En que se declaran algunas cosas que en esta historia se han tratado cerca de los indios, y de lo que acaeció a un clérigo con uno dellos en un pueblo deste reino Porque algunas personas dicen de los indios grandes males, comparándolos con las bestias, diciendo que sus costumbres y manera de vivir son más de brutos que de hombres, y que son tan malos que no solamente usan el pecado nefando, mas que se comen unos a otros, y puesto que en esta mi historia yo haya escripto algo desto y de algunas otras fealdades y abusos dellos, quiero que se sepa que no es mi intención decir que esto se entienda por todos; antes es de saber que si en una provincia comen carne humana y sacrifican sangre de hombres, en otras muchas aborrecen este pecado. Y si, por el consiguiente, en otra el pecado de contra natura, en muchas lo tienen por gran fealdad y no lo acostumbran, antes lo aborrecen; y así son las costumbres dellos: por manera que será cosa injusta condenarlos en general. Y aun destos males que éstos hacían, parece que los descarga la falta que tenían de la lumbre de nuestra santa fe, por lo cual ignoraban el mal que cometían, como otras muchas naciones, mayormente los pasados gentiles, que también como estos indios estuvieron faltos de lumbre de fe, sacrificaban tanto y más que ellos. Y aun si miramos, muchos hay que han profesado nuestra ley y recebido agua del santo baptismo los cuales, engañados por el demonio, cometen cada día graves pecados, de manera que si estos indios usaban de las costumbres que he escripto, fué porque no tuvieron quien los encaminase en el camino de la verdad en los tiempos pasados. Agora los que oyen la doctrina del santo Evangelio conocen las tinieblas de la perdición que tienen los que della se apartan, y el demonio, como le crece más la envidia de ver el fruto que sale de nuestra santa fe, procura de engañar con temores y espantos a estas gentes; pero poca parte es, y cada día será menos, mirando lo que Dios nuestro Señor obra en todo tiempo, con ensalzamiento de su santa fe. Y entre otras notables, diré una que pasó en esta provincia, en un pueblo llamado Lampaz, según se contiene en la relación que me dió en el pueblo de Asangaro, repartimiento de Antonio de Quiñones, vecino del Cuzco, un clérigo, contándome lo que pasé en la conversión de un indio; al cual yo rogué me la diese por escrito de su letra, que sin tirar ni poder cosa alguna es la siguiente: "Marcos Otazo, clérigo, vecino de Valladolid, estando en el pueblo de Lampaz dotrinando los indios a nuestra santa fe cristiana, año de 1547, en el mes de mayo, siendo la luna llena, vinieron a mí todos los caciques y principales a me rogar muy ahincadamente les diese licencia para que hiciesen lo que ellos en aquel tiempo acostumbraban hacer; yo les respondí que había de estar prasente, porque si fuese cosa no lícita en nuestra santa fe católica de allí adelante no lo hiciesen; ellos lo tuvieron por bien; y así, fueron todos a sus casas; y siendo, a mi ver, el mediodía en punto, comenzaron a tocar en diversas partes muchos atabales con un solo palo, que así los tocan entre ellos, y luego fueron en la plaza, en diversas partes della, echadas por el suelo mantas, a manera de tapices, para se asentar los caciques y principales, muy aderezados y vestidos de sus mejores ropas, los cabellos hechos trenzas hasta abajo, como tienen por costumbre, de cada lado una crizneja de cuatro ramales, tejida. Sentados en sus lugares, vi que salieron derecho por cada cacique un muchacho de edad de hasta de doce años, el más hermoso y dispuesto de todos, muy ricamente vestido a su modo, de las rodillas abajo las piernas, a manera de salvaje, cubiertas de borlas coloradas; asimismo los brazos, y en el cuerpo muchas medallas y estampas de oro y plata; traía en la mano derecha una manera de arma como alabarda, y en la izquierda un bolsa de lana, grande, en que ellos echan la coca; y al lado izquierdo venía una muchacha de hasta diez años, muy hermosa, vestida de su mismo traje, salvo que por detrás traía gran falda, que no acostumbraban traer las otras mujeres, la cual falda le traía una india mayor, hermosa, de mucha autoridad. Tras ésta venían otras muchas indias a maneras de dueñas, con mucha mesura y crianza; y aquella niña llevaba en la mano derecha una bolsa de lana, muy rica, llena de muchas estampas de oro y plata; de las espaldas le colgaban un cuero de león pequeño, que las cubría todas. Tras estas dueñas venían seis indios a manera de labradores, cada uno con su arado en el hombro, y en las cabezas sus diademas y plumas muy hermosas, de muchos colores. Luego venían otros seis como sus mozos, con unos costales de papas, tocando su atambor, y por su orden llegaron hasta un paso del señor. El muchacho y niño ya dichos, y todos los demás, como iban en su orden, le hicieron una muy gran reverencia, bajando sus cabezas, y el cacique y los demás la recibieron inclinando las suyas. Hecho esto cada cual a su cacique, que eran dos parcialidades, por la misma orden que iban el niño y los demás se volvieron hacia atrás, sin quitar el rostro dellos, cuanto veinte pasos, por la orden que tengo dicho; y allí los labradores hincaron sus arados en el suelo en renglera, y dellos colgaron aquellos costales de papas, muy escogidos y grandes; lo cual hecho, tocando sus atabales, todos en pie, sin se mudar de un lugar, hacían una manera de baile, alzándose sobre las puntas de los pies, y de rato en rato alzaban hacia arriba aquellas bolsas que en las manos tenían. Solamente hacían éstos esto que tengo dicho, que eran los que iban con aquel muchacho y muchacha, con todas sus dueñas, porque todos los caciques y la demás gente estaban por su orden sentados en el suelo con muy gran silencio, escuchando y mirando lo que hacían. Esto hecho, se sentaron y trajeron un cordero de hasta un año, sin ninguna mancha, todo de una color, otros indios que habían ido por él, y adelante del señor principal, cercado de muchos indios alrededor porque yo no lo viese, tendido en el suelo vivo, le sacaron por un lado toda la asadura, y ésta fue dada a sus agoreros, que ellos llamaban guacamayo, como sacerdotes entre nosotros. Y vi que ciertos indios dellos llevaban apriesa cuanto más podían de la sangre del cordero en las manos y la echaban entre las papas que tenían en los costales. Y en este instante salió un principal que había pocos días que se había vuelto cristiano, como diré abajo, dando voces y llamándolos de perros y otras cosas en su lengua, que no entendí; y se fue al pie de una cruz alta que estaba en medio de la plaza, desde donde a mayores voces, sin ningún temor, osadamente reprendía aquel rito diabólico. De manera que con sus dichos y mis amonestaciones se fueron muy temerosos y corridos, sin haber dado fin a su sacrificio, donde pronostican sus sementeras y sucesos de todo el año. Y otros que se llaman homo, a los cuales preguntan muchas cosas por venir, porque hablan con el demonio y traen consigo su figura, hecha de un hueso hueco, y encima un bulto de cera negra, que acá hay. Estando yo en este pueblo de Lampaz, un jueves de la Cena vino a mí un muchacho mío que en la iglesia dormía, muy espantado, rogando me levantase y fuese a baptizar a un cacique que en la iglesia estaba hincado de rodillas delante de las imágenes, muy temeroso y espantado; el cual estando la noche pasada, que fue miércoles de Tinieblas, metido en una guaca, que es donde ellos adoran, decía haber visto un hombre vestido de blanco, el cual le dijo que qué hacía allí con aquella estatua de piedra. Que se fuese luego, y viniese para mí a se volver cristiano. Y cuando fue de día yo me levanté y recé mis horas, y no creyendo que era así, me llegué a la iglesia para decir misa, y lo hallé de la misma manera, hincado de rodillas. Y como me vio se echó a mis pies, rogándome mucho le volviese cristiano, a lo cual le respondí que sí haría, y dije misa, la cual oyeron algunos cristianos que allí estaban; y dicha, lo bapticé, y salió con mucha alegría, dando voces, diciendo que él ya era cristiano, y no malo, como los indios; y sin decir nada a persona ninguna, fué adonde tenía su casa y la quemó, y sus mujeres y ganados repartió por sus hermanos y parientes, y se vino a la iglesia, donde estuvo siempre predicando a los indios lo que les convenía para su salvación, amonestándoles se apartasen de sus pecados y vicios; lo cual hacía con gran hervor, como aquel que estaba alumbrado por el Espíritu Santo, y a la continua estaba en la iglesia o junto a una cruz. Muchos indios se volvieron cristianos por las persuasiones deste nuevo convertido. Contaba que el hombre que vió estando en la guaca o templo del diablo era blanco y muy hermoso, y que sus ropas asimismo eran resplandecientes." Esto me dió el clérigo por escripto, y yo veo cada día grandes señales por las cuales Dios se sirve en estos tiempos más que en los pasados. Y los indios se convierten y van poco a poco olvidando sus ritos y malas costumbres, y si se han tardado, ha sido por nuestro descuido más que por la malicia dellos; porque el verdadero convertir los indios ha de ser amonestando y obrando bien, para que los nuevamente convertidos tomen ejemplo.
