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Archivo fotográfico de la Fundación Rodríguez Acosta. Fotografía de Manuel Valdivieso.
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Aunque existió una gran variedad de formas animales en la Edad de Bronce china, de entre ellas destacan dos: el dragón (gui) y la máscara (taotie). El gui es definido en el "showen" como "un animal parecido al toro, pero sin cuernos y con un solo pie que brilla como el sol y la luna, ruge tan fuerte como el trueno, hace nacer el viento y la lluvia cuando sale o entra en el agua; sólo Huang-di lo puede capturar, arranca su piel para hacer un tambor golpeando la espalda del monstruo; los ruidos de este extraño instrumento pueden oírse a más de quinientos li". En su representación de perfil se pueden apreciar todos sus rasgos más característicos: el ojo, la lengua, la col, una pata y su garra.
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La tonalidad amarillenta conservada en el pelo da nombre a esta cabeza cuya posición basta para indicar la pertenencia a una escultura similar al Efebo de Kritios. El estilo es, sin embargo, distinto por las formas pesadas y por la expresión sombría. Rasgos peculiares son el trabajo del pelo, la forma de los ojos con párpados gruesos y la de la nariz con la cara anterior ancha y plana, similares a los de la Kore de Euthydikos.
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En 1905, Fontbona participó en una exposición junto a Nogués, Torres García, Pidelaserra, Ysern y Juñer-Vidal. Fontbona presentó esta obra junto a otras, todas ellas de tendencia arcaizante. Recibió críticas muy positivas, pero también le dedicaron otras muy duras desde la parte conservadora del mundo artístico. Esto, unido a su precaria salud, hizo que en 1906 su familia le ingresara en un hospital psiquiátrico donde permaneció hasta su muerte de 1938.
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Esta cabeza de anciano coronado, con barba y pelo largos, presenta los ojos completamente abiertos, pareciendo contemplar otros mundos alejados de la realidad. Sus ojos revelan cierto misticismo que si no fuese por la guirnalda que lo corona diríamos que pertenecen a un cristiano. Sin embargo, parece tratarse más bien de uno de los últimos maestros del sistema filosófico neoplatónico, que hacia el fin de la Antigüedad acercó a Platón y el Cristianismo. La maña y la fuerza plástica del artista ateniense que talló esta cabeza son sorprendentes.
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En el otoño de 1862 Monet entra en el taller del pintor académico Charles Gleyre, quien consideraba que en los cuadros había que subordinar la realidad a un ideal de belleza. Sin embargo, Monet tendía en esta época al realismo como podemos apreciar en esta excelente cabeza de galgo captada con una delicadeza similar a la que podía dispensarse a una diosa de la mitología. La cabeza del animal está recortada ante un fondo neutro, representada de estricto perfil y en ella podemos apreciar sus inteligentes ojos y su elegante gesto. Courbet, pintor al que Claude admiraba, consideraba que "ser realista significa ser un leal amigo de la auténtica verdad" por lo que Monet no defraudaría a su maestro con este sensacional trabajo en el que se manifiesta como un perfecto dibujante, aplicando el color de manera rápida aunque todavía no alcanzará la soltura de los Nenúfares de Giverny.