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SESION DECIMA Trátase del gobierno civil y político del Perú, de la conducta de sus jueces y de la poca utilidad de muchos empleos, que se pudieran suprimir y resultar de ello beneficio a la Real Hacienda 1. Todas las leyes establecidas entre las naciones sabias no reconocen otro objeto que el de contener los vicios propios en la naturaleza de los hombres, para que por su medio puedan superar la inclinación que los arrastra, y hacerse justicia a sí mismos, aun a costa de la repugnancia de haberse de vencer, apartándose de lo que propone, como más útil o conducente, el propio concepto, y siguiendo la dirección del ajeno. Pero como esta resolución sea tan ardua, cuanto que para ella es preciso sujetar a la naturaleza desapropiándola de los juicios que, como a hijos de su entendimiento, atiende y estima, por esto la sabiduría de los hombres, precaviendo que este obstáculo no oscureciese o embarazase la observancia de las leyes justas, entregándolas al olvido si se dejasen al arbitrio, dispuso que al paso que se formasen fuesen promulgadas con repetidos recuerdos, y las sostuviese el poder cuando la indiscreción o la repugnancia pretendiese destruirlas. Con este fin han sido establecidas en la república de las gentes los príncipes, los magistrados y los jueces particulares, para que subdelegándose la autoridad de unos en otros, se distribuya la justicia con equidad entre los mismos hombres, se les haga conocer los propios hierros y los defectos de la conducta, y el castigo sirva para contener a los que atentamente perjudican el derecho de las gentes haciendo agravio al bien común. Este es el verdadero instituto de los jueces en las repúblicas, y éste es el fin que debieran reconocer como objeto de su obligación. Pero como la ya viciada naturaleza no exceptúe a ninguno de la común sugestión del apetito, por esto sucede que unos, más endebles o con menos entereza que otros se dejan vencer más fácilmente, y a proporción que son las vías por donde las pasiones pueden inclinarse, son los precipicios que, con disfrazado engaño, se le presentan al ánimo para persuadirlo a que, falto de reflexión, se despeñe. De aquí podemos concluir que, así como el que está más abandonado a sus devaneos se halla con mayor proximidad de peligrar entre ellos, del mismo modo los países que ofrecen más ocasión son más expuestos a hacer caer aun a aquellos de mayor cautela. Esto viene a suceder en las Indias, cuyos vastos países sólo ofrecen principios y caídas para los que van a gobernarlas, como se irá viendo; por esto es necesario mucho más cuidado que en otros donde no sea tanto el riesgo, para haber de elegir los sujetos que hayan de ir con tal carácter. 2. Ya queda visto, por lo que se dijo en la sesión antecedente y otras, la despotiquez y libertad con que se vive en el Perú, y sería cosa extraña que no se extendiese esta franqueza, o por mejor decir, este vicio, aún hasta a los mismos jueces, en quienes, a proporción de la mayor superioridad, corresponde también más exención, y que no participasen ellos de lo que los demás, mayormente cuando, con el auxilio de la autoridad, tienen más ocasión de gozar mejor de los fueros que les permite la libertad del país. 3. Empieza el abuso del Perú desde aquellos que debieran corregirlo, y si inmediatamente no comprende a la primera cabeza o a los de mayor jerarquía, a lo menos lo consienten todos con tanta libertad en sus dependientes que lo que dejan de pecar por sí, se convierte en culpas de omisión, porque lo disimulan en sus allegados, de suerte que, a no ser mayor el daño que resulta de ello, no es nada menor. 4. Ofrece el Perú a los ojos de los que lo gobiernan unos grandes atractivos; con el lisonjero engaño de una despótica autoridad, ofrece el Perú el mayor engrandecimiento, cifrado en la ostentación tan grande del poder; con el imán de los metales preciosos, paladea a la codicia y al deseo, y con el atractivo de aquellas gentes, encanta, embelesa y hace que se venza a los aplausos el que pudiera apetecerlos menos. En estas tres circunstancias está envuelto todo el veneno que atosiga y mata el buen gobierno de aquellos reinos, y de cada una de éstas trataremos con particularidad, diciendo de ellas lo que fuere necesario. 5. Desde el instante que un virrey se recibe en el Perú y toma posesión del empleo, se empieza a ver equivocado con la majestad. Especúlense las ceremonias de su entrada pública en Lima que tenemos descritas en el segundo tomo de la Historia de nuestro viaje, y se verá cómo todas las circunstancias que se practican para esta función, se lo pueden hacer concebir. Así, los alcaldes ordinarios les sirven de palafreneros, llevando a pie, uno a cada lado, las riendas de su caballo; su persona es conducida debajo de un magnífico palio, cuyas varas llevan los regidores de la ciudad, y dejando aparte otras muchas ceremonias y obsequios correspondientes a éstos, ¿qué mayor podría ser la distinción y majestuoso aparato con que al príncipe verdadero recibiesen sus vasallos más leales y queridos? Considérese, pues, ahora, un virrey tan colmado de aplausos y tan lleno de rendimientos, rodeado de veneración, y en unos países tan distantes de su soberano, y será forzoso concebir, conviniendo con nosotros, que habrá de considerarse a sí mismo cual otro soberano, con sólo la distinción de la dependencia y de la limitada duración de esta majestad. ¿Qué mucho, pues, será que interprete las órdenes del príncipe, o que las ponga en ejecución con demasiada tibieza? Al verse con autoridad para todo, y capaz de arbitrar pretextos bastan-tes, o motivos aparentes, para no darles el debido cumplimiento suponiendo que no conviene el ejecutarlo, ¿qué habrá que espantar que se desentienda de lo que se le ordena, por no bajar nada de la suprema y absoluta superioridad en que se ve? Ni ¿cómo podrá extrañarse el que lo disponga todo a su voluntad, teniendo de su parte la confianza del monarca, y estando seguro de que prevalecerán sus informes a los que pudiesen hacer contrarios todos los demás? Pues este mismo régimen, esta independencia y esta voluntariedad es, a correspondencia de los sujetos y de los ministerios, un establecimiento universal en los reinos del Perú; la misma indiferencia por lo tocante a la tibia o ninguna observancia de las órdenes reales es común a todos los demás, y se ha hecho ya regular instituto de jueces y ministros. 6. Debajo de este supuesto, y ciñéndonos a lo más preciso por no dilatar la narración, habremos de dar una razón individual de aquellos asuntos que se particularizan más, citando los ejemplares que correspondieren a ellos, porque con esto se afirme el juicio con mucha mayor seguridad, y pueda deducir las regulares consecuencias a las materias omitidas. 7. Gozan los virreyes del Perú el privilegio de proveer todos los corregimientos vacantes por dos años. Este privilegio sería muy justo para que, con tal arbitrio, pudiesen remunerar los servicios que aquellos moradores hiciesen al rey, mediante no haber en aquellas partes otra cosa con que gratificar a los que se distinguen en el real servicio. Pero en ninguna manera se ejecuta así, porque recaen todos, cuando no en personas que los adquieren por medio de interés, en aquellos que, haciendo obsequio y galantería para su negociación, logran que se les abran las puertas del valimiento. De este modo sólo consiguen ser provistos en los corregimientos vacantes los que tienen el auxilio de la introducción, adquirido con regalos de valor, y de ninguna manera aquellos en quienes puramente hay mérito por el servicio, y no posibles para hacerlo valer. Así, quedan aquellos que sirven al rey defraudados de los premios que el mismo monarca les destina, y los que tienen lugar de introducirse en la estimación del virrey, o en la confianza de los que componen su familia, son los que disfrutan las conveniencias, con usurpación de los que legítimamente las deberían gozar. Virreyes han conocido el Perú tan poco cautos en este particular que hacían fuese público el cohecho, otros que lo han admitido con tono o disfraz de regalo, y otros, más cautos, que aunque lo han permitido a su propio beneficio, ha sido con tal industria que han dejado dudoso el hecho para que unos lo atribuyan a interés de sus criados y confidentes, y otros a utilidad de los mismos virreyes, partiéndolo con los que intervienen en la negociación. Pero también ha habido otros virreyes tan apartados de interés y tan arreglados a justicia que ni han querido admitir nada por estas mercedes, ni han consentido que lo hiciesen sus familiares. 8. Entre los sujetos que como beneméritos tienen derecho a los corregimientos vacantes, está comprendida la misma familia de los virreyes, porque éstos no llevan más asignación de salarios, para mantener la ostentación correspondiente al empleo, que la esperanza de proveer a sus familiares en ellos. Y aunque esto sea cosa justa, debe entenderse en cuanto se les gradúe el mérito, y, a proporción del que tienen, alternen con los demás particulares. Pero no puede serlo el que se les provea en un oficio vacante y, acabando de servirlo, en otro y, de este modo, consecutivamente ínterin que el virrey permanece en el gobierno, porque esto es aplicar a los familiares todo el premio y despojar de él a los que no lo son, siendo el derecho que adquieren por mérito, si no igual, mayor. Algunos virreyes lo han practicado así, pero otros se han excedido tanto en atender a los de su familia con perjuicio de los extraños, que han solido darles, a un tiempo, dos o tres oficios a un mismo sujeto, para que los beneficie bajo del embozo de nombrar tenientes en ellos que los sirvan por el propietario. Y con esta máxima salvan la fuerza de la ley, que les prohíbe el que consientan que se beneficien estos empleos sin expresa facultad del príncipe. 9. El derecho que los virreyes tienen para poner sujetos en estos oficios, luego que los que estaban en ellos han concluido su tiempo y está pasado el de los edictos que se fijan para que ocurran con sus cédulas los nuevos provistos, es tan fuerte que inmediatamente los provee y queda el propietario, aunque ocurra cortos días después con sus despachos, precisado a esperar que el provisto por el virrey concluya los dos años de su gracia, de lo cual resulta perjuicio no pequeño contra los provistos en España, pues tal vez es sujeto de tan cortos posibles que le faltan los precisos para mantenerse aquel tiempo. En consideración de esto, han solido algunos virreyes tener la atención de ocuparlos en otros oficios vacantes o en algunas comisiones particulares para que tengan con qué mantenerse ínterin que se llega el tiempo de que entren en el suyo, pero no son todos los que lo ejecutan así. 10. Las residencias de los corregidores corren en el mismo pie que la provisión de los corregimientos, de suerte que aquellas en que a su tiempo no llegan las provisiones de España, las confieren los virreyes a los sujetos que les presenta su secretario de cámara, de quien son gajes éstos nombramientos. Y lo que sucede es que, como ya está establecido el producto de cada una o regulado su valor, o bien las benefician los secretarios, o van a medias con los sujetos a quienes se les hacen las gracias. Siendo esto así, se deja entender la ninguna justicia que se observa en ellas, y la confianza con que irán los jueces, teniendo a su favor la del mismo secretario, por cuya mano corren todas, como también las buenas o malas resultas que haya de ellas. 11. Lo mismo sucede con los empleos de oficiales reales cuando están vacantes y, generalmente, con todos, así políticos y gubernativos, como militares, a excepción de los ministros de las Audiencias, que no puede crear ni proveer interinamente. Con que se deja percibir que, para un virrey que fuese un sujeto algo inclinado a hacer caudal, son bastantes los conductos por donde interesarse y todos perjudiciales al bien público. Porque el que adquiere uno de estos empleos por beneficio, ya sea descubierto o disfrazado, haciéndose cargo de que tiene a su favor el apoyo y patrocinio del virrey, no se detiene en nada y, con tan buena sombra, lo atropella todo a fin de sacar el mayor producto para resarcir el gasto y quedar utilizado, sin reparar en los perjuicios ajenos. 12. Sobre la precisión que se guarda en la subsistencia de los empleos proveídos por el virrey con perjuicio de los propietarios y agravio de la justicia, podremos citar dos casos, entre los muchos que se experimentan, los cuales servirán de norma a los demás. 13. Concluía el corregidor de Loja, en la provincia de Quito, su tiempo, y el que había gobernado parece se señaló, más que otros, en las extorsiones contra los indios, y en los atentados cometidos contra otros particulares; y como de tanto desorden era preciso resultase acrecentamiento del indulto para el juez que fuese a residenciarlo, a fin de poder salir absuelto, dispuso que uno de sus mayores amigos pasase a Lima, con tiempo, a solicitar que se le concediese aquella residencia (práctica muy usada allí). Consiguiólo y antes de haber concluido su término el corregidor, llegó a Quito otra persona proveída por el Consejo de las Indias en la misma residencia. Presentóse ésta con sus despachos ante el virrey y, en primera instancia, se le negó el cumplimiento por estar ya dada a otro; pero habiendo representado, se le dio habilitación, y se ordenó al que a solicitud del corregidor la había conseguido, que no continuase en ella, pero representando también éste por su parte, salió otro despacho suspendiendo a los dos hasta que se ventilase y quedase aclarado cuál de ellos debería ser el legítimo juez. Formóse litigio, que duró un año con corta diferencia, y nunca se hubiera terminado a favor del que fue de España si, con la ocasión de haber mediado este tiempo, no se hubiera hecho convenio entre él y la otra parte, la cual cedió cuando tuvo asegurado el buen éxito, sometiéndose al nuevo juez. 14. En otro corregimiento sucedió que el que lo concluía, habiendo sido uno de los más culpados que entonces se conocían en las introducciones del ilícito comercio, pudo tener granjeada de antemano la confianza del secretario y asesor del virrey, de modo que consiguió que se interesasen éstos mismos tanto en su residencia, que enviaron persona de su confianza para que la tomase, a la cual instruyeron en lo que había de hacer aun antes de salir de Lima, diciéndole, que todo su trabajo consistía en el que podía darle el viaje de ida y vuelta y que, en recompensa de ello, se le regalaba con 4.000 pesos. Así lo ejecutó el juez, y el corregidor quedó tan justificado que, habiendo sido el que protegía con más desahogo y desenfado el ilícito comercio, se acreditó por medio de la residencia de hombre de mucho celo, desinterés y justicia. 15. Si el genio de los virreyes, o de los primeros de su familia, acierta a caer en el vicio de la codicia, pasa el desorden a mayor extremo y llega hasta a hacer fijar los edictos de los corregimientos vacantes, aun sabiendo que están proveídos y los sujetos a quienes pertenecen ya en las Indias, para tener así oportunidad de conferirlos a otros antes que los propietarios se presenten con sus cédulas, y disfrutar de este modo el lucro de su beneficio. No decimos ni podemos arrojarnos a hacer juicio de que este abuso sea común en todos, porque el prorrumpir tal proposición sería temeridad, sólo sí que algunos lo han practicado, bien que muchas veces provienen tales exce-sos de la malicia de los familiares o confidentes, y no puramente de culpa de los virreyes, en quienes no es regular hagan tanta impresión los estímulos del interés. 16. Este debe suponerse que es el origen y el primer móvil del mal gobierno que experimentan los reinos del Perú, siendo tal su introducción en todas las materias y de tanta entidad los que suelen mediar, que no hay sonrojo en los particulares para ofrecerlo como medianero de la gracia para con los más caracterizados del gobierno, ni empacho o reparo en éstos para dejar de recibirlo. Muchos virreyes suelen ir tan armados y bien dispuestos a resistir contra este poderoso enemigo, que lo rechazan vigorosamente, y para que no pueda acometerles por ninguna parte, prohíben a su familia el admitir obsequio de tal calidad. Pero lo que sucede es que dura este régimen los primeros dos o tres años, y al fin de ellos empiezan a vencerse con los repetidos esfuerzos de las ocasiones e importunidades, porque no cesando nunca la molestia de los cortejos y presentes, van ganando poco a poco la voluntad, hasta que, apoderados de ella insensiblemente, consiguen enteramente el triunfo, siendo lo más que se ha experimentado en el Perú, sobre este particular, en algunos virreyes, el que su entereza a no admitir obsequios de valor ha durado más tiempo en unos que en otros, pero al fin se han dejado llevar todos de la tenaz porfía de estos tan poderosos ruegos, cediendo su resistencia a la lisonja de preciosos metales que los avaloran. 17. Desde el instante de entrar los virreyes en el Perú empiezan a señalarse sus moradores en esta especie de cortejos, y, procurando distinguirse cada uno para introducirse en su gracia, rueda el oro y la plata prodigiosamente, convertido en vajillas y alhajas de sumo valor, de cuyas piezas se componen los presentes que les hacen. Pasada esta primera ocasión, en que la generosidad empieza los esfuerzos del combate contra la integridad y desinterés de los virreyes, se sigue después, fuera de otras entre año, la del día de su nombre, en el cual es tan cuantioso el ingreso que suele llegar y aun exceder a la suma de 50 a 60.000 pesos, que viene a ser aún más de lo asig-nado por el sueldo, agregándose a esto después los regalos particulares de los que han disfrutado su favor en las pretensiones y consecución de alguna gracia. De aquí se podrá conjeturar lo que montará todo y lo mucho que se acrecentará cuando el virrey se muestre con inclinación al lado del interés, pues entonces con sólo abrir la mano para recibir, tiene suficiente para colmarse de riquezas. Ahora, pues, bien considerado, ¿cuál será el hombre que pueda asegurar, por arreglada que sea su conciencia, que no caerá en una repetición de tentaciones de esta calidad? Muchos podrán, a la verdad, prometerlo, pero muy raros tal vez acertarán a cumplirlo, y con particularidad si pasan de tres o cuatro años los que se detienen allí, porque lo que no consigue el exceso de la cantidad en una sola vez, alcanza la continuidad y el mal ejemplo. Por esto deben ser disculpados los virreyes cuando el recibir no es con demasía o con grave perjuicio de tercero, y sí sólo por tener a su favor la razón del estilo, que lo califica de política demostración, lo cual puede muy bien no ser efecto de ánimo codicioso y avaro, como con efecto lo ha acreditado así la experiencia en los que se han mantenido tres y cuatro años con limpieza y después han declinado a la conducta de los demás. Pero, ¿qué importa que un .virrey desprecie los obsequios, aun en aquellos años, si los de su familia o los de su confianza los admiten, y cuando no les es permitido de otro modo, guardando sigilo, éstos disponen su ánimo de tal modo que lo preparan a que condescienda en el deseo de los pretensores que los cortejan? Con que es corto embarazo (toda la vez que sucede el mal) el que sea porque el virrey admitió el presente con que se le brindó, o porque se repartió entre los que intervinieron de la solicitud. 18. Lo cierto es que son muy poderosos los combates del oro y de la plata, y que han sido pocas las fortalezas que les hayan hecho resistencia y por fin no hayan quedado vencidas a la continua porfía de tales enemigos. Pero cuando desde luego encuentran abrigo en lugar de resistencia, es imponderablemente mayor el daño que causan, mayor la ruina, y, haciendo que se desaparezca la justicia, debilitan la razón y ciegan el entendimiento. Sobre esto nos parece al propósito citar un caso sucedido con uno de los virreyes que ha tenido el Perú, para que se vea la fuerza del incentivo que lleva consigo el interés. 19. Gobernaba al Perú un virrey cuya codicia ha dejado bien oscurecida su fama, y ofreciéndose tratar en la Audiencia un asunto de justicia, viendo la parte interesada que no la tenía a su favor, ni derecho para esperarla, buscó conducto por donde granjear la voluntad del virrey; consiguiólo, y que éste se interesase por él. Habló el virrey el día que se había de votar el negocio en el acuerdo de tal modo, que conocieron los ministros hallarse empeñado con extremo en aquella materia, y esta advertencia sirvió de que votasen todos a su contemplación, a excepción de uno cuya conciencia fue más ajustada. Concluyóse el acuerdo, y habiéndose retirado el virrey a su alojamiento, le siguió poco después el juez que se había declarado en contra de su dictamen. Entró a verle para disculparse y pedirle que le perdonase, porque su conciencia no le permitía otra cosa, mayormente siendo un asunto de justicia y donde ésta se hallaba tan declarada; dejólo decir todo lo que quiso y después le respondió dándole pruebas de quedar en su amistad, no obstante el haberse opuesto a su empeño. Pero, habiendo terminado la conversación, le preguntó el virrey con gran disimulo si le habían pretendido cohechar en alguna ocasión para ganarle el voto, y despreciado él el regalo por no faltar a la obligación de su empleo ni a la rectitud de justicia; res-pondió el ministro que sí, y fue refiriendo las ocasiones en que había sucedido. El virrey le aplaudió grandemente su entereza y desinterés, y al fin, llegándose a una mesa que estaba en medio de la pieza, levantó una toalla, y descubriendo una grande fuente de oro colmada de tejos, de cajas llenas de oro en polvo y de doblones, le dijo que no se admiraba de su mucha justificación y limpieza, porque tal vez todas las tentaciones que le habían acometido no pasarían de alguna caja de oro, de algunos candeleros u otras piezas de plata que, por su poco valor, eran despreciables, pero que si le tentasen con una fuente como aquella, sería capaz no sólo de sacrificar la justicia, sino de hacer mil sacrilegios en un día, si tantos le pidiesen. El ministro quedó admirado de lo que vio y, sin saber qué respuesta dar, se despidió del virrey lleno de confusión con lo que había visto y no esperaba. 20. Semejantes obsequios, tan frecuentes como lo son allí, bastan para pervertir la conducta de los virreyes cuando su genio no es naturalmente desinteresado y se hallan prevenidos con una omnímoda aversión y positiva abominación a este vicio, porque aquellos que no delinquen en los primeros ataques de los presentes, suelen vencerse con la continuación. Y así, junto el interés con la soberanía, enducen tal envaramiento en sus ánimos, que no es mucho atiendan poco a la precisión de las órdenes, mayormente cuando concurren ambos motivos para no guardarlas. 21. De aquí nace el que den puntual cumplimiento a las que les parece, y las que no, las vuelven inútiles con el motivo de que no conviene dárselo por varias razones que se ofrecen en su contra y cuya fuerza no se conoce en España. Es evidente que hay muchas ocasiones en que no conviene ponerlas en ejecución porque, efectivamente, hay embarazos legítimos para ello, y si los virreyes no reflexionasen los casos y no tuviesen la libertad de poder arbitrar y suspender su ejecución, se cometerían muchos absurdos en el gobierno, y los desaciertos serían muy repetidos. El abuso sólo está en que el privilegio de tal alta confianza, que debería mirarse como cosa sagrada para no profanarlo, se aplique a otros casos en que no hay más razón que la voluntad, y el hacer ostentación del poder. Para conseguir esto con menor peligro, acuden al apoyo de las Audiencias y, con un acuerdo, quedan resguardados de cualquier contraria resulta. Varios casos pudiéramos citar en este particular, pero nos ceñiremos a uno que será suficiente para comprobación de lo que tenemos dicho, debiéndose entender que en todas las demás materias de distinta naturaleza, sucede lo mismo que con ésta. 22. Con el motivo de la guera contra Inglaterra, en 1740 destinó Su Majestad una de sus escuadras para que guardase las costas y puertos del mar del Sur, dando su comando al teniente general don José Pizarro, entonces jefe de escuadra y confiriéndole asimismo el carácter de comandante general del mar del Sur. Ordenóse al virrey que todas las expediciones y providencias marítimas las consultase con este jefe para proceder en ellas de común acuerdo, cosa tan justa, tan propia y tan necesaria como que, no siendo marítimos los virreyes, carecen de las luces necesarias para proceder con acierto en las providencias que corresponden a este particular, y habiendo allí un jefe del celo, experiencia y conducta tan acreditada como don José Pizarro, sería extraño que no se le comunicasen las providencias marítimas y se consultase su dictamen. Así lo mandaba el rey, y así lo dictaba la razón, pero nada se ejecutó menos que esto, porque disimulando el virrey la precisión de la orden, y huyendo de tener que partir su autoridad con otro, ni se dignó comunicarle sus determinaciones hasta que llegaba el término de mandarle que las pusiese en ejecución, ni cedió nunca a las representaciones de este jefe, por no manifestar que cedía, o por no dar a entender que miraba con sujeción sus consultas. Y en consecuencia de esto, por lo mismo que aquel jefe iba tan autorizado, tuvo que simular algunos desaires y que reducirse a pasar por todo cuanto disponía el virrey, después de hacerle aquellas protestas y reconvenciones que eran propias de su carácter y obligación, huyendo siempre los lances que a otro menos prudente y advertido hubieran hecho caer en más sensibles consecuencias. 23. Interin que el virrey tenía a un jefe, enviado por el mismo rey, abandonado para las consultas, separado de su confianza para los pareceres, y aun despojado de los ministerios que le pertenecían directamente, hacía consultas con su secretario y con su asesor, personas, una y otra, de tan reducidos alcances en los asuntos de marina que no tenían de ellos el menor conocimiento. Con éstos confería y, para quedar al resguardo de las malas consecuencias que se podían seguir de tales determinaciones, las autorizaba después con el dictamen de los oidores, llamando a junta de Guerra. Y allí donde don José Pizarro venía a ser el único que podía hablar con acierto, era también sólo y sin contrarresto al dictamen de todos los demás, que no entendían ni aun la materia de que se trataba, porque allí concurrían los oidores y oficiales de aquel país, tan poco hábiles en las cosas de marina como el virrey, su secretario y el asesor. Pero aun estas juntas sólo se convocaban para los asuntos más graves, porque los que el virrey no consideraba de tanta entidad, los resolvía por sí con el dictamen de los dos a quienes consultaba como más confidentes. 24. A vista de esto, se puede hacer juicio de lo que sucederá en otras materias de menos recomendación, y cuyas consecuencias no fuesen tan sensibles como las que entonces pudieron tener éstas. Y esto, aun siendo el virrey que gobernaba entonces uno de los que más arregladamente han procedido, más se han señalado en la moderación y menos ha envanecido o hecho salir fuera de sí el excesivo brillo de la autoridad. Pero con todo, no podía hacérsele llevadero el haber de reducirse a ceder o partir con otro la superioridad. 25. Para evitar esto, sería conveniente que las órdenes que se despachasen a los virreyes, a las audiencias o a otros ministros, y que conviniese el que se ejecutasen absolutamente, se las distinguiese de modo que allá no tuviesen embarazo o tergiversación en los asuntos que, por estar bien digeridos acá, no debiesen admitir demora en su cumplimiento, quedando los otros en que no concurriese tal circunstancia, en el mismo estado de poder representar los perjuicios que de su práctica se podían originar. En aquellas era forzoso coartar la autoridad de los virreyes, obligándoles por todos los medios posibles a que las hubiesen de observar con exacta puntualidad, y dirigiéndoselas con tanta claridad y precisión que no quedase el más leve resquicio por donde pudiese introducirse el arbitrio de una siniestra interpretación, porque sin esta circunstancia, se les buscarían tantas interpretaciones allá (como sucede ahora) que hallarían bastante campo para negarles su legítimo curso, siendo necesario hacerse cargo de que las expresiones más fuertes y las frases más específicas y vigorosas aún no bastan para preservarlas del peligro, creyéndose todas hijas, más que de la voluntad del príncipe, del estilo de las secretarías. Y las otras órdenes podían correr en el orden regular que hasta aquí. 26. Continuando con el tema de los cohechos, hemos de decir que al respecto de los virreyes, sucede con los demás, gobernadores, ministros de las audiencias y con los jueces, con sola la diferencia de no ser los regalos tan cuantiosos, y de que suelen no ir disimulados con el embozo de obsequios, porque el desahogo es tanto mayor, que llega al extremo de tratarse en público el ajuste de los negocios con el mismo desenfado y libertad que se hiciera en cualquier permitido contrato; por esto es regular que el que da más, tenga también más justicia. En prueba de lo cual podremos citar algunos casos de los que sucedieron en nuestro tiempo ciñéndonos a los más breves y omitiendo los demás para no ser molestos en su repetición. 27. Cuando pasamos por Panamá, se hallaba en tal constitución, tan unido el cuerpo de aquella Audiencia, y tan desacreditada la justicia, que entre los sujetos que formaban este tribunal había uno cuyo desahogo sobresalía al de los demás, y éste tenía a su cargo el ajustar los pleitos y convenirse con los interesados en el importe de las gracias, lo cual se practicaba tan sin reserva que andaba en almoneda la justicia y se le aplicaba al que más daba, de suerte que, después que tenía contratado con la una parte, sin cerrar el ajuste llamaba a la contraria y, suponiéndola que deseaba atenderla, la descubría la cantidad que la otra daba, instándola a que adelantase algo, para poder inclinar la voluntad de los demás ministros a su favor. Concluido el convenio y finalizado el ajuste, votaban todos a su contemplación, porque él venía a ser el que hacía valer el derecho de cada una de las partes, según el mérito de la que más se alargaba, y luego el producto se compartía entre todos. 