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A orillas del Guadalquivir se alza Sevilla, la capital de Andalucía, una ciudad forjada por las numerosas culturas allí asentadas a lo largo de los tiempos. De sus remotos orígenes apenas quedan restos, restos que, aunque escasos, sí se encuentra de la época romana, cuando Julio César la refundó. La dominación musulmana nos ha dejado muchas más huellas, especialmente el símbolo de la ciudad, la Giralda, el alminar de la gran mezquita que fue derruida para alojar en sus terrenos la magnífica catedral, el templo gótico más grande del mundo. La conquista de América hará de Sevilla la puerta hacia el Nuevo Mundo. Las riquezas ultramarinas afloraron a la ciudad y este esplendor se pone de manifiesto en el amplio programa constructivo que se desarrolla desde ese momento. Edificios civiles y religiosos florecen por todo el espacio urbano, configurando una de las ciudades más importantes del reino. Y será de nuevo América, concretamente la celebración del Quinto Centenario de su descubrimiento, lo que permita recuperar a Sevilla su perdido esplendor, al convertirse en la sede de la Expo 92, ampliando sus infraestructuras y creando nuevos y emblemáticos edificios.
Personaje
Junto a Gracia Segovia, Catalina Egipto y María Egipto formó parte del grupo de mujeres que participó en el tercer viaje de Cristóbal Colón a América, que comenzó en 1498, en el que se descubrió la costa norte de América del Sur y la desembocadura del Orinoco, creyendo Colón que estaba ante el Ganges, uno de los cuatro ríos del Paraíso. Casada con el ballestero Pedro de Salamanca. Vivían en Salamanca. Iba como consorte, así que no cobraba sueldo.
Personaje Pintor
Juan de Sevilla también es conocido como Juan Hispalense o Maestro de Sigüenza. Su retablo de San Juan Bautista y Santa Catalina procedente de la catedral de Sigüenza provoca su denominación. En sus obras lleva las figuras hasta el límite de lo grotesco. Es posible que el verdadero nombre de este maestro gótico, activo en la primera mitad del siglo XV, sea Juan de Peralta.
Personaje Pintor
Juan de Sevilla Romero, pintor barroco español, nació en Granada el 17 de mayo de 1643. Estamos ante uno de los pintores más destacados de la escuela granadina de finales del siglo XVII. Su estilo conjuga la influencia de Alonso Cano con la pintura de Rubens - conocida a través de su maestro Pedro de Moya - y de Murillo, como podemos apreciar en su Presentación de la Virgen del Museo del Prado. Falleció en Granada en 1695.
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Quien no ha visto Sevilla no ha visto maravilla. Con estos versos se puede resumir la belleza de la capital andaluza, ciudad asentada a orillas del viejo río Betis, que los árabes llamaron Guadalquivir. El aroma de los naranjos y el azahar inunda la urbe, haciendo de ello una seña de identidad que embriaga al viajero. Los orígenes de Sevilla se remontan al primer milenio antes de Cristo. Su fundación se debe a los tartesios, pero será Julio César quien la eleve al rango de colonia. De época romana han quedado escasos restos, destacando los monolitos que se conservan en la calle Mármoles, partes de un templo dedicado a Hércules. También se pueden apreciar las ruinas de un viejo acueducto, que trasladaba agua a Sevilla desde Caños de Carmona. Hoy en pie apenas quedan algunos de los casi 400 arcos con que contaba. En el año 712 es ocupada por Musa ibn Nusayr, pasando a denominarse Ishbaliya. Con la dominación árabe comienza una etapa de esplendor para Sevilla, conociendo un gran auge económico y cultural, especialmente cuando se convierte en capital de al-Andalus, ya en el siglo XII. No en balde, los símbolos más identificativos de la urbe aparecen en estos momentos. La Torre del Oro formaba parte del sistema de defensa de la ciudad. Levantada en 1120, tiene planta dodecagonal y se corona con almenas. Los más de seis kilómetros de murallas protegían las trescientas hectáreas que constituían la ciudad, espacio en el que el Alcázar ocupaba el lugar más importante. Esta residencia real sufrirá diversas modificaciones a lo largo de su historia, para configurar uno de los palacios más espectaculares, en los que se mezclan diferentes estilos que lo hacen, si cabe, más atractivo. "Giralda en prisma puro de Sevilla". De esta