Busqueda de contenidos

contexto
Cómo hubieron palabras Juan Velázquez de León y el tesorero Gregorio Mejía sobre el oro que faltaba de los montones antes que se fundiese, y lo que Cortés hizo sobre ello Como el oro comúnmente todos los hombres lo deseamos, y mientras unos más tienen más quieren, aconteció que, como faltaban muchas piezas de oro conocidas de los montones, ya otra vez por mí dicho, y Juan Velázquez de León en aquel tiempo hacía labrar a los indios de Escapuzalco, que eran todos plateros del gran Montezuma, grandes cadenas de oro y otras piezas de vajillas para su servicio; y como Gonzalo Mejías, que era tesorero, le dijo secretamente que se las diese, pues no estaban quintadas y eran conocidamente de las que había dado el Montezuma; y el Juan Velázquez de León, que era muy privado de Cortés, dijo que no le quería dar ninguna cosa, y que no había tomado de lo que estaba allegado ni de otra parte ninguna, salvo que Cortés se las había dado antes que se hiciesen barras; y el Gonzalo Mejía respondió que bastaba lo que Cortés había escondido y tomado a los compañeros, y todavía como tesoro demandaba mucho oro, que no se había pagado el real quinto, y de palabras en palabras se desmandaron y vinieron a echar mano a las espadas, y si de presto no los metiéramos en paz, entrambos a dos acabaran allí sus vidas, porque eran personas de mucho ser y valientes por las armas; y salieron heridos cada uno con dos heridas. Y como Cortés lo supo, los mandó echar presos cada uno en una cadena gruesa, y parece ser, según muchos soldados dijeron, que secretamente habló Cortés al Juan Velázquez de León como era mucho su amigo, que estuviese preso dos días en la misma cadena, y que sacarían de la prisión al Gonzalo Mejía, como a tesorero; y esto lo hacía Cortés porque viésemos todos los capitanes y soldados que hacía justicia, que, con ser el Juan Velázquez uña y carne del mismo capitán, le tenía preso. Y porque pasaron otras cosas acerca del Gonzalo Mejía, que dijo a Cortés que tomaba escondido sobre él mucho oro que faltaba, y que se le quejaban dello todos los soldados porque no se lo demandaba al mismo capitán Cortés, pues era tesorero e estaba a su cargo; porque es larga relación, lo dejaré de decir. Y diré que, como el Juan Velázquez de León estaba preso en una sala cerca del Montezuma y su aposento, en una cadena gorda, y como el Juan Velázquez era hombre de gran cuerpo y muy membrudo, y cuando se paseaba por la sala llevaba la cadena arrastrando y hacía gran sonido, que lo oía el Montezuma, preguntó al paje Orteguilla que a quién tenía preso Cortés en las cadenas, y el paje le dijo que era a Juan Velázquez, el que solía tener guarda de su persona, porque ya en aquella sazón no lo era, sino Cristóbal de Olí; y preguntó que por qué causa, y el paje le dijo que por cierto oro que faltaba. Y aquel mismo día fué Cortés a tener palacio al Montezuma, y después de las cortesías acostumbradas y de las palabras que entre ellos pasaron, preguntó el Montezuma a Cortés que por qué tenía preso a Juan Velázquez, siendo buen capitán y muy esforzado; porque el Montezuma, como he dicho otras veces, bien conocía a todos nosotros y aun nuestras calidades; y Cortés le dijo medio riendo que porque era tabanillo, que quiere decir loco, y que porque no le dan mucho oro quiere ir por sus pueblos y ciudades a demandarlo a los caciques, y porque no mate a alguno, por esta causa lo tiene preso; y el Montezuma respondió que le pedía por merced que le soltase, y que él enviaría a buscar más oro y le daría de lo suyo; y Cortés hacía como que se le hacía de mal el soltarlo, y dijo que sí haría por complacer al Montezuma; y paréceme que lo sentenció en que fuese desterrado del real y fuese a un pueblo que se decía Cholula, con mensajero del Montezuma, a demandar oro, y primero los hizo amigos al Gonzalo Mejía y al Juan Velázquez, e vi que dentro de seis días volvió de cumplir su destierro, y desde allí adelante el Gonzalo Mejía y Cortés no se llevaron bien, y el Juan Velázquez vino con más oro. He traído esto aquí a la memoria, aunque vaya fuera de nuestra relación, porque vean que Cortés, so color de hacer justicia porque todos le temiésemos, era con grandes mañas. Y dejarémoslo aquí.
contexto
Capítulo CVI Que trata de cómo pasó la cordillera nevada Francisco de Villagran Despachado Diego Maldonado, envió el gobernador a mandar a Rodrigo de Quiroga, su teniente, que toda la más comida que pudiese llevase al valle de Anconcagua y la pusiese al pie de la cordillera. Los indios que Diego Maldonado envió con las cartas le toparon ya que estaba ocho o nueve leguas dentro en la cordillera. Recibidas las cartas por el capitán Francisco de Villagran, vio por ellas cómo le enviaba el gobernador a decir pasase a donde él estaba. Luego despachó aquellos indios volviesen donde estaba el capitán Maldonado, y con ellos envió un yanacona suyo para que le proveyesen de alguna comida, porque traían muy gran necesidad que había tres días que se les había acabado. Tardó este yanacona en volver con la comida dos días y dos noches, y topó a Francisco de Villagran en medio la cordillera. Y mandó que aquella comida la pasasen a los de la rezaga que traían más necesidad. Tornó este yanacona e hizo otro camino, que fue harto alivio para los españoles. Y ansí pasó la cordillera sin perder más de dos esclavos y dos caballos. Fue Dios servido hacelles buen tiempo, porque muy pocas veces la suele hacer si no es en los tres meses que tengo dichos, porque en el tiempo que él pasó, suele caer mucha nieve y hacer grandes fríos. Llegado al valle de Anconcagua donde estaba el capitán Maldonado y otros españoles con él, fueron bien recebidos y restaurados de la necesidad que traían de comida. Luego el capitán Villagran despachó al gobernador, haciéndole saber de cómo había pasado la cordillera a quince de septiembre. Llegaron las cartas al gobernador en fin de este mes a la ciudad de la Concepción. Luego le tornó a responder que reformada la gente y caballos, se viniese su poco a poco a donde él estuviese.
