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De la riqueza que hubo en Porco y de cómo en los términos desta villa hay grandes vetas de plata Parece por lo que oí y los indios dicen que en tiempo que los reyes ingas mandaron este gran reino del Perú les sacaban en algunas partes desta provincia de los Charcas cantidad grande de metal de plata, y para ello estaban puestos indios, los cuales daban el metal de plata que sacaban a los veedores y delegados suyos. Y en este cerro de Porco, que está cerca de la villa de Plata, había minas, donde sacaban plata para los señores; y afirman que mucha de la plata que estaba en el templo del sol de Curicancha fue sacada deste cerro; y los españoles han sacado mucha dél. Agora en este año se está limpiando una mina del capitán Hernando Pizarro, que afirman que le valdrá por año las ansendradas que della sacarán más de docientos mil pesos de oro. Antonio álvarez, vecino desta villa, me mostró en la ciudad de los Reyes un poco de metal, sacado de otra mina que él tiene en este cerro de Porco, que casi todo parecía plata; por manera que Porco fue antiguamente cosa riquísima, y agora lo es, y se cree que será para siempre. También en muchas sierras comarcanas a esta villa de Plata y de sus términos y jurisdición se han hallado ricas minas de plata; y tiénese por cierto, por lo que se ve, que hay tanto deste metal, que si hubiese quien lo buscase y sacase, sacarían dél poco menos que en la provincia de Vizcaya sacan hierro. Pero por no sacarlo con indios, y por ser la tierra fría para negros y muy costosa, parece que es causa que esta riqueza tan grande esté perdida. También digo que en algunas partes de la comarca desta villa hay ríos que llevan oro, y bien fino. Mas como las minas de plata son más ricas, danse poco por sacarlo. En los Chichas, pueblos derramados, que están encomendados a Hernando Pizarro y son subjetos a esta villa, se dice que en algunas partes dellos hay minas de plata; y en las montañas de los Andes nascen ríos grandes en los cuales, si quisieren buscar mineros de oro, tengo que se hallaran.
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Cómo Pánfilo de Narváez llegó al puerto de San Juan de Ulúa, que se dice la Veracruz, con toda su armada, y lo que le sucedió Viniendo el Pánfilo de Narváez con toda su flota, que eran diez y nueve navíos, por la mar, parece ser junto a las sierras de San Martín, que así se llaman, tuvo un viento de norte, y en aquella costa es travesía, y de noche se le perdió un navío de poco porte, que dio al través; venían en él por capitán un hidalgo que se decía Cristóbal de Morante, natural de Medina del Campo, y se ahogó cierta gente, y con toda la demás flota vino a San Juan de Ulúa; y como se supo de aquella grande armada, que para haberse hecho en la isla de Cuba, grande se puede llamar, tuvieron noticia della los soldados que había enviado Cortés a buscar las minas, y viénense a los navíos del Narváez los tres dellos, que se decían Cervantes "el chocarrero", y Escalona, y otro que se decía Alonso Hernández Carretero; y cuando se vieron dentro en los navíos y con el Narváez, dice que alzaban las manos a Dios, que los libró del poder de Cortés y de salir de la gran ciudad de México, donde cada día esperaban la muerte; y como comían con el Narváez y les mandaba dar a beber demasiado, estábanse diciendo los unos a los otros delante del mismo general: "Mirad sí es mejor estar aquí bebiendo buen vino que no cautivo en poder de Cortés, que nos traía de noche y de día tan avasallados, que no osábamos hablar, y aguardando de un día a otro la muerte al ojo"; y aun decía el Cervantes, como era truhán, so color de gracias: "Oh Narváez, Narváez, qué bienaventurado que eres e a qué tiempo has venido, que tiene ese traidor de Cortés allegados más de setecientos mil pesos de oro, y todos los soldados están muy mal con él porque les ha tomado mucha parte de lo que les cabía del oro de parte, e no quieren recibir lo que les da." Por manera que aquellos soldados que se nos huyeron eran ruines y soeces, y decían al Narváez mucho más de lo que quería saber. Y también le dieron por aviso que ocho leguas de allí estaba poblada una villa que se dice Villa Rica de la Veracruz, y estaba en ella un Gonzalo de Sandoval con sesenta soldados, todos viejos y dolientes, y que si enviase a ellos gente de guarda, luego se darían, y le decían otras muchas cosas. Dejemos todas estas pláticas, y digamos cómo luego lo alcanzó a saber el gran Montezuma cómo estaban allí surtos los navíos, y con muchos capitanes y soldados, y envió sus principales secretamente que no lo supo Cortés, y les mandó dar comida y oro y plata, y que de los pueblos más cercanos les proveyesen de bastimento; y el Narváez envió a decir al Montezuma muchas malas palabras y descomedimientos contra Cortés y de todos nosotros que éramos unas gentes malas, ladrones, que veníamos huyendo de Castilla sin licencia de nuestro rey y señor; y que como tuvo noticia el rey nuestro señor, que estábamos en estas tierras, y de los males y robos que hacíamos, y teníamos preso al Montezuma, para estorbar tantos daños, que le mandó al Narváez que luego viniese con todas aquellas naos y soldados y caballeros para que le suelten de las prisiones, y que a Cortés y a todos nosotros, como malos, nos prendiesen o matasen, y en las mismas naos nos enviasen a Castilla, y que cuando allá llegásemos nos mandaría matar; y le envió a decir otros muchos desatinos; y eran los intérpretes para dárselos a entender a los indios los tres soldados que se nos fueron, que ya sabían la lengua. Y además destas pláticas, les envió el Narváez ciertas cosas de Castilla. Y cuando Montezuma lo supo, tuvo gran contento con aquellas nuevas; porque, como le decían que tenía tantos navíos e caballos e tiros y escopetas y ballesteros, y eran mil y trescientos soldados y dende arriba, creyó que nos perdería. Y además desto, como sus principales vieron a nuestros tres soldados (que traidores bellacos se pueden llamar) con el Narváez y veían que decían mucho mal de Cortés, tuvo por cierto todo lo que el Narváez le envió a decir; y todo la armada se la llevaron pintada en dos paños al natural. Entonces el Montezuma le envió mucho más oro y mantas, y mandó que todos los pueblos de la comarca le llevasen bien de comer, e ya había tres días que lo sabía el Montezuma, y Cortés no sabía cosa ninguna. E un día yéndole a ver nuestro capitán y a tenerle palacio, después de las cortesías que entre ellos se tenían, pareció al capitán Cortés que estaba el Montezuma muy alegre y de buen semblante, y le dijo: qué tal se sentía; y el Montezuma respondió que mejor estaba; y también, como el Montezuma le vio ir a visitar en un día dos veces, temió que Cortés sabía de los navíos, y por ganar por la mano y que no le tuviese por sospechoso le dijo: "Señor Malinche, ahora en este punto me han llegado mensajeros de cómo en el puerto donde desembarcasteis han venido diez y ocho navíos y mucha gente y caballos; e todo nos lo traen pintado en unas mantas; y como me visitasteis hoy dos veces, creí que me veníais a dar nuevas dello; así que no habréis menester hacer navío; y porque no me lo decíais, por una parte tenía enojo en vos de tenérmelo encubierto, y por otra me holgaba porque vienen vuestros hermanos, para que todos os vayáis a Castilla e no haya más palabras." Y cuando Cortés oyó lo de los navíos y vio la pintura del paño se holgó en gran manera, y dijo: "Gracias a Dios, que al mejor tiempo provee." Pues nosotros los soldados eran tanto el gozo, que no podíamos estar quedos, y de alegría escaramuzaron los caballos y tiramos tiros; e Cortés estuvo muy pensativo, porque bien entendió que aquella armada que le enviaba el gobernador Velázquez contra él y contra todos nosotros. Y como supo que era, comunicó lo que sentía della con todos nosotros, capitanes y soldados, y con grandes dádivas y ofrecimientos que nos haría ricos a todos nos atraía para que tuviésemos con él. Y no sabía quién venía por capitán; y estábamos muy alegres con las nuevas y con el más oro que nos había dado Cortés por vía de mercedes, como que lo daba de su hacienda, y no de lo que nos cabía de parte, y viendo el gran socorro e ayuda que nuestro señor Jesucristo nos enviaba. E quedarse ha aquí, e diré lo que pasó en el real de Narváez.