28. Sucedió, pues, ínterin nos mantuvimos allí, que un maestre de navío ganó la voluntad del presidente Dionisio Martínez de la Vega para una licencia de hacer viaje a los puertos de Nueva España llevando los frutos que sobraban en Panamá, privilegio de que se hallaban en posesión los presidentes y que fuera bien concedido si no abusasen de él, porque con esta providencia se conseguirían dos beneficios bien grandes: el uno a favor del comercio, evitando la pérdida de los frutos que se pierden en aquel temperamento cuando por su abundancia no pueden tener pronto expendio, lo que resulta en perjuicio grande de sus interesados; y el otro, el de abastecer aquellos puertos, que por lo regular están muy escasos. Con la confianza que este maestre tenía en el favor del presidente, no se precaucionó en ganar también el de los oidores y, llegando el tiempo de que se ejecutase el viaje, después de tener cargado y listo el navío para hacerse a la vela, salió la Audiencia estorbándoselo, y fueron tan fuertes los motivos que hizo presentes para ello, que se le retiró la licencia, y el navío tuvo que volverse al Perú con una considerable pérdida. Pero poco tiempo después se le concedió por la Audiencia a otro la licencia que a esotro se le dificultó porque no se supo manejar. 29. El sujeto que estaba dirigiendo y corría con estos contratos sólo permaneció en aquella audiencia cosa de tres o cuatro años, porque fue ascendido a otra, y en tan corto tiempo tuvo él bastante para juntar un caudal que pasaba de 30.000 pesos. De aquí se puede inferir cuál sería el ingreso y cuál la conducta, debiéndose suponer que los salarios de los ministros de las Indias, aunque son bastantes para mantenerse con una decencia regular, según corresponde a su carácter, en ningún modo son suficientes para hacer caudal. 30. En la Audiencia de Quito se ofreció, del mismo modo, que el difinitorio de San Agustín ocurriese por vía de fuerza, pidiendo que se declarase la nulidad de las censuras publicadas por su provincial y que se le exhortase lo absolviese y habilitase en su ministerio, levantando una excomunión que había declarado contra todos los que lo componían, por no haber dado cumplimiento a una patente del general, la cual, presentada con advertencia por el mismo provincial en aquel tribunal anticipadamente, había declarado éste que debía correr y ponerse en ejecución; pero como el definitorio junto hizo resistencia a ello y estuvo constante en no admitirla, había publicado el provincial las censuras contenidas en ella misma, intra claustra, contra los que repugnasen o se opusiesen a su cumplimiento y los tenía privados de las funciones del definitorio. La Audiencia dilató algunos días la conclusión de este negocio, y en ellos tuvieron tiempo los jueces de hacer convenio con los interesados. Pero el mayor desahogo estuvo en el que presidía, porque públicamente estimulaba a los unos para que alargasen la estimación de su voto a la que los contrarios le daban; llamaba a los otros, y los persuadía a que acrecentaran la suma sobre la cantidad del partido opuesto y, por último, el que más pudo extenderse fue el que quedó victorioso. 31. El caso más digno de notar, que sucedió en aquella audiencia sobre este particular, fue el que avino con un sujeto en el seguimiento de un pleito, el cual estaba ya en tan mal estado por la pasión con que los jueces se habían declarado a favor del contrario, que tenía perdidas todas las esperanzas de conseguir en él nada favorable. Viéndose, pues, en el extremo de perder una finca que la parte contraria le tenía usurpada, y que no había medio para que los jueces le oyesen en justicia, acordó hacer delación de su derecho a favor de una señora, sobrina de uno de los ministros; y habiendo hablado con éste, le dio a entender que, mediante a no tener herederos forzosos, determinaba, si ganaba el pleito, renunciar aquella finca (que era una hacienda) a favor de su sobrina, dotándola con ella porque su ánimo no era otro que el de que no se mantuviese el contrario con la usurpación de lo que no le pertenecía. Este ministro empezó a atenderlo desde entonces, y a desimpresionar a los demás del mal concepto en que estaban contra él, de suerte que consiguió inclinarlos a su favor y que ganase en vista y revista, y lo pusiesen en posesión de la alhaja. Cuando lo estuvo, pasó a visitar al ministro que había tomado por protector, y le dijo que le perdonase si no le cumplía la palabra, porque estaba tan necesitado que no podía usar galanterías con lo que había menester para mantenerse y le pertenecía de derecho; que lo que había ofrecido era únicamente para conseguir su fin, viendo que no había otro medio con que apartarlos de la injusticia que pretendían hacer contra él, pero que, a ley de agradecido, sabría gratificarle lo que había hecho, cuando la misma finca le usufructuase para ello, porque la cortedad de sus posibles no se lo permitían por entonces. Con esto quedó en posesión de su alhaja, no sin corto sentimiento de aquel ministro que, viéndose tan burlado en las esperanzas, no dejó de hacer sus mayores esfuerzos para tomar satisfacción del chasco. 32. Todas las audiencias corren bajo de este mismo pie, pero donde la concurrencia de negocios, como sucede en Lima, es mayor, son más frecuentes los cohechos y en todas partes se practican con una misma publicidad y desembozo. En prueba de ello y de la libertad con que reciben los jueces a todas manos, sin cautela ni disimulo, referiremos lo que pasó con los capitanes franceses de las fragatas Nuestra Señora de la Deliberanza y el Lis, que, con registro de ropas, pasaron al mar del Sur en 1743. Fue el caso que entraron en litigio los fletadores de estas fragatas, sujetos españoles de Cádiz, con sus capitanes, y habiendo ganado el pleito estos últimos, como cosa establecida en el país y corriente en él, pasaron a visitar a los ministros de la Audiencia para darles las gracias de lo que habían hecho a su favor. Y como entre todos se hubiese distinguido más en protejerlos uno de ellos, al mismo tiempo que le fueron a cumplimentar, le llevaron un cartucho con 100 doblones gruesos, algunas cajas de oro y otras menudencias de valor; pero como no fuese esto lo que según el establecimiento del país correspondía a un asunto de la importancia de aquél, iban con el temor de que pudiese parecerle corta la suma y darles alguna sorrostrada. Llegaron a su presencia y, después de los cumplidos que son regulares en tales ocasiones, le ofrecieron su presente. El ministro lo recibió con muestras de mucho agrado y, en presencia de ellos, lo abrió y fue registrando todo. Después, con gran espacio, se puso a contar los doblones y, así que lo estuvieron, volvió a recogerlos en el papel en que iban y, poniéndolo todo en la misma forma que se lo habían presentado, lo devolvió a los capitanes, diciéndoles que lo había reconocido todo y contado el dinero para saber lo que tenía que agradecer a su liberalidad; que lo daba por recibido y que les suplicaba volviesen a admitirlo de su mano, como un nuevo obsequio que les hacía; que él se alegraba haber tenido aquella ocasión para servirlos, y que lo que esperaba de ellos era que, cuando se restituyesen a Europa, divulgasen, contra la común opinión, la del desinterés y limpieza con que se les había atendido en aquel negocio, declarándoles la justicia porque la tenían en su contienda, y no por interés. Los capitanes se volvieron con esto muy contentos por haber salido del bochorno con felicidad, pero haciendo muy contrario concepto de aquel ministro que lo que él presumió con su galantería, porque conocían que el haberla usado fue por no desacreditar su conducta con extranjeros que en países extraños pudieran divulgar la mala de todos los que ocupan tales empleos, y que el haberlos atendido en el tribunal era con reconocimiento a los obsequios que de antemano le habían hecho, regalándole varias cosas de valor de las mercaderías que llevaban. Los demás oidores recibieron el presente que les cupo, a excepción de los que habían sido en contra, y los franceses quedaron escandalizados del desahogo y libertad con que todos reciben, haciendo granjería pública de los votos y feria común de la justicia. 33. Son tantos los casos que se pudieran citar tocantes a esto, que bastarían para hacer un volumen crecido los sucedidos durante nuestra demora en aquellos reinos. No nos admira, ni se hace extraño a ninguno, el que haya corrupción en los gobernadores, que los magistrados se abandonen al interés, ni que los jueces se venzan a tales obsequios, porque es vicio tan general entre todas las naciones esta flaqueza, que no hay alguna que se vea exenta de él. Lo que puede causar novedad es la general corruptela que hay allí, la publicidad de los cohechos, y la desmesurada ambición con que los jueces se abandonan al interés, sin reparar en nada. Y, a nuestro entender, proviene esto de dos causas: la una es la mayor ocasión que hay en aquellos países para ello, no teniendo quién les vaya a la mano o los contenga, y siendo como frutos del oro y la plata, y la segunda, que los que van a ser jueces, siendo regular que no hayan tenido otro manejo de gobierno sino el que allí aprenden, y siendo éste tan viciado y malo como queda visto, por precisión han de seguir su conducta bajo del mismo pie. Por esto convendría mucho, como ya se ha dicho, que los que fuesen proveídos en plazas de ministros para aquellas partes, lo hubiesen sido antes en las audiencias de España, y que de éstas se entresacasen aquellos sujetos más timoratos y de mejores costumbres para que, aunque se pervirtiesen algo con el vicio desmesurado de aquella tierra, no fuese con tanto extremo como los otros, de quienes no se ha ofrecido la ocasión de experimentar de cerca su conducta e inclinación. 34. Una de las cosas que con más fuerza se prohíben a los gobernadores, ministros de las audiencias, oficiales reales, corregidores y otras personas que tienen empleos de esta calidad, es el que puedan comerciar mientras se mantienen en ellos, lo cual se estableció con justa razón para evitar los gravámenes que de ello deben resultar al rey y al público. Pero no hay ley, entre las muchas que tienen perdido su valor en el Perú, que se guarde menos que ésta, porque sin el peligro de incurrir en la pena de su inobediencia, y sin la zozobra de que pueda resultarles perjuicio, comercian todos con tanta libertad como si el comercio fuera su principal ocupación. Es cierto que no se deben mirar como incursos en esto los virreyes, en quienes no se ha notado tal desliz, ni hay necesidad de incluirse en él para adquirir cuantas riquezas pueden desear, ya que les basta con sólo el comercio de las gracias que penden de su arbitrio, pero comercian todos sus dependientes, que es lo mismo para el daño; comercian los gobernadores, los ministros y todos los demás en quienes está prohibido, como si fuesen comerciantes de profesión. 35. Si no resultase perjuicio de esta corruptela, pudiera ser disimulable, pero es tanto el que se origina de ella, que no puede llegar a más. Comerciando, como sucede, los dependientes de los virreyes y los ministros de las audiencias, es consiguiente no sólo el que los caudales o efectos que les pertenecen, sino todos los de aquel sujeto que los maneja en confianza, gocen distintos fueros que los que se le guardarían a un simple particular, o a quien no tuviese tanta dependencia con personas tan caracterizadas. De aquí nace que aunque el comerciante que lleva a su cargo estas encomiendas reduzca todo su empleo a géneros prohibidos o de ilícito comercio, no arriesga nada en ello, porque en todas partes tiene franca la entrada y en ninguna hay quien pueda atrevérsele. Y de aquí el que, aunque más eficacia se ponga en celar estas introducciones, y aunque más cuidado haya en la elección de los sujetos en quienes se deposite esta confianza, nunca se podrá conseguir el fin, porque ¿qué hombre habrá tan inconsiderado y poco cuerdo que se atreva a hacer agravio contra aquel a quien está sujeto y subordinado? Ninguno se encontrará, y no será bastante para que lo practique, la mayor confianza o seguridad que en España pueda tener del ministerio, toda la vez que ha de ir a ejecutar sus órdenes a las Indias, donde en el ínterin que él ocurra con los informes de lo que allá se experimenta, lo pueden haber perdido entre los que se hallan sentidos de su integridad, fulminándole graves delitos, pasando por justificación lo que no es sino venganza y atropellamiento. ¿Quién será, pues, el que se atreva a detener un empleo de mercancías, cuando de antemano se le ha advertido por algún familiar del virrey, por algún ministro, o por otra persona de semejante autoridad y poder, que facilite todo lo necesario al sujeto que lo lleva a su cargo? Ni ¿quién tendrá osadía, ni aun por mera curiosidad, de preguntar qué es lo que lleva un fardo u otro, sabiendo que es cosa tan sagrada que aun la vista es menester que se contenga para no ofenderlo? Nadie habrá que lo intente, aunque se vea estimulado de su buen proceder, aunque su propio celo le reprenda, o aunque su justificación se lo desapruebe. 36. El comerciante confidente de algún ministro, o de otra persona de las nombradas, emprende su viaje y hace el empleo en los géneros que le parecen a su satisfacción y en el paraje donde se le proporciona más comodidad; después se restituye con ellos y pasa por todas partes francamente. El cognato de los corregidores, oficiales reales u otras personas a cuyo cargo está el celar las introducciones ilícitas, se vuelve en obsequiarle lo mejor que pueden; en facilitarle bagajes, indios y todos los demás que necesita, para granjear su amistad, y con ella la del sujeto de quien depende, a fin de tenerlo propicio en la ocasión que le hayan menester. De aquí nace que las quejas más justificadas que van a los virreyes o a las audiencias contra los corregidores, ya sea por los indios o por otros dependientes de sus jurisdicciones, pierdan toda su fuerza y que no se castigue la iniquidad, ni se modere la tiranía; de aquí el que, con estos ejemplares, no pongan reparo los mismos jueces que habían de celar las introducciones, en consentirlas a los demás sujetos particulares, mediante un indulto para ello; de aquí el que los mismos corregidores, oficiales reales y todo el comercio, no escrupulice en hacer lícito lo que está prohibido, y, últimamente, de aquí el crecido fraude que se hace a la Real Hacienda en los derechos reales que dejan de contribuir todos estos géneros y, a su ejemplar, los demás sobre que se extiende el abuso, dejando aparte las otras injusticias que se cometerán por proteger cada uno al sujeto que le aumenta su caudal, manejándolo en el comercio. Este asunto no necesitaría de citar ejemplar, siendo cosa tan corriente en aquellos reinos que no admite ninguna duda, pero para no apartarnos del método que hasta aquí hemos seguido, referiremos el último caso que experimentamos en Lima, que bastará para la inteligencia de lo que queda dicho. 37. El año de 1739 pasó a asistir a la feria de Portobelo uno de los comerciantes de Lima con quien, después que se restituyó de este viaje, tuvimos conocimiento. Iba encargado, entre otras partidas que llevaba por encomienda, de una que pertenecía a un oidor de aquella audiencia. Como la feria no se pudo celebrar y los caudales pasaron a Quito por disposición del virrey, en la misma ocasión en que de Lima se participó a Panamá esta providencia, le dio orden el oidor al encomendero que procurase hacer empleo de lo que a él le pertenecía en la forma que le pareciese mejor y que tuviese menor demora. Con esta facultad, no se detuvo el comerciante y, dejando en el segundo encomendero las demás porciones, pasó a las costas de Nueva España con la que a él le pertenecía y la que correspondía al oidor; fue a Acapulco, concurrió a la venta de la nao de Filipinas y, después que estuvo listo, se restituyó al Perú. A1 desembarcar en Palta halló tan buena recomendación en un juez que por orden del virrey estaba entendiendo en la pesquisa de algunas introducciones anteriores y celando que no las hubiese de nuevo, que inmediatamente le proveyó de bagajes y lo despachó para Lima; los corregidores y oficiales reales de las demás partes por donde pasaba, lo llenaban de ofrecimientos y todos lo cortejaban, encargándole con encarecimiento que hiciese presente al ministro de aquella audiencia la puntualidad con que habían cumplido el orden que les había dado, sirviéndole en todo cuanto dependía de ellos. Este sujeto llegó a Lima, y habiendo vendido sus géneros con mucha estimación, ganó en ellos casi un 300 por 100. Por esto se inferirá el perjuicio grave que recibe el comercio con tales introducciones. 38. Unos hechos tan comunes y públicos como éstos, si se fueran a averiguar determinadamente por términos jurídicos, se desaparecerían totalmente de la comprensión y no se hallaría ni aun sombra de ellos, porque allí donde hay libertad para cometerlos, hay también los arbitrios necesarios para desfigurarlos cuando consideran los cómplices que se han llegado a hacer pecaminosos, y que, como tales, andan divulgados, pasando su publicidad de los límites en que ellos quisieran verlos contenidos, a los del escándalo y de la nota. 39. Con la misma facilidad, pues, que se cometen las maldades, se disfrazan cuando parece que de ellas puede resultar daño, y no hay otra cosa por ardua o falsa que sea que no tenga allí justificación. En propios términos nos explicaremos con decir que en el Perú se juega con la justicia a discreción, pero para conocerlo bien era menester estar allá viendo las informaciones que se hacen, las certificaciones jurídicas que se dan y los testimonios que se sacan en los asuntos que los piden, y viendo al mismo tiempo ejecutar lo contrario de todo lo que en ellas se contiene. Por esto, aunque los delitos que allá se cometen por unos sean muy grandes, no lo parecen en España, y aunque otros tales caracteres no los tengan, si e faltan posibles al acusado para poder inclinar a su interés a algún ministro que lo proteja, vienen a parecer gigantes, porque se hacen tan abultados que causarán asombro. Este es el régimen que siguen los instrumentos que se envían de allá pintando los servicios de los jueces y ministros, y alguna vez hemos sido testigos de que los que representaban como tales, más acreedores eran de castigo que de premio. Así, no deberá hacerse extraño que no se encuentren delitos donde el juicio está precisado a haberse de gobernar por lo escrito sobre el papel, y estampado en unos países donde la conciencia no se atribula por nada y donde el honor está cifrado en la riqueza. 40. La autoridad y despotismo, vuelvo a decir, de los ministros de las Indias y particularmente del Perú, que es de los que podemos hablar con seguridad, está a correspondencia en el mismo pie que la de los virreyes, y aún hay asuntos y ocasiones en que excede, porque en alguna manera se halla ceñida la de éstos a haberse de sujetar a los dictámenes de la audiencia, de lo cual resulta que los virreyes, si son personas justificadas y de integridad, no puedan castigar por sí los desórdenes, aunque los conozcan, porque la audiencia los absuelve; que si los virreyes no son personas justificadas y de integridad tengan el recurso de disculparse con la audiencia, y que ni uno ni otros mejoren el gobierno que está a su cargo, y resguardándose recíprocamente los virreyes con la audiencia y este tribunal con los virreyes, ni sea averiguable quién cometió la falta, ni corregible el exceso. 41. Se ven precisados los virreyes a sujetarse a los dictámenes de la audiencia porque, haciéndolo así, no pueden resultarles cargos en la residencia; y como es por el oidor más antiguo por quien se le forman, le es forzoso contemporizar, así con éste como con los demás, para no tener por enemigos a los que ha de reconocer por jueces. Por esta razón, la mayor parte de los asuntos gubernativos, que debería resolverlos por sí con sólo el dictamen de un asesor, los hace pasar a la audiencia, y allí se determinan, y habiendo en este tribunal interesados, séase de la especie que se quisiere imaginar, son las resultas más propiamente de partes que de jueces independientes; lo mismo sucede con lo que pertenece a hacienda real, que se determina en el tribunal correspondiente, y lo que mira a derecho o rigurosa justicia, por su propia naturaleza sigue el curso de la audiencia; con que los virreyes tienen refundida toda su autoridad, mirándolo legítimamente, en la provisión de los oficios vacantes, en dar el pase a los empleos provistos en España y en pasar la palabra en los demás asuntos de los tribunales a los particulares interesados, o de éstos a los tribunales a donde corresponde. 42. De la precisa intervención que es forzoso tengan los tribunales de las audiencias en todos los negocios gubernativos, resulta el desorden que tenemos manifestado en la sesión hablando del que cometen los corregidores con los indios y generalmente, el que se experimenta en la conclusión de todos los demás asuntos. Porque habiendo de ir a terminarse todos los asuntos a la audiencia, y no faltando entre los jueces alguno que haga por el acusado, con éste basta para inclinar a sus intereses los demás, y el delito, que en la acusación parecía enorme y digno de un castigo severo, después de examinado y de concluida su justificación, quedan tan desvanecido que hay ocasiones en que la pena debe trocarse en premio, y la reprensión en aplauso. Esto sucede con tanta regularidad que será fuerza de desgracia el que un sujeto no tenga valimiento para ser absuelto, o, a lo menos, el que le falte modo de disminuir la gravedad del delito de tal modo que no quede reducido sino a una parvedad despreciable. Con la confianza, pues, de los jueces inferiores de que sus delitos no llegarán a confirmarse como tales en los tribunales, no tienen reparo en cometerlos ni en perderles el temor, olvidarse de la justicia y no tener por objeto de su conducta otra cosa más que el adelantamiento del propio interés, y toda la vez que éste se consiga, no es del caso que sea justo o injusto el medio de que se valen para ello. 43. Muchos motivos hay para que los jueces deban hacerse protectores de los que cumplen mal las obligaciones correspondientes a sus oficios, pero la raíz de todos es el interés. El comercio que, por tercera mano, hacen los ministros, contribuye tanto que los liga y precisa a ello, como se verá claramente en el siguiente caso. 44. Siendo las introducciones de ropa de ilícito comercio que hubo en el Perú, desde el año de 39 en adelante, tan cuantiosas que no parecía sino que cada instante llegaba a Paita una armada de galeones y descargaba allí, y tan público este comercio que en medio del día entraban en Lima las recuas cargadas de fardos, le fue preciso al virrey enviar jueces pesquisidores a Paita para que averiguasen en este hecho que, sin más diligencia que el ver la fardería en Lima, en el camino, en el mismo Paita, y a bordo de los navíos que llegaban de Panamá, lo estaba sobradísimamente. No obstante, como ya se ha dicho en la sesión, los primeros jueces que se enviaron se corrompieron con tanta facilidad que, haciéndose del partido de los que había allí, no sólo protegieron el fraude futuro, sino que totalmente disimularon el pasado, queriendo persuadir, con sus justificaciones, que eran inciertos los hechos (que es a cuanto puede llegar el atrevimiento: falsificar con lo jurídico lo que están tocando, con universal escándalo, los sentidos), pero, finalmente, fue a entender en aquel asunto un juez más íntegro, D. José Antonio de Villalta, y descubrió completamente toda la maldad, hizo causa contra los culpados y los envió presos a Lima. Luego que llegaron se empezó a tratar el asunto en la audiencia, donde tomó tan distinto semblante que salieron poco menos que absueltos, porque los delitos quedaron tan apocados que una moderada multa fue bastante para purgarlos, y ésta recayó no sobre la malicia principal, sino sobre la falta u omisión de haber incurrido en algunas inadvertencias. Esto proviene, como se ha dicho, de que hallándose gratificados los jueces por los reos, y siendo las introducciones que ellos mismos protegen las primeras que abren camino a las demás, precisamente han de procurar que no padezcan por ellas los que contribuyen con el disimulo a su entrada. Pero, aun cuando esto no fuera así, bastaría el enlace que hay de unos sujetos a otros, y el que tienen los negocios de interés entre sí, para que los jueces no tengan libertad de condenar a ninguno. Y brevemente se conocerá. 45. Un comerciante en Lima, o donde hay audiencia, que está hecho cargo de los intereses de un ministro, por el suyo propio franquea los géneros que ha menester a un corregidor; entra éste haciendo estrago en su jurisdicción, va la queja de sus extorsiones al virrey, lo hace llamar, preséntase, pasa la causa a la audiencia, donde ya el interesado comerciante tiene impuesto al ministro de su confianza en el negocio, y éste a los demás ministros que, como compañeros y que unos se necesitan a otros, es preciso que condesciendan en todo lo que pretende exigir de ellos, y ya dispuestos a ser favorables, se empieza la pesquisa contra la acusación; examínanse los testigos que presenta la parte agravante, hállase por esta justificación lo contrario de lo que se supone contra ella y, finalmente, manéjase la cosa con tal arte que queda absuelta, y los agraviados más ofendidos, padeciendo la nota de revoltosos, inquietos y parciales, a cuyos delitos corresponde alguna pena que suele no excusarse, no por castigarlos como culpados, que bien conocen los mismos jueces que no hay materia para ello, sino para que escarmienten y no se atrevan a repetir queja contra aquel sujeto. 46. Estos son los pasos y términos que siguen precisamente los negocios de justicia en las audiencias, y todo proviene, como se ha visto, del oculto enlace que tienen entre sí los jueces, los comerciantes y los ministros. Pero aun cuando éstos no hicieran comercio ninguno, bastarían los obsequios que reciben para hacer disimulables los agravios de los que gobiernan, y para apocar las culpas de todos los demás. 47. Nace todo este desorden de una diferencia grande que hay entre los que obtienen empleos en las Indias y los que se ocupan en España en los equivalentes; y consiste ésta en que allí no se contenta ninguno con tener un empleo que le rinda lo bastante para mantenerse con la regular decencia que le corresponde, sino que es preciso que con él haya de criar, en corto tiempo, un crecido caudal. Siendo en esta forma, por precisión se ha de valer de todas las ocasiones y medios para ello, aunque sea desatendiendo la justicia y atropellando el sagrado de las leyes. 48. Y sin embargo no hay gobierno que se hiciera tan fácil como el del Perú, si aquellos de quien depende obraran con desinterés e integridad. Porque todo está reducido a dos puntos, que son: que los corregidores cumplan con su obligación, y que los oficiales reales hagan lo mismo, celando los derechos reales. Y estos dos son tan limitados que con evitar las extorsiones de los corregidores contra los indios y mantener en buena paz a los demás dependientes de la jurisdicción, está concluido; los oficiales reales, cuidando de percibir los derechos de alcabalas, quintos y tributos, de pagar a los que tienen sueldos de la Real Hacienda y evitar el ilícito comercio, tienen cumplido. Pero estos dos cargos, mal administrados y peor remediados sus desórdenes, son bastantes para tener en un continuo litigio a aquellas gentes, y para dar quehacer con sus resultas al Tribunal Supremo del Consejo de las Indias de acá, al ministerio y al mismo monarca. 49. Siendo, pues, tan grande la autoridad de los ministros de aquellas audiencias, estando refundida en ellos la mayor de todo el gobierno, y obrando sin cargo de residencia, lo manejan y disponen todo a su voluntad, y como la distancia grande de allí a España no permite que lleguen con toda la viveza necesaria los yerros de su conducta, ni hay ocasión de corregirlos, ni de hacer ejemplar capaz de contenerlos, y creciendo en los sujetos la confianza, hacen y deshacen a su arbitrio, como verdaderos dueños de la acción. Esta autoridad, que para sus ánimos no reconoce términos, los llena tan sobradamente del ministerio que tienen que son indiferentes para ellos las órdenes más respetables, de las cuales observan lo que les parece, y lo ponen en ejecución cuando se les antoja, y dándoles distintas inteligencias de las que corresponden a su verdadero sentido, se excusan con que tienen que representar o con decir no ser conveniente su cumplimiento. Esto se practica con tanta sutileza que el orden más estrecho y preciso pierde toda su fuerza, y queda sin ningún valor cuando estos ministros lo quieren así, por medio de las interpretaciones que les buscan, o introduciendo la malicia por el resquicio de alguna cláusula indiferente, poco eficaz o confusa, pues aunque legítimamente no lo sea, basta sólo que convenga con lo que ellos pretenden, para que quede el todo del orden suspendido en su ejecución; lo que podrá acreditar el siguiente caso, que fue de los últimos que experimentamos. 50. En el año de 1743 llegaron al Perú los primeros navíos de registro que, con bandera francesa, pasaron a aquellos mares. La cédula en que Su Majestad concedía este permiso a los españoles que lo solicitaron decía, en una cláusula, que hallándose informado Su Majestad de la escasez de ropas de Europa que padecía el Perú, venía a conceder licencia a los tales sujetos para que cargasen tanto número de toneladas en Cádiz y pasasen con ellas a vender los efectos al Perú. Llegaron estos navíos y, como con el motivo de las introducciones se hallaban sumamente abastecidos de géneros aquellos reinos, y de empezar a vender los que iban de España se seguía perjuicio a los otros, salió el comercio de Lima poniendo embarazo en la venta y pretendiendo que hubiesen de permanecer sin hacerla el tiempo de un año, para que en este intermedio pudiesen ellos evacuar sus efectos, mediante haber siniestramente informado a Su Majestad para conseguir la licencia y supuéstole que el Perú estaba escaso de ropas, siendo así que abundaban. Y sirviéndose de aquella cláusula, pasó el litigio a la audiencia, donde estuvo algunos meses, y tan en punto de perderse por los de Europa que, a no haberse sabido manejar, como lo hicieron, se hubieran visto precisados a la demora, con el grave perjuicio de los atrasos y pérdidas que eran correspondientes. 