Busqueda de contenidos

contexto
Cómo Cortés mandó a todos los pueblos nuestros amigos que estaban cercanos de Tezcuco, que hiciesen almacén de saetas e casquillos de cobre, y lo que en nuestro real más pasó Como se hubo hecho justicia del Antonio de Villafaña, y estaban ya pacíficos los que eran juntamente con él conjurados de matar a Cortés y a Pedro de Alvarado y al Sandoval y a los que fuésemos en su defensa, según más largamente lo tengo escrito en el capítulo pasado; e viendo Cortés que ya los bergantines estaban hechos, y puestas sus jarcias y velas y remos muy buenos, y más remos de los que habían menester para cada bergantín, y la zanja de agua por donde había de salir a la laguna muy ancha e hondable, envió a decir a todos los pueblos nuestros amigos que estaban cerca de Tezcuco, que en cada pueblo hiciesen ocho mil casquillos de cobre, que fuesen según otros que les llevaron por muestra, que eran de Castilla; y asimismo les mandó que en cada pueblo labrasen y desbastasen otras ocho mil saetas de una madera muy buena, que también les llevaron muestra, y les dio de plazo ocho días para que trajesen las saetas y casquillos a nuestro real; lo cual trajeron para el tiempo que se les mandó, que fueron más de cincuenta mil casquillos y otras tantas saetas, y los casquillos fueron mejores que los de Castilla; y luego mandó Cortés a Pedro Barba, que en aquella sazón era capitán de ballesteros, que los repartiese, así saetas como casquillos, entre todos los ballesteros, e que les mandase que siempre desbastasen el almacén, y las emplumasen con engrudo, que pega mejor que lo de Castilla, que se hace de unas como raíces que se dice zacotle; y asimismo mandó al Pedro Barba que cada ballestero tuviese dos cuerdas bien pulidas y aderezadas para sus ballestas, y otras tantas nueces, para que si se quebrase alguna cuerda o saltase la nuez, que luego se pusiese otra, e que siempre tirasen a terrero y viesen a qué pasos llegaba la fuga de sus ballestas, y para ello se les dio mucho hilo de Valencia para las cuerdas; porque en el navío que he dicho que vino pocos días había de Castilla, que era de Juan de Burgos, trajo mucho hilo y gran cantidad de pólvora y ballestas y otras muchas armas, y herrajes y escopetas. Y también mandó Cortés a los de a caballo que tuviesen sus caballos herrados y las lanzas puestas a punto, e que cada día cabalgasen y corriesen y les mostrasen muy bien a revolver y escaramuzar; y hecho esto, envió mensajeros y cartas a nuestro amigo Xicotenga "el viejo", que como ya he dicho otras veces, era vuelto cristiano y se llamaba don Lorenzo de Vargas, y su hijo Xicotenga "el mozo", y a sus hermanos y al Chichimecatecle, haciéndoles saber que en pasando el día de Corpus Christi habíamos de partir de aquella ciudad para ir sobre México a ponerle cerco, y que le enviase veinte mil guerreros de los suyos de Tlascala y los de Guaxocingo y Cholula, pues todos eran amigos y hermanos en armas; e ya lo sabían los tlascaltecas de sus mismos indios el plazo y concierto, como siempre iban de nuestro real cargados de despojos de las entradas que hacíamos. También apercibió a los de Chalco y Tamanalco y sus sujetos que se apercibiesen para cuando los enviásemos a llamar; y se les hizo saber cómo era para poner cerco a México, y en qué tiempo habíamos de ir; y también se les dijo a don Hernando, señor de Tezcuco, y a sus principales y a todos sus sujetos, y a todos los demás pueblos nuestros amigos; y todos a una respondieron que lo harían muy cumplidamente lo que Cortés les enviaba a mandar, e que vendrían, y los de Tlascala vinieron pasada la pascua del Espíritu Santo. Hecho esto, se acordó de hacer alarde un día de pascua; lo cual diré adelante el concierto que se dio.
contexto
Cómo se hizo alarde en la ciudad de Tezcuco en los patios mayores de aquella ciudad, y los de a caballo, ballesteros y escopeteros y soldados que se hallaron, y las ordenanzas que se pregonaron, y otras cosas que se hicieron Después que se dio la orden, así como antes he dicho, y se enviaron mensajeros y cartas a nuestros amigos los de Tlascala y los de Chalco, y se dio aviso a los demás pueblos, acordó Cortés con nuestros capitanes y soldados que para el segundo día del Espíritu Santo, que fue el año de 1521 años, se hiciese alarde; el cual alarde se hizo en los patios mayores de Tezcuco, y halláronse ochenta y cuatro de a caballo y seiscientos cincuenta soldados de espada y de rodela; e muchos de lanzas, e ciento y noventa y cuatro ballesteros y escopeteros; y destos se sacaron para los trece bergantines los que ahora diré: para cada bergantín doce ballesteros y escopeteros, estos no habían de remar; y demás desto, también se sacaron otros doce remeros para cada bergantín, a seis por banda, que son los doce que he dicho, y además desto, un capitán por cada bergantín. Por manera que sale a cada bergantín a veinte y cinco soldados con el capitán, e trece bergantines que eran, a veinte y cinco soldados, son doscientos y ochenta y ocho, y con los artilleros que les dieron, demás de los veinte soldados, fueron en todos los bergantines trescientos soldados por la cuenta que he dicho; y también les repartió los tiros de fuslera e falconetes que teníamos y la pólvora que les parecía que habían menester; y esto hecho, mandó pregonar las ordenanzas que todos habíamos de guardar. Lo primero, que ninguna persona fuese osada de blasfemar de nuestro señor Jesucristo ni de nuestra señora su bendita madre, ni de los santos apóstoles ni otros santos, so graves penas. Lo segundo, que ningún soldado tratase mal a nuestros amigos, pues iban para nos ayudar, ni les tomasen cosa ninguna, aunque fuesen de las cosas que ellos habían adquirido en la guerra, ni plata ni chalchiuites. Lo tercero, que ningún soldado fuese osado de salir ni de día ni de noche de nuestro real para ir a ningún pueblo de nuestros amigos ni a otra parte a traer de comer ni a otra cualquier cosa, so graves penas. Lo cuarto, que todos los soldados llevasen muy buenas armas y bien colchadas, y gorjal y papahigos y antiparas y rodela; que, como sabíamos, que era tanta la multitud de vara y piedra y flecha y lanza, para todo era menester llevar las armas que decía el pregón. Lo quinto, que ninguna persona jugase caballo ni armas por vía ninguna, con gran pena que se les puso. Lo sexto y último, que ningún soldado ni hombre de a caballo ni ballestero ni escopetero duerma sin estar con todas sus armas vestidas y con alpargates calzados, excepto si no fuese con gran necesidad de heridas o estar doliente, porque estuviésemos muy bien aparejados para cualquier tiempo que los mexicanos viniesen a nos dar guerra. Y demás desto, se pregonaron las leyes que se mandan guardar en lo militar, que es al que se duerme en la vela o se va del puesto que le ponen, pena de muerte; y se pregonó que ningún soldado vaya de un real a otro sin licencia de su capitán, so pena de muerte. Más se pregonó, que el soldado que dejare su capitán en la guerra o batalla e se huya, pena de muerte. Esto pregonado, diré en lo que más se entendió.
