Sevilla, la ciudad de las maravillas

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Quien no ha visto Sevilla no ha visto maravilla. Con estos versos se puede resumir la belleza de la capital andaluza, ciudad asentada a orillas del viejo río Betis, que los árabes llamaron Guadalquivir. El aroma de los naranjos y el azahar inunda la urbe, haciendo de ello una seña de identidad que embriaga al viajero. Los orígenes de Sevilla se remontan al primer milenio antes de Cristo. Su fundación se debe a los tartesios, pero será Julio César quien la eleve al rango de colonia. De época romana han quedado escasos restos, destacando los monolitos que se conservan en la calle Mármoles, partes de un templo dedicado a Hércules. También se pueden apreciar las ruinas de un viejo acueducto, que trasladaba agua a Sevilla desde Caños de Carmona. Hoy en pie apenas quedan algunos de los casi 400 arcos con que contaba. En el año 712 es ocupada por Musa ibn Nusayr, pasando a denominarse Ishbaliya. Con la dominación árabe comienza una etapa de esplendor para Sevilla, conociendo un gran auge económico y cultural, especialmente cuando se convierte en capital de al-Andalus, ya en el siglo XII. No en balde, los símbolos más identificativos de la urbe aparecen en estos momentos. La Torre del Oro formaba parte del sistema de defensa de la ciudad. Levantada en 1120, tiene planta dodecagonal y se corona con almenas. Los más de seis kilómetros de murallas protegían las trescientas hectáreas que constituían la ciudad, espacio en el que el Alcázar ocupaba el lugar más importante.

Esta residencia real sufrirá diversas modificaciones a lo largo de su historia, para configurar uno de los palacios más espectaculares, en los que se mezclan diferentes estilos que lo hacen, si cabe, más atractivo. "Giralda en prisma puro de Sevilla". De esta manera definió Gerardo Diego el elemento más representativo de la ciudad. La Giralda es el alminar de la antigua mezquita. El gran cuerpo se levanta en ladrillo, presentando balcones y ventanas en los cuatro frentes. El arquitecto Hernán Ruiz II llevó a cabo la renovación de la torre entre 1558 y 1568, hasta alcanzar los 93 metros de altura. El 23 de noviembre de 1248 Fernando III se adueña de Sevilla tras un prolongado sitio. La ciudad se empieza a salpicar de nuevas fundaciones eclesiásticas que ocupan, en su mayor parte, las antiguas mezquitas musulmanas. En estas nuevas iglesias se funden los estilos gótico y mudéjar para configurar unos edificios de sin par belleza. La principal construcción cristiana será la Catedral. De época almohade se conservó el Patio de los Naranjos, el antiguo shan donde los musulmanes hacían sus abluciones antes de iniciar la oración. En la edificación de la nueva seo participaron los mejores arquitectos de su tiempo, resultando un templo de colosales dimensiones, la mayor catedral gótica del mundo y el tercer templo de la cristiandad. La conquista de América en 1492 supondrá un verdadero impulso para Sevilla.

Al ser elegida sede de la Casa de la Contratación se convertirá en eje del comercio ultramarino. Las riquezas que afloraban a su puerto tendrán su correspondiente reflejo en las nuevas edificaciones, encabezadas por el monumental Ayuntamiento. Diego de Riaño es el autor de esta joya del plateresco hispano, que fue reformado en el siglo XIX. Las trazas del Archivo de Indias fueron dadas por Juan de Herrera. Este edificio, antigua lonja de mercaderes, acoge desde época de Carlos III el mayor depósito de documentos relacionados con el Nuevo Mundo. También de época renacentista es el Hospital de las Cinco Llagas, construido por Martín Gainza. En la actualidad es la sede del Parlamento de Andalucía. En Sevilla se creará durante el Barroco una de las principales escuelas artísticas de la Península. Velázquez, durante los más de veinte años que pasa en su ciudad natal, pondrá las bases que posteriormente serán continuadas por Murillo, el pintor de las Inmaculadas y de la atmósfera sevillana. Valdés Leal sabrá captar en sus trabajos, de manera insuperable, la espiritualidad que impregnaba la sociedad de su tiempo. En lo que respecta a la escultura, Martínez Montañés es el jefe de filas de esta escuela, que tiene en la imaginería su principal aportación, imágenes cargadas de vida y sentimiento.

En lo que a la arquitectura se refiere, este estilo también dejará su impronta en los edificios sevillanos. Leonardo de Figueroa es el arquitecto más destacado y su iglesia de San Luis de los Franceses uno de los mejores ejemplos. Pero no sólo serán edificaciones religiosas las que surjan por doquier. La nobleza rivalizará por construir suntuosos y monumentales palacios, entre los que sobresalen los de San Telmo y el Arzobispal. En el siglo XVIII se levanta otro de los edificios emblemáticos de Sevilla: la Plaza de Toros de la Real Maestranza, levantada en una curiosa forma irregular. Sevilla no vive de espaldas al río que tanto ha aportado a su riqueza. Para atravesar el Guadalquivir se construyeron en el siglo XIX una serie de puentes, encabezados por el dedicado a Isabel II, el primero que se levantó empleando exclusivamente hierro. En 1929 se celebra en Sevilla la Exposición Iberoamericana, que tiene en la Plaza de España su lugar más representativo. Aníbal González trazó un espacio semicircular de 200 metros de diámetro, simbolizando de esta manera el abrazo de España con sus antiguas colonias. De nuevo los lazos con América serán el motivo de una Exposición Universal. La Expo 92 permitió a Sevilla ampliar sus infraestructuras y dotarse de un aire cosmopolita y vanguardista gracias a los numerosos edificios que se construyeron. La Estación de Santa Justa, a la que llega el tren procedente de Madrid; los puentes que atraviesan el Guadalquivir; o los espectaculares pabellones de la muestra hicieron de la ciudad una auténtica exposición viva de la mejor arquitectura del momento. Recorrer Sevilla es una experiencia inigualable para el viajero en cualquiera de las estaciones. Sus calles y plazas son un deleite para todos los sentidos y el recuerdo de los días vividos en esta maravillosa ciudad nunca se borrará de su memoria.

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