51. Lo mismo se experimenta en todos los demás casos, porque se ha llegado a tal extremo que es abuso general en todas las audiencias el andar buscando interpretación a las órdenes que se les envían. Por esto es común sentir de todos que vale más en aquellas partes la amistad de un ministro que una cédula real, pues con el favor se está en aptitud de conseguir cuanto se pretende, y con la cédula real, sin la amistad, no. 52. Sentado, pues, por lo que dejamos dicho, que la mayor autoridad de las audiencias en materias de gobierno, cuando debiera corregir los defectos de éste, los acrecienta, por ser más los que se interesan en su desorden, parece que sería conveniente disponer que sólo tuviesen intervención estos tribunales en las materias de justicia o, al menos, poner alguna coartación en las gubernativas, de modo que éstas, en la mayor parte, dependiesen privativamente de los gobernadores, quedando responsables de su conducta en el Consejo Supremo de las Indias y también ante los virreyes. Estos deberían dar su residencia no allá, sino en el Consejo, adonde acudiesen los agraviados, por sí o por medio de apoderados, para pedir contra ellos. Con esto, los virreyes no se verían precisados a estar en una continua contemplación con los oidores, y aunque la providencia de haber de dar en España su residencia parece perjudicial a aquellas gentes por la necesidad de tener que ocurrir acá, no lo es tanto, mediante que continuamente vienen a sus pretensiones sujetos de aquellas partes, los cuales se harían cargo de los negocios de otros que se hallasen agraviados y, como patricios y cuasi interesables en ellos, los mirarían con el cuidado de propios. Además, que esto debe atenderse como providencia únicamente de formalidad, respecto que las residencias que se les toman allá a los virreyes no pasan de este término, y aunque su conducta haya sido la más pervertida, nunca se experimenta que resulten cargos contra ellos; lo mismo sucede con los gobernadores. Con que esto sirve únicamente de tenerlos precisados a que den razón de su conducta, aunque en la realidad no se cumpla con el rigor necesario. 53. A esta providencia es aneja la de prohibir que las materias puramente políticas y gubernativas pudiesen convertirse en materias de derecho, porque no evitándose este inconveniente, siempre permanecerá la dificultad en su fuerza. Y asimismo convendrá que, sin cercenar de aquellas facultades que conceden al respeto de los virreyes, se pusiesen términos algo más reducidos que los que reconoce ahora su soberanía, a fin de que, aunque depositarios de una confianza tal como la del gobierno de aquellos reinos, se conociesen vasallos con ceñida jurisdicción y arbitrio, disponiéndose para ello lo que ya dejamos advertido en esta misma sesión acerca de la observancia de las órdenes y su distinción. 54. Pudieran asimismo reducírseles a los virreyes algunas cosas que, aunque no pertenecen al gobierno, les engrandece y levanta fuera del término que les corresponde. Tal es la majestad de su entrada en Lima, sirviéndoles los alcaldes ordinarios de palafreneros, y, puesto que esta ceremonia es a caballo, se pudiera extinguir también la costumbre de ir debajo de palio, llevando sus varas los regidores que van a pie (54 a). Asimismo convendría que se extinguiese el método de cartas que está en práctica, en las cuales, a excepción de los títulos, ministros o gobernadores graduados, tratan impersonal a todos los demás particulares y jueces de otras clases, como a los oficiales reales, a los corregidores, a los regidores de las ciudades y, generalmente, a todos los demás. Estas ceremonias no son de consecuencia en lo formal, pero no dejan de infundir algunos humos de soberanía, los cuales no convienen allá en ninguna persona, aun cuando no pasen de aquella exterior presunción que adula a la persona,. sin propasarse en causar en ella el daño de la perversión. 55. Sería conveniente también precisar a los virreyes a que los empleos vacantes de oficiales reales, corregidores y otros los depositasen en aquellos sujetos que tienen mérito en servicio de S. M.; que no se pudiese beneficiar ninguno, como está mandado, ni admitir los virreyes, o sus secretarios ni asesores, obsequio ninguno de los sujetos proveídos en ellos, como ni éstos nombrar tenientes, fuera de aquellos que son precisos para los demás partidos subalternos de que se componen los corregimientos, porque esto es un disimulado modo de consentirles que los beneficien; que no pudiesen proveer ni estos empleos ni las residencias, hasta que hubiesen pasado seis meses después de haber cumplido los que los servían en propiedad, nombrando para este tiempo un justicia mayor que gobernase, a fin de que, si en este intermedio llegase el propietario provisto en España, pudiese entrar en su ejercicio inmediatamente sin el perjuicio de haberse de detener dos años; pero si cumplidos los seis meses no hubiese llegado el provisto para él, que en tal caso pudiese prolongar el gobierno del justicia mayor, o nombrar otro con el título de corregidor, por el tiempo de año y medio, que es el cumplimiento a los dos años, y que respecto a que en las secretarías de gobierno de los virreyes consta el tiempo en que empiezan a correrle a cada corregidor los cinco años que deben mantenerse en ellos, que cada año diesen cuenta a S. M. de los que están para cumplir y los que tienen provisión por futura para que, en su inteligencia, pudiesen ser proveídos a satisfacción del real agrado y nombrados los sujetos que hubiesen de residenciar a los que terminan. Con este orden podría ser factible que se mejorase el gobierno de aquellos reinos y que en ellos se atendiese a la justicia, reformándose en parte los abusos que poco a poco se han ido introduciendo en él, y con particularidad se conseguiría mejor si se procuraba en España proveer todos los empleos en sujetos ya experimentados, de conciencia e integridad, atendiendo para ello a los méritos de cada uno y extinguiendo enteramente la práctica de los beneficios, que es de donde toman principio todos los excesos. 56. Quedando ceñida la autoridad de las audiencias puramente a las materias de derecho, sería el desorden mucho menor, y aunque hubiese mala conducta en él, estaría ceñida a la de un sujeto y no a la de muchos, como sucede ahora, y así no serían tantos los extravíos de la justicia, siendo cierto que, mientras más sujetos tengan intervención en un negocio, más serán los que quieran interesarse en él, y el daño a correspondencia mayor. Habiendo uno solo, se interesa éste como tal y no repara en la mayor cantidad, porque es único; pero siendo muchos, a proporción del carácter, quiere ser graduado en el indulto cada uno. 57. Quedando establecidos los gobiernos y la jurisdicción de las audiencias en la forma que dejamos dicho, se pueden poner estos tribunales en el pie de tres oidores cada uno de ellos, el fiscal y un protector, cuyo número es bastante para evacuar los negocios correspondientes a él, porque ni necesitan de más ni un número más crecido ha de adelantar lo que este corto no hiciere. La experiencia lo está dando a entender así en el expediente que tienen ahora los negocios, que no es más pronto ni más arreglado a justicia el de los que corren por la Audiencia de Lima, donde hay muchos ministros, que los que se evacuan en las de Panamá y Quito, que por lo regular suelen estar ceñidas al número de tres oidores, fiscal y protector de indios. Y aunque se pudiera decir que consiste esto en que la Audiencia de Lima está más cargada de negocios que las otras, provenido de la intervención que tiene en los asuntos gubernativos, cesando en el conocimiento de éstos, quedan todas iguales en cuanto a la cantidad y especies de materias de su pertenencia. 58. Ningún reino necesita de mayor reforma de ministros y jueces que el Perú, así porque la Hacienda Real no tiene fondos suficientes para mantenerlos, como porque en un país donde están tan viciados como en aquél, mientras menos hubiese, menos será el daño; por lo cual parece conveniente ceñirse a lo inexcusable, y siéndolo el que haya audiencia, se deben mantener éstas de aquel modo que sean menos gravosas al rey y más favorables para el público. 59. En la Audiencia de Lima, además de los ocho oidores de número que la componen y de un fiscal, hay una sala del crimen compuesta de cuatro alcaldes de corte, cuyos empleos son allí tan excusados que sin ellos se pasaría del mismo modo que teniéndolos, pues muy comúnmente sucede ser tan poco lo que tienen que hacer, que se les pasan meses enteros sin tratar de ninguna causa, y, aunque se juntan en su tribunal, es únicamente a cumplir con la obligación de la asistencia; así, estos empleos deben reputarse como muertos en que S. M. expende anualmente una crecida suma de dinero, sin provecho ni necesidad. La prueba de que se puede pasar Lima sin estos alcaldes de corte está clara en las demás audiencias, donde unos mismos ministros entienden en los negocios civiles, de gobierno y criminales, y siendo así, no sólo no dejan de atender a todos, sino que hay ocasiones en que se hallan vacantes; con que no hay embarazo para que se pongan todas en este mismo pie. 60. A correspondencia de los alcaldes de corte y de una parte de los oidores, cuyos empleos podían reformarse sin perjuicio del bien público y, antes bien, con beneficio del Real Erario, sucede con los muchos que hay en el Tribunal Mayor de Cuentas, el cual se compone de un regente, que preside en él; cinco contadores mayores de número y otros cinco supernumerarios, dos de resultas y dos ordenadors, y todos gozan sueldos bien crecidos. 61. El cargo de este Tribunal es de recibir y liquidar las cuentas de los corregidores y aprobarlas o adicionarlas, según lo requiere su estado, y, juntamente, las de los oficiales reales. Aquéllas se reconocen de tal conformidad que será raro el que en su examen se haya encontrado jamás tropiezo, con ser tantos los corregidores que han ido al Perú y han corrido con la cobranza de los tributos (motivo por el que deben presentarse allí estas cuentas), pero hay muchas tan postergadas que suelen pasarse diez, doce y más años después de presentadas, sin que se reconozcan, lo cual nace de que la parte interesada no acude con la cantidad que está puesta en práctica se haya de contribuir a los contadores que las ven, y aprontando ésta, ni se dilata su examen ni hay peligro de salir condenado en las partidas, porque en realidad suele venir ya salvada la dificultad en ellas. Y así, el fraude que se comete en la cobranza de estos tributos no es perceptible en las cuentas que presentan los corregidores, pues, haciéndose cargo de las sumas que importan las cobranzas en virtud sólo de las cartas cuentas que forman, en ellas va embebida la malicia de su propio interés. Estas cuentas se ajustan en la Caja Real adonde pertenecen los enteros, y el Tribunal Mayor de Cuentas no tiene que hacer otra cosa más que reconocerlas y aprobarlas, viendo si las partidas con que el corregidor se descarga, ya admitidas por tales en la Caja Real, son corrientes o no; para esto las comete el Tribunal a uno de los contadores y, con el parecer que éste da, las aprueba. 62. Las cuentas de los oficiales reales no llega el caso de recibirse por este Tribunal Mayor con tal formalidad que se liquide el cargo y data de cada tesorería, ni el de que se reconozca si la Caja Real queda con fondos o adeudada. Admítense los cargos y descargos que los oficiales reales envían, pero éstos no bastan para saber si en ellos están todas las entradas, y si las partidas de las salidas son legítimas o no; de donde nace que los oficiales reales de todas las tesorerías que hay en las Indias corren debajo de la buena fe y de la legalidad que se supone en ellos. 63. En dos ocasiones fuimos testigos de las cuentas que se tomaban á oficiales reales por comisión particular que S. M. confirió para ello; la una fue en Panamá, y el juez era don Juan José Robina, contador mayor del Tribunal Mayor de Cuentas de Lima, y la otra en las de Quito, siendo el juez don Manuel Rubio de Arévalo, oidor de aquella audiencia, que había sido promovido a la de Santa Fe. Tanto en la una caja como en la otra (pero particularmente en la de Panamá) resultaron graves cargos contra los oficiales reales, mas no llegó el caso de que se liquidasen las cuentas enteramente, y aunque eran atrasadas de muchos años, se quedaron sin concluir. 64. El Tribunal Mayor de Cuentas es indispensable, cuando no para puntualizar las de los oficiales reales con la precisión que sería necesario, sí para que éstos reconozcan sujeción a él y no estén absolutamente independientes, sin que haya quien les forme cargos y conozca su celo a favor de la Real Hacienda; pero pudieran reformarse algunos empleos de este Tribunal, dejándolos ceñidos a los precisos y no más, de suerte que tuviesen ocasión de devengar justamente los sueldos que gozan con el trabajo correspondiente a su ministerio, que es lo que no sucede ahora, porque estos empleos son en Lima, para los que los poseen, unos mayorazgos de ninguna pensión. En ellos, y en los ministros de las audiencias, se consume mucha cantidad de dinero del Real Erario, sin ningún beneficio, y en uno y en otro se han aumentado sujetos a los que se habían instituido en su primitiva erección. Esto se ha hecho pareciendo que con su acrecentamiento se conseguirá el fin más perfectamente, y lo que ha sucedido es gravar la Real Hacienda sin lograrlo, porque es menester suponer que como pende de la falta de aplicación y actividad en los empleados el atraso de los negocios, importa poco que haya muchos cuando siguen todos una misma carrera. En el Perú es accidente general a que están sujetos todos los que tienen empleos públicos, el atender a sus intereses particulares y no a lo que tienen a su cargo, con que la mayor abundancia de ministros no sirve de mejorar el estado de los tribunales ni la expedición de los negocios. 65. Los empleos que gozan en las Indias unas rentas más crecidas, saneadas y libres, son los de los Tribunales de Cruzada. Estos se componen de un comisario, tesorero y contador, aunque en muchas partes está resumido en un solo sujeto el empleo de tesorero en el de contador. Estos tribunales, que están allí en el mismo pie que los de España, son independientes de todos los demás; las personas que los forman tienen unos sueldos mucho mayores que los de ningún otro, pero, además de esto, son dueños de los caudales ínterin que se llega el tiempo de hacer remesas a España de lo que se ha juntado, con cuya oportunidad la tienen de hacer comercio con ellos a su arbitrio. Su conducta e integridad no es averiguable, mediante a que no tienen necesidad de hacerla pública, ni de darla a entender a nadie, con que estando unidos y en buena correspondencia (como sucede) el comisario, contador y tesorero, o los dos cuando estos últimos empleos están en un sujeto, son dueños de todo el fondo de cruzada sin el peligro de que en ningún tiempo les pueda resultar cargo, y sólo el ser los sueldos de tan conocida ventaja puede servir a la fundada presunción de que, contentándose con ellos, proceda con legalidad y desinterés su conducta. 66. Últimamente hay en todas las ciudades capitales de provincias una Tesorería de Bienes de Difuntos, cuyo manejo es tal que no corresponde a su instituto, porque si no es el todo, la mayor parte de lo que entra en ella se desaparece, de tal suerte que los herederos legítimos no llegan a percibir nunca lo que les pertenece. El cómo ni en qué se pierden las cantidades que entran en ella por modo de depósito, ni lo pudimos alcanzar ni es fácil averiguarlo. Lo que se sabe es que nunca o rara será la vez de que por esta Tesorería se cumplan las mandas sin que haya repetidas solicitudes de las partes, sin que preceda litigio y sin que se extravíe la mayor porción de las herencias, y esto es constando que fueron efectivas las cantidades y que como tales entraron en la caja, con que queda libertad al juicio para aplicarse a la parte que le parezca. 67. En la sesión primera se tocó lo necesario a los empleos militares. Los que hay en aquellos reinos son tan pocos que no se puede tener ninguno por superfluo. Esto se entiende de los que tienen sueldos, pues los que pertenecen a milicias, que puramente son honoríficos, aunque son muchos los que hay, ni causan gravamen a la Real Hacienda ni son perjudiciales al público, porque no tienen mando ni autoridad. Cada ciudad, villa y asiento tiene un maestre de campo, un sargento mayor y capitanes, cuyos títulos se dan por los virreyes y sirven sólo de honor a los que los obtienen, sin que gocen más fueros que los que son comunes a los demás particulares. Solamente tienen mando cuando se ofrece hacer alguna expedición, pero como esto sucede muy raras veces, lo es el que puedan usar de la autoridad de los empleos. 68. En Lima hay algunos otros empleos de tan poca utilidad como los de alcaldes de corte, o los de contadores y, si es posible, aún más excusados, tales son los de veedor, pagador y proveedor general de la Armada, cuyos sueldos son bien crecidos y sus ocupaciones en estos fines ningunas. De esto se dirá lo necesario en la relación particular del servicio y gobierno de la Marina, como que allí es adonde pertenecen sus noticias, por ser empleos propios de ella, aunque también se extienden al servicio de tierra de la plaza del Callao.
contexto
SESION DUODECIMA Dase noticia de las riquezas que encierran en sí los reinos del Perú; de los minerales de oro, plata y de otros varios metales y piedras exquisitas, con una razón de las muchas que, por descuido o falta de providencia, no se trabajan; de la grande fertilidad de aquellos países, su proporcionalidad para toda suerte de plantas y frutos, y su fecundidad en resinas y en toda suerte de simples 1. Son los reinos del Perú y de Chile tan fecundos en minerales y plantas que parece se esmeró la naturaleza en enriquecerlos de las cosas que pueden ser más apreciables para el servicio de la vida humana. Los minerales de oro que penetran aquellos vastos territorios, los de plata en que están engastadas sus entrañas, los de tantos otros metales como allí se ven depositados, ni son menos comunes ni menos abundantes que los de piedras preciosas o los de otras materias oleaginosas, sulfúreas y nitrosas que corren por sus venas. La muchedumbre de plantas y sus particularidades hacen competencia con sus frutos, las de unas, a las resinas que destilan otras, y cuando no se particularizan en lo uno o en lo otro, lo hacen con la admirable calidad de sus maderas, propias para todos fines. Así parece que la Providencia Divina quiso juntar, en la extensión de aquellos países, todas las preciosidades que en particular repartió a los demás del mundo, y que fuesen el depósito principal de todas las maravillas con que lo enriqueció, para que de allí se difundiesen a los demás. 2. En dos modos se deben considerar las riquezas del Perú. Unas son visibles a los ojos del mundo, porque no cesan de tributarse a los que se emplean en su solicitud, y tales son los metales ricos de las minas del Potosí y de otras muchísimas que se trabajan continuamente, así de plata como de oro; las pesquerías de perlas de Panamá, de donde se sacan muchas y muy finas, y algunas tan disformes en el tamaño que causan admiración, y a esta proporción los demás metales menos ricos de otras minas, con los simples y frutos que abundantemente se sacan de aquellos reinos, en que se debe comprender todo aquello con que se comercia y se hace granjería entre aquellos reinos y los de España, que todos son de la mayor estimación. El segundo orden de o clase de riquezas se ha de entender el de aquellas minas de oro y plata que, o por desconocidas o por abandonadas, no rinden ningún usufructo a causa de que no se trabajan ni se procuran extraer de ellas las riquezas en que abundan, y del mismo modo otras varias especies de materias minerales que hay allí, frutos raros y exquisitos, y la diversidad de simples que próvidamente se encuentran, de los cuales no hace ningún uso la aplicación: unos por estar ocultos o ser difícil el sacarlos, otros por no haberse extendido el comercio hasta ellos, y otros porque verdaderamente la falta de aplicación de aquellas gentes los aprecia en poco, dejándose llevar sólo de la abundancia de los metales o de las otras cosas que, por su importancia, son dignas de la primera atención. 3. No pretendemos dar noticia en esta sesión de la suma de riqueza que tributa a España el Perú, porque sería engolfarnos en un asunto muy prolijo y dilatado; ni tampoco pensamos en hacer relación de las muchas minas que se laboran, de las plantas a que se da cultivo con estimación o de los simples que se hallan entre aquellas gentes atendidos; porque además de pedir estas materias una mayor extensión no conviene su asunto con nuestra idea, la cual se ciñe a dar razón de lo más notable que encierran aquellos reinos, y entre esto, de lo que la incuria tiene abandonado. No podemos prometer tampoco el dar una noticia completa de todo lo que se encuentra en aquellos reinos de particular, porque para hacerlo sería necesario haberlo traficado todo, haber residido y visitado hasta sus más reductas poblaciones, haber corrido sus despoblados, sus cordilleras y sus páramos, y no haber dejado cosa que no se hubiese examinado, cuya obra pedía mucho tiempo para que llegase a verse perfeccionada. Lo que sí haremos será dar una completa idea de la provincia de Quito, por la cual podrá juzgarse de lo perteneciente a las demás, bajo del supuesto de que todas se compiten en las riquezas y producciones. 4. Las tierras del Perú gozan diversidad de temples, y éstos son con respecto a dos causas: una, a la situación que tienen en cuanto a la esfera, hallándose más o menos apartados del Ecuador y, por consiguiente, más o menos cerca de los polos, y otra, según la mayor altura de los parajes, o la mayor distancia en que están éstos del centro de la Tierra. La diferencia de los territorios por la de su situación en la esfera causa variedad de temperamentos, y éstos son los que disponen la tierra en proporción para producir la variedad de plantas que se crían en ella. Por la de su mayor altura o elevación sobre la superficie del mar se igualan los climas, de tal conformidad que, en uno que está bajo el Ecuador, se hace igual su temperamento al de otro que está apartado de él 40, 50, 60 o más grados, de donde procede aquella admirable particularidad de la provincia de Quito de que, en el discurso de media jornada de camino, se varían todas las especies de los climas y temperamentos que se pueden mudar si uno caminase desde los principios de la zona frígida hasta lo más ardiente de la tórrida, encontrando en cada uno de ellos las plantas y frutos que sólo hallaría en países tan distantes, sobre cuyo particular queda dicho lo bastante en el tomo primero de la Relación de nuestro viaje. De esta tan admirable particularidad resulta la abundancia y generalidad en frutos, en plantas y en minerales, que es tan común en aquellos países, porque allí se crían los que son propios de ellos con la misma lozanía que los que se introducen de los extraños, y no estando ceñidos a los de una especie abundan los de todos temples, causando la combinada armonía de unos con otros producciones muy diversas de las que, a cada uno de ellos por separado, son naturales, y el conjunto de todos mantiene aquellos países en aptitud de ser propios para todo, y de que sobresalgan en él las mayores particularidades de la naturaleza, que suele notar la especulación en las producciones de todo lo vegetable. 5. No nos detendremos aquí en dar razón de la variedad de frutos, de que queda ya advertido lo bastante en los dos tomos de la historia de nuestro viaje, y así podremos empezar desde luego con la noticia de aquellas cosas que se omitieron allí, y para ello tomaremos principio en el reino de Tierra Firme, rico en minerales de oro y en pesuería de perlas, las cuales son el más seguro tesoro de los habitadores. 6. Abunda mucho el reino de Tierra Firme en minerales de oro, unos que caen hacia la provincia de Veraguas, otros que están en la de Panamá, y otros, que son los mayores y más abundantes, que se hallan en el Darien. Estos eran los que con más fervor se trabajaban en la antigüedad, pero después que se sublevaron los indios y se levantaron con casi toda la provincia, se hicieron dueños de las minas y se perdieron las labores de la mayor parte de ellas, con cuyo accidente quedaron reducidas a un número muy corto las que se trabajaban después; pero no deja de sacarse algún oro, aunque en pequeña cantidad, lo cual proviene parte del peligro que hay en tenerlas pobladas, parte por la poca aplicación que aquellos habitadores tienen a emplearse en este ejercicio, y parte también porque la inclinación los lleva a la pesquería de las perlas. Y esto es causa para que no se cultiven las labores de las minas con la eficacia que se haría si no tuviesen otro recurso los habitadores de aquel reino. 7. Los minerales preciosos de las perlas son principalmente las inmediaciones de las islas del Rey, de Taboga y otras, hasta el número de 43, que forman un pequeño archipiélago en la ensenada de Panamá. El primer español a quien los indios dieron la noticia de ellas fue a Vasco Núñez de Balboa, cuando pasó a descubrir la mar del Sur, al cual regaló con algunas el cacique Tumaco. Al presente son tan comunes allí, que será muy rara la persona de algún posible, vecina de Panamá, que no tenga negros esclavos suyos empleados en pescarlas, cuyo modo es el siguiente. 8. Los dueños de negros escogen los más adecuados para el fin de la pesquería que, por hacerse debajo del agua, es preciso que sean nadadores y de largo resuello. Estos los envían a las islas, en donde tienen su asiento o ranchería, dándoles lanchas acomodadas para el intento; en cada una de éstas se embarcan 18 ó 20 negros con un caporal, más o menos según la capacidad de la embarcación y el número de la cuadrilla. Alárganse de tierra a los parajes en donde tienen ya reconocido que están los criaderos, y donde el agua no exceda de 10, 12 ó 15 brazas sobre el fondo. Llegados al paraje se zambullen en el agua (después que ha fondeado la lancha) y se echan atados con una cuerda y un pequeño peso para bajar con menos dificultad, dejando atado el otro cabo de la cuerda en el lugar señalado que cada uno tiene en la lancha. Luego que llegan al fondo, arrancan una concha y la ponen debajo del brazo izquierdo, la segunda agarran con la misma mano, y la tercera con la derecha, con las cuales surgen; dejan aquéllas en un costalillo que tiene cada uno en la lancha, y vuelven a zambullirse, en cuyo ejercicio se mantienen hasta que concluyen su tarea o están cansados del trabajo. 9. Cada uno de estos negros buzos tiene obligación de entregar diariamente a su amo un número de perlas que está ya establecido, y es el mismo entre todos; éste lo percibe el mayoral, que es el negro que gobierna la lancha. Luego que tienen en su saquillo las ostras necesarias, dejan de bajar y van abriéndolas y sacando las perlas que hay en ellas; entregan al mayoral el número de las que deben por obligación, las cuales no se repara que sean perfectas o pequeñas, porque todas han de pasar en la cuenta. Cumplido el número de las de obligación, son del negro todas las demás, aunque sean grandes, sobre las cuales no tiene su amo otro derecho que el de comprárselas por el mismo precio que el esclavo las hubiera de vender a otro particular. 10. No todos los días tienen seguridad los negros de poder completar su jornal, porque en muchas conchas de las que sacan o no hay perla, o no ha cuajado o, habiéndose muerto el ostión y padecido la perla con la descomposición de su productor, deja ésta de ser de recibo, en cuyos casos, todas las que salen en esta forma deben completarlas con perlas que lo sean, porque no se les admiten en cuenta los ostiones o las que tienen los defectos dichos. 11. Además del trabajo que les cuesta a los buzos esta pesquería, porque las conchas están asidas contra las peñas fuertemente, llevan el peligro de algunas especies de pescados que hay en abundancia, tan dañosos que, o bien se comen a los pescadores, o los oprimen contra el fondo, o en su mismo cuerpo, y los matan dejándose caer sobre ellos violentamente, y aunque en todas aquellas costas hay pescados de estas calidades y con las mismas propiedades, abundan mucho más en aquellos parajes donde el fondo es pródigo de esta riqueza. Los tiburones y tintoreras, que son de monstruosa grandeza, hacen pasto propio los cuerpos de los pescadores, y las mantas, cuyo nombre conviene a su figura y grandor porque son rayas muy disformes en el tamaño, los comprimen, ya estrechándolos entre sí, o ya contra el fondo. Para librarse de tanto peligro, lleva cada negro un cuchillo fornido y agudo con el cual hieren al pescado luego que lo perciben y, para ello, lo buscan por parte donde no pueda hacerles daño, con lo cual huyen y los dejan libres. El negro caporal, que se mantiene en la lancha, hace guardia a los que puede descubrir y avisa con las cuerdas, a que está amarrada cada uno de los buzos, para que se prevengan, y aun se echa al agua él, con un arma semejante a la de aquéllos, para ayudar a la defensa. Mas aunque hay toda esta precaución, suelen quedar sepultados en los buches de estos peces algunos negros, y otros suelen quedar baldados con alguna pierna o brazo menos, según la parte por donde los cogió. 12. De las perlas que se cogen allí, que por lo regular son de buen oriente, se expende una parte para Europa, aunque es la menor, y la mayor porción se lleva a Lima, donde se venden con mucha estimación, y se introducen también en todas las partes interiores del reino del Perú. 13. No es, en la mar del Sur, sola la ensenada de Panamá en donde se crían las perlas, ni tampoco son las de allí, según el sentir de los antiguos, las mejores que crían aquellas saladas ondas, porque esta prerrogativa la ha gozado la costa que se extiende desde Atacames hasta la punta de Santa Elena, lo cual es en la equinoccial y en sus inmediaciones, por la parte del Sur y Norte. En estos parajes hubo una gran pesquería de perlas en los tiempos pasados, y la principal estaba en el llamado Manta, cuyo nombre se le dio por la abundancia de peces mantas que hay en él, y este peligro contribuyó mucho a que se dejase perder la pesquería, pero el principal motivo de abandonarla fue el de haberse retirado de allí los vecinos acaudalados que la mantenían, huyendo de las pérdidas experimentadas en las invasiones de piratas enemigos que padecieron por repetidas ocasiones, contra cuyos insultos no tenían ninguna defensa, como tampoco la hay, aún en los tiempos presentes, en todas aquellas costas. La gente que habita ahora en las cortas poblaciones que han quedado, se reducen a indios y algunos mulatos, los cuales, escarmentados del destrozo que los tiburones y tintoreras o peces mantas han hecho en ellos, las han abandonado enteramente. 14. Esta pesquería de perlas de la costa de Manta corresponde a la provincia de Quito, de la cual empezaremos a tratar, examinando los minerales y demás cosas particulares dignas de atención que la adornan y hermosean. 