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Cómo vinieron cartas a Cortés de España, del cardenal de Sigüenza don García de Loaysa, que era presidente de Indias y luego fue arzobispo de Sevilla, y de otros caballeros, para que en todo caso se fuese luego a Castilla, y le trajeron nuevas que era muerto su padre Martín Cortés; y lo que sobre ello hizo Ya he dicho en el capítulo pasado lo acaecido entre Cortés y el tesorero y el factor y veedor, e por qué causa lo desterró de México, y cómo vino dos veces el obispo de Tlascala a entender en amistades y Cortés nunca quiso responder a cartas ni a cosa ninguna que le dijesen, y se apercibió para ir a Castilla; y le vinieron cartas del Presidente de Indias don García de Loaysa, y del duque de Béjar y de otros caballeros, en que le decían que, como estaba ausente, daban quejas delante de su majestad, y decían en las quejas muchos males y muertes que había hecho dar a los gobernadores que su majestad enviaba, y que fuese en todo caso a volver por su honra; y le trajeron nuevas que su padre Martín Cortés era fallecido; y como vio las cartas, le pesó mucho, así de la muerte de su padre como de las cosas que dél decían que había hecho, no siendo así; y se puso luto, puesto que lo traía en aquel tiempo por la muerte de su mujer doña Catalina Xuárez "la Marcaída", e hizo gran sentimiento por su padre, y las honras lo mejor que pudo; y si mucho deseo tenía de antes de ir a Castilla, desde allí adelante se dio mayor priesa, porque luego mandó a su mayordomo, que se decía Pedro Ruiz de Esquivel, natural de Sevilla, que fuese a la Veracruz, y de dos navíos que habían llegado, que tenía fama que eran nuevos y veleros, que los comprase; y estaba apercibiendo bizcocho y cecina de tocinos y lo perteneciente para el matalotaje muy cumplidamente, como convenía para un gran señor y rico que Cortés era, y cuantas cosas se pudieron haber en la Nueva-España que eran buenas para el mar, y conservas que de Castilla vinieron; y fueron tantas y de tanto género, que para dos años se pudieran mantener otros dos navíos, aunque tuvieran mucha más gente, con lo que en Castilla les sobró. Pues yendo el mayordomo por la laguna de México en una canoa grande para ir a un pueblo que se dice Ayotzingo, que es donde desembarcan las canoas, que por ir más presto a hacer lo que Cortés le mandaba fue por allí, y llevó seis indios mexicanos remeros y un negro, e ciertas barras de oro para comprar los navíos; y quien quiera que fue, le aguardó en la misma laguna y le mató, que nunca se supo quién ni quién no, ni pareció canoa ni indios ni el negro que le remaba, salvo que desde allí a cuatro días hallaron al Esquivel en una isleta de la laguna, el medio cuerpo comido de aves carniceras. Sobre la muerte deste mayordomo hubo grandes sospechas, porque unos decían que era hombre que se alababa de cosas que decía él mismo que pasaba con damas e con otras señoras, e decían otras cosas malas que dicen que hacía; e a esta causa estaba malquisto, y ponían sospechas de otras muchas cosas que aquí no declaro; por manera que no se supo de su muerte, ni aun se pesquisó muy de raíz quién le mató, perdónele Dios. Y luego Cortés volvió a enviar de presto a otros mayordomos para que le tuviesen aparejados los navíos e metido el bastimento e pipas de vino, y mandó dar pregones que cualesquier personas que quisieren ir a Castilla les dará pasaje y comida de valde, yendo con licencia del gobernador. Y luego Cortés, acompañado de Gonzalo de Sandoval y de Andrés de Tapia y de otros caballeros, se fue a Veracruz, y como se hubo confesado y comulgado se embarcó; y quiso nuestro señor Dios darle tal viaje, que en cuarenta y un días llegó a Castilla, sin parar en la Habana ni en isla ninguna, y fue a desembarcar cerca de la villa de Palos, junto a nuestra señora de la Rábida; y como se vieron en salvamento en aquella tierra, hincan las rodillas en tierra y alzan las manos al cielo, dando muchas gracias a Dios por las mercedes que siempre les hacia; y llegaron a Castilla en el mes de diciembre de 1527 años. Y pareció ser que Gonzalo de Sandoval iba muy doliente, y a grandes alegrías hubo tristezas, que fue Dios servido desde ahí a pocos días de le llevar desta vida en la villa de Palos, y en la posada que estaba era de un cordonero de hacer jarcias y cables y maromas, y antes que muriese le hurtó el huésped trece barras de oro; lo cual vio el Sandoval por sus ojos que se las sacaron de una caja, porque aguardó el cordonero que no estuviese allí persona ninguna en compañía del Sandoval; e tuvo tales astucias, que envió a sus criados del Sandoval que fuesen por la posta de la Rábida a llamar a Cortés; y el Sandoval, puesto que lo vio, no osó dar voces, porque, como estaba muy debilitado y flaco y malo, temió que el cordonero, que le pareció mal hombre, no le echase el colchón o almohada sobre la boca y re ahogase; y luego se fue el huésped a Portugal, huyendo con las barras de oro y no se pudo cobrar cosa ninguna. Volvamos a Cortés, que cuando supo que estaba muy malo el Sandoval vino luego por la posta adonde estaba, y el Sandoval le dijo la maldad que su huésped le había hecho, y cómo le hurtó las barras de oro y se fue huyendo; en lo cual, puesto que pusieron gran diligencia para que se sobrasen, como se pasó a Portugal, se quedó con ello. Y el Sandoval cada día iba empeorando de su mal, y los médicos que le curaban le dijeron que luego se confesase y recibiese los santos sacramentos e hiciese testamento, y él lo hizo con grande devoción y mandó muchas mandas así a pobres como a monasterios, y nombró por su albacea a Cortés y heredera a una hermana o hermanas e la una hermana, el tiempo andando, se casó con un hijo bastardo del conde de Medellín; y como hubo ordenado su alma y hecho testamento, dio el ánima a nuestro señor Dios, que la crió, y por su muerte se hizo gran sentimiento, y con toda la pompa que pudieron le enterraron en el monasterio de nuestra señora de la Rábida; y Cortés, con todos los caballeros que iban en su compañía, se pusieron luto ¡perdónele Dios, amén! Y luego Cortés envió correo a su majestad y al cardenal de Sigüenza, y al duque de Béjar y al conde de Aguilar y a otros caballeros, e hizo saber cómo había llegado a aquel puerto y de cómo Gonzalo de Sandoval había fallecido, e hizo relación de la calidad de su persona y de los grandes servicios que había hecho a su majestad, y que fue capitán de mucha estima así para mandar ejércitos como para pelear por su persona; y como aquellas cartas llegaron ante su majestad, recibió alegría de la venida de Cortés, puesto que le pesó de la muerte del Sandoval, porque ya tenía noticia de su generosa persona, y asimismo le pesó al cardenal don García de Loaysa y al real consejo de Indias. Pues el duque de Béjar y el conde de Aguilar y otros caballeros se holgaron en gran manera, puesto que a todos les pesó de la muerte del Sandoval; y luego fue el duque de Béjar, juntamente con el conde de Aguilar, a dar más relación dello a su majestad, puesto que ya tenía la carta de Cortés, y dijo que bien sabía la gran lealtad de quien había fiado y que caballero que tan grandes servicios le había hecho, que en todo lo demás lo había de mostrar en lealtad, como era obligado a su rey y señor, lo cual se ha parecido bien por la obra; y esto dijo el Duque porque en el tiempo que ponían las acusaciones y decían muchos males contra Cortés delante de su majestad, puso tres veces su cabeza y estado por fiador de Cortés y de los soldados que estábamos en su compañía, que éramos muy leales y grandes servidores de su majestad y dignos de grandes mercedes, porque en aquel tiempo no estaba descubierto el Perú ni había la fama de lo que después hubo. Y luego su majestad envió a mandar que por todas las ciudades y villas por donde Cortés pasase le hiciesen mucha honra, y el duque de Medina-Sidonia le hizo gran recibimiento en Sevilla y le presentó caballos muy buenos; y después que reposó allí dos días, fue a jornadas largas a nuestra señora de Guadalupe para tener novenas, y fue su ventura tal, que en aquella sazón había allí llegado la señora doña María de Mendoza, mujer del comendador mayor de León don Francisco de los Cobos, y había traído en su compañía muchas señoras de grande estado, y entre ellas una señora doncella, hermana suya, que de ahí a dos años casó con el adelantado de Canarias; y como Cortés lo supo, hubo gran placer, y luego como llegó, después de haber hecho oración delante de nuestra señora y dado limosna a pobres y mandar decir misas, puesto que llevaba luto por su padre y su mujer y por Gonzalo de Sandoval, fue muy acompañado de los caballeros que llevó de la Nueva-España y con otros que se le habían allegado para su servicio, y fue a hacer gran acato a la señora doña María de Mendoza y a la señora doncella, su hermana, que era muy hermosa, y a todas las demás señoras que con ellas venían. Y como Cortés en todo era muy cumplido y regocijado, y la fama de sus grandes hechos volaba por toda Castilla, pues plática y agraciada expresiva no le faltaba, y sobre todo, mostrarse muy franco y tener riquezas de que dar, comenzó a hacer grandes presentes de muchas joyas de oro de diversas hechuras a todas aquellas señoras, y después de las joyas, dio penachos de plumas verdes llenas de argentería de oro y de perlas, y en todo lo que dio fue muy aventajada la señora doña María de Mendoza y a la señora su hermana; y después que hubo hecho aquellos ricos presentes, dio por sí sola a la señora doncella ciertos tejuelos de oro muy fino para que hiciese joyas, y tras esto, mandó dar mucho liquidámbar y bálsamo para que se sahumasen; y mandó a los indios maestros de jugar el palo en los pies, que delante de aquellas señoras les hiciesen fiesta y trajesen el palo de un pie al otro, que fue cosa de que se contentaron y aun se admiraron de lo ver; y demás de todo esto, supo Cortés que de la litera en donde había venido la señora doncella se le mancó una acémila, y secretamente mandó comprar dos muy buenas y que las entregasen a los mayordomos que traían cargo de su servicio; y aguardó en la villa de Guadalupe hasta que partiesen para la corte, que en aquella sazón estaba en Toledo, y fueles acompañando y sirviendo e haciendo banquetes y fiestas, y tan gran servidor se mostró, que lo sabía muy bien hacer y representar, que la señora doña María de Mendoza le trató casamiento con su hermana; y si Cortés no fuera desposado con la señora doña Juana de Zúñiga, sobrina del duque de Béjar, ciertamente tuviera grandísimos favores del comendador mayor de León y de la señora doña María de Mendoza, su mujer, y su majestad le diera la gobernación de la Nueva-España. Dejemos de hablar en este casamiento, pues todas las cosas son guiadas y encaminadas por la mano de Dios, y diré cómo escribió la señora doña María de Mendoza al comendador mayor de León, su marido, sublimando en gran manera las cosas de Cortés, y que no era nada la fama que tiene de sus heroicos hechos para lo que ha visto y conocido de su persona y conversación y franqueza, y le representó otras gracias que en él había conocido y los servicios que le había hecho, y que le tenga por su muy gran servidor, y que a su majestad le haga sabidor de todo y le suplique que le haga mercedes. Y como el comendador mayor vio la carta de su mujer, se holgó con ella; y como era el más privado que hubo en nuestros tiempos del emperador, llevóle la misma carta a su majestad, y de su parte le suplicó que en todo le favoreciese, y así su majestad lo hizo, como adelante diré; e dijo el duque de Béjar y el almirante al Cortés, como por pasatiempo, cuando hubo llegado a la corte, que habían oído decir a su majestad, cuando supo que había venido a Castilla, que tenla deseo de ver y conocer a su persona, que tantos y tan buenos servicios le ha hecho, y de quien tantos males le han informado que hacía con mañas e astucias. Pues llegado Cortés a la corte, su majestad le mandó señalar posada: pues por parte del duque de Béjar y del conde de Aguilar y de otros grandes señores, sus deudos, le salieron a recibir y se le hizo mucha honra. Y otro día, con licencia de su majestad, fue a le besar sus reales pies, llevando en su compañía por sus intercesores, por más le honrar, al almirante y al duque de Béjar y al comendador mayor de León; y Cortés, después de demandar