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Capítulo CX Que trata de la salida de Francisco de Villagran de los reinos del Pirú Llegado que fue Francisco de Villagran de los reinos del Pirú donde estaba el presidente Pedro de la Gasca, dados los despachos que del gobernador llevaba y él dado su descargo de lo que había hecho en la tierra mientras el gobernador estuvo fuera de ella. El presidente, oído todo esto, le dio licencia para que hiciese gente y con ella fuese por detrás de la cordillera como el gobernador se lo encargaban. E hizo ciento y cincuenta hombres y se fue a Potosí, y de allí a Omaguaca, que serán sesenta leguas de Potosí. Salido de estas provincias de Omaguaca pásase la cordillera nevada. Aquí hay unos indios que se sustentan de solamente caza y no se les da nada de sembrar. De aquí vino a un valle que se dice Esteco que tendrá cuarenta leguas el valle abajo. Toda la orilla de este río no hay agua para que puedan beber. Hay muy grandes algarrobales y chañares. Sus pueblos es en lo raso a causa de los muchos tigres que hay. Es lengua por sí. Es gente dispuesta y las mujeres son de buen parecer. Es tierra fértil y tienen algunas ovejas de que se visten. Hay avestruces y de las plumas de éstos hacen una cobertura con que se cubren sus vergüenzas, y ellas con unas mantillas de lana de la cintura abajo. En el río hay mucho pescado y muy bueno. No tienen ídolos ni casa de adoración. Este río al cabo de las cuarenta leguas se sume debajo de la tierra y hace lagunas. De esta provincia se vino a la provincia de Tuama que está veinte leguas de Amaguaca, e son todas arenales. Estando en un pueblo que se dice Cotagaeta, estaba un capitán de Joan Núñez de Prado que se decía Santa Cruz, el cual llevaba cierta gente a Joan Núñez de Prado. Y cerca de él estaba otro capitán de Francisco de Villagran, el cual se decía Graviel de Villagran. Fue al Santa Cruz y le prendió y le quitó la gente, e le mandó que se volviese a Potosí. Llevando el Graviel de Villagran la gente se fue adelante a juntarse con Francisco de Villagran. Esta provincia de Tuama que he dicho es toda tierra llana. Hay grandes algarrobas. No se halla en toda esta tierra una piedra, si no es traída de otra parte, aunque sea como una avellana. Acostumbran estos indios hondas. Es gente belicosa. Sus armas son arcos y flechas. Tienen hierba muy peligrosa. Este valle está muy poblado y más que el pasado, porque tiene más de ochenta leguas el río abajo de poblazón. Y créese que entra en el río de la Plata, porque se hallaron cosas de nuestra España, en que se halló un real y un dedal y un barril de barro vedriado. Las mismas cosas que hay en el otro valle de arriba, solamente difieren en la lengua. Aquí se vido una cosa admirable que tienen por costumbre, que si una mujer enviuda, tiene el defunto en una barbacoa o cama desnudo y ella le está cada el día llorando. Y como es tan calurosa la tierra, en breve cría gusanos el cuerpo, y ella se los limpia y los toma con sus manos sin asco ninguno, aunque hiede pestíferamente. Y allí está de noche y de día y no se levanta si no es a cosas necesarias que no las puede escusar. Y si por ventura corre alguna grasa del cuerpo, la toma con las manos y avuelta los gusanos y sin pena se unta ella el cuerpo y el rostro. Y de esta manera se está hasta que el cuerpo se seca y se consume. Toma los huesos y los meten en un cántaro, y allí los tiene guardados. Y éste es su entierro. Aquí se vio un cuero de una culebra que le faltaba la cola y cabeza, que tenía veinte pies de largo y tres pies y medio de ancho. Y de este cuero se hicieron veinte vainas de espadas. Estas culebras son mansas que los mismos indios se dicen darles de comer, y no hacen mal. Siembran estos indios en esta manera, que desque viene el río fuera de madre en invierno, sale dos o tres leguas de madre y después se torna a su ser. Queda toda esta tierra empantanada y allí siembran. Y acontece estar un maíz para se coger e otro en berza y otro en leche. En invierno no hace mucho frío y el verano hace tan gran calor que no pueden andar ni salir fuera de la sombra. Esta provincia se dice Juríes. Andan vestidos de lana y de las avestruces hacen la misma ropa que dije arriba para sus vergüenzas. Es gente dispuesta, y tanto, que en todo lo que se ha descubierto en las Indias a una mano, no se ha visto tan dispuesta, y ellas por el consiguiente, y son de buen parecer y tienen muy lindos ojos. No tienen casa de adoración ni ídolos. Adoran al sol. Tienen los pueblos cercados de una muy fuerte palizada, a causa de una gente comarcana que se dicen ules. Y esta gente no siembra, sino susténtanse de algarrobas y de chañares y de caza que tienen mucha. Son dados a ladronicios y viénenles a hurtar las comidas, que es maíz y frísoles y zapallos y maní. Y estos juríes los temen y a esta causa tienen los pueblos cercados, y tienen en cada pueblo de éstos dos y tres y cuatro mil indios. Y cuando éstos se juntan trescientos de ellos, aunque estén tres mil jurís, no osan defenderles las comidas. En esta provincia no hay oro ni plata. Tienen ovejas y por los campos guanacos. Hay muchas avestruces y por esta causa se llama esta provincia Jaríes, porque se llaman las avestruces en su lengua ansí. Hay muchas perdices. Tienen mucho pescado en el río. Tiene cien leguas la cordillera nevada de sí, y a la falda de la cordillera nevada pobló Joan Núñez de Prado un pueblo por mandado del presidente Pedro de la Gasca y púsole por nombre la ciudad del Barco. Está en la provincia de Tonuca. Y estando Francisco de Villagran en esta provincia, pareciéndole a Joan Núñez que tenía poca gente y que fácilmente se la podía quitar, vino una noche con cierta gente sobre él, y como vio que traía mucha gente no hizo nada, sino volvióse a su pueblo. Visto el atrevimiento Francisco de Villagran, caminó a la ciudad del Barco, del cual envió al camino Núñez de Prado al padre Carvajal a desculparse, y que él quería quedar por teniente del gobernador don Pedro de Valdivia, pues que él había poblado aquella ciudad en sus límites, y que le dejase alguna gente para la sustentación. Y ansí lo dejó Francisco de Villagran.
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De cómo junto a este cerro de Potosí hubo el más rico mercado del mundo en tiempo que estas minas estaban en su prosperidad En todo este reino del Perú se sabe por los que por él habemos andado que hubo grandes tiangues, que son mercados, donde los naturales contrataban sus cosas, entre los cuales el más grande y rico que hubo antiguamente fue el de la ciudad del Cuzco; porque aun en tiempo de los españoles se conoció su grandeza, por el mucho oro que se compraba y vendía en él y por otras cosas que traían de todo lo que se podía haber y pensar. Mas no se igualó este mercado o tiangues ni otro ninguno del reino al soberbio de Potosí; porque fue tan grande la contratación, que solamente entre indios, sin entrevenir cristianos, se vendía cada día, en tiempo que las minas andaban prósperas, veinte y cinco y treinta mil pesos de oro, y días de más de cuarenta mil; cosa extraña y que creo que ninguna feria del mundo se iguala al trato deste mercado. Yo lo noté algunas veces, y vía que en un llano que hacía la plaza deste asiento, por una parte dél iba una hilera de cestos de coca, que fue la mayor riqueza destas partes; por otra, rimeros de mantas y camisetas ricas delgadas y bastas; por otra estaban montones de maíz y de papas secas y de las otras sus comidas; sin lo cual, había gran número de cuartos de carne de la mejor que había en el reino. En fin, se vendían otras cosas muchas que no digo; y duraba esta feria o mercado desde la mañana hasta que escurecía la noche; y como se sacase plata cada día y estos indios son amigos de comer y beber, especialmente los que tratan con los españoles, todo se gastaba lo que se traía a vender; en tanta manera, que de todas partes acudían con bastimentos y cosas necesarias para su proveimiento. Y así, muchos españoles enriquecieron en este asiento de Potosí con solamente tener dos o tres indias que les contrataban en este tiangues, y de muchas partes acudieron grandes cuadrillas de anaconas, que se entiende ser indios libres que podían servir a quien fuese su voluntad; y las más hermosas indias del Cuzco y de todo el reino se hallaban en este asiento. Una cosa miré el tiempo que en él estuve: que se hacían muchas trapazas y por algunos se trataban pocas verdades. Y al valor de las cosas fueron tantas mercaderías, que se vendían los ruanes, paños y holandas casi tan barato como en España, y en almoneda vi yo vender cosas por tan poco precio que en Sevilla se tuvieran por baratas. Y muchos hombres que hablan habido mucha riqueza, no hartando su codicia insaciable, se perdieron en tratar de mercar y vender; algunos de los cuales se fueron huyendo a Chile y a Tucuma y a otras partes, por miedo de las deudas; y así, todo lo más que se trataba era pleitos y debates que unos con otros tenían. El asiento desde Potosí es sano, especialmente para indios, porque pocos o ningunos adolecían en él. La plata llevan por el camino real del Cuzco a dar a la ciudad de Arequipa, cerca de donde está el puerto de Quilca. Y toda la mayor parte della llevan carneros y ovejas; que a faltar éstos, con gran dificultad se pudiera contratar ni andar en este reino, por la mucha distancia que hay de una ciudad a otra y por la falta de bestias.
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Cómo Cortés se embarcó en la Habana para ir a la Nueva-España, y con buen tiempo llegó a la Veracruz, y de las alegrías que todos hicieron con su venida Como Cortés hubo descansado en la Habana cinco días, no veían la hora que estar en México, y luego manda embarcar toda su gente y se hacen a la vela, y en doce días, con buen tiempo, llegó cerca del puerto de Medellín, en frente de la isla de Sacrificios, y allí mandó anclear los navíos por aquella noche, e acordó con veinte soldados sus amigos que saltaron en tierra, y vanse a pie obra de media legua junto a San Juan de Ulúa, que así se llamaba, e quiso su ventura que toparon una arria de caballos que venía a aquel puerto de Ulúa con ciertos pasajeros para se embarcar para Castilla, e vase Cortés a la Veracruz en los caballos e mulos de la arria, que serían cinco leguas de andura, y mandó que no fuesen ningunos a avisar cómo venía; y antes que amaneciese con dos horas llegó a la villa, y fuese derecho a la iglesia, que estaba abierta la puerta, y se metió dentro en ella con toda su compañía; y como era muy de mañana, vino el sacristán, que era nuevamente venido de Castilla, y Como vio la iglesia toda llena de gente forastera, y no conocía a Cortés ni a los que con él estaban, salió dando voces a la calle, llamando a la justicia, que estaban en la iglesia muchos hombres forasteros, para que les mandasen salir della; y a las voces que dio el sacristán, vino el alcalde mayor e otros alcaldes ordinarios, con tres alguaciles e otros muchos vecinos con armas, pensando que era otra cosa, y entraron de repente y comenzaron a decir con palabras airadas que saliesen de la iglesia; y como Cortés estaba flaco del camino, no le conocieron hasta que le oyeron hablar; y como vieron que era Cortés, vanle todos a besar las manos y darle la buena venida; pues a los conquistadores que vivían en aquella villa Cortés los abrazaba y los nombraba por sus nombres, qué tales estaban, y les decía palabras amorosas; y luego se dijo misa, y le llevaron a aposentar en las mejores casas que había de Pedro Moreno Medrano, y estuvo allí ocho días, y le hicieron muchas fiestas y regocijos, y luego por la posta envían mensajeros a México a decir cómo había llegado; y Cortés escribió al tesorero y al contador, puesto que supo que no era su amigo el contador, y a todos sus amigos y al monasterio de San Francisco: de las cuales nuevas todos se alegraron; y como lo supieron todos los indios de la redonda, tráenle presentes de oro y mantas, y cacao y gallinas y frutas, y luego se partió de Medellín; e yendo por su jornada, le tenían el camino limpio, y hechos aposentos con grandes enramadas e con mucho bastimento para Cortés y todos los que iban en su compañía. Pues saber yo decir lo que los mexicanos hicieron de alegrías, que se juntaron con todos los pueblos de la redonda de la laguna, y le enviaron al camino gran presente de joyas de oro y ropa e gallinas, y todo género de frutas de la tierra que en aquella sazón había, y le enviaron a decir que les perdone, por ser de repente su llegada, que no le envían más; que de que vaya a su ciudad harán lo que son obligados, y le servirán como a su capitán que los conquistó y los tiene en justicia; y de aquella misma manera vinieron otros pueblos. Pues la provincia de Tlascala no se olvidó mucho, que todos los principales le salieron a recibir con danzas y bailes y regocijos y muchos bastimentos; y desque llegó a obra de tres leguas de la ciudad de Tezcuco, que es casi aquella ciudad tamaña población con sus sujetos como México; de allí salió el contador Albornoz, que a aquel efecto había venido para recibir a Cortés por estar bien con él, que le temía en gran manera; y juntó muchos españoles de todos los pueblos de la redonda, y con los que estaban en su compañía y los caciques de aquella ciudad, con grandes invenciones de juegos y danzas, fueron a recibir a Cortés más de dos leguas; con lo cual se holgó; y cuando llegó a Tezcuco le hicieron otro gran recibimiento, y durmió allí aquella noche; y otro día de mañana fue camino de México, y escribiéle el tesorero y el cabildo, y todos los caballeros y conquistadores amigos de Cortés, que se detuviese en unos pueblos dos leguas de Tenustitlan, México; que bien pudiera entrar aquel día, y que lo dejase para otro día por la mañana, porque gozasen todos del gran recibimiento que le hicieron; y saló el tesorero con todos los conquistadores y caballeros y cabildo de aquella ciudad, y todos los oficiales en ordenanza, y llevaron los más ricos vestidos y calzas y jubones que pudieron, con todo género de instrumentos; y los caciques mexicanos por su parte con muchas maneras de invenciones de divisas y libreas que pudieron haber; y la laguna llena de canoas, e indios guerreros en ellas, según y de la manera que solían pelear con nosotros, en el tiempo de Guatemuz, los que salieron por las calzadas. Fueron tantos los juegos y regocijos, que se quedarán por decir, pues en todo el día por las calles de México todo era bailes y danzas, y después que anocheció muchas lumbres a las puertas. Pues aun lo mejor quedaba por decir, que los frailes franciscos, otros días después que Cortés hubo llegado, hicieron procesiones, dando muchos loores a Dios por las mercedes que les había hecho en haber venido Cortés. Pues volviendo a su entrada en México, se fue luego al monasterio de señor san Francisco, adonde hizo decir misa, y daba loores a Dios, que le sacó de los trabajos pasados de Honduras y le trajo a aquella ciudad; y luego se pasó a sus casas, que estaban muy bien labradas, con ricos palacios, y allí era servido y temido y tenido de todos como un príncipe; y los indios de todas las provincias le venían a ver, y le traían presentes de oro, y aun los caciques del peñol de Coatlan, que se habían alzado, le vinieron a dar la bienvenida y le trajeron presentes; y fue su entrada de Cortés en México por el mes de junio, año de 1524 ó 25. Y como Cortés hubo descansado, luego mandó prender a los bandoleros, y comenzó a hacer pesquisas sobre los tratos del factor y veedor; y también prendió a Gonzalo de Ocampo o a Diego de Ocampo, que no sé bien el nombre de pila, que fue al que hallaron los papeles de los libelos infamatorios; y también se prendió a un Ocaña, escribano, que era muy viejo, que llamaban cuerpo y alma del factor; y después que los tuvo presos, tenía pensamiento Cortés, viendo la justicia que para ello había, de hacer proceso contra el factor y veedor; y por sentencia los despachar, y si de presto lo hiciera, no hubiera en Castilla quien dijera: "Mal hizo Cortés"; y su majestad lo tuviera por bien hecho; y esto yo lo oí decir a los del real consejo de Indias, estando presente el señor obispo fray Bartolomé de las Casas, en el año de 1540, cuando yo allá fui sobre mis pleitos, que se descuidó mucho Cortés en ello, y se lo tuvieron a flojedad.