contexto
Cómo el gran Montezuma preguntó a Cortés que cómo quería ir sobre el Narváez, siendo los que traía doblados más que nosotros, y que le pesaría si nos viniese algún mal Como estaba platicando Cortés con el gran Montezuma, como lo tenían de costumbre, dijo el Montezuma a Cortés: "Señor Malinche, a todos vuestros capitanes e compañeros os veo andar desasosegados, e también he visto que no me visitáis sino de cuando en cuando, e Orteguilla el paje me dice que queréis ir de guerra sobre esos vuestros hermanos que vienen en los navíos, e que queréis dejar aquí en mi guarda al Tonatio, hacedme merced que me lo declaréis, para que si yo en algo os pudiere servir e ayudar, que lo haré de mm, buena voluntad. E también, señor Malinche, no querría que os viniese algún desmán, porque vos tenéis muy pocos teules, y esos que vienen son cinco veces más; e ellos dicen que son cristianos como vosotros e vasallos de ese vuestro emperador, e tienen imágenes y ponen cruz, e les dicen misa, e dicen e publican que sois gentes que vinisteis huyendo de Castilla de vuestro rey y señor, e que os vienen a prender o a matar; en verdad que yo no os entiendo. Por tanto, mirad primero lo que hacéis." Y Cortés le respondió con nuestras lenguas doña Marina e Jerónimo de Aguilar, con un semblante muy alegre, que si no le ha venido a dar relación dello, es como le quiere mucho y por no le dar pesar con nuestra partida, e que por esta causa no le he dejado, porque así tiene por cierto que Montezuma le tiene buena voluntad. E que cuanto a lo que dice, que todos somos vasallos de nuestro gran emperador, que es verdad, e de ser cristianos como nosotros, que sí son; e a lo que dicen que venimos huyendo de nuestro rey y señor, que no es así, sino que nuestro rey y señor nos envió para verle y para hablarle todo lo que en su real nombre le ha dicho e platicado; e a lo que dice que trae muchos soldados e noventa caballos e muchos tiros e pólvora, e que nosotros somos pocos, e que nos vienen a matar e prender, nuestro señor Jesucristo, en quien creemos e adoramos, e nuestra señora Santa María, su bendita madre, nos dará fuerzas, y más que no a ellos, pues que son malos e vienen de aquella manera. E que como nuestro emperador tiene muchos reinos y señoríos, hay en ellos mucha diversidad de gentes, unas muy esforzadas e otras mucho más, e que nosotros somos dentro de Castilla, que llaman Castilla la Vieja, e nos nombran por sobrenombre castellanos; e que el capitán que está ahora en Cempoal y la gente que trae que es de otra provincia que llaman Vizcaya, e que tienen la habla revesada, como a manera de decir como los otomís de tierra de México; e que él verá cuál se los traeríamos presos; e que no tuviese pesar por nuestra ida, que presto volveríamos con victoria. E lo que ahora le pide por merced, que mire que queda con él su hermano Tonatio, que así llamaban a Pedro de Alvarado, con ochenta soldados; que después que salgamos de aquella ciudad no haya algún alboroto, ni consienta a sus capitanes e papas hagan cosas que sean mal hechas, porque después que volvamos, si Dios quisiere, no tengan que pagar con las vidas los malos revolvedores; e que todo lo que hubiere menester de bastimentos, que se los diesen; e allí le abrazó Cortés dos veces al Montezuma, e asimismo el Montezuma a Cortés; e doña Marina, como era muy avisada, se lo decía de arte que ponía tristeza con nuestra partida. Allí le ofreció que haría todo lo que Cortés le encargaba, y aun prometió que enviaría en nuestra ayuda cinco mil hombres de guerra, e Cortés le dio gracias por ello, porque bien entendió que no los había de enviar; e les dijo que no había menester su ayuda, sino era la de Dios nuestro señor, que es la ayuda verdadera, e la de sus compañeros que con él íbamos; e también le encargó que mirase que la imagen de nuestra señora e la cruz que siempre lo tuviesen muY enramado, e limpia la iglesia, e quemasen candelas de cera, que tuviesen siempre encendidas de noche y de día, e que no consintiesen a los papas que hiciesen otra cosa; porque en aquesto conocería muy mejor su buena voluntad e amistad verdadera. E después de tornados otra vez a abrazar, le dijo Cortés que le perdonase, que no podía estar más en plática con él, por entender en la partida; e luego habló a Pedro de Alvarado e a todos los soldados que con él quedaban, e les encargó que guardasen al Montezuma con mucho cuidado no se soltase, e que obedeciesen al Pedro de Alvarado; y prometióles que, mediante Dios, que a todos les había de hacer ricos; e allí quedó con ellos el clérigo Juan Díaz, que no fue con nosotros, e otros soldados sospechosos, que aquí no declaro por sus nombres; e allí nos abrazamos los unos a los otros, e sin llevar indias ni servicio, sino a la ligera, tiramos por nuestras jornadas por la ciudad de Cholula, y en el camino envió Cortés a Tlascala a rogar a nuestros amigos Xicotenga y Mase-Escaci e a todos los demás caciques, que nos enviasen de presto cuatro mil hombres de guerra; y enviaron a decir que si fueran para pelear con indios como ellos, que sí hicieran, e aun muchos más de los que les demandaban, e que para contra teules como nosotros, e contra bombardas e caballos, que les perdonen, que no los quieren dar; e proveyeron de veinte cargas de gallinas; e luego Cortés escribió en posta a Sandoval que se juntase con todos sus soldados muy prestamente con nosotros, que íbamos a unos pueblos obra de doce leguas de Cempoal, que se dicen Tampanequita e Mitlanguita, que ahora son de la encomienda de Pedro Moreno Medrano, que vive en la Puebla; e que mirase muy bien el Sandoval que Narváez no le prendiese, ni hubiese a las manos a él, ni a ninguno de sus soldados. Pues yendo que íbamos de la manera que he dicho, con mucho concierto para pelear si topásemos gentes de guerra de Narváez o al mismo Narváez, y nuestros corredores del campo descubriendo, e siempre una jornada adelante dos de nuestros soldados grandes peones, personas de mucha confianza, y estos no iban por camino derecho, sino por partes que no podían ir a caballo, para saber e inquirir, de indios, de la gente de Narváez. Pues yendo nuestros corredores del campo descubriendo, vieron venir a un Alonso de Mata, el que decían que era escribano, que venía a notificar los papeles o traslados de las provisiones, según dije atrás en el capítulo que dello habla, e a los cuatro españoles que con él venían por testigos, y luego vinieron los dos nuestros soldados de a caballo a dar mandado, y los otros dos corredores de campo se estuvieron en palabras con el Alonso de Mata e con los cuatro testigos; y en este instante nos dimos priesa en andar y alargamos el paso, y cuando llegaron cerca de nosotros, y Cortés se apeó del caballo y supo a lo que venían. Y como el Alonso de Mata quería notificar los despachos que traía, Cortés le dijo que si era escribano del rey, y dijo que sí; y mandóle que luego exhibiese el título, e que si le traía, que leyese los recados, e que haría lo que viese que era servicio de Dios e de su majestad; y si no le traía, que no leyese a aquellos papeles; e que también había de ver los originales de su majestad. Por manera que el Mata, medio cortado e medroso, porque no era escribano de su majestad, y los que con él venían no sabían qué se decir; y Cortés les mandó dar de comer, y porque comiesen reparamos allí; y les dijo Cortés que íbamos a unos pueblos cerca del real del señor Narváez, que se decían Tampanequita, y que allí podía enviar a notificar lo que su capitán mandase; y tenía Cortés tanto sufrimiento, que nunca dijo palabra mala del Narváez, e apartadamente habló con ellos y les untó las manos con tejuelos de oro, y luego se volvieron a su Narváez diciendo bien de Cortés y de todos nosotros; y como muchos de nuestros soldados por gentileza en aquel instante llevábamos en las armas joyas de oro, y otros cadenas y collares al cuello, y aquellos que venían a notificar los papeles les vieron, dicen en Cempoal maravillarse de nosotros; y muchos había en el real de Narváez, personas principales, que querían venir a tratar paces con Cortés y su capitán Narváez, como a todos nos veían ir ricos. Por manera que llegamos a Tampanequita, e otro día llegó el capitán Sandoval con los soldados que tenía, que serían hasta sesenta; porque los demás, viejos y dolientes, los dejó en unos pueblos de indios nuestros amigos, que se decían Papalote, para que allí les diesen de comer; y también vinieron con él los cinco soldados parientes y amigos del licenciado Lucas Vázquez de Aillón, que se habían venido huyendo del real de Narváez, y venían a besar las manos a Cortés; a los cuales con mucha alegría recibió muy bien; y allí estuvo contando el Sandoval a Cortés de lo que les acaeció con el clérigo furioso Guevara y con el Vergara y con los demás, Y cómo los mandó llevar presos a México, según y de la manera que dicho tengo en el capítulo pasado. Y también dijo cómo desde la Villa-Rica envió dos soldados como indios, puestas mantillas o mantas, y eran como indios propios, al real de Narváez; e como eran morenos, dijo Sandoval que no parecían sino propios indios, Y cada uno llevó una carguilla de ciruelas a vender, que en aquella sazón era tiempo dellas, cuando estaba Narváez en los arenales, antes que se pasasen al pueblo de Cempoal; c que fueron al rancho del bravo Salvatierra, e que les dio por las ciruelas un sartalejo de cuentas amarillas. E cuando hubieron vendido las ciruelas, el Salvatierra les mandó que le fuesen por yerba, creyendo que eran indios, allí junto a un riachuelo que está cerca de los ranchos, para su caballo, e fueron e cogieron unas carguillas dello: y esto era a hora del Ave-María cuando volvieron con la yerba; y se estuvieron en el rancho en cuclillas como indios hasta que anocheció, y tenían ojo y sentido en lo que decían ciertos soldados de Narváez que vinieron a tener palacio e compañía al Salvatierra. Diz que les decía el Salvatierra: "¡Oh, a qué tiempo hemos venido, que tiene allegado este traidor de Cortés más de setecientos mil pesos de oro, y todos seremos ricos; pues los capitanes y soldados que consigo trae, no será menos sino que tengan mucho oro! " Y decían por ahí otras palabras. Y desque fue bien escuro vienen los dos nuestros soldados que estaban hechos como indios, y callando salen del rancho, y van adonde tenía el caballo, y con el freno que estaba junto con la silla le enfrenan y ensillan, y cabalgan en él. Y viniéndose para la villa de camino, topan otro caballo maneado cabe el riachuelo, y también se lo trajeron. Y preguntó Cortés al Sandoval por los mismos caballos, y dijo que los dejó en el pueblo de Papalote, donde quedaban los dolientes; porque por donde él venía con sus compañeros no podían pasar caballos, porque era tierra muy fragosa y de grandes sierras, y que vino por allí por no topar con gente de Narváez; y cuando Cortés supo que era el un caballo de Salvatierra se holgó en gran manera, e dijo: "Ahora braveará más cuando lo halle menos." Volvamos a decir del Salvatierra, que cuando amaneció e no halló a los dos indios que le trajeron a vender las ciruelas, ni halló su caballo ni la silla y el freno, dijeron después muchos soldados de los del , mismo Narváez que decía cosas que los hacía reír; por que luego conoció que eran españoles de los de Cortés los que le llevaron los caballos; y desde allí adelante se velaban. Volvamos a nuestra materia; y luego Cortés con todos nuestros capitanes y soldados estuvimos platicando cómo y de qué manera daríamos en el real de Narváez; e lo que se concertó antes que fuésemos sobre el Narváez diré adelante.
contexto
Capítulo CXV Que trata de la salida del gobernador don Pedro de Valdivia de la ciudad de la Concepción y de la desgracia que hubo Vista la carta el gobernador que Diego Maldonado le había enviado, salió luego el mismo domingo a vísperas con treinta y seis hombres y fue a las minas que están cinco leguas de esta ciudad que se dice Quillacuay, donde estuvo ocho días, a causa de hacer un fuerte en que quedarse seguros los españoles que andaban con los indios sacando oro, que serían cincuenta españoles y más de doce mil indios. Y estando en este asiento el gobernador, le llegó una carta de la casa de Puerén del caudillo que estaba en Tocapel, que todos siete españoles que estaban en la casa de Tocapel se habían escapado, aunque les habían muerto todo el servicio, y que en aquella casa de Puerén estaban dieciocho españoles que de la Imperial habían venido con otros ocho, y que habían venido sobre la casa diez mil indios, y que habían salido los españoles a ellos y los habían desbaratado. Luego el gobernador respondió a la casa de Purén a Joan Gómez, vecino de la Imperial, que con la más gente que pudiese sacar, para el primer día de Pascua de Navidad entrase en Tocapel, porque para aquel día entraría él a juntarse con él, y que para este día estuviese apercebido, y que él se partía luego para la casa de Arauco. Y en esta casa estuvo dos días y se partió de ella, y dejó doce españoles y llevó cuarenta. Llegó a un pueblo que se dice Lebolebo, que es cuatro leguas de la casa de Arauco y tres de la de Tocapel, donde le dijeron los indios que estaban más de cincuenta mil indios esperándole. Aquí estuvo el viernes víspera de Pascua. Y otro día sábado envió a Luis de Bobadilla, su caballerizo, con cinco soldados, y le mandó que fuese a la casa de Tocapel y que de vista de ella se volviese. Llegado el caudillo a vista de la casa, salieron los indios a los españoles, habiéndoles tomado los pasos. Mataron a este caudillo y cuatro españoles y se escapo uno, y fue donde estaba el gobernador y le contó el suceso, cómo había visto muy gran cantidad de indios. Esto escribió a la casa de Arauco, avisándoles que se guardasen a los que estaban en la casa. Viendo el gobernador el suceso de aquel caudillo que había enviado y considerando que los indios estaban desvergonzados, cierto se volviera de aquí si no fuera por la carta que había enviado a Joan Gómez a Puerén, que entrase como dicho tengo. El gobernador estaba tres leguas de Tocapel, y que si él volvía a Arauco, que corrían peligro los españoles que entrasen con Joan Gómez, y que entrando él por allí y Joan Gómez por la otra parte, los indios se detendrían viendo entrar por dos partes, y juntos todos los españoles no serían parte los indios, porque él llevaba treinta y cinco hombres y Joan Gómez traía veinte, y como se juntasen en Tocapel, no se atreverían los indios, y que ya que les acometiese, no serían parte. Hechas estas consideraciones con aquel ánimo que en semejantes tiempos no le faltaba, amaneció primero domingo de Pascua de Navidad y primer día del año de cincuenta y cuatro. Caminó, y por el camino tenían los indios puestos y echados las cabezas de los españoles que el día antes les habían muerto, y no poca lástima y pesar sentía el gobernador, y aún juntamente conocía la desvergüenza que los indios tenían. Y a hora de misa mayor llegó a una loma no muy alta, la cual está a vista de la casa de Tocapel, de quebradas y malos pasos y árboles, y a la abajada de esta loma corre un pequeño río. Llegado el gobernador a la mitad de esta loma, que es más de una legua, y viendo los indios que ya tenían a los españoles en parte donde ellos se podían muy bien aprovechar de ellos, mejor que los españoles de ellos, salieron de donde estaban ocultos y escomenzaron a tocar sus trompetas, que es una manera de cornetas hechas de hueso, y a mosarse por todas partes. Y vistos por el gobernador, acaudilló sus españoles, animándolos como acostumbraba e dio en los indios y acometió con el ánimo que en semejantes casos solían acometer, e como la gente era mucha, cada vez que acometían les dejaban españoles a los indios. El gobernador por bajar a lo llano, los indios por defendérselo, pasaban trabajo los españoles, como eran pocos, y como el día iba entrando, el sol calentando, los caballos se les calmaban, los caballeros se cansaban, porque en esta tierra en este tiempo es la fuerza del verano y a medio día le faltaba al gobernador algunos españoles. Todavía peleaban con aquella confianza de ser socorridos, y como los enemigos cada hora eran más y salían de refresco, y el sitio no era como los caballos lo habían menester y la calor grande, y fatigados de todas estas cosas, puesto que muchas veces los desbarataban y los hacían meter en los montes. Y viendo un mal indio que se decía Luataro, que servia al gobernador, que los indios se aflojaban, se pasó a ellos, diciéndoles que se animasen y que volviesen sobre los españoles, porque andaban cansados y los caballos no se podían menear. Acaudilló los indios y tomando una pica, eso comenzó a caminar hacia los españoles y los indios a seguirle. Comenzaron a dar de nuevo sobre los españoles, siendo la causa este mal indio, y como los caballos estaban fatigados y los brazos de los españoles cansados, ya a hora de vísperas no se halló el gobernador ni tenía consigo más de nueve españoles, y éstos malheridos, y los caballos maltratados e todos los demás españoles muertos. Y ya desconfiando del socorro que aguardaba, se determino de volverse a Arauco. Como le tenían tomado los pasos, llegó a un pueblo que se dice Pelmaiquén, que sería legua y media que había caminado. Y en esta legua y media le mataron los siete españoles. Y aquí fue el gobernador preso por los indios, que como llevaba el caballo malherido y de aquel día fatigado, le tomaron los indios. Y con un yacanona que allí se halló habló a los indios, y les decía que no le matasen, que bastaba el daño que habían hecho a sus españoles. Y ansí los indios estaban de diversos pareceres, que unos decían que lo matasen y otros que le diesen la vida, como es gente de tan ruin entendimiento, no conociendo ni entendiendo lo que hacían. A esta sazón llegó un mal indio que se decía Teopolicán, que era señor de la parte de aquel pueblo, y dijo a los indios que qué hacían con el apo, que por qué no le mataban que: "Muerto ése que manda a los españoles, fácilmente mataremos a los que quedan". Y diole con una lanza de las que dicho tengo y lo mató. Y ansí pereció y acabó el venturoso gobernador, que hasta aquí cierto lo había sido en todo cuanto hasta este día emprendió y acometió. Y llevaron la cabeza a Tucapel e la pusieron en la puerta del señor prencipal en un palo, y otras dos cabezas con ella. Y teníanlas allí por grandeza, porque aquellos tres españoles habían sido los más valientes. Y contaban cosas del gobernador y de los dos españoles que habían hecho aquel día. Por no saber sus nombres no los pongo aquí, que cierto lo merecían según las hazañas que los indios decían de ellos. No anduvieron las lanzas de los españoles aquel día tan perezosas, ni las espadas anduvieron tan botas de filos, que setecientos indios mataron. Y yo oí decir algunos indios que más. Y de esto me informé de yanaconas ladinos e indios que allí se hallaron y escaparon.
contexto
Cómo en la mayor parte deste reino hay grandes mineros de metales Desde el estrecho de Magallanes comienza la cordillera o longura de sierras que llamamos Andes, y atraviesa muchas tierras y grandes provincias, como escrebí en la descripción desta tierra, y sabemos que a la parte de la mar del Sur (que es al poniente) se halla en los más ríos y collados gran riqueza; y las tierras y provincias que caen a la parte de levante se tienen por pobres de metales, según dicen los que pasaron al río de la Plata conquistando, y salieron algunos dellos al Perú por la parte de Potosí, los cuales cuentan que la fama de riqueza los trajo a unas provincias tan fértiles de bastimento como pobladas de gente, que están a las espaldas de los Charcas, pocas jornadas adelante. Y la noticia que tenían no era otra sino el Perú, ni la plata que vieron, que fue poca, salió de otra parte que de los términos de la villa de Plata, y por vía de contratación la habían los de aquellas partes. Los que fueron a descubrir con los capitanes Diego de Rojas, Filipe Gutiérrez, Nicolás de Heredia, tampoco hallaron riqueza. Después de entrados en la tierra que está pasada la cordillera de los Andes, el adelantado Francisco de Orillana, yendo por el Marañón en el barco, al tiempo que andando en el descubrimiento de la canela, lo envió el capitán Gonzalo Pizarro, aunque muchas veces daba con los españoles en grandes pueblos, poco oro ni plata, o ninguno, vieron. En fin, no hay para qué tratar sobre esto, pues si no fué en la provincia de Bogotá, en ninguna otra de la otra parte de la cordillera de los Andes se ha visto riqueza ninguna; lo cual todo es al contrario por la parte del sur, pues se han hallado las mayores riquezas y tesoros que se han visto en el mundo en muchas edades; y si el oro que había en las provincias que están comarcanas al río grande de Santa Marta, desde la ciudad de Popayán hasta la villa de Mopox, estuviera en un poder y de un solo señor, como fué en las provincias del Perú, hubiera mayor grandeza que en el Cuzco. En fin, por las faldas desta cordillera se han hallado grandes mineros de plata y oro, así por la parte de Antiocha como de la de Cartago, que es la gobernación de Popayán, y en todo el reino del Perú; y si hubiese quien lo sacase, hay oro y plata que sacar para siempre jamás; porque en las tierras y en los llanos y en los ríos, y por todas partes que caven y busquen, hallarán plata y oro. Sin esto, hay gran cantidad de cobre y mayor de hierro por los secadales y cabezadas de las sierras que abajan a los llanos. En fin, se halla plomo, y de todos los metales que Dios crió es bien proveído este reino; y a mí paréceme que mientras hubiere hombres no dejará de haberse gran riqueza en él; y tanta ha sido la que dél se ha sacado, que ha encarecido a España de tal manera cual nunca los hombres lo pensaron.
contexto
Cómo acordó Cortés con todos nuestros capitanes y soldados que tornásemos a enviar al real de Narváez al fraile de la Merced, que era muy sagaz y de buenos medios, y que se hiciese muy servidor del Narváez, e que se mostrase favorable a su parte mas que no a la de Cortés, e que secretamente convocase al artillero que se decía Rodrigo Martín e a otro artillero que se decía Usagre, e que hablase con Andrés de Duero para que viniese a verse con Cortés; e que otra carta que escribiésemos al Narváez que mirase que se la diese en sus manos, e lo que en tal caso convenía, e que tuviese mucha advertencia; y para esto llevó mucha cantidad de tejuelos e cadenas de oro para repartir Pues como ya estábamos en el pueblo todos juntos, acordamos que con el padre de la Merced se escribiese otra carta al Narváez, que decían en ella así, o otras palabras formales como estas que diré: después de puesto su acato con gran cortesía; que nos habíamos holgado de su venida, e creíamos que con su generosa persona haríamos gran servicio a Dios nuestro señor y a su majestad; e que no nos ha querido responder cosa ninguna, antes nos llama de traidores, siendo muy leales servidores del rey; e ha revuelto toda la tierra con las palabras que envió a decir a Montezuma; e que le envió Cortés a pedir por merced que escogiese la provincia en cualquiera parte que él quisiese quedar con la gente que tiene, o fuese adelante, e que nosotros iríamos a otras tierras e haríamos lo que a buenos servidores de su majestad somos obligados; e que le hemos pedido por merced que si trae provisiones de su majestad que envíe los originales para ver y entender si vienen con la real firma y ver lo que en ellas se contiene, para que luego que lo veamos, los pechos por tierra para obedecerla; e que no ha querido hacer lo uno ni lo otro, sino tratarnos mal de palabra y revolver la tierra; que le pedimos y requerimos de parte de Dios y del rey nuestro señor que dentro en tres días envíe a notificar los despachos que trae con escribano de su majestad, e que cumpliremos como mandado del rey nuestro señor todo lo que en las reales provisiones mandare; que para aquel efecto nos hemos venido a aquel pueblo de Tampanequita, por estar más cerca de su real; e que si no trae las provisiones y se quisiese volver a Cuba, que se vuelva y no alborote más la tierra, con protestación que si otra cosa hace, que iremos contra él a le prender y enviarlo preso a nuestro rey y señor, pues sin su real licencia nos viene a dar guerra e desasosegar todas las ciudades; e que todos los males e muertes y fuegos y menoscabos que sobre esto acaecieren, que sea a su cargo, y no al nuestro; y esto se escribe ahora por carta misiva, porque no osa ningún escribano de su majestad írselo a notificar, por temor no le acaezca tan gran desacato como el que se tuvo con un oidor de su majestad, y que ¿dónde se vio tal atrevimiento de le enviar preso? Y que allende de lo que dicho tiene, por lo que es obligado a la honra y justicia de nuestro rey, que le conviene castigar aquel gran desacato y delito, como capitán general y justicia mayor que es de aquesta Nueva-España, le cita y emplaza para ello, y se lo demandará usando de justicia, pues es crimen laesae majestatis lo que ha tentado, e que hace a Dios testigo de lo que ahora dice; y también le enviamos a decir que luego volviese al cacique gordo las mantas y ropa y joyas de oro que le habían tomado por fuerza, y asimismo las hijas de señores que nos habían dado sus padres, y mandase a sus soldados que no robasen a los indios de aquel pueblo ni de otros. Y después de puesta su cortesía y firmada de Cortés y de nuestros capitanes y algunos soldados, iba allí mi firma; y entonces se fue con el mismo fraile un soldado que se decía Bartolomé de Usagre, porque era hermano del artillero Usagre, que te nía cargo del artillería de Narváez; y llegados nuestros religiosos y el Usagre a Cempoal, adonde estaba el Narváez, diré lo que diz que pasó.
contexto
Capítulo CXVI Que trata de la entrada de Joan Gómez de Puerén a Tocapel y del suceso Recebida la carta el Joan Gómez en que el gobernador le enviaba a mandar que el primer día de Pascua, como tengo dicho, entrase a Tocapel con la gente que pudiese. Allegado el día de Pascua quiso entrar e ir, como el gobernador se lo había mandado, y fue requerido de la gente que allí estaba no entrase, a causa del peligro que quedaba llevando él catorce hombres. Y a esta causa se detuvo. E venida la noche, e viendo que no cumplía el mandato del gobernador y que él estará en Tocapel y él no había ido, cabalgó con sus catorce españoles. Caminó toda la noche y otro día, lunes segundo día de Pascua, fue a amanecer media legua de la casa de Tocapel, los cuales se apearon y dieron de comer a sus caballos, y maravillados de cómo no habían hallado ni veían señal de haber españoles. Estando en esto les salió un yanacona, el cual era de los españoles que con el gobernador había ido e había estado escondido, y les dijo que qué hacían allí, que al gobernador y todos los cristianos habían muerto los indios una legua adelante de donde ellos estaban. E los españoles que andan en estas partes cursados en las cosas de los indios, pocas veces le dan crédito a lo que dicen. Y ellos no creyendo pudiese ser, salió una india que también se había escondido, y llorando llegó a ellos y les dijo que qué hacían, que "ayer mataron al apo y todos los cristianos que con él venían, que no escapó ninguno, y todos los yanaconas de servicio, si no eran los que se habían escondido". Oído los españoles la india y que conformaba con el yanacona, diéronle crédito y cabalgaron en sus caballos. Y vieron venir la gente de guerra por todas partes. Y llegados los indios a ellos, se acaudillaron con todos catorce y arremetieron. Y como era tierra llana, los caballos tenían lugar para andar en todas partes y ligeramente entraban y sallan y peleaban con los indios como españoles que eran. Como la calor del sol les fatigaba y ansí anduvieron peleando todo el día, venidos a hora de vísperas se ayuntaron todos catorce, sin faltarles ninguno ni haberles muerto caballo en todo este tiempo. Y viéndose tan fatigados y los indios que les acosaban, aunque ellos habían muerto hartos, y viendo que la noche les venía cerca, acordaron de volverse a Puerén donde habían salido. Y puestos en camino y en huida y más españoles, según yo he visto en estas partes e aun me he hallado, huyendo son malos de acaudillar y aún peores de ordenar, porque no miran más de cada uno por sí, y no socorren a nadie, ni favorecen al amigo; puesto que tenían malos pasos, y en ellos gente de guerra que los guardaba, y como llegaban y pasaban estos pasos, a nenguna parte llegaban que no dejaban españoles en poder de los indios, de manera que al medio camino les habían muerto siete cristianos. Y al caudillo se le cansaba el caballo y quiso su ventura que fue en un monte, y viéndose en aquel peligro y el caballo cansado, se apeó y se metió por el monte. Y como venía la noche y ellos no caminaban perezosos, y como cada uno procuraba escaparse, no cuidaban por el caudillo y así se lo dejaron. Y llegados los indios que en su seguimiento venían, vieron el caballo, y considerando que estaría allí el español comenzaron a buscalle. Fue Dios servido que no lo hallaron. Venida la noche tomó el camino y escomenzó a caminar. Ya que amanecía llegó a vista de la casa de Puerén. Y los seis españoles que habían escapado llegaron a Puerén, y como los que estaban en la casa los vieron de aquella arte, algunos de ellos malheridos, no poco temor cobraron, e desmampararon la casa y se fueron a la ciudad Imperial, que está diez leguas de ella. Y antes que llegase Joan Gómez a la casa de Puerén vio que ardía, y salió a él un yanacona que era de los españoles que con él habían ido y le dijo: "¡Oh, señor! que todos los cristianos se han ido de la casa y los indios de guerra están en ella, que no podemos pasar". Y ansí se tornó a esconder y dijo al yanacona que fuese alcanzar a los españoles y les dijese cómo él venía allí. Y el yanacona le dijo que él iría. Y así caminó el yanacona sin que los indios le viesen y alcanzó a los españoles cuatro leguas de la casa, el cual les dijo cómo venía un cristiano. Y volvieron dos españoles a buscalle, andando por donde el yanacona les había dicho, y como no le topaban se querían volver, y acaso relinchó un caballo, el cual salió a ellos, y así le tomaron y se fueron a la Imperial. Quiero nombrar estos siete españoles que se escaparon que fue Joan Gómez, Gonzalo Hernández Buenosaños, Gregorio de Castañeda, Luis Hernández de Córdoba, Joan Morán, Diego de Velgara, Joan de San Martín.
contexto
Cómo muchas naciones destos indios se daban guerra unos a otros, y cuán opresos tienen los señores principales a los indios pobres Verdaderamente, yo tengo que ha muchos tiempos y años que hay gentes en estas Indias, según lo demuestran sus antigüedades y tierras tan anchas y grandes como han poblado; y aunque todos ellos son morenos lampiños y se parecen en tantas cosas unos a otros, hay tanta multitud de lenguas entre ellos que casi a cada legua y en cada parte hay nuevas lenguas. Pues como hayan pasado tantas edades por estas gentes y hayan vivido sueltamente, unos a otros se dieron grandes guerras y batallas, quedándose con las provincias que ganaban. Y así, en los términos de la villa de Arma, de la gobernación de Popayán, está una gran provincia, a quien llaman Carrapa, entre la cual y la de Quimbaya (que es donde se fundó la ciudad de Cartago) había cantidad de gente; los cuales, llevando por capitán o señor a uno de ellos, el más principal, llamado Urrúa, se entraron en Carrapa, y a pesar de los naturales hicieron señores de lo mejor de su provincia. Y esto sé porque cuando descubrimos enteramente aquellas comarcas vimos las rocas y pueblos quemados que habían dejado los naturales de la provincia de Quimbaya. Todos fueron lanzados della antiguamente por los que se hicieron señores de sus campos, según es público entre ellos. En muchas partes de las provincias desta gobernación de Popayán fue lo mismo. En el Perú no hablan otra cosa los indios sino decir que los unos vinieron de una parte y los otros de otra, y con guerras y contiendas los unos se hacían señores de las tierras de los otros, y bien parece ser verdad, y la gran antigüedad desta gente por las señales de los campos que labraban ser tantos, y porque en algunas partes que se ve que hubo sementeras y fue poblado hay árboles nascidos tan grandes como bueyes. Los ingas claramente se conoce que se hicieron señores deste reino por fuerza y por maña, pues cuentan que Mangocapa, el que fundó el Cuzco, tuvo poco principio, y duraron en el señorío hasta que, habiendo división entre Guascar, único heredero, y Atabaliba sobre la gobernación del imperio, entraron los españoles y pudieron fácilmente ganar el reino y a ellos apartarlos de sus porfías: por lo cual parece que también se usó de guerras y tiranías entre estos indios, como en las demás partes del mundo, pues leemos que tiranos se hicieron señores de grandes reinos y señoríos. Yo entendí en el tiempo que estuve en aquellas partes que es grande la opresión que los mayores tienen a los menores, y con el rigor que algunos de los caciques mandan a los indios; porque si el encomendero les pide alguna cosa, o que por fuerza hayan de hacer algún servicio personal o con hacienda, luego estos tales mandan a sus mandones que lo provean, los cuales andan por las casas de los más pobres mandando que lo cumplan, y si dan alguna excusa, aunque sea justa, no solamente no los oyen, mas maltrátanlos, tomándoles por fuerza lo que quieren. En los indios del Rey y en otros pueblos del Collao oí yo lamentar a los pobres indios esta opresión, y en el valle de Jauja y en otras muchas partes, los cuales, aunque reciben algún agravio, no saben quejarse. Y si son necesarias ovejas o carneros, no se va por ellos a las manadas de los señores, sino a los dos o tres que tienen los tristes indios; y algunos son tan molestados que se ausentan por miedo de tantos trabajos como les mandan hacer. Y en los llanos y valles de los yungas son más trabajados por los señores que en la serranía. Verdad es que, como ya en las más provincias deste reino estén religiosos dotrinándolos, y algunos entiendan la lengua, oyen estas quejas y remedian muchas dellas. Todo va cada día en más orden, y hay tanto temor entre cristianos y caciques que no osan poner las manos en un indio, por la gran justicia que hay con haberse puesto en aquestas partes las audiencias y chancillerías reales; cosa de grande remedio para el gobierno dellas.
contexto
Cómo el fraile de la Merced fue a Cempoal, adonde estaba el Narváez e todos sus capitanes, y lo que pasó con ellos, y les dio la carta Como el fraile de la Merced, llegó al real de Narváez, sin más gastar yo palabras en tornarlo a recitar, hizo lo que Cortés le mandó, que fue convocar a ciertos caballeros de los de Narváez y al artillero Rodrigo Martín, que así se llamaba, e al Usagre, que tenía también cargo de los tiros; y para mejor la atraer, fue un su hermano del Usagre con tejuelos de oro, que dio de secreto al hermano; y asimismo el fraile repartió todo el oro que Cortés le mandó, y habló al Andrés de Duero que luego se viniese a nuestro real con Cortés; y además desto, ya el fraile había ido a ver y hablar al Narváez y hacérsele muy gran servidor; y andando en estos pasos, tuvieron gran sospecha de lo en que andaba nuestro fraile, e aconsejaban al Narváez que luego le prendiese, e así lo querían hacer; y como lo supo Andrés de Duero, que era secretario del Diego Velázquez, y era de Tudela de Duero, y se tenían por deudos el Narváez y él, porque el Narváez también era de tierra de Valladolid o del mismo Valladolid, y en toda la armada era muy estimado e preeminente, el Andrés de Duero fue al Narváez y le dijo que le habían dicho que quería prender al fraile de la Merced, mensajero y embajador de Cortés; que mirase que ya que hubiese sospecha que el fraile hablaba algunas cosas en favor de Cortés, que no es bien prenderle, pues que claramente se ha visto cuánta honra e dádivas da Cortés a todos los suyos del Narváez que allá van; e que el fraile ha hablado con él después que allí ha venido e lo que siente de él es que desea que él y otros caballeros del real de Cortés le vengan a servir, e que todos fuesen amigos; e que mirase cuánto bien dice Cortés a los mensajeros que envía; que no le sale por la boca a él ni a cuantos están con él, sino "el señor capitán Narváez", e que sería poquedad prender a un religioso; e que otro hombre que vino con él, que es hermano de Usagre el artillero, que le viene a ver: que convide al fraile a comer, y le saque del pecho la voluntad que todos los de Cortés tienen. Y con aquellas palabras, y otras sabrosas que le dijo, amansó al Narváez. Y luego desque esto pasó, se despidió Andrés de Duero del Narváez, y secretamente habló al padre lo que había pasado; y luego el Narváez envió a llamar al fraile, y como vino, le hizo mucho acato, y medio riendo (que era el fraile muy cuerdo y sagaz) le suplicó que se apartase en secreto, y el Narváez se fue con él paseando a un patio, y el fraile le dijo: "Bien entendido tengo que vuestra merced