manera definió Gerardo Diego el elemento más representativo de la ciudad. La Giralda es el alminar de la antigua mezquita. El gran cuerpo se levanta en ladrillo, presentando balcones y ventanas en los cuatro frentes. El arquitecto Hernán Ruiz II llevó a cabo la renovación de la torre entre 1558 y 1568, hasta alcanzar los 93 metros de altura. El 23 de noviembre de 1248 Fernando III se adueña de Sevilla tras un prolongado sitio. La ciudad se empieza a salpicar de nuevas fundaciones eclesiásticas que ocupan, en su mayor parte, las antiguas mezquitas musulmanas. En estas nuevas iglesias se funden los estilos gótico y mudéjar para configurar unos edificios de sin par belleza. La principal construcción cristiana será la Catedral. De época almohade se conservó el Patio de los Naranjos, el antiguo shan donde los musulmanes hacían sus abluciones antes de iniciar la oración. En la edificación de la nueva seo participaron los mejores arquitectos de su tiempo, resultando un templo de colosales dimensiones, la mayor catedral gótica del mundo y el tercer templo de la cristiandad. La conquista de América en 1492 supondrá un verdadero impulso para Sevilla. Al ser elegida sede de la Casa de la Contratación se convertirá en eje del comercio ultramarino. Las riquezas que afloraban a su puerto tendrán su correspondiente reflejo en las nuevas edificaciones, encabezadas por el monumental Ayuntamiento. Diego de Riaño es el autor de esta joya del plateresco hispano, que fue reformado en el siglo XIX. Las trazas del Archivo de Indias fueron dadas por Juan de Herrera. Este edificio, antigua lonja de mercaderes, acoge desde época de Carlos III el mayor depósito de documentos relacionados con el Nuevo Mundo. También de época renacentista es el Hospital de las Cinco Llagas, construido por Martín Gainza. En la actualidad es la sede del Parlamento de Andalucía. En Sevilla se creará durante el Barroco una de las principales escuelas artísticas de la Península. Velázquez, durante los más de veinte años que pasa en su ciudad natal, pondrá las bases que posteriormente serán continuadas por Murillo, el pintor de las Inmaculadas y de la atmósfera sevillana. Valdés Leal sabrá captar en sus trabajos, de manera insuperable, la espiritualidad que impregnaba la sociedad de su tiempo. En lo que respecta a la escultura, Martínez Montañés es el jefe de filas de esta escuela, que tiene en la imaginería su principal aportación, imágenes cargadas de vida y sentimiento. En lo que a la arquitectura se refiere, este estilo también dejará su impronta en los edificios sevillanos. Leonardo de Figueroa es el arquitecto más destacado y su iglesia de San Luis de los Franceses uno de los mejores ejemplos. Pero no sólo serán edificaciones religiosas las que surjan por doquier. La nobleza rivalizará por construir suntuosos y monumentales palacios, entre los que sobresalen los de San Telmo y el Arzobispal. En el siglo XVIII se levanta otro de los edificios emblemáticos de Sevilla: la Plaza de Toros de la Real Maestranza, levantada en una curiosa forma irregular. Sevilla no vive de espaldas al río que tanto ha aportado a su riqueza. Para atravesar el Guadalquivir se construyeron en el siglo XIX una serie de puentes, encabezados por el dedicado a Isabel II, el primero que se levantó empleando exclusivamente hierro. En 1929 se celebra en Sevilla la Exposición Iberoamericana, que tiene en la Plaza de España su lugar más representativo. Aníbal González trazó un espacio semicircular de 200 metros de diámetro, simbolizando de esta manera el abrazo de España con sus antiguas colonias. De nuevo los lazos con América serán el motivo de una Exposición Universal. La Expo 92 permitió a Sevilla ampliar sus infraestructuras y dotarse de un aire cosmopolita y vanguardista gracias a los numerosos edificios que se construyeron. La Estación de Santa Justa, a la que llega el tren procedente de Madrid; los puentes que atraviesan el Guadalquivir; o los espectaculares pabellones de la muestra hicieron de la ciudad una auténtica exposición viva de la mejor arquitectura del momento. Recorrer Sevilla es una experiencia inigualable para el viajero en cualquiera de las estaciones. Sus calles y plazas son un deleite para todos los sentidos y el recuerdo de los días vividos en esta maravillosa ciudad nunca se borrará de su memoria.