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Cómo en nuestro real hicimos alarde de los soldados que éramos, y cómo trajeron doscientas y cincuenta picas muy largas, con unos hierros de cobre cada una, que Cortés había mandado hacer en unos pueblos que se dicen los chinantecas, y nos imponíamos cómo habíamos de jugar dellas para derrocar la gente de a caballo que tenía Narváez, y otras cosas que en el real pasaron Volvamos a decir algo atrás de lo dicho, y lo que más pasó. Así como Cortés tuvo noticia del armada que traía Narváez, luego despachó un soldado que había estado en Italia, bien diestro de todas armas, y más de jugar una pica, y le envió a una provincia que se dice los chinantecas, junto adonde estaban nuestros soldados los que fueron a buscar minas; porque aquellos de aquella provincia eran muy enemigos de los mexicanos e pocos días había que tomaron nuestra amistad, e usaban por armas muy grandes lanzas, mayores que las nuestras de Castilla, con dos brazas de pedernal e navajas; y envióles a rogar que luego le trajesen a do quiera que estuviesen trescientas dellas, e que les quitasen las navajas, e que pues tenían mucho cobre, que les hiciesen a cada una dos hierros, y llevó el soldado la manera cómo habían de ser los hierros; y como llegó, de presto buscaron las lanzas e hicieron los hierros; porque en toda la provincia a aquella sazón había cuatro o cinco pueblos, sin muchas estancias, y las recogieron, e hicieron los hierros muy más perfectamente que se los enviamos a mandar; y también mandó a nuestro soldado, que se decía Tovilla, que les demandase dos mil hombres de guerra, e que para el día de pascua del Espíritu Santo viniese con ellos al pueblo de Tampanequita, que ansí se decía, o que preguntase en qué parte estábamos, e que todos dos mil hombres trajesen lanzas; por manera que el soldado se los demandó, e los caciques dijeron que ellos vendrían con la gente de guerra; y el soldado se vino luego con obra de doscientos indios, que trajeron las lanzas, y con los demás indios de guerra quedó para venir con ellos otro soldado de los nuestros, que se decía Barrientos; y este Barrientos estaba en la estancia y minas que descubrían, ya otra vez por mí nombradas, y allí se concertó que había de venir de la manera que está dicho a nuestro real; porque sería de andadura diez o doce leguas de lo uno a lo otro. Pues venido el nuestro soldado Tovilla con las lanzas, eran muy extremadas de buenas; y allí, se daba orden y nos imponía el soldado e nos mostraba a jugar con ellas, y cómo nos habíamos de haber con los de a caballo, e ya teníamos hecho nuestro alarde y copia y memoria de todos los soldados y capitanes de nuestro ejército, y hallamos doscientos y seis, contados atambor e pífano, sin el fraile, y con cinco de a caballo, y dos artilleros y pocos ballesteros y menos escopeteros; y a lo que tuvimos ojo, para pelear con Narváez eran las picas, y fueron muy buenas, como adelante verán. Y dejemos de platicar más en el alarde y lanzas, y diré cómo llegó Andrés de Duero, que envió Narváez a nuestro real, e trajo consigo a nuestro soldado Usagre y dos indios naborias de Cuba, y lo que dijeron y concertaron Cortés y Duero, según después alcanzamos a saber.
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Capítulo CXVIII Que trata de cómo sabido en la Imperial del suceso e muerte del gobernador se hizo saber a Francisco de Villagran En este tiempo andaba Francisco de Villagran en el lago de Valdivia como tengo dicho, visitando aquella provincia, trayendo de paz aquellos naturales para poblar una ciudad. Sabido en la Imperial el suceso acontecido por los siete que se escaparon, despachó Pedro de Villagran cuatro de a caballo a hacerle saber el suceso y alteración de los naturales. Y llegado los cuatro de a caballo y entendido por Francisco de Villagran, se vino a la ciudad de Valdivia y llegado, fue el Cabildo a él, e le recibió por capitán general y justicia mayor, para que los tuviese debajo de su amparo. E dejó el recaudo que convenía en aquella ciudad y se partió para la imperial. Y llegado, el Cabildo fue a él y le dijeron que convenía al servicio de Dios y de Su Majestad los tomase debajo de su amparo, para que los tuviese en justicia, y que para esto le querían recebir y recibieron por capitán general y justicia mayor. Y también lo recibió el Cabildo de Villarrica, que con el alteramiento, antes que Francisco de Villagran viniese a la Imperial, se habían despoblado e se habían recogido en la ciudad Imperial. Y también se habían recogido en ella otra villa que el gobernador había fundado, que se decía los Confines, como adelante diré de ella, porque los vecinos que allí eran sacados de la ciudad imperial e de la ciudad de la Concepción, e con el alzamiento de los indios, los vecinos que habían salido de la ciudad Imperial se volvieron a ella e los de la ciudad se recogieron a la Concepción, y de los que se hallaron en la Imperial de esta villa, recibieron a Francisco de Villagran como los demás cabildos. Y recebido Francisco de Villagran por todos estos cabildos como tengo dicho, enviaba caudillos por todas partes a requerir los indios no se alterasen los que no se habían alterado. Y los indios que tomaban estos caudillos los traían a Francisco de Villagran, los cuales le decían que también habían llevado la ciudad de la Concepción y muertos todos los españoles. E informado el general de esto que los indios decían y creyendo que podría ser, acordó de ir a visitarla y saber si era verdad. Y antes que saliese fortaleció la ciudad Imperial y dejó por su teniente a Pedro de Villagran. Y dejando el recaudo que convenía, tomó cincuenta de a caballo para ir a la ciudad de la Concepción. Envió a decir a los navíos que habían vuelto del estrecho se viniesen al puerto de la Concepción, porque él se partía para allá. Llegó el general Francisco de Villagran a la ciudad de la Concepción a veintiséis de enero del año de mil y quinientos y cincuenta y cuatro años, y el Cabildo de la ciudad lo recibió como los demás cabildos lo habían hecho. Y luego hizo copia de la gente que había y mandó aderezar diez piezas de artillería que había y todos los arcabuces, y despachó al capitán Diego Maldonado y a Joan Gómez a la ciudad de Santiago y despachos para el cabildo de ella, para que los recibiesen como las demás ciudades y cabildos lo habían hecho, porque convenía para la pacificación de la tierra y servicio de Su Majestad. Llegados estos dos mensajeros a la ciudad de Santiago y dados los despachos al Cabildo de ella, le respondieron que no había lugar porque habían recebido por general a Rodrigo de Quiroga que estaba por teniente del gobernador, a causa que tenían por nueva de que arriba no había españoles, que todos los habían muerto los indios, y que para reparo de esta ciudad le habían recebido. Y vuelto los mensajeros, e sabido por Francisco de Villagran la respuesta que el Cabildo de Santiago le enviaba, y que no le quería recebir, se apercibió para ir a pacificar la tierra y castigar a los naturales.