contexto
De la fundación de la ciudad llamada Nuestra Señora de la Paz, y quién fue el fundador, y el camino que della hay hasta la villa de Plata Del punto de Tiaguanaco, yendo por el camino derecho se va hasta llegar al de Viacha, que está de Tiaguanaco siete leguas, quedan a la siniestra mano los pueblos llamados Cacayavire, Caquingora, Mallama y otros desta calidad, que me paresce ya poco en que se nombren todos en particular; entre ellos está el llano junto a otro pueblo que nombran Guarina, lugar que fue donde en los días pasados se dio batalla entre Diego Centeno y Gonzalo Pizarro; fue cosa notable (como se escrebirá en su lugar), y a donde murieron muchos capitanes y caballeros de los que seguían el partido del Rey debajo de la bandera del capitán Diego Centeno, y algunos de los que eran cómplices de Gonzalo Pizarro, el cual fue Dios servido que quedase por vencedor della. Para llegar a la ciudad de la Paz se deja el camino real de los ingas y se sale al pueblo de Laxa; adelante dél una jornada está la ciudad, puesta en la angostura de un pequeño valle que hacen las sierras y en la parte más dispuesta y llana se fundó la ciudad: por causa del agua y leña, de que hay mucha en este pequeño valle, como por ser tierra más templada que los llanos y vegas del Collao, que están por lo alto della, adonde no hay las cosas que para proveimiento de semejantes ciudades requiere que haya; no embargante que se ha tratado entre los vecinos de la mudar cerca de la laguna grande de Titicaca o junto a los pueblos de Tiaguanaco o de Guaqui. Pero ella se quedará fundada en el asiento y aposentos del valle de Chuquiabo, que fue donde en los años pasados se sacó gran cantidad de oro de mineros ricos que hay en este lugar. Los ingas tuvieron por gran cosa a este Chuquiabo; cerca dél está el pueblo de Oyune, donde dicen que está en la cumbre de un gran monte de nieve gran tesoro escondido en un templo que los antiguos tuvieron, el cual no se puede hallar ni saben a qué parte está. Fundó y pobló esta ciudad de Nuestra Señora de la Paz el capitán Alonso de Mendoza, en nombre del emperador nuestro señor, siendo presidente en este reino el licenciado Pedro de la Gasca, año de nuestra reparación de 1549 años. En este valle que hacen las sierras, donde está fundada la ciudad, siembran maíz y algunos árboles, aunque pocos, y se cría hortaliza y legumbres de España. Los españoles son bien proveídos de mantenimientos y pescado de la laguna y de muchas frutas que traen de los valles calientes, adonde se siembra gran cantidad de trigo, y crían vacas, cabras y otros ganados. Tiene esta ciudad ásperas y dificultosas salidas, por estar, como digo, entre las sierras; junto a ella pasa un pequeño río de muy buen agua. Desta ciudad de la Paz hasta la villa de Plata, que es en la provincia de los Charcas, hay noventa leguas, poco más o menos. De aquí, para proseguir con orden, volveré al camino real que dejé; y así, digo que desde Viacha se va hasta Hayohayo, donde hubo grandes aposentos para los ingas. Y más adelante de Hayohayo está Siquisica, que es hasta donde llega la comarca de los collas, puesto que a una parte y a otra hay destos pueblos otros algunos. Deste pueblo de Siquisica van al pueblo de Caracollo, que está once leguas dél, el cual está asentado en unas vegas de campaña cerca de la provincia de Paria, que fue cosa muy estimada por los ingas; y andan vestidos los naturales de la provincia de Paria como todos los demás, y traen por ornamento en las cabezas un tocado a manera de bonetes pequeños hechos de lana, Fueron los señores muy servidos de sus indios, y había depósitos y aposentos reales para los ingas y templo del sol. Agora se ve gran cantidad de sepulturas altas, donde metían sus difuntos. Los pueblos de indios subjetos a Paria, que son Caponota y otros muchos, dellos están en la laguna y dellos en otras partes de la comarca; más adelante de Paria están los pueblos de Pocoata Macha, Caracara, Moromoro, y cerca de los Andes están otras provincias y grandes señores.