contexto
La sexualidad en las sociedades primitivas está cargada de sacralidad porque es el medio de participar en la fecundidad de la Naturaleza y en el gran misterio de la continuidad de la vida. Pero ni los misioneros ni los colonizadores lo entendieron, y quedaron espantados ante lo que consideraban espantosas aberraciones de unos pueblos salvajes. Los oceánidas vieron cómo, gradual o vertiginosamente, sus actitudes y prácticas sexuales se modificaban ante el encuentro con los blancos, al tiempo que los europeos quedaban anonadados ante lo que veían sus ojos, especialmente en las islas de la Polinesia. Unos, atraídos por la belleza de las islas y de sus habitantes, creyeron encontrarse en el Paraíso; otros, ante lo que consideraban el mayor cúmulo de depravación infernal. En este sentido la isla más exaltada y denostada ha sido la de Tahití, calificada como "isla del autor, o como isla de la pasión y también la Sodoma de los Mares del Sur". Efectivamente, algunas ceremonias como las de los arioi no fueron nunca entendidas por los misioneros. Las llevaban a cabo grupos de adolescentes, socialmente institucionalizados, cuyo objetivo era la práctica festiva, itinerante, de ritos eróticos en nombre del dios Oro, personificación de la fertilidad. Los ritos incluían bailes, cánticos, y la práctica del amor libre. Los misioneros, que no llegaron a comprender el componente religioso de estas ceremonias, presentaban a los arioi como grupos de adolescentes dedicados al vagabundeo libidinoso. La prostitución no existía en Tahití cuando llegaron los europeos, pero la acogida sexual de las muchachas era extraordinaria. Para tranquilizar sus conciencias los blancos comenzaron a pagar a las indígenas por sus favores. Cuando éstas se dieron cuenta de que, lo que daban de balde y como muestra gratuita de hospitalidad podía hacerse de manera remunerada, decidieron aprovechar tan inesperada bendición del cielo: y la prostitución quedó institucionalizada. Podrían ponerse innumerables ejemplos del terrible impacto que para los oceánidas supuso la introducción del cristianismo, tan rígido en su moral sexual. En Micronesia, por ejemplo, en las islas Ellice y Gilbert, los jefes de los clanes, en determinadas circunstancias, compartían su esposa con su hermano o con un amigo. A veces tomaban como esposas secundarias a cuñadas que, por ser poco agraciadas o por cualquier otro motivo, tenían dificultad para encontrar marido. Pero los misioneros convirtieron en adúlteras a aquellas pobres y honradas mujeres, creándoles angustias infinitas. En otro orden de cosas, resulta estremecedor que los misioneros identificasen con lo pagano y lo demoníaco todo lo que para ellos era tradicional: había que suprimir cantos, danzas, ídolos y ceremonias. Algunos casos se han hecho especialmente famosos como el del Reverendo Elenowa, un misionero de la secta evangelista, que convenció a los Gogodala, tribu del Golfo de Papúa, para que hicieran una pira con todos sus fetiches diabólicos. Se contaron por miles las figuras destruidas. Por cada fgura entregada les regalaba una camisa, con lo cual llegó a la conclusión de que, como se las daban voluntariamente, ello quería decir que Dios había hablado a sus almas, y que realmente deseaban la conversión. Otro caso se dio en el valle de Baliem, en Irian Jaya, donde, en 1968, el celo misionero de un converso indujo a varios clanes a quemar sus ídolos. Al parecer, la pira fue inmensa y en ella ardieron miles de objetos representativos de la cultura material de estos pueblos y, a la vez, de su cultura espiritual. Puede imaginarse el shock que reciben, incluso en la actualidad, algunos de los nativos menos occidentalizados cuando ven venerados en los museos de los blancos sus fetiches demoníacos. Hoy la mayoría de los misioneros se muestra más prudente, sobre todo los católicos. Al igual que en la Europa postconciliar, también allí se admiten los cánticos y danzas tradicionales en los servicios religiosos. Casi todos los nativos de las islas del Pacífico pertenecen a una u otra secta cristiana, pero en los lugares más alejados de la influencia occidental continúan practicándose ritos ancestrales.