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De cómo, queriéndose volver cristiano, un cacique comarcano de la villa de Ancerma veía visiblemente a los demonios, que con espantos le querían quitar de su buen propósitos En el capítulo pasado escrebí la manera cómo se volvió cristiano un indio en el pueblo de Lampaz; aquí diré otro extraño caso, para que los fieles glorifiquen el nombre de Dios, que tantas mercedes nos hacen, y los malos y incrédulos teman y reconozcan las obras del Señor. Y es que siendo gobernador de la provincia de Popayán el adelantado Belalcázar, en la villa de Ancerma, donde era su teniente un Gómez Hernández, sucedió que casi cuatro leguas desta villa está un pueblo llamado Pirsa, y el señor natural dél, teniendo un hermano mancebo de buen parescer que se llama Tamaracunga, y inspirando Dios en él, deseaba volverse cristiano y quería venir al pueblo de los cristianos a recibir baptismo. Y los demonios, que no les debía agradar el tal deseo, pesándoles de perder lo que tenían por tan ganado, espantaban a aqueste Tamaracunga de tal manera que lo asombraban, y permitiéndolo Dios, los demonios, en figura de unas aves hediondas llamadas auras, se ponían donde el cacique sólo las podía ver; el cual, como se sintió tan perseguido del demonio, envió a toda priesa a llamar a un cristiano que estaba cerca de allí; el cual fue luego donde estaba el cacique, y sabida su intención, lo siguió con la señal de la cruz, y los demonios lo espantaban más que primero, viéndolos solamente el indio, en figuras horribles. El cristiano vía que caían piedras por el aire y silbaban; y viniendo del pueblo de los cristianos un hermano de un Juan Pacheco, vecino de la misma villa, que a la sazón estaba en ella en lugar del Gómez Hernández, que había salido, a lo que dicen, de Caramanta, se juntó con el otro, y vían que el Tamaracunga estaba muy desmayado y maltratado de los demonios; tanto, que en presencia de los cristianos lo traían por el aire de una parte a otra, y él quejándose, y los demonios silbaban y daban alaridos. Y algunas veces, estando el cacique sentado y teniendo delante un vaso para beber, vían los dos cristianos cómo se alzaba el vaso con el vino en el aire y dende a un poco parescía sin el vino, y a cabo de un rato vía caer el vino en el vaso, y el cacique atapábase en mantas el rostro y todo el cuerpo por no ver las malas visiones que tenía delante; y estando así, sin se tirar ropa ni desatapar la cara, le ponían barro en la boca como que lo querían ahogar. En fin, los cristianos, que nunca dejaban de rezar, acordaron de se volver a la villa y llevar al cacique para que luego se baptizase, y vinieron con ellos y con el cacique pasados de docientos indios; mas estaban tan temerosos de los demonios, que no osaban llegar al cacique; y yendo con los cristianos, llegaron a unos malos pasos, donde los demonios tomaron al indio en el aire para despeñarlo, y él daba voces diciendo: "Váleme, cristianos, váleme"; los cuales luego fueron a él y le tomaron en medio, y los indios ninguno osaba hablar, cuanto más ayudar a éste, que tanto por los demonios fue perseguido para provecho de su ánima y mayor confusión y envidia deste cruel enemigo nuestro; y como los dos cristianos viesen que no era Dios servido de que los demonios dejasen a aquel indio y que por los riscos lo querían despeñar, tomáronlo en medio, y atando unas cuerdas a los cintos, rezando y pidiendo a Dios los oyese, caminaron con el indio en medio, de la manera ya dicha, llevando tres cruces en las manos; pero todavía los derribaron algunas veces, y con trabajo grande llegaron a una subida, donde se vieron en mayor aprieto. Y como estuviesen cerca de la villa, enviaron a Juan Pacheco un indio para que viniese a los socorrer, el cual fué luego allá, y como se juntó con ellos, los demonios arrojaban piedras por los aires, y desta suerte llegaron a la villa, y se fueron derechos con el cacique a las casas deste Juan Pacheco, adonde se juntaron todos los más de los cristianos que estaban en el pueblo, y todos vían caer piedras pequeñas de lo alto de la casa y oían silbos. Y como los indios, cuando van a la guerra, dicen "Hu, hu, hu", así oían que lo decían los demonios muy apriesa y recio. Todos comenzaron a suplicar a nuestro Señor que, para gloria suya y salud del ánima de aquel infiel, no permitiese que los demonios tuviesen poder de lo matar; porque ellos, por lo que andaban, según las palabras que el cacique les oía, era porque no se volviese cristiano. Y como tirasen muchas piedras, salieron para ir a la iglesia; en la cual, por ser de paja, no había Sacramento, y algunos cristianos dicen que oyeron pasos por la misma iglesia antes que se abriese, y como la abrieron y entraron dentro, el indio Tamaracunga dicen que decía que vía los demonios con fieras cataduras, las cabezas abajo y los pies arriba. Y entrado un fraile llamado fray Juan de Santa María, de la orden de nuestra Señora de la Merced, a le baptizar, los demonios, en su presencia y de todos los cristianos, sin los ver mas que sólo el indio, lo tomaron y lo tuvieron en el aire, poniéndolo como ellos estaban, la cabeza abajo y los pies arriba. Y los cristianos, diciendo a grandes voces: "Jesucristo, Jesucristo sea con nosotros", y signándose con la cruz, arremetieron al indio y lo tomaron, poniéndole luego una estola, y le echaron agua bendita; pero todavía se oían aullidos y silbos dentro de la iglesia, y Tamaracunga los vía visiblemente, y fueron a él y le dieron tantos bofetones, que le arrojaron lejos de allí un sombrero que tenía puesto en los ojos por no los ver, y en el rostro le echaban saliva podrida y hedionda. Todo esto pasó de noche, y venido el día, el fraile se vistió para decir misa, y en el punto que se comenzó, en aquel no se oyó cosa ninguna, ni los demonios osaron parar ni el cacique recibió más daño; y como la misa santísima se acabó, el Tamaracunga pidió por su boca agua del baptismo, y luego hizo lo mismo su mujer y hijo, y después de ya baptizado dijo que, pues ya era cristiano, que lo dejasen andar solo, para ver los demonios si tenían poder sobre él; y los cristianos lo dejaron ir, quedando todos rogando a nuestro Señor y suplicándole que, para ensalzamiento de su santa fe y para que los indios infieles se convirtiesen, no permitiese que el demonio tuviese más poder sobre aquel que ya era cristiano. Y en esto salió Tamaracunga con gran alegría, diciendo: "Cristiano soy"; y alabando en su lengua a Dios, dió dos o tres vueltas por la iglesia, y no vió ni sintió más los demonios; antes se fué a su casa alegre y contento, obrando el poder de Dios; y fué este caso tan notado en los indios, que muchos se volvieron cristianos y se volverán cada día. Esto pasó en el año de 1549 años.