contexto
Cómo llegados los rebeldes cerca de los navíos, salió el Adelantado a darles batalla, y los venció, prendiendo a su Capitán Porras Perseverando los rebeldes en su mal ánimo y propósito, llegaron hasta un cuarto de legua de los navíos, a un pueblo de indios llamado Maima, donde después edificaron los cristianos una ciudad llamada Sevilla. Sabida por el Almirante la intención con que iban, resolvió enviar contra ellos al Adelantado su hermano, para que con buenas palabras los redujese a sano juicio y arrepentimiento, pero con compañía bastante para que si quisiesen ofenderle, bastase para resistirles. Con esta determinación sacó el Adelantado cincuenta hombres, bien armados, dispuestos a pelear en cualquier caso y con presto ánimo. Habiendo llegado éstos, por una colina, a un tiro de ballesta del pueblo donde estaban los rebeldes, enviaron a los dos que habían ido con la embajada, para que volviesen a requerirles con la paz, y el jefe de los rebeldes se abocara con ellos pacíficamente. Pero, como no eran menos los levantiscos, ni inferiores en fuerza, por ser casi todos marineros, se persuadieron de que los que venían con el Adelantado eran gente cobarde, que no se atraería a darles batalla, por lo cual no quisieron que llegasen los mensajeros para hablarles. Antes, con las espadas desnudas, y las lanzas, hechos un escuadrón, empezaron a dar gritos diciendo: "¡Mata, mata!", y embistieron al escuadrón del Adelantado, habiendo antes jurado seis de los conjurados, tenidos por los más valientes, de no apartarse uno de otro, sino ir contra la persona del Adelantado, porque muerto éste, no había que hacer cuenta de los demás. Pero, quiso Dios que todo sucediese al contrario, porque fueron tan bien recibidos, que al primer encuentro cayeron en tierra cinco o seis, la mayor parte de los que venían contra el Adelantado, el cual dio sobre los enemigos de tal suerte, que al poco tiempo fue muerto José Sánchez de Cádiz, al que se le huyó Quibio, y un Juan Barba, que fue el primero a quien yo vi sacar la espada en tiempo de su rebeldía; otros muchos quedaron en tierra mal heridos, y preso el Capitán Francisco de Porras. Viéndose tan maltrechos, como gente vil y rebelde, volvieron las espaldas y huyendo a más no poder; quería el Adelantado seguir el alcance, pero algunos de los principales le detuvieron, diciéndole que era bueno el castigo, pero no con tanta severidad, no fuese que por matar muchos, quizá los indios acordasen caer sobre los vencedores, pues ya se les veía todos armados, esperando el suceso del combate, sin arrimarse a una ni a otra de las partes. Tenido como bueno este consejo, recogió su gente el Adelantado, y se volvió a los navíos con el Capitán y otros presos; allí fue recibido del Almirante su hermano y de los otros que habían quedado con él, dando muchas gracias a Dios de tanta victoria; procedida de su mano, en que los soberbios y los malos, aunque eran más fuertes, habían recibido su castigo y perdido el orgullo, sin que de nuestra parte hubiese herido alguno, si no es el Adelantado, en una mano, y un maestresala del Almirante, que murió de una pequeña lanzada en un costado. Volviendo a los rebeldes, digo que Pedro de Ledesma (aquel piloto de quien dijimos que había ido con Vicente Yáñez, a Honduras, y que fue a tierra, nadando, en Belén) cayó allí por unas peñas, y estuvo escondido aquel día y el siguiente, hasta la tarde, sin saber nadie de él, ni auxiliarle, más que los indios, que maravillados e ignorando cómo cortaban nuestras espadas, le abrían con las flechas las heridas, de las cuales tenía una en la cabeza, que se le veían los sesos; otra en un hombro que lo tenía abierto y colgando todo el brazo; otra en un muslo, cortado, hasta el hueso de la canilla; otra en un pie, como si le hubieran cortado una soleta desde el carcañal a los dedos. Con todos estos daños, cuando le enfadaban los indios, les decía: "Dejadme, porque si me levanto, os haré... ", y con estas amenazas huían los indios de miedo. Habiéndose sabido esto en los navíos, fue llevado a una casa de paja, cerca de ellos, donde los mosquitos y la humedad bastarían a matarlo. En lugar de la trementina que era necesaria, le quemaban con aceite las heridas, que eran tantas, de más de las que hemos referido, que juraba el cirujano que en los primeros ocho días que le curó, siempre hallaba nuevas heridas; por último sanó; murió el Maestresala, de quien no se temía este fin. El día siguiente, que era lunes, 20 de Mayo, todos los que habían huido enviaron un memorial al Almirante, suplicándole humildemente que usase con ellos de misericordia, porque estaban arrepentidos de lo que habían hecho, y querían volver a su obediencia. Concediólo así el Almirante y dio un perdón general, a condición de que el Capitán quedase preso como lo estaba, para que no diese causa de nuevo tumulto. Como en las naves no habrían estado cómodos y tranquilos, y no faltarían palabras desagradables, de personas vulgares que con ligereza fomentan rumores y renuevan las injurias olviddades o disimuladas, de donde luego proceden nuevas cuestiones y alborotos, y además, porque sería difícil que se pudiese alojar cómodamente tanta gente en los navíos y proveerla de vituallas, cuando éstas ya no bastaban para pocos, acordó mandar con ellos un Capitán, por mercancías de rescate, para que yendo por la isla, los mantuviera en justicia, en tanto que llegaban los navios que se esperaban.