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Cómo en este instante llegó al puerto de San Juan de Ulúa, con tres navíos, el licenciado Luis Ponce de León, que vino a tomar residencia a Cortés, y lo que sobre ello pasó; e hay necesidad de volver algo atrás para que bien se entienda lo que ahora diré Ya he dicho en los capítulos pasados las grandes quejas que de Cortés dieron ante su majestad, estando la corte en Toledo; y los que dieron las quejas fueron los de la parte de Diego Velázquez, con todos los por mí nombrados y también ayudaron a ellas las cartas del Albornoz; y como su majestad creyó que era verdad, había mandado al almirante de Santo Domingo que viniese con gran copia de soldados a prender a Cortés y a todos los que fuimos en desbaratar a Narváez; y también he dicho que, como lo supo el duque de Béjar don álvaro de Zúñiga, que fue a suplicar a su majestad que hasta saber la verdad que no se creyese de cartas de hombres que estaban muy mal con Cortés; e cómo no vino el almirante, e las causas por qué; y cómo su majestad proveyó que viniese un hidalgo que en aquella sazón estaba en Toledo, que se decía el licenciado Luis Ponce de León, primo del conde de Alcaudete, y le mandó que le viniese a tomar residencia, y si le hallase culpado en las acusaciones que le pusieron, que le castigase de manera que en todas partes fuese sonada la justicia que sobre ello hiciese; y para que tuviese noticia de todas las acusaciones que acusaban a Cortés, trajo consigo las memorias de las cosas que decían que habían dicho, e instrucciones por donde había de tomar la residencia; y luego se puso en la jornada y viaje con tres navíos, que esto no se me acuerda bien, si era tres o cuatro, y con buen tiempo que le hizo llegó al puerto de San Juan de Ulúa, y luego se desembarcó y se vino a la villa de Medellín; y como supieron quién era y que venía por juez a tomar residencia a Cortés, luego un mayordomo de Cortés que allí residía, que se decía Gregorio de Villalobos, en posta se lo hizo saber a Cortés, y en cuatro días lo supo en México; de que se admiró Cortés, que tan de repente le tomaba su venida, porque quisiera saberlo más temprano para irle a hacer la mayor honra y recibimiento que pudiera; y al tiempo que le vinieron las cartas estaba en señor San Francisco, que quería recibir el cuerpo de nuestro señor Jesucristo, y con mucha humildad rogaba a Dios que en todo le ayudase; y como tuvo las nuevas por muy ciertas, de presto despachó mensajeros para saber quién eran los que venían, y si traían cartas de su majestad; y desque vino la primera nueva dende a dos días vinieron tres mensajeros que enviaba el licenciado Luis Ponce de León con cartas para Cortés, y una era de su majestad, por las cuales supo que su majestad mandaba que le tomasen residencia y vistas las reales cartas, con mucho acato e humildad las besó y puso sobre su cabeza, y dijo que recibía gran merced que su majestad le enviase quien le Oyese de justicia, y luego despachó mensajeros con respuesta para el mismo Luis Ponce, con palabras sabrosas Y ofrecimientos muy mejor dichos que yo lo sabré decir, e que le diese aviso por cuál de los dos caminos quería venir, porque para México había un camino por una parte e otro por un atajo, para que tuviese aparejado lo que convenía para servir a criado de tan alto rey y señor; y desque el licenciado vio las cartas, respondió que venía muy cansado de la mar y que quería reposar algunos días, y dándole muchas gracias y mercedes por la gran voluntad que mostraba. Pues como algunos vecinos de aquella villa que eran enemigos de Cortés, y otros de los que trajo Cortés consigo de lo de Honduras que no estaban bien con él, que fueron de los que hubo desterrado de Pánuco, y por cartas que luego le escribieron a Luis Ponce, de México, otros contrarios de Cortés, le dijeron que Cortés quería hacer justicia del factor y veedor antes que llegase a Méjico el licenciado; y más le dijeron, que mirase bien por su persona, que si Cortés le escribió con tantos ofrecimientos, es para saber por cuál de los dos caminos quería venir, que era para despacharle, y que no se fiase de sus palabras ni ofertas; y le dijeron otras muchas cosas de males que decían había hecho Cortés, así a Narváez como a Garay, y de los soldados que dejaba perdidos en Honduras, y sobre tres mil mexicanos que murieron en el camino, y que un capitán que se decía Diego de Godoy, que dejó allá poblando con obra de treinta soldados, todos dolientes, que creen que serán muertos; e salió verdad así como se lo dijeron, lo de Godoy y soldados; y que le suplicaban que luego en posta fuese a México, y que no curase de hacer otra cosa e que tomase ejemplo en lo del capitán Narváez y en lo del adelantado Garay y en lo de Cristóbal de Tapia, que no le quiso obedecer, y le hizo embarcar, e se volvió por donde vino; y le dijeron otros muchos daños y desatinos contra Cortés, por ponerle mal con él, y aun le hicieron en creyente que no le obedecería. Y como aquello vio el licenciado Luis Ponce, e traía consigo otros hidalgos, que fueron el alguacil mayor Proaño, natural de Córdoba, y a un su hermano, y a Salazar de la Pedrada, qué venía por alcaide de la fortaleza, que murió luego de dolor de costado, y a un licenciado o bachiller que se decía Marcos de Aguilar, y a un soldado que se decía Bocanegra, de Córdoba, y a ciertos frailes de Santo Domingo, y por provincial dellos un fray Tomás Ortiz, que decían había estado ciertos años por prior en una tierra que llamaban (no me acuerdo el nombre); y deste religioso, que venía por prior, decían todos los que venían en su compañía que era más desenvuelto para entender en negocios que no para el santo cargo que traía. Pues volviendo a nuestra relación, el Luis Ponce tomó consejo con estos hidalgos que traía en su compañía si iría luego a México o no, y todos le aconsejaron que no se parase ni de día ni de noche, creyendo que era verdad lo que decían de los males de Cortés; por manera que cuando los mensajeros de Cortés llegaron con otras cartas en respuesta de las que le escribió el licenciado, y mucho refresco que le traían, ya estaba el licenciado cerca de Iztapalapa, donde se le hizo un gran recibimiento con mucha alegría y contento que Cortés tenía con su venida y le mandó hacer un banquete muy cumplido; y después de bien servidos en la comida de muchos y buenos manjares, dijo Andrés de Tapia, que sirvió en aquella fiesta de maestresala, que por ser cosa de apetito para en aquel tiempo en estas tierras, porque era cosa nueva, que si quería su merced que le sirviesen de natas y requesones; y todos los caballeros que allí comían con el licenciado se holgaron que los trajesen, y estaban muy buenas las natas y requesones, y comieron algunos tantos dellos, que se le revolvió el estómago a unos dellos y revesé, y este porque comió demasiado dellos, y esto digo, porque es verdad, que cuando los como se me revuelve la voluntad, porque son fríos y pesados; y otros no tuvieron ningún sentimiento de los haber hecho mal ni daño en el estómago. Y entonces dijo aquel religioso que venía por prior o provincial, que se decía fray Tomás Ortiz, que las natas e requesones venían revueltas con rejalgar, y que él no las quiso comer por aquel temor; y otros que allí comieron dijeron que vieron comer al fraile dellas hasta hartarse, y había dicho que estaban muy buenas; y por haber servido de maestresala el Tapia, sospecharon lo que nunca por el Pensamiento le pasó. Y volvamos a nuestra relación: que en este recibimiento de Iztapalapa no se halló Cortés, que en México se quedó; mas fama hubo echadiza muy secretamente que enviaba a Luis Ponce un buen presente de tejuelos y barras de pro; esto no lo sé bien ni lo afirmo; Otros dijeron que nunca tal pasó. Pues como Iztapalapa está dos leguas de México, y tenía puestos hombres para que le avisasen a que hora venía a México para salirle a recibir, fue Cortés con toda la caballería que en México había, en que iban el mismo Cortés e Gonzalo de Sandoval, y el tesorero Alonso de Estrada y el contador, y todo el cabildo de México y los conquistadores, y Jorge de Alvarado y Gómez de Alvarado, porque Pedro de Alvarado en aquella sazón no estaba en México, sino en Guatemala, que había ido en busca de Cortés e de nosotros; y salieron otros muchos caballeros que nuevamente habían venido de Castilla; y cuando encontraron a Luis Ponce en la calzada se hicieron grandes acatos entre él e Cortés; y el licenciado Luis Ponce en todo pareció muy bien mirado, que se hizo muy de rogar sobre que Cortés le dio la mano derecha y él no la quería tomar, y estuvieron en cortesías hasta que la tomó; y como entraron en la ciudad, el licenciado iba admirado de la gran fortaleza que en ella había y de las muchas ciudades y poblaciones que había visto en la laguna, y decía que tenía por cierto no haber habido capitán en el universo que con tan pocos soldados hubiese ganado tantas tierras ni haber tomado tan fuerte ciudad; e yendo hablando en esto, se fueron derechos al monasterio de san Francisco, adonde les dijeron misa; y después de acabada la misa, Cortés dijo al licenciado Luis Ponce que presentase las reales provisiones y entendiese en hacer lo que su majestad le mandaba, porque él tenía que pedir justicia contra el factor y veedor; y respondió que se quedase para otro día; y de allí le llevó Cortés, acompañado de toda la caballería que le había salido a recibir, a aposentar en sus palacios, donde le tenían todo entapizado y una muy solemne comida, y servida con tantas vajillas de oro y plata, y con tal concierto, que el mismo Luis Ponce dijo secretamente al alguacil mayor Proaño y a un Bocanegra que ciertamente que parecía que Cortés en todos los cumplimientos y en sus palabras y obras que era de muchos años atrás gran señor. Y dejaré de hablar destas loas, pues no hacen a nuestra relación, y diré que otro día fueron a la iglesia mayor, y después de dicha misa, mandó que el cabildo de aquella ciudad estuviese presente, y los oficiales de la real hacienda y los capitanes y conquistadores de México; y cuando a todos los vio juntos, delante de dos escribanos, y el uno era de los del cabildo y el otro que Luis Ponce traía consigo, presentó sus reales provisiones, y Cortés con mucho acato las besó y puso sobre su cabeza, e dijo que las obedecía como mandamiento e cartas de su rey y señor, e las cumpliría pecho por tierra; y así lo hicieron todos los caballeros conquistadores y cabildo y oficiales de la real hacienda de su majestad; y después que esto fue hecho, tomó el licenciado las varas de la justicia al alcalde mayor y alcaldes ordinarios, y de la hermandad y alguaciles, y como las tuvo en su poder, se las volvió a dar, y dijo a Cortés: "Señor capitán, esta gobernación de vuesamerced me manda su majestad que tome en mí, no porque deja de ser merecedor de otros muchos y mayores cargos, mas hemos de hacer lo que nuestro rey y señor nos manda." Y