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Cómo llegó Juan Velázquez de León y el mozo de espuelas que se decía Juan del Río al real de Narváez, y lo que en él pasó Ya he dicho cómo envió Cortés al Juan Velázquez de León y al mozo de espuelas para que le acompañase a Cempoal, y a ver lo que Narváez quería, que tanto deseo tenía de tenerlo en su compañía; por manera que ansí como partieron de nuestro real se dio tanta prisa en el camino, y fue amanecer a Cempoal; y se fue a apear el Juan Velázquez en casa del cacique gordo, porque el Juan del Río no tenía caballo, y desde allí se van a pie a la posada de Narváez. Pues como los indios de Cempoal le conocieron, holgaron de le ver y hablar, y decían a voces a unos soldados de Narváez que allí posaban en casa del cacique gordo, que aquel era Juan Velázquez de León, capitán de Malinche; y ansí como lo oyeron los soldados, fueron corriendo a demandar albricias a Narváez cómo había venido Juan Velázquez de León, y antes que el Juan Velázquez llegase a la posada del Narváez, que ya le iba a le hablar, como de repente supo el Narváez su venida, le salió a recibir a la calle, acompañado de ciertos soldados, donde se encontraron el Juan Velázquez y el Narváez, y se hicieron muy grande acatos, y el Narváez abrazó al Juan Velázquez, y le mandó sentar en una silla, que luego trajeron sillas, cerca de sí, y le dijo que por qué no se fue a apear a su posada; y mandó a sus criados que le fuesen luego por el caballo y fardaje, y le llevaba, porque en su casa y caballeriza y posada estaría; y Juan Velázquez dijo que luego se quería volver, que no venía sino a besarle las manos, y a todos los caballeros de su real, y para ver si podía dar concierto que su merced y Cortés tuviesen paz y amistad. Entonces dicen que el Narváez apartó al Juan Velázquez, y le comenzó a decir airado: cómo que tales palabras le había de decir de tener amistad ni paz con un traidor que se alzó a su primo Diego Velázquez con la armada. Y el Juan Velázquez respondió que Cortés no era traidor, sino buen servidor de su majestad, y que ocurrir a nuestro rey y señor, como envió e ocurrió, no se le ha de atribuir a traición, y que le suplica que delante dél no se diga tal palabra. Y entonces el Narváez le comenzó a hacer grandes prometimientos que se quedase con él, y que concierte con los de Cortés que se le den y vengan luego a se meter en su obediencia, prometiéndole con juramento que sería en todo su real el mas preeminente capitán, y en el mando segunda persona; y el Juan Velázquez respondió que mayor traición haría él en dejar al capitán, que tiene jurado, en la guerra y desampararlo, conociendo que todo lo que ha hecho en la Nueva-España es en servicio de Dios nuestro señor y de su majestad; que no dejará de acudir a Cortés, como acudía a nuestro rey y señor, y que le suplica que no se hable más en ello. En aquella sazón habían venido a ver a Juan Velázquez todos los más principales capitanes del real de Narváez, y le abrazaban con gran cortesía, porque el Juan Velázquez era muy de palacio y de buen cuerpo, membrudo, y de buena presencia y rostro y la barba muy bien puesta, y llevaba una cadena muy grande de oro echada al hombro, que le daba vueltas debajo el brazo, y parecíale muy bien, como bravoso y buen capitán. Dejemos deste buen parecer de Juan Velázquez y cómo le estaban mirando todos los capitanes de Narváez, y aun nuestro fraile de la Merced también le vino a ver y en secreto hablar, y asimismo el Andrés de Duero y el alguacil mayor Bermúdez, y pareció ser que en aquel instante ciertos capitanes de Narváez, que se decían Gamarra y un Juan Juste, y un Juan Bono de Quejo, vizcaíno, y Salvatierra el bravoso, aconsejaron al Narváez que luego prendiese al Juan Velázquez, porque les pareció que hablaba muy sueltamente en favor de Cortés; e ya que había mandado el Narváez secretamente a sus capitanes y alguaciles que le echasen preso, súpolo Agustín Bermúdez y el Andrés de Duero, y nuestro fraile de la Merced y un clérigo que se decía Juan de León, y otras personas que se habían dado por amigos de Cortés, y dicen al Narváez que se maravillan de su merced querer mandar prender al Juan Velázquez de León, que ¿qué puede hacer Cortés contra él, aunque tenga en su compañía otros cien Juan Velázquez? Y que mire la honra y acatos que hace Cortés a todos los que de su real han ido, que les sale a recibir y a todos les da oro y joyas, y vienen cargados como abejas a las colmenas, y de otras cosas de mantas y mosqueadores, y que a Andrés de Duero y al clérigo Guevara, y Amaya y a Vergara el escribano, y a Alonso de Mata y otros que han ido a su real, bien los pudiera prender y no lo hizo; antes, como dicho tienen, les hace mucha honra, y que será mejor que le torne a hablar al Juan Velázquez con mucha cortesía, y le convide a comer para otro día; por manera que al Narváez le pareció bien el consejo, y luego le tornó a hablar con palabras muy amorosas para que fuese tercero en que Cortés se le diese con todos nosotros, y le convidó para otro día a comer; y el Juan Velázquez respondió que él haría lo que pudiese en aquel caso; mas que tenía a Cortés por muy porfiado y cabezudo en aquel negocio, y que sería mejor que partiesen las provincias, y que escogiese la tierra que más SU merced quisiese; y desto decía el Juan Velázquez por le amansar. Y entre aquellas pláticas llegóse al oído de Narváez el fraile de la Merced, y le dijo, como su privado y consejero que va se le había hecho: "Mande vuestra merced hacer alarde de toda su artillería y caballos y escopeteros y ballesteros y soldados, para que lo vea el Juan Velázquez de León y el mozo de espuelas Juan del Río, para que Cortés tema vuestro poder e gente, y se venga a vuestra merced aunque le pese"; y esto lo dijo el fraile como por vía de su muy gran servidor y amigo, y por hacerle que trabajasen todos los de a caballo y soldados en su real. Por manera que por el dicho de nuestro fraile hizo hacer alarde delante del Juan Velázquez de León y el Juan del Río, estando presente nuestro religioso; y cuando fue acabado de hacer dijo el Juan Velázquez al Narváez: "Gran pujanza trae vuestra merced; Dios se lo acreciente." Entonces dijo el Narváez: "Ahí verá vuestra merced que si quisiera haber ido contra Cortés le hubiera traído preso, y a cuantos estáis con él." Entonces respondió el Juan Velázquez y dijo: "Téngale vuestra merced por tal, y a los soldados que con él estamos, que sabremos muy bien defender nuestras personas"; y ansí cesaron las pláticas. Y otro día llevóle convidado a comer al Juan Velázquez, y comía con el Narváez un sobrino del Diego Velázquez, gobernador de Cuba, que también era su capitán; y estando comiendo, tratóse plática de cómo Cortés no se daba al Narváez, y de la carta y requerimientos que le enviamos, y de unas palabras en otras, desmandóse el sobrino de Diego Velázquez, que también se decía Diego Velázquez como el tío, y dijo que Cortés y todos los que con él estábamos éramos traidores, pues no se venían a someter al Narváez; y el Juan Velázquez cuando lo oyó se levantó en pie de la silla en que estaba, y con mucho acato dijo: "Señor capitán Narváez, ya he suplicado a vuestra merced que no se consienta que se digan palabras tales como estas que dicen de Cortés ni de ninguno de los que con él estamos, porque verdaderamente son mal dichas: decir mal de nosotros, que tan lealmente hemos servido a su majestad"; y el Diego Velázquez respondió