contexto
Cómo el gran Montezuma dijo a Cortés que le quería dar una hija de las suyas para que se casase con ella, y lo que Cortés le respondió, y todavía la tomó, y la servían y honraban como hija de tal señor Como otras muchas veces he dicho, siempre Cortés y todos nosotros procurábamos de agradar y servir a Montezuma y tenerle palacio; y un día le dijo el Montezuma: "Mirad, Malinche, qué tanto os amo, que os quiero dar una hija mía muy hermosa para que os caséis con ella y la tengáis por vuestra legítima mujer"; y Cortés se quitó la gorra por la merced, y dijo que era gran merced la que le hacía; mas que era casado y tenía mujer, e que entre nosotros no podemos tener más de una mujer, y que él la tenía en aquel agrado que hija de tan gran señor merece, y que primero quiere se vuelva cristiana, como son otras señoras hijas de señores; y Montezuma lo hubo por bien, y siempre mostraba el gran Montezuma su acostumbrada voluntad; e de un día en otro no cesaba Montezuma sus sacrificios y de matar en ellos indios y Cortés se lo retraía, y no aprovechaba cosa ninguna, hasta que tomó consejo con nuestros capitanes qué haríamos en aquel caso, porque no se atrevía a poner remedio en ello por no revolver la ciudad e a los papas que estaban en el Huichilobos; y el consejo que sobre ello se dio por nuestros capitanes e soldados, que hiciese que quería ir a derrocar los ídolos del alto cu de Huichilobos, y si viésemos que se ponía en defenderlo o que se alborotaban, que le demandase licencia para hacer un altar en una parte del gran cu, e poner un crucifijo e una imagen de nuestra señora; y como esto se acordó, fué Cortés a los palacios adonde estaba preso Montezuma, y llevó consigo siete capitanes y soldados, e dijo al Montezuma: "Señor, ya muchas veces he dicho a vuestra merced que no sacrifiquéis más ánimas a estos vuestros dioses, que os traen engañados, y no lo queréis hacer; hágoos, señor, saber que todos mis compañeros y estos capitanes que conmigo vienen, os vienen a pedir por merced que les deis licencia para los quitar de allí, y pondremos a nuestra señora Santa María y una cruz; y que si ahora no les dais licencia, que ellos irán a los quitar, y no querrían que matasen algún papa." Y cuando el Montezuma oyó aquellas palabras y vio ir a los capitanes algo alterados, dijo: "¡Oh Malinche, y cómo nos queréis echar a perder a toda esta ciudad! Porque estarán muy enojados nuestros dioses contra nosotros, y aun vuestras vidas no sé en qué pararán. Lo que os ruego, que ahora al presente os sufráis, que yo enviaré a llamar a todos los papas y veré su respuesta." Y como aquello oyó Cortés, hizo un ademán que quería hablar muy en secreto al Montezuma, e que no estuviesen presentes nuestros capitanes que llevaba en su compañía, a los cuales mandó que le dejasen solo, y los mandó salir; y como se salieron de la sala dijo al Montezuma que porque no se hiciese alboroto, ni los papas lo tuviesen a mal derrocarle sus ídolos, que él trataría con los mismos nuestros capitanes que no se hiciese tal cosa, con tal que en un apartamiento del gran cu hiciésemos un altar para poner la imagen de nuestra señora e una cruz, e que el tiempo andando verían cuán buenos y provechosos son para sus ánimas y para darles la salud y buenas sementeras y prosperidades; y el Montezuma, puesto que con suspiros y semblante muy triste, dijo que él lo trataría con los papas. Y en fin da muchas palabras que sobre ello hubo, se puso nuestro altar apartado de sus malditos ídolos, y la imagen de nuestra señora y una cruz, y con mucha devoción, y todos dando gracias a Dios, dijeron misa cantada el padre de la Merced, y ayudaba a la misa el clérigo Juan Díaz y muchos de los nuestros soldados; y allí mandó poner nuestro capitán a un soldado viejo para que tuviese guarda en ello, y rogó al Montezuma que mandase a los papas que no tocasen en ello, salvo para barrer y quemar incienso y poner candelas de cera ardiendo de noche y de día, y enramarlo y poner flores. Y dejarlo he aquí, y diré lo que sobre ello avino.
contexto
Capítulo CVII Que trata de cómo salió el gobernador de la ciudad de la Concepción para la Imperial y de lo que hizo Despachado el mensajero para el capitán Villagran, se partió el gobernador para la ciudad Imperial a seis días andados del mes de octubre del año de mil quinientos y cincuenta y un años. Llegado que fue a la Imperial no estuvo allí más de ocho días, y luego salió con ochenta hombres adelante a descubrir, hasta en tanto que Francisco de Villagran llegase con la gente, y que aquel verano poblaría dos ciudades. Pasamos el río de Cautén y caminamos hacia la cordillera y dimos en una alaguna muy grande. De esta alaguna procede el río de Toltén, y está una isla en medio de esta alaguna muy poblada de gente, donde salieron en canoas a nosotros. Aquí vio el gobernador un asiento donde poblar una villa, diez y seis leguas de la mar y catorce de la ciudad Imperial. Y de aquí dimos vuelta hasta la costa y asentamos en un valle que se dice Marequina, muy poblado. Y de aquí hizo mensajeros el gobernador a todos los señores de aquella provincia, dándoles a entender a lo que venían, que viniese de paz a le servir. Estando aquí el gobernador, llegó Francisco de Villagran con doce hombres. Fue del gobernador bien recebido. Luego le mandó volver a la ciudad Imperial y que de allí despachase a la ciudad de Santiago a la gente, que viniesen los que quisiesen donde él estaba, y con los que pudiese traerse volviese, porque él se partiría de allí luego a descubrir adelante, y que donde hallase buen asiento para poblar una ciudad, poblaría. Luego se partió el capitán Villagran a la Imperial, y luego de allí a ocho días se partió el gobernador adelante, y llegamos a un río muy caudaloso y manso. Y pasados a la otra parte, en un llano asentó el gobernador su campo. Luego envió al general Gerónimo de Alderete en unas canoas con diez y seis españoles fuese hasta la mar y mirase si hacía puerto aquel río. El cual fue y halló un puerto muy bueno y una bahía muy grande, el cual oí yo a muchos hombres de la mar que allí iban, que aunque habían andado en muchas partes en España y en las Indias, que no habían visto tan buen puerto. Vuelto Gerónimo de Alderete dio la nueva al gobernador como había descubierto el puerto.
