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Capítulo cuarto De las cometas Llamava esta gente a la cometa citlalin popoca, que quiere decir "estrella que humea"; teníanla por prenóstico de la muerte de algún principe o rey, o de guerra o de hambre. La gente vulgar dezía: "Esta es nuestra hambre." A la inflamación de la cometa llamava esta gente citlalin tlamina, que quiere dezir "la estrella tira saeta"; y dezían que siempre que aquella saeta caía sobre alguna cosa biva, liebre o conejo o otro animal, y donde hería, luego se criava un gusano, por lo cual aquel animal no era de comer. Por esta causa procurava esta gente de abrigarse de noche, porque la inflamación de la cometa no cayese sobre ellos. A las estrellas que están en la boca de la Bozina llama esta gente citlalxunecuilli; píntalas a manera de ese rebuelta. Siete estrellas dizen que están por sí apartadas de las otras, y que son resplandecientes; llámanles citlalxunecuilli porque tienen semejança con cierta manera de pan que hazen a manera de ese, al cual llaman xunecuilli, el cual pan se comía en todas las casas un día del año que se llama xuchílhuitl. A aquellas estrellas que en algunas partes se llaman El Carro, esta gente las llama Escurpión, porque tienen figura de escurpión o alacrán; y assí se llaman en muchas partes del mundo. Esta gente atribuía el viento a un dios que llamavan Quetzalcóatl, bien casi como dios de los vientos. Sopla el viento de cuatro partes del mundo por mandamiento de este dios, según ellos dezían; de la una parte viene de hazia el oriente, donde ellos dizen estar el paraíso terrenal, al cual llaman Tlalocan. A este viento le llamavan tlalocáyutl; no es viento furioso; cuando él sopla no impide las canoas andar por el agua. El segundo viento sopla de hazia el norte, donde ellos dizen estar el infierno, y assí le llaman mictlampaehécatl, que quiere dezir "el viento de hazia el infierno". Este viento es furioso, y por esso le temen mucho; cuando él sopla no pueden andar las canoas por el agua, y todos los que andan por el agua se salen por temor cuando él sopla, con toda la priesa que pueden, porque muchas vezes peligran con él. El tercero viento sopla de hazia el occidente, donde ellos dezían que era la habitación de las diosas que llaman cioapipilti. Llamávanle cioatlampa ehécatl o cioatecáyotl, que quiere dezir "viento que sopla de donde habitan las mugeres"; este viento no es furioso, pero es frío, haze temblar de frío; con este viento bien se navega. El cuarto viento sopla de hazia el mediodía, y llámanle uitztlampa ehécatl, que quiere dezir "viento que sopla de aquella parte donde fueron los dioses que llaman uitznáoa." Este viento en estas partes es furioso, peligroso para navegar; tanta es su furia algunas vezes, que arranca los árboles y trastorna las paredes, y levanta grandes olas en el agua; las canoas que topa en el agua échalas a fondo o las levanta en alto; es tan furioso como el cierço o norte. Por diversos nombres nombran al relámpago o rayo. Atribuíanle a los tlaloques o tlamacazques; dezían que ellos hazían los rayos y relámpagos y truenos, y ellos herían con ellos a quien querían.
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Capítulo cuarto De los señores de Uexutla Dizen que los primeros chichimecas que vinieron a la provincia de Tezcuco o Aculhoaca assentaron en el lugar que agora se llama Uexutla. El primer señor de Uexutla se llamó Maçatzin Tecutli, y reinó setenta y ocho años. El segundo señor de Uexutla se llamó Tochin Tecutli, y reinó treinta y ocho años. El tercero señor se llamó Ayotzin Tecutli, y reinó setenta y cuatro años. El cuarto señor se llamó Cuatlauice Tecutli, y reinó cincuenta y cinco años. El quinto señor se llamó Totomochtzin, y reinó cincuenta y dos años. Estos cincos señores reinaron en Uexutla trezientos años, que nunca echaron tributo. Todos los maceguales eran libres. El sexto señor se llamó Yaotzin Tecutli, y reinó cincuenta y tres años. Este echó tributo a los que se llaman Tepanoayan tláca. Este fue el primer tributo. El séptimo señor se llamó Xilotzi Tecutli. Reinó veinte y ocho años. El octavo señor se llamó Itlacauhtzin. Reinó veinte y ocho años. El noveno señor se llamó Tlaçulyaotzin. Reinó cincuenta y tres años. En tiempo de éste fue elegido por señor en Texcuco Neçaoalcoyotzin, y reinaron ambos juntos algún tiempo, el uno en Uexulta y el otro en Tezcuco. El décimo señor se llamó Tzontemoctzin, y reinó quinze años. El onzeno señor se llamó Cuitlaoatzin, y reinó cuarenta y un años. El duodécimo señor se llamó Tzapocuetzin. Reinó treze años. El tercio décimo señor se llamó también Cuitlaoatzin el menor, y reinó treze años. Todos estos señores de Uexutla reinaron cuatrozientos y ochenta años, pocos menos.