Cortés con mucho acato le dio gracias por ello, y dijo que él siempre está presto para lo que en servicio de su majestad le fuese mandado; lo cual vería muy presto, y conocería cuán lealmente había servido a nuestro rey y señor, por las informaciones y residencia que dél tomaría, y conocería las malicias de algunas personas, que ya le habrán a él ido con consejas y cartas llenas de malicias; y el licenciado respondió que adonde hay hombres buenos también hay otros que no son tales, que así es el mundo; que a los que ha hecho buenas obras dirán bien dél, y a los que malas, al contrario; y en esto se pasó aquel día. E otro día, después de haber oído misa, que se le dijo en los mismos palacios donde posaba el licenciado, con mucho acato envió con un caballero a que llamase a Cortés, estando delante el fray Tomás Ortiz, que venía por prior, sin haber otras personas delante, sino todos tres en secreto, con mucho acato le dijo el licenciado Luis Ponce: "Señor capitán, sabrá vuesamerced que su majestad me mandó y encargó que a todos los conquistadores que pasaron desde la isla de Cuba, que se hallaron en ganar estas tierras y ciudad, y a todos los demás conquistadores que después vinieron, que les dé buenos indios en encomienda, y anteponga y favorezca algo más a los primeros; y esto digo, porque soy informado que muchos de los conquistadores que con vuesamerced pasaron están con pobres repartimientos, y los ha dado a personas que ahora nuevamente han venido de Castilla, que no tienen méritos; si as! es, no le dio su majestad la gobernación para este efecto, sino para cumplir sus reales mandos"; y Cortés dijo que a todos había dado indios, y que la ventura de cada uno era, que a unos cupieron buenos indios y a otros no tales, y que lo podrá enmendar, pues para ello es venido, y los conquistadores son merecedores dello; y también le preguntó que qué era de los conquistadores que había llevado a Honduras en su compañía, que cómo los dejaba allá perdidos y muertos de hambre, en especial que le informaron que un Diego de Godoy, que dejó por caudillo de treinta o cuarenta hombres en Puerto de Caballos, que le habrán muerto indios, porque todos estaban muy malos; y así como lo dijeron salió verdad, como adelante diré; y que fuera bueno que, pues habían ganado aquella ciudad y la Nueva-España, que quedaran a gozar el provecho, y a los que habían nuevamente venido de Castilla aquellos llevara a conquistar y poblar; y preguntó por el capitán Luis Marín e por mí y por ciertos soldados e los demás soldados que consigo llevó; e Cortés le respondió que para cosas de afrenta y guerras no se atreviera a ir a tierras largas si no llevara soldados conocidos, y que presto vendrían a aquella ciudad, porque ya deben de venir camino, y que en todo su merced les ayudase y les diese buenas encomiendas de indios. Y también le dijo el licenciado Luis Ponce algo con palabras ásperas, que cómo había ido contra el Cristóbal de Olí tan lejos y largos caminos sin tener licencia de su majestad, y dejar a México en condición de se perder. A esto respondió que como capitán general de su majestad, que le pareció que convenía aquello a su real servicio porque otros capitanes no se alzasen, y que dello hizo primero relación a su majestad. Y demás desto, le preguntó sobre la prisión y desbarate de Narváez, y de cómo se le perdió la armada y soldados de Francisco de Garay, y de qué murió tan presto, y de cómo hizo embarcar a Cristóbal de Tapia; y le preguntó de otras muchas cosas que aquí no relato y aun de la muerte de su mujer Catalina Xuárez, "la Marcaida". Y Cortés a todo le respondió dándole razones muy buenas, de que Luis Ponce en algo parecía que quedaba contento; y todo esto que le preguntaba traía por memoria de Castilla, y de otras muchas cosas que ya le habían dicho en el camino, y en México lo habían informado dello; y como a aquestas preguntas que he dicho estaba presente el fray Tomás Ortiz, como las hubieron acabado de decir, se fue Cortés a su posada, y secretamente apartó el fraile a tres conquistadores amigos de Cortés, y les dijo que Luis Ponce quería cortar la cabeza a Cortés, porque así lo traía mandado por su majestad, e a aquel efecto le había preguntado lo sobredicho; y aun el mesmo fraile otro día muy de mañana de secreto se lo dijo a Cortés por estas palabras: "Señor capitán, por lo mucho que os quiero, y de mi oficio y religión es avisar en tales casos, hágoos, señor, saber que Luis Ponce trae provisiones de su majestad para os degollar." Y cuando Cortés esto oyó, e habían pasado los razonamientos por mí dichos, estaba muy penoso y pensativo; y por otra parte le habían dicho que aquel fraile era de mala condición y bullicioso, y que no le creyese muchas cosas de lo que decía; y según pareció, dijo el fraile aquellas palabras a Cortés a efecto que le echase por intercesor y rogador que no le ejecutase el tal mandado, y porque le diese por ello algunas barras de oro. Otras personas dijeron que el Luis Ponce lo dijo por meterle temor a Cortés e le echase rogadores que no le degollase. Y como aquello sintió Cortés, respondió al fraile con mucha cortesía y con grandes ofrecimientos, y le dijo que antes tenía creído que su majestad, como cristianísimo rey, que le enviaría a hacer mercedes por sus muchos y buenos y leales servicios que siempre le hizo, y no se hallará deservicio ninguno que haya hecho y que con esta confianza estaba, y que él tenía al señor Luis Ponce por persona que no saldría de lo que su majestad le mandase y que se fuese: y que haya justicia. Y como aquello oyó el fraile, y no le rogó que fuese su intercesor para con Luis Ponce, quedó confuso; y diré lo que más Pasó; porque Cortés jamás le dio ningunos dineros de lo que le había prometido.
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Cómo el licenciado Luis Ponce, después que hubo presentado las reales provisiones y fue obedecido, mandó pregonar residencia contra Cortés e los que habían tenido cargos de justicia, y cómo cayó malo de mal de modorra y della falleció, y lo que más le sucedió Después que hubo presentado Luis Ponce las reales provisiones, con mucho acato de Cortés y el cabildo y los demás conquistadores fue obedecido; mandó pregonar residencia general contra Cortés y contra los que habían tenido cargo de justicia y habían sido capitanes; y como muchas personas que no estaban bien con Cortés, e otros que tenían justicia sobre lo que pedían: qué priesa se daban de dar quejas de Cortés y de presentar testigos, que en toda la ciudad andaban pleitos; y las demandas que le ponían, uno que no les dio partes de oro, como era obligado, e otros le demandaban que no les dio indios, conforme a lo que su majestad mandaba, y que los dio a criado de su padre Martín Cortés y a otras personas sin inéditos, criados de señores de Castilla. Otros le demandaban caballos que les mataron en las guerras, que puesto que habían habido mucho oro de que se les pudiera pagar, que no les satisfizo por quedarse con el oro. Otros demandaban afrenta de sus personas, que por mandado de Cortés les habían hecho y un Juan Xuárez, cuñado suyo, le puso una mala demanda de su mujer de Cortés, doña Catalina Xuárez, "Marcaida", hermana del Juan Xuárez, que la había ahogado una noche el mismo Cortés; y en aquella sazón había venido de Castilla un fulano de Barrios, con quién casó Cortés a una hermana de Xuárez, y cuñada suya; se apaciguó por entonces aquella demanda que le había puesto el Juan Xuárez. Este Barrios es con quien tuvo pleitos un Miguel Díaz sobre la mitad del pueblo de Mestitan, como dicho tengo en el capítulo que de ello habla. Volvamos a nuestra residencia, que luego que se comenzó a tomar quiso nuestro señor Jesucristo que por nuestros pecados y desdicha cayó malo de modorra el licenciado Luis Ponce, y fue desta manera, que viniendo del monasterio de señor san Francisco de oír misa, le dio una muy recia calentura, y echóse en la cama y estuvo cuatro días amodorrado, sin tener el sentido que convenía, y todo lo más del día y de la noche era dormir; y como aquello vieron los médicos que le curaban, que se decían el licenciado Pedro López y el doctor Ojeda y otro médico que él traía de Castilla, todos a una les pareció que se confesase y recibiese los santos sacramentos, y el mismo licenciado lo tuvo en gran voluntad; y después de recibidos con gran humildad y contrición, hizo testamento, y dejó por su teniente de gobernador al licenciado Marcos de Aguilar, que había traído consigo desde la España. Otros dijeron que era bachiller, y no licenciado, y que no tenía autoridad para mandar; y dejóle el poder desta manera: que todas las cosas de pleitos y debates y residencias, y la prisión del factor y veedor, se estuviese en el estado que lo dejaba hasta que su majestad fuese sabidor de lo que pasaba, y que luego hiciese mensajeros en un navío a su majestad. Y ya hecho su testamento y ordenada su ánima, al noveno día que cayó malo dio la ánima a nuestro señor Jesucristo, y como hubo fallecido, fueron grandes los lutos y tristezas que todos los conquistadores a una sintieron: como si fuera padre de todos, así lo lloraban, porque ciertamente él, venia para remediar a los que hallase que derechamente habían servido a su majestad, y antes que muriese así lo publicaba; y le hallaron en los capítulos e instrucciones que de su majestad traía, que diese de los mejores repartimientos de indios a los conquistadores, de manera que conociesen mejoría en todo. Y Cortés, con todos los demás caballeros de la ciudad, se pusieron luto y le llevaron a enterrar con gran pompa a San Francisco, y con toda la cera que entonces se pudo haber: fue su enterramiento muy solemne para en aquel tiempo. Oí decir a ciertos caballeros que se hallaron presentes cuando cayó malo, que, como Luis Ponce era músico y de suyo regocijado, por alegrarle le iban a tañer con una vihuela y a dar música, y que mandó que le tañesen una baja, estando en la cama, con los dedos y pies, y los meneaba hasta acabar la baja; y acabada perdió la habla, que fue todo uno. Pues como fue muerto y enterrado de la manera que dicho tengo, oír el murmurar que en México había de las personas que estaban mal con Cortés y con Sandoval, que dijeron y afirmaron que le dieron ponzoña con que murió, que así había hecho al Francisco de Garay; e quien más lo afirmaba era fray Tomás Ortiz, ya que venía por prior de ciertos frailes que traía en su compañía, que también murió de modorra el mismo prior de ahí a dos meses, él y otros frailes, y también quiero decir que pareció ser que en el navío en que vino el Luis Ponce, que dio pestilencia en ellos, porque a más de cien personas que en él venían les dio modorra y dolencia, de que murieron en la mar, y después de desembarcados en la villa de Medellín murieron muchos dellos, y aun de los frailes quedaron muy pocos y con ellos murió su prior de ahí a pocos meses; y fue fama que aquella modorra cundió en México.