contexto
De la fundación de la villa de Plata, que está situada en la provincia de los Charcas La noble y leal villa de Plata, población de españoles en los Charcas, asentada en Chuquisaca, es muy mentada en los reinos del Perú y en mucha parte del mundo, por los grandes tesoros que della han ido estos años a España. Y está puesta esta villa en la mejor parte que se halló, a quien (como digo) llaman Chuquisaca, y es tierra de muy buen temple, muy aparejada para criar árboles de fruta y para sembrar trigo y cebada, viñas y otras cosas. Las estancias y heredamientos tienen en este tiempo gran precio, causado por la riqueza que se ha descubierto de las minas de Potosí. Tiene muchos términos y pasan algunos ríos por cerca della, de agua muy buena, y en los heredamientos de los españoles se crían muchas vacas, yeguas y cabras; y algunos de los vecinos desta villa son de los ricos y prósperos de las Indias, porque el año de 1548 y 49 hubo repartimiento, que fue el del general Pedro de Hinojosa, que rentó más de cien mil castellanos, y otros a ochenta mil, y algunos a más. Por manera que fue gran cosa los tesoros que hubo en estos tiempos. Esta villa de Plata pobló y fundó el capitán Peranzúrez, en nombre de su majestad del emperador y rey nuestro señor, siendo su gobernador y capitán general del Perú el adelantado don Francisco Pizarro, año de 1538 años; y digo que, sin los pueblos ya dichos, tiene esta villa a Totora, Tapacari, Sipisipe, Cochabamba, los Carangues, Quillanca, Chaianta, Chaqui y los Chichas, y otros muchos, y todos muy ricos, y algunos, como el valle de Cochabamba, fértiles para sembrar trigo y maíz y criar ganados. Más adelante desta villa está la provincia de Tucuma, y las regiones donde entraron a descubrir el capitán Felipe Gutiérrez y Diego de Rojas y Nicolás de Heredia, por la cual parte descubrieron el río de la Plata, y llegaron más adelante hacia el sur; de donde está la fortaleza que hizo Sebastián Gaboto; y como Diego de Rojas murió de una herida de flecha con hierba, que los indios le dieron, y después, con gran soltura, Francisco de Mendoza prendió a Filipe Gutiérrez y le constriñó volver al Perú con harto riesgo, y el mismo Francisco de Mendoza, a la vuelta que volvió del descubrimiento del río, fue muerto, juntamente con su maestre de campo Ruy Sánchez de Hinojosa, por Nicolás de Heredia, no se descubrieron enteramente aquellas partes, porque tantas pasiones tuvieron unos con otros que se volvieron al Perú; y encontrando con Lope de Mendoza, maestre de campo del capitán Diego Centeno, que venía huyendo de la furia de Caravajal, capitán de Gonzalo Pizarro, se juntaron con él. Estando ya divididos, y en un pueblo que llaman Cocona, fueron desbaratados por el mismo Caravajal, y luego, con la diligencia que tuvo, presos en su poder el Nicolás de Heredia y Lope de Mendoza y muertos ellos y otros. Más adelante está la gobernación de Chile, de que es gobernador Pedro de Valdivia, y otras tierras comarcanas con el estrecho que dicen de Magallanes. Y porque las cosas de Chile son grandes y convendría hacer particular relación dellas, he yo escrito lo que he visto desde Urabá hasta Potosí, que está junto con esta villa, camino tan grande que a mi ver habrá (tomando desde los términos que tiene Urabá hasta salir de los de la villa de Plata) bien mil y doscientas leguas, como ya he escrito; por tanto, no pasaré de aquí en esta primera parte más de decir los indios subjetos a la villa de Plata que sus costumbres y las de los otros son todas unas. Cuando fueron sojuzgados por los ingas hicieron sus pueblos ordenados, y todos andan vestidos, y lo mismo sus mujeres, y adoran al sol y en otras cosas, y tuvieron templos en que hacían sus sacrificios, y muchos dellos, como fueron los que llaman naturales charcas y los carangues, fueron muy guerreros. Desta villa salieron en diversas veces capitanes con vecinos y soldados a servir a su majestad en las guerras pasadas> y sirvieron lealmente, con lo cual hago fin en lo tocante a su fundación.