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Capítulo cuarto De lo que hazían en llegando a donde iban Después que los mercaderes llegavan a la provincia a donde iban, o Anáoac o a otra, luego sacavan las mantas ricas y naoas ricas y camissas ricas de mugeres que les havía dado el señor de México. Estas se les presentavan de parte del señor, saludándole de su parte; y como recibían los señores de aquella provincia estos dones, luego ellos presentavan otros dones de otras maneras, para que fuessen de su parte presentados al señor de México. Eran estos dones plumas ricas que llaman uiacquetzalli, y otras también ricas que llaman totocuitlapíltic quetzalli, y otras que llaman chilchótic quetzalli, y otras plumas ricas de otras maneras que llaman xiuhtótotl, y otras que llaman tzinitzcan. Entravan en la provincia de Anáoac no todos, sino aquellos que iban de parte del señor de México, con quien estavan aliados o confederados, que eran los tenochcas, o tlatilulcas, o los de Uitzilopuchco, o los de Azcaputzalco, o los de Cuauhtitlan. Todos iban acompañados los unos con los otros; iban todos juntos hasta el pueblo de Tochtépec. En este pueblo se dividían: unos iban a Anáoac Ayotlan, otros iban a Anáoac Xicalanco. Los mercaderes del Tlatilulco dividíanse en dos partes, y los tenochcas en otras dos, y los que acompafiavan a estas parcialidades o divisiones eran los de Uitzilopuchco y de Azcaputzalco y de Cuauhtitlan. Cuando iban a entrar en aquellas provincias que ya havían pasado de Tochtépec, todos iban a punto de guerra, con sus rodelas y con sus espadas como ellos las usavan, y con sus vanderas, porque passavan por tierra de guerra. En algunas partes recebían daño de los enemigos; en otras partes captivavan de ellos. Desque llegavan a Xicalanco, davan el presente que llevavan de mantas y naoas y huipiles y mastles, muy labradas y ricas. Dávanlas, como está dicho, a los principales. Y luego también los mercaderes sacavan las joyas de oro y piedras que sabían que eran preciosas en aquella provincia, una de las cuales se llama tepeyo teucuítlatl, que era como corona de oro, y otra que se llama teucuitlaixcuaámatl, que era una plancha de oro, delgada y flexible, que se ceñían a la frente, y otra que se llamava teucuitlatlancózcatl, y otra que se llamava pitzáoac Teucuitlacózcatl. Todas estas joyas eran para los señores. Llevavan también otras para las señoras, una de ellas eran vasitos de oro, donde ponen el huso cuando hilan, otras eran orejeras de oro, otras eran orejeras de cristal. También llevavan para la gente común orejeras de la piedra negra que se llaman itztli, y otras de cobre muy lucias o polidas. También llevavan navajas de la piedra negra que se llama itztli, para raer los cabellos y pelos, y otras navajitas de punta para sangrar que llaman uitzauhqui. También llevavan cascabeles como ellos los usavan, y agujas como las usavan, y grana de tunas, y piedra lumbre y tochómitl. Llevavan también una cierta yerba muy olorosa que llaman tlacopatli, y otra que llaman xochipatli. Los principales mercaderes, que se llaman tealtiani tecoanime, llevavan esclavos para vender, hombres y mugeres, y muchachos y muchachas, y vendíanlos en aquella provincia de Xicalanco. Y cuando los llevavan por la tierra de enemigos, llevávanlos vestidos con armas defensivas que llaman ichcauipilli, porque no se los matassen los enemigos, que eran los de Tecuantépec y los de Tzaputlan y los de Chiapanécatl, por cuyos términos iban. Y cuando ya iban a entrar a la tierra de los enemigos, embiavan mensajeros a los de la provincia adonde iban, para que supiessen que iban y les saliessen de paz. Y yendo por la tierra de los enemigos, iban de noche y no de día. Como llegavan los mensajeros a dar mandado a Anáoac, luego los señores salían a recebirlos, y también venían aparejados de guerra con todas sus armas. Y recebíanlos en medio del camino de los enemigos, y de allí los llevavan consigo hasta su tierra, que es Anáoac Xicalanco. En llegando los mercaderes a la provincia de Anáoac Xicalanco, luego davan a los señores lo que el señor de México los embiava: mantas ricas y mastles y huipiles y naoas, y saludávanle de su parte. Y luego los señores o señor de la misma provincia del pueblo de Xicalanco y del pueblo de Cimatécatl y Coatzacualco les davan grandes piedras labradas, verdes, y otros chalchihuites verdes labrados, largos, y otros chalchihuites colorados, y otros que se llaman quetzalchalchíuitl, que son esmeraldas, que agora se llaman quetzalitztli, y otra esmeraldas que se llaman tlilayótic quetzalitztli, y otras piedras que se llaman xiuhchimalli, otras que se llaman quetzalichpetztli tzalayo. Y también les davan caracoles colorados, y avaneras coloradas y otra avaneras amarillas, y paletas de cacao amarillas, hechas de conchas de tortugas, y otras paletas también de tortugas pintadas como cuero de tigre, blanco y negro. Dávanles plumas ricas: unas que se llaman teuquéchol, otras que se llaman çacuan, otras que se llaman chalchiuhtotolin, y otras plumas de papagayos, y cueros labrados de bestias fieras, como es del tigre que llaman tlatlauhqui océlotl. Todas estas cosas traían los mercaderes de aquella provincia de Xicalanco para el señor de México. Y como bolvían y llegavan a México, luego lo presentavan al señor. De esta manera dicha hazían sus viajes los mercaderes de México que llamavan tecunenenque, yendo a aquella tierra de Anáoac que está cercada de enemigos de los mexicanos. El señor de México quería mucho a estos mercaderes; teníalos como, a hijos, como a personas nobles, y muy avisadas y esforçadas.