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Cómo después que murió el licenciado Ponce de León comenzó a gobernar el licenciado Marcos de Aguilar, y las contiendas que sobre ello hubo, y cómo el capitán Luis Marín con todos los que veníamos en su compañía topamos con Pedro de Alvarado, que andaba en busca de Cortés, y nos alegramos los unos con los otros, porque estaba la tierra de guerra, por la poder pasar sin tanto peligro Según que lo había dejado en el testamento Luis Ponce, todos los más conquistadores que estaban mal con Cortes quisieran que fuera la residencia adelante, como la habían comenzado a tomar; y Cortés dijo que no se podía entender en ella, conforme al testamento de Luis Ponce; mas que si quisiera tomársela el Marcos de Aguilar, que fuesen mucho en buena hora; y había otra contradicción por parte del cabildo de México, en que decían que no podía mandar Luis Ponce en su testamento que gobernase el licenciado Aguilar solo, lo uno porque era muy viejo y caducaba, y estaba tullido de bubas y era de poca autoridad, y así lo mostraba en su persona, y no sabía las cosas de la tierra, ni tenía noticia della ni de las personas que tenían méritos; y que demás desto, que no le tendrían respeto ni le acatarían, y que sería bien que para que todos temiesen, y la justicia de su majestad fuese de todos muy acatada, que tomase por "acompañado" en la gobernación a Cortés hasta que su majestad mandase otra cosa; y el Marcos de Aguilar dijo que no saldría poco ni mucho de lo que Luis Ponce mandó en el testamento, y que él solo había de gobernar, y que si querían poner otro gobernador por fuerza: que no hacían lo que su majestad mandaba; y demás desto que dijo Marcos de Aguilar, Cortés temió si otra cosa se hiciese, por más palabras que le decían los procuradores de las ciudades y villas de la Nueva-España, que procurase de gobernar y que ellos atraerían con buenas palabras al Marcos de Aguilar para ello, pues que estaba claro que estaba muy doliente, y era servicio de Dios y de su majestad; y por más que le decían a Cortés, nunca quiso tocar más en aquella tecla, sino que el viejo Aguilar solo gobernase; y aunque estaba tan doliente y ético, que le daba de mamar una mujer de Castilla, y tenía unas cabras, que también bebía leche dellas; y en aquella sazón se le murió un hijo que traía consigo, de modorra, según y de la manera que murió Luis Ponce. Dejaré esto hasta su tiempo, e quiero volver muy atrás de lo de mi relación, e diré lo que el capitán Luis Marín hizo, que quedaba con toda su gente en Naco esperando respuesta de Sandoval para saber si Cortés era embarcado o no, y nunca habíamos tenido respuesta ninguna. Ya he dicho cómo Sandoval se partió de nosotros para hacer embarcar a Cortés que fuese a la Nueva-España, y que nos escribiría lo que sucediese, para que nos fuésemos con Luis Marín camino de México; y puesto que escribió Sandoval y Cortés por dos partes, nunca tuvimos respuesta, porque el Saavedra nunca nos quiso escribir, con malicia; y fue acordado por Luis Marín y por todos los que con él veníamos que con brevedad fuésemos soldados a caballo a Trujillo a saber de Cortés, y fue Francisco Marmolejo por nuestro capitán, e yo fui uno de los diez, y fuimos por la tierra adentro de guerra hasta llegar a Olancho, que ahora llaman Guayape, donde fueron las minas ricas de oro, y allí tuvimos nuevas de dos españoles que estaban dolientes y de un negro, cómo Cortés era embarcado pocos días había con todos los caballeros y conquistadores que consigo traía, y que el envió a llamar la ciudad de México, que todos los vecinos mexicanos estaban con voluntad de le servir, y que vino un fraile francisco por él, y que su primo de Cortés, Saavedra, quedaba por capitán cerca de allí en unos pueblos de guerra; de las cuales nuevas nos alegramos, y luego escribimos al capitán Saavedra con indios de aquel pueblo de Olancho, que estaba de paz, y en cuatro días vino respuesta del Saavedra, y nos hizo relación de algunas cosas, y dimos muchas gracias a Dios por ello, y a buenas jornadas volvimos donde Luis Marín estaba; y acuérdome que tiramos piedras a la tierra que dejábamos atrás y decíamos: "Ahí quedarás tierra mala, y con la ayuda de Dios iremos a México", e yendo por nuestras jornadas hallamos a Luis Marín en un pueblo que se dice Acalteca; y así como llegamos con aquellas nuevas tomó mucha alegría, y luego tiramos camino de un pueblo que se dice Maniani, y hallamos en él a seis soldados que eran de la compañía de Pedro de Alvarado, que andaba en nuestra busca, y uno dellos fue Diego de Villanueva, conquistador, buen soldado y uno de los fundadores desta ciudad de Guatemala, natural de Villanueva de la Serena, que es en el maestrazgo de Alcántara; y cuando nos conocimos nos abrazamos los unos a los otros, y preguntando por su capitán Pedro de Alvarado, dijeron que allí cerca venía con muchos caballeros, y que venían en busca de Cortés y de nosotros, y nos contaron todo lo acaecido en México, ya por mí dicho, y cómo habían enviado a llamar a Pedro de Alvarado para que fuese gobernador, y la causa por que no fue, según he dicho en el capítulo que dello habla, fue por temor del factor; e yendo por nuestro camino, luego de ahí a dos días nos encontramos con el Pedro de Alvarado y sus soldados, que fue junto a un pueblo que se dice la Choluteca Malalaca. Pues saber decir cómo se holgó en saber que Cortés era ido a México, porque excusaba el trabajoso camino que había de llevar en su busca, fue harto descanso para todos; y estando allí en el pueblo de la Choluteca, habían llegado en aquella sazón ciertos capitanes de Pedro Arias de Ávila, que se decían Garabito y Compañón, y otros que no se me acuerdan los nombres, que, según ellos decían, venían a descubrir tierras y a partir términos con el Pedro de Alvarado; y como llegamos a aquel pueblo con el capitán Luis Marín, estuvimos juntos tres días los de Pedro Arias y Pedro de Alvarado y nosotros; y desde allí envió el Pedro de Alvarado a un Gaspar Arias de Ávila, vecino que fue de Guatemala, a tratar ciertos negocios con el gobernador Pedro Arias de Ávila, e oí decir que era sobre casamientos, porque el Gaspar Arias era gran servidor de Pedro de Alvarado. Y volviendo a nuestro viaje, en aquel pueblo se quedaron los de Pedro Arias, y nosotros fuimos camino de Guatemala, y antes de llegar a la provincia de Cuzcatlan, en aquella sazón llovía mucho y venía un río que se decía Lempa muy crecido, y no le pudimos pasar en ninguna manera; acordamos de cortar un árbol que se llama ceiba, y era de tal gordor, que dél se hizo una canoa que en estas partes otra mayor no la había visto, y con gran trabajo estuvimos cinco días en pasar el río, y aun hubo mucha falta de maíz; e pasado el río, dimos en unos pueblos que pusimos por nombre los Chaparrastiques, que era así su nombre, adonde mataron los indios naturales de aquellos pueblos un soldado que se decía Nicuesa, e hirieron otros tres de los nuestros que habían ido a buscar de comer, y venían ya desbaratados, y les fuimos a socorrer, y por no nos detener se quedaron sin castigo; y esto es en la provincia donde ahora está poblada la villa de San Miguel; y desde allí entramos en la provincia de Cuzcatlan, que estaba de guerra, y hallamos bien de comer; y desde allí veníamos a unos pueblos cerca de Petapa, y en el camino tenían los guatemaltecas unas sierras cortadas y unas barrancas muy hondas, donde nos aguardaron, y estuvimos en se las tomar y pasar tres días: allí me hirieron de un flechazo, mas no fue nada la herida, y luego venimos a Petapa, y otro día dimos en este valle que llamamos "del Tuerto", donde ahora está poblada esta ciudad de Guatemala, que entonces todo estaba de guerra sobre pasarlos con los naturales; y acuérdome que cuando veníamos por un repecho abajo comenzó a temblar la tierra de tal manera, que muchos soldados cayeron en el suelo, porque duró gran rato el temblor; y luego fuimos camino del asiento de la ciudad de Guatemala "la vieja", donde solían estar los caciques que se decían Cinacan y Sacachul, y antes de entrar en la dicha ciudad estaba una barranca muy honda, y aguardándonos todos los escuadrones de los guatemaltecas para no dejarnos pasar, y les hicimos ir con la mala ventura, y pasamos a dormir a la ciudad, y estaban los aposentos y las casas con tan buenos edificios y ricos, en fin como de caciques que mandaban todas las provincias comarcanas; y desde allí nos salimos a lo llano e hicimos ranchos y chozas, y estuvimos en ellos diez días, porque el Pedro de