contexto
A finales del siglo XIX, el descenso de la natalidad provocado por los medios contraceptivos y la rígida moralidad impuesta otorgan a la familia una función esencial, clave en el sistema reproductor de la sociedad. La familia habrá de encargarse de producir hijos en cantidad suficiente para asegurar el mantenimiento de la raza y la sociedad. Además, habrán de ser sanos, para lo que se exigirá la práctica de una sexualidad conforme a las "leyes de la naturaleza" y a las reglas de la moralidad. El ámbito en el que habrán de desarrollarse las prácticas sexuales es el matrimonio, sin duda, para la mentalidad de la época, la institución normalizada sobre la que han de asentarse las relaciones entre hombres y mujeres. En el matrimonio la sexualidad ha de ejercerse con sensatez y moderación, de acuerdo con los principios racionales que dominan todo comportamiento burgués. En su seno, hombre y pueden y deben ejercer una sexualidad pura y sana, sancionada en alguna medida por el Estado a través de uno de sus representantes especializados, el médico. La realización de un sexo "bajo control", racional, sensato, asegura no sólo la reproducción social sino la aptitud de sus futuros miembros, por cuanto se evitarán así las consecuencias indeseadas de la sexualidad practicada fuera del matrimonio, en el burdel, como enfermedades o nacimientos aberrantes. La herencia, convertida ahora en uno de los patrones de conducta principales, debe asegurar la pervivencia del individuo, la sociedad y la raza, más aun en tiempos en que diversos peligros acechan a los que se salen de la delgada línea que marca la moralidad. Enfermedades contagiosas, como la sífilis o la tuberculosis, hereditarias, como ciertas taras, o el alcoholismo, aconsejan la realización de una sexualidad bajo control, conforme a leyes y moral, médicamente sancionada. La castidad, especialmente entre los jóvenes, es una recomendación habitual, si bien, en el caso de los varones, se permiten ciertos excesos, como la visita al burdel, símbolo de virilidad y especie de rito de paso hacia la edad adulta. En el caso de las mujeres, la virginidad se constituye como un bien supremo, a salvaguardar frente a los peligros de un mundo exterior hostil, a la par que como un tesoro que puede asegurar el bienestar futuro. El escenario de la sexualidad familiar se corresponde con las funciones que el sexo desempeña en el ámbito familiar. El actos sexual se esconde: las alcobas se sitúan alejadas de la puerta de entrada, se hacen más inaccesibles a intromisiones ajenas, como las de los niños, a los que hay que separar de un acto que roza lo impuro.
contexto
La civilización juvenil del "rock" sin duda fue universal. Pronto el término pudo perder el significado original, pero originariamente estaba relacionado con el acto sexual. Esto es importante porque, sin duda, un rasgo de la revolución de los años sesenta fue el estallido de la permisividad en las relaciones sexuales. En los primeros sesenta las encuestas acerca del comportamiento sexual de los jóvenes parecen demostrar que ni siquiera el 20% de los varones mantenía relaciones sexuales, pero ya a mediados de los sesenta las revistas femeninas, sobre todo las dedicadas de forma preferente al público juvenil, empezaron a hablar de sexo con absoluta naturalidad. Fue, sin duda, una novedad procedente de Estados Unidos y que siguió las pautas de lo que allí había sucedido. El fenómeno aparece en muchas manifestaciones de mayor o menor importancia. Una de ellas fue la desaparición de la censura. Novelas clásicas como El amante de Lady Chatterley, de Lawrence o Lolita, de Nabokov eran susceptibles en 1959 de prohibición y sólo perdieron esta condición en los años inmediatamente siguientes; los textos de Henry Miller no llegaron a ser aprobados sino en los sesenta. En 1959 comportamientos sexuales explícitos aparecían en la comedia norteamericana (Pillow Talk, de Hudson y Day) pero también, aunque en este caso con un tono de condena, en La dolce vita, de Fellini. Los procedimientos de contracepción se difundieron en todo el mundo más desarrollado de forma vertiginosa durante esa década, siguiendo el modelo norteamericano. En el fondo, todo este cambio de la percepción en lo que atañe a la vida sexual se entiende en un contexto más amplio de transformaciones en las relaciones de raza y sexo -también de familia-, que incluso llevó a hacer presente una primera aparición del multiculturalismo, un fenómeno que con el paso del tiempo jugaría un papel cada día creciente. La permisividad en materia sexual tuvo una derivación en la pujanza de la pornografía a veces rodeada de una pretendida elegancia o sofisticación. En 1970 se estrenó Emmanuelle que puede ser ejemplo de esta fórmula. En gran parte la difusión de la pornografía, en contradicción con la reivindicación de la mujer, se debió al mero hecho de la permisividad. En Francia en 1969 hubo todavía 17 películas prohibidas y 69 cortadas mientras que en 1977 eran 5 y 4 respectivamente.