que eran bien dichas, y pues volvía por un traidor, que traidor debía de ser y otro tal como él, y que no era de los Velázquez buenos; y el Juan Velázquez, echando mano a su espada, dijo que mentía, que era mejor caballero que no él, y de los buenos Velázquez, mejores que no él ni su tío, y que se lo haría conocer si el señor capitán Narváez les daba licencia; y como había allí muchos capitanes, ansí de los de Narváez y algunos de los de Cortés, se metieron en medio, que de hecho le iba a dar el Juan Velázquez una estocada; y aconsejaron al Narváez que luego le mandase salir de su real, ansí a él como al fraile e a Juan del Río; porque a lo que sentían, no hacían provecho ninguno, y luego sin más dilación les mandaron que se fuesen; y ellos, que no veían la hora de verse en nuestro real, lo pusieron por obra. E dicen que el Juan Velázquez yendo a caballo en una buena yegua y su cota puesta, que siempre andaba con ella y con su capacete y gran cadena de oro, se fue a despedir del Narváez, y estaba allí con el Narváez el mancebo Diego Velázquez, el de la brega, y dijo al Narváez: "¿Qué manda vuestra merced para nuestro real?" Y respondió el Narváez, muy enojado, que se fuese, e que valiera más que no hubiera venido; y dijo el mancebo Diego Velázquez palabras de amenaza e injuriosas a Juan Velázquez, y le respondió a ellas el Juan Velázquez de León que es grande su atrevimiento, y digno de castigo por aquellas palabras que le dijo; y echándose mano a la barba, le dijo: "Para éstas, que yo vea antes de muchos días si vuestro esfuerzo es tanto como vuestro hablar"; y como venían con el Juan Velázquez seis o siete de los del real de Narváez, que ya estaban convocados por Cortés, que le iban a despedir, dicen que trabaron dél como enojados, y le dijeron: "Váyase ya y no cure de más hablar"; y así, se despidieron, y a buen andar de sus caballos se van para nuestro real, porque luego les avisaron a Juan Velázquez que el Narváez los quería prender y apercibía muchos de a caballo que fuesen tras ellos; e viniendo su camino, nos encontraron al río que dicho tengo, que está ahora cabe la Veracruz; y estando que estábamos en el río por mí ya nombrado, teniendo la siesta, porque en aquella tierra hace mucho calor y muy recio; porque, como caminábamos con todas nuestras armas a cuestas y cada uno con una pica, estábamos cansados; y en este instante vino uno de nuestros corredores del campo a dar mandado a Cortés que veían venir buen rato de allí dos o tres personas de a caballo, y luego presumimos que serían nuestros embajadores Juan Velázquez y el fraile y Juan del Río; y como llegaron adonde estábamos, ¡qué regocijo y alegrías tuvimos todos! Y Cortés ¡cuántas caricias y buenos comedimientos hizo al Juan Velázquez y a nuestro fraile! Y tenía mucha razón, porque le fueron muy servidores; y allí contó el Juan Velázquez paso por paso todo lo atrás por mí dicho que les acaeció con Narváez, y cómo envió secretamente a dar las cadenas y tejuelos de oro a las personas que Cortés mandó. Pues oír a nuestro fraile, como era muy regocijado, sabíalo muy bien representar, cómo se hizo muy servidor del Narváez, y que por hacer burla dél le aconsejó que hiciese el alarde y, sacase su artillería, y con qué astucia y mañas le dio la carta; pues cuando contaba lo que le acaeció con el Salvatierra y se le hizo muy pariente, siendo el fraile de Olmedo y el Salvatierra adelante de Burgos, y de los fieros que le decía el Salvatierra que había de hacer y aconteced en prendiendo a Cortés y a todos nosotros, y aun se le quejó de los soldados que le hurtaron su caballo y el de otro capitán; y todos nosotros nos holgamos de lo oír, como si fuéramos a bodas y regocijo, y sabíamos que otro día habíamos de estar en batalla; y que habíamos de vencer o morir en ella, siendo como éramos, doscientos y sesenta y seis soldados, y los de Narváez cinco veces más que nosotros. Volvamos a nuestra relación, y es que luego caminamos todos para Cempoal, y fuimos a dormir a un riachuelo, adonde estaba en aquella sazón una puente, obra de una legua de Cempoal, adonde está ahora una estancia de vacas. Y dejarlo he aquí, y diré lo que se hizo en el real de Narváez después que vinieron el Juan Velázquez y el fraile y Juan del Río, y luego volveré a contar lo que hicimos en nuestro real, porque en un instante acontecen dos o tres cosas, y por fuerza he de dejar las unas por contar lo que más viene a propósito desta relación.
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Capítulo CXX Que trata de los puertos que descubrieron los navíos que envió el gobernador a descubrir el estrecho de Magallanes y en qué grados están En cuatro de noviembre de mil y quinientos y cincuenta y tres años, salió el armada que el gobernador don Pedro de Valdivia envió a descubrir el estrecho de Magallanes de la ciudad de Valdivia. Salida que fue esta armada, llegó a una bahía que tenía de boca ocho leguas y a la boca de ella tenía dos islas pequeñas y dentro otras islas pequeñas, que serían cinco o seis. En esta bahía entra y sale muy gran corriente con gran orgullo de mar. No tomamos puerto por causa de no perder el tiempo que teníamos para nuestro viaje. No vimos gente ninguna. Toda esta bahía es hondable que no le fallamos fondo y al parecer tenía buenos surgideros. Mas junto a tierra es tierra llana, aunque partes doblada, y tierra de montes claros y buen apariciencia de tierra. Pasados que fuimos de esta bahía, caminamos un día y una noche, y otro día topamos una isla de hasta doce o quince leguas, de buen apariencia de tierra hasta legua y media de la tierra firme. No vimos si estaba poblada. Pusímosle por nombre San Martín. Andando aquel día y aquella noche, hallamos entre otras, dos islas grandes, la una del tamaño de la pasada y la otra mayor y buen apariencia de tierra, con otras muchas islas junto a la tierra firme, las cuales pusimos por nombre las islas de Nuestra Señora de la O. Y queriendo tomar estas islas, no pudimos por sernos el tiempo contrario y dimos sobre otras tres que estaban cinco o seis leguas de la tierra firme. No quisimos surgir por la ruin apariencia que tenían, y así nos anduvimos sobre ella hasta otro día de mañana que se contaron doce del dicho mes, que dimos en un abran donde hacía un río o estero de media legua de ancho. Y subimos por él una legua sin hallar fondo y llegamos a una playa donde surgimos arrimados a las peñas en veinticinco brazas. Allí estuvimos tres días y tomamos agua y leña, y al tercero día mandó el capitán al piloto fuese en un batel el estero arriba a descubrir tierra. Y así fue y volvió aquel día, y halló que era isla en la que estábamos. Entramos por este barco adentro al este e sueste. Y está este archipiélago en cuarenta y cinco grados. Y dígole archipiélago porque en poco término hay diez o doce islas y otras que no vimos por estar junto a tierra, y tienen sus entradas y salidas a la boca de este brazo. Tiene unas isletas de peña que se puede entrar por medio de ellas. Toda esta tierra que vimos es montuosa. Y no vimos gente, salvo que en una isla vimos unos ranchos pequeños y al parecer eran de gente pobre. Había papas y maíz. Tenía buen parecer de tierra. Hallamos una canoa hecha de tres tablas muy bien cosida, de veinte y cuatro o veinte y cinco pies y por las costuras tenían echado un betún que ellos hacen. Era a manera de lanzadera con las puntas muy grandes. De este puerto salimos domingo diez y nueve de noviembre del dicho