15. Las riquezas de la provincia de Quito empiezan desde Barbacoas, que es el territorio más septentrional y occidental de ella. Este, pues, se compone todo de minerales de oro, cuyo metal es el que da ocupación a aquellos habitantes, porque a él se reduce todo el comercio del país y el que tienen con él los forasteros. Los minerales de este territorio no son de caja o en veta, sino de oro en grano y polvo, el cual se encuentra mezclado con la tierra en aquellos cerros, y por esta razón se diferencia del método común el que tienen para sacarlo. Consiste éste en hacer conducto para el agua hasta el paraje en donde está el asiento, de suerte que ésta se precipite desde lo alto abajo del cerro de donde se pretende sacar el oro; en la caída del agua se forman al propósito cuatro o cinco remansos, de suficiente capacidad para que se detenga allí alguna porción de agua y lleve corriente de unos a otros. Estando así dispuesto, quitan el agua, echándola por otra parte, y empiezan a hacer corte derrumbando, a fuerza de brazos, una parte de aquel cerro. Luego que ésta cae en el primer remanso o estanque, dejan ir el agua por allí y se empapa toda la tierra hasta que se hace lodo muy blando; entonces lo menean con unos instrumentos que tienen al propósito para que se deshaga y quede disuelto todo, y el agua, que no cesa de correr, va sacando lo más ligero hasta que en el estanque no queda más que las piedrecillas y materia más pesada, entre lo cual está el oro. Esta materia la cogen después en bateas de madera que al propósito tienen para el fin, y a fuerza de moverlas alrededor, como cuando se cierne alguna cosa, y de mudar aguas, se va separando toda la escoria y queda el oro en el fondo de las bateas, reducido a pequeñas puntitas, polvo y pepitas. Concluido en el primer lavadero, pasan los trabajadores al segundo, en donde hacen la misma diligencia a fin de recoger lo que ha escapado del primero con la corriente del agua, en cuya forma continúan hasta evacuarlos todos. Este trabajo se hace con negros esclavos que tiene cada dueño del lavadero y, en parte, se hace también con mulatos y gente libre de la que habita allí, con cuyo método allanan un cerro en poco tiempo y sacan las riquezas que guardaba en sus entrañas. Este oro tiene de ley de 22 a 23 quilates, pero también hay minerales en aquella jurisdicción donde baja la ley alguna cosa, aunque nunca de 21 quilates. 16. Es todo el país de Barbacoas muy abundante de arroyos y ríos, y por esto con poca dificultad conducen el agua a donde la necesitan, sin cuya oportunidad no podrían hacer ningún trabajo en aquellas minas, las cuales la necesitan con más abundancia que otras ningunas, no obstante el ser precisa en todas, para que siempre haya proporción de poderla llevar de unos cerros a otros, según el paraje en donde se trabaja. 17. En los términos de la jurisdicción de Loja, que son los últimos de la provincia de Quito por la parte austral, hay unos asientos de minas de oro cuya cabeza es la villa de Zaruma, y de ella toman nombre las minas. El metal que se saca de éstas es de ley muy baja, que no excede a la de 16 hasta 18 quilates, pero remuneran la poca ley en la abundancia, pues después de acrisolado y puesto el oro en la de 20 quilates, aún sale por menos costo que el que tiene el que con esta misma se saca regularmente de otras minas. 18. En la jurisdicción de la ciudad de Jaén de Bracamoros, cuya situación es en la entrada del río Marañón por aquella parte de Loja, hay asimismo minerales de oro cuyos metales son de más alta calidad que los que se sacan de Zaruma. En los tiempos antiguos, cosa de 80 a 100 años atrás, se trabajaban, pero ya en los presentes están abandonadas y sólo se saca de ellas algunas cantidades muy cortas, efectos de las labores de los vecinos de Jaén, que se dedican a ello. Las de Zaruma se han trabajado con más fervor hasta aquí, pero aún ya empiezan a descaecer, por falta de fomento. 19. En la jurisdicción del asiento de Latacunga y términos del curato de Angamarca, hay una mina de oro nombrada de Macuche. Trabajola antiguamente un vecino de Quito llamado N. Sarabia y entonces contribuía muchos quintos a Su Majestad de los metales ricos que daban sus vetas. Tapósele la boca con un crecido derrumbo que en una noche tempestuosa cayó del cerro, y quedaron sepultados dentro de ella los negros que la trabajaban, porque su riqueza era tal que daba alientos al dueño para que de día la trabajase con indios, y de noche, con los negros esclavos que tenía para este fin. 20. Después que quedó tapiada la boca, gastó mucho caudal en procurar descubrirla, mas nunca pudo conseguirlo. La misma desgracia experimentaron otros muchos sujetos que lo emprendieron después y, entre ellos, don Juan de Sosaya, presidente que fue de Quito, hasta que por último un vecino de Latacunga, don Manuel Pérez de Avila, con el motivo de tener una hacienda de trapiche cerca de la misma mina, la tomó a su cargo y empezó a trabajar en el derrumbo el año de 1734 y, después de haber gastado en ella más de 12.000 pesos, consiguió que en una noche de tempestad de muchas aguas y truenos, con las avenidas que bajaban por un arroyo del mismo cerro, se moviese el derrumbo y que, corriendo gran parte de él, se descubriese la boca de la mina en 1743. Con este acaecimiento feliz volvió a alentarse de nuevo hasta que consiguió sacar metales y pasar con ellos a Quito a registrar la mina y pedir a aquella Audiencia que se le diesen indios de la jurisdicción del corregimiento para proseguir trabajándola, como los había tenido el otro poseedor. Y aunque la Audiencia vino en ello y se los concedió, no llegó el caso de que se le cumpliese, porque los corregidores se desentendieron del orden llevados de otros particulares fines, con que, aunque la posesión de la mina permanece en el mismo sujeto, como no se trabaja con la eficacia que correspondería, no da utilidades ni a su dueño, ni a Su Majestad, ni a la provincia. 21. En la misma jurisdicción y términos del pueblo de Sicchos hay una mina de plata descubierta, cuyo nombre es Guacaya, y cosa de dos leguas hay otra empezada a trabajar superficialmente; pero en ninguna de ellas corren las labores en los tiempos presentes. 22. Cosa de 18 leguas del mismo pueblo de Sicchos hay otra mina de plata que tiene mucho crédito de ser rica; su nombre es Sarapullo. Esta se empezó a trabajar por un vecino de Quito llamado don Vicente de Rozas, pero habiendo gastado superfluamente un crecido caudal que tenía en fabricar palacio para vivienda, ingenio, y todas las demás oficinas correspondientes a una mina que está en la mayor opulencia, cuando miró por sí se halló sin caudal para hacer las labores de la mina, que eran las principales, ni quien se los facilitase, con que le fue preciso abandonarla. 23. En la jurisdicción de la villa de San Miguel de Ibarra, cerca del pueblo de Mira, hay cerros que desde la antigüedad conservan fama de contener minerales muy ricos; entre éstos es el más nombrado uno llamado Pachón, que dista poco del pueblo. Pocos años ha que un vecino de él a quien un indio vaquero había descubierto la entrada de la mina, sacó cantidad de oro de ella, y esto lo repitió por varias ocasiones hasta que enriqueció, según refieren los que le conocieron del mismo pueblo, pero nunca llegó el caso de que descubriese a otros la entrada de la mina, porque así que se vio con caudal, se ausentó del pueblo huyendo de las instancias y persecuciones de los demás vecinos. 24. En la jurisdicción del pueblo de Cayambe, perteneciente al corregimiento de Otavalo, hacia la parte del oriente de la hacienda nombrada Guachala, distante de ella cosa de dos días de camino, entre los muchos cerros que forma por allí la cordillera, hay tradición de que se hallan otros minerales de mucha riqueza que también se trabajaron en el tiempo de la gentilidad. 25. El cerro de Pichincha, que hace espaldas a la ciudad de Quito, conserva fama de rico de oro, y no ha muchos años que un indio llamado Cantolla lo sacaba, según refieren allí; y en tiempo de la gentilidad se extraía, a lo que aseguran las memorias que han quedado de ello, pero al presente se ignoran los parajes de las vetas. Es, sin duda, que lo hay, porque estando allí nosotros subía frecuentemente a este cerro un portugués avecindado en la ciudad, el cual tenía el ejercicio de ir a lavar a los arroyos que descienden de sus cumbres, con cuya diligencia sacaba algún polvo y pepitillas, aunque no en gran cantidad. 26. La jurisdicción del corregimiento de Riobamba es también muy abundante de minas de plata y de oro. Las registradas en la Caja Real de Quito por un solo sujeto de los que conocimos en aquella villa, eran 18, y todas de muchas abundancia y sobresaliente calidad. Pero no se trabajaba en ellas, porque varios accidentes sobrevenidos al dueño le hicieron variar la idea. 27. Los cerros de la jurisdicción de Cuenca tienen gran fama de encerrar minas muy ricas, pero de éstas son muy pocas las descubiertas, y no se trabaja en ninguna. En la jurisdicción de Alausi, tenientazgo que es del corregimiento de Cuenca, como seis leguas al Occidente distante de una hacienda de trapiche nombrada Susña, hay asimismo una mina de plata de mucha fama. El dueño del trapiche, que lo era don Martín Argudo, la tomó por su cuenta; pero nunca la trabajó con formalidad, porque su caudal no alcanzaba a ello ni encontró quien le diese fomento. Esto no obstante, en algunos intervalos de tiempo que pudo emplearse en ella, haciendo labores con los indios y negros del trapiche, sacó bastantes porciones de plata, proporcionadas a las labores que hacían, y se reconoció que acudían los metales con riqueza. 28. Todas estas minas que se han nombrado, y otras muchísimas de que no se hace mención, han sido registradas en las Cajas Reales de Quito, y se han sacado muestras de sus metales, que es la prueba más segura de su realidad. Después que llegamos nosotros a Quito, alcanzamos todavía, entre las especies de monedas falsas que se han fabricado allí, una hecha por un mestizo, el cual sacaba la plata de la mina y, en lo oculto de una profunda quebrada, se escondía con ella para sellarla; hacíala éste tan sobrada de peso que la plata menuda en reales y medios (que era lo que él hacía) pesaba cada uno el doble casi de lo que le correspondía. Habiéndole hecho cargo, después de tenerlo preso, que de dónde sacaba la plata, denunció la misma, y dijo que el darle más peso del que correspondía a la moneda era para que, si llegaba a ser descubierto, no le castigasen con la pena ordinaria, mediante a que aumentaba en el peso para cohonestar el delito y hacerlo menos grave. 29. Si se dejan los parajes que pertenecen a los corregimientos de la provincia de Quito y se entra a reconocer los que tocan a los gobiernos que también son parte de aquella provincia, se reconocerá que todo el territorio del de Macas fue, en los tiempos pasados, de los más ricos de oro que se conocieron en ella, por cuya razón le dieron a la capital el nombre de Sevilla del Oro. Los indios de este territorio se sublevaron y quedaron hechos dueños de las principales poblaciones, de suerte que el gobierno quedó reducido a dos muy cortas, y perdidas las memorias de las minas enteramente, pero no las de que las hubo, pues las cajas reales que se hallan al presente en Cuenca tuvieron su primer asiento en Sevilla del Oro, de donde las llevaron a Loja cuando se perdió aquel gobierno, y de Loja pasaron a Cuenca. Estas estaban en Sevilla del Oro para recoger los quintos que pertenecían a Su Majestad, los cuales eran tan considerables que se recibían al peso de una romana que existe todavía, aunque sin uso, porque cesó la causa de él. A correspondencia de la riqueza que había en Sevilla del Oro y su jurisdicción, se sabe que los demás gobiernos son abundantes de estos minerales. El de Maynas, entre todos, está en gran reputación de tenerlos, y se acredita en que, cuando entraron allí las primeras misiones de la Compañía, comerciaban algunas de aquellas bárbaras naciones que lo pueblan con los franceses de la Cayena y con los holandeses, por el río Orinoco. Y este trato lo mantenían por medio de otras naciones, y se reducía a planchitas de este metal, las cuales daban en trueque de hachas, cuchillos y otras herramientas y bujerías. Al presente se saca, si no es más abundancia, con la misma que entonces, y llega alguno hasta Quito. Los gobernadores de Maynas hacen también algún comercio con los indios cuando entraban a hacer sus visitas, llevando para este fin algunas mercancías menudas y bujerías, las cuales reparten entre los indios a trueque del oro. 30. De tanta mina, así de plata como de oro, en la provincia de Quito sólo hay labores corrientes en las de Barbacoas, y algunas, aunque cortas, en las de Zaruma, estando todas las demás abandonadas, lo cual procede de que aquellas gentes, unas se han atenido a las haciendas, y otras no tienen fondos para emprender el trabajo de ellas; con que, poco a poco, han ido perdiendo el uso de trabajarlas, y de este modo han llegado a olvidarlo casi enteramente. De lo cual ha resultado que siendo aquélla una de las provincias más pingües que hay en el Perú, se halle tan atrasada a todas, que está reducida, sobrándole géneros, frutos y minas, a que en ocasiones no corra en ella moneda, ni la haya, porque, aunque le entra de Lima la correspondiente a los efectos que salen de aquellos obrajes, como estas cantidades no paran allí, porque unas se sacan por la Caja Real en los situados que anualmente se remiten a Cartagena y Santa Marta, otras en trueque de géneros de Europa, y otras que pertenecen a distintos sujetos que, sin hacer allí ningún expendio, las sacan intactas y remiten a España, volviendo a salir todo el producto de lo que allí se fabrica, no hay lugar de que se detenga el dinero y de que corra de unas manos a otras, lo que se experimentaría al contrario cuando se hiciesen labores de minas, porque en este caso sería más lo que produjesen éstas y lo que entrase en Lima, que lo que saldría de la provincia, y así estaría siempre rica, como lo experimentó en la antigüedad. 31. Opónese a que se puedan trabajar las minas de la provincia de Quito, la precisión de haber de llevar el azogue para sus labores de las minas de Guancavelica, lo cual podría evitarse abriéndose las que están en la jurisdicción de Cuenca, de las cuales se dará razón porque con esta providencia lo tendrían más a mano los mineros y se les podría dar con más conveniencia mediante que se ahorrarían los costos de la conducción y la pérdida del que se desperdicia. Es sin duda, que la mayor oportunidad de tener azogues a mano y con conveniencia en su precio daría alientos a aquellas gentes para que se dedicasen a las labores de las minas, pero aún no bastaría esta providencia para que resucitase la inclinación ya muerta en aquel país, y se entregasen sus habitantes a este ejercicio casi del todo olvidado allí, ya que sería preciso facilitar medios de que tuviesen fondos para emprender tales labores, siendo cosa sentada que todas las minas necesitan aviadores para que se trabajen, y no se excusan éstos aun cuando los legítimos dueños tienen caudales muy floridos, porque, como suele suceder que lleguen a faltarles por el pronto, en este caso es indispensable el haber de ocurrir a los aviadores para que franqueen los caudales necesarios para que las labores no cesen. En la provincia de Quito se hace mucho más precisa esta circunstancia, por cuanto no hay ánimos en aquellos habitadores para arriesgar sus caudales en minas, por el poco concepto que tienen de ellas, y la desconfianza con que las miran, como también porque no hay muchos caudales crecidos de dinero físico, que son los que se necesitan para emprender la obra de las minas. Estas dificultades pudieran destruirse fácilmente dando fomento a la Compañía Real de Mineros del Perú, propuesta en 1738 por don Pedro García de Vera, y aprobada por Su Majestad, en la cual se reduce su fin principal a ser aviadora la compañía de todas las minas que necesiten su fomento para conseguir los caudales necesarios, y de tomar a su cargo el cultivo de las que no tuviesen dueño, por hallarse abandonadas. Con un recurso tan admirable como el que todos tendrían en esta compañía, no solamente se trabajarían las minas que están abandonadas en la provincia de Quito, sino también otras muchas que padecen el mismo descuido en las demás provincias del Perú, y aun en aquellas en donde el cultivo de los minerales está en su mayor vigor. 32. Además del beneficio que resultaría del establecimiento de esta compañía al fomento de las minas, se experimentarían otros de no menor utilidad, como el de que teniendo gente hábil para el beneficio de los metales, se adelantaría su perfección; las minas que se abandonan por aguadas procurarían ponerlas corrientes dándoles los socavones que fuesen convenientes, según lo reconociese la pericia de los ingenieros que la misma compañía se propone mantener para este fin, y asimismo pondría corrientes muchas minas de cobre, estaño y plomo que, aunque están descubiertas, no se trabajan por falta de personas que las quieran tomar a su cargo. Estos son los fines con que se propuso aquella compañía, por todos motivos útil para aquellos reinos, pues por su medio se adelantarán las labores de todas, y se descubrirán muchas que no lo están, de lo cual resultarán grandes intereses al Real Erario, a todos los particulares y, con especialidad, a los de aquellos reinos, donde se hace tan preciso el trabajo de las minas, que la provincia que carece de ellas es siempre pobre, aunque abunde en todo lo demás. 33. La labor de las minas necesita de dos circunstancias para poder subsistir. La primera y más esencial es que su riqueza sea tal que lo que se sacare de ella equivalga a los costos de la extracción de los metales, a los de sus beneficios, a lo que se paga por quinto a Su Majestad, y que dejen al dueño unas ganancias sobresalientes; esto se puede conocer en parte desde los principios por las muestras de los metales, porque de ellos se infiere la riqueza de la mina, y así, luego que se empieza a trabajar en alguna, se lleva el seguro de lo que puede producir, bien que esto está sujeto a varios contratiempos, como son los de perderse la veta, escasear en metales, aguarse con demasía, o hacerse algún derrumbo considerable, en cuyos casos es necesario trabajar sin fruto hasta vencer el embarazo. Estos son los casos en que las minas necesitan tener aviadores que las fomenten para que no cese el trabajo aunque cesen las ganancias, y ésta es la segunda circunstancia que se hace indispensable para que el trabajo de las minas pueda subsistir. La primera lo es para que no falte quien las quiera trabajar, porque es cierto que si el sacar una onza de plata de una mina tiene de costo ocho reales de aquella moneda, no habrá quien tan inútilmente quiera emplearse en ello, pues si cuesta más lo que se invierte que lo que se saca sería necedad el hacerlo, y así, solamente dejando aquellas ganancias que son necesarias, habrá quien las tome a su cargo. La segunda viene a ser precisa para que, en la decadencia de la mina, no falten sus labores, aunque se hagan sin el presente útil, cuando por todas las señales hay visos de seguridad en que volverá a su abundancia, en cuyo caso, si no hubiese aviadores que fuesen suministrando las cantidades conforme se van necesitando, habiendo gastado el minero todo su caudal con prodigalidad y sin orden, le faltaría al tiempo que lo necesitase más para poder proseguir. 34. La provincia de Quito es más propia para cultivar las minas que otra alguna, porque la abundancia de toda suerte de víveres que goza y la comodidad de sus precios proporciona el que los jornales de los trabajadores, y todos los demás gastos que se ofrecen en las minas, sean con más conveniencia que en aquellas donde todo es escaso y se necesita llevarlo de fuera, como sucede en otras provincias del Perú; con que, por todos títulos, parece que con justicia se debe poner la atención en el fomento de las minas de aquélla, porque, según toda apariencia, se puede esperar sean de no menos conveniencia que las de otra parte. En cuanto a la riqueza de ellas ser grande, hay entre otras razones la de que, habiendo llevado a Lima metales de una mina de plata el año de 1728 el mismo sujeto que tenía registradas 18 de oro y plata en la Audiencia de Quito, y habiéndolos hecho reconocer por el ensayador mayor de aquella ciudad, que lo era entonces Juan Antonio de la Mota y Torres, certifica éste el 27 de diciembre de 1728 que, según la pella que había sacado de los metales negrillos que se le habían entregado, correspondían a 80 marcos por cada cajón, que es cosa exorbitante respecto a lo que es regular en el común de las minas que se trabajan, pues basta que cada cajón dé, aun en los países más caros, de 8 a 10 marcos para que se costeen, como sucede en las minas de Potosí y de Lipes, que por estar en países incómodos donde es necesario hacer acarreo con los metales para llevarlos a otros más oportunos para el beneficio y que todo es caro en ellos, necesita dar 10 marcos de plata el cajón de mineral (que es a lo que llaman allí metal) para que se costee; pero en la provincia de Tarma no sucede lo mismo, y se costea el trabajo de las minas con cinco marcos de plata en cada cajón. Debiéndose entender que el cajón está regulado o consta de 50 quintales de mineral y que en todas las provincias se compone de esta misma cantidad de peso, y supuesto que los metales ensayados en Lima de la mina de Quito daban a entender que debían rendir 80 marcos por cajón, que es aún algo más de marco y medio de plata por quintal de mineral, se deja concebir que las minas de la provincia de Quito ofrecen tantas riquezas como las que dan las más celebradas del Perú, y que el haberse dejado abandonadas es provenido, en parte, por falta de fomento y, en parte, porque la misma abundancia del país infunde pereza en los que lo habitan. 35. Así como la naturaleza hizo depósito de tantas riquezas en la provincia de Quito, del mismo modo puso en ella todo lo que debía contribuir a la mayor conveniencia de su extracción, y así la proveyó abundantemente de alimentos muy sazonados, de gente fornida y en crecido número, de abundancia de ríos y arroyos que ofrecen comodidad para mover los ingenios para la molienda de los metales y a su lavado y, finalmente, franqueó minas de azogue para que, sin salir de allí, no faltase nada de lo que se necesita para cultivo de las de oro y de plata. Estas minas de azogue se hallan hacia la parte austral de aquella provincia, en la jurisdicción del corregimiento de Cuenca, cosa de cinco a seis leguas distante de esta ciudad hacia el Norte, cuyos parajes son conocidos por el nombre de Azogues, por los minerales abundantes que hay de él. En los tiempos pasados se trabajaban estas minas, y se sacaba tanto azogue cuanto se necesitaba para las minas de toda aquella provincia y para las de Cajamarca, pero después se mandaron cerrar, prohibiéndose con severas penas el que nadie pudiese extraerlo, lo cual se dispuso con el fin de que sólo se cultivasen las de Guancavelica, y que de éstas se llevasen azogues a todas las cajas reales para evitar el fraude que pudiese haber, tanto en los quintos como en el mismo azogue. Porque saliendo todo el que se consume en el Perú de una parte y haciéndosele cargo de él a los oficiales reales, a quienes se les remite, o a los particulares a quienes se les vende, quedan responsables los primeros a satisfacer, con la distribución que el azogue ha tenido y con el importe de su valor, el de los quintos correspondientes, y los particulares o con el mismo azogue o con la plata que quintan, porque teniendo ya regulado muy prolijamente los marcos y onzas de plata que pueden beneficiarse con cada libra de azogue, descontando las pérdidas que tiene este metal y lo que se consume, queda obligado el dueño de minas a quintar tantos marcos de plata cuantos corresponden a las libras de azogue que ha sacado del estanco, o de las cajas reales de donde se surtió, y, por consiguiente, lo está también a pagar los quintos y el importe del mismo azogue. Esto mismo pudiera hacerse en las minas de Cuenca, y sólo se ofrece el embarazo de que, si se pusiesen corrientes, podría entonces haber fraude en ellas y en las de Guancavelica, porque aunque no se hiciese en la misma provincia de donde se sacase, podría haberlo en la otra, y así, recíprocamente, se experimentaría en ambas. Este fue, según parece, el motivo que dio ocasión a que se cerrasen las de Cuenca, pero las consecuencias de ello han sido el cerrarse juntamente todas las minas de plata que se trabajaban en aquella provincia, y el que en ellas se haya olvidado el ejercicio de mineros. Claro es que hay más peligro de poderse cometer fraude en el azogue cuando se extrae éste en dos partes distintas que no cuando solamente es una la que surte todas las provincias de este metal, pero también es innegable que, en faltando o en llegando a ponerse en un precio muy exorbitante, se cierran todas las minas, y no es fácil el volverlas a habilitar después, cuando se desea reparar este daño. Y así es preciso reflexionar cuál de los dos perjuicios es mayor, si el de que se haga fraude en la extracción del azogue, o el de que se abandonen las minas; grandes son uno y otro, pero, a nuestro sentir, aún es mayor el que se cierren las minas, lo cual vamos a hacer ver. 36. En defraudarse el azogue pierde Su Majestad su valor y el importe de los quintos correspondientes a la plata que se beneficiare, pero en que se cierren las minas de plata y oro hace el Real Erario las mismas dos pérdidas y, además, todas las de las contribuciones que deben hacer estos metales después de sellados. Pierde el Real Erario el importe del azogue y el de los quintos porque, cuando no se trabajan las minas en que se emplea este metal, ni hay para qué comprarlo ni de qué satisfacer quintos; si se sacara el oro y la plata de la tierra, habría de circular, corriendo de unas manos a otras y, siendo así, precisamente se habría de comprar y vender con ella, con que se pagarían derechos de alcabalas, entradas y salidas de los efectos, indulto de las porciones que viniesen a España y, por último, al fin pararía en el Real Erario todo lo que se sacase de las minas; con que tanto cuanto queda en ellas escondido deja de poseer el soberano. Esta es una razón tan fuerte como que es innegable el que, a proporción de que los vasallos son ricos, lo es el soberano, porque cuanto poseen aquéllos llega, circulando, de ellos al príncipe, y tan presto está en unos como en otros; así se mantiene ínterin que no se extrae de los dominios y se lleva a otros ajenos, con que la provincia en las Indias a donde más riqueza tuvieren los vasallos, será la que más utilidad dé al príncipe, y consistiendo las riquezas de las Indias en plata y oro, de las cuales no participan más que aquellas provincias en donde se cultivan las minas, las que no gozan este beneficio no pueden contribuir al príncipe sobresalientemente. Con que parece que en el extremo de haber de perder el soberano por la extracción ilícita del azogue y de la plata, o por la falta de cultivo de las minas, debe mirarse aquélla como menos sensible que ésta y, por consiguiente, se debe sobrellevar el fraude que fuere inevitable en el azogue con tal de que las labores de las minas no descaezcan. Pero pueden tomarse tales precauciones para hacer la elección de los ministros que deban correr con las minas y distribución del azogue, que se cele esto con toda la eficacia necesaria para que del todo se evite el extravío o, a lo menos, para que sea el menor que fuere posible. 37. En la misma jurisdicción del curato de Azogues, cuya extensión en bastante grande, y no muy apartado del pueblo principal que hace cabeza de él, corre un río pequeño, el cual lleva, entre sus arenas, menudas chispas de una piedra que en el color, en lo duro de ellas y en su brío, persuaden bastantemente a que son rubíes. De este sentir fueron algunos sujetos de la compañía francesa que tenían inteligencia en piedras y las examinaron. Pero todas las que se sacan son pequeñitas, que las mayores llegan a ser apenas del porte de lentejas. El modo de encontrarlas es yéndose al río y lavando la arena en la misma conformidad que se hace para sacar el oro en las minas de lavadero. Hasta el presente, no se ha puesto cuidado en buscar la mina principal, ni es propia aquella gente para ocuparse en semejantes especulaciones, por lo que, si se quisiese hacer el descubrimiento de ella, sería necesario encargarlo con orden expresa a algún sujeto celoso en este particular e inteligente, a fin de que aplicase a ello todo su conato y, después de descubierta, reconociese su calidad, enviando al mismo tiempo a España muestras de todas las especies de los que se sacasen para que las viesen los lapidarios más peritos y determinasen si son verdaderamente rubíes, como los orientales, o no, con cuya certidumbre se podría proseguir después en el trabajo de la mina, si pareciese conveniente el hacerlo. 38. En varias partes del corregimiento de Cuenca, en lo que se dilata, se encuentran señales de haber minerales de hierro, y la ciudad capital está fundada sobre ellos, según toda apariencia, pues así lo comprobaron algunas experiencias que se hicieron con la piedra imán. Y, por último, hay minas de cristal de roca, de otras varias y distintas piedras, de vitriolo y otras especies que, si se trabajara en todas, podría aquella sola provincia enriquecer muchas de Europa. 39. A este respecto son todas las demás tierras del Perú y Chile, con sola la diferencia de contener más o menos riquezas. Y porque muchas de las que se encierran en sus entrañas son desconocidas en España, nos parece conveniente el dar una sucinta noticia de aquellas que más se particularizan y son comunes en nuestro conocimiento. 40. Desde las provincias de Chachapoyas y Cajamarca, por todas las otras que se extienden sobre la serranía y corren hacia el Sur, las minas de plata son en gran número y se trabajan con mucha emulación. En las que hacen inmediación a las provincias de Huancavelica y Huamanga, se encuentran varias vetas de lapislázuli, y de esta materia hemos reconocido en Lima algunos pedazos que decían ser sacados de allí. Entre los vecinos curiosos que tiene Lima, podrán contribuir con las noticias necesarias correspondientes a esta piedra, don Fernando Rodríguez, corregidor que fue del Cuzco, un francés avecinado allí, llamado don José Rozas, y un mestizo platero, hombre muy curioso y de grande habilidad, llamado don Francisco de Villachica. En la ciudad del Cuzco, podrá, asimismo, dar noticias tocantes a este particular don José Pardo de Figueroa, marqués de Valleumbroso, sujeto de gran capacidad, literatura y aplicación a la historia natural y a todo género de erudición. 