contexto
Y último. Cómo el Almirante pasó a la Española, y de allí a Castilla, donde fue a Nuestro Señor servido de llevarle a su Santa Gloria en Valladolid Reducidos a obediencia los cristianos y los indios, tuvieron éstos cuidado de proveerlos con rescates, en que pasaron algunos días y se cumplió un año que habíamos ido a Jamaica. En este tiempo llegó una nave que había comprado Diego Méndez, y bastecido en Santo Domingo, con dinero del Almirante, en la que nos embarcamos, amigos y enemigos. A 28 de Junio nos hicimos a la vela, navegando con bastante trabajo, por ser de continuo muy contrarias las corrientes y los vientos, que como hemos dicho lo son siempre al volver de Jamaica a Santo Domingo, en cuyo puerto entramos con mucho deseo de descansar, a 13 de Agosto de 1504, donde el Gobernador hizo gran recibimiento al Almirante y le dio su casa para alojarse; pero como si ésta fuese la paz del escorpión, de otra parte dio libertad a Porras, que había sido cabeza de la rebelión; procuró castigar a los que intervinieron en su prisión, y quiso juzgar otras cosas y delitos que sólo tocaban a los Reyes Católicos, por haber éstos mandado al Almirante por Capitán general de su Armada. Hacía el Gobernador cumplimientos al Almirante, con falsa risa y simulación, en su presencia. Esto duró hasta que se compuso nuestro navío, y alquiló una nave en que se embarcaron el Almirante, sus parientes y criados; la mayor parte de la otra gente se quedó en la Española. Haciéndonos a la vela a 12 de Septiembre, salimos por el río a dos leguas en el mar, donde se rompió el árbol del navío hasta la cubierta, por esto el Almirante lo hizo volver atrás, y seguimos con la nao nuestro camino hacia Castilla; en el cual, habiendo tenido buen tiempo hasta casi al tercio del Océano, nos embistió tan terrible tempestad, que puso a la nave en grande riesgo. Al día siguiente, sábado, 19 de Octubre, habiendo ya bonanza y estando descansados, se quebró el árbol mayor en cuatro pedazos; pero, el valor del Adelantado, y el ingenio del Almirante, que se hallaba entonces en la cama postrado de la gota, hallaron remedio, haciendo un árbol más chico de una pequeña entena, y asegurando la mitad del quebrado con cuerdas y madera de los castillos de popa y de proa, los cuales deshicimos. En otra tempestad se nos rompió la contramesana. Al fin, quiso Dios que navegásemos unas setecientas leguas, al cabo de las cuales llegamos al puerto de San Lúcar de Barrameda; de allí fuimos a Sevilla, donde descansó algo el Almirante de los trabajos que había padecido. Después, en el mes de Mayo de 1505, fue a la corte del Rey Católico, porque ya el año antes había pasado a mejor vida la gloriosa Reina doña Isabel, de lo que el Almirante mostró dolerse grandemente, pues era la que le mantenía y favorecía, habiendo hallado siempre al Rey algo seco y contrario a sus negocios, Esto se vio más claro en la acogida que le hizo, pues aunque en la apariencia le recibió con buen semblante y fingió volver a ponerle en su estado, tenía voluntad de quitárselo totalmente, si no lo hubiese impedido la vergüenza, que, según hemos dicho, tiene gran fuerza en los ánimos nobles. Su Alteza misma y la Serenísima Reina le enviaron cuando partió al mencionado viaje; pero, dando entonces las Indias y sus cosas muestras de lo que habían de ser, y viendo el Rey Católico la mucha parte que en ellas tenía el Almirante, en virtud de lo capitulado con él, intentaba quedarse con el absoluto dominio de las Indias, y proveer a su voluntad los oficios que tocaban al Almirante, por lo que empezó a proponerle nuevos capítulos de recompensa, a lo que no dio lugar Dios, porque entonces el Serenísimo Rey Felipe I, vino a reinar a España, y al tiempo que el Rey Católico salió de Valladolid a recibirle, el Almirante quedó muy agravado de gota, y del dolor de verse caído de su estado; agravado también con otros males, dio su alma a Dios, el día de su Ascensión, a 20 de Mayo, de MDVI, en la villa de Valladolid, habiendo recibido, con mucha devoción, todos los sacramentos de la Iglesia y dicho estas últimas palabras: in manus tuas, domine, commendo spiritum meum. El cual, por su alta misericordia y bondad, tenemos por cierto que le recibió en su gloria Ad quam nos cum eo perducat. Amén. Su cuerpo fue llevado después a Sevilla, y enterrado en la iglesia mayor de aquella ciudad con pompa fúnebre; de orden del Rey Católico, para perpetua fama de sus memorables hechos y descubrimiento de las Indias, se puso un epitafio en lengua española, que decía: A Castilla y a León Nuevo Mundo dio Colón. Palabras verdaderamente dignas de gran consideración y de agradecimiento, porque ni en antiguos ni modernos, se lee de ninguno que haya hecho esto, por lo que habrá memoria eterna en el mundo de que fue el primer descubridor de las Indias Occidentales; como también que después, en la Tierra Firme, donde estuvo, Hernando Cortés y Francisco Pizarro, han hallado muchas otras provincias y reinos grandísimos, pues Cortés descubrió la provincia del Yucatán, llamada Nueva España, con la ciudad de México, poseída entonces del Gran Montezuma, Emperador de aquellas tierras. Pizarro halló el reino del Perú, que es grandísimo y lleno de innumerables riquezas, poseído por el gran Rey Atabalipa; de cuyas provincias y reinos se traen a España, todos los años, muchos navíos cargados de oro, plata, brasil, grana, azúcar y otras muchas cosas de gran valor, además de perlas y otras piedras preciosas, por las que España y sus príncipes florecen hoy con abundancia de riquezas. LAUS DEO
contexto