año, y caminamos con buen tiempo, aluengo de tierra dos días, y luego topamos un ancón donde tomamos puerto y está en altura de cuarenta y seis grados y dos tercios. Es una tierra alta y un buen puerto limpio y hace una playuela pequeña. Y la tierra es muy poblada, porque vimos muchos humos y caminamos y hallamos mucho rastro de gente. Es tierra de árboles, laurel y acipreses y arrayán, y otras muchas hierbas de nuestra España, y la hierba como avena. Hay papas y maíz. Estuvimos en este puerto ocho días. Aquí vimos una cueva muy grande con un pilar en medio hecho de la mesma peña, que cabrían en ella más de mil hombres, y ranchos hechos al derredor con rastros de perros. Y pusímosle por nombre la cueva Infernal por su grandeza y pusimos por nombre a este puerto Santiesteban. Salidos de este puerto fuimos nuestro viaje. Llegamos a una punta que sale dos leguas este ueste, en la cual entramos a tomar puerto y nos llegamos a tierra. Y hallamos una bahía que hace muchos puertos, en la cual hay muchos bajos encubiertos. Llegados a este puerto, envió el capitán por un estero arriba o río hasta dos leguas y media un batel, y hallaron una braza donde se juntan otros muchos esteros, y no quisieron pasar de aquí y se volvieron. Y no hallaron rastro de gente y no vieron sino sola una casa pequeña. Es tierra montuosa y fría. A este puerto pusimos por nombre los Puertos de Hernando Gallego, porque los descubrió él. Está en la altura de cuarenta y ocho grados y dos tercios. Salimos de este puerto a seis de diciembre y seguimos nuestro viaje y llegamos día de nuestra Señora de la Concepción, que se contaron nueve de diciembre del año de mil y quinientos y cincuenta y tres. Llegamos a la boca del estrecho de Magallanes y estuvimos allí dos días por no nos aclarar el tiempo. Y aclarado el tiempo, se vio la boca del estrecho que tiene tres leguas de ancho. Tiene dos isletas pequeñas en medio y al lado del norte tiene unos farellones que parecen velas. A la banda del sur tiene una isla a manera de campana, y así se llama la isla de la Campana. Es montuosa y poblada de indios. Tienen sus casas cubiertas con cortezas de árboles y con cueros de lobos marinos. Y ellos desnudos y andan untados los cuerpos de lobos marinos y tresquilados. Toda la costa de la banda del sur es montuosa y de grandes peñascos altos. Está en altura de cincuenta y un grado y medio. Entrados por la boca del estrecho, se caminó todo el día y a la noche se tomó puerto en una playuela en la costa, que se contaron doce del presente. Allí se quedó la nao capitana por causa de habérsele quebrado el antena con unas refriegas y el otro navío subió el estrecho arriba a trece del presente, y caminó hasta la noche y se arrimó a unas peñas, porque por medio no se halla fondo si no es llegándose muy junto a tierra. Y todos estos peñascos altos y de muy gran nieve. Hace frío y los días pequeños. Otro día siguiente se caminaron hasta cuatro o cinco leguas, que no se pudo caminar más por las refriegas y aguaceros. Otro día sábado, se caminaron tres o cuatro leguas a causa de unas turbias con viento contrario y surgióse arrimados a unas peñas. Aquí se estuvo el domingo barloado a las peñas y otro día fue en la barca el piloto Graviel del Río a descubrir para acabarse de certificar del estrecho, el cual fue y descubrió volver el estrecho al este, por donde pareció claro ser el estrecho. Y dando la vuelta al este, el estrecho hace una anconada al ueste con un riachuelo y dos o tres playecillas de arena con apio en ellas. Halló unos ranchuelos de indios y halláronse unos dardos. Digo esto y pongo por seña el apio y las playecillas para los que vinieren a navegallo. Todo esto que se entró por el estrecho tiene de ancho legua y media y dos y en partes más. En todo él hay abrigos donde se recoger. Fue y vino aquel día. De aquí se dio vuelta a dieciocho de diciembre para donde dejamos el otro navío. Llegamos otro día donde estaba por causa del buen tiempo y de aquí se volvieron los dos navíos a dar esta relación al gobernador don Pedro de Valdivia.
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De las diócesis o obispados que hay en este reino del Perú, y quién son los obispos dellos, y de la chancillería real que está en la ciudad de los Reyes Pues en muchas partes desta escriptura he tratado los ritos y costumbres de los indios y los muchos, templos y adoratorios que tenían, donde el demonio por ellos era visto y servido, me parece será bien escrebir los obispados que hay y quién han sido y son los que rigen las iglesias, pues es cosa tan importante el tener, como tienen, a su cargo tantas ánimas. Después que se descubrió este reino, como se hubiese hallado en la conquista el muy reverendo señor don fray Vicente de Valverde, de la orden del señor santo Domingo, traídas las bulas del Sumo Pontífice, su majestad lo nombró por obispo del reino, el cual fué hasta que los indios lo mataron en la isla de Puna. Y como se fuesen poblando ciudades de españoles, acrecentáronse los obispados; y así, se proveyó por obispo del Cuzco el muy reverendo señor don Juan Solano, de la orden del señor santo Domingo, que vive en este año de 1550, y es al presente obispo del Cuzco, donde está la silla episcopal, y de Guamanga, Arequipa, la nueva ciudad de la Paz. Y de la villa de Plata, de la ciudad de los Reyas y Trujillo, Guanuco, Chachapoyas, lo es el reverendísimo señor don Hierónimo de Loaysa, fraile de la misma orden, el cual en este tiempo se nombró por arzobispo de los Reyes. De la ciudad de San Francisco del Quito y de Sant Miguel, Puerto Viejo, Guayaquil, es obispo don García Díaz de Arias; tiene su silla en el Quito, que es la cabeza de su obispado. De la gobernación de Popayán es obispo don Juan Valle; tiene su asiento en Popayán, que es cabeza de su obispado, en el cual se incluyen las ciudades y villas que conté en la descripción de la dicha provincia. Estos señores son los que yo dejé por obispos al tiempo que salí del reino, los cuales tienen en los pueblos y ciudades de sus obispados cuidado de poner curas y clérigos que celebren los divinos oficios. La gobernación del reino resplandece en este tiempo en tanta manera, que los indios enteramente son señores de sus haciendas y personas, y los españoles temen los castigos que se hacen, y las tiranías y malos tratamientos de indios han ya cesado por la voluntad de Dios, que cura todas las cosas con su gracia. Para esto ha aprovechado poner audiencias y chancillerías reales y que en ellas estén varones dotos y de autoridad, y que, dando ejemplo de su limpieza, osen ejecutar la justicia y haber hecho la tasación de los tributos en este reino. Es visorey el excelente señor don Antonio de Mendoza, tan valeroso y abastado de virtudes cuanto falto de vicios, y oidores los señores el licenciado Andrés de Cianca y el doctor Bravo de Saravia y el licenciado Hernando de Santillán. La corte y chancillería real está puesta en la ciudad de los Reyes. Y concluyo este capítulo con que, al tiempo que en el consejo de su majestad de Indias se estaba viendo por los señores dél esta obra, vino de donde estaba su majestad el muy reverendo señor don fray Tomás de San Martín, proveído por obispo de las Charcas, y su obispado comienza desde el término donde se acaba lo que tiene la ciudad del Cuzco hacia Chile, y llega hasta la provincia de Tucuma, en el cual quedan la ciudad de la Paz y la villa de Plata, que es cabeza deste nuevo obispado que agora se provee.