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Capítulo cuarto De los oficios, condiciones y dignidades de personas nobles Persona de manera o estado, o generosas. La persona generosa o de gran linaje es de gran estima; es de gran precio; es digna de ser reverenciada; es digna de ser temida; es persona que espanta; es digna de ser obedescida. La persona generosa bien acondicionada es amorosa; es piadosa; es compasiva; es liberal; imprime reverencia en los que le ven. La persona generosa mal acondicionada es insufible; es temerosa; quiere ser temida y reverenciada; imprime temblor y espanto; es alborotador de los suyos. Este nombre tlácatl quiere dezir persona noble, generosa o magnífica. Y su compuesto, que es atlácatl es contradictorio: significa persona vil y de baxa suerte. Y los compuestos de tlácall, que se componen con nombres numerales, significan persona común, como diziendo: cetlácatl, "una persona", hombre o muger; umetlácatl, "dos personas", hombres o mugeres; y diziendo: cuix tlácati, quiere dezir es "persona vil y de baxa suerte"; y cuando dizen: cacenca tlácati, quieren dezir "es persona muy de bien", es muy noble o muy generosa". Las excelencias del señor, rey o emperador, obispo o papa, p6nense por vfa de metáfora. Ceoallo hecauhyo, quiere dezir cosa que "haze sombra", porque el mayor ha de hazer sombra a sus súbditos; malacayo, "cosa que tiene gran circuito en hazer sombra", porque el mayor ha de amparar a todos, chicos y grandes; ptichoti, es un árbol que haze gran sombra y tiene muchas ramas. audued, es de la misma manera porque el señor ha de ser semejante a estos árboles donde todos sus áditos se amparen. El mayor ha de ser reverenciable, espantable, preciado y temido de todos. El mayor que haze bien su oficio ha de llevar a sus súbditos, unos a cuestas, otros en el regaço, otros en braço; halos de allegar y tener debaxo de sus alas como la gallina a los pollos. El senador tiene estás propiedades, conviene a saber, ser juez y saber bien averiguar los pleitos; ser respectado, grave, severo, espantable, y tener presencia digna de mucha gravedad y reverencia, y ser temido de todos. El buen senador es recto juez y oye a entrambas partes, y pondera muy bien la causa de los unos y de los otros. E da a cada uno lo, que es suyo y siempre haze justicia. derecha. No es acetador de personas y sin pasión haze justicia. El mal senador por el contrario es acetador de personas y es apasionado, acuesta a una parte o es parcial; amigo de cohechos y en todo interesal. La persona noble o de linage es de buenas entrañas, de real condición y de honesta vida, humilde, avisado, recatado, amado de todos, pacifico, hombre cabal, sosegado, de buena y limpia vida, sabio y prudente. Por el contrario, la persona que es de buen linage y mal acondicionado es muy entremetido en todo, inquieto, sobervio, alocado, medio chocarrero, molesto y penoso a todos, burlador, atrevido y determinado. El verdadero cavallero es muy estimado, amado, y de buena condición; a todos quiere bien y tiénelos en mucho, y con todos vive en paz y amor; a todos honra y les muestra benevolencia, y con todos es bien hablado. Y el cavallero mal acondicionado es de baxo quilate, imprudente, tonto, desatentado o atolondrado, precipitado o inconsiderado en todo, e a todos es penoso, fastidioso y enojoso. El que es ilustre o generoso es como una piedra preciosa y como una joya rica, o como la pluma preciada, y ansí es digno de ser muy bien tratado y regalado, e tenido por hombre noble, generoso; al fin, de muy esclarecido linage y de los finos y mejores cavalleros. El generoso de buena condición tiene todo lo siguiente, que arna y respeta a todos; no es sobervio; es pacífico, y con gran cordura todo lo haze, y muy curial en lo que habla. El generoso de mala condición es desasosegado y reboltoso, y con su mala vida y condición a todos es desabrido y degustoso; mal mirado en su habla y tosco en sus costumbres.
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Capítulo cuarto De otros animales del agua que no son comestibles Párrapho primero: es de los caimanes y otros animales semejantes Hay en esta tierra unos grandíssimos lagartos que ellos llaman acuetzpalin; los españoles llaman caimanes. Son largos y gruessos. Tienen pies y manos y colas largas, y dividida la punta en tres o cuatro. Tiene la boca muy ancha y muy ancho tragadero. Los grandes de ellos tráganse un hombre entero. Tienen el pellejo negro; tienen conchas en el lomo muy duras. Sale de ellos mal hedor. Atraen con el anhélito lo que quieren comer. Estos no andan en la mar sino en las orillas de los ríos grandes. Hay un animal en la mar que se llama acipaquitli. Es grande y largo y gruesso. Tiene pies y manos y grandes uñas, y alas y cola larga y llena de gajos como un ramo de árbol. Hiere con la cola y mata, y corta con ella lo que quiere. Come peces y trágalos vivos, y aun personas traga. Desmenuça con los dientes. Tiene la cara y dientes como persona. A la nutria llaman aitzcuintli, la cual también anda en el agua. Hay un animal del agua que llaman acóyotl. Es del grandor de un gozco o de un podenco. Tiene la lana larga y lisa, y no le cala el agua; tiene el pecho blanco. Ya está dicho este animal entre los coyotes. Párrapho segundo: de un animalejo llamado auítzotl, notablemente monstruoso en su cuerpo y en sus obras, que habita en los manantiales o venas de las fuentes Hay un animal en esta tierra que vive en el agua, nunca oído, el cual se llama auítzotl. Es tamaño como un perrillo. Tiene el pelo muy lezne y pequeño; tiene las oregitas pequeñas y puntiagudas; tiene el cuerpo negro y muy liso; tiene la cola larga, y en el cabo de la cola una mano como mano de persona; tiene pies y manos, y las manos y pies como de mona. Habita este animal en los profundos manantiales de, las aguas, y si alguna persona llega a la orilla del agua donde él habita, luego le arrebata con la mano de la cola y le mete debaxo del agua y le lleva al profundo. Y luego turba el agua y la haze hervir y levantar olas; parece que es tempestad del agua, y las olas quiebran en las orillas y hazen espuma. Y luego salen muchos peces y ranas del profundo del agua y andan sobre la haz del agua, y hazen grande alboroto en el agua. Y el que fue metido debaxo del agua allí muere. Dende a pocos días el agua echa fuera el cuerpo, del que fue ahogado, y sale sin ojos y sin dientes y sin uñas. Todo, se lo quitó el