licencia para hablar, se arrodilló en el suelo, y su majestad le mandó levantar, y luego representó sus muchos y notables servicios, y todo lo acontecido en las conquistas e ida de Honduras, y las tramas que hubo en México del factor y veedor; y recontó todo lo que llevaba en la memoria; y porque era muy larga relación, y por no embarazar más a su majestad, entre otras pláticas, dijo: "Ya vuestra majestad estará cansado de me oír, y para un tan gran emperador y monarca de todo el mundo, como vuestra majestad es, no es justo que un vasallo como yo tenga tanto atrevimiento, y mi lengua no está acostumbrada a hablar con vuestra majestad, y podría ser que mi sentido no diga con aquel tan debido acato que debo todas las cosas acaecidas; aquí tengo este memorial, por donde vuestra majestad podrá ver, si fuere servido, todas las cosas muy por extenso cómo pasaron"; y entonces se hincó de rodillas para besarle los pies por las mercedes que fue servido hacerle en le haber oído. Y el emperador nuestro señor le mandó levantar: y el almirante y el duque de Béjar dijeron a su majestad que era digno de grandes mercedes; y luego le hizo marqués del Valle y le mandó dar ciertos pueblos, y aun le mandaba dar el hábito de señor Santiago, y como no se lo señalaron con renta, se calló por entonces; que esto yo no lo sé bien de qué manera fue! y le hizo capitán general de la Nueva-España y mar del Sur, y Cortés se tornó a humillar para besarle sus reales pies, y su majestad le mandó que se levantase. Y después de hechas estas grandes mercedes, desde ahí a pocos días que había llegado a Toledo adoleció Cortés, que llegó a estar tan al cabo, que creyeron que se muriera; y el duque de Béjar y el comendador mayor don Francisco de los Cobos suplicaron a su majestad que, pues que Cortés tan grandes servicios le había hecho, que le fuese a visitar antes de su muerte a su posada; y su majestad fue acompañado de duques, marqueses y condes y del don Francisco de los Cobos, y le visité; que fue muy grande favor, y por tal se tuvo en la corte; y después que estuvo Cortés bueno, como se tenía por tan grande privado de su majestad, y el conde de Nasao le favorecía, y el duque de Béjar y almirante de Castilla, un domingo yendo a misa, ya su majestad estaba en la iglesia mayor, acompañado de duques y marqueses y condes, y estaban asentados en sus asientos conforme al estilo y calidad que entre ellos se tenía por costumbre de se asentar, vino Cortés algo tarde a misa, sobre cosa pensada, y pasó por delante de aquellos ilustrísimos señores con su falda de luto alzada, y se fue sentar cerca del conde Nasao, que estaba su asiento el más cercano del emperador; y de que así lo vieron pasar delante de aquellos grandes señores de salva, murmuráronlo de su grande presunción y osadía, y tuviéronlo por desacato, y que no se le había de atribuir a la policía de lo que dél decían; y entre aquellos duques y marqueses estaba el duque de Béjar y el almirante de Castilla y el conde de Aguilar, y dijeron que aquello no se le había de tener a Cortés a mal miramiento, porque su majestad por le honrar le había mandado que se fuese a sentar cerca del conde de Nasao; y que demás de aquello, que su majestad mandó que mirasen y tuviesen noticia que Cortés con sus compañeros, había ganado tantas tierras, que toda la cristiandad le era en cargo; que ellos, los estados que tenían que los habían heredado de sus antepasados por servicio que habían hecho; y que por estar desposado Cortés con su sobrina, su majestad le mandaba honrar. Volvamos a Cortés, y diré que, viéndose tan sublimado en privanza con el emperador y el duque de Béjar y conde Nasao, y aun del almirante, e ya con título de marqués, comenzó a tenerse en tanta estima, que no tenía cuenta, como era razón, con quien le había favorecido y ayudado para que su majestad le diese el marquesado, ni al cardenal fray García de Loaysa ni a Cobos, ni a la señora doña María de Mendoza ni a los del real consejo de Indias, que todo se le pasaba por alto, y todos sus cumplimientos eran con el duque de Béjar y conde Nasao y el almirante. E creyendo que tenía muy bien entablado su juego con tener privanza con tan grandes señores, comenzó a suplicar con mucha instancia a su majestad que le hiciese merced de la gobernación de la Nueva-España, y para ello representó otra vez sus servicios, y que siendo gobernador entendía descubrir por la mar del Sur islas e tierras muy ricas, y se ofreció con otros muchos cumplimientos; y aun echó otra vez por intercesores al conde Nasao y al duque de Béjar y al almirante; y su majestad les respondió que se contentase que le había dado el marquesado de mucha renta, y que también había de dar a los que le ayudaron a ganar la tierra, que eran merecedores dello; que pues lo conquistaron, que lo gocen. Y dende allí adelante comenzó decaer de la grande privanza que tenía; porque, según dijeron muchas personas, el cardenal, que era presidente del real consejo de Indias, y los del real consejo de Indias habían entrado en consulta con su majestad sobre las cosas y mercedes de Cortés, y les pareció que no fuese gobernador; otros dijeron que el comendador mayor y la señora doña María de Mendoza le fueron algo contrarios porque no hacía cuenta dellos: ora sea por lo uno o por lo otro, el emperador no le quiso más oír, por más que le importunaban, sobre la gobernación. Y en este instante se fue su majestad a embarcar a Barcelona para pasar a Flandes y fueron acompañándole muchos duques y marqueses y siempre él echaba por intercesores aquellos duques y marqueses para suplicar a su majestad que le diese la gobernación; y su majestad respondió al conde Nasao que no le hablase más en aquel caso, que ya le había dado un marquesado que tenía más renta de la que el conde Nasao, tenía con todo su estado. Dejemos a su majestad embarcado con buen viaje, y volvamos a Cortés y las grandes fiestas que le hicieron a sus velaciones, y de las ricas joyas que dio a la señora doña Juana de Zúñiga, su mujer; e fueron tales que, según dijeron quien las vio, y la riqueza dellas, que en toda Castilla no se habían dado más estimadas; y de algunas dellas la serenísima emperatriz doña Isabel, nuestra señora, que tuvo voluntad de las haber, según lo que dellas le contaban los lapidarios, y aun dijeron que ciertas piedras que Cortés le hubo presentado, que se descuidó o no quiso darle de las más ricas, como las que dio a la marquesa, su mujer. Quiero traer a la memoria otras cosas que a Cortés le acaecieron en Castilla el tiempo que estuvo en la corte, y fue, que triunfaba con mucha alegría, y según dijeron muchas personas que vinieron de allá, que estaban en su compañía, que hubo fama que la serenísima emperatriz doña Isabel, nuestra señora, no estaba tan bien en los negocios de Cortés como al principio que llegó a la corte, cuando alcanzó a saber que había sido ingrato al cardenal y al real consejo de Indias, y aun al comendador mayor de León y con la señora doña María de Mendoza, y alcanzó a saber que tenía otras muy ricas piedras, mejores que las que le hubo dado. Y con todo esto que le informaron, mandó a los del real consejo de Indias que en todo fuese ayudado; y entonces capituló Cortés que enviaría por ciertos años por la mar del Sur dos navíos de armada bien abastecidos, y con setenta soldados y capitanes con todo género de armas, a su costa, a descubrir islas e otras tierras, y que de lo que descubriese le harían ciertas mercedes; a las cuales capitulaciones me remito, porque ya no se me acuerdan. Y también en aquel instante estaba en la corte don Pedro de la Cueva, comendador mayor de Alcántara, hermano del duque de Alburquerque, porque este caballero fue el que su majestad había mandado que fuese a la Nueva-España con gran copia de soldados a cortar la cabeza a Cortés si le hallase culpado, e a otras cualesquier personas que hubiesen hecho alguna cosa en deservicio de su majestad; y como vio a Cortés, y supo que su majestad le había hecho marqués, y era casado con la señora doña Juana de Zúñiga, se holgó mucho dello, y se comunicaba cada día el comendador don Pedro de la Cueva con el marqués don Fernando Cortés; y dijo al mismo Cortés que si por ventura fuera a la Nueva-España y llevara los soldados que su majestad le mandaba, que por más leal y justificado que le hallase, que por fuerza había de pagar la costa de los soldados, y aun su ida, y que fueran más de trescientos mil pesos; y que lo hizo mejor de venir ante su majestad. Y porque tuvieron otras muchas pláticas, que aquí no relato, las cuales de Castilla nos escribieron personas que se hallaron presentes a ellas, y de todo lo demás por mí relatado en el capítulo que dello habla; y demás desto, nuestros procuradores lo escribieron, y aun el mismo marqués escribió los grandes favores que de su majestad alcanzó, y no declaró la causa por qué no le dieron la gobernación. Dejemos esto, y digo que desde ahí a pocos días después que fue marqués envió a Roma a besar los santos pies de nuestro muy santo padre el papa Clemente; porque Adriano, que hacía por nosotros, ya había fallecido tres o cuatro años había, y envió por su embajador a un hidalgo que se decía Juan de Herrada, y con él envió un rico presente de piedras ricas e joyas de oro, y dos indios maestros de jugar el palo con los pies; y le hizo relación de su llegada a Castilla y de las tierras que había ganado, y de los servicios que hizo a Dios primeramente y a nuestro gran emperador, y le dio toda la relación por un memorial de las tierras, cómo son muy grandes y la manera que en ellas hay, y que todos los indios eran idólatras y que se han vuelto cristianos, y otras muchas cosas que convenían decir a nuestro muy santo padre; y porque yo no lo alcancé a saber tan por extenso como en la carta iba, lo dejaré aquí de decir, y aun esto que aquí digo, después lo alcanzamos a saber del mismo Juan de Herrada, fue un buen soldado que hubo ido en nuese supimos que enviaba a suplicar a nuestro muy santo padre que se quitasen parte de los diezmos. Y para que bien entiendan los curiosos lectores quién es este Juan de Herrada, fue un buen soldados que hubo ido en nuestra compañía a las Honduras cuando fue Cortés; y después que vino de Roma fue al Perú, y le dejó don Diego de Almagro por ayo de su hijo don Diego el mozo; y este fue tan privado de don Diego de Almagro, e fue el capitán de los que mataron a don Francisco Pizarro el viejo, y después maese de campo de Almagro el mozo. Volvamos a decir lo que le aconteció en Roma al Juan de Herrada que, después que fue a besar los santos pies de su santidad, y presentó los dones que Cortés le envió y los indios que traían el palo con los pies, su santidad lo tuvo en mucho, y dijo que daba gracias a Dios, que en sus tiempos tan grandes tierras se hubiesen descubierto y tantos números de gentes se hubiesen vuelto a nuestra santa fe; y mandó hacer procesiones, y que todos diesen gracias por ello a Dios nuestro señor; y dijo que Cortés y todos sus soldados habíamos hecho grandes servicios a Dios primeramente, y al emperador don Carlos, nuestro señor, y a toda la cristiandad, y que éramos dignos de grandes mercedes; y entonces nos envió bulas para no absolver a culpa y a pena de todos nuestros pecados, e otras indulgencias para los hospitales e iglesias, con grandes perdones; y dio por muy bueno todo lo que Cortés había hecho en la Nueva-España, según y como su antecesor el papa Adriano; y en lo de los diezmos no sé si le hizo cierta merced; y escribió a Cortés en respuesta de su carta, y lo que en ella se contenía yo no lo supe, porque, como dicho tengo, deste Juan de Herrada y de un soldado que se decía Campo, que volvieron desde Roma, alcancé a saber lo que aquí escribo; porque, según dijeron, después que hubo estado en Roma diez días, y habían los indios maestros de jugar el palo con los pies estado delante de su santidad y de los sacros cardenales, de que se holgaron mucho de lo ver, su santidad le hizo merced al Juan de Herrada de le hacer conde palatino y le mandó dar cierta cantidad de ducados para que se volviese, y una carta de favor para el emperador nuestro señor, que le hiciese su capitán y le diese buenos indios de encomienda. Y como Cortés ya no tenía mando en la Nueva-España, y no le dio cosa ninguna de lo que el santo padre mandaba, se pasó al Perú, donde fue capitán.