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De lo que se hizo en el real de Narváez después que de allí salieron nuestros embajadores Pareció ser que como se vinieron el Juan Velázquez y el fraile e Juan del Río, dijeron al Narváez sus capitanes que en su real sentían que Cortés había enviado muchas joyas de oro, y que tenía de su parte amigos en el mismo real, y que sería bien estar muy apercibido y avisar a todos sus soldados que estuviesen con sus armas y caballos prestos; y demás desto, el cacique gordo, otras veces por mí nombrado, temía mucho a Cortés, porque había consentido que Narváez tomase las mantas y oro e indias que le tomó; y siempre espiaba sobre nosotros en qué parte dormíamos, por qué camino veníamos, porque así se lo había mandado por fuerza el Narváez; y como supo que ya llegábamos cerca de Cempoal, le dijo al Narváez el cacique gordo: "¿Qué hacéis, que estáis muy descuidado? ¿Pensáis que Malinche y los teules que trae consigo que son así como vosotros? Pues yo os digo que cuando no os cataréis será aquí y os matará"; y aunque hacían burla de aquellas palabras que el cacique gordo les dijo, no dejaron de se apercibir, y la primer cosa que hicieron fue pregonar guerra contra nosotros a fuego y sangre y a toda ropa franca; lo cual supimos de un soldado que llamaban "el Galleguillo", que se vino huyendo aquella noche del real de Narváez, o le envió el Andrés de Duero, y dio aviso a Cortés de lo del pregón y de otras cosas que convino saber. Volvamos a Narváez, que luego mandó sacar toda su artillería y los de a caballo, escopeteros y ballesteros y soldados a un campo, obra de un cuarto de legua de Cempoal, para allí nos aguardar y no dejar ninguno de nosotros que no fuese muerto o preso; y como llovió mucho aquel día, estaban ya los de Narváez hartos de estar aguardándonos al agua; y como no estaban acostumbrados a aguas ni trabajos, y no nos tenían en nada sus capitanes, le aconsejaron que se volviesen a los aposentos, y que era afrenta estar allí, como estaban, aguardando a dos, tres, y as que decían que éramos, y que asestase su artillería delante de sus aposentos, que era diez y ocho tiros gruesos, y que estuviesen toda la noche cuarenta de a caballo esperando en el camino por do habíamos de venir a Cempoal, y que tuviese al paso del río, que era por donde habíamos de pasar, sus espías, que fuesen buenos hombres de a caballo y peones ligeros para dar mandado; y que en los patios de los aposentos de Narváez anduviesen toda la noche veinte de a caballo; y este concierto que le dieron fue por hacerle volver a los aposentos; y más le decían sus capitanes: "Pues ¡cómo, Señor! ¿Por tal tiene a Cortés, que se ha de atrever con tres gatos que tiene a venir a este real; por el dicho deste indio gordo? No lo crea vuestra merced, sino que echa aquellas algaradas y muestras de venir porque vuestra merced venga a buen concierto con él"; por manera que así como dicho tengo se volvió Narváez a su real, y después de vuelto, públicamente prometió que quien matase a Cortés o a Gonzalo de Sandoval que le daría dos mil pesos; y luego puso espías al río a un Gonzalo Carrasco, que vive ahora en la Puebla, y al otro que se decía fulano Hurtado. El nombre y apellido y señal secreta que dio cuando batallasen contra nosotros en su real había de ser "Santa María, Santa María"; y demás deste concierto que tenían hecho, mandó Narváez que en su aposento durmiesen muchos soldados, así escopeteros como ballesteros, y otros con partesanas, y otros tantos mandó que estuviesen en el aposento del veedor Salvatierra, y Gamarra, y del Juan Bono. Ya he dicho el concierto que tenía Narváez en su real, y volveré a decir la orden que se dio en el nuestro.
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Capítulo CXXI Que trata de cómo llegado el general Francisco de Villagran a la ciudad de Santiago con toda la gente y de lo que allí hizo Llegado el general Francisco de Villagran a la ciudad de Santiago con la gente de la Concepción, que eran ciento y cincuenta hombres y más de cincuenta mujeres, entendió con el Cabildo en cómo lo recibiesen, pues las demás ciudades le habían recebido. El cabildo le respondió que acordarían en ello, y entrados en su acuerdo, acordaron de no le recebir, y la causa de ello fue por haber recebido a Rodrigo de Quiroga, como tengo dicho. Y cuando supieron las nuevas de la muerte del gobernador, sacaron un testamento que el gobernador don Pedro de Valdivia tenía en la caja de Su Majestad, el cual leído y visto por el Cabildo de esta ciudad, hallaron en él que dejaba después de sus días al general Gerónimo de Alderete para que tuviese en justicia la tierra, hasta tanto que Su Majestad proveyese, y en ausencia del general Gerónimo de Alderete, al capitán Francisco de Aguirre. Esto hizo por virtud de una provisión que del presidente Pedro de la Gasca tenía, y que pudiese señalar y dejar después de sus días a una persona. Y en esta sazón el general Gerónimo de Alderete estaba en España y Francisco de Aguirre estaba en la provincia de Tucumán, el cual había enviado preso a esta tierra a Joan Núñez de Prado, y para ello llevó provisión del gobernador, porque cuando Francisco de Villagran le dejó por teniente del gobernador don Pedro de Valdivia en la ciudad del Barco en la provincia de Tucumán, viendo que estaba en los límites de la gobernación de don Pedro de Valdivia, mudó la ciudad de la provincia de los jurís donde estaba Francisco de Aguirre. Y sabido por algunos amigos suyos en esta ciudad de Santiago la cláusula del testamento, le escribieron cómo el gobernador le había dejado encumbrado en su testamento después de sus días. Cuando estas cartas le escribieron tenían que habían llevado las ciudades de arriba todas y muertos los españoles, y así se lo escribieron. Vistas las cartas por Francisco de Aguirre y sabido el suceso del gobernador, dejando buen recaudo en aquella ciudad, se partió con sesenta hombres, que es ciento y ochenta leguas de esta ciudad de Santiago, el cual vino al valle del Copiapó porque es la entrada de aquellas provincias por allí. Y de allí vino a la ciudad de la Serena. Visto y sabido por Francisco de Villagran la venida de Francisco de Aguirre y al efecto que venía, daba priesa al Cabildo que le recibiesen. Y lo mismo escribió Francisco de Aguirre al Cabildo, pues que Gerónimo de Alderete no estaba en la tierra. Y visto por el Cabildo que el uno y el otro pretendían mandar esta gobernación, respondieron que no había lugar. Y esto dijeron a Francisco de Villagran y lo mismo a Francisco de Aguirre. Tornó a escribir al Cabildo cómo él era venido de la provincia de los juríes a causa de la muerte del gobernador y que en un testamento que había dejado en esta ciudad en la caja de Su Majestad, le dejaba después de sus días en su lugar, hasta en tanto que Su Majestad proveyese otra cosa, o en su lugar, a la Audiencia Real de la ciudad de los Reyes. Vista la carta por el Cabildo le respondieron como de antes. Y en este tiempo el general Francisco de Villagran, visto que no le recebían en esta ciudad, despachó un navío a la ciudad de Valdivia y a la Imperial con los soldados que en él pudo enviar, que fueron hasta treinta hombres, para darles aviso del suceso y cómo la tierra estaba. Y con este aviso se partió este navío del puerto de Valparaíso, y llegado que fue a la ciudad de Valdivia, dio los despachos que llevaba, por los cuales luego el teniente, que era allí por el general, despachó a la ciudad Imperial, haciendo saber lo que pasaba a Pedro de Villagran. E viendo Pedro de Villagran la necesidad que tenía de socorro, despachó un regidor para que viniese a la ciudad de Santiago, e de la ciudad de Valdivia vino otro regidor. E con ellos se partió el navío e vino a Valparaíso. E vinieron los