auítzotl. El cuerpo ninguna llaga traye, sino todo lleno de cardinales. Aquel cuerpo nadie le osava sacar. Hazíanlo saber a los sátrapas de los ídolos, y ellos solos le sacavan, porque dezían que los demás no eran dignos de tocarle. Y también dezían que aquel que fue ahogado, los dioses tlaloques havían embiado su ánima al paraíso terrenal. Y por esto le llevavan en unas andas con gran veneración a enterrar a uno de los oratorios que llaman ayauhcalco. Adornavan las andas con que le llevavan con espadañas, y iban tañiendo flautas delante del cuerpo. Y si por ventura alguno de los seglares quería sacar aquel cuerpo del agua, también se ahogava en el agua o le dava gota artética. Dezían que éste que assí moría era por una de dos causas: o porque era muy bueno, y por su bondad los dioses tlaloques le querían llevar a su compañía al paraíso terrenal, o porque por ventura tenía algunas piedras preciosas en su poder, de lo cual estavan enojados los dioses tlaloques, porque no querían que los hombres poseyesen piedras preciosas, y por esta causa le matavan enojados contra él, y también le llevavan al paraíso terrenal. Y los parientes de estos tales consolávanse por saber que su pariente estava con los dioses del paraíso terrenal, y que por él havían de ser ricos y prósperos en este mundo. Tenían también otra superstición los parientes de éstos, que dezían que alguno de ellos havía también de morir de aquella muerte o herido de rayo, porque a petición de su pariente fuesse llevado al paraíso terrenal, donde él estava. Y por esto se guardavan mucho de bañarse. Dezían también que usava este animalejo de otra cautela para caçar hombres. Cuando havía ya mucho tiempo que no havía caçado ninguno, para caçar alguno hazía juntar muchos peces y ranas por allí donde él estava, que saltavan y andavan sobre el agua. Y los pescadores, por cobdicia de pescar aquellos peces que parecían, echavan allí sus redes. Y entonce caçava alguno y ahogávale y llevávale a su cueva. Dezía que usava otra cautela este animalejo, que cuando havía mucho tiempo que no pudía caçar ninguna persona, salíase a la orilla del agua y començava llorar como niño. Y el que oía aquel lloro iva pensando que era algún niño, y como llegava cerca del agua, assíale con la mano de la cola y llevávale debaxo del agua y allí le matava en su cueva. Dezían también que si alguno vía a este animalejo y no se atemoriçava de verle, ni el animalejo le acometía, que era señal que havía de murir presto. Dizen que una vieja que iva por agua caçó uno de estos animalejos y lo metió en el cántaro, y le atapó con el huipil, y lo, llevó a mostrar a los señores del pueblo. Y desque lo vieron, dixeron a la vieja que lo havía tomado que havía pecado en tomarle, porque es sujecto de los dioses tlaloques, y su amigo. Y mandáronsele volver a donde le havia tomado. Párrapho tercero: de una culebra o serpiente del agua, muy monstruosa en ferocidad y obras Hay una culebra en esta tierra que se llama acóatl o tlilcóatl, que anda en el agua y en el cieno. Es tan gruessa cuanto un hombre puede abraçar, y muy larga. Tiene grande cabeça; tiene barbas tras de la cabeça, como barbas de barbo grande. Es muy negra; reluce de negra. Tiene los ojos como brasas. Tiene horcaxada la cola. Mora en las cuevas o manantiales que hay debaxo del agua. Come peces, y atraye con el anhélito desde lexos hazia sí y ahoga en el agua a lo que atraye, ahora sea persona o animal. Notable astucia de esta culebra o serpiente: para caçar personas tiene esta culebra una astucia notable. Haze un hoyo acerca del agua del tamaño de un librillo grande, y toma peces grandes de las cuevas como barbos o otros de otra manera, y tráyelos en la boca y échalos en el hoyo que tiene hecho. Y ante que los eche, levanta el cuello en alto y mira a todas partes, y luego echa los peces en la lagunilla y buelve otra vez por otros. Y algunos indios atrevidos, entre tanto que sale otra vez, tómanle los peces de la lagunilla y echan a huir con ellos. Desque sale otra vez la culebra, luego ve que le han tomado los peces. Luego se levanta en alto sobre la cola y mira a todas partes y, aunque vaya lexos el que lleva los peces, vele. Y si no lo ve, por el olor le va rastrando y echa tras de él tan recio como una saeta, que parece que boela por encima de los çacates y de las matas. Y como llega al que le lleva los peces, enróscasele al cuerpo y apriétale reciamente. Y la cola, como la tiene hendida, métesela por las narizes, cada punta por una ventana, o se las mete por el sienso. Hecho esto, apriétase reciamente al cuerpo de aquel que le hurtó los peces, y mátale. Y si aquél es avisado, ante que acometa a tomar los peces haze una concavidad en algún árbol que está por allí cerca, y cuando huye vase acoger al árbol, a la concavidad que hizo. Y la culebra enróscase al árbol y apriétase con él reciamente, pensando que está enroscada con el hombre, y tan reciamente se aprieta que allí muere enroscada al árbol, y el que lleva los peces escápase. De otra manera mata esta culebra a los que passan por donde ella mora. Sale a la orilla del agua y arroja, como escupiendo, la ponçoña en aquel que pasa. Y luego caye tendido como borracho. Y luego le atraye a sí con el anhélito por fuerça, y va perneando el que assí es llevado. Y métele en la boca y ahógale en el agua, y allí le come. Párrapho cuarto: de otras culebras y savandijas del agua A las culebras del agua llaman acóatl, y son como las de Castilla. Pone en la letra las facciones y maneras de estas culebras, y cómo se deleznan con mucha ligereça y lo que comen. Hay en esta relación muy buenos vocablos, y muchos. Hay unos lagartillos del agua. No son buenos de comer. Y son pintados con unas estrellicas y tienen la barriga verde, pintada de blanco. Estos se crían también en los lugares húmedos. Pienso es vaqueruela de Castilla. Hay otro animal, como sapo, que se llama cácatl. Canta mucho más que las ranas. Son enojosos. Hay sapos en esta tierra como los de España, y llámanlos tamaçoli. Por la torpedad con que anda y salta, andando poco y parándose muchas vezes, sacaron de él un adagio contra los que tardan cuando son embiados a alguna parte. Dízenlos: "Ve presto como el sapo que da un salto y se para a mirar como atónito". Pónense en esta relación muchos vocablos y muy buenos cerca de la forma y manera de estos sapos. Otra manera de sapos hay que llaman milcálatl. Son algo más verdes que los de arriba.