Alvarado envió dos veces a llamar de paz a los de Guatemala y a otros pueblos que estaban en aquella comarca, y hasta ver su respuesta aguardamos los días que he dicho, y de que no quisieron venir ningunos dellos, fuimos por nuestras jornadas largas, sin parar hasta donde Pedro de Alvarado había dejado su ejército, porque estaba todo de guerra, y estaba en él por capitán un su hermano que se decía Gonzalo de Alvarado. Llamábase aquella población donde los hallamos Olintepeque, y estuvimos descansando ciertos días, y luego fuimos a Soconusco, y desde allí a Teguantepeque, y entonces fallecieron en el camino dos vecinos españoles de México que venían de aquella trabajosa jornada con nosotros, y un cacique mexicano que se decía Juan Velázquez, capitán que fue de Guatemuz; y por la posta fuimos a Guaxaca, porque entonces alcanzamos a saber la muerte de Luis Ponce y otras cosas por mí ya dichas, y decían muchos bienes de su persona y que venía para cumplir lo que su majestad le mandaba, y no veíamos la hora de haber llegado a México. Pues como veníamos sobre ochenta soldados, y entre ellos Pedro de Alvarado, y llegamos a un pueblo que se dice Chalco, donde allí enviamos a hacer saber a Cortés como habíamos de entrar en México otro día, que nos tuviesen aparejadas posadas, porque veníamos muy destrozados; que había más de dos años y tres meses que salimos de aquella ciudad. Y de que se supo en México que llegábamos a Iztapalapa a las calzadas, salió Cortés con muchos caballeros y el cabildo a nos recibir; y antes de ir a parte ninguna, así como veníamos fuimos a la iglesia mayor a dar gracias a nuestro señor Jesucristo, que nos volvió a aquella ciudad, y desde la iglesia Cortés nos llevó a sus palacios, donde nos tenía aparejada una muy solemne comida e muy bien servida; e ya tenía aderezada la posada de Pedro de Alvarado, que entonces era su casa la fortaleza, porque en aquella sazón estaba nombrado por alcaide della y de las atarazanas; y al capitán Luis Marín llevó Sandoval a posar a sus casas, e a mí e a otro amigo mío, que se decía el capitán Luis Sánchez, nos llevó Andrés de Tapia a las suyas y nos hizo mucha honra, y el Sandoval me envió ropas para me ataviar e oro e cacao para gastar; y así hizo Cortés e otros vecinos de aquella ciudad a soldados amigos conocidos de los que veníamos allí. Y otro día, después de nos encomendar a Dios, salimos por la ciudad yo y mi compañero el capitán Luis Sánchez, y llevamos por intercesores al capitán Sandoval e Andrés de Tapia, y fuimos a ver y hablar al licenciado Marcos de Aguilar, que, como he dicho, estaba por gobernador por el poder que para ello le dejó el licenciado Luis Ponce; y los intercesores que fueron con nosotros, que ya he dicho que era el capitán Sandoval y Andrés de Tapia, hicieron relación a Marcos de Aguilar de nuestras personas y servicios para suplicarle que nos diese indios en México, porque los indios de Guazacualco no eran de provecho; y después de muchas palabras y ofertas que sobre ello nos dio el Marcos de Aguilar, con prometimientos, dijo que no tenía poder para dar ni quitar indios, porque así lo dejó en el testamento Luis Ponce de León al tiempo que falleció, que todas las cosas de pleitos y vacaciones de indios de la Nueva-España se estuviesen en el estado que estaban hasta que su majestad enviara a mandar otra cosa, y que si le enviaban poder para dar indios, que nos daría de lo mejor que hubiese en la tierra; y luego nos despedimos dél. En este tiempo vino de la isla de Cuba Diego de Ordás, y como fue el que hubo escrito las cartas que envió al factor diciendo que todos éramos muertos cuantos habíamos salido de México con Cortés, Sandoval e otros caballeros con palabras muy desabridas le dijeron que por qué había escrito lo que no sabía, no teniendo noticia dello, y que fueron aquellas cartas tan malas, que se hubiera de perder la Nueva-España por ellas. Y el Diego de Ordás respondió con grandes juramentos que nunca tal escribió, sino solamente que tuvo nueva, de un pueblo que se dice Xicalango, que habían reñido los pilotos y capitanes y marineros de dos navíos, y se habían muerto los del un bando con el otro, y que los indios acabaron de matar a ciertos marineros que quedaban en los navíos; y que pareciesen las mismas cartas, y verían si era así, que si el factor las glosó e hizo otras, que no tenía culpa. Pues para saber Cortés la verdad, el factor y veedor estaban presos en las jaulas y no se atrevía a hacer justicia dellos, según lo dejó mandado el Luis Ponce de León; y como Cortés tenía otros muchos debates, acordó de callar en lo del factor hasta que viniese mandado de su majestad, y temió no le viniesen más males sobre ello; y porque entonces puso demanda que le volviesen mucha cantidad de sus haciendas que le vendieron y tomaron para decir misas y honras por su alma, pues que fueron hechas todas aquellas honras con malicia, no siendo muerto, y por dar crédito a toda la ciudad que éramos muertos, e no por su alma; que pues veían que hacían bienes y honras por Cortés y por nosotros, creyesen que era verdad que éramos muertos. Y andando en estos pleitos, un vecino de México, que se decía Juan de Cáceres "el rico", compró los bienes y misas que habían hecho por el alma de Cortés, que fuesen por la de Cáceres. Y dejaré de contar cosas viejas, y diré cómo el Diego de Ordás, como era hombre de buenos consejos, viendo que a Cortés ya no le tenían acato ni se daba a nadie por él un cantar, después que vino Luis Ponce de León, y le habían quitado la gobernación, y que muchas personas se le desvergonzaban y no le tenían en nada, le aconsejó que se sirviese como señor y se llamase señoría y pusiese dosel, y que no solamente se nombrase Cortés, sino don Hernando Cortés. También le dijo el Ordás que mirase que el factor fue criado del comendador mayor don Francisco de los Cobos, que es el que manda a toda Castilla y que algún día le habría menester el don Francisco de los Cobos, y que el mismo Cortés no estaba bien acreditado con su majestad ni con los de su real consejo de Indias; y que no curase de matar al factor hasta que por justicia fuese sentenciado, porque había grandes sospechas en México que le quería despachar y matar en la misma jaula. Y pues viene ahora a coyuntura, quiero decir, antes que más pase adelante en esta mi relación, por qué tan secamente en todo lo que escribo, cuando viene a pláticas de decir de Cortés no le he nombrado ni nombro don Hernando Cortés, ni otros títulos de marqués ni capitán, salvo Cortés a boca llena. La causa dello es, porque él mismo se preciaba de que le llamasen solamente Cortés; y en aquel tiempo aun no era marqués; porque era tan tenido y estimado este nombre de Cortés en toda Castilla como en tiempo de los romanos solían tener a Julio César o a Pompeyo, y en nuestros tiempos teníamos a Gonzalo Hernández, por sobrenombre Gran Capitán, y entre los cartagineses Aníbal, o de aquel valiente nunca vencido caballero Diego García de Paredes. Dejemos de hablar en los blasones pasados, y diré cómo el tesorero Alonso de Estrada en aquella sazón casó dos hijas, la una con Jorge de Alvarado, hermano de don Pedro de Alvarado, y la otra con un caballero que se decía don Luis de Guzmán, hijo de don Juan de Saavedra, conde de Castellar; y entonces se concertó que Pedro de Alvarado fuese a Castilla a suplicar a su majestad le hiciese merced de la gobernación de Guatemala; y entre tanto que iba envió a Jorge de Alvarado por su capitán a la pacificación della; y cuando el Jorge de Alvarado vino trajo consigo de camino sobre doscientos indios de Tlascala y de Cholula y mexicanos, y de Guacachula y de otras provincias que les ayudaron en las guerras. También en aquella sazón envió el Marcos de Aguilar a poblar la provincia de Chiapa, y fue un caballero que se decía don Juan Enríquez de Guzmán, deudo muy cercano del duque de Medina-Sidonia; y también envió a poblar la provincia de Tabasco, que es el río que llaman de Grijalva, y fue por capitán un hidalgo que se decía Baltasar Osorio, natural de Sevilla; y asimismo envió a pacificar los pueblos de los zapotecas, que están en unas muy altas sierras, y fue por capitán un Alonso de Herrera, natural de Jerez, y este capitán fue de los soldados de Cortés; y por no contar al presente lo que cada uno destos capitanes hizo en sus conquistas, lo dejaré de decir hasta que venga a tiempo y sazón e quiero hacer relación de cómo en este tiempo falleció el Marcos de Aguilar, y lo que pasó sobre el testamento que hizo para que gobernase el tesorero.