41. El lapislázuli, piedra tan admirable por la hermosura de su color cuanto digna de estimación por su uso para sacar el "fino de ultramar", es tan despreciable en aquellos países como que, a vista de los minerales ricos de oro y plata, no llaman la atención ningunos otros, pero asimismo tan común que hay varios minerales de ella, y aunque se suelen encontrar vetas entre las minas de oro y de plata, no es en éstas donde únicamente se halla, ni donde la hay con más abundancia. En las cercanías de Copiapó, y distando de ella 12 leguas, hay minas de esta calidad de piedra, descubiertas y reconocidas y, además, las hay de toda suerte de metales, como son de oro y de cobre, de estaño, de plomo, de hierro y de piedra imán. Pero solamente se trabajan las de oro, como que son las que, por excelencia del metal, se llevan la atención. 42. La virtud que tienen los imanes que se sacan de aquellas minas y, a su semejanza, las de otras que hay en las inmediaciones de Guamanga, es tan grande que excede incomparablemente a la de todas las piedras de su especie descubiertas hasta ahora en las demás partes del mundo. 43. En las cordilleras que corresponden a La Concepción, cosa de 80 leguas o algo más distante de esta ciudad, hay minas de lapislázuli según los informes que los vecinos de ella hacen sobre este particular, y la misma cordillera es abundante de minerales de cobre y de hierro; los de cobre atestigua la artillería que está montada en el pequeño fuerte que guarnece la ciudad, la cual dicen se fabricó con el que se sacó de aquellas minas. Estas montañas distarán de las pampas del Paraguay cosa de 14 a 18 ó 20 leguas, en lo cual puede haber alguna variedad, aunque no grande, porque el modo de estimar las distancias entre aquellas gentes es a discreción, según el paso de las cabalgaduras y del tiempo que emplean en andarlas. Pero en La Concepción son muy conocidos, tanto de los ciudadanos como de los guasos o gente campestre, los lugares de la cordillera en donde están patentes los minerales. 44. Alrededor de La Concepción hay varios lavaderos de oro, de donde la gente saca oro en polvo y pepitas, mas no se encuentra con abundancia grande, lo que sí sucede en las cordilleras, donde hay minas formales de toda suerte de metales, las cuales no se trabajan acaso por hallarse tan retiradas, como lo están, de las poblaciones de españoles y no lejos de las de indios bravos, los cuales habitan en las vecindades de aquellas cordilleras, y en algunas ocasiones se acercan a ellas más que en otras. Pero esto no debería ser motivo para que se dejasen abandonadas. 45. A este mismo respecto son abundantes de toda suerte de minerales las cordilleras que corresponden a Santiago, esto es, aquellas que están más inmediatas a esta ciudad, entre las cuales la que nombran de Lampaguay tiene muy divulgada la fama de su riqueza, porque en ella se encuentran minas de plata, de oro, de cobre, de plomo y de estaño. En ellas sucede lo que se experimenta en todas las demás del Perú, que es el que solamente se beneficien las de los metales más ricos y no se haga aprecio de las otras. También hay varias minas de oro en el cerro de Tiltil, que está en el camino que corre desde Santiago a Valparaíso. Todas estas minas de Chile estuvieron totalmente abandonadas hasta los años de 28 a 30, que empezaron a hacerse en ellas algunas labores; éstas fueron adelantándose poco a poco y, entrando la emulación en aquellas gentes, procuraron poner corrientes muchas de las que estaban entregadas al olvido y a la omisión; después se acabaron de adelantar mucho más con el motivo de haber entrado en el gobierno de aquel reino don José Antonio Manso de Velasco, y han tenido tanto aumento que se hace ya un comercio muy crecido con el oro de las minas de aquel reino, porque se vende a los negociantes de Lima, los cuales lo apetecen y hacen tráfico con él. Su calidad es de 20 a 22 quilates, pero tienen todavía el defecto de que no han perfeccionado su beneficio los mineros con tanto adelantamiento que consigan extraerle el mercurio enteramente, y por esta razón se vende en Chile a precio muy bajo, de modo que, después de purificado y puesto en su ley, no es obstáculo la merma para que queden ganancias muy suficientes a los que lo compran en Chile y llevan a vender a Lima. 46. Al respecto que hay provincias en el Perú que son más próvidas de unos metales que de otros, y que cada una se señala en el que es más propio de ella, parece que el territorio de Coquimbo se particulariza en la abundancia de las minas de cobre, y en la buena calidad de este metal. Es tanto el que allí se saca que, aunque se abastecen de él todas las provincias del Perú, no por esto se pueden trabajar todas las minas que hay descubiertas, porque no iguala el consumo a lo que se podía sacar de ellas. Su calidad es admirable y el precio tan cómodo que vale el quintal de ocho a diez pesos comprándolo en barras de las mismas minas. La abundancia de éstas de cobre no estorba para que deje de haberlas también de oro y de lata y de otros metales. Entre las de oro hay algunas de las que llaman de criaderos, que son aquellas en donde superficialmente cría la tierra una especie de costra dura por la cual sobresalen las muestras de oro en muy pequeños granitos que resaltan a la vista, distinguiéndose de los demás de la materia terrestre; de esta especie las hay en varias partes de aquellos reinos y, con mucha frecuencia, en todo Chile. 47. Por este tenor no hay provincia en todos aquellos reinos donde las minas no estén en abundancia, ya de unos metales, ya de otros, o ya de todas especies, a los cuales acompañan, asimismo, los minerales de varias calidades de piedras, diversas en los colores, distintas en la dureza y particulares en sus castas y hermosura. Si se atiende a la piedra del gallinazo, se verá sobre una negrura que excede al azabache, un terso que no tiene comparación con el cristal más bien pulido, una dureza grande, una limpieza donde ni para hermosura admite veta que se haga reparable. Las piedras verdes, por otra parte, son también dignas de atención; las que llaman del Inca, los alabastros, los mármoles y los jaspes. Todo es común en aquellas altas montañas, pero todo parece que está de más en ellas, mediante el que nadie lo toca, ni se hace caso para emplearlo en nada. 48. En la jurisdicción de Quito corre un río que desemboca al mar por la inmediación del puerto de Atacames. Este tiene el nombre de Esmeraldas y parece, no sin razón, que lo toma de haber minas de estas piedras en su cercanía, porque de estos sitios las sacaban los indios gentiles y en ellos las encontraron los primeros españoles que fueron allí. De estas minas dan testimonio algunas piedras que se suelen encontrar todavía en aquellos mismos parajes, cuya dureza es incomparablemente mayor que la que tienen las que se sacan de las minas del reino de la Nueva Granada, y a proporción tienen más brío y son de mejor fondo que éstas. Ahora no hay noticia del paraje en donde se hallan las vetas, ni tampoco de que, después de conquistados aquellos países, se hayan sacado ningunas; esto puede provenir de que todo el territorio que pertenece a este gobierno ha estado abandonado e inculto hasta estos últimos tiempos, y tan modernos como desde el año de 1730 acá, que es en los que se han empezado a conocer con el motivo de abrirse camino para transitar en derechura desde Quito a Atacames, y pasar de este puerto a Panamá sin tener que hacer el rodeo de ir a dar la vuelta por Guayaquil. 49. Pasando de los metales y de las piedras a especulizar los demás minerales, se encontrarán los de copé, situados en la jurisdicción de la Punta de Santa Elena, y en las cercanías de Amotape, que lo es de la de Piura. Este copé es una especie de alquitrán del cual se sirven en aquella mar las embarcaciones marchantes para preparar con él las jarcias, pero tiene el grave defecto de ser tanta su fortaleza que las quema, y para templársela mezclan mitad de él y mitad de alquitrán del que se lleva de la costa de Nueva España, que es muy bueno. 50. En el territorio de Macas, que pertenece a la provincia de Quito, se encuentran minas de polvos azules. Bien que éstas corresponden a países poblados de infieles, esto no obstante, los habitadores de aquellas cortas poblaciones españolas que hay allí, se suelen arriesgar a irlos a sacar en algunas ocasiones. Poblándose aquel país y procurando que los indios se redujesen, se podrían cultivar estas minas con formalidad, las cuales serían de grande útil, pues se ahorrarían las sumas crecidas que sacan los extranjeros de España con lo que traen de este mineral. 51. Tanto en aquellos países a que en el Perú dan el nombre de valles, como en los que pertenecen a la serranía, hay mucha abundancia de minas de sal, de salitre, de vitriolo, de azufre, y de otras especies semejantes cuyas materias se están haciendo patentes a la vista ellas mismas. Pero en los países de Valles parece que se encuentran con más frecuencia que en la Sierra, y que a correspondencia abundan más, lo cual puede provenir de estar más superficiales las materias en éstos que en aquéllos, y que por esto se descubran mejor, sin ser la causa la mayor o menor abundancia. 52. Dejando ya las materias de minerales pasaremos a dar razón de algunas resinas y frutos de los muchos que enriquecen los bosques espesos de aquellos dilatados países. Y para que no falte ninguno de los que se particularizan más, incluiremos en la noticia los que se hallan en Cartagena y su costa, según llegaron a nuestra inteligencia. 53. Hácese particular en Cartagena el bejuco, cuya planta produce la habilla conocida bajo el nombre de habilla de Cartagena. Esta es digna de la mayor estimación por ser antiveneno eficaz contra la picada de toda suerte de víboras y animales ponzoñosos. La gente de aquel país y la demás a quienes se ha extendido la fama de su virtud, cuando han de entrar en los montes se previenen tomando en ayunas una pequeña porción de este habilla, y por ser su calidad muy activa y cálida, se guardan de beber licores fuertes hasta haber pasado dos o tres horas, con lo cual, aunque les pique alguna culebra, no reciben más daño que la herida de la mordedura. 54. En las sabanas que nombran de Tolú hay una especie de árboles que destilan el bálsamo conocido por el mismo nombre del país. Este bálsamo de Tolú merece tanta estimación entre los franceses y otras naciones extranjeras que el botánico de la Academia de las Ciencias llevó particular encargo para examinar el árbol prolijamente, mas no pudo conseguirlo, porque no le dio lugar a emprender el viaje la corteda de la demora que hizo su compañía en Cartagena. En aquel y en otros muchos parajes de la misma jurisdicción destilan otras especies de árboles el aceite de María, tomando el nombre de la planta. 55. En las montañas de Guayaquil se saca una resina negra, de la cual se hace lacre, y éste es el que se usa en toda aquella provincia. Tiene consistencia, bastante lustre y arde bien. 56. En la jurisdicción de Pasto, que pertenece a la provincia de Quito, se extrae de algunos árboles una goma conocida, no menos en aquella provincia que en otras muchas partes de la América, por el nombre de barniz de Pasto. Con ésta se dan los barnices, mezclándola con toda suerte de pinturas, las cuales se sientan sobre madera y quedan los colores tan hermosos, tan tersos y tan permanentes como el maque del Oriente, a que se agrega asimismo la circunstancia de que no se ablanda con el agua hirviendo ni la disuelven los licores fuertes. 57. En el mismo territorio de Pasto se saca una resina de la cual se hacen teas, y es tan propia para esto que los hachotes fabricados de ellas sin más pabilo que la propia materia, arden hasta que se consume toda, sin derretirse demasiado; hace luz muy clara, poco humo y tarda mucho en consumirse. 58. En la jurisdicción de Macas, entre otras varias resinas y bálsamos que destilan los árboles y llenan de fragancia el aire, hay una llamada estoraque que lo es tanto, tan suave su olor y tan delicado, que no difiere del menjuí almendrucado. Los árboles que la dan no están en grande abundancia porque sólo se encuentran esparcidos en lo espeso de aquellos bosques; esto no obstante, y el peligro con que se transita allí por los montes, causado de los indios gentiles que los habitan, los vecinos de las poblaciones se aventuran y sacan algunas pequeñas porciones de él. 59. Cosa muy común es que la producción de la cascarilla o quina se hace en las espesas montañas de la jurisdicción de Loja. Las especies que hay de ella, según las dio a conocer el botánico M. de Jussieu, son cuatro o cinco distintas, pero la superior de todas, que es el verdadero febrífugo y específico contra las calenturas, se distingue de las otras en que su cáscara es más delgada y fina y su color un colorado hermoso. Aunque las recomendaciones de esta especie de cascarilla son grandes, no se trae de ella a España porque los indios (que son los que la cogen) no tienen el cuidado que sería necesario para separarla de las otras especies, ni acertaban ellos a distinguirlas hasta que el mismo botánico la dio a conocer entre ellos, y recomendó que no la mezclasen, haciéndoles comprender que de este poco cuidado procedía la decadencia que se experimentaba ya en su venta, porque con la mala echaban a perder la buena. También enseñó a sacar el extracto de ella, en cuya forma sería el mejor modo de hacerla traer para evitar el que con el tiempo pierda lo vigoroso de su virtud. 60. En estos últimos años se han descubierto otras montañas muy dilatadas en donde también se crían los árboles que dan la cascarilla. Estas pertenecen a la jurisdicción de Cuenca, por la parte del Oriente, extendiéndose hacia el gobierno de Macas y ríos que entran en el Marañón, pero esta quina no está tan bien recibida como la de las montañas de Loja, y se duda que su calidad sea como la selecta que producen aquellas otras. En esta planta se comete un desorden nocivo para su comercio, y consiste en que el modo de sacar la cascarilla es derribando el árbol y descortezándolo después, y como no tienen el cuidado de volver a plantar otros en su lugar, no hay duda que con el transcurso del tiempo llegarán a quedar rasas aquellas montañas, pues aunque son muy dilatadas, tienen fin, y siendo continua la saca es preciso lo tengan también sus árboles. De este descuido o, por decirlo mejor, del desprecio con que aquellas gentes miran los tesoros que se ven depositados en sus países, se lamentaba, y con razón, el botánico francés, considerando que no solamente se hacen a sí propios el daño aquellos habitadores, perdiendo las utilidades de este mayorazgo con abusar de él de esta suerte, sino también a todas las naciones, en el menoscabo del específico. Para que no llegase, pues, el caso de que se pudiese extinguir la cascarilla, y que siempre estuviesen poblados de plantas de la calidad más superior todos aquellos montes, ya en mucha parte yermos, convendría que se mandase a los que envían a hacer corte de cascarilla que volviesen a dejarlos sembrados con plantas de la buena calidad, y que esto se hubiese de entender en cada uno de aquellos espacios que desmontasen. Y para que no se dejase de hacer esto por falta de quien lo celase, se debería encargar de ello al corregidor de Loja y a los alcaldes y ayuntamientos de aquella ciudad, los cuales deberían anualmente nombrar un juez para que fuese a reconocer las montañas y a satisfacerse de que se habían plantado árboles en los cortes que hubiesen hecho aquellos vecinos. Y caso que alguno no lo cumpliese, o no lo hiciese bien, se le apremiase a que lo ejecutase con la formalidad que fuese correspondiente, y para este fin convendría que se les multase a los omisos en alguna pena pecuniaria. 61. En el gobierno de Macas, que confina por el Occidente con la jurisdicción de Cuenca, se cría canela, la cual toma el mismo nombre distintivo del gobierno. Esta es, según el dictamen de los más hábiles naturalistas que han estado por allí y la han examinado, tan buena como la del Oriente, y su flor mucho mejor, porque la fragancia y gusto excede al que tiene la misma canela cuando llega a ponerse en su sazón. De esto nació el que los primeros españoles pusiesen el nombre de Canelos a aquellos países y a los indios sus habitadores, el cual conservan todavía. El cura de Zuña (que es una de las reducidas poblaciones que han quedado), don Juan José de Losa y Acuña, nos facilitó ramas de este árbol, cuyas hojas tenían la misma fragancia que es regular en la canela, y puestas en la boca sucedía lo mismo con el gusto; los individuos de la compañía francesa consiguieron también algunas ramas y las enviaron a Francia y a Inglaterra. En Londres, habiéndola recibido el año de 1739, se mandó por un acto del parlamento del año de 1741 que se abriesen láminas con la demostración de esta planta, que se hiciese su descripción y que se diese al público; así se ejecutó, y cuando yo me hallaba en aquella ciudad me regaló con uno de los ejemplares el secretario de la Sociedad Real, diciéndome que me daba una estampa de lo que todo el mundo tenía en estima y sólo los españoles despreciaban. Esta planta ha sido tan cuidada en la India Oriental que nunca se ha permitido el que se saque y haga su descripción con toda su perfección, y en el Perú no se hace aprecio de ella, porque sólo lo tiene lo que logra estimación en España, y como en tantos años no lo ha merecido la canela, tampoco allá la ha conseguido. 62. Hay en Macas dos especies de canela, siendo una sola la planta. Y nace la diversidad de que la que se saca del sitio que llaman Canelos es de unos árboles esparcidos en la montaña y ahogados con otros de varias especies y mucha mayor altura, los cuales les hacen sombra; la segunda está hacia Macas, y aunque crece en el monte sin otro cultivo que el que le da la naturaleza, están en sitios más desembarazados y libres. Esta diferencia de situación causa diversidad en las cortezas y hace que la de Canelos no iguale a la de Macas en la calidad; esto no obstante es la de Canelos la que se saca en más abundancia y la que tiene consumo en toda la provincia de Quito, porque su mayor cantidad da ocasión a que se trafique con ella. El sitio que nombran Canelos cae al Oriente de la cordillera Oriental de los Andes, correspondiendo entre los corregimientos de Riobamba y Ambato, con que viene a caer al norte del gobierno de Macas y al sur del de Quijos, en la mediación de uno y otro, en 1 grado 34 minutos de latitud austral, según lo determina don Pedro Vicente Maldonado, gobernador de Atacames, quien, pasando a España y habiendo hecho su viaje por el Marañón en compañía de La Condamine, lo practicó desde Quito, para salir a aquel gran río por el camino de los Baños, uno de los tres que hay para entrar a él por aquella provincia. Este sujeto determinó hacer el viaje por Canelos para tener ocasión de examinar el árbol con su corteza en flor, y por las noticias que da de él se deja comprender que no hay diferencia en la especie del árbol al de Macas, y que la que se repara en la corteza debe provenir, como se ha dicho, de no tener cultivo aquellos árboles y de estar mezclados entre la variedad de otros, con cuya inmediación pierde su mayor vigor y delicadeza el suco nutritivo de la planta, y asimismo deja de perfeccionarse, porque el sol no la visita a proporción de lo que se requería, y de ello, sin duda, resultan dos causas: el que su corteza sea más impura, y de no tanta delicadeza en el gusto y olor como la de Macas. Por tanto, si la que se cría en Canelos estuviese cultivada y escombrados los árboles, se podría esperar que diesen tan buena canela como la que se coge en las inmediaciones de Macas, y que no cedería en nada a la de Oriente. 63. Como este sitio de Canelos hace división entre los dos gobiernos de Macas y Quijos, así como los árboles de la canela se extienden hacia Macas, del mismo modo crecen también en el territorio de Quijos, y con gran abundancia. Pero como todo el país no es menos cerrado de monte que el de Canelos, padecen los árboles de la canela el mismo embarazo que allí, y por esto no es mejor que aquélla. De ésta se saca bastante a la provincia de Quito, y por esta razón es conocida allí por el nombre de canela de Quijos. Con ella se hace algún comercio, el cual se extiende hasta valles, y se aprovechan de ella toda la gente pobre o de cortas conveniencias, que no puede costear la del Oriente; los demás la miran como cosa común, siendo propensión general de todas las Indias el no estimar lo que vale poco o lo que no tiene en España el mayor aprecio. Esta canela de Quijos o de Canelos se diferencia, en cuanto al gusto, de la de Macas y de la del Oriente, en que su picante es más seco y su fragancia no tan delicada. 64. Con gran facilidad podría conseguirse que se diese el cultivo necesario a estos árboles, y que los habitadores de los dos gobiernos se dedicasen a ello con toda formalidad, y sería disponiendo que se trajese de ella a España, y que se prohibiese enteramente la entrada de la del Oriente en todos los dominios del rey, lo cual sería justo por todos modos, pues es impropio que, habiendo en los países de España esta especería, no se haga aprecio de ella y se dé estimación a la que se introduce de los países extraños, y aunque su gusto y olor reconozca alguna diferencia a la del Oriente, no es tanta que se haga muy sensible en las cosas donde se pone, y así la mayor parte de aquellas gentes de Quito hacen labrar con ella el chocolate, y el que lo toma no puede distinguir si lo está con la de Quijos o con la de Castilla, que es la del Oriente. Trayéndose a España esta canela, tendría estimación en el país, y esto sólo bastaría para que los habitadores de Macas y Quijos hiciesen plantíos de árboles en los sitios donde no los hay y que fuesen oportunos para ella; para que se dedicasen a cuidar de estos árboles, desembarazando los sitios de montaña en donde están; para que tuviesen cuidado de darle los beneficios que pareciesen convenientes y fuese dictando la experiencia, y para que atendiesen a cortarla o descascarar el árbol cuando estuviese en sazón, circunstancias todas a que no atiende allí la rusticidad de los indios y la cortedad de sus luces en este particular, las que era preciso facilitarles para que la canela saliese con toda su perfección. 65. En ningún otro país que en aquél hubiera sido mirado con tanto descuido este árbol y se hubiera mantenido tan largo tiempo sin conseguir la estimación que se merece. Pero esta desgracia no se limita en él, pues otras muchas cosas preciosas que produce el Perú se hallan comprendidas en el mismo caso, sin que su particularidad haya llamado la atención, a fin de que les demos la estimación que se merecen y es justa, y la que saben darles todas las naciones doctas en esta suerte de política. La francesa, apasionada mucho por el café, viendo que en traerlo del Asia perdía sumas considerables, arbitró llevar plantas de él a la isla de La Martinica y a la de Santo Domingo, y en pocos años se han aumentado tanto los plantíos que han conseguido el fin de que, con lo que se produce de café en aquellas dos islas, haya cosecha muy suficiente para el consumo en ellas y el crecido que hay en Francia. Y para poder prohibir absolutamente la entrada y venta del del Oriente, no les sirvió para esto de objeción la grande diferencia que hay del uno al otro, no habiendo podido conseguir que el de estas islas sea tan bueno como aquél. Si esta nación tuviera en los países de su pertenencia un árbol tan estimable como el de la canela, ¿qué comercio no haría con él? Y ¿qué medios no pondría para cultivarlo y aumentar su especie a fin de acrecentar con ella la utilidad? Pues ¿por qué nosotros hemos de mostrarnos tan descuidados en aprovechar las riquezas que nos están brindando lozanamente los bosques dilatados del Perú? Lo cual no está ceñido a la canela, como se reconocerá. Pasaremos más adelante y registraremos lo que ofrece a la vista el Marañón. 66. Al oriente de los gobiernos de Macas y de Quijos corresponde el de Maynas, el cual se extiende por el río Marañón abajo hasta la boca del río Napo. Como se ha advertido en otra sesión, las orillas de este gran río y de otros muchos que le tributan el caudal de sus aguas, están pobladas de arboledas y bosques muy espesos, donde la diversidad de árboles, la variedad de hojas y la desigualdad en los tamaños es inexplicable. Entre éstos crece uno al cual le dan el nombre de clavo, porque su corteza tiene, con toda precisión, el mismo gusto, olor y actividad que el clavo de la India oriental; de ésta conservamos todavía algunos pedazos, que son la prueba más segura de su calidad y circunstancias. Esta corteza del clavo es semejante a la de la canela, y a la vista se diferencia de ella en el color, porque es algo oscuro, casi musgo. Como los portugueses tienen tomada la mayor parte de este río, introduciéndose insensiblemente en los países que corresponden a España, son igualmente dueños de estos árboles de clavo, que también se hallan en los parajes por ellos ocupados; con esta ocasión han llevado algunas porciones cortas de esta corteza a Lisboa, y el año de 1746, hallándose uno de nosotros allí, vio una poca en casa de unos comerciantes ingleses de aquella ciudad, y supo que la enviaban a Londres para que allí se reconociese y ver si enteramente se puede sustituir en lugar del clavo del Oriente; sin duda que en estas diligencias (las cuales se practicaban con algún sigilo) llevan algunos fines ventajosos para el comercio de su nación. En España ha habido tan poca aplicación al comercio de frutos de las Indias, que nunca se ha puesto cuidado en averiguar los que producen con particularidad para aprovecharse de ellos, y así no será mucho el que hasta el presente se haya ignorado que en el Marañón, y en la comprensión de los dominios del rey, hay corteza de clavo, cuyas singularidades lo hacen igual al mismo clavo en el gusto y olor, aunque varíe de él en la figura. 67. En cuanto al fruto que produce este árbol, no podemos decir cosa alguna, porque, no habiendo estado en el Marañón, no hemos tenido ocasión de verlo, y las luces de la botánica han estado y permanecen tan retiradas del conocimiento de nuestros españoles de allá, que no han sufragado para hacer su descripción. Y así, aunque desde los primeros misioneros de la Compañía que se establecieron en aquellos países se dio noticia de que se cría en ellos el árbol del clavo, han sido éstas tan sucintas que no se han extendido a más que a esta primera luz, sin pasar a la instructiva de su descripción particular, por lo cual, aunque se sacan de allí canutos de clavo, se ignora todavía la mayor individualidad de la planta de donde se quitan. 68. Ya tenemos en nuestras Indias, y sin salir de la provincia de Quito, descubierto el tesoro de los géneros de especería fina, de los polvos azules y del menjuí, los cuales extraen de España no cortas porciones de dinero, porque se compran a los extranjeros, de los que traen del Oriente, no solamente para lo que se consume en España, sino para lo que se gasta en las Indias, y aun en la misma provincia en donde ello se produce. Pero todavía será el descubrimiento mayor si entramos en la provincia de Chile, pues con ella se completarán las especerías finas que más se consumen en los dominios de España. 69. Las islas de Juan Fernández, que pertenecen al reino de Chile, son dos; la más inmediata a las costas de aquel reino, llamada de Tierra por esta causa, dista de Valparaíso cosa de cien leguas. En ella se crían, entre otros muchos árboles, unos que producen cierta semilla en todo semejante a la pimienta, cuya especie reconocimos personalmente el día 10 de enero del año de 1743, tiempo en que estaba ya cuajado su fruto, aunque verde todavía y empezando a sazonarse. Del suelo se pudieron recoger muchos granos que todavía no había corrompido la humedad, y, examinados, se halló en el gusto, en el olor y en el tamaño, y aun en la configuración que hacen las arrugas de su pellejo, ser legítimamente pimienta. El árbol que la produce es de bastante altura, su tronco fornido, poblado de ramas que forman una copa hueca y desigual, y su hoja no es muy grande. Hay estos árboles con mucha abundancia en aquella isla, y todos ellos cargan del fruto considerablemente, pero no se encuentran muchos de la misma especie juntos entre sí, sino esparcidos en aquellos montes y mezclados con los de otras. 70. Aunque esta isla tiene puertos, y con particularidad uno bien capaz donde pueden entrar navíos de todos tamaños, es peligroso para ellos por la mucha agua que hay en él, por su mal fondo, por su desabrigo a los vientos nortes, que son los que allí reinan en tiempo de invierno, y por los contrastes y ráfagas continuas que se experimentan aun en el tiempo del verano. Por esta razón no puede poblarse la isla con comodidad para mantener comercio con la tierra firme, a menos de hacerlo con embarcaciones menores, y aun así es siempre difícil, porque casi en todos tiempos hay grande resaca en las playas, y tales olas que estorban desembarcar en ellas; no obstante, si se quisiere poblar absolutamente quedaría algún arbitrio de hacerlo mediante que, en tiempo de verano y en embarcaciones grandes, se podría ir a ella y fondear en el puerto sin peligro. En lo restante del año da muestras el país de mucha abundancia y de que cuanto se sembrase en él produciría con lozanía, lo cual en algún modo confirma el que habiéndose pasado más de un año de la salida de ella del vicealmirante Anson; y siendo natural llevase en los navíos toda especie de verduras, las raíces de éstas o algunas semillas que hubieron de quedar esparcidas en la tierra habían vuelto a retoñar y se hallaban en los jardines que formaron los de aquella escuadra enemiga, y aunque en corto número, el bastante para conocer la fecundidad de la tierra y su aptitud para toda suerte de plantas de temples fríos. 71. En aquellos sitios que están más descampados y son lomas donde bate el viento libremente y el temporal no encuentra oposición se crían avenales tan altos y viciosos que queda oculto en ellos, con mucho exceso, el hombre más alto; a cuya similitud crece todo lo demás, y se da a conocer el vicio de la tierra en los árboles de todas especies, con su corpulencia y lozanía. Así es, sin duda, que, poblada aquella isla, produciría bastantemente para mantener a la gente que la habitase, y no sucedería en ella lo que en la de Fernando de Noroña, que tienen poblada los portugueses en el mar del Norte casi a la misma distancia de la costa del Brasil y en latitud de cuatro grados, con poca diferencia, austral, pues sin producir nada, y antes bien siendo forzoso mantenerla de todos víveres a expensas de las poblaciones de Brasil, la tienen poblada y muy fortalecida con el fin de evitar que otra nación extranjera se apodere de ella y haga establecimiento allí, como lo intentó ya en otros tiempos la francesa. Si se considerase igual riesgo en la de Juan Fernández, convendría poblarla para que nunca llegase el caso de ello, pues de ocuparla los extranjeros resultarían a aquellos reinos los perjuicios graves que se dejan considerar; mas parece irregular el que lo puedan hacer, o tener subsistencia, aunque lo emprendiesen, respecto a las circunstancias que se oponen a ello, siendo la principal la falta de puerto para permanecer en el invierno, y la distancia tan dilatada desde Europa allá, que hace remotos y casi imposibles los socorros. Y así, no parece pueda recelarse el que los extranjeros intenten poblarla y formar colonia en ella, en cuyo supuesto es excusado el hacerlo por parte de España. 