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Cómo se supo lo acontecido en su viaje a Diego Méndez y a Fiesco Salidos Diego Méndez y Fiesco, de Jamaica, en sus canoas, aquel día tuvieron buen tiempo de calma, con el que navegaron hasta la tarde, esforzando y animando a los indios a bogar con las palas de que usan en lugar de remos; por ser muy recio el calor, para refrescarse y aliviarse, de cuando en cuando se arrojaban al mar, a nadar un poco; luego volvían frescos al remo. Navegando de este modo, a ras del agua, al ponerse el sol perdieron de vista la tierra; de noche se renovaba la mitad de los indios y de los cristianos, para bogar y hacer guarda, no fuese que los indios cometiesen alguna traición; navegaron toda aquella noche sin parar, de modo que a la venida del día estaban todos muy cansados; pero animando cada uno de los Capitanes a los suyos, y manejando ellos mismos alguna vez los remos, tomaron alimento para recobrar las fuerzas y el vigor, después de la mala noche pasada, y volvieron a su trabajo, no viendo más que agua y cielo. Era esto bastante para afligirles mucho, y de ellos podíamos decir lo que de Tántalo, que teniendo el agua sólo un palmo distante de la boca, no podía apagar la sed, como sucedía a los nuestros, que estuvieron en grandísimo trabajo por esto, a causa del mal gobierno de los indios, que con el gran calor del día y de la noche pasada, se habían bebido todo el agua, sin mirar adelante. El trabajo y la calma del mar eran insoportables; cuanto más se levantaba el sol, en el día segundo de su partida, tanto más crecía el calor y la sed de todos: de manera que al mediodía les faltaban del todo las fuerzas, y como en tales tiempos el cuidado y vigilancia del Capitán deben suplir la falta de medios, hallaron dos barriles de agua, por su buena suerte los Capitanes; y socorriendo con dos gotillas a los indios, los sostuvieron hasta el fresco de la tarde, alentándolos y asegurándoles que presto llegarían a una isleta llamada Navaza, que estaba en su viaje a ocho leguas distante de la Española. Porque demás de la gran fatiga de la sed, y haber bogado dos días y una noche, tenían turbado el ánimo, por imaginar que habían errado el camino, porque, según su cuenta, habían navegado entonces veinte leguas, y a su parecer debían haber visto dicha isla. Pero lo cierto es que les engañaba la fatiga y flojedad que tenían; porque bogando muy bien una barca o canoa, no puede hacer en un día y una noche más viaje que diez leguas, y porque las aguas desde Jamaica a la Española son contrarias a este viaje, que siempre parece más largo al que pasa mayores trabajos de manera que, venida la tarde, habiendo echado al mar uno que había muerto de sed, estando otros tendidos en el suelo de la canoa se hallaron tan atribulados de espíritu, tan débiles y sin fuerzas, que apenas adelantaban. Así, poco a poco, tomando alguna vez agua del mar, para refrescar la boca, que podemos decir que fue remedio usado por Nuestro Señor cuando dijo: "tengo sed", siguieron como podían, hasta que llegó la segunda noche, sin que hubiesen visto tierra. Pero como eran enviados por el que Dios quería salvar, les hizo merced, en ocasión tan angustiosa, de que Diego Méndez viese que salía la luna encima de tierra, pues la cubría una isleta, a modo de eclipse; de otro modo no hubieran podido verla, porque era muy pequeña, y en atención a la hora. Confortándolos Méndez con esta alegría, y mostrándoles la tierra, les dio mucho ánimo, y habiéndoles repartido, para mitigar la sed, una poca agua del barril, bogaron de modo que a la mañana siguiente se hallaron sobre la isla que según hemos dicho, distaba ocho leguas de la Española, y era llamada Navaza. Hallaron que ésta era toda de piedra viva, de media legua de circuito. Desembarcados donde mejor pudieron, dieron muchas gracias a Dios por tal socorro, y porque no había en ella agua dulce viva, ni árbol alguno, sino peñascos, anduvieron de peña en peña, recogiendo con calabazas el agua llovediza que hallaban, de la que Dios les dio tanta abundancia, que fue bastante para llenar los vientres y los vasos; aunque los más prudentes advirtieron a los otros que bebiesen con moderación, llevados por la sed, bebieron sin tino algunos indios, y se murieron allí; otros, enfermaron de grave dolencia. Habiendo descansado aquel día hasta la tarde, recreándose y comiendo lo que hallaban en la orilla del mar, porque Diego Méndez había llevado consigo los utensilios de sacar lumbre, con mucha alegría de estar a la vista de la Española, para que no les viniese algún mal tiempo, dispusieron acabar el viaje. Así, al caer el sol, con el fresco de la tarde, se encaminaron hacia el Cabo de San Miguel, que es el más próximo a la Española, y llegaron a la mañana del día siguiente, que era el cuarto desde que habían salido de Jamaica. Luego que descansaron allí dos días, Bartolomé Fiesco, que era caballero, aguijado por su honor, quiso volver con la canoa, como se lo había ordenado el Almirante; pero, como los marineros y los indios estaban muy fatigados, e indispuestos por el trabajo y por el agua de mar que habían bebido, que les parecía haberlos sacado Dios del vientre de una ballena, ninguno hubo que quisiera volver. Pero Diego Méndez, que tenía más prisa, había salido ya con su canoa, por la costa arriba de la Española, aunque padecía cuartanas por el trabajo que había sufrido en mar y en tierra, Con esta compañía, y la fatiga de ir por montes y malos caminos, llegó a Xaraguá, provincia que está en el Occidente de la Española, donde a la sazón estaba el Gobernador, quien mostró alegrarse de su venida, bien que luego se detuvo mucho en despacharle, por las causas dichas arriba. Al fin, después de mucha porfía, consiguióse que diese a Diego Méndez licencia para ir a Santo Domingo, a fin de comprar y aderezar un navío, con las rentas y el dinero que allí tenía el Almirante. Puesta en punto y aparejada esta nave fue enviada a Jamaica, a fines de mayo de 1504, y tomó el camino de España, según la orden que había dado el Almirante, para que diese relación a los Reyes Católicos de lo acontecido en su viaje.