regidores a la ciudad e dieron sus despachos. E viendo que le pedían socorro e que él no podía darlo, e que no bastaban los requirimientos de los cabildos de todas las ciudades para que le recibiese el Cabildo de Santiago, y viendo la necesidad que las ciudades de arriba tenían y que él no era parte para sacar la gente para poder hacer aquel socorro que tan necesario era al servicio de Dios y de Su Majestad y bien de este reino, acordó en nombre de Su Majestad, repartir todos los indios que estaban vacos en ciento y cincuenta conquistadores, e para hacer mejor este socorro, requirió al Cabildo de esta ciudad le recibiese, porque convenía al servicio de Su Majestad, y que él quería ir con aquellos ciento y cincuenta hombres a socorrer las ciudades de arriba. El Cabildo respondió que aquí estaban el licenciado Joan Gutiérrez de Altamirano y el licenciado Pedro de las Peñas, que eran letrados, y que lo que ellos dijesen por su parecer que ellos estarían por ello. Y el general respondió que era contento y que cualquiera persona que ellos señalasen que fuese recibido, que él lo obedecería y estaría por ello. Y con este acuerdo habló el Cabildo a los letrados para que diesen su parecer, quién tenía más justicia de ser recibido y se debía recebir. Francisco de Villagran e Francisco de Aguirre respondieron que eran contentos y los licenciados respondieron que eran contentos de dar su parecer, con tal condición que habían de estar en el puerto de Valparaíso metidos en un navío y que allí darían el parecer, para que el uno de ellos fuese en el navío a dar cuenta a la Audiencia Real de la ciudad de los Reyes y que el otro saldría con el parecer que diesen. Visto por el Cabildo la respuesta de los letrados, acordaron que fuese ansí, yendo con el que fuese a dar cuenta uno de los del Cabildo. Y acordado en esto Francisco de Villagran y el Cabildo, le tomaron pleito homenaje que no iría ni vendría contra el parecer que los letrados diesen y él lo juro ansí. Al letrado que iba a dar cuenta al Audiencia dieron cuatro mil y quinientos pesos y al que saliese con el parecer mil y quinientos pesos. Y así fueron a la mar los dos letrados, y embarcados en el navío y a punto de hacerse a la vela, dieron su parecer, e dado le cerraron, e salió con él Joan Gutiérrez Altamirano y el otro fue a dar cuenta con el regidor que fue Francisco de Riberos. Y luego se hizo el navío a la vela. E venido el parecer a la ciudad y entregado al Cabildo, estando presente Francisco de Villagran, e leído, el parecer que dieron fue que la tierra se estuviese como se estaba sin recebir a ninguno hasta pasados seis meses, y que si dentro de estos seis meses no viniese respuesta de la Audiencia Real, que recibiesen a Francisco de Villagran. Y ansí visto y declarado lo que en el parecer decían, y viendo Francisco de Villagran el daño que la tierra recebía en no haber cabeza, y que se perdería, y que era servicio de Su Majestad, y que a él le habían de echar la culpa, hizo con el Cabildo que te recibiesen, porque ansí convenía al servicio de Dios y de Su Majestad y a la sustentación de este reino. Y ellos le respondieron que sí recibían, mas que le recebían por fuerza. Y así le recibieron, miércoles, a catorce de septiembre del año de mil y quinientos y cincuenta y cuatro. No vinieron este año navíos a causa de la alteración de Francisco Hernández Girón, y a esta causa los letrados pusieron los seis meses, que era el tiempo que los navíos viniesen a esta gobernación. Sabido por Francisco de Aguirre el parecer que los letrados habían dado y cómo se había hecho recebir Francisco de Villagran, despachó seis hombres por tierra al Audiencia Real de la ciudad de los Reyes con el treslado del testamento de don Pedro de Valdivia. Visto el general que los regidores que habían venido de los cabildos de arriba le daban priesa que fuese a socorrer aquellas ciudades, porque las dejaba en gran necesidad, y que los indios habían llegado legua y media de la ciudad Imperial para dar en ellos, e que fue Nuestro Señor servido no dieron, antes se volvieron a sus tierras, acordó de irlas a socorrer. Y para ello sacó de la caja de Su Majestad de la ciudad de Santiago cincuenta mil pesos, aunque algunos se lo tuvieron a mal, no entendiendo el servicio que en ello se hacía a Dios y a Su Majestad y a la sustentación de este reino. Esto hizo el general, teniendo atención que Su Majestad se lo tendría en servicio.
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De los monesterios que se han fundado en el Perú desde el tiempo que se descubrió hasta el año de 1550 años Pues en el capítulo pasado he declarado brevemente los obispados que hay en este reino, cosa conveniente será hacer mención de los monesterios que se han fundado en él, y quién fueron los fundadores, pues en estas casas asisten graves varones, y algunos muy doctos. En la ciudad del Cuzco está una casa de señor Santo Domingo, en el propio lugar que los indios tenían su principal templo; fundóla el reverendo padre fray Juan de Olías. Hay otra casa de señor San Francisco; fundóla el reverendo padre fray Pedro Portugués. De nuestra Señora de la Merced está otra casa; fundóla el reverendo padre fray Sebastián. En la ciudad de la Paz está otro monesterio de señor San Francisco; fundólo el reverendo padre fray Francisco de los ángeles. En el pueblo de Chuquito está otro de dominicos; fundólo el reverendo padre fray Tomás de San Martín. En la villa de Plata está otro de franciscos; fundólo el reverendo padre fray Hierónimo. En Guamanga está otro de dominicos; fundólo el reverendo padre fray Martín de Esquivel, y otro monesterio de nuestra Señora de la Merced; fundólo el reverendo padre fray Sebastián. En la ciudad de los Reyes está otro de franciscos; fundólo el reverendo padre fray Francisco de Santa Ana; y otro de dominicos; fundólo el reverendo padre fray Juan de Olías. Otra casa está de nuestra Señora de la Merced; fundóla el reverendo padre fray Miguel de Orenes. En el pueblo de Chincha está otra casa de Santo Domingo; fundóla el reverendo padre fray Domingo de Santo Tomás. En la ciudad de Arequipa está otra casa desta orden; fundóla el reverendo padre fray Pedro de Ulloa. Y en la ciudad de León de Guanuco está otra; fundóla el mismo padre fray Pedro de Ulloa. En el pueblo de Chicama está otra casa desta misma orden; fundóla el reverendo padre fray Domingo de Santo Tomás. En la ciudad de Trujillo hay monesterio de franciscos, fundado por el reverendo padre fray Francisco de la Cruz, y otro de la Merced, que fundó el reverendo padre fray ...... En el Quito está otra casa de dominicos; fundóla el reverendo padre fray Alonso de Montenegro, y otro de la Merced, que fundó el reverendo padre fray ......, y otro de franciscos, que fundó el reverendo padre fray Iodoco Rique, flamenco. Algunas casas habrá más de las dichas, que se habrán fundado, y otras que se fundarán por los muchos religiosos que siempre vienen proveídos por su majestad y por los de su consejo real de Indios, a los cuales se les da socorro, con que puedan venir a entender en la conversión destas gentes, de la hacienda del Rey, porque así lo manda su majestad, y se ocupan en la dotrina destos indios con grande estudio y diligencia. Lo tocante a la tasación y otras cosas que convenía tratarse quedará para otro lugar, y con lo dicho hago fin con esta primera parte, a gloria de Dios todo poderoso nuestro Señor, y de su bendita y gloriosa Madre, Señora nuestra. La cual se comenzó a escrebir en la ciudad de Cartago, de la gobernación de Popayán, año 1541, y se acabó de escrebir originalmente en la ciudad de los Reyes, del reino del Perú, a 8 días del mes de setiembre de 1550 años, siendo el autor de edad de treinta y dos años, habiendo gastado los diez y siete dellos en estas Indias.