72. Por otra parte se debe considerar que, aunque el puerto de aquella isla sea malo, no estorba esto el que los enemigos que pasan de los mares de Europa a aquellas lo tomen, y, aunque con parte de riesgo, se detengan en él, carenen las embarcaciones, refresquen la gente, hagan aguada, leña y fabriquen bizcocho con las harinas que llevan embarriladas, como lo practicó Anson y lo han ejecutado los demás corsarios y piratas, de que se sigue con todos éstos se han reparado suficientemente para cometer después sus hostilidades, lo que no les hubiera sucedido si no hallasen aquel recurso. Con que ya se prueba, con la propia experiencia, que aquella isla y su puerto, desamparado como hoy está, perjudica a la mar del Sur y que, sin su abrigo, ni el vicealmirante Anson, ni los corsarios o piratas, hubieran podido perjudicar sus costas, sus puertos y su comercio, y antes se hubieran visto precisados a entregarse ellos mismos, faltándoles dónde repararse y dónde refaccionar la aguada, la leña y aun los víveres con la grande abundancia de bacalao y otras especies de pescados que hay en toda la isla, y con particularidad en su puerto principal. Por lo que, para evitar que en adelante tengan los enemigos aquel recurso, somos del sentir que se debería construir una fortaleza en un sitio tal que desde ella estuviese guardado todo el puerto principal, cuyo paraje se determinará en la relación perteneciente a marina, y haciéndose presidio la isla, con algún corto número de guarnición se podría desterrar a ella la gente mala de todo el reino de Chile, y alguna de los del Perú, así hombres como mujeres, con la cual se fuese poblando insensiblemente de gente que se aplicase a su cultivo y, con particularidad, cuidase de los árboles de pimienta, haciendo plantíos formales de ellos para aumentar su número y acrecentar la cosecha, lo cual serviría de comercio entre ella y el reino de Chile, además del crecido que pudiera hacer con el bacalao y otras especies de pescados que abundan allí. 73. El que la isla de Tierra de Juan Fernández se poblase, no estorbaría a que se llevasen plantas de pimienta a Valparaíso y La Concepción, y que se les diese cultivo y procurase acrecentar este plantío, pues siendo poca la diferencia del temperamento de esta isla al de la tierra firme de Chile, no hay duda que prevalecerá allí, y que podrá hacerse su cosecha tan cuantiosa cuanto sea necesaria, porque la bondad del país y su fertilidad lo promete así. Y de este modo se podrían abastecer con ella todos aquellos reinos y traer a España la que fuese necesaria para el consumo de acá. 74. No decimos nada de la isla de Afuera de Juan Fernández, la más pequeña de ellas, porque ésta no tiene ningún puerto, malo ni bueno, ni se puede desembarcar en ella por ninguna parte, estando escarpada por todos lados con peñolería muy alta, y costa brava. 75. Por lo dicho antes, queda visto que las tres especerías más finas que se gastan en España las produce el Perú y que son propias de aquellos países, sin que haya contribuido a su producción el trasplante o la industria humana, con que no hay duda en que la naturaleza del país es adecuada para ello y que, si se le diese cultivo a estos árboles, se afinarían sus cortezas y frutos, y los que ahora no llegan a ser tan perfectos como los de la India, lo serían después que la industria se emplease en ellos. Lo cual se puede tener por cierto con el antecedente de ser el árbol de canela de Macas, al parecer, más perfecto que el de la India oriental, mediante que su flor exhala mucha mayor fragancia que la corteza, y su gusto es asimismo más vivo y aromático, lo que no sucede con la flor del de la India oriental; no solamente excede la flor del de Macas a su propia corteza, sino igualmente a la canela más selecta del Oriente, con que se puede inferir que, en teniendo cultivo, mejorará la calidad y será, si no excesiva a la de la canela oriental, nada inferior a ella. 76. Si pasa el cuidado de aquellas plantas que sirven sólo para el gusto, a examinar las que, por ser medicinales, se hacen recomendables en la estimación y necesarias para los accidentes a que está sujeta la naturaleza humana, no hallará menos asuntos para suspender la admiración en los páramos de aquellas agigantadas cordilleras, porque en ellos se encontrarán las hierbas exquisitas, tan llenas de virtudes cuanto rodeadas de aridez, pues, al reparar el suelo, entre arena muerta, peñolería y continuo hielo, apenas se concibe cómo producen tan admirables propiedades. Entre éstas debe mirarse, como prodigio de aquellos países, la hierba conocida en todos ellos por el nombre de calaguala. Su virtud es tan particular que sólo faltando su conocimiento en España y careciendo de las noticias de su uso para la medicina, puede no tener la estimación que le corresponde. Ella es un legítimo específico para hacer evacuar los humores de toda suerte de abscesos interiores, y lo mismo para los tumores exteriores, siendo disolvente y precipitativa. La más selecta es la que se cría en los páramos de las provincias meridionales del Perú, y aunque también la producen los que están inmediatos al Ecuador, no es tan eficaz como aquélla. Lo mismo sucede con la contrahierba o raicilla, que es, asimismo, producción de los páramos. 77. Otra hierba se cría también en los páramos, conocida por el nombre de canchalagua. Esta es febrífuga, diaforética y propia para otros medicamentos, cuyas particularidades, aunque han sido más felices que las de la calaguala, pues han conseguido divulgarse hasta España, con todo es muy poca la que se trae, porque no está puesto en práctica en el comercio el traer drogas medicinales, si no es de aquellas que absolutamente son necesarias y que su uso está muy establado. 78. Además de las hierbas ya citadas, hay otras varias que, aunque no tanto, son particulares por sus virtudes, siendo rara la que no se distingue en alguna. Mas, dejándolas como que se ha dicho lo suficiente de ellas, será justo tocar alguna cosa de los animales terrestres, acuátiles, insectos y aun los mariscos que se crían en aquellos países, para que se conozca que no hay parte por donde no contribuya todo a hacerlos prósperos y que, por cualquiera, los colma de las mayores dotes con que puede adornarlos la naturaleza. 79. Ya queda visto que las playas de Panamá y las de Manta son un tesoro inestimable por las perlas que se nutren entre sus ondas. Y a imitación de la particularidad de estas conchas, hay otra especie de marisco en la jurisdicción de la punta de Santa Elena, territorio perteneciente al corregimiento de Guayaquil, digna de atención por dar en su jugo la púrpura, que fue tan celebrada de los antiguos cuanto sentida después su pérdida. Extraése este color de unos caracoles que se crían en las peñas que bate el mar, los cuales contienen un licor lácteo que es con el que se da color de la púrpura, sin más diligencia que la de oprimir el animal para hacérselo expeler y untar en este suco lo que se quisiere teñir; y porque el animal se halla encerrado en un caracol, le dan allí el nombre de caracolillo a este color. Es éste tan fino y permanente, que existe con más vigor y viveza cuanto más se usa y se lava con mayor repetición. En la provincia de Nicoya, que es jurisdicción de Guatemala, se coge asimismo esta casta de caracol marino, y se extrae de él el mismo color, y en uno y otro paraje, no menos que en todo el Perú y reino de Nueva España, es estimado todo lo que se fabrica con el algodón teñido en este color. 80. En las costas del reino de Chile, hacia Valdivia y Chiloé, se coge mucho ámbar, pero no es de tan buena calidad como la que se lleva de la China al reino de Nueva España, y de allí pasa al del Perú. Por esta razón no se hace gran comercio con él, y siempre tiene estimación el de la China. 81. En el puerto de la isla de Juan Fernández, según toda verosimilitud, se cría coral, si nos atenemos a lo que se experimentó cuando estuvimos allí, pues al levar un ancla, salió con ella una ramazón de esta planta que, aunque no estaba madura perfectamente, no dejaba duda en que lo era, y lo confirmaban otros varios pedazos pequeños que se sacaron en otras ocasiones, los cuales estaban más perfectos que la ramificación, y aun en ésta se encontraban algunos que lo estaban, asimismo, más que los restantes. 82. En este mismo puerto de Juan Fernández se cría una especie de pescados que se asemejan en la figura a los tollos. Este tiene dos espolones pequeños en el encuentro o nacimiento anterior de cada una de las dos aletas que están sobre su lomo; sacados estos espolones del animal, y puesta en la boca de una persona la parte que encarna en el cuerpo de él y le sirve de raíz, aplaca el dolor de muelas, y es tan eficaz para ello que, en el término de media hora, y en menos, lo desvanece totalmente. Así se acreditó en la ocasión que estuvimos allí por repetidas experiencias que se hicieron, pero deberían continuarse con los mismos huesos o espolones después que hubiese pasado mucho tiempo de haberlos sacado de él, para conocer si mantienen constantemente la virtud. 83. Entre los insectos terrestres o animales menores se encuentra de particular, en la jurisdicción del corregimiento de Loja, la cochinilla, conocida comúnmente por el nombre de grana, la cual es tan sobresaliente como la que se cría en la provincia de Oaxaca, que es en donde se coge la más fina. Con ésta de Loja se dan los tintes a las bayetas que se fabrican en Cuenca, y por esta razón son estimadas en todo el Perú con preferencia a todas las demás que se hacen en lo restante de la provincia de Quito. En la jurisdicción de Ambato, perteneciente al corregimiento de Riobamba, se cría también alguna, pero es muy poca porción respecto de la que se beneficia en Loja, y aquí no es toda la que podría producirse, porque no es grande el consumo, mediante el no haber saca de ella. 84. En las montañas que se forman de las pendientes de las cordilleras orientales de los Andes que corren hacia Quijos y Macas, se cría el palo de tinta, semejante al conocido con el nombre de campeche, cuya tinta tiene algún consumo en las fábricas de Quito para teñir aquellas cosas menos recomendables, porque su calidad no es tan buena como la del añil. 85. Entre tanta variedad de cosas como el Perú produce y se crían en aquellas territorios y temples, se hacen recomendables, no menos que lo demás que allí se nota, las vicuñas, cuyo animal da la lana que se distingue por el mismo nombre, y su finura es bien conocida en todo el mundo, siendo tanta que aún excede a la de la seda. Los indios la aprovechaban en tiempo de su gentilidad para tejer mantas muy finas y otras cosas correspondientes a sus vestuarios, pero sólo gozaban de ella el inca y las demás personas reales o los que eran de la familia real, no consintiendo que se hiciese vulgar tanta finura. Y así, para los demás indios, se hacían los tejidos con la lana de las llamas y con la de los guanacos, que no es tan fina como la de la vicuña. Los españoles no hacen ya otro uso allá de ella que en sombreros y pañuelos, siendo así que su delicadeza la hace recomendable para otros tejidos de más consideración. 86. Aunque la lana de vicuña es tan fina que manejada entre las manos se desaparece al tacto, con todo esto no sabían en el Perú darle el beneficio que requería para la fábrica de los sombreros, porque al trabajarla la ponían tan bronca o áspera que quedaban bastos como si hubieran sido hechos con lana muy ordinaria, y por esto sólo podían servir entre los mestizos, los indios y aquella gente ordinaria. Así corrió lo que se fabricaba con esta lana sin ninguna estimación hasta los años de 1735 ó 1737, en que con el motivo de haber pasado al Perú, entre los extranjeros que penetran a aquellos reinos, un inglés sombrerero de profesión, se aplicó éste a su oficio y empezó a trabajar con la lana de vicuña en Lima, y a hacer sombreros tan finos que no cedían en calidad a los regulares de castor. Este inglés, aunque tomó allí oficiales del país que le ayudasen en su fábrica, reservó siempre en sí el secreto de darles lustre y de que la suavidad sobresaliese en ellos, para que ningún otro pudiese fabricarlos y partir con él las ganancias. Desde que en Lima se empezaron a ver estos sombreros, se inclinaron a ellos todos los sujetos de más distinción, porque, no siendo inferiores a los que se llevaban de Europa, hallaban en el precio una diferencia tan considerable como la de costar un sombrero de castor ordinario de París o de Londres de 12 a 16 pesos, y los de allí no exceder su valor de 4 a 5. Con esto decayeron enteramente los sombreros negros de Europa y tomaron estimación los fabricados en Lima, la cual se extendió en las demás provincias, de suerte que, dentro de muy corto tiempo, se hizo corriente el no gastarse otra calidad de sombreros negros más que los de Lima, y habiéndose llevado siempre a vender a Lima, para el uso de la gente ordinaria, los sombreros de vicuña que se fabricaban en Quito, repentinamente se cambió este comercio, y se llevaban a vender a Quito los de Lima, sin mutación en los precios, porque lo mismo había valido en Lima uno de los que se hacían en Quito, siendo ordinarios, que en Quito los fabricados en Lima, siendo finos. La comodidad del precio y la buena calidad y finura de los sombreros que fabricaba este inglés, le facilitaron un comercio tan crecido que ya casi no le era posible el poderlo sostener más. Habiendo hecho un competente caudal en el breve término de cuatro o cinco años, quiso retirarse con él a Inglaterra, como lo hizo, pero, agradecido al país que le había enriquecido, y a uno de los oficiales criollos que trabajó en su compañía desde los principios para ayudárselo a ganar, quiso premiarle descubriéndole el secreto de la última perfección para darles el lustre, suavidad y finura, y que quedase entablado en aquellos reinos el modo de aprovecharse de una de sus riquezas (que lo es con justo título de lana de vicuña) en la fábrica de sombreros finos. 87. Este mestizo de Lima, a quien el mismo inglés había enseñado el oficio de sombrerero desde los principios, cogiéndole de poca edad y cuando todavía no tenía aplicación a oficio alguno, quedó por heredero del secreto. Llámase Felipe de Vera y, con las buenas lecciones del maestro, ha continuado en Lima, de suerte que, no sólo no se echan de menos ya allí los sombreros finos de Europa, sino que es pérdida considerable el llevarlos, porque todos usan generalmente los de aquella fábrica. Este mestizo, no pudiendo callar el secreto, o no sabiendo guardarle, lo divulgó entre los demás del oficio, y de tal suerte se ha cundido que el año de 1742 trabajaban ya todos los sombrereros de Lima en sombreros finos, bien que de ninguna mano salían tan finos y perfectos como de la de Vera. Uno de los que éste fabricaba, no de los más superiores, y hecho el año de 1740, se conserva en nuestro poder, y no habiendo dejado de servir desde entonces acá, y de rodar entre las montañas del Perú al temporal, y en las navegaciones estando expuesto a los aires del mar, al agua salada y a otros accidentes que les perjudican, con todo esto está todavía en tal estado que, por su finura y suavidad y por la calidad que demuestra, hace increíble lo que ha trabajado y servido. 88. Tenían los sombreros de vicuña contra sí el defecto de que el sol y el agua los ablandaba tanto, o les quitaba el brío de tal suerte, que se les caían las alas y perdían toda su consistencia. Pero esto sólo se experimenta en aquellos ordinarios que se fabricaban en el Perú por los sombrereros de allí, y aún ahora sucede con algunos de los que se hacen con el secreto del inglés, pero es necesario reparar que ésta era una de sus circunstancias, porque en ninguno de los que él hacía se notaba tal defecto, ni concurre en los que hace su discípulo Felipe de Vera, como se puede comprobar todavía por el que conservamos de su mano. 89. La fábrica de sombreros de lana de vicuña del Perú se extiende también a los blancos, los cuales tienen allí, asimismo, un consumo muy crecido, porque, según la costumbre del país, los usan blancos para el traje de capa, y el negro lo acostumbran únicamente para cuando andan en cuerpo. De estos blancos se fabricaban también finos en el Potosí y otras provincias de aquella parte aún antes que el inglés llevase el secreto para los negros, y se hace mucho comercio con ellos, pero no tanto como pudiera ser, porque no cesando de llevarse los de castor extranjeros, o esta particularidad, o la de alguna diferencia que se encuentre, ya en el tacto o ya en la vista, hace más apreciables estos últimos; pero con todo, no es dudable que si se pusiera la atención en perfeccionarlos, se podrían hacer de la misma calidad que los de castor extranjeros, y se lograría así como con los negros: que se destruyesen estos dos renglones de comercio activo que tienen las naciones extrañas con las Indias de España y con los mismos reinos de España, pues, dado el necesario fomento a estas fábricas, bastarían para proveer todos los reinos de las Indias meridionales y septentrionales. Y si pareciese que esto perjudicaba al comercio activo de España y se quisiese evitar este inconveniente, en este caso podría disponerse que el mismo Vera o, si fuese muerto, el discípulo más aventajado que hubiere dejado, viniese a España y concurriese en la fábrica establecida modernamente para ayudar a perfeccionarla, pues, séase porque haya diferencia en los materiales, o porque en esta moderna fábrica no se han conseguido todavía las más exactas noticias que corresponden a su perfección, no hay duda que, comparados los sombreros hechos en ella a los fabricados en Lima, hay una grande diferencia a favor de estos últimos, lo que podría repararse fácilmente con aquella providencia, la cual se hace precisa para conocer perfectamente la excelencia del material. 90. Cosa impropia es que, siendo en los países pertenecientes a la Corona de España en donde se halla el material principal que conduce a la fábrica de los sombreros, haya de ser forzoso que los españoles, contribuyéndolo en parte a las naciones extrañas, reciban de éstas, después, lo que se labra con él. No es de admirar esto en los sombreros cuando con todo lo que se fabrica de lana ha sucedido lo mismo, pero si ha pasado en esta forma hasta ahora, parece que se debería poner remedio a que no continuase así, puesto que llegamos a conocer lo que nos importa esta sabia economía. 91. Establecidas en España fábricas de sombreros blancos finos para el consumo de las Indias, debería cuidarse de que la lana de vicuña no se extrajese para llevarse a los reinos extraños, con lo cual se imposibilitaba más el que pudiesen subsistir las fábricas de sombreros extranjeras, porque, aunque es cierto que los de castor se hacen con la lana de este animal, el cual se coge en el río de San Lorenzo y en todos aquellos países del Canadá, no es sola esta lana la que contribuye a su composición, porque si no entrase otra, ni pudiera hacer mezcla, no sería capaz que bastase a la crecida cantidad de sombreros que se fabrican solamente en los dos reinos de Inglaterra y Francia; y así, aunque se les da el nombre de castor, y efectivamente tengan parte del pelo de este animal, la mayor porción de que constan es de otras distintas especies, y entre éstas se debe considerar la vicuña como la que contribuye a ello más que otra. Es cierto que en Francia está prohibida la entrada de la lana de vicuña con el fin de que se trabaje todo con la de los animales que se cogen en el Canadá (lo que no sucede en Inglaterra, porque en este reino entra descubiertamente), pero esto no estorba a que se introduzca mucha, ni arguye mejoría (a excepción de los hechos íntegramente con el pelo del castor y de algunos otros animales que la tienen más fina) en todos sus sombreros con respecto a los demás, que tienen mezcla con la lana de vicuña. 92. Algunos poco instruidos en este particular dudarán, y no sin razón, el que se hagan los sombreros más finos que se fabrican en Inglaterra mezclando la lana de castor con la de vicuña, y por esto es forzoso advertir que la vicuña, aunque animal grande, tiene en su cuerpo varias especies de lana, unas más finas que otras, según del paraje que son, pero generalmente en todo él tiene dos: una es la lana pequeña, que es la más inmediata a la carne, y otra es la larga, la cual, habiendo crecido, ha engrosado asimismo, y ya no es tan fina como la otra. Los españoles no se detienen en hacer separación de estas lanas, y así no pueden fabricar con ellas más que una calidad de sombreros; los extranjeros tienen gran cuidado en apartarlas y, por esta razón, hacen sombreros más finos unos que otros, en cuya forma lo ejecutaba el inglés que pasó a Lima y lo ha practicado después su discípulo Felipe de Vera, y así hacía sombreros finos de todos precios, desde tres pesos, que era el inferior, hasta seis, que era el de los más superiores. 93. No debe tenerse por obstáculo, para que con la lana de vicuña se puedan fabricar sombreros blancos, el que su color sea musgo claro, porque este animal tiene toda la barriga, los hijares, parte del pecho y desde casi la mitad de los muslos hacia abajo, blanco, que es la lana de que ahora se sirven para los sombreros que se hacen. 94. La vicuña queda ya descrita en la Relación histórica de nuestro viaje, por cuya razón no volveremos a repetir aquí las noticias de su tamaño y estructura, pero no omitiremos decir que los parajes en donde este animal habita más, o donde se encuentra con más abundancia, es en los páramos de aquellas provincias del Perú más meridionales, como La Paz, Oruro, Potosí y otros parajes de puna. Allí es animal silvestre, pero no dañino, antes bien de la mansedumbre que las ovejas de España, aunque arisco y montaraz. Cuando le quieren coger, rodean entre mucha gente aquellos páramos en donde tienen destinada la cacería, y van acosando las vicuñas que encuentran para que, al fin, se acojan todas en alguna cañada; así que las tienen en ella, rodean una cuerda, sostenida sobre estacas, alrededor de las vicuñas, de suerte que les corresponde algo más arriba del pecho, de la cual cuelgan algunos trapos de varios colores, y con esto es bastante para que primero se dejen coger que aventurarse a salir. Cógenlas, pues, con lazos, y las van matando para quitarles la piel, dejando perdida allí la carne, que es muy buena, porque el fin es únicamente aprovecharse de la lana. Este es un método que no puede dejar de condenarse por abuso, porque tal es forzoso considerar el matar un animal que no hace daño, para sólo quitarle la lana. Así se han disminuido tanto que ya no se hallan sino con mucha dificultad, y antes que pasen muchos años se verá perdida la casta por el sumo descuido que tenemos en la conservación de aquello mismo que nos utiliza. 95. Cuando los incas eran soberanos del Perú, no había quien se atreviese a matar uno de estos animales, y hacían rodeo todos los años para juntarlos y quitarles la lana, después de lo cual volvían a dejarlos que se esparciesen por los campos, y de este modo iban siempre en aumento. Si se hubiera practicado esto después que los españoles entraron en aquellos países, no se hallaría tan deteriorada la casta de este ganado, mas, atendiendo únicamente a la comodidad del día, no han procurado nunca por su subsistencia, y así, unas veces matándolas con armas de fuego en la caza, y otras con las de corte, ya encorraladas, las han ido extinguiendo a gran priesa, sin atender a que una vez perdida su casta, no será fácil después el reparar la falta. 96. Nace en gran parte el motivo que tienen aquellas gentes, en los tiempos presentes, para matar las vicuñas, de que este animal es tan parecido en todo a los guanacos y a las llamas que se equivocan las lanas de unos y otros en el color, aunque no en lo largo, en que hay mucha diferencia, como también en el tamaño del cuerpo. Dicen, pues, los que compran esta lana en aquellas ciudades para trabajarla allí, que no siendo en pellejo, esto es, con pellejo y todo, hay engaño, porque la mezclan los vendedores con la de los guanacos y llamas, en cuya forma es imposible el separarlas. Y así nunca quieren tomarla si no es en las mismas pieles, que es el modo en que no puede haber engaño, mediante que la desigualdad de los tamaños hace conocer la especie del animal, y por esto todos los que se emplean en ir a coger esta lana, en lugar de trasquilarlos y volverlos a soltar, los matan y desuellan. 97. Esta cautela, que en Lima y otras ciudades del Perú donde no se crían las vicuñas tiene todo su valimiento, cesa en las otras provincias a donde el animal se cría y no está tan en su punta. Así, después de haber matado y quitado el pellejo a las vicuñas, las trasquilan y ponen su lana en sacos, en cuya forma baja después a venderse en la feria de galeones, pero no con la total seguridad de que no tenga mezcla de las otras de guanaco o llama; siendo éstas equivocables a los poco inteligentes, y pareciéndoles toda de vicuña, sólo podrá distinguir que aquella saca que tuviera más mezcla de la de llama o guanaco no es de tanta calidad como la que tuviere menos, y no sucede con éstas lo que con la de las ovejas, que quedando los vellones casi separados aún después de lavada, se distingue con facilidad la más fina de la que no es tanto. 98. Si la vicuña fuese un animal bravo y dañino, incapaz de haberlo a las manos sin exponerse a algún peligro, habría disculpa para matarlo por aprovecharse de su lana, pero siendo de una naturaleza tan doméstica y dócil como el ganado de lana común, es inconsideración grande el matarlos pudiendo conseguir el fin dejándolos vivos. Y por esto, atendiendo a su conservación y procurando su aumento, convendría ordenar con las penas más rigurosas que parezcan propias para el fin, que ninguno pudiese matar estos animales con cualquiera pretexto que fuese, y antes bien, que los indios vecinos de aquellas provincias en donde ahora han quedado con más abundancia, procuren domesticar algunos y tener cría de ellos para pagar los tributos que les corresponden, o por lo menos a mitad, en esta lana; éste es el modo de que volviesen a acrecentarse. Pero, para que no hubiese maldad en la lana mezclando la de vicuña con la de guanacos y llamas, se debería nombrar un reconocedor de lanas en cada ciudad de aquellas en donde hay tráfico en ellas, hombre inteligente, el cual las debería examinar todas, y de encontrar alguna mezclada, debería dar parte al gobernador y justicias del paraje para que castigasen al dueño con la mayor severidad que fuese dable, como a falsario, mediante que el ejecutar la mezcla con las lanas es faltar a la fe pública y contravenir a las leyes de la razón y de la justicia. Reconocidas estas lanas en aquella primera ciudad en don-de entrasen después de haberse quitado de las vicuñas, y enzurronadas, se deberían sellar las sacas con el sello real, y correr así por todo el reino, con cuya providencia se extinguiría el abuso de adulterarlas con las otras, y se perdería la bárbara costumbre de aniquilar la casta de un animal tan digno de ser estimado, siendo aún cosa vergonzosa el que la publicidad de este hecho se murmure entre las demás naciones de Europa como propia, únicamente, de unas gentes faltas de policía y de gobierno. 99. Aún se puede adelantar más sobre el particular de las lanas de vicuña, y es que no sería difícil el traer a España algunos de estos animales y mantener cría de ellos, con lo cual se aseguraría más bien su casta. Sobre esto se ofrecerán algunos inconvenientes, y entre todos podrá serlo el de que, en tal caso, se esparcirán en todas las demás potencias de Europa, lo cual será lo mismo que despojarnos voluntariamente de las utilidades que produce este género, siendo único en nuestras Indias, pues dándolo a los extranjeros, los relevamos de la precisión de haberlo de comprar a los españoles. Si todo el punto consistiese sólo en hacer partícipes a las potencias extrañas de la lana de vicuña, porque la ocasión de haber en España este animal les facilitase la cría, no debería sentirse como pérdida con tal que los españoles no nos despojásemos del mismo animal, porque se ha de suponer que los simples que sacan los extranjeros de España es con el seguro de que, después de tejidos, los han de volver a introducir, y que han de sacar de ellos unas ganancias muy aventajadas. Pero si supieran que sólo en sus países se habían de consumir estos tejidos, debemos creer que, como fuese posible el pasarse sin ellos, lo harían, pero si absolutamente no lo pudiesen dispensar, sacarían lo menos que pudiesen. 100. Esto asentado, si se fabricasen en España sombreros finos blancos y negros con la lana de vicuña, y se consiguiese el quitar la venta a los sombreros de fuera del reino, no habría extranjero que quisiese extraer la lana, porque con las de otros animales que se hallan en los países de sus dependencias tendrían suficiente para mantener la fábrica de lo que se hubiese de consumir en su propio reino, y sería totalmente excusado el venir a España a comprar la de vicuña. Siendo esto así, de ningún perjuicio sería para los españoles el que se extendiesen las vicuñas a los extranjeros, toda la vez que, teniéndolas o no, de ningún modo habrían de venir a comprarla a España. El grave daño que resultaría de esto consiste en que si tuviesen la lana de vicuña por cosecha, siendo más baratos en los países extraños los jornales de los oficiales en toda suerte de manufactura, saldrían los sombreros fabricados en ellos por menos costo que los hechos en España, y así podrían darlos con más conveniencia, con lo cual irían destruyendo la fábrica de los de España insensiblemente, hasta que lograsen enteramente su ruina. Porque hemos de estar persuadidos a que siempre que los extranjeros puedan dar el género equivalente al que se hiciere en España, más barato que éste, siendo de una misma calidad, o es forzoso prohibir su entrada absolutamente o, siem-pre que tenga libertad para introducirse, ocasionará menoscabo en las fábricas de España. Este es, a nuestro sentir, el mayor obstáculo para el establecimiento de la cría de vicuñas en España; si no fuere de bastante fuerza para embarazar el que se haga, los demás que se pueden ofrecer aún son de mucha menor entidad y no servirán de estorbo para que se plantifique. 