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Cómo se repartió el oro que hubimos, así de lo que dio el gran Montezuma como de lo que se recogió de los pueblos, y de lo que sobre ello acaeció a un soldado Lo primero se sacó el real quinto, y luego Cortés dijo que le sacasen a él otro quinto como a su majestad, pues se lo prometimos en el arenal cuando le alzamos por capitán general y justicia mayor, como ya lo he dicho en el capítulo que dello habla. Luego tras esto dijo que había hecho cierta costa en la isla de Cuba que gastó en la armada, que lo sacasen de montón; y además desto, que se apartase del mismo montón la costa que había hecho Diego Velázquez en los navíos que dimos al través con ellos, pues todos fuimos en ello; y tras esto, para los procuradores que fueron a Castilla. Y demás desto, para los que quedaron en la Villa-Rica, que eran setenta vecinos, y para el caballo que se le murió y para la yegua de Juan Sedeño, que mataron en lo de Tlascala de una cuchillada; pues para el fraile de la Merced y el clérigo Juan Díaz y los capitanes y los que traían caballos, dobles partes; escopeteros y ballesteros por el consiguiente, e otras sacaliñas; de manera que quedaba muy poco de parte, y por ser tan poco muchos soldados hubo que no lo quisieron recibir; y con todo se quedaba Cortés, pues en aquel tiempo no podíamos hacer otra cosa sino callar, porque demandar justicia sobre ello era por demás; e otros soldados hubo que tomaron sus partes a cien pesos, y daban voces por lo demás; y Cortés secretamente daba a unos y a otros por vía que les hacía merced por contentarlos, y con buenas palabras que les decía, sufrían. Pues vamos a las partes que daban a los de Villa-Rica, que se lo mandó llevar a Tlascala para que allí se lo guardase; y como ello fue mal repartido, en tal paró todo, como adelante diré en su tiempo. En aquella sazón muchos de nuestros capitanes mandaron hacer cadenas de oro muy grandes a los plateros del gran Montezuma, que ya he dicho que tenía un gran pueblo dellos, media legua de México, que se dice Escapuzalco; y asimismo Cortés mandó hacer muchas joyas y gran servicio de vajilla y algunos de nuestros soldados que habían henchido las manos; por manera que ya andaban públicamente muchos tejuelos de oro marcado y por marcar, y joyas de muchas diversidades de hechuras, y el juego largo, con unos naipes que hacían de cuero de atambores, tan buenos e tan bien pintados como los de España; los cuales naipes hacía un Pedro Valenciano, y desta manera estábamos. Dejemos de hablar en el oro y de lo mal que se repartió y peor se gozó, y diré lo que a un soldado que se decía fulano de Cárdenas le acaeció. Parece ser que aquel soldado era piloto y hombre de la mar, natural de Triana y del Condado; el pobre tenía en su tierra mujer e hijos, y como a muchos nos acaece, debería de estar pobre, y vino a buscar la vida para volverse a su mujer e hijos; e como había visto tanta riqueza en oro en planchas y en granos de las minas e tejuelos y barras fundidas, y al repartir dello vio que no le daban sino cien pesos, cayó malo de pensamiento y tristeza; y un su amigo, como le veía cada día tan pensativo y malo, íbale a ver y decíale que de qué estaba de aquella manera y suspiraba tanto; y respondió el piloto Cárdenas: "¡Oh cuerpo de tal conmigo! ¡Yo no he de estar malo viendo que Cortés así se lleva todo el oro, y como rey lleva quinto, y ha sacado para el caballo que se le murió y para los navíos de Diego Velázquez y para otras muchas trancanillas, y que muera mi mujer e hijos de hambre, pudiéndolos socorrer cuando fueron los procuradores con nuestras cartas, y le enviamos todo el oro y plata que habíamos habido en aquel tiempo!" Y respondió aquel su amigo: "Pues ¿qué oro teníades vos para les enviar?" Y el Cárdenas dijo: "Si Cortés me diera mi parte de lo que me cabía, con ello se sostuviera mi mujer e hijos, y aun les sobraba; mas mirad qué embuste tuvo hacernos firmar que sirviésemos a su majestad con nuestras partes, y sacar del oro para su padre Martín Cortés seis mil pesos e lo que escondió; y yo y otros pobres que estamos de noche y de día batallando, como habéis visto en las guerras pasadas de Tabasco y Tlascala e lo de Cingapacinga e Cholula, y agora estar en tan grandes peligros como estamos, y cada día la muerte al ojo si se levantasen en esta ciudad: e que se alce con todo el oro e que lleve quinto como rey." E dijo otras palabras sobre ello, y que tal quinto no le habíamos de dejar sacar, ni tener tantos reyes, sino solamente a su majestad. Y replicó su compañero y dijo: "Pues ¿esos cuidados os matan, y ahora veis que todo lo que traen los caciques y Montezuma se consume en él" uno en papo y otro en saco e otro so el sobaco, "y allá va todo donde quiere Cortés y estos nuestros capitanes, que hasta el bastimento todo lo llevan? Por eso dejaos desos pensamientos, y rogad a Dios que en esta ciudad no perdamos las vidas"; y así, cesaron sus pláticas, las cuales alcanzó a saber Cortés; y como le decían que había muchos soldados descontentos por las partes del oro y de lo que habían hurtado del montón, acordó de hacer a todos un parlamento con palabras muy melifluas, y dijo que todo lo que tenía era para nosotros; que él no quería quinto, sino la parte que le cabe de capitán general, y cualquiera que hubiese menester algo que se lo daría; y aquel oro que habíamos habido que era un poco de aire; que mirásemos las grandes ciudades que hay e ricas minas, que todos seríamos señores dellas, y muy prósperos e ricos; y dijo otras razones muy bien dichas, que las sabía bien proponer. Y demás desto, a ciertos soldados secretamente daba joyas de oro, y a otros hacía grandes promesas, y mandó que los bastimentos que traían los mayordomos de Montezuma que lo repartiesen entre todos los soldados como a su persona; y además desto, llamó aparte al Cárdenas y con palabras le halagó, y le prometió que en los primeros navíos le enviaría a Castilla a su mujer e hijos, e le dio trescientos pesos, y así quedó contento. Y quedarse ha aquí, y diré cuando venga a coyuntura lo que al Cárdenas acaeció cuando fue a Castilla, y cómo le fue muy contrario a Cortés en los negocios que tuvo ante su majestad.