Cómo el gran Montezuma dijo a nuestro capitán Cortés que se saliese de México con todos los soldados, porque se querían levantar todos los caciques y papas y darnos guerra hasta matarnos, porque así estaba acordado y dado consejo por sus ídolos; Y lo que Cortés sobre ello hizo Como siempre a la continua nunca nos faltaban sobresaltos, y de tal calidad, que eran para acabar las vidas en ello si nuestro señor Dios no lo remediara, y fue que, como habíamos puesto en el gran cu en el altar que hicimos la imagen de nuestra señora y la cruz, y se dijo el santo evangelio y misa, parece ser que los Huichilobos y el Tezcatepuca hablaron con los papas, y les dijeron que se querían ir de su provincia, pues tan mal tratados eran de los teules, e que adonde están aquellas figuras y cruz que no quieren estar, e que ellos no estarían allí si no nos mataban, e que aquello les daban por respuesta, e que no curasen de tener otra; e que se lo dijesen a Montezuma y a todos sus capitanes, que luego comenzasen la guerra y nos matasen; y les dijo el ídolo que mirasen que todo el oro que solían tener para honrarlos lo habíamos deshecho y hecho ladrillos, e que mirasen que nos íbamos señoreando de la tierra, y que teníamos presos a cinco grandes caciques, y les dijeron otras maldades para atraerlos a darnos guerra; y para que Cortés y todos nosotros lo supiésemos, el gran Montezuma le envió a llamar porque le quería hablar en cosas que iba mucho en ellas; y vino el paje Orteguilla, y dijo que estaba muy alterado y triste Montezuma, e que aquella noche e parte del día habían estado con él muchos papas y capitanes muy principales, y secretamente hablaban, que no lo pudo entender; y cuando Cortés lo oyó, fue de presto al palacio donde estaba el Montezuma, y llevó consigo a Cristóbal de Olí, que era capitán de la guardia, e a otros cuatro capitanes, e a doña Marina e a Jerónimo de Aguilar; y después que le hicieron mucho acato, dijo el Montezuma: "¡Oh, señor Malinche y señores capitanes, cuánto me pesa de la respuesta y mandado que nuestros teules han dado a nuestros papas e a mí e a todos mis capitanes! Y es que os demos guerra y os matemos e os hagamos ir por la mar adelante; lo que he colegido dello y me parece, es que antes que comiencen la guerra, que luego salgáis desta ciudad y no quede ninguno de vosotros aquí; y esto, señor Malinche, os digo que hagáis en todas maneras, que os conviene; si no, mataros han, y mirad que os va las vidas." Y Cortés y nuestros capitanes sintieron pesar y aun se alteraron; y no era de maravillar de cosa tan nueva y determinada, que era poner nuestras vidas en gran peligro sobre ello en aquel instante, pues tan determinadamente nos lo avisaban; y Cortés le dijo que él se lo tenía en merced el aviso; que al presente de dos cosas le pesaban: no tener navíos en que se ir, que mandó quebrar los que trajo; y la otra, que por fuerza había de ir el Montezuma con nosotros para que le vea nuestro gran emperador; y que le pide por merced que tenga por bien que hasta que se hagan tres navíos en el arenal que detenga a los papas y capitanes, porque para ellos es mejor partido; y que si comenzaren la guerra, que todos morirían en ella si la quisieren dar. E más dijo, que porque vea Montezuma quiere luego hacer lo que le dice, que mande a sus capitanes que vayan con dos de nuestros soldados que son grandes maestros de hacer navíos a cortar la madera cerca del arenal. El Montezuma estuvo muy más triste que de antes, como Cortés le dijo que había de ir con nosotros ante el emperador, y dijo que le daría carpinteros, y que luego despachase, y no hubiese más palabra, sino obras; y que entre tanto que él mandaría a los papas y a sus capitanes que no curasen de alborotar la ciudad, e que a sus ídolos Huichilobos que mandaría aplacasen con sacrificios, e que no sería con muertes de hombres. Y con esta tan alborotada plática se despidió Cortés del Montezuma, y estábamos todos con grande congoja, esperando cuándo habían de comenzar la guerra. Luego Cortés mandó llamar a Martín López y Andrés Núñez, y con los indios carpinteros que le dio el gran Montezuma; y después de platicado el porte de que se podría labrar los tres navíos, le mandó que luego pusiese por la obra de los hacer e poner a punto, pues que en la Villa-Rica había todo aparejo de hierro y herreros, y jarcia y estopa, y calafates y brea; y así fueron y cortaron la madera en la costa de la Villa-Rica, y con toda la cuenta y gálibo della, y con buena priesa comenzó a labrar sus navíos. Lo que Cortés le dijo a Martín López sobre ello no lo sé; y esto digo porque dice el cronista Gómara en su Historia que le mandó que hiciese muestras, como cosa de burla, que los labraba, porque lo supiese el gran Montezuma: remítome a lo que ellos dijeren, que gracias a Dios son vivos en este tiempo; mas muy secretamente me dijo el Martín López que de hecho y apriesa los labraba; y así, los dejó en astillero, tres navíos. Dejémoslos labrando los navíos; y digamos cuáles andábamos todos en aquella gran ciudad tan pensativos, temiendo que de una hora a otra nos habían de dar guerra; e nuestras naborias de Tlascala e doña Marina así lo decían al capitán, y el Orteguilla, el paje de Montezuma, siempre estaba llorando, y todos nosotros muy a punto, y buenas guardas al Montezuma. Digo, de nosotros estar a punto no había necesidad de decirlo tantas veces, porque de día y de noche no se nos quitaban las armas, gorjales y antiparas, y con ello dormíamos. Y dirán ahora dónde dormíamos: de qué eran nuestras camas, sino un poco de paja y una estera, y el que tenía un toldillo, ponerlo debajo, y calzados y armados, y todo género de armas muy a punto, y los caballos enfrenados y ensillados todo el día; y todos tan prestos, que en tocando el arma, como si estuviéremos puestos e aguardando para aquel punto; pues de velar cada noche, no quedaba soldado que no velaba. Y otra cosa digo, y no por me jactanciar dello, que quedé yo tan acostumbrado de andar armado y dormir de la manera que he dicho, que después de conquistada la Nueva-España tenía por costumbre de me acostar vestido y sin cama, e que dormía mejor que en colchones duermo; e ahora cuando voy a los pueblos de mi encomienda no llevo cama, e si alguna vez la llevo no es por mi voluntad, sino por algunos caballeros que se hallan presentes, porque no vean que por falta de buena cama la dejo de llevar; mas en verdad que me echo vestido en ella. Y otra cosa digo, que no puedo dormir sino un rato de la noche, que me tengo de levantar a ver el cielo y estrellas, y me he de pasear un rato al sereno, y esto sin poner en la cabeza el bonete ni paño ni cosa ninguna, y gracias a Dios no me hace mal, por la costumbre que tenía; y esto he dicho porque sepan de qué arte andábamos los verdaderos conquistadores, y cómo estábamos tan acostumbrados a las armas y a velar. Y dejemos de hablar en ello, pues que salgo fuera de nuestra relación, y digamos cómo nuestro señor Jesucristo siempre nos hace muchas mercedes. Y es, que en la isla de Cuba Diego Velázquez dio mucha priesa en su armada, como adelante diré, y vino en aquel instante a la Nueva-España un capitán que se decía Pánfilo de Narváez.