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Cómo entretanto que Cortés estaba en Castilla con título de marqués, vino la real audiencia a México, y en lo que entendió Pues estando Cortés en Castilla con título de marqués, en aquel instante llegó la real audiencia a México, según su majestad lo habla mandado, como dicho tengo en el capítulo que dello habla, y por presidente Nuño de Guzmán, que solía estar por gobernador en Pánuco, y cuatro licenciados por oidores; los nombres dellos se decían Matienzo, que era natural de Vizcaya o cerca de Navarra, y Delgadillo, de Granada, y un Maldonado, de Salamanca; no es este el licenciado Alonso Maldonado "el bueno", que fue gobernador de Guatemala; y vino un licenciado Parada, que solía estar en la isla de Cuba. Y así como llegaron estos oidores a México, después que les hicieron gran recibimiento en la entrada de la ciudad, en obra de quince o veinte días que habían llegado, se mostraron muy justificados en hacer justicia, y traían los mayores poderes que nunca a la Nueva-España después trajeron virreyes ni presidentes, y era para hacer el repartimiento perpetuo, y anteponer a los conquistadores y hacerles muchas mercedes, porque así se "lo mandó su majestad; y luego hacen saber de su venida a todas las ciudades e villas que en aquella sazón estaban pobladas en la Nueva-España, para que envíen procuradores con las memorias y copias de los indios que hay en cada provincia, para hacer el repartimiento perpetuo, y en pocos días se juntaron en México los procuradores de las ciudades e villas y otros conquistadores. Y en aquella sazón estaba yo en México por procurador síndico de la villa de Guazacualco, donde en aquel tiempo era vecino; y como vi lo que el presidente y oidores mandaron, fui por la posta a nuestra villa para elegir quiénes habían de venir por procuradores para hacer el repartimiento perpetuo; y cuando llegué hubo muchas contrariedades en elegir los que habían de venir, porque unos vecinos querían que viniesen sus amigos, y otros no lo consentían, y por votos hubimos de salir elegidos el capitán Luis Marín y yo. Llegados a México, demandamos todos los procuradores de las más villas y ciudades que se habían juntado el repartimiento perpetuo, según su majestad mandaba; y en aquella sazón estaba trastrocado el Nuño de Guzmán y el Matienzo y Delgadillo, porque los otros dos oidores, que. fueron Maldonado y Parada, luego que a aquella ciudad llegaron fallecieron de dolor de costado; y si allí estuviera Cortés, según hay maliciosos, también le infamaran y dijeran que Cortés los había muerto. Y volviendo a nuestra relación, quién fue causa de les volver el propósito que no hiciesen el repartimiento según su majestad mandaba, dijeron muchas personas que lo entendieron muy bien, que fue el factor Salazar, porque se hizo tan íntimo amigo de Nuño de Guzmán y de Delgadillo, que no se hacía otra cosa sino lo que mandaba, y tal como el consejo dieron, en tal paró todo; y lo que le aconsejaron fue, que no hiciese el repartimiento perpetuo por vía ninguna; porque, si lo hacían, que no serían tan señores ni los tendrían en tanto acato los conquistadores y pobladores, con decir que no les podían dar ni quitar más indios de los que entonces les diese; y de otra manera, que los tendrían siempre debajo de su mano, y podrían dar y quitar a quien quisiesen, y serían muy ricos y poderosos; y también trataron entre el factor y Nuño de Guzmán y Delgadillo que fuese el mismo factor a Castilla por la gobernación de la Nueva-España para Nuño de Guzmán, porque ya sabían que Cortés no tenía tanto favor con su majestad como al principio que fue a Castilla, y no se le habían dado, por más intercesores que echó ante su majestad para que se la diesen. Pues ya embarcado el factor en una nao que llamaban "la Sornosa", dio al través con gran tormenta en la costa de Guazacualco, y se salvó en un batel y volvió a México, y no hubo efecto su ida a Castilla. Dejemos desto y diré en lo que entendieron luego que a México llegaron el Nuño de Guzmán y Matienzo y Delgadillo, y fue en tomar residencia al tesorero Alonso de Estrada, la cual dio muy buena; y si se mostrara tan varón como creíamos que lo fuera, él se quedara por gobernador, porque su majestad no le mandaba quitar la gobernación; antes, como dicho tengo en el capítulo pasado, había venido mandado pocos meses había de su majestad que gobernase solo el tesorero, y no juntamente con el Gonzalo de Sandoval, y dio por muy buenas las encomiendas que había de antes dado, y al Nuño de Guzmán no le nombraban en las provisiones más de por presidente y repartidor juntamente con los oidores; y demás desto, si se pusiera de hecho en tener la gobernación en sí, todos los vecinos de México y los conquistadores que en aquella sazón estábamos en aquella ciudad le favoreciéramos, pues veíamos que su majestad no le quitaba del cargo que tenía; y demás desto, vimos en el tiempo que gobernó hacía justicia y tenía mucha voluntad y buen celo de cumplir lo que su majestad mandaba; y dende a pocos días falleció de enojo dello. Dejemos de hablar en esto, y diré en lo que luego entendieron en la audiencia real, y fueron muy contrarios en las cosas del marqués; y enviaron a Guatemala a tomar residencia a Jorge de Alvarado, y vino un Orduña el viejo, natural de Tordesillas, y lo que pasó en la residencia yo no lo sé; y luego le pusieron en México muchas demandas a Cortés por vía del fiscal, y el factor Salazar asimismo le puso otras demandas, y los escritos que daba en los estrados era con muy gran desacato y palabras muy mal dichas, y lo que en los escritos decían, que Cortés era tirano y traidor, y que había hecho muchos deservicios a su cesárea majestad, y otras muchas cosas feas; y tan malas, que el licenciado Juan Altamirano, ya por mí otra vez nombrado, que era la persona a quien Cortés hubo dejado su poder cuando fue a Castilla, se levantó en pie, con su gorra quitada, en los mismos estrados, y dijo al presidente e oidores con mucho acato que suplicaba a su alteza que le mandasen al factor que en los escritos que diese, que fuese bien mirado, y que no le consientan que diga del marqués, pues es buen caballero y tan grande servidor de vuestra alteza, tan malas y feas palabras, e que, demande su justicia como debe; y no aprovechó cosa ninguna lo que el licenciado Altamirano allí en los estrados les suplicó, porque para otro día tuvo el factor otros más feos escritos; y fue la cosa, según después alcanzamos a saber, que el Nuño de Guzmán y el Delgadillo le daban lugar a ello en tal manera, que el licenciado Altamirano y el factor, allí delante del presidente e oidores, sobre los escritos vinieron a palabras muy feas e sentidas que entre ellos dijeron, y el Altamirano echó mano a un puñal para el factor, y le iba a dar si no se abrazara con él Nuño de Guzmán y Matienzo y Delgadillo, y luego toda la ciudad revuelta, y llevaron preso a las atarazanas al licenciado Altamirano, y al factor a su posada; y los conquistadores fuimos al presidente a suplicar por el Altamirano, y dende allí a tres días le sacaron de la prisión y los hicimos amigos. Y pasemos adelante, que hubo luego otra tormenta mayor, y fue, que en aquella sazón había aportado allí a México un deudo del capitán Pánfilo de Narváez, el cual se decía Zavallos, que le enviaba desde Cuba su mujer del Pánfilo de Narváez, la cual se decía María de Valenzuela, en busca de su marido Narváez, que había ido por gobernador al río de Palmas, porque ya tenía fama que era perdido o muerto; y trajo su poder para haber sus bienes donde quiera que los hallase, y también creyendo que había aportado a la Nueva-España. Y como llegó a México este Zavallos, secretamente, según el Zavallos dijo y así fue fama, el Nuño de Guzmán y el Matienzo y Delgadillo le hablaron para que ponga demanda y dé queja de todos los conquistadores que fuimos juntamente con Cortés a desbaratar a Narváez, y se le quebró el ojo y se quemó su hacienda, y también demandó la muerte de los que allí murieron; y el Zavallos, dada su queja como se lo mandaron, y grandes informaciones dello, prendieron a todos los más conquistadores que en aquella ciudad nos hallamos, que en las probanzas vieron que fueron en ello, que pasaron de más de doscientos y cincuenta, y a mí también me prendieron, y nos sentenciaron en ciertos pesos de oro de tepuzque, y nos desterraron de cinco leguas de México, y luego nos alzaron el destierro, y aun a muchos de nosotros no nos demandaron el dinero de la sentencia, porque era poca cosa. Y tras esta tormenta, ponen a Cortés otra demanda las personas que mal le querían, y fue, que se había alzado con mucha cantidad de oro y joyas y plata de gran valía, que se hubo en la toma de México, y aun la recámara de Guatemuz, y que no dio parte dello a los conquistadores, sino a cosa de ochenta pesos, y que en su nombre lo envió a Castilla, diciendo que servía a su majestad con ello, y se quedó con la mayor parte dello, que no lo envió todo; y eso que envié, que lo robó en la mar un Juan Florín, francés, corsario, que fue el que ahorcaron en el Puerto del Pico, como dicho tengo en los capítulos que dello hablan, y que era obligado el Cortés a pagar todo aquello que el Juan Florín robó, y más lo que escondió; y le pusieron otras demandas, y en todas le condenaban que lo pagase de sus bienes, y se los vendían. Y también tuvieron manera y concertaron para que un Juan Xuárez, cuñado de Cortés, demandase públicamente en los estrados la muerte de su hermana doña Catalina Xuárez "la Marcayda", la cual demandó en los estrados, como se lo mandaron, y presentó testigos cómo y de qué manera dicen que fue su muerte. Y luego tras esto hubo otros impedimentos, y fue que, como le pusieron a Cortés la demanda que dicho tengo de la recámara de Guatemuz, y del oro y plata que se hubo en México, muchos de los que éramos amigos de Cortés, nos juntamos, con licencia de un alcalde ordinario, en casa de un García Holguín, y firmamos que no queríamos parte de aquellas demandas del oro ni de la recámara, ni por nuestra parte fuese compelido Cortés a que pagase ninguna cosa dello, y decíamos que sabíamos cierto y claramente que lo enviaba a su majestad, y lo hubimos por bueno hacer aquel servicio a nuestro rey y señor; y como el presidente y los oidores vieron que dimos peticiones sobre ello, nos mandaron prender a todos, diciendo que sin su licencia no nos habíamos de juntar ni firmar cosa ninguna; y como vieron la licencia del alcalde, puesto que nos sentenciaron en destierro de México cinco leguas, luego nos le alzaron, y todavía lo recibíamos por grandes molestias y agravios. Y luego tras esto se pregonó que todos los que venían del linaje de judíos, o moros que hubiesen quemado o ensambenitado por la santa inquisición en el cuarto grado a sus padres o abuelos, que dentro de seis meses saliesen de la Nueva-España, so pena de perdimiento de la mitad de sus bienes; y en aquel tiempo vieran el acusar que acusaban unos a otros, y el infamar que hacían, y no salieron de la Nueva-España sino dos: el uno era mercader de la Veracruz, y el otro era un escribano de México. Y dende a un año trajo licencia el escribano para estar en la Nueva-España, e casó una hija que trajo de Castilla muy honradamente, porque alegó que había servido a su majestad. Y con todas estas cosas no eran tan ejecutivos que lo llevaban con rigor, ni sentenciaban sino en muy pocos pesos de un oro bajo que se dice tepuzque, y aun lo dejaban de cobrar que no lo pagaban. Y para los conquistadores, eran tan buenos y cumplían lo que su majestad mandaba, en cuanto al dar indios a los que eran verdaderos conquistadores, que a ninguno dejaban de dar indios, e de lo que vacaba les hacían muchas mercedes. Lo que les echó a perder fue la demasiada licencia que daban para herrar esclavos, porque daban licencias a "despuertas", y las vendían los criados del Nuño de Guzmán y del Delgadillo y Matienzo: pues en lo de Pánuco herráronse tantos que aína despoblaran aquella provincia. Y demás desto como no residían en sus oficios, no se sentaban en los estrados todos los días que eran obligados y se andaban en banquetes y tratando en amores y en mandar echar suertes, que para ello embarazaban algunos días; y el Nuño de Guzmán, que era franco y de noble condición, envió en aguinaldo una cédula de un pueblo que se dice Guazpaltepeque al contador Albornoz, que había pocos días que volvió de Castilla e vino casado con una señora que se decía doña Catalina de Loaysa, y aun trajo el Rodrigo de Albornoz de España licencia de su majestad para hacer un ingenio de azúcar en un pueblo que se dice Cempoal, el cual pueblo en pocos años destruyó. Volvamos a nuestro cuento: que, como el Nuño de Guzmán hacía aquellas franquezas y herraba tantos indios por esclavos, e hizo muchas molestias a Cortés; y del licenciado Delgadillo decían que hacía dar indios a personas que le acudían con cierta renta, y hacía compañías, y también porque puso por alcalde mayor en la villa de Guaxaca a su hermano, que se decía Berrio, y hallaron que el hermano llevaba cohechos y hacía muchos agravios a los vecinos; y también se halló que en la villa de los zapotecas puso otro teniente, que se decía Delgadillo como él, que también llevaba cohechos y hacía injusticias; y el licenciado Matienzo era viejo y pusiéronle que era vicioso de beber mucho vino y que iba muchas veces a las huertas a hacer banquetes, y llevaba consigo tres o cuatro hombres alegres que bebían bien, y desque todos estaban como convenía, e asidos, que tomaba uno de ellos una bota con vino, y que desde lejos hacía con la misma bota: "Huichochu" como cuando llaman al señuelo a los gavilanes, y el viejo licenciado iba como desalado a la bota y la empinaba y bebí de ella; y también se le pusieron por cargos que toda la semana y algunos días de fiesta se les iba en mandar echar suertes, y que el mismo Nuño de Guzmán y Delgadillo y Matienzo eran jueces de ello, y que más querían estar en las suertes que en los estrados; y aun sospecharon que salían muchas suertes a quienes ellos querían ser aficionados. Y fueron tantas las cosas que dellos decían con probanzas, y aun cartas de los prelados y religiosos, que, viendo su majestad y los del real consejo de Indias las informaciones y cartas que contra ellos fueron, mandó que luego sin más dilación se quitase redondamente toda la real audiencia y los castigasen y pusiesen otro presidente e oidores que fuesen de ciencia y buena conciencia y rectos en hacer justicia; y mandó que luego fuesen a la provincia de Pánuco a saber qué tantos mil esclavos habían herrado, y fue el mismo Matienzo por mandado de su majestad, que a este viejo oidor hallaron con menos cargos y mejor juez que a los demás; y demás desto, luego se dieron por ningunas las cédulas que habían dado para herrar esclavos, y se mandaron quebrar todos los hierros con que se herraban, y que dende allí adelante no se hiciesen más esclavos, y aun se mandó hacer memoria de los que había en toda la Nueva-España, para que no se vendiesen ni se sacasen de una provincia a otra; y demás desto, mandó que todos los repartimientos y encomiendas de indios que había dado el Nuño de Guzmán y los demás oidores a deudos y paniaguados y a sus amigos, o a otras personas que no tenían méritos, que luego sin ser más oídos se los quitasen, y los diesen a las personas que su majestad había mandado que los hubiesen. Quiero traer aquí a la memoria qué de pleitos y debates hubo sobre este tornar a quitar los indios de encomienda que ya les había dado el Nuño de Guzmán, juntamente con los oidores; unos alegaban ser conquistadores no lo siendo, e otros pobladores de tantos años, y que si entraban y salían en casa del presidente e oidores, que era para les servir y honrar y acompañar, e hacer lo que por ellos les fuese mandado en cosas que fuesen cumplideras al servicio de su majestad, y que no entraban en sus casas por criados ni paniaguados, y cada uno defendía y alegaba lo que más a su provecho podía; y fue de tal manera la cosa, que a pocos de los que les habían dados los indios, se los tornaron a quitar, sino fue a los que diré aquí: el pueblo de Guazpaltepeque al contador Rodrigo de Albornoz, que le hubo enviado el Nuño de Guzmán en aguinaldo, y también le quitaron a un Villaroel, marido que fue de Isabel de Ojeda, otro pueblo de Cornavaca, y también los quitaron a un mayordomo de Nuño de Guzmán, que se decía Villegas, y a otros deudos y criados de los mismos oidores, y otros se quedaron con ellos. Pues como se supo esta nueva en México, que vino de Castilla, que quitaban redondamente toda la audiencia real, en lo que entendieron Nuño de Guzmán y Delgadillo y Matienzo fue luego enviar procuradores a Castilla para abonar sus cosas con probanzas de testigos que ellos quisieron tomar como quisieron, para que dijesen que eran muy buenos jueces y que hacían lo que su majestad les mandaba, y otros abonos que les convenía decir para que en Castilla los diesen por buenos jueces. Pues para elegir a las personas que habían de ir con los poderes, así para que procurasen por ellos como para cosas que convenían a aquella ciudad y Nueva-España, y a la gobernación della, mandaron que nos juntásemos en la iglesia mayor todos los procuradores que teníamos poder de las ciudades e villas, que en aquella sazón nos hallamos en México, y con nosotros juntamente algunos conquistadores, personas de cuenta, y por nuestros votos quisieron que eligiéramos para que fuese procurador a Castilla al factor Salazar; porque, como ya he dicho otras veces, puesto que el Nuño de Guzmán y el Matienzo y Delgadillo hacían algunos desatinos, ya atrás por mí memorados, por otra parte eran tan buenos para todos los conquistadores y pobladores, que nos daban de los indios que vacaban; y con esta confianza creyeron que votáramos por el factor, que era la persona que ellos querían enviar en su nombre. Pues como nos hubimos juntado en la iglesia mayor de aquella ciudad, como nos fue mandado, eran tantas las voces y tabarra y behetría que daban muchas personas de las que no eran llamadas para aquel efecto, que se entraron por fuerza en la iglesia, que, aunque les mandábamos salir fuera della, no querían ni aun callar; en fin, como cosa de comunidad, daban voces; y como aquello vimos nos salimos de la junta los que estábamos nombrando que lo habíamos de votar, fuimos a decir al presidente e oidores que para otro día lo dejábamos, y que en casa del mismo presidente, donde hacían la real audiencia, eligiríamos a quien viésemos que convenía; y después nos pareció que solamente querían nombrar personas amigas del Nuño de Guzmán y Delgadillo y Matienzo; y acordamos se eligiese una persona por parte de los mismos oidores y otra por la parte de Cortés; y fueron nombrados, a Bernardino Vázquez de Tapia por la parte de Cortés, y por la parte de los oidores a un Antonio de Carvajal, que fue capitán de bergantines; mas, a lo que entonces a mí me pareció, así el Bernardino Vázquez de Tapia como el Carvajal eran aficionados a las cosas del Nuño de Guzmán mucho más que a las de Cortés, y tenían razón, porque ciertamente nos hacían más bien y cumplían algo de lo que su majestad mandaba en dar indios que no Cortés, puesto que los pudiera dar muy mejor que todos en el tiempo que tuvo el mando; mas, como somos tan leales los españoles, por haber sido Cortés nuestro capitán le teníamos afición, más que él tuvo voluntad de nos hacer bien, habiéndoselo mandado su majestad, pudiendo cuando era gobernador. Pues ya elegidos, sobre los capítulos que habían de llevar hubo otras contiendas; porque decían el presidente e oidores que era cumplidero al servicio de Dios y de su majestad, y con parecer de todos los procuradores, que no volviese Cortés a la Nueva-España, porque estando en ella siempre habría bandos y revueltas, y quedando en ella no habría buena gobernación, y por ventura se alzaría con ella; y todos los más procuradores lo contradecíamos, y que era muy leal y gran servidor de su majestad. Y en aquella sazón llegó don Pedro de Alvarado a México, que había venido de Castilla y traía la gobernación de Guatemala, e adelantado, e comendador de Santiago, y casado con una señora que se decía doña Francisca de la Cueva (y falleció aquella señora así como llegó a la Veracruz); pues como llegó a México, con mucho luto él y sus criados, y como entendió los capítulos que enviaban por parte del presidente e oidores, túvose orden que el mismo adelantado, con los demás procuradores, escribiésemos a su majestad todo lo que la audiencia real intentaba. Y como fueron los procuradores, por mí ya, nombrados, a Castilla con los recaudos y capítulos que habían de pedir, y los del real consejo de Indias conocieron que todo iba guiado contra Cortés por pasión no quisieron hacer cosa que conviniese al Nuño de Guzmán ni a los demás oidores, porque ya estaba mandado por su majestad, que de hecho les quitasen el cargo. Y también en este instante Cortés estaba en Castilla, que en todo les fue muy contrario, e volvía por su honra y estado, y luego se apercibió Cortés para venir a la Nueva-España con la señora marquesa su mujer y casa; y entre tanto que viene, diré cómo Nuño de Guzmán fue a poblar una provincia que se dice Xalisco, e acertó en ello muy mejor que no Cortés en lo que envió a descubrir, como adelante verán.
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Cómo Nuño de Guzmán supo por cartas ciertas de Castilla que le quitaban el cargo, porque había mandado su majestad que le quitasen de presidente a él y a los oidores, y viniesen otros en su lugar, acordó de ir a pacificar y conquistar la provincia de Xalisco, que ahora se dice la Nueva-Galicia Pues como Nuño de Guzmán supo por cartas ciertas que le quitaban el cargo de ser presidente a él y a los oidores, e venían otros oidores; como en aquella sazón todavía era presidente el Nuño de Guzmán, allegó todos los más soldados que pudo, así de a caballo como escopeteros y ballesteros, para que fuesen con él a una provincia que se dice Xalisco; y los que no querían ir de grado, apremiábalos que fuesen, o por fuerza, o habían de dar dineros a otros soldados que fuesen en su lugar, y si tenían caballos se los tomaban, y cuando mucho, no les pagaban sino la mitad menos de lo que valían; y los vecinos ricos de México ayudaron con lo que podían, y llevó muchos indios mexicanos cargados y otros de guerra para que le ayudasen, y por los pueblos que pasaba con su fardaje hacíales grandes molestias. Y fue a la provincia de Michoacan, que por allí era su camino, y tenían los naturales de los pueblos de aquella provincia, de los tiempos pasados, mucho oro, e aunque era bajo, porque estaba revuelto con plata, le dieron cantidad dello; y porque el Cazonci que era el mayor cacique de aquella provincia, que así se llamaba, no le dio tanto oro como le demandaba el Nuño de Guzmán, le atormentó y le quemó los pies, y porque le demandaba indios e indias para su servicio, y por otras trancanillas que se le levantaron al pobre cacique, lo ahorcó, que fue una de las más malas y feas cosas que presidente ni otras personas podían hacer, y todos los que iban en su compañía se lo tuvieron a mal e a crueldad; y llevó de aquella provincia muchos indios cargados hasta donde pobló la ciudad que ahora llaman de Compostela, con harta costa de la hacienda de su majestad y de los vecinos de México, que llevó por fuerza; y porque yo no me hallé en aquesta jornada, se quedará aquí; mas cierto que Cortés ni el Nuño de Guzmán jamás se hubieron bien; y también sé que siempre se estuvo en aquella provincia el Nuño, de Guzmán hasta que su majestad mandó que enviasen por él a Xalisco a su costa, y le trajeron preso a México a dar cuenta de las demandas y sentencias que contra él dieron en la real audiencia que nuevamente en aquella sazón vino, y le pusiesen a pedimiento de Matienzo y Delgadillo. Quiérolo dejar en este estado, y diré cómo llegó la real audiencia a México, y lo que hizo.
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Cómo llegó la real audiencia a México, y lo que se hizo Ya he dicho en el capítulo pasado cómo su majestad mandó quitar toda la real audiencia de México, y dio por ninguna las encomiendas de indios que habían dado el presidente e oidores que en ella residían; porque los daban a sus deudos y paniaguados y a otras personas que no tenían méritos; y mandó su majestad que se los quitasen y los diesen a los conquistadores que estaban con Pobres repartimientos; y porque tuvieron noticia que no hacían justicia ni cumplieron sus reales mandatos; e mandó venir otros oidores que fuesen de ciencia y conciencia, y les encargó que en todo hiciesen justicia, y por presidente vino don Sebastián Ramírez de Villaescusa, que en aquella sazón era obispo de Santo Domingo, y cuatro licenciados por oidores, que se decían el licenciado Alonso Maldonado de Salamanca, y el licenciado Zainos, de Toro o de Zamora, y el licenciado Vasco de Quiroga, de Madrigal, que después fue obispo de Michoacan, y el licenciado Salmerón, de Madrid; y primero llegaron a México los oidores que llegase el obispo de Santo Domingo; y se les hizo dos grandes recibimientos, así a los oidores, que vinieron primero, como al presidente, que vino de ahí a pocos días; y luego mandaron pregonar residencia general, y de todas las ciudades y villas vinieron muchos vecinos y procuradores, y aun caciques y principales, y dieron tantas quejas del presidente e oidores pasados, de agravios y cohechos e injusticias que les habían hecho, que estaban espantados el presidente e oidores que les tomaban la residencia. Pues los procuradores de Cortés les ponen tantas demandas de los bienes e hacienda que les hicieron vender en las almonedas, como dicho tengo antes de ahora, que si todo en lo que les condenaban hubieran de pagar, montaba sobre doscientos mil pesos de oro. Y como el Nuño de Guzmán estaba en Xalisco, e no quería venir a la Nueva-España a dar su residencia, respondía el Delgadillo y Matienzo en la residencia que les tomaban, que todas aquellas demandas que les ponían eran a cargo de Nuño Guzmán, que como presidente lo mandaba de hecho, y no eran a su cargo, y que mandasen enviar por él, que venga a México a descargarse de los cargos que le ponen; y puesto que ya había enviado a Xalisco la real audiencia provisiones para que pareciese personalmente en México, no quiso venir; y el presidente e oidores, por no alborotar la Nueva-España, disimularon la cosa, y hacen sabidor dello a su majestad, y luego enviaron sobre ello al real consejo de Indias a un licenciado que se decía fulano de la Torre, el cual decían que era natural de Badajoz, para que le tomase residencia en la provincia de Xalisco y para que le traiga preso a México y que le eche preso en la cárcel pública; y trajo comisión para que nos pagase el Nuño de Guzmán todo en lo que nos sentenció a los conquistadores sobre lo de Narváez, y lo de las firmas cuando nos echaron presos, como dicho tengo en el capítulo pasado que dello habla, y dejaré apercibiendo a este licenciado de la Torre para venir a la Nueva-España, y diré en qué paró la residencia. Y es, que al Delgadillo y Matienzo les vendieron sus bienes para pagar las sentencias que contra ellos dieron, y los echaron presos en la cárcel pública por lo que más debían, que no alcanzó a pagar con sus bienes; y a un hermano de Delgadillo, que se decía Berrio, que estaba por alcalde mayor en Guaxaca, hallaron contra él tantos agravios y cohechos que había llevado, que le vendieron sus bienes para pagar a quien los había tomado, y le echaron preso por lo que no alcanzaba, y murió en la cárcel; y otro tanto hallaron contra otro pariente de Delgadillo que estaba por alcalde mayor en los zapotecas, que también se llamaba Delgadillo, como el pariente, y murió en la cárcel; y ciertamente eran tan buenos jueces y rectos en hacer justicia los nuevamente venidos, que no entendían sino solamente en hacer lo que Dios y su majestad manda, y en que los indios conociesen que les favorecían y que fuesen bien doctrinados en la santa doctrina; y demás desto, luego quitaron que no se herrasen esclavos, e hicieron otras buenas cosas. Y como el licenciado Salmerón y el licenciado Zainos eran viejos, acordaron de enviar a demandar licencia a su majestad para se ir a Castilla, porque ya habían estado cuatro años en México y estaban ricos y habían servido bien en las cargos que habían traído, e su majestad les envió licencia, después de haber dado residencia, que dieron muy buena; pues el presidente don Sebastián Ramírez, obispo que en aquella sazón era de Santo Domingo, también fue a Castilla, porque su majestad le envió llamar para se informar dél de las cosas de la Nueva-España y para ponerle por presidente en la cancillería real de Granada; y dende cierto tiempo lo pasaron a la de Valladolid y le dieron el obispado de Tuy; y dende a pocos días vacó el de León, y se le dieron, y era presidente, como dicho tengo, en la cancillería de Valladolid, y en aquel instante vacó el obispado de Cuenca, y se le dieron. Por manera que se alcanzaban unas bulas de los obispados a otras, y por ser buen juez vino a subir en el estado que he dicho; y en esta sazón vino la muerte a llamarle, y paréceme a mí, según nuestra santa fe, que está en la gloria con los bienaventurados: porque, a lo que conocí y comuniqué con él cuando era presidente en México, en todo era muy recto y bueno, y como tal persona, había sido, antes que fuese obispo de Santo Domingo, inquisidor en Sevilla. Volvamos a nuestra relación, y diré del licenciado Alonso Maldonado, que su majestad le mandó que viniese a la provincia de Guatemala e Honduras e Nicaragua por presidente y gobernador, y en todo fue muy bueno y recto juez y gran servidor de su majestad, y aun tuvo título de adelantado de Yucatán por capitulación que tuvo hecha con su suegro don Francisco de Montejo. Pues el licenciado Quiroga fue tan bueno, que le dieron el obispado de Michoacan. Dejemos de contar destos prosperados por sus virtudes, y volvamos a decir del Delgadillo y Matienzo, que fueron a Castilla y a sus tierras muy pobres, y no con buenas famas; y dende a dos o tres años dijeron que murieron. E ya en esta sazón había su majestad mandado que viniese a la Nueva-España por visorrey el ilustrísimo y buen caballero, e digno de loable memoria, don Antonio de Mendoza, hermano del marqués de Mondéjar; y vinieron por oidores el doctor Quesada, natural de Ledesma, y el licenciado Tejada, de Logroño, y aun en aquel tiempo estaba por oidor el licenciado Maldonado, que aun no había ido a ser presidente de Guatemala; y también vino por oidor un licenciado que se decía Loaysa, natural de Ciudad-Real, y como era hombre viejo, estuvo tres o cuatro años en México, y allegó pesos de oro para irse a Castilla y se volvió a su casa; y de ahí a poco tiempo vino un licenciado de Sevilla, que se decía Santillana, que después fue doctor, y todos fueron muy buenos jueces; y después que se les hizo grandes recibimientos en la entrada de aquella ciudad, se pregonó residencia general contra el presidente e oidores pasados, y todos los hallaron muy rectos y buenos, y usaron de sus cargos conforme a justicia. Y volviendo a nuestra relación cerca del Nuño de Guzmán, que se estaba en Xalisco, y como el virrey don Antonio de Mendoza alcanzó a saber que su majestad mandó venir al licenciado de la Torre a tomarle residencia en Xalisco y echarle preso en la cárcel pública, y hacerle que pagase al marqués del Valle lo que se hallase deberle, y a los conquistadores también nos pagase en lo que nos sentenció sobre lo de Narváez: por hacerle bien y porque no fuese molestado y afrentado, le envió a llamar que viniese luego a México sobre su palabra, y le señaló por posada sus palacios; y el Nuño de Guzmán así lo hizo, que se vino luego; y el Virrey le hacía mucha honra y le favorecía, y comía con él; y en este instante llegó a México el licenciado de la Torre, y como traía mandado de su majestad que luego echase preso a Nuño de Guzmán y que en todo hiciese justicia, puesto que primero lo comunicó con el virrey, y parece ser no halló tanta voluntad para ello como quisiera, acordó de le sacar de la posada del virrey, a do estaba; y decía a voces: "Esto manda su majestad así se ha de hacer, y no otra cosa"; y lo llevó a la cárcel pública de aquella ciudad, y estuvo preso ciertos días, hasta que rogó por él el virrey, que le sacaron de la cárcel; y como conocieron en el de la Torre que traía recios aceros para no dejar de ejecutar la justicia, y tomar residencia muy a las derechas al Nuño de Guzmán: y como la malicia humana muchas veces no deja cosa en que pueda infamar que no infame, parece ser que, como el licenciado de la Torre era algo aficionado al juego, especial de naipes, puesto que no jugaba sino al triunfo, e a la primera por pasatiempo; quien quiera que fue, por parte de Nuño de Guzmán, como en aquel tiempo se usaban traer unos tabardos con mangas largas, especial los juristas, metieron en una de las mangas del tabardo del licenciado de la Torre una baraja de naipes de los chicos, y ataron la manga de arte que no se pudiesen salir en aquel instante; e yendo el licenciado por la plaza de México, acompañado de personas de calidad, quien quiera que fue en meterle los naipes, tuvo manera que se le desató, e saliéronsele los naipes pocos a pocos, y dejó rastros dellos en el suelo en la plaza por donde iba, e las personas que le iban acompañando, desque vieron salir de aquella manera los naipes, se lo dijeron, que mirase lo que traía en la manga del tabardo. Y cuando el licenciado vio tan grande burla dijo con grande enojo: "Bien parece que no quieren que haga yo justicia a las derechas; mas si no me muero, yo la haré de manera que su majestad sepa deste desacato que conmigo se ha hecho"; y dende a pocos días cayó malo, y de pensamiento dello o de otras cosas que le ocurrieron, de calenturas murió. Y luego proveyó la audiencia real, juntamente con el virrey, del poder que traía el de la Torre a un hidalgo que se decía Francisco Vázquez Coronado, natural de Salamanca, y era muy íntimo amigo del visorrey, y todo se hizo de la manera que el Nuño de Guzmán quiso, en la residencia que le tomaron. Este Francisco Vázquez de Coronado fue desde a cierto tiempo por capitán a la conquista de Cibola, que en aquel tiempo llamaban "las siete ciudades", y dejó en su lugar en la gobernación de Xalisco a un Cristóbal de Oñate, persona de calidad, y el Francisco Vázquez era recién casado con una señora hija del tesorero Alonso de Estrada, y demás de ser llena de virtudes era muy hermosa, y como fue aquellas ciudades de la Cibola, tuvo gana de volver a la Nueva-España y a su mujer, y dijeron algunos soldados de los que fueron en su compañía, que quiso remedar a Ulises capitán greciano, que se hizo loco cuando estaba sobre Troya para venir a gozar de su mujer Penélope; así hizo Francisco Vázquez Coronado, que dejó la conquista que llevaba, y le dio ramo de locura y se volvió a su mujer, y, como se lo daban en cara de se haber vuelto de aquella manera, falleció dende a pocos días.
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Cómo Pánfilo de Narváez envió con cinco personas de su armada a requerir a Gonzalo de Sandoval, que estaba por capitán en la Villa-Rica, que se diese luego con todos los vecinos, y lo que sobre ello pasó Como aquellos tres malos de nuestros soldados por mí nombrados, que se le pasaron al Narváez y le daban aviso de todas las cosas que Cortés y todos nosotros habíamos hecho desde que entramos en la Nueva España, y le avisaron que el capitán Gonzalo de Sandoval estaba ocho o nueve leguas de allí en una villa que estaba poblada, que se decía la Villa-Rica de la Veracruz, e que tenía consigo sesenta vecinos, y todos los más viejos y dolientes, acordó de enviar a la villa a un clérigo que se decía Guevara, que, tenía buena expresiva, e a otro hombre de mucha cuenta que se decía Amaya, pariente del Diego Velázquez, y a un escribano que se decía Vergara, y tres testigos, los nombres dellos no me acuerdo; los cuales envió que notificasen a Gonzalo de Sandoval que luego se diesen al Narváez, y para ello dijeron que traían unos traslados de las provisiones, e dicen que ya el Gonzalo de Sandoval sabía de los navíos por nuevas de indios, y de la mucha gente que en ellos venía; y como era muy varón en sus cosas siempre estaba muy apercibido él, y sus soldados armados; y sospechando que aquella armada era de Diego Velázquez, y que enviaría a aquella villa de sus gentes para se apoderar della, y por estar más desembarazado de los soldados viejos y dolientes, los envió luego a un pueblo de indios que se dice Papalote, e quedó con los sanos; y el Sandoval tenía buenas velas en los caminos de Cempoal, que es por donde habían de venir a la villa; y estaba convocando el Sandoval y atrayendo a sus soldados que si viniese Diego de Velázquez u otra persona, que no le diesen la villa; y todos los soldados dicen que le respondieron conforme a su voluntad, y mandó hacer una horca en un cerro. Pues estando sus espías en los caminos, vienen de presto y le dan noticia que vienen cerca de la villa donde estaban, seis españoles e indios de Cuba; y el Sandoval aguardó en su casa, que no les salió a recibir, y había mandado que ningún soldado saliese de sus casas, ni les hablasen. Y como el clérigo y los demás que traía en su compañía no topaba a ningún vecino español con quien hablar, sino eran indios que hacían la obra de la fortaleza; y como entraron en la villa, fuéronse a la iglesia a hacer oración, y luego se fueron a la casa de Sandoval, que les pareció que era la mayor de la villa; y el clérigo, después del "norabuena estéis", que así diz que dijo, y el Sandoval le respondió que en tal hora buena viniese; dicen que el clérigo Guevara (que así se llamaba) comenzó un razonamiento, diciendo que el señor Diego Velázquez, gobernador de Cuba, había gastado muchos dineros en la armada, e que Cortés e todos los demás que había traído en su compañía le habían sido traidores, y que les venía a notificar que luego fuesen a dar la obediencia al señor Pánfilo de Narváez, que venía por capitán general del Diego Velázquez. E como el Sandoval oyó aquellas palabras y descomedimientos que el padre Guevara dijo, se estaba carcomiendo de pesar de lo que oía, y le dijo: "Señor padre, muy mal habláis en decir esas palabras de traidores; aquí somos mejores servidores de su majestad que no Diego Velázquez ni ese vuestro capitán; y porque sois clérigos no os castigo conforme a vuestra mala crianza. Andad con Dios a México, que allá está Cortés, que es capitán general y justicia mayor de esta Nueva-España, y os responderá; aquí no tenéis más que hablar." Entonces el clérigo muy bravoso dijo a su escribano que con él venía, que se decía Vergara, que luego sacase las provisiones que traía en el seno y las notificase al Sandoval y a los vecinos que con él estaban; y dijo Sandoval al escribano que no leyese ningunos papeles, que no sabía si eran provisiones u otras escrituras; y de plática en plática, ya el escribano comenzaba a sacar del seno las escrituras que traía, y el Sandoval dijo: "Mirad, Vergara, ya os he dicho que no leáis ningunos papeles aquí, sino id a México; yo os prometo que sí tal leyéredes, que yo os haga dar cien azotes, porque ni sabemos si sois escribano del rey o no; demostrad el título dello, y si le traéis, leedlos; y tampoco sabemos si son originales de las provisiones o traslados u otros papeles." Y el clérigo, que era muy soberbio, dijo muy enojado: "¿Qué hacéis con estos traidores? Sacad esas provisiones y notificádselas." Y como el Sandoval oyó aquella palabra, le dijo que mentía como ruin clérigo, y luego mandó a sus soldados que los llevasen presos a México; y no lo hubo bien dicho, cuando en hamaquillas de redes, como ánimas pecadoras, los arrebataron muchos indios de los que trabajaban en la fortaleza, que los llevaron a cuestas, y en cuatro días dan con ellos cerca de México, que de noche y de día con indios de remuda caminaban; e iban espantados de que veían tantas ciudades y pueblos grandes que les traían de comer, y unos los dejaban y otros los tomaban, y andar por su camino. Dicen que iban pensando si era encantamiento o sueño; y el Sandoval envió con ellos por alguacil, hasta que llegase a México, a Pedro de Solís, el yerno que fue de Orduña, que ahora llaman Solís de tras de la puerta. Y así como los envió presos, escribió muy en posta a Cortés quien era el capitán de la armada y todo lo acaecido; y como Cortés lo supo que venían presos y llegaban cerca de México, envióles gran banquete, e cabalgaduras para los tres más principales, y mandó que luego los soltasen de la prisión, y les escribió que le pesó de que Gonzalo de Sandoval tal desacato tuviese, e que quisiera que les hiciera mucha honra; y como llegaron a México los salió a recibir, y los metió en la ciudad muy honradamente; y como el clérigo y los demás sus compañeros vieron a México ser tan grandísima ciudad, y la riqueza de oro que teníamos, e otras muchas ciudades en el agua de la laguna, e todos nuestros capitanes e soldados, y la gran franqueza de Cortés, estaban admirados; y a cabo de dos días que estuvieron con nosotros, Cortés les habló de tal manera con prometimientos y halagos, y aun les untó las manos de tejuelos y joyas de oro, y los tornó a enviar a su Narváez con bastimiento que les dio para el camino; que donde venían muy bravosos leones, volvieron muy mansos y se le ofrecieron por servidores. Y así como llegaron a Cempoal a dar relación a su capitán, comenzaron a convocar todo el real de Narváez que se pasasen con nosotros. Y dejarlo he aquí, y diré cómo Cortés escribió al Narváez, y lo que sobre ello pasó.
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Capítulo CXI Que trata de la provincia de los comechingones y de las demás provincias que se vieron hasta llegar a Chile De esta provincia de los jurís se fue a los comechingones. Y de la provincia de los jurís a ésta de los comechingones hay setenta leguas caminando hacia el sur. La causa por qué los llaman los españoles comechingones es porque cuando vienen a pelear traen por apellido "comechingon, comechingon", que quiere decir en su lengua: muera, muera o matar. Esta provincia es tierra doblada. Hay grandes algarrobales y de estas algarrobas hacen pan como la que tengo dicho. Hay muchos chañares. Es tierra fértil de mucho maíz y frísoles y maní y camotes y zapallos y ovejas mansas. Andan vestidos con unas mantas pequeñas cuando se cubren sus vergüenzas y las mujeres ni más ni menos. Y algunos andan con mantas y camiseta como en el Pirú. No adoran ídolos ni se le halló cosa de adoración. Su habitación es debajo de la tierra, por causa del invierno que hace grandes tempestades de viento y lluvias. Hay mucha caza de venados como los de nuestra España, y perdices y liebres tan grandes como los de España. Hay víboras que tienen en la cola una manera de cascabel que va sonando cuando van andando y bien ponzoñosas. Hay muchos papagayos y las plumas son preciadas entre ellos. Y avézanlos a hablar de una manera que nunca tal he oído, que es envolverlos en una mantilla, y los atan y ponen en una cazuela al fuego y métenle dentro, y con la calor da el papagayo muy grandes graznidos de como se tuesta. Tienen ellos que de aquí les queda el hablar. Es gente belicosa. Pelean en escuadrón, y sus armas son bastones hechos de un palo muy recio y flechas, y no tienen hierba. En un lugar de esta provincia que se dice Calamochica, dijeron unos indios e indias cómo en los tiempos pasados habían venido aquel pueblo una gente como ellos a pie y que traían una casa pequeña, y desque la tiraban daban muy gran trueno. Y les enseñaron una casa donde habían estado ciertos días, y que de allí salieron y no los vieron más. Esto se tiene por cierto que fue César, el que salió de la fortaleza de Gaboto con once compañeros y vino atravesando toda esta tierra en busca de la mar del sur, y que había vuelto hacia el sur, según estos indios dijeron. Y habiendo caminado tan largo camino sin encontrar la mar del sur, pareciéndole que estaba lejos, dio la vuelta hacia la mar del norte, el cual volvió donde había salido, con cinco compañeros, que los demás se le habían quedado cansados en algunas provincias. De esta provincia no se ve la cordillera nevada, y de donde ellos volvieron a la mar del norte, que es más de doscientas leguas de esta provincia, vieron la cordillera nevada, según dijo en Santa Marta uno de los compañeros que yo vi, que con él había andado. Y también le oí decir que habían pasado por una provincia de gente barbada, y ansí son estos comechingones, porque en cuanto se ha descubierto en las Indias no las hay, porque se las pelan. Y a esta causa me parece que son éstos, y que toparon otra provincia rica en oro y plata en vasijas, y que dando noticia a Su Majestad se murió César, la cual no se ha descubierto. Estos comechingones poseen oro y tráenlo a los pescuezos hecho una manera como diadema que traen a la garganta. De esta provincia a la de Caria hay ciento y veinte leguas de tierra seca, arenales. Hay indios, mas no siembran, que se sustentan de algarrobas. En medio de este camino está un valle, el cual los españoles llamaron el río Bermejo por causa de ir muy bermejo del barro que lleva. Es el agua salobre. Aquí hay muchos indios y de mucho ganado. Y no hay en estas ciento y veinte leguas sino este río que corra, porque todos son jagüeys que los indios hacen a mano, y de que llueve se recoge allí el agua. Es tierra muy poblada y es tierra fértil, aunque los indios no son muy grandes labradores. Sústentanse de algarrobas y chañares, y hacen pan de ello. Y del chañar hacen vino que ellos beben. Tienen muchos guanacos y liebres y perdices, como las que tengo dicho. Es tierra de regadío. Fueron conquistados del inga y aún hoy en día están depositados de aquel tiempo, y de allí tomaron algunas costumbres suyas. De esta provincia a la de Cuyo hay treinta leguas. Están todas pobladas y de mucha gente. Estos indios de Cuyo también fueron conquistados de los ingas. Estos son más labradores que no los de Caria. Siembran mucho maíz y frísoles y quinoa. Poseen muchos guanacos. Están a la falda de la cordillera nevada. Hay todas las cazas que he dicho y sus vestiduras son de lana. También hay acequias muy buenas. De aquí se fue a un río que se dice Diamante, de poca gente. Estará treinta leguas, poco más o menos, de esta provincia, donde se halló un mármol hincado en el suelo de estatura de un hombre. Y preguntado a los indios que qué era aquello, dijeron que los ingas cuando vinieron a conquistar aquella provincia llegaron allí, y que en memoria que habían conquistado hasta aquel río, pusieron aquella señal y de aquí dieron vuelta. En esta provincia de Cuyo son de las costumbres de los de Mapocho y algunos caciques sirven a la ciudad de Santiago, mas es cuando ellos quieren, a causa de estar tan lejos y no poderse pasar a ellos por amor de la cordillera nevada. De aquí se tuvo noticia de muchas provincias hacia la mar del norte y de muy grandes poblazones. Todo está por conquistar. De aquí de esta provincia de Cuyo pasó el general Francisco de Villagran la cordillera y salió al valle de Aconcagua. Estas provincias de Cuyo y Caria son ricas de oro porque se vio entre los indios. En este camino tardó el general Francisco de Villagran dos años.
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De los carneros, ovejas, guanacos y vicunias que hay en toda la mayor parte de la serranía del Perú Paréceme que de ninguna parte del mundo se ha oído ni entendido que se hubiesen hallado la manera de ovejas como son las destas Indias, especialmente en este reino, en la gobernación de Chile y en algunas de las provincias del río de la Plata, puesto que podrá ser que se hallen y vean en partidas que nos están ignotas y escondidas. Estas ovejas digo que es uno de los excelentes animales que Dios crió, y más provechoso, el cual parece que la Majestad divina tuvo cuidado de criar este ganado en estas partes para que las gentes pudiesen vivir y sustentarse. Porque por vía ninguna estos indios, digo los serranos del Perú, pudieran pasar la vida si no tuvieran deste ganado, o de otro que les diera el provecho que dél sacan, el cual es de la manera que en este capítulo diré. En los valles de los llanos, y en otras partes calientes, siembran los naturales algodón, y hacen sus ropas dél, con que no sienten falta ninguna, porque la ropa de algodón es conveniente para esta tierra. En la serranía, en muchas partes, como es en la provincia de Collao, los soras y charcas de la villa de Plata, y en otros valles, no se cría árbol, ni el algodón aunque se sembrara daría fruto. Y poder los naturales, si no lo tuvieran de suyo, por vía de contratación haber ropa todos, fuera cosa imposible. Por lo cual el dador de los bienes, que es Dios, nuestro Sumo Bien, crió en estas partes tanta cantidad del ganado que nosotros llamamos ovejas, que si los españoles con las guerras no dieran tanta priesa a lo apocar, no había cuento ni suma lo mucho que por todas partes había. Mas, como tengo dicho, en indios y ganado vino gran pestilencia con las guerras que los españoles unos con otros tuvieron. Llaman los naturales a las ovejas llamas y a los carneros urcos. Unos son blancos, otros negros, otros pardos. Su talle es que hay algunos carneros y ovejas tan grandes como pequeños asnillos, crecidos de piernas y anchos de barriga; tira su pescuezo y talle a camello; las cabezas son largas, parecen a las de las ovejas de España. La carne deste ganado es muy buena si está gordo, y los corderos son mejores y de más sabor que los de España. Es ganado muy doméstico y que no da ruido. Los carneros llevan a dos y a tres arrobas de peso muy bien, y en cansando no se pierde, pues la carne es tan buena. Verdaderamente en la tierra del Collao es gran placer ver salir los indios con sus arados en estos carneros, y a la tarde verlos volver a sus casas cargados de leña. Comen de la hierba del campo. Cuando se quejan, echándose como los camellos, gimen. Otro linaje hay deste ganado, a quien llaman guanacos, desta forma y talle, los cuales son muy grandes y andan hechos monteses por los campos manadas grandes dellos, y a saltos van corriendo con tanta ligereza que el perro que los ha de alcanzar ha de ser demasiado ligero. Sin éstos, hay asimesmo otra suerte destas ovejas o llamas, a quien llaman vicunias; éstas son más ligeras que los guanacos, aunque más pequeñas; andan por los despoblados, comiendo de la hierba que en ellos cría Dios. La lana destas vicunias es excelente, y toda tan buena que es más fina que la de las ovejas merinas de España. No sé yo si se podrían hacer paños della; sé que es cosa de ver la ropa que se hacía para los señores desta tierra. La carne destas vicunias y guanacos tira el sabor della a carne de monte, mas es buena. Y en la ciudad de la Paz comí yo en la posada del capitán Alonso de Mendoza cecina de uno destos guanacos gordos, y me pareció la mejor que había visto en mi vida. Otro género hay de ganado doméstico, a quien llaman pacos, aunque es muy feo y lanudo; es del talle de las llamas o ovejas, salvo que es más pequeño; los corderos, cuando son tiernos mucho se parecen a los de España. Pare en el año una vez una destas ovejas, y no más.
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Cómo Cortés, después de bien informado de quién era capitán, y quién y cuántos venían en la armada, y de los pertrechos de guerra que traía, y de los tres nuestros falsos soldados que a Narváez se pasaron, escribió al capitán e a otros sus amigos, especialmente a Andrés de Duero, secretario del Diego Velázquez; y también supo como Montezuma enviaba oro y ropa al Narváez, y las palabras que le envió a decir el Narváez al Montezuma, y de cómo venía en aquella armada el licenciado Lucas Vázquez de Aillón, oidor de la audiencia real de Santo Domingo, e la instrucción que traían Como Cortés en todo tenía cuidado y advertencia, y cosa ninguna se le pasaba que no procuraba poner remedio, y como muchas veces he dicho antes de ahora, tenía tan acertados y buenos capitanes y soldados, que demás de ser muy esforzados, dábamos buenos consejos, acordóse por todos que se escribiese en posta con indios que llevasen las cartas al Narváez antes que llegase el clérigo Guevara, con muchas caricias y ofrecimientos que todos a una le hiciésemos, y que haríamos todo lo que su merced mandase; y que le pedíamos por merced que no alborotase la tierra, ni los indios viesen entre nosotros disensiones; y esto deste ofrecimiento fue por causa que, como éramos los de Cortés pocos soldados en comparación de los que el Narváez traía, porque nos tuviese buena voluntad y para ver lo que sucedía; y nos ofrecimos por sus servidores, y también debajo destas buenas palabras no dejamos de buscar amigos entre los capitanes de Narváez; porque el padre Guevara y el escribano Vergara dijeron a Cortés que Narváez no venía bienquisto con sus capitanes, y que les enviase algunos tejuelos y cadenas de oro, porque dádivas quebrantan peñas; y Cortés les escribió que se había holgado en gran manera, él y todos nosotros sus compañeros, con su llegada a aquel puerto; y pues son amigos de tiempos pasados, que le pide por merced que no de causa a que el Montezuma, que está preso, se suelte y la ciudad se levante, porque será para perderse él y su gente, y todos nosotros las vidas, por los grandes poderes que tiene; y esto, que lo dice porque el Montezuma está muy alterado y toda la ciudad revuelta con las palabras que de allá le ha enviado a decir; e que cree y tiene por cierto que de un tan esforzado y sabio varón como él es no habían de salir de su boca cosas de tal arte dichas, ni en tal tiempo, sino que el Cervantes "el chocarrero" y los soldados que llevó consigo, como eran ruines, lo dirían. Y demás de otras palabras que en la carta iban, se le ofreció con su persona y hacienda, y que en todo haría lo que mandase. Y también escribió Cortés al secretario Andrés de Duero y al oidor Lucas Vázquez de Aillón, y con las cartas envió ciertas joyas de oro para sus amigos; y después que hubo enviado esta carta secretamente, mandó dar al oidor cadenas y tejuelos, y rogó al padre de la Merced que luego tras la carta fuese al real de Narváez; y le dio otras cadenas de oro y tejuelos y joyas muy estimadas que diese allá a sus amigos. Y así como llegó la primera carta que dicho habemos que escribió Cortés con los indios antes que llegase el padre Guevara, que fue el que Narváez nos envió, andábala mostrando el Narváez a sus capitanes, haciendo burla della y aun de nosotros; y un capitán de los que traía el Narváez, que venía por veedor ' que se decía Salvatierra, dicen que hacía bramuras desque la oyó, y decía al Narváez, reprendiéndole, que para qué leía la carta de un traidor como Cortés e los que con él estaban, e que luego se fuese contra nosotros, e que no quedase ninguno a vida; y juró que las orejas de Cortés que las había de asar, y comer la una dellas; y decía otras liviandades. Por manera que no quiso responder a la carta ni nos tenía en una castañeta. Y en este instante llegó el clérigo Guevara y sus compañeros a su real, y hablan al Narváez que Cortés era muy buen caballero e gran servidor del rey, y le dice del gran poder de México, y de las muchas ciudades que vieron por donde pasaron, e que entendieron que Cortés que le será servidor y haría cuanto mandase; e que será bien que por paz y sin ruido haya entre los unos y los otros concierto, y que mire el señor Narváez a qué parte quiere ir de toda la Nueva-España con la gente que trae, que allí vaya, e que deje al Cortés en otras provincias; pues hay tierras hartas donde se pueden albergar. E como esto oyó el Narváez, dicen que se enojó de tal manera con el padre Guevara y con el Amaya, que no los quería después más ver ni escuchar; y desque los del real de Narváez los vieron ir tan ricos al padre Guevara y al escribano Vergara e a los demás, y les decían secretamente a todos los de Narváez tanto bien de Cortés e todos nosotros, e que habían visto tanta multitud de oro que en el real andaban en el juego de los naipes, muchos de los de Narváez deseaban estar ya en nuestro real. Y en este instante llegó nuestro padre de la Merced, como dicho tengo, al real de Narváez con los tejuelos que Cortés le dio y con cartas secretas, y fue a besar las manos al Narváez e a decirle cómo Cortés hará todo lo que mandare, e que tenga paz y amor; e como el Narváez era cabezudo y venía muy pujante, no lo quiso oír; antes dijo delante del mismo padre que Cortés y todos nosotros éramos unos traidores; e porque el fraile respondía que antes éramos muy leales servidores del rey, le trató mal de palabra; y muy secretamente repartió el fraile los tejuelos y cadenas de oro a quien Cortés le mandó, y convocaba y atraía a sí los más principales del real de Narváez. Y dejarlo he aquí, y diré lo que al oidor Lucas Vázquez de Aillón y al Narváez les aconteció, y lo que sobre ello pasó.
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Capítulo CXII Que trata de los puertos que hay desde el valle de Atacama hasta la ciudad de Valdivia y de la altura en que está El valle de Atacama tiene muy gentil bahía, aunque no sale río de ella, solamente tiene un jagüey salobre. Hay indios en él. Y doce leguas adelante pasa el trópico de Capricornio. Está en veinte y un grado. El puerto de Copiapó es un ancón a manera de "ce" y es playa y no tiene reparo para el norte. Este puerto está del río legua y media hacia el sur. Tiene este puerto mucho pescado y muy pocas veces toman puerto los navíos en él, si no es trayendo ganado que lo echan allí. Este puerto está en veinte y seis grados y dos tercios. Estos grados de esta mar del sur se cuenta cada uno diez y siete leguas y media. El puerto de la Serena es una bahía grande y antes de entrar en el puerto tiene dos isletas pequeñas. Tiene un buen reparo al norte. Está la ciudad de este puerto legua y media. Tiene este puerto mucho pescado de muchas maneras y hay en tiempo muchos atunes, que si hubiese aderezo se podrían hacer almadrabas. Este puerto está en treinta grados y un cuarto. El puerto de Valparaíso es un ancón pequeño y entran en este ancón con todos vientos. Es limpio y está reparado del norte. Está en treinta y dos grados y medio largos. Está el río Maule en treinta y cinco grados y dos tercios. Tiene un portezuelo que es el mismo río. Entran en él pocos navíos por ser peligrosa la entrada de la resaca de la mar. El puerto de la Concepción es una muy grande bahía casi redonda. Entran dos ríos pequeños en ella. No tiene reparo del norte. A la boca, a la banda del sur, tiene una pequeña isla donde se reparan del norte en un puerto que tiene la isla. En el un río entran navíos pequeños vacíos, éste es el río de Andalién. Y tiene mucho pescado y de muchas maneras como en nuestra España, donde son pescadas sardinas y lisas y lampreas, y por no saber los nombres de los más, no los cuento. Hay también lenguados. Es muy conocido puerto. Está en treinta y seis grados y un tercio. Es buen puerto, aunque muy pocas veces se han visto navíos en él. El río de Cautén está en treinta y ocho grados y un tercio. No es puerto, sino playa. El puerto del Carnero está en treinta y seis grados y un tercio. El puerto de Valdivia es muy buen puerto. Tiene una bahía muy grande y reparado de todos los vientos, y el río que he dicho tan caudaloso, que con todos los vientos se puede entrar en este puerto seguramente cualquiera navío, como tengo dicho, hasta la ciudad. Es muy conocido puerto. Está este puerto en treinta y nueve grados y dos tercios.
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Del árbol llamado molle, y de otras hierbas y raíces que hay en este reino del Perú Cuando escrebí lo tocante a la ciudad de Guayaquile traté de la zarzaparrilla, hierba tan provechosa, como saben los que han andado por aquellas partes. En este lugar me pareció tratar de los árboles llamados molles, Por el provecho grande que en ellos hay. Y digo que en los llanos y valles del Perú hay muy grandes arboledas, y lo mismo en las espesuras de los Andes, con árboles de diferentes naturas y maneras, de los cuales pocos o ningunos hay que parecen a los de España. Algunos dellos, que son los aguacates, guayabos, caimitos, guabos, llevan fruta de la suerte y manera que en algunos lugares desta escriptura he declarado; los demás son todos llenos de abrojos o espinas o montes claros, y algunas cebas de gran grandor, en las cuales, y en otros árboles que tienen huecos y concavidades, crían las abejas miel singular con grande orden y concierto. En toda la mayor parte de lo poblado desta tierra se ven unos árboles grandes y pequeños, a quien llaman molles; éstos tienen la hoja muy menuda, y en el olor conforme a hinojo, y la corteza o cáscara deste árbol es tan provechosa que si está un hombre con grave dolor de piernas y las tiene hinchadas, con solamente cocerlas en agua y lavarse algunas veces, queda sin dolor ni hinchazón. Para limpiar los dientes son los ramicos pequeños provechosos; de una fruta muy menuda que cría este árbol hacen vino o brebaje muy bueno, y vinagre; y miel harto buena, con no más de deshacer la cantidad que quieren desta fruta con agua en alguna vasija, y puesta al fuego, después de ser gastada la parte perteneciente, queda convertida en vino o en vinagre o en miel, según es el cocimiento. Los indios tienen en mucho estos árboles. Y en estas partes hay hierbas de gran virtud, de las cuales diré de algunas que yo vi; y así, digo que en la provincia de Quimbaya, y donde está situada la ciudad de Cartago, se crían unos bejucos o raíces por entre los árboles que hay en aquella provincia, tan provechosos para purgar, que con solamente tomar poco más de una braza dellos, que serán del gordor de un dedo, y echarlos en una vasija de agua que tenga poco menos de un azumbre, embebe en una noche que está en el agua la mayor parte della; de la otra, bebiendo cantidad de medio cuartillo de agua, es tan cordial y provechosa para purgar, que el enfermo queda tan limpio como si hubiera purgado con ruibarbo. Yo me purgué una o dos veces en la ciudad de Cartago con este bejuco o raíz, y me fue bien, y todos lo teníamos por medicinal. Otras habas hay para este efeto que algunos las alaban y otros dicen que son dañosas. En los aposentos de Bilcas me adoleció a mí una esclava por ir enferma de ciertas llagas que llevaba en la parte inferior; por un carnero que di a unos indios vi que trajeron unas hierbas que echaban una flor amarilla, y las tostaron a la candela para hacerlas polvo, y con dos o tres veces que la untaron quedó sana. En la provincia de Andaguailas vi otra hierba tan buena para la boca y dentadura, que limpiándose con ella una hora o dos dejaba los dientes sin olor y blancos como nieve. Otras muchas hierbas hay en estas partes provechosas para la salud de los hombres, y algunas tan dañosas que mueren con su ponzoña.