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Capítulo CV Que trata de las costumbres y cerimonias de la gente de la provincia de la ciudad de la Concepción Hay del río de Itata hasta el río de Toltén, que está ocho leguas de la ciudad imperial, sesenta leguas. Y todo este término está muy poblado de gente muy belicosa. Y de todas estas sesenta leguas y comarca de Santiago es una lengua. Estos no adoran a ninguna cosa, ni tienen ídolos y son muy grandes... Tienen ésta orden entre ellos, que cada lebo, que es una parcialidad, tienen un señor, y estos prencipales obedecen aquella cabeza. Tendrá un lebo de éstos mil quinientos y dos mil indios y otros más. Y todos se ajuntan en ciertos tiempos del año en una parte señalada que tienen para aquel efecto. Y ajuntados allí, comen y beben y averiguan daños y hacen justicia al que la merece, y allí conciertan y ordenan y mandan, y esto es guardado. Y esto es como cuando entran a cabildo. Los casamientos hacen de esta manera, que el que tiene hija y se la pide otro, conciértanse en cierta cantidad de ovejas, y el que la quiere ha de pagar aquellas ovejas y lleva la mujer. Lo más preciado que entre ellos tienen es una chaquira de hueso hecha muy menudita, esto traen las mujeres por gargantillas. El traje de ellos es una manta de vara y media de largo y una de ancho. Y esto se ponen por entre las piernas y los cabos se ciñen a la cintura, que lo traen a manera de zaragüeles. Y encima unas camisetas que les dan hasta medio muslo y otras menos. Esta ropa hacen de lana. Traen unas mantas a manera de capa, y otros no traen más de aquella manta revuelta al cuerpo, porque cada uno anda vestido como alcanza y tiene la posibilidad. Andan tresquilados a manera de frailes, salvo que traen en los lados dos verijas de cabellos. Traen brazaletes de oro y de plata y una manera de coronas. Traen al pescuezo una manera de diadema y de turquesas y de tiritas de oro a manera de estampas. Ellas andan como las de Mapocho, salvo que traen una manera de zarcillos de cobre. Son de buen parecer. Précianse mucho de los cabellos y no son frías. Y ellas son bien dispuestas. Son muy grandes hechiceras, y úsase mucho entre ellos como dije en la provincia de Mapocho, y hablan con el demonio los que más por amigos se les dan, y éstos son tenidos y acatados de la demás gente. Sus enterramientos es en el campo con las cerimonias que los de Mapocho. Otros se entierran a las puertas de sus casas en un alto que es hecho con dos horcones gruesos, y ponen dos a manera de artesas angostas arriba, y métenle en la una y cúbrenle con la otra. Este es su entierro y sepultura de algunos prencipales. Son muy grandes jugadores de chueca. Y a las puertas de sus casas tienen dos palos, y arriba en la cabeza de palo tiene hecho del mesmo palo una águila, y otros tienen gatos y otros tienen zorras, otros tienen tigres. Y esto tienen por grandeza la gente noble, y si pintan algún palo es con fuego. Ha habido entre ellos gente muy valerosa por las armas y algunos tiránicamente poseen el señorío, porque yo conocí en Arauco un señor que se decía Peteguelen, que lo tenían por ser hombre valeroso y liberal. Así mesmo lo fue Andalién, padre de Ainavillo. Sus placeres y bailes y regocijos son como los de Mapocho, salvo que el cantar es diferente. Y lo que allí cantan son cosas pasadas y presentes que les haya acontecido. Es tierra de grandes minas de oro y plata y de cobre y de otros muchos metales. Es falta de sal, y la sal que comen la hacen de una hierba que cerca de la mar nace a manera de tomillo, y en la hoja y astil de esta hierba está pegada como rocío sal, y toman cantidad de esta hierba y quémanla, y aquella ceniza revuélvenla con agua y hacen unos panes. No tiene otra falta sino ser morena. Cuando entramos en esta tierra los españoles, había ganado, aunque no mucho, y con las guerras se han acabado, por lo cual no hay agora ninguno sino cual o cual, porque donde entran españoles, especialmente en conquistas, son como langostas en los panes. Hay muchas perdices y palomas y otras muchas aves, como las que tengo dicho en la provincia de Mapocho. Quise escrebir y dar cuenta de estas sesenta leguas, que son los términos de la ciudad de la Concepción y parte de la ciudad Imperial. Y por ser un temple y costelación, y por ser los indios de una costumbre, no contaré sino del río Toltén adelante. Acostumbran estos indios de que nacen los hijos de ponerles nombres, y cuando son de edad de doce o quince años le ponen otro nombre, y cuando son de treinta o cuarenta años les ponen otro nombre. Y son muy guerreros.
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Del pueblo de Tiaguanaco y de los edificios tan grandes y antiguos que en él se ven Tiaguanaco no es pueblo muy grande, pero es mentado por los grandes edificios que tiene, que cierto son cosa notable y para ver. Cerca de los aposentos principales está un collado hecho a mano, armado sobre grandes cimientos de piedra. Más adelante deste cerro están los ídolos de piedra del talle y figura humana, muy primamente hechos y formadas las faiciones; tanto, que paresce que se hicieron por mano de grandes artífices o maestros; son tan grandes que parescen pequeños gigantes, y vese que tienen forma de vestimentas largas, diferenciadas de las que vemos a los naturales destas provincias; en las cabezas paresce tener su ornamento. Cerca destas estatuas de piedra está otro edificio, del cual la antigüedad suya y falta de letras es causa para que no se sepa qué gentes hicieron tan grandes cimientos y fuerzas y que tanto tiempo por ello ha pasado, porque de presente no se ve más que una muralla bien obrada y que debe de haber muchos tiempos y edades que se hizo; algunas de las piedras están muy gastadas y consumidas, y en esta parte hay piedras tan grandes y crescidas que causa admiración pensar cómo siendo de tanta grandeza bastaron fuerzas humanas a las traer donde las vemos; y muchas destas piedras que digo están labradas de diferentes maneras, y algunas dellas tienen forma de cuerpos de hombres, que debieron ser sus ídolos; junto a la muralla hay muchos huecos y concavidades debajo de tierra; en otro lugar más hacia el poniente deste edificio están otras mayores antiguallas, porque hay muchas portadas grandes con sus quicios, umbrales y portaletes, todo de una sola piedra. Lo que yo más noté cuando anduve mirando y escribiendo estas cosas fue que destas portadas tan