101. Las dificultades para traer a España la vicuña y establecer crías de este animal consisten, primeramente, en si el temperamento de acá será tan propio para estos animales como el de las Indias o, a lo menos, si será bueno para que puedan subsistir; en segundo lugar, si los pastos serán adecuados para ellos y, últimamente, si perjudicarán a los demás animales domésticos de lana, de piel y de cerda, ocupando parte de las tierras que tienen éstos para pacer. 102. En cuanto al temperamento, parece que en España lo hay igual al que ellos tienen en el Perú, y será bueno para este animal el de todas las serranías altas, como los Pirineos, las que dividen las Castillas, las de Granada, en Andalucía, y todas aquellas donde en el invierno haya fuerza de nieve y en el verano no deje de conservarse alguna, siendo frío su temperamento en todos tiempos, porque este animal habita siempre en las montañas de las cordilleras y, aunque no sobre el mismo hielo o nieve, en aquellas faldas que descienden de estos cerros y distan poco de lo muy frío. Con que no hay duda que los cerros elevados de las montañas que atraviesan a España son tan adecuados para ellos que será muy corta la diferencia del temple que tendrán allí al que gozan en las cordilleras del Perú. 103. En cuanto al pasto con que regularmente se sustenta este animal y es propio de aquellos sitios, no hay duda que se notará alguna diferencia, pero es menester suponer que cuando las vicuñas bajan a los llanos y cañadas, lo cual hacen muy frecuentemente, comen gramas y se alimentan con todas las especies de hierbas que comen las vacas y ovejas, con que, sucediendo esto allá, no hay razón para pensar que el pasto de España no sea adecuado para ellos. Lo único que se puede discurrir es que la diferencia de pastos podrá hacer que bastardee la lana, pero esto tiene la contra de que las ovejas, cuyo animal fue llevado de España a las Indias y se alimenta ahora con las mismas especies de pasto que las vicuñas, ni han afinado la lana, ni tampoco se les ha embastecido o bastardeado, con que, por la contraria, el animal que allá se mantiene con el propio pasto que las ovejas y vacas de España, traído acá, no tendrá mutación en su lana, ni en ninguna otra particularidad. Apóyase esto más con el ejemplar de lo que se experimenta en el Perú, y es que ni la diferencia de temperamento, ni la variedad de pasto, causan mutación sensible en él, porque de los páramos de la serranía lo llevan a Lima y, siendo considerable la diferencia del temperamento, no hace operación en él, y vive como si estuviera en sus páramos; traído a Lima y domesticado en las casas (donde lo hemos visto), lo alimentan con alcacer o cebada verde, y con alfalfa, y siendo hierbas que nunca ha comido, no le hacen novedad, que es lo mismo que sucede con nuestras ovejas, pues aunque su pasto regular son las hierbas silvestres del campo, no por esto dejan de comer cebada verde y otras hierbas como la alfalfa y semillas que se siembran. De lo cual se infiere que la naturaleza de la vicuña no es muy diversa de la de nuestras ovejas en cuanto a la propensión de lo que escoge por alimento y de las hierbas que les son propias para él. 104. La diferencia del temperamento, de uno frío a otro que no sea tanto, no causa en ellos mucha novedad, y proviene de que este animal es de tal naturaleza que se hace connatural en uno y en otro, y por esto, en tiempo que los emperadores incas reinaban en el Perú, que había prohibición para que ninguno pudiese matarlo, era tan común que no menos habitaba en los llanos templados que en los páramos fríos, y con indiferencia pasaba de unos a otros, ya fuese por buscar los pastos que le son más lisonjeros, o ya por gozar del temperamento a que su naturaleza se inclina en algunas estaciones del año; con que entonces habitaban en todos parajes, como se ha dicho, a menos de aquellos en que los temples son cálidos continuamente, y esto con exceso. No sucede ahora lo mismo, y es la causa porque desde que entraron los españoles en aquellos países, dieron en perseguirlos, como lo han ejecutado con todos los de otras especies, ya con el fin de aprovecharse de su lana, o ya con el motivo de hacer diversión [con su caza; con que, habiendo muerto la ma-yor parte de las vicuñas que encontraban, sólo se preservaron de este estrago las que, huyendo de él, se retiraron a los parajes más distantes y a los páramos más elevados, en donde no es tan frecuente el arrojo de los cazadores. 105. Este animal es de tal naturaleza que, si se quiere, se puede reducir a manadas en tropa, como las ovejas, y si no, dejarlo a su libertad en los montes. Puede mantenerse en los llanos con tal que en tiempo de verano se retire a las faldas de los cerros, donde pueda gozar siem-pre un temperamento fresco, y sin ninguna diferencia se puede hacer con él lo mismo que con las ovejas, porque, aunque mucho más crecido que éstas y diferente en la figura, es tan manso como ellas, y en todo muy semejante a su docilidad. 106. Nunca perjudicarían las vicuñas a los otros ganados, si se trajesen a España, por quitarles las tierras que ocupan ahora, o por disminuirles las dehesas, mediante que las vicuñas pueden pacer en aquellos parajes donde los ganados de las otras especies no llegan por la rigidez del clima. Y si para aliviarlas del destrozo que podrían hacer los lobos en ellas se quisiesen guardar como las ovejas, no habría embarazo para ello, y su carne podría servir lo mismo que la de los carneros cuando se hubiese aumentado el número suficientemente, porque es de buen gusto y muy sana. 107. Ni el país, como se ha dado a entender, ni los gastos son contrarios para la cría de la vicuña en España, y sólo queda el inconveniente en la facilidad con que se podrían mantener, no menos que en España, en los demás reinos extraños, siendo éste el único embarazo que se opone al establecimiento de su cría. Esta no es necesaria en Europa con tal que se procure conservar la casta en el Perú, y que, en virtud de las providencias que se dieren, se cele su aumento y se prohiba con penas muy severas el que se maten para quitarles la lana, que es la causa de que se destruyan y de que se pueda temer su total exterminio. Y como en aquellos países no hay animales dañinos que las persigan y aminoren, será mucho más breve su restablecimiento. 108. Aunque se vive en España en la inteligencia de que se sacan de las vicuñas los bezoares, es con equivocación, por la que causa la semejanza de los guanacos, que son los que los crían. La diferencia que hay de un animal al otro sólo consiste en el tamaño, porque el guanaco es mayor que la vicuña, y en lo demás son totalmente parecidos. Estos guanacos son de un gran servicio en el Perú, porque en ellos se acarrean los metales, desde los minerales en donde se sacan hasta los ingenios en donde se benefician, y no pudiera hacerse en otra especie de animal por lo escabroso y áspero de las montañas por donde se hacen estos acarreos, tan malos y difíciles que sólo los guanacos y las llamas pueden andar por ellos con seguridad, saltando como los corzos o cabras de unas peñas a otras, sin que ellos ni la carga peligren. Estos guanacos son los que crían las piedras bezoares, y aunque las llamas y las vicuñas las críen también, no es tan común como en aquéllos, y así es lo regular buscarlas en los guanacos y no en las otras dos especies. 109. Los guanacos y las llamas tienen lana, como las vicuñas, mas no tan finas y más largas. Esto no obstante, los indios la aprovechan en mantas para sí, y en otras obras que tejen, correspondientes a la calidad de ellas. Pero pudieran aplicarlas a telas de más estimación si hubieran alcanzado el modo de hacer los hilados más delgados y los tejidos finos, porque la lana, aunque no sea de tanta delicadeza como la de la vicuña, es muy fina y muy suave al tacto. 110. Todas estas cosas que el Perú produce, y otras muchas que habrá particulares en aquellos dilatados reinos y países, cuyas noticias se ignoran por falta de aplicación, serían riquezas bastantes para otra nación que supiese darles la estimación que se merecen. Pero en poder de la nuestra, no sólo no sirven de adelantamiento, haciendo comercio con ellas y sacando de las otras naciones, que no las gozan, las utilidades de su valor, sino que ni aun sabemos aprovecharnos de ellas para nuestro propio uso. Y ésta es la causa esencial de que entre nosotros no se luzcan las riquezas que producen nuestras Indias, porque nos sujetamos a las del oro y la plata, dejando abandonado todo género de simples, para vernos después en la precisión de desposeernos del oro y de la plata por los mismos simples que poco antes despreciamos. Si volvemos los ojos a la política de las demás naciones, a pocos pasos que demos en la especulación de sus máximas, nos encontraremos con el tesoro de sus riquezas. La Francia estableció en sus colonias de Santo Domingo y la Martinica el comercio del café para excusarse de traerlo del Oriente con extracción de sus riquezas, y luego que lo vio en estado de sostener todo el consumo de sus reinos, no obstante el no ser tan bueno como el del Oriente, prohibió la entrada de éste con penas muy severas; lo mismo ha hecho con el añil, del cual hizo plantío en la isla de Santo Domingo, y al punto que empezó a prevalecer prohibió la entrada del extranjero con dos fines: uno, el de fomentar los plantíos propios, y otro, el de evitar los motivos de que se extraigan las riquezas que una vez entran en su reino; lo mismo sucede con las lanas de pellejo que sirven para la fábrica de los sombreros, y lo mismo con el tabaco y otros simples. 111. Si se va a examinar la conducta de la Inglaterra, aún todavía se descubrirá en ella mayor sutileza, pues en toda la colonia de Nueva Inglaterra, faltando minas de plata y de oro, se han hecho poderosos con sólo los frutos que produce la tierra, y con moneda de papel han fabricado ciudades de oro y plata, como lo está manifestando la de Boston, capital de la provincia de este mismo nombre, y otras varias ciudades, tanto en la misma provincia como en las demás que les son contiguas. 112. Para sacar, pues, nosotros iguales ventajas a las que las demás naciones reconocen, nos bastaría al presente el hacer que floreciese nuestro comercio de lo que las Indias producen y está descubierto, aun omitiendo lo mucho que falta por descubrir para que rinda utilidades correspondientes a toda la nación. Y no será pequeño triunfo si se consigue, porque de él se seguirán después los descubrimientos de lo que ignoramos, y el hallar en las Indias un tesoro más cuantioso y seguro que el de las ricas y celebradas minas de Potosí, Puno y el Chocó, en sus frutos, en sus resinas, en sus hojas, en cortezas, en animales y, por decirlo de una vez, en todo lo que produce, porque todo es particular y digno de estimación.
contexto
SESION NOVENA Trátase de los bandos o parcialidades contrarias en el Perú entre europeos y criollos; su causa, el escándalo que ocasionan generalmente en todas las ciudades y poblaciones grandes, y la poca sujeción y respeto con que, unos y otros, miran la justicia para contenerse 1. No dejará de parecer cosa impropia, por más que ya se hayan visto de ello varios ejemplares, que entre gentes de una misma nación y de una misma religión, y aun de una misma sangre, haya tanta contrariedad y encono como la que se deja percibir en el Perú, donde las ciudades y poblaciones grandes son un teatro de discordia y de continua oposición entre españoles y criollos. De aquí nacen los repetidos alborotos que se experimentan, porque el odio, recíprocamente concebido por cada partido en oposición del contrario, se fomenta cada vez más, y no pierde ocasión de las que se le pueden ofrecer, para respirar la venganza y hacer manifestación de la desunión o contrariedad que está aposesionada de sus ánimos. 2. Basta ser europeo (o chapetón, como se dice en el Perú) para declararse inmediatamente contrario a los criollos, y es suficiente el haber nacido en las Indias, para aborrecer a los europeos; cuya contrariedad se levanta a tan alto grado que, en alguna manera, puede exceder a la desenfrenada rabia con que se vituperan y ultrajan dos naciones totalmente encontradas, porque si en éstas suele haber algún término, entre los españoles del Perú no se encuentra, y en vez de disiparse con la mayor comunicación, con el lance del parentesco, o con otros motivos propios a conciliar la unión y la amistad, sucede al contrario: que cada vez crece más la discordia y es mayor la ojeriza, y antes bien, a proporción del más trato, cobra alientos mayores la llama de la disensión, y recuperando los ánimos el fervor perdido con los asuntos que se promueven, toma más vigor este fuego. 3. En todo el Perú es una enfermedad general que padecen aquellas ciudades y poblaciones la de estas dos parcialidades, si bien se advierte entre ellas alguna pequeña diferencia, por ser en unas mucho mayor el escándalo que en otras. No se libertan de padecer este achaque las primeras cabezas de los pueblos, las dignidades más respetables, ni las religiones más cultas, políticas y sabias; las poblaciones son el teatro público de los dos partidos opuestos; los senados o cabildos en donde desfoga su ponzoña la más irreconciliable enemistad, las comunidades donde continuamente se ven inflamaos los ánimos con la violenta llama del odio; las casas particulares, donde la ocasión del parentesco llega a hacer enlace de europeos y criollos, no son menos depósitos de ira y de contrariedad. De modo que, bien considerado, esto deja de ser purgatorio de los ánimos y pasa a ser infierno de sus individuos, apartando de ellos enteramente la tranquilidad y teniéndolos en un continuo desasosiego con la batalla que suscitan las varias especies de discordia que sirven de alimento al fuego del aborrecimiento. 4. Las ciudades y poblaciones donde sobresalen más los escándalos de estas parcialidades son las de la serranía, lo cual, sin duda, nace del menor comercio de forasteros que hay en ellas. Porque en las ciudades de valles, donde es éste mayor y continuo, aunque en lo interior no dejen de padecer los habitadores de ellas alguna displicencia unos con otros, no lo hacen tan pública como en aquéllas, donde no se puede divertir, con otros asuntos, el de la parcialidad. 5. Estas contrariedades, tan comunes allí y tan acérrimas que desde los principios que uno llega a aquellas partes las conoce, y a poco tiempo pasa a ser comprendido en ellas, precisamente han de haber tenido algún principio que les sirviese de causa, y deben alimentarse ínterin que no cesa aquél. Así debemos explicarlo en el discurso de esta sesión, porque sin aclararlo, jamás se podría hacer un legítimo concepto de ello, ni aplicar el remedio a mal que tanto lo necesita. 6. Aunque las parcialidades de europeos y criollos pueden reconocer por principios varias causas, parece que las esenciales deben ser dos, que son: la demasiada vanidad, presunción y soberanía que reina en los criollos, y el mísero y desdichado estado en que llegan regularmente los europeos. Cuando pasan de España a aquellas partes, éstos mejoran de fortuna con la ayuda de otros parientes o amigos, y a expensas de su trabajo y aplicación, con lo cual, dentro de pocos años están en aptitud de recibir por mujer a la más elevada en calidad de toda la ciudad; pero como no se borra de la memoria el infeliz estado en que le conocieron, a la primera ocasión de algún disgusto entre él y los parientes, sacan al público todas las faltas, sin la más leve reflexión, y quedan enardecidos los ánimos para siempre. Los demás europeos se inclinan al partido del europeo ofendido, los criollos al de los que también se tienen por tales, y con esto es bastante para renovar en la memoria aquellas simientes que se sembraron en los ánimos desde muy antiguo. 7. Es de suponer que la vanidad de los criollos, y su presunción en punto de calidad, se encumbra a tanto que cabilan continuamente en la disposición y orden de sus genealogías, de modo que no tengan que envidiar en nobleza y antigüedad a la de las primeras casas de España. Y como están embelesados de continuo en este punto, se hace asunto de la primera conversación con los forasteros recién llegados, para instruirlos en la nobleza de la casa de cada uno; pero bien especulizada, sin pasión, a cortos pasos que se den, se encuentran tales tropiezos, que es rara la familia donde falte mezcla de sangre y otros obstáculos no menores. Lo más célebre de este caso viene a ser que ellos mismos se hacen pregoneros de sus faltas recíprocamente, porque sin necesidad de indagar nada, al paso que cada uno procura dar a entender y hacer informe de su prosapia pintando la esclarecida nobleza de su familia, para distinguirla de las demás que hay en la misma ciudad y que no se equivoque con aquéllas, saca a luz todas las flaquezas de las otras, y borrones o tachas que oscurecen su pureza, de modo que todo sale a luz. Repitiéndose esto, del mismo modo, por todas las otras familias contra aquéllas, en breve tiempo es sabidor cualquiera de todo el estado de aquellas familias, aun cuando menos lo pretende indagar. Y como los mismos europeos que toman por mujeres a aquellas señoras de la primera jerarquía, no ignoran las intercadencias que padecen sus familias, tienen despique, cuando se les sonroja por los propios parientes con su anterior pobreza y estado de infelicidad, de darles en rostro con los defectos de la ponderada calidad que tanto blasonan. Y esto suministra bastante materia entre unos y otros para que nunca se pueda hacer olvidadizo el sentimiento de los vituperios que recibe del contrario partido. 8. Esta misma vanidad de los criollos, que con particularidad se nota en las ciudades de la sierra por tener menos ocasión de tratar con gentes forasteras extra de aquellas que se establecen en cada población, los aparta del trabajo y de ocuparse del comercio, único ejercicio que hay en las Indias capaz de mantener los caudales sin descrecimiento, y los introduce en los vicios que son connaturales a una vida licenciosa y floja. Por esta carrera dan fin en poco tiempo de lo mucho que sus padres les dejan, perdiendo los caudales y menoscabando las fincas, y los europeos, valiéndose de tan buena proporción como lo es la del descuido de los criollos, la aprovechan y hacen caudal, porque dedicándose al comercio consiguen en poco tiempo ponerse en un buen pie, y acreditados y fuera de la primera miseria en que llegaron son solicitados para los primeros casamientos, porque las criollas, reconociendo el desastre de los de su misma patria, hacen más estimación de aquéllos y los prefieren para casarse. 9. Esta mayor aceptación que merecen, por la causa dicha, los europeos a las criollas; el ser dueños de los caudales más floridos, como que su aplicación y economía las abre medios para adquirirlos y conservarlos, y el tener a su favor la confianza y estimación de los gobernadores y ministros, porque por sus acciones y conducta se hacen acreedores a ello, no son pequeños motivos para incitar la envidia de los criollos. Y así se lastiman éstos de que los europeos van descalzos a sus tierras y, después que consiguen en ella más fortuna que las que sus padres y países les dieron, se hacen dueños absolutos de ellas. Todo se verifica así porque, después que se casan, entran a ser regidores, e inmediatamente obtienen los empleos de alcaldes ordinarios, de modo que, en el discurso de diez u once años, se halla gobernando una ciudad de aquéllas, y hecho señor de los aplausos y de las primeras estimaciones un hombre que antes pregonaba por las calles, con un atadillo, las menudas mercancías y bujerías que otro le dio fiadas para que empezase a trabajar. Pero la culpa de esto está en los mismos criollos, porque si se dedicasen al comercio grueso cuando poseen caudales para ello, no los menoscabaran, como sucede, en tiempo tan corto como el que gasta el europeo en criar el suyo; si se separaran de los vicios y mantuvieran sus mujeres propias con honra y estimación, no darían lugar a que las de su país mismo les manifestaran tanto despego y aborrecimiento, y si vivieran arreglados a unas costumbres y modales buenos, siempre tendrían a su favor el aplauso y estimación que se arrastran a sí los forasteros. Pero como nada de esto se acomoda a sus genios, queda siempre la raíz de la envidia para introducir tales sentimientos en sus ánimos inconsiderablemente, sin reflexionar que son ellos mismos los que dan a los europeos toda la estimación, autoridad y convenencias que disfrutan. 10. Desde que los hijos de los europeos nacen y tienen las luces, aunque endebles, de la razón, o desde que la racionalidad empieza a correr los velos de la inocencia, tiene principio en ellos la oposición a los europeos. Porque, como desde la tierna edad empiezan a imprimirse en sus entendimientos los malos conceptos de sus padres que oyen a sus parientes y que les enseñan, con abominable ejemplo, los que debieran hacer en ellos una buena educación, conciben odio contra los mismos que los engendraron y, crecido en ellos el aborrecimiento a los europeos, no necesitan de otro motivo que el de esta preocupación para que, cuando descollan en edad, sean acérrimos a los europeos, y lo den a entender desde la primera ocasión en que pueden manifestarlo, sin reparo ni miramiento, tal vez, de que sea contra sus mismos padres. Así no es extraño el oírles repetir a algunos que si pudieran sacarse de las venas la sangre de españoles que tienen por sus padres, lo harían porque no estuviese mezclada con la que adquirieron de las madres. ¡Necia y más que necia proposición, pues si fuera dable que sacaran toda la sangre de españoles, no correría por sus venas otra más que la de negros o indios! 11. Como los europeos o chapetones llegan a aquellos países pobres, descarriados y, entre tantos como van, la mayor parte viene a ser de un nacimiento bajo en España, o de linajes poco distinguidos, los criollos, sin hacer distinción de unos a otros, los tratan a todos igualmente por dos extremos: por el de la amistad y buena correspondencia y por el del más absoluto desprecio. Basta el que sean de Europa para que, mirándolos como personas de gran lustre, hagan de ellos la mayor estimación y como tales los obsequien, llegando esto a tan sumo grado que, aun aquellas familias que se tienen en más, ponen a su mesa a los inferiores que pasan de España, aunque sea en el ejercicio de servir a otro, y así no pueden hacer distinción del amo al criado cuando concurren juntos a la casa de algún criollo; del mismo modo le ofrecen asiento a su lado, aun siendo en presencia de sus amos, y a este respecto hacen con ellos otros extremos que son causa de que aquellos que por las cortas ventajas de su nacimiento y crianza no tuvieran alientos para salir de un estado humilde, animados después que llegan a las Indias de tanta estimación, levantan los pensamientos y no paran con ellos hasta fijarlos en lo más encumbrado. No tienen los criollos más fundamento para tal conducta que el decir que son blancos, y por esta sola prerrogativa son acreedores legítimos a tanto distintivo, sin pararse a considerar cuál es su estado, ni a inferir, por el que llevan, cuál puede ser su calidad. De este abuso resultan para las Indias los graves perjuicios que después se dirán, y él tiene su origen en que, como las familias legítimamente blancas allá son raras, porque en lo general sólo las distinguidas gozan este privilegio, se coloca a la blancura accidental en el lugar que debería corresponder a la mayor jerarquía en la calidad, y por esto, en siendo europeo, sin otra más circunstancia, se juzgan merecedores del mismo aplauso y cortejo que se hace a los que van allá con empleos, cuyo honor los debería distinguir del común de los demás. 12. A proporción que, en unas ciudades más que en otras, tratan a los europeos sin la distinción entre sí que corresponde a la calidad y empleo de cada uno, tienen más facilidad de encumbrarse y hacer enlace con las gentes que componen allí la nobleza, los que en España no fueron muy favorecidos en su nacimiento. Pues tal vez, aun sin la circunstancia de que lo grande del caudal pueda servir de equivalente a la falta de la calidad, basta el dote de haber nacido en Europa y el de ser blancos para aspirar a las primeras de aquellas que se estiman por las principales señoras del país. 13. De este extremo pasan los criollos a otro, no menos malo, cuando el motivo de algún sentimiento les induce a que los ultrajes y palabras vilipendiosas sirvan de despique al encono de sus ánimos. Entonces motejan a los europeos con la misma generalidad que antes los cortejaban y obsequiaban, y no excusan el tratarlos de gente vil, mal nacida, sin que quede ejercicio bajo ni nacimiento ruin o tacha fea que no les atribuyan; de lo cual se origina que los que reciben esta vejación se venguen sacando a luz las que tienen las mismas familias, y, enredadas unas con otras, no hay alguna que quede libre de este pernicioso incendio. Los criollos se fundan, para vituperar así a los europeos, en el mísero e infeliz estado en que vieron llegar a sus tierras a los más, y éstos en lo mismo que les tienen oído a ellos recíprocamente hablando los unos de la calidad de los otros, y así todos se ofenden con las faltas que conocen en los partidos contrarios, sin exclusión de ninguno, y viven en una continua inquietud y desasosiego. 14. Este es el origen principal de la desunión que tanto ruido suele ocasionar en aquellas poblaciones del Perú y en unas ciudades donde las muchas conveniencias y libertad pudieran hacer felices a sus vecinos con una vida la más regalada, tranquila y quieta que fuera deseable, los tiene la contradicción y la imprudencia en una repetida guerra, llenos de pesares, rodeados de zozobras y metidos en un golfo de disgustos y desazones, solicitadas de ellos mismos por la poca continencia que tienen, y de la poca reflexión con que se precipitan al fomento de las parcialidades. 15. De la inconsiderada distinción con que tratan los criollos a los europeos cuando los miran amistosamente, y particularmente recién llegados por considerarlos entonces todavía fuera de parcialidad, se origina, como ya se ha dicho, el que éstos levanten los pensamientos más allá de los términos adonde, en correspondencia de sus calidades y estado, deberían llegar, y de aquí proviene que los que pasan de Europa llevando aprendo algún oficio, en llegando allá se aparten totalmente de su cultura. Por esta razón, todos los artes mecánicos y oficios no pueden adquirir allí más perfección o adelantamiento que aquel en que quedaron en el primitivo tiempo y en que los conservan los indios y mestizos, empleados únicamente en ellos. Por lo mismo, aunque España se despuebla con la mucha gente que pasa a las Indias, no consiguen aquellos países ningún adelantamiento, mediante que cada uno solicita el suyo propio y no piensa en el del país en común. 16. Contribuye mucho el poco orden que hay en las Indias sobre el particular de los europeos que pasan a ellas, y a que sea tan cuantioso su número, con perjuicio de la población de España, la costumbre introducida, tal vez desde el principio de la conquista, de gozar fueros de nobleza todos los españoles que van a establecerse allí. Esta introducción, que entonces pudo autorizar con razón el mérito de la milicia y la atención a que se poblasen aquellos países, ya en los presentes tiempos en que hay provincias tan bien o mejor pobladas que España, es perjudicial a ésta y a aquéllos. A España, por la mucha gente que sale de ella a adquirir en las Indias los dos caudales más estimables a los hombres, de que no gozan acá todos, que son: el de las riquezas o bienes de fortuna y el de la nobleza, porque se les dispensa enteramente el privilegio de ella a los que van y, en su consecuencia, están en aptitud para los actos distintivos, reservados a los nobles, que es la más segura ejecutoria que puede haber en aquellas partes. Es nociva también a las Indias porque, además de llenarlas de disturbios y de disensiones, de oscurecerse y denigrarse en ellas la nobleza, y de infestarlas de ociosidad y vicios, se hallan abandonados los artes mecánicos y todos los ministerios laboriosos que son precisos en una bien ordenada república, por desdeñarse allá de ellos los que acá no tenían motivo alguno para haber de rehusarlos. 17. Supuesto, pues, que de los muchos españoles que pasan al Perú sin provisión de cargo o licencia no resulta, ni para aquellos reinos ni para los de España, adelantamiento alguno, sino, antes bien, perjuicio a entrambos, y que no han bastado las órdenes rigurosas y las acordadas disposiciones para contener el curso de los que van sin otro título que el de hacer fortuna, se nos ofrece un medio que parece podría surtir mejor efecto que los hasta aquí usados; el cual se reduce a establecer una ley no sólo que derogue y anule aquella primera, sino que totalmente sea contraria, disponiéndose en ella que todos los que pasasen a las Indias sin licencia de S. M., o que no vayan provistos en algún empleo, aunque en España fuesen nobles, se reputen en las Indias por plebeyos, y que, en su consecuencia, no puedan ejercer ningún cargo ni oficio correspondiente a los nobles en aquellas ciudades, villas y pueblos, y particularmente los de regidores, ni hacerse elección de alcaldes ordinarios en estos sujetos, con la prohibición de que los demás regidores no puedan contravenir a ello, y pena de que si lo ejecutasen, aunque fuese por conviene, se habría de reputar por nula la elección, y para evitar alborotos privar de los oficios a todos los regidores que hubiesen votado contra la ley, sin que pudiesen volver a ejercerlos hasta ser habilitados por S. M. Con lo cual no podrían los mismos regidores valerse de pretextos para hacer alcaldes a los europeos que no fuesen de los que hubiesen ido a las Indias con licencia o destino de oren de Su Majestad. 18. Del mismo modo se había de prohibir el que los europeos en quienes no concurriesen las mismas circunstancias pudiesen ser matriculados en el cuerpo de aquel comercio, imponiéndose alguna pena rigurosa a los priores y cónsules que contraviniesen a ello. Y es cierto que faltándoles estas dos circunstancias, que son las que sirven de apoyo a los europeos que van a las Indias, o muchos dejarían de ir, o los que fuesen sabrían que habrían de estar atenidos a manejarse en los oficios o ejercicios que llevasen aprendidos de España, y así, unos se dedicarían a la labor de las minas, otros a la cultura de las tierras y otros al trabajo y perfección de las artes, con lo cual contribuirían a sus adelantamientos. Pero lo más cierto es que, como no querrían ir a no mejorar de fortuna tan considerablemente como lo consiguen ahora, serían menos los que pasarían allá que los que van ahora con este estímulo. 