contexto
Cómo Marcos de Aguilar falleció, y dejó en el testamento que gobernase el tesorero Alonso de Estrada, y que no entendiese en pleitos del factor ni veedor ni dar ni quitar indios hasta que su majestad mandase lo que más en ello fuese servido, según y de la manera que le dejó el poder Luis Ponce de León Teniendo en sí la gobernación Marcos de Aguilar, como dicho tengo, estaba muy ético y doliente y malo de bubas; los médicos le mandaron que mamase a una mujer de Castilla, y con leche de cabras se sostuvo cerca de ocho meses, y de aquella dolencia y calenturas que le dieron falleció, y en el testamento que hizo mandó que sólo gobernase el tesorero Alonso de Estrada, ni más ni menos que tuvo el poder de Luis Ponce de León; y viendo el cabildo de México e otros procuradores de ciertas ciudades, que en aquella sazón se hallaron en México, que el Alonso de Estrada solo no podía gobernar. tan bien como convenía, por causa que Nuño de Guzmán, que había dos años que vino de Castilla por gobernador de la provincia de Pánuco, se metía en los términos de México y decía que eran sujetos de su provincia; e como venía furioso, e no miraba a lo que su majestad le mandaba en las provisiones que dello traía; porque un vecino de México, que se decía Pedro González de Trujillo, persona muy noble, dijo que no quería estar debajo de su gobernación, sino de la de México, pues los indios de su encomienda no eran de los de Pánuco, y por otras palabras que pasaron, sin más ser oído, le mandó ahorcar; y demás desto, hizo otros desatinos, que ahorcó a otros españoles por hacerse temer, y no tenía acato ni se le daba nada por Alonso de Estrada el tesorero, aunque era gobernador, ni le tenía en la estima que era obligado; y viendo aquellos desatinos de Nuño de Guzmán el cabildo de México y otros caballeros vecinos de aquella ciudad, porque temiese el Nuño de Guzmán e hiciese lo que su majestad mandaba, suplicaron al tesorero que juntamente con él gobernase Cortés, pues convenía al servicio de Dios nuestro señor y de su majestad; y el tesorero no quiso, e otras personas dicen que Cortés no lo quiso aceptar, porque no dijesen maliciosos que por fuerza quería señorear, y también porque hubo murmuraciones que tenían sospecha en la muerte de Marcos de Aguilar, que Cortés fue causa della e dio con qué murió; y lo que se concertó fue, que juntamente con el tesorero gobernase Gonzalo de Sandoval, que era alguacil mayor y persona que se hacía mucha cuenta dél; y lo hubo por bien el tesorero; mas otras personas dijeron que si lo aceptó fue por casar una hija con el Sandoval, y si se casara con ella, fuera el Sandoval muy más estimado y por ventura hubiera la gobernación, porque en aquella sazón no se tenía en tanta estima esta Nueva-España como ahora. Pues estando gobernando el tesorero y el Gonzalo de Sandoval, pareció ser, como en este mundo hay hombres muy desatinados, que un fulano Proaño, que dicen que se fue en aquella sazón a lo de Xalisco, huyendo de México, que después fue muy rico; púsose a palabras con el gobernador Alonso de Estrada, y tuvo tal desacato que por ser de tal calidad aquí no lo digo; y el Sandoval, como gobernador que era, que había de hacer justicia sobre ello y prender al Proaño, no lo hizo, antes según fama le favoreció para hacer aquel atroz delito, porque se fue huyendo adonde no podía ser habido, por mucha diligencia que sobre ello puso el tesorero para le prender; y demás de esto de ahí a pocos días después de este desacato que pasó, hubo otro malísimo delito: que pusieron en las puertas de las casas del tesorero unos libelos infamatorios muy malos, y puesto que claramente se supo quien los puso, viendo que no podría alcanzar justicia, lo disimuló, y desde ahí adelante estuvo muy mal el tesorero con Cortés y con el Sandoval y renegaba dellos como de cosas muy malas. Dejemos esto, y quiero decir que en aquellos días que anduvieron los conciertos dichos para que Cortés gobernase con el tesorero, y pusieron al Sandoval por compañero en la gobernación, según ya dicho tengo, aconsejaron a Alonso de Estrada que luego por la posta fuese en un navío a Castilla e hiciese relación dello a su majestad, y aun le indujeron que dijese que por fuerza le pusieron a Sandoval por compañero, según ya dicho tengo, porque no quiso ni consintió que Cortés juntamente gobernase con él. Y demás desto, ciertas personas, que no estaban bien con Cortés, escribieron otras cartas de por sí, y en ellas decían que Cortés había mandado dar ponzoña a Luis Ponce de León y a Marcos de Aguilar, e que asimismo al adelantado Garay, e que en unos requesones que les dieron en un pueblo que se dice Iztapalapa creían que les dieron rejalgar en ellos, y que por aquella causa no quiso comer un fraile de la orden del señor santo Domingo dellos. Y demás de esto, enviaron con las cartas unos renglones de libelos infamatorios que hallaron a un Gonzalo de Ocampo contra Cortés, en que se decía en ellos: "Oh, fray Hernando, provincial - más quejas van de tu persona - delante su majestad - que fueron del duque de Arjona - delante su general", e dejo yo de escribir otros cinco renglones que le pusieron, porque no son de poner de un capitán valeroso como fue Cortés; y todo lo que escribían de Cortés eran maldades y traiciones que le levantaron, y también escribieron que Cortés quería matar al factor y veedor, y en aquella sazón también fue a Castilla el contador Albornoz, que jamás estuvo bien con Cortés. Y como su majestad y los del real consejo de Indias vieron las cartas que he dicho que enviaron diciendo mal de Cortés, y se informaron del contador Albornoz, e lo de Luis Ponce e lo de Marcos de Aguilar, ayudó muy mal contra Cortés, e haber oído lo del desbarate del Narváez y del Garay, y lo de Tapia y lo de Catalina Xuárez la Marcaída, su primera mujer; y estaban mal informados de otras cosas, e creyeron ser verdad lo que ahora escribían; luego mandó su majestad proveer que sólo Alonso de Estrada gobernase, y dio por bueno cuanto había hecho, y en los indios que encomendó; que sacasen de las prisiones y jaulas al factor y veedor y les volviesen sus bienes, y por la posta vino un navío con las provisiones. Y para castigar a Cortés de lo que le acusaban, mandó que luego viniese un caballero que se decía don Pedro de la Cueva, comendador mayor de Alcántara, y que a costa de Cortés trajese trescientos soldados, y que si le hallase culpado le cortase la cabeza, y a los que juntamente con él habían hecho algún deservicio a su majestad, e que a los verdaderos conquistadores que les diese de los pueblos que quitasen a Cortés; y asimismo mandó proveer que viniese audiencia real, creyendo con ella habría recta justicia. E ya que se estaba apercibiendo el comendador don Pedro de la Cueva para venir a la Nueva-España, por ciertas pláticas que después hubo en la corte o porque no le dieron tantos mil ducados como pedía para el viaje, y porque con el audiencia real, creyendo que lo pusieran en justicia, se estorbó su jornada, que no vino, e porque el duque de Béjar quedó por nuestro fiador otra vez. Y quiero volver al tesorero, que, como se vio tan favorecido de su majestad, e haber sido tantas veces gobernador, y ahora de nuevo le mandaba su majestad gobernar solo, y aun le hicieron creer al tesorero que hablan informado al emperador nuestro señor que era hijo del rey católico, y estaba muy ufano, y tenía razón; e lo primero que hizo fue enviar a Chiapa por capitán a un su primo, que se decía Diego de Mazariegos, y mandó tomar residencia a don Juan Enríquez de Guzmán, el que había enviado por capitán Marcos de Aguilar, y más robos y quejas se halló que había hecho en aquella provincia que bienes; y también envió a conquistar e pacificar los pueblos de los zapotecas y minxes, y que fuesen por dos partes, para que mejor los pudiesen atraer de paz; que fue por la parte de la banda del norte, y envió a un fulano de Barrios, que decían que había sido capitán en Italia y que era muy esforzado, que nuevamente había venido de Castilla a México (no digo por Barrios el de Sevilla, el cuñado que fue de Cortés), y le dio sobre cien soldados, y entre ellos muchos escopeteros y ballesteros. Llegado este capitán con sus soldados a los pueblos de los zapotecas, que se decían los titepeques, una noche salen los indios naturales de aquellos pueblos y dan sobre el capitán y sus soldados; y tan de repente dieron en ellos, que mataron al capitán Barrios y a otros siete soldados, y a todos los más hirieron, y si de presto no tomaran calzas de Villadiego, y se vinieran a acoger a unos pueblos de paz, todos murieran. Aquí verán cuanto va de los conquistadores viejos a los nuevamente venidos de Castilla, que no saben qué cosa es guerra de indios ni sus astucias: en esto paró aquella conquista. Digamos ahora del otro capitán que fue por la parte de Guaxaca, que se decía Figueroa, natural de Cáceres, que también dijeron que había sido capitán en Castilla, y era muy amigo del tesorero Alonso de Estrada, y llevó otros cien soldados de los nuevamente venidos de Castilla a México, y muchos escopeteros y ballesteros y aun diez de a caballo; y como llegaron a las provincias de los zapotecas, envió a llamar a un Alonso de Herrera, que estaba en aquellos pueblos por capitán de treinta soldados, por mandado de Marcos de Aguilar en el tiempo que gobernaba, según lo tengo dicho en el capítulo que dello hace mención; y venido el Alonso de Herrera a su llamado, porque, según pareció, traía poder el Figueroa para que estuviese debajo de su mano, e sobre ciertas pláticas que tuvieron, o porque no quiso quedar en su compañía, vinieron a echar mano a las espadas, y el Herrera acuchilló al Figueroa y a otros tres de los soldados que traía, que le ayudaban. Pues viendo el Figueroa que estaba herido y manco de un brazo, y no se atrevía a entrar en las sierras de los minxes, que eran muy altas y malas de conquistar, y los soldados que traía no sabían conquistar aquellas tierras, acordó de andarse a desenterrar sepulturas de los enterramientos de los caciques de aquella provincia, porque en ellas halló cantidades de joyas de oro, con que antiguamente tenían costumbre de se enterrar los principales de aquellos pueblos; y diose tal mafia, que sacó dellas sobre cien mil pesos de oro, y con otras joyas que hubo de dos pueblos, acordó de dejar la conquista e pueblos en que estaba, y dejólos muy más de guerra a algunos dellos que los halló, y fue a México, y desde allí se iba a Castilla el Figueroa con su oro; y embarcado en la Veracruz, fue su ventura tal, que el navío en que iba dio con recio temporal al través junto a la Veracruz, de manera que se perdió él y su oro y se ahogaron quince pasajeros, y todo se perdió. Y en aquello pararon los capitanes que envió el tesorero a conquistar aquellos pueblos, que nunca vinieron de paz hasta que los vecinos de Guazacualco los conquistamos: y como tienen altas sierras y no pueden ir caballos, me quebranté el cuerpo, de tres veces que me hallé en aquellas conquistas; porque, puesto que en los veranos los atraíamos de paz, entrando las aguas se tornaban a levantar y mataban a los españoles que podían haber desmandados; y como siempre les seguíamos, vinieron de paz, y está poblada una villa que dicen San Alfonso. Pasemos adelante, y dejaré de traer a la memoria desastres de capitanes que no han sabido conquistar, y digo que, como el tesorero supo que habían acuchillado a su amigo el capitán Figueroa, como dicho tengo, envió luego a prender a Alonso de Herrera, e no se pudo haber, porque se fue huyendo a unas sierras, y los alguaciles que envió trajeron preso a un soldado de los que solía tener el Herrera consigo; y así como llegó a México, sin más ser oído, le mandó el tesorero cortar la mano derecha. Llamábase el soldado Cortejo, y era hijodalgo; y demás desto, en aquel tiempo un mozo de espuelas de Gonzalo de Sandoval tuvo otra cuestión con otro criado del tesorero, y le acuchilló, de que hubo muy gran enojo el tesorero, y le mandó cortar la mano; y esto fue en tiempo que Cortés ni Sandoval no estaban en México, que se hablan ido a un gran pueblo que se dice Cornavaca, y se fueron por quitarse de bullicios y parlerías, y también por apaciguar ciertos encuentros que habla entre los caciques de aquel pueblo. Pues como supieron Cortés y Gonzalo de Sandoval por cartas que el Cortejo y mozo de espuelas estaban presos y que les querían cortar las manos, de presto vinieron a México; y de que hallaron lo que dicho tengo, y no había remedio en ello, sintieron mucho aquella afrenta