grandes salían otras mayores piedras, sobre que estaban formadas, de las cuales tenían algunas treinta pies en ancho, y de largo quince más, y de frente seis, y esto y la portada y sus quicios y umbrales era una sola piedra, que es cosa de mucha grandeza, bien considerada esta obra, la cual yo no alcanzo ni entiendo con qué instrumentos y herramientas se labró, porque bien se puede tener que antes que estas tan grandes piedras se labrasen ni pusiesen en perfeción mucho mayores debían estar para las dejar como las vemos, y nótase por lo que se ve destos edificios que no se acabaron de hacer, porque en ellos no hay más que estas portadas y otras piedras de extraña grandeza, que yo vi labradas algunas y aderezadas para poner en el edificio, del cual estaba algo desviado un retrete pequeño, donde está puesto un gran ídolo de piedra en que debían de adorar, y aun es fama que junto a este ídolo se halló alguna cantidad de oro, y alrededor deste templo había otro número de piedras grandes y pequeñas, labradas y talladas como las ya dichas. Otras cosas hay más que decir deste Tiaguanaco, que paso por no detenerme, concluyendo que yo para mí tengo esta antigualla por la más antigua de todo el Perú; y así, se tiene que antes que los ingas reinasen, con muchos tiempos, estaban hechos algunos edificios destos; porque yo he oído afirmar a indios que los ingas hicieron los edificios grandes del Cuzco por la forma que vieron tener la muralla o pared que se ve en este pueblo; y aun dicen más: que los primeros ingas platicaron de hacer su corte y asiento della en este Tiaguanaco. También se nota otra cosa grande, y es que en muy gran parte desta comarca no hay ni se ven rocas, canteras ni piedras donde pudiesen haber sacado las muchas que vemos, y para traerlas no debía de juntarse poca gente. Yo pregunté a los naturales, en presencia de Juan Varagas (que es el que sobre ellos tiene encomienda), si estos edificios se habían hecho en tiempo de los ingas, y riéronse desta pregunta, afirmando lo ya dicho, que antes que ellos reinasen estaban hechos, mas que ellos no podían decir ni afirmar quién los hizo, mas de que oyeron a sus pasados que en una noche remaneció hecho lo que allí se vía. Por esto, y por lo que también dicen haber visto en la isla de Titicaca hombres barbados y haber hecho el edificio de Vinaque semejantes gentes, digo que por ventura pudo ser que antes que los ingas mandasen debió de haber alguna gente de entendimiento en estos reinos, venida por alguna parte que no se sabe, los cuales harían estas cosas, y siendo pocos, y los naturales tantos, serían muertos en las guerras. Por estar estas cosas tan ciegas podemos decir que bienaventurada la invención de las letras, que con la virtud de su sonido dura la memoria muchos siglos y hacen que vuele la fama de las cosas que suceden por el universo, y no ignoramos lo que queremos teniendo en las manos la letura; y como en este Nuevo Mundo de Indias no se hayan hallado letras, vamos a tino en muchas cosas. Apartados destos edificios están los aposentos de los ingas y la casa donde nasció Mango inga, hijo de Guaynacapa, y están junto a ellos dos sepulturas de los señores naturales deste pueblo, tan altas como torres anchas y esquinadas; las puertas, al nascimiento del sol.
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Cómo los rebeldes volvieron contra el Almirante, y no quisieron entrar en ajuste alguno Volviendo al Almirante, que, con sus compañeros, estaba consolado por la relación de Diego Méndez, y la venida del carabelón, con esperanza y certidumbre de la salvación de todos, creyó conveniente hacer saber a los rebeldes todo lo acaecido, para que, dejando sus recelos, volviesen a la obediencia. A tal fin, con dos hombres de autoridad que eran amigos de los rebeldes, sabiendo que éstos no creerían la llegada de la carabela, o la disimularían, les envió la mitad del puerco que el Capitán de ésta le había presentado. Llegados ambos adonde estaba su Capitán Porras con aquellos de quienes más fiaba, salió éste a su encuentro a fin de que no incitasen y persuadiesen a la gente para que se arrepintiesen del delito cometido, imaginando, como era verdad, que el Almirante les enviaría un perdón general. Mas no pudo contener a los suyos tanto que no supiesen las nuevas; la venida de la carabela; también, de la salud y buen estado de los que tenía consigo el Almirante, y de las ofertas que le hacían. Por ello, después de muchas juntas que tuvieron, a las que concurrían los principales, fue su resolución que no querían fiarse del salvoconducto y perdón que el Almirante les enviaba, sino que voluntariamente se irían de la isla con quietud, si el Almirante prometiese darles un navío, en caso de llegar dos, y si no viniese más de uno, la mitad; en tanto, como hablan perdido sus haciendas y rescates en el mar, que partiese con elles lo que tenía. A esto respondieron los mensajeros, que no eran condiciones razonables; los rebeldes contestaron que pues esto no se les concedía a buenas, que ellos lo tomarían por fuerza, a discreción suya. Con esto, despidieron a los enviados, echando a mala parte las ofertas del Almirante, diciendo a sus secuaces, que era hombre cruel y vengativo, y que si bien ellos no tenían miedo, pues el Almirante no se atreverla a causarles algún daño, por el favor que tenían en la corte, sin embargo era de temer que quisiese tomar venganza de los otros, so color y con nombre de castigo; que por esto, Roldán y sus amigos, no se habían fiado de él, ni de sus ofertas en la Española, y les había salido bien, habiendo sido tan afortunados, que le enviaron con grillos a Castilla; y ellos no tenían menos causa y esperanza de hacerlo. Para que no hubiese alguna mudanza,:por la venida de la carabela con las nuevas de Diego Méndez, daban a entender a todos, que la carabela venida no era verdadera, sino fingida y fabricada por nigromancia, porque el Almirante sabía mucho de tal arte, pues era inverosímil que si realmente fuese carabela, no hubiese tratado más la gente que venía en ella, con la del Almirante, ni que desapareciese tan presto; más bien era razonable que, si fuese carabela, se hubiesen embarcado en ella el Almirante, su hermano y su hijo. Con estas y otras semejantes palabras dirigidas al mismo propósito, volvieron a confirmarse en su rebeldía, y muy luego determinaron ir a los navíos, tomar por fuerza lo que hallasen, y hacer presioneros al Almirante.