19. Para el mejor cumplimiento de esta nueva ley (a nuestro parecer la única que podría poner términos en tanto desorden) se debería ordenar que en los días de año nuevo, después de hecha la elección de los alcaldes, se renovase en público su promulgación, y sería bastante este acto para que huyesen aquellas familias de lustre de emparentar con ninguno de los comprendidos en ella, porque el hacerlo ahora es con la persuasión de que no pierden en ello. El saber que no podían tener ningún cargo honorífico y, con particularidad, que no podían ser regidores ni alcaldes ordinarios, era suficiente para que los mirasen sin la estimación y aprecio con que ahora los reputan, figurándose como felicidad el meterlos en sus casas, porque es en las Indias, aunque tanto vituperan a los europeos con la envidia de verlos adelantados, cosa honrosa para aquellas gentes el darles a sus hijas en matrimonio, huyendo de hacerlo con los criollos, cuyas faltas de familia (como casi comunes en todas) y defectos del proceder son públicos entre ellos y van a evitar con los europeos, aunque sean, como dicen, zarrapastrosos. 20. Para el mejor acierto de las providencias que se dan en España conducentes al gobierno de las Indias conviene que los ministros estén hechos capaces del genio de aquellas gentes y lo que allá sucede, para que sean adecuadas y surtan todo el buen efecto que se desea. La ley que se estableciese declarando plebeyos a todos los que pasasen a las Indias sin llevar licencia del rey, no serviría de nada sin las circunstancias que quedan prescriptas y particularmente sin la de privarlos enteramente de los cargos honoríficos de las repúblicas, porque aquélla se aboliría y, perdiéndose poco a poco de la memoria, bastaría el que pudiesen entrar en éstos para que, por la mala observancia, quedase enteramente destruida. La más sensible circunstancia adonde se les puede tocar a criollos y europeos en todo el Perú es en la de privarlos de los cargos de regidores e inhabilitarlos para los de alcaldes, o de poder matricularse en el cuerpo de aquel comercio; porque todo el efecto que la ley no puede producir allí por sí sola, estas particulares circunstancias, que son anejas a la misma ley, lo conseguirán, levantando su fuerza tan de punto que le dará su mayor valimiento. Y es la razón porque, mirándose estos empleos como propios distintivos de la nobleza, aunque de suyo la gocen por nacimiento los europeos que van o los criollos, es la primera circunstancia de los que se establecen de nuevo, ya solteros o casándose, el agregarse a los ayuntamientos y el solicitar que recaiga en ellos la elección de alcaldes, como que con esto queda hecha pública la calidad y ensalzada la nobleza; pero sin ello permanece entre sombras, haciéndose en algún modo dudosa la distinción del sujeto. La ineptitud en cualquiera para obtener estos empleos es el obstáculo más formidable que se pueda discurrir para que las Indias dejen de ser el atractivo tan eficaz de los europeos, y particularmente será obstáculo a que se queden en ellas, porque, faltándoles allá el caudal de la nobleza, es correspondiente les falte también el de la riqueza y bienes de fortuna, mediante que la mayor parte de los que adquieren de estos segundos lo hacen ayudados de los caudales que reciben en dote o de los que les confían los mismos que pretenden darles sus hijas en matrimonio, para que empiecen a criar hacienda con las ganancias que les deje su solicitud y aplicación. 21. Hácese patente lo apreciable que es para los que habitan en las Indias este punto de condecorarse en los ayuntamientos de las ciudades y villas, con los ejemplares que continuamente se experimentan siempre que lega el caso de que se hagan las elecciones de alcaldes, porque entonces procuran habilitarse todos los regidores que no lo están, con el fin único de tener voto en ellas, y por esto muchos a quienes en todo el discurso del año no es posible cobrarles lo que deben a la Real Hacienda, en llegando a este caso ellos mismos se empeñan, y empeñan alguna de sus fincas, para satisfacerlo con tiempo, y que sus votos no tengan nulidad como lo previenen las leyes de Indias. Con que supuesto que ésta es la parte más sensible a aquellas gentes, se les debe tocar por ella para reducirlos a que observen lo que se ordenare. 22. No hay, a nuestro parecer, otro medio más acertado para apagar la llama de aquellas parcialidades, vicio tan envejecido en el Perú, y casi desde el tiempo de su conquista, que el de humillar la soberanía que conciben todos los europeos que van allá, debiéndose entender que los que fueron menos favorecidos en su nacimiento son los que más concurren a este incendio, y por su causa entran en el mismo fuego todos los demás, aunque siempre se repara en los que tienen más distinción de calidad, que se conservan por lo regular imparciales, de tal modo que, aunque participen del calor de las disputas, no llegan a encenderse en él como los otros. A esta providencia se le puede poner la objeción de que si con ella se consigue privar a los europeos el que vayan en tan crecido número, como hasta ahora, a las Indias, siendo éstos los que mantienen todo o la mayor parte del comercio de aquellas partes, de su falta se seguirá perjuicio muy grave a éste, y asimismo que, siendo causa de que las poblaciones se mantengan en el estado que están por los muchos que se casan en ellas, se disminuirán precisamente cuando no tengan este recurso. Pero una y otra objeción se pueden salvar y quedará convencida su poca fuerza con lo que expondremos ahora. 23. Es cierto ser los europeos los que hasta ahora mantienen el comercio de las Indias, si no en el todo, sí en la mayor parte. Pero la generalidad de esto se experimenta más en las ciudades y poblaciones de la sierra que en las de valles, porque si se vuelven los ojos a los puertos de mar se verá que tanto comercio hacen en ellos los europeos como los criollos, y lo mismo, a poca diferencia, sucede en Lima; con que si en estas partes no hubiera europeos que comerciaran, es sin duda que los criollos lo harían en todo, como ahora lo hacen en parte, mayormente cuando, siéndoles entonces más saneadas las ganancias, por ser únicos, su atractivo inclinaría más a ellas su aplicación. En la sierra hacen el comercio en la mayor parte los europeos, provenido de que los criollos, dándoles un tanto por ciento, se escusan los viajes; pero si no tuvieran aquel recurso, la necesidad les precisaría a emplearse en él, porque el que tuviese efectos habría de solicitar su expendio, y al que le faltasen, los habría de buscar a menos de querer perderse enteramente, abandonando caudales y fincas. Y éste tal vez sería un medio admirable para que muchos que hasta ahora han estado llenos de pereza, entregados a los vicios y confiados en que tienen quien los sirva (como ellos dicen), se dedicasen a tener ocupación, y con la diversión de ésta dejasen la ociosidad y olvidasen las costumbres viciosas. Pero aunque no sucediese esto así, nunca faltarían europeos que comerciasen de los muchos que, yendo provistos con empleos, se quedasen, o de los que pasasen con licencia, los cuales serían suficientes para este fin, porque es de suponer que no todos, sino la menor parte de los que van a las Indias, se ejercitan en él, y los demás se pierden engañados de la impresión poco fundada que los arrastra allá, de que siendo países ricos aquéllos, por precisión se han de enriquecer, cuyo juicio es el más errado que pueden formarlos entendimientos, porque los que se enriquecen son sólo aquellos que encuentran el abrigo de al-gunos parientes ricos que los fomenten, el de conocidos patricios que los ayuden, u otros a quienes la casualidad les abre las puertas para hacer fortuna. Estos son los que se casan en aquellas ciudades con personas distinguidas de ellas, y los demás permanecen siempre en una vida totalmente infeliz, arrastrada y mísera, sin servir allá para nada, porque la distinción de ser europeos no les permite el que se dediquen a ejercicios bajos, siendo perjuicio a España su falta, porque con ella se aminoran los vecindarios. 24. Los actos en que se hacen las elecciones de los alcaldes son en los que más descubiertamente se desenfrenan las pasiones de los dos partidos, porque, compuestos los ayuntamientos de europeos y criollos, cada uno procura que los de su parcialidad sean los que prevalezcan. Allí la tenacidad adquiere soberanía sobre toda razón, y, enfervorizados en la contienda que es propia donde un cuerpo político dividido en contrarios bandos está ya exasperado de antemano, se acrecientan las mordicantes sátiras de uno a otro, y con ellas crece la enemistad y se comentan las vejaciones entre los dependientes de uno y otro. Con que estas elecciones, cuyo fin debiera ser para dar gobierno y mantener en paz la república todo el discurso del año, son, por el contrario, las que renuevan la discordia y adelantan la enemistad y los alborotos. 25. En otros países que no fueran los del Perú producirían estas disensiones sucesos muy lastimosos si llegase a desfogar la ira en el uso de las armas; pero, como esto sucede en raras ocasiones, por lo regular suele contenerse en las amenazas y convertirse la furia en los vitu-perios y desaires que de una y otra parte hacen a la contraria, de donde resultan las inconsideradas y molestas quejas con que de continuo mortifican allá a los virreyes, y que trascienden hasta los ministros de España. Y aunque hay ocasiones en que también las armas toman parte en las particulares satisfacciones de los agravios recíprocos, se disipan con facilidad estos alborotos y no se acre-cientan, como pudiera suceder y sería natural, donde no llega el caso de haber una legítima y verdadera reconciliación. 26. No es menor que la de los seglares la inquietud en que viven las comunidades cuando, con el motivo de la "alternativa", se hallan juntos en ellas europeos y criollos. Entre ellos se forman igualmente dos partidos, los cuales están continuamente opuestos y tan alborotados que hacen testigo al público de sus indiscretas contiendas. Los religiosos se interesan en las de los seglares y éstos en las de las comunidades, y así, sin más motivo ni otro interés que el ser criollo o chapetón, es bastante para tener pasión, para hacerse parcial del correspondiente bando, y para suministrar materia al fuego encendido. A tanto extremo llega esto que no se exceptúa de ellos la religión más cauta, la más advertida, la más sabia y la que enseña con su gobierno y prudencia el que deben tener las gentes más avisadas; todo su estudio político no basta para ahogar en sus senos el humo de este incendio; su disimulo no tiene las correspondientes fuerzas para evitar el que no se hiciesen públicos los particulares sentimientos, y su gobierno no puede conseguir el que vivan europeos y criollos con hermandad. Este ejemplar servirá de régimen para comprender cuán comunes eran, en aquellas partes, estas parciales disensiones entre europeos y criollos, cuando hecho ya como instituto preciso de aquellas ciudades se regula extraño el que sus vecindarios puedan vivir con unión y tranquilidad. 27. El gobierno de la Compañía, tan sabio y tan prudente, como todos saben, es el que acabamos de referir, y si en aquellas partes procura el pundonor de esta religión no apartarse del que mantiene aún en naciones muy extrañas, con tal concierto que parece que las que más se diferencian entre sí en la política de sus gobiernos y costumbres, se hermanan con toda perfección por medio de esta religión, en el Perú no lo puede conseguir. Aquellos colegios son depósitos de sujetos de todas naciones, porque en ellos hay españoles, italianos, alemanes, flamencos y aun de otras bajo de estos mismos títulos, y todos viven con unión entre sí, a excepción de europeos y criollos, que es el punto crítico en donde no cabe disimulo, siendo así que el gobierno de ellos, bien discurrido con la más sabia reflexión que es imaginable, unas veces recae en los criollos y otras en los europeos, sin más regularidad que la del mérito y aptitud de cada uno, por lo que no debiera haber causa de enfrentamiento, pero faltándoles asunto a unos y a otros sobre que fundar la discordia, los europeos se valen de la ineptitud de los criollos para algunos ministerios, y éstos se despican dando a entender a los otros que los llevan comprados de España en la misma forma que los esclavos, para que sirvan en ellos. ¡Cosa irrisible, verdaderamente, entre sujetos tan serios y sabios como aquéllos, para que les sirva de principio a la continua guerra en que están, cuyos alborotos se hacen tanto más escandalosos cuanto son más extraños en la conducta de esta religión! 28. A vista de esto, ¿qué mucho será que las otras religiones y los seglares, donde la prudencia no tiene tanto cabimiento, causen los ruidos que se experimentan y que se difundan aún hasta las otras religiones compuestas todas de criollos? Porque llegando muy calientes las cenizas de estas inquietudes encienden en sus ánimos el mismo fuego, y porque falta la materia necesaria para ello, se dispone de ella con la cisma de unos que se apasionan más por los europeos extraños que por los criollos propios, con lo cual tienen bastante asunto para no estar exentos de alborotos. Esto no obstante, hay alguna diferencia entre unas y otras, porque como los de éstas que se componen enteramente de criollos, no tienen fomento propio, suele extinguirse la discordia con más facilidad y conciliarse la amistad. 29. Como estas parcialidades a veces se encienden tanto que las ciudades llegan a estar en un continuo alboroto, si entonces falta prudencia en el que gobierna para contenerlas o se inclina inconsideradamente a alguno de los dos partidos, crece, como es natural, el atrevimiento y se hace más incorregible el vicio de las pasiones. Por esta razón convendría que los que fuesen a las Indias con empleos de gobernadores, presidentes, oidores y aun de virreyes, fuesen sujetos de una conducta bien experimentada, desinteresados para que los obsequios de los bandos no tuviesen poder de inclinarlos a su facción, de mucha prudencia, disimulo, cautela y de resolución para castigar la osadía cuando los medios suaves y amistosos no fuesen bastantes a contener la demasiada libertad con que suelen a veces los partidos tomar venganza por sí. Y como no son regulares estas circunstancias en los que no han gobernado, ni menos sabido bien obedecer, por esto no son los criollos los más propios para ello, porque nacidos y criados entre las mismas parcialidades, es preciso que en ellos se conserven y estén sujetos a ellas; ni tampoco los europeos en quienes no concurren las sabias luces del gobierno para dirigir por ellas su conducta con acierto. Los empleos de gobierno deberían proveerse en sujetos que ya hubiesen gobernado en España, a quienes la experiencia y los errores cometidos en el noviciado hubiesen abierto los ojos enseñándoles el mejor modo de gobernar; y los jueces no deberían ir a tener sus principios en aquellos tribunales. Estas dos circunstancias se hacen tanto más precisas cuanto están más retirados aquellos países de la fuente del gobierno, cuyo depósito se debe considerar en el monarca; la falta de recurso, o lo dilatado de él, hace que se disminuya el temor en los jueces, y de esto se origina el que descuiden en el mejor acierto de sus resoluciones, porque se les da muy poco que sean justas o no, lo cual no sucedería tan fácilmente cuando estuviese formado hábito en el ánimo el de procurarse como legítimo honor al mejor acierto. 30. Muchas veces se experimenta ahora ser caudillos de las parcialidades los gobernadores, y protectores de ellas los ministros de aquellos tribunales, y con el título solapado de proteger la justicia, dan calor a la discordia. No es, empero, tan común este accidente en los hombres maduros, ejercitados antes en los tribunales de Europa, como en los que tienen por su primera escala la de entrar gobernando una provincia en aquellos reinos, o salir de aquellos colegios llenos de vicios, propias herencias del país, para empezar desde luego en los tribunales a manejar la justicia sin alguna práctica de ella, y no acomodándose a refrenar las pasiones propias, conforme lo pedía la obligación de su ministerio, tampoco pueden corregir el desorden de las ajenas. En este asunto de elección de gobernadores y jueces para aquellas partes, se debería poner la más cuerda atención, si se desea la seguridad, el buen orden y quietud de aquellos países, y que su gobierno sea acertado; pero ínterin que se provean en personas de cortas experiencias y de conducta no conocida, no puede esperarse ningún buen éxito, ni que cesen los disturbios m otros males que son tan comunes en aquellas ciudades. 31. Varios ejemplares pudiéramos citar sobre este particular de lo que experimentamos en unas y otras partes, pero no nos parece tan necesario que debamos dilatarnos en ello cuando la razón natural está dictando lo mismo que decimos. Pero para que no falte el conocimiento de lo mucho que se arriesga en esto, diremos solamente que hallándonos en Lima en una de las ocasiones que residimos en aquella ciudad, entre varios empleos que fueron proveídos de España, lo estuvieron en ellos dos sujetos cuyas malas inclinaciones y extraviada conducta sobresalían tanto y se hacían tan notables que, por ser el escándalo de la ciudad, estuvieron los parientes del uno dispuestos a solicitarle destierro para Valdivia, el cual no se practicó porque, al estar entendiendo en ello y esperando ocasión para enviarlo, recibieron la noticia primera de que estaba provisto en plaza de oidor para la Audiencia de Panamá. No llegó a cumplirse porque la alta providencia de Dios lo dispuso de modo que, aunque la gracia le estuvo concedida, se ofrecieron tales accidentes que trastornaron la suerte de éste; pero la del otro corrió, siendo así que entre la conducta de los dos no se reconocía diferencia. Considérese ahora qué gobierno, qué justicia, qué tranquilidad, ni qué paz puede haber en unas partes donde los jueces son reos. 32. A vista de esto, ya no deberá causar admiración que el todo de los vecindarios se halle convertido en unos teatros de guerra viva; que cada uno obre a su libertad y que en todas partes reine el desorden, la injusticia, la desobediencia y el vicio. Si sucediera esto con uno u otro sujeto, no debería ser tan notable y se podría juzgar que dejarían sus malas costumbres y propiedades después de caracterizados con los empleos, porque era regular que uno cuya conducta no fuese la más acertada, entre muchos buenos se reformase con la compañía de éstos, pero no sucede así, antes al contrario, porque como son iguales los partidos, al ser más fácil que la flaqueza humana se incline a lo malo que el que lo deponga para seguir lo bueno, lo que sucede es que, aun cuando no se perviertan enteramente los más arreglados a razón, se adulteran en parte, y los de inclinaciones depravadas no detienen el curso que empezaron a seguir en ellas desde los primeros pasos de su vida. 33. No podemos en el todo adherirnos al dictamen de que los criollos no sean aptos para gobernar, cuyo asunto trataremos en particular en otra sesión, pero según lo que tenemos experimentado, diremos no haber cosa que más acalore las parcialidades que el ser las dos cabezas, seglar y eclesiástica, de una de aquellas provincias, ambas criollas; porque si esto recae, como sucede por lo regular, en sujetos que no se han ejercitado en otros empleos de la misma naturaleza fuera de sus propios países, con el imprudente engreimiento de hallarse levantados a la dignidad y de ser compatriotas, abanderizados descubiertamente por su partido aumentan la confianza de éste e infunden ánimo en el contrario para vengar los celos que les ocasiona el ver a esotro más favorecido. Esto no sucede cuando recaen en europeos los dos primeros empleos, porque aunque la conducta del uno sea desarreglada, la contiene la del otro con la mayor confianza y satisfacción que suele haber entre los dos, siendo por lo común regular que la de entrambos, como sujetos menos apasionados, sea buena. Porque siendo el gobernador de una de aquellas provincias hombre de mérito y calidad, como, en correspondencia de estas prendas, procura no ofender a nadie, con la misma estimación mira al criollo que al europeo que lo merece, y ni en los unos ni en los otros pone tanta confianza que dé motivo de sentimiento a los otros. Pero también cuando el gobernador europeo es veleidoso y de genio inquieto, o amigo de alborotos, sucede con él lo que con los criollos. 34. Cuando el gobierno político recae en europeo y el eclesiástico de la misma provincia en criollo, suele haber sus intercadencias, pero siempre que el uno de los dos tenga reposo y prudencia, es bastante para que el otro le imite, y así es raro que estando proveídos en esta forma, sucedan más alborotos o disturbios que los regulares. Pero como con el motivo del vicepatronato que está depositado en el seglar, y de la presentación de los curatos que corresponde a los obispos, tienen bastante asunto para discordar, cuando empiezan a contrapuntearse son grandes los escándalos que resultan, y con éstos vienen a caer uno y otro en las parcialidades, dando fomento a ello, que es bastante causa para que se enardezcan los ánimos. Y como un volcán que después de haber mitigado la violencia de sus llamas por algún tiempo, vuelve a recobrar fomento con la nueva materia que ha preparado en sus senos, y a brotar mayores incendios, del mismo modo aquellos espíritus respiran con mayor fuerza llamaradas de enemistad y contradicción al ver el mal ejemplo de la división entre los dos jefes, seglar y eclesiástico. Por esta razón, y para evitar tanto daño, conviene que se mire muy bien y que se conozca la conducta de los sujetos antes de ser proveídos en aquellos empleos, porque el yerro que se comete en la mala elección, aunque tiene remedio, es tan tardo que ya cuando se llega a aplicar, o no es necesario porque cansados de luchar los ánimos, en oposición unos de otros, se ha disipado el ardor del encono, y suele resucitarlo tal vez la providencia, o da nuevos alientos al vencedor para que con mayor confianza aumente las vejaciones contra el contrario partido, de suerte que, de todos modos, vuelve a suscitarse la discordia. 35. Los capítulos de las religiones que tienen alternativa son otros fomentos para la desunión de aquellas gentes, y como este asunto se deberá tratar en otra sesión particular, bastará decir en ésta que de todos los asuntos que pertenecen a donde se mezclan europeos y criollos, son, generalmente, los capítulos los que la producen; y este asunto más que otro, por cuanto en él hay intereses que mueven a solicitar a cada partido que sea el suyo el que prevalezca, y aun cuando no fueran otros más que los de la amistad, bastarían éstos para alterar la quietud y sosiego de los seglares, los cuales, como ya se ha dicho, no pueden dejar de declararse en correspondencia de lo que ejecutan por ellos las mismas religiones, las cuales se interesan entonces no menos que si fuese en causa propia. En la sesión a donde corresponde se verá cuán de poco beneficio es para las Indias, y para las comunidades, el que haya alternativa en ellas, y los perjuicios que de esto resultan; en ésta continuaremos con las noticias pertenecientes a la poca sujeción y respeto que tienen aquellas gentes a los jueces y justicias, como correspondiente a la voluntariedad con que viven, de donde procede el desorden y alborotos, tan regulares en aquellas partes. 36. No tendrían razón los que habitan en las Indias, y particularmente en el Perú, de cuyos países principalmente hablamos, si no permaneciesen siempre leales a los reyes de España y fuesen inmutables en la fe, sin mezclarse en las alteraciones que otros reinos dependientes de esta corona han padecido; porque no pueden apetecer, tanto los criollos como los europeos que pasan allá, otro gobierno que les sea más ventajoso, una libertad más completa que la que tienen, ni una despotiquez que les dé más ensanches. Allí viven todos según quieren, sin pensión de gabelas, porque todas están reducidas a las alcabalas, y aun en éstas ya queda visto con cuánta voluntariedad las contribuyen; no tienen otra sujeción a los gobernadores que la que voluntariamente les quieren prestar por no dejar de reconocerse vasallos; carecen de temor a las justicias porque cada uno se considera un soberano, y con este tenor ellos son tan dueños de sí, del país y de sus bienes, que nunca llega a sus ánimos el temor de que sus caudales hayan de desmembrarse con el motivo de la necesidad que suelen padecer los monarcas cuando la dilación de las guerras menoscaba sus rentas y los reduce a la precisión de acrecentar las pensiones a los vasallos para haberla de sostener. Allí, el que tiene haciendas es dueño de ellas y de su producto libremente; el que comercia, de las mercaderías y frutos con que se maneja; el rico no teme que su caudal se disminuya porque el rey le pida algún empréstito, ni lo ponga en la precisión de hacer gasto exorbitante; el pobre no anda fugitivo y ausente de su casa con el recelo de que alguna leva lo lleve a la guerra contra su voluntad; y así, blancos y mestizos están tan distantes de que el gobierno los moleste, que si supieran aprovecharse de las comodidades que gozan, y de la bondad del país, podrían con justo título ser envidiados de todas las naciones por la mucha ventaja que corresponde al pie en que se halla establecido aquel gobierno, y la mucha libertad que con él consiguen. 37. Las guerras, los contratiempos de ellas, las pérdidas que acarrea la desgraciada fortuna de una potencia, los sobresaltos que causa el enemigo cuando, victorioso, entra haciendo trofeo de una provincia con su estrago, o el sentimiento por la destrucción de un ejército, son accidentes tales para aquellas partes que, llegando a ellas como sombras muy tenues, carecen de fuerza bastante para mortificar el ánimo con su impresión, y mirándolos desde allá como cosas pasadas y distantes, causan el mismo efecto que las historias antiguas, que sirven de diversión al entendimiento; tanta suele ser, tal vez, la indiferencia con que se miran estas cosas, que algunas pasan en el concepto de muchos por fábulas históricas. Es cierto, como muchos dicen, que aquellas gentes, en gran parte viven ignorando el estado político de las potencias de Europa; que carecen de las noticias instructivas de la cultura y gobierno de estos reinos, de los derechos de los príncipes y de todo lo que corresponde a los hombre cultos para saber lo que pasa en el mundo, pero ¿qué falta les hace esto a unas gentes que no reconocen el peligro de tener que contender con naciones extrañas, ni aun que tratarlas, y si puede ser más, ni aun que verlas? Todas las luces de que aquéllos carecen, precisamente políticas, se pudieran dar por bien empleadas si supieran aprovecharse del inestimable tesoro de la comodidad que les está ofreciendo la situación de sus países, y aun si se dedicasen a gozar sus propias luces, podrían instruirse en lo que no lo están con tanta perfección como los europeos. Pero la desgracia de su mala conducta está en que ni disfrutan aquéllas, ni consiguen esclarecerse con éstas. 38. Cada particular se estima tanto con lo que goza que se considera como un pequeño soberano en sus mismas tierras, siendo dueño absoluto de ellas, y casi sin otra sujeción que la de su arbitrio. En las ciudades, en las villas o en los asientos donde hacen su residencia continua, son oráculos de la demás gente, y toda la autoridad que tienen los corregidores no es más que la que quieren darles los vecinos más condecorados, a cuya imitación lo ejecutan los de menos distinción; por esto, si el corregidor se lleva bien con ellos, tiene lugar de un vecino, honrado como otro cualquiera, pero si se contrapuntea en jurisdicciones, o si quiere ostentar superioridad por el empleo, no es nada, porque armados contra él, dejando de haber quien le obedezca, queda extinguido su empleo, y si pasa adelante con sus intentos, es bastante para que lo trastornen. 39. Hay unas poblaciones en donde esta voluntariedad se halla más en su punto, de tal modo que suelen pasar a efectos las amenazas, y si la conducta del que gobierna no es la más prudente y sagaz, tendría poca seguridad en su vida. Nunca o rara vez llega a suceder este caso, porque como los corregidores se hacen el ánimo de atender a sus utilidades propias, dejan el gobierno o la mayor parte de él en los alcaldes, y con este arbitrio se eximen de los asuntos que pudieran redundar en su pesar. Pero como algunos casos sean tales que no permitan disimulo, es en éstos donde más descubiertamente se conoce el despotismo de aquellas gentes, para cuya inteligencia nos parece que convendrá citar algún suceso de los muchos que pasaron en aquellas provincias ínterin que estuvimos en ellas. 40. En una de las poblaciones de aquellos reinos, que no siendo de las más numerosas no es tampoco de las menores, tuvieron contrapunteo un caballero criollo y otro europeo, del cual resultó salir desafiados con padrinos, públicamente. El uno de los dos partidos quedó tan mal que, sin acabar de reñir la pendencia, volvió la espalda al contrario y huyó, después de herido, por no rendirle las armas; este hecho se hizo tan público que, deseando vengarse el que quedó mal puesto en la pendencia, y no teniendo valor para intentarla segunda vez, tomó el medio más inicuo de prevenirse de armas de fuego y buscar a los contrarios cuando estuviesen menos prevenidos. Ya entonces habían crecido los partidos y, abanderizados los chapetones o europeos de la una parte, y los criollos de la otra, era grande el escándalo y las provocaciones. Ultimamente vino a parar el negocio en que, acechándose unos a otros, anduvieron a trabucazos varias noches dentro de la plaza de la misma población, y a hora tal que no eran otras que las primeras sombras las que hacían oscuridad. 41. El corregidor, aunque estaba allí, no había querido pasar a hacer diligencia ninguna para contenerlos, porque no habiendo bastado las que interpuso de la amistad, no se consideraba con fuerzas para hacer otra cosa. Habiendo, pues, llegado el eco de este alboroto a la ciudad capital de la provincia, se le mandó que prendiese a los culpados para castigarlos, mas luego que éstos lo supieron, se dispusieron en sus casas con la tropa de mestizos, criados y dependientes que tenían, y con las armas de fuego que pudieron, para resistirle caso que intentase poner por obra lo que la Audiencia le mandaba. Estimulado él con el orden de aquel tribunal, por una parte, y temeroso, por otra, de las fuezas con que se hallaban los delincuentes, se valió de un arbitrio que le suministró la prudencia, para quedar bien con todos sin peligro propio; tal fue el de enviarles un recado cortés, pidiéndoles licencia para ir a visitar sus casas, bajo de la seguridad de que no llegaría al paraje donde ellos se retirasen. Viendo éstos que no peligraban con la tal visita y que de hacerla las resultaba beneficio, vinieron en consentir que pasase, y se retiraron a una pieza que, cerrada, les sