mexicanos y los señores de Tezcuco se lo llevaron, porque dijeron que aquel oro había ido de Montezuma, y que lo había tomado de sus templos y se lo dio a Malinche, que lo tenía preso. Dejemos de hablar desto, y digamos cómo fue Sandoval camino de Tlascala, y junto a la cabecera del pueblo mayor, donde residían los caciques, topó con toda la madera y tablazón de los bergantines, que la traían a cuestas sobre ocho mil indios, y venían otros tantos a la retaguardia dellos con sus armas y penachos, y otros dos mil para remudar las cargas que traían el bastimento; y venían por capitanes de todos los tlascaltecas Chichimecatecle, que ya he dicho otras veces en los capítulos pasados que dello hablan, que era indio muy principal y esforzado; y también venían otros dos principales, que se decían Teulepile y Teutical, y otros caciques y principales, y a todos los traía a cargo Martín López, que era el maestro que cortó la madera y dio la cuenta para las tablazones, y venían otros españoles que no me acuerdo sus nombres; y cuando Sandoval los vio venir de aquella manera hubo mucho placer por ver que le habían quitado aquel cuidado, porque creyó que estuviera en Tlascala algunos días detenido, esperando a salir con toda la madera y tablazón; y así como venían, con el mismo concierto fueron dos días caminando, hasta que entraron en tierra de mexicanos, y les daban gritos desde las estancias y barrancas, y en partes que no les podían hacer mal ninguno los nuestros con caballos ni escopetas; entonces dijo el Martín López, que lo traía todo a cargo que sería bien que fuesen con otro recaudo que hasta entonces venían, porque los tlascaltecas le habían dicho que temían aquellos caminos no saliesen de repente los grandes poderes de México y les desbaratasen, como iban cargados y embarazados con la madera y bastimentos; y luego mandó Sandoval repartir los de a caballo y ballesteros y escopeteros, que fuesen unos en la delantera y los demás en los lados; y mandó a Chichimecatecle que iba por capitán delante de todos los tlascaltecas, que se quedase detrás para ir en la retaguardia juntamente con el Gonzalo de Sandoval, de lo cual se afrentó aquel cacique, creyendo que no le tenían por esforzado; y tantas cosas le dijeron sobre aquel caso, que lo hubo por bueno viendo que el Sandoval quedaba juntamente con él, y le dieron a entender que siempre los mexicanos daban en el fardaje, que quedaba atrás; y como lo hubo bien entendido, abrazó al Sandoval y dijo que le hacían honra en aquello. Dejemos de hablar en esto, y digamos que en otros dos días de camino llegaron a Tezcuco, y antes que entrasen en aquella ciudad se pusieron muy buenas mantas y penachos, y con atambores y cornetas, puestos en ordenanza, caminaron, y no quebraron el hilo en más de medio día que iban entrando y dando voces y silbos y diciendo: "Viva, viva el emperador, nuestro señor, y Castilla, Castilla, y Tlascala, Tlascala." Y llegaron a Tezcuco, y Cortés y ciertos capitanes les salieron a recibir, con grandes ofrecimientos que Cortés hizo a Chichimecatecle y a todos los capitanes que traía; e las piezas de maderos y tablazones y todo lo demás perteneciente a los bergantines se puso cerca de las zanjas y esteros donde se habían de labrar; y desde allí adelante tanta priesa se daba en hacer trece bergantines el Martín López, que fue el maestro de los hacer, con otros españoles que les ayudaban, que se decían Andrés Núñez y un viejo que se decía Ramírez, que estaba cojo de una herida, y un Diego Hernández, aserrador, y ciertos carpinteros y dos herreros con sus fraguas, y un Hernando de Aguilar, que les ayudaba a machar; todos se dieron gran priesa hasta que los bergantines estuvieron armados y no faltó sino calafetearlos y ponerles los mástiles y jarcias y velas. Pues ya hecho esto, quiero decir el gran recaudo que teníamos en nuestro real de espías y escuchas y guarda para los bergantines, porque estaban junto a la laguna, y los mexicanos procuraron tres veces de les poner fuego, y aun prendimos quince indios de los que lo venían a poner, de quien se supo muy largamente todo lo que en México hacían y concertaba Guatemuz; y era, que por vía ninguna habían de hacer paces, sino morir todos peleando o quitarnos a todos las vidas. Quiero tornar a decir los llamamientos y mensajeros en todos los pueblos sujetos a México, y cómo les perdonaba el tributo y el trabajar, que de día y de noche trabajaban de hacer cavas y ahondar los pasos de las puentes y hacer albarradas muy fuertes, y poner a punto sus varas y toraderas, y hacer unas lanzas muy largas para montar los caballos, engastadas en ellas de las espadas que nos tomaron la noche del desbarate, y poner a punto sus hondas con piedras rollizas, y espadas de a dos manos, y otras mayores que espadas, como macanas, y todo género de guerra. Dejemos esta materia, y volvamos a decir de nuestra zanja y acequia, por donde habían de salir los bergantines a la gran laguna, que estaba ya muy ancha y honda, que podían nadar por ella navíos de razonable porte; porque, como otras veces he dicho, siempre andaban en la obra ocho mil indios trabajadores. Dejemos esto, y digamos cómo nuestro Cortés fue a una entrada de Saltocan.