me quería mandar prender; pues hágole saber, señor, que no tiene mejor ni mayor servidor en su real que yo, y tengo por cierto que muchos caballeros y capitanes de los de Cortés le querrían ya ver en las manos de vuestra merced; y ansí, creo que vendremos todos; y para más le atraer a que se desconcierte, le han hecho escribir una carta de desvaríos, firmada de los soldados, que me dieron que diese a vuestra merced, que no la he querido mostrar hasta ahora, que vine a pláticas, que en un río la quise echar por las necedades que en ella trae; y eso hacen todos sus capitanes y soldados de Cortés por verle ya desconcertar." Y el Narváez dijo que se la diese, y el fraile le dijo que la dejó en su posada e que iría por ella; e ansí, se despidió para ir por la carta; y entre tanto vino al aposento del Narváez el bravoso Salvatierra; y de presto el fraile llamó a Duero que fuese luego en casa del Narváez para ver darle la carta; que bien sabía ya el Duero della, y aun otros capitanes de Narváez que se habían mostrado por Cortés, porque el fraile consigo la traía. sino porque tuviesen juntos muchos de los de aquel real y le oyesen. E luego como vino el fraile con la carta, se la dio al mismo Narváez, y dijo: "No se maraville vuestra merced con ella, ya que Cortés anda desvariando; y sé cierto que si vuestra merced le habla con amor, que luego se le dará él y todos los que consigo trae." Dejémonos de razones del fraile, que las tenía muy buenas, y digamos que le dijeron a Narváez los soldados y capitanes que leyese la carta, y cuando la oyeron, dice que hacían bramuras el Narváez y el Salvatierra, y los demás se reían, como haciendo burla della; y entonces dijo el Andrés de Duero: "Ahora yo no sé cómo sea esto; yo no lo entiendo; porque este religioso me ha dicho que Cortés y todos se le darán a vuestra merced, y ¡escribir ahora estos desvaríos!" Y luego de buena tinta también le ayudó a la plática al Duero un Agustín Bermúdez, que era capitán e alguacil del real de Narváez, e dijo: "Ciertamente, también he sabido de este fraile de la Merced muy en secreto que como enviase buenos terceros, que el mismo Cortés vendría a verse con vuestra merced para que se diese con sus soldados; y será bien que envíe a su real, pues no está muy lejos, al señor veedor Salvatierra e al señor Andrés de Duero, e yo iré con ellos"; y esto dijo adrede por ver qué diría el Salvatierra. Y respondió el Salvatierra que estaba mal dispuesto e que no iría a ver un traidor; y el fraile le dijo: "Señor veedor, bueno es tener templanza, pues está cierto que le tendréis preso antes de muchos días." Pues concertada la partida del Andrés de Duero, parece ser muy en secreto trató el Narváez con el mismo Duero y con tres capitanes que tuviesen modo con el Cortés cómo se viesen en unas estancas e casas de indios que estaban entre el real de Narváez y el nuestro, e que allí se darían conciertos donde habíamos de ir con Cortés a poblar y partir términos, y en las vistas le prendería; y para ello tenía ya hablado el Narváez a veinte soldados de sus amigos; lo cual luego supo el fraile del Narváez e del Andrés de Duero, y avisaron a Cortés de todo. Dejemos al fraile en el real de Narváez, que ya se había hecho muy amigo y pariente del Salvatierra, siendo el fraile de Olmedo y el Salvatierra de Burgos, y comía con él cada día. E digamos de Andrés de Duero, que quedaba apercibiéndose para ir a nuestro real y llevar consigo a Bartolomé de Usagre, nuestro soldado, porque el Narváez no alcanzase a saber de él lo que pasaba; y diré lo que en nuestro real hicimos.
contexto
Capítulo CXVII Que trata de lo que hicieron los indios en el alzamiento habiendo muerto al gobernador y a todos los españoles que con él entraron Viéndose los indios tan victoriosos con los españoles, habiendo muerto cincuenta y un español, no pocos soberbios estaban, pareciéndoles que ya no había cristianos que los resistiesen. Hicieron una junta muy grande y vinieron todos los señores y prencipales de toda la tierra. Hicieron esta junta en el pueblo de Tocapel y allí hicieron grandes convites, y pareciéndoles que era necesario de nombrar un señor a quien obedeciese y les mandase en las cosas de la guerra de los españoles, y juntos estos señores, les pareció bien. Se levantaron Colocolo, que era señor de seis mil indios, y Pailaguala, que era señor de cinco mil indios, y Paicaví, señor de tres mil indios. Illecura, señor de más de tres mil indios, y Tocapel, señor de más de tres mil quinientos, y Teopolicán, señor de cuatro mil indios. Aillacura, señor de más de cinco mil indios. Todos estos señores que he dicho, había entre ellos gran diferencia, porque cada uno particularmente lo pretendía y había grandes desafíos. Y viendo Millarapue, que era señor de más de seis mil indios, la discordia que había entre los demás señores y por ser viejo no pertenecía a él aquel cargo, llegado a ellos, les dijo que callasen y que les rogaba le oyesen. Y así lo hicieron. Y les habló en esta manera: "¿Cómo, hermanos y amigos, yendo como vamos y de victoria contra nuestros enemigos, y que los que quedan ya no son parte a resistir nuestras fuerzas, por qué permitís que haya entre nosotros discordias? Yo quiero dar mi parecer, porque ya no soy para otra cosa, si aprovechare". Y mandó traer un trozo de palo grande y pesado, que bien tenía un indio que levantarlo del suelo. E díjoles que allí quería él ver las fuerzas de cada uno e no en los desafíos, y que el que más tiempo aquel trozo en los hombros trujese fuese general y de todos obedecido. E todos los señores e indios dijeron que era buen parecer y así lo otorgaron que estarían por ello. Y el primero que tomó el trozo fue Manigalgo y lo trujo seis horas. Y dejado lo tomó Colocolo y le trajo medio día. Y luego lo torno Pailaguala que lo trujo doce horas. Y luego lo tomó Paicaví y lo trujo un día entero. Y dejado lo tomó Illacura y le trajo un día y casi media noche. Y dejado lo tomo Aillacura y le trajo un día y una noche. Y luego lo tomó Tocapel y le trajo día y medio. Y éste tenía cierto que había de ser general. E dejado lo tomó Teopolicán, indio dispuesto, membrudo e robusto e tuerto del ojo izquierdo, y trujo el trozo dos días y una noche. Y visto por todos los señores, fueron espantados y maravillados de ver las fuerzas de Teopolicán y con la ligereza que traía aquel trozo tan pesado. Fue luego recebido por todos los señores indios de toda la tierra. Hizo sus capitanes. Hizo a Lautaro, el que tengo dicho que se pasó cuando mataron al gobernador, su general, y le dio tres mil indios, e no poco belicoso contra los españoles.