que el tesorero hizo a Cortés y a Sandoval, y dicen que le dijo Cortés tales palabras al tesorero en su presencia, que no las quisiera oír, y aún tuvo temor que le quería mandar matar, y con este temor allegó a el tesorero soldados y amigos para tener en su guarda, y sacó de las jaulas al factor y veedor para que, como oficiales de su majestad, se favoreciesen los unos a los otros contra Cortés; y de que los hubo sacado, de ahí a ocho días, por consejo del factor y otras personas que no estaban bien con Cortés, le dijeron al tesorero que en todo caso luego desterrase a Cortés de México; porque entre tanto que estuviese en aquella ciudad jamás podría gobernar bien ni habría paz, y siempre habría bandos. Pues ya este destierro firmado del tesorero, se lo fueron a notificar a Cortés, y dijo que lo cumpliría muy bien, y que daba gracias a Dios, que dello era servido, que de las tierras y ciudad que él con sus compañeros había descubierto y ganado, derramando de día y de noche mucha sangre de su cuerpo, y muerte de tantos soldados, que le viniesen a desterrar personas que no eran dignas de bien ninguno ni de tener los oficios que tienen, y que él iría a Castilla a dar relación dello a su majestad y demandar justicia contra ellos; y que fue gran ingratitud la del tesorero, desconocido del bien que le había hecho Cortés; y luego se salió de México y se fue a una villa suya que se dice Cuyoacan, y desde allí a Tezcuco, y desde allí a pocos días a Tlascala. Y en aquel instante la mujer del tesorero, que se decía doña Marina Gutiérrez de la Caballería, por cierto digna de buena memoria por sus muchas virtudes, como supo el desconcierto que su marido había hecho en sacar de las jaulas al factor y veedor y haber desterrado a Cortés, con gran pesar que tenía, le dijo a su marido: "Plega a Dios que por estas cosas que habéis hecho no os venga mal dello"; y le trajo a la memoria los bienes y mercedes que siempre Cortés le había hecho, y los pueblos de indios que le dio, y que procurase de tornar a hacer amistades con él para que vuelva a la ciudad de México, o que se aguardase muy bien, no le matasen; y tantas cosas le dijo, que, según muchas personas después platicaban, se había arrepentido el tesorero de lo haber desterrado, y aun de haber sacado de, las jaulas al factor y veedor, porque en todo le iban a la mano y eran muy contrarios a Cortés. Y en aquella sazón vino de Castilla don fray Julián Garcés, primer obispo que fue de Tlascala, y era natural de Aragón, y por honra del cristianísimo emperador nuestro señor se llamó Carolense, y fue gran predicador, y se vino por su obispado de Tlascala; y como supo lo que el tesorero había hecho en el destierro de Cortés, le pareció muy mal, y por poner concordia entre ellos se vino a una ciudad, ya otras veces por mí nombrada, que se dice Tezcuco; y como estaba junto a la laguna, se embarcó en dos canoas grandes, y con dos clérigos y un fraile y su fardaje se vino a la ciudad de México, y antes de entrar en ella supieron su venida en México, y le salieron a recibir con toda la pompa y cruces y clerecía y religiosos y cabildo, e conquistadores e caballeros y soldados que en México se hallaron; y cuando el obispo hubo descansado dos días, el tesorero le echó por intercesor para que fuese adonde Cortés estaba en aquella sazón y los hiciese amigos, e le alzaba el destierro, y que se volviese a México; y fue el obispo y trató las amistades, y nunca pudo acabar cosa ninguna con Cortés; antes, como dicho tengo, se fue a Tezcuco o a Tlascala muy acompañado de caballeros e otras personas. Y en lo que entendía Cortés era en allegar todo el oro y plata que podía para ir a Castilla, y demás de lo que le daban de los tributos de sus pueblos, empeñaba otras rentas y de amigos e indios que le prestaban; y asimismo se aparejaban el capitán Gonzalo de Sandoval y Andrés de Tapia, y llegaron y recogían todo el oro y plata que podían de sus pueblos, porque estos dos capitanes fueron en compañía de Cortés a Castilla. Pues como estaba Cortés en Tlascala, íbanle a ver muchos vecinos de México y de otras villas, y soldados que no tenían encomiendas de indios, y los caciques de México le iban a servir; y aun, como hay hombres bulliciosos y amigos de escándalos e novedades, le iban a aconsejar para que si se quería alzar por rey en la Nueva-España, que en aquel tiempo tenía lugar y que ellos serían en el ayudar; y Cortés echó presos a dos hombres de los que le vinieron con aquellas pláticas, y les trató mal, llamándoles de traidores, y estuvo para los ahorcar; y también le trajeron otra carta de otros bandoleros, que le enviaron de México, y le decían lo mismo: y esto era, según dijeron, para tentar a Cortés o tomarle en algunas palabras que de su boca dijese sobre aquel mal caso; y como Cortés en todo era servidor de su majestad, con amenazas dijo a los que le venían con aquellos tratos que no viniesen más delante dél con aquellas parlerías de traiciones, que los mandaría ahorcar. Y luego escribió al obispo lo que le pasaba, para que él dijese al tesorero que, como gobernador, mandase castigar a los traidores que le venían con aquellos consejos; si no, que él los mandaría ahorcar. Dejemos a Cortés en Tlascala aderezando para se ir a Castilla, y volvamos al tesorero y factor y veedor, que, así como venían a Cortés hombres bandoleros que deseaban ruidos y andar en bullicios, también iban y decían al tesorero y al factor que ciertamente Cortés estaba allegando gente para los venir a matar, aunque echaba fama que para venir a Castilla, y a aquel efecta estaban todos los caciques mexicanos y de Tezcuco en Tlascala, y de todos los más pueblos de alrededor de la laguna en su compañía, para ver cuándo les mandaba dar guerra. Entonces temió mucho el factor y veedor y el tesorero, creyendo que les quería matar; y para saber e inquirir si era verdad volvieron a importunar al mismo obispo que fuese a ver qué cosa era, y escribieron con grandes ofertas a Cortés, demandándole perdón; y el obispo lo hubo por bueno el ir a hacer amistades, por visitar a Tlascala. Y desque llegó donde Cortés estaba, después de le salir a recibir toda aquella provincia, y ver la gran lealtad y lo que había hecho Cortés en prender los bandoleros, y las palabras que sobre aquel caso le escribió, luego hizo mensajeros al tesorero, y dijo que Cortés era muy leal caballero y gran servidor de su majestad, y que en nuestros tiempos se podía poner en la cuenta de los muy afamados servidores de la corona real, y que en lo que estaba entendiendo era aviarse para ir ante su majestad, y que podían estar sin sospecha de lo que pensaban; y también le escribió que tuvo mala consideración en le haber desterrado, y que no lo acertó. Entonces dicen que le dijo en la carta que le escribió: "Oh señor tesorero Alonso de Estrada, y ¡cómo ha dañado y estragado este negocio!" Dejemos esto de la carta; que no me acuerdo bien si volvió Cortés a México para dejar recaudo a las personas a quien había de dar los poderes para entender en su estado y casa e cobrar los tributos de los pueblos de su encomienda; salvo sé que dejó poder mayor al licenciado Juan Altamirano y a Diego de Ocampo y Alonso Valiente y a Santa Cruz, burgalés, y sobre todos a Altamirano; e ya tenía allegado muchas aves de las diferenciadas de otras que hay en Castilla, que eran cosa muy de ver, y dos tigres, y muchos barriles de liquidámbar y bálsamo cuajado y otro como aceite, y cuatro indios maestros de jugar el palo con los pies, que en Castilla y en todas partes es cosa de ver, y otros indios bailadores, que suelen hacer una manera de ingenio, al parecer como que vuelan por alto estando bailando; y llevó tres indios corcovados de tal manera, que eran cosa monstruosa,, porque estaban quebrados por el cuerpo y eran muy enanos; y también llevó indios e indias muy blancos, que con el gran blancor no velan bien. Y entonces los caciques de Tlascala le rogaron que llevase en su compañía tres hijos de los más principales de aquella provincia, y entre ellos fue un hijo de Xicotenga el viejo ciego, que después se llamó don Lorenzo de Vargas, y llevó otros caciques mexicanos; y estando aderezando su partida, le llegaron nuevas de la Veracruz que habían venido dos navíos muy buenos veleros, y en ellos le trajeron cartas de Castilla, y lo que se contenía en ellas diré adelante.
contexto
Cómo vino don Hernando Cortés, marqués del Valle, de España, casado con la señora doña María de Zúñiga, con título de marqués del Valle y capitán general de la Nueva-España y de la mar del Sur; y del recibimiento que se le hizo Como había mucho tiempo que Cortés estaba en Castilla, e ya casado, como dicho tengo, y con título de marqués y capitán general de la Nueva-España y de la mar del Sur, tuvo gran deseo de se volver a la Nueva-España a su casa y estado e tomar posesión de su marquesado; y como supo que estaban las cosas en México en el estado que he referido, de la manera ya por mí dicha, se dio prisa, e se embarcó con toda su casa en ciertos navíos y, con buen tiempo que les hizo en la mar, llegó al puerto de la Veracruz, y se le hizo recibimiento, y luego se fue por las villas de su marquesado; y llegado a México, se le hizo otro recibimiento; y en lo que entendió fue en presentar sus provisiones de marqués y hacerse pregonar por capitán general de la Nueva-España y del mar del Sur, y demandar al visorrey y audiencia real que le contasen sus vasallos de la manera que él pensó; y esto me parece a mí que vino mandado de su majestad para que se los cantase; porque, a lo que yo entendí, cuando le dieron el marquesado demandó a su majestad que le hiciese merced de ciertas villas y pueblos con tantos mil vecinos tributarios; y porque esto yo no lo sé bien, remítome a los caballeros e otras personas que lo saben mejor, y a los pleitos que sobre ello se han traído; porque tenía el marqués en el pensamiento, cuando demandó a su majestad aquella merced de los vasallos, que se había de contar cada casa de vecino o cacique o principal de aquellas villas por un tributario: como si dijésemos ahora que no se habían de contar los hijos varones que eran ya casados, ni yernos, ni otros muchos indios que estaban en cada casa en servicio del dueño della, sino solamente cada vecino Por un tributario, ora tuviese muchos hijos o yernos u otros allegados criados; y la audiencia real de México proveyó que lo fuese a contar un oidor de la misma real audiencia, que se decía el doctor Quesada, y comenzó a contar desta manera: el dueño de cada casa por un tributario, y si tenían hijos de edad, cada hijo un tributario, y si tenía yernos, cada yerno un tributario, y los indios que tenía en su servicio, aunque fuesen esclavos, cada uno contaban por un tributario. Por manera que en muchas de las casas contaban diez y doce y quince tributarios; y Cortés tenía por sí, y así lo proponía y demandó a la real audiencia, que cada casa era un vecino y se había de contar solo un tributario; y si cuando el marqués suplicó a su majestad le hiciese merced del marquesado, le declarara que le diera tal villa y tal villa con los vecinos y moradores que tenía, su majestad le hiciera merced dellas; y el marqués creyó y tenía por cierto que demandando los vasallos que acertaba en ello, y salió al contrario. Por manera que nunca le faltaron pleitos, y a esta causa estuvo mal con las cosas del doctor Quesada, que se los fue a contar, y aun con el visorrey y audiencia real no le faltaron cosquillas, y se hizo relación dello a su majestad por parte de la real audiencia, para saber de la manera que habían de contar; y se estuvo suspenso el contar de los vasallos ciertos años, que siempre el marqués llevó sus tributos dellos sin haber cuenta. Volvamos a nuestra materia: como esto pasó, de ahí a pocos días se fue desde México a una villa de su marquesado, que se dice Cornavaca, y llegó a la marquesa, e hizo allí su asiento, que nunca más la trajo a la ciudad de México. Y demás desto, como dejó capitulado con la serenísima emperatriz doña Isabel, nuestra señora, de gloriosa memoria, y con los del real consejo de Indias, que había de enviar armadas por la mar del Sur a descubrir islas y tierras, y todo a su costa, comenzó a hacer navíos en un puerto de una su villa, que era en aquel tiempo del marquesado, que se dice Teguantepeque, y en otros puertos de Zacatula y Acapulco; y las armadas que envió diré adelante, que nunca tuvo ventura en cosa que pusiese la mano, sino todo se le tornaba espinas y se le hacían mal; muy mejor acertó Nuño, de Guzmán, como adelante diré.