contexto
Capítulo CVIII Que trata de la fundación de la ciudad de Valdivia Visto el gobernador tan buena comarca y sitio para poblar una ciudad, y ribera de tan buen río, y teniendo tan buen puerto, fundó una ciudad e intitulola la ciudad de Valdivia, e hizo alcaldes y regimiento. Fundóse a nueve de febrero, año de mil y quinientos y cincuenta y dos. Despachó al general Gerónimo de Alderete con treinta hombres que fuese a poblar la alaguna que dije, donde había señalado un sitio, y que allí poblase una villa, la cual puso por nombre la Villarrica, a causa de la gran noticia que se tenía de minas de oro y de plata, y que los indios de aquella comarca repartiesen en aquellos españoles, y en otros que Francisco de Villagran le enviaría cuando volviese de la Imperial. Esta ciudad de Valdivia está asentada en un llano. Tiene algunas hoyas. El río que pasa junto a ella cerca la mitad de la ciudad. Está dos leguas de la mar y los navíos entran hasta la ciudad por él. Hay al derrededor de esta ciudad muy grandes montes y en sus términos. Está la Villarrica catorce leguas de ella. Es muy cenagosa toda esta tierra. Desde el río de Toltén es montuosa, y estos árboles son robles y arrayanes y de los avellanos que tengo dicho. Hay gran cantidad de cañas macizas. Estos montes en alguna parte son ralos y en otras muy espesos. Hay zarzaparrilla y de la frutilla que he dicho aparrada con el suelo. La hoja de esta frutilla tira a trébol, salvo que es mayor. La leña de esta tierra tiene una propiedad que no hace ceniza en todo el año, y en todo el año en una casa se recogerá un almud de ella. Hay buena madera para casas y aun para navíos. Tienen la hierba que he dicho. Es como avena. Hay más otra que es a manera de linaza, y de esta semilla se saca un licor que suple por aceite y se guisa con él y es razonable. Esta hierba se llama entre los indios "mare". Cómenla tostada. También la hay en la provincia de la Concepción y en la Imperial. Siembran los indios maíz y frísoles y papas. Dase trigo y cebada. Llueve mucho más que en ninguna parte de las provincias que he dicho. El año que se pobló esta ciudad fue de cincuenta y dos. Hubo tantos ratones que no se podían defender que no comiesen las sementeras, que aunque se sembró harto trigo y cebada, no se cogió la semilla. Y nos roían los vestidos, aunque no los teníamos de sobra. No dejaban cabo de cinta que no llevaban e hierro de talabarte que no roían por junto al cuero y lo llevaban. Hízoseles una industria, que fue unas ollas soterradas en la tierra, y aún yo puse algunas, y las amediábamos de agua. Amanecían en tres o cuatro hollas que se ponían en una casa cuatrocientos y quinientos ratones ahogados. Y en esta caza entendíamos y, yo pregunté algunos iridios que si solían venir de aquella arte otras veces. Dijérome que sí, que de cierto en cierto tiempo solían venir de aquella manera, y que los hechiceros hacían hoyos en que los hacían meter a estos ratones, y que agora los habían soltado por amor de la venida de los cristianos. Esto le hacen entender estos hechiceros a la demás gente, y que ellos lo pueden hacer. Hay ovejas mansas. Las armas de esta gente de esta provincia son unas mantas hechas de nudillos de cordel de la hierba que tengo dicho, y es de una vara de ancho y a los dos cabos va hecho en punta, y por debajo de los sobacos se la prenden en el hombro y ceñida por el cuerpo. Llégales a medio muslo. Es tan fuerte que una lanzada, si no es de muy buen brazo, tendrá bien que pasalla. Traen lanzas y dardos y hondas. Y éstas son sus armas de toda esta provincia que tengo dicho. Es falta de sal esta ciudad y hácenla como la que tengo dicho en la Concepción. A las espaldas de la Villarrica hay muy grandes minas de sal. Son trabajosas de ir a ellas por causa de la cordillera nevada que en medio está. Hay muy grandes minas de oro y plata y de otros metales. Y aún yo vi unas minas de oro junto a la Villarrica, en un pueblo de un cacique que se decía Pucorco, bien ricas. Es tierra templada. No hace demasido frío, salvo llover como tengo dicho, que cuando están de sazón las comidas llueve y muchas veces se secan en casa al humo en unos altos que hacen. Está esta ciudad de Valdivia de la Imperial treinta leguas. Está la Villarrica de la Imperial doce leguas. Estando Francisco de Villagran en la imperial le llegaron cien hombres de los que él había traído, y luego se partió a buscar al gobernador. Del camino envió treinta hombres al general Gerónimo de Alderete, como el gobernador se lo había mandado, y con los demás se fue a la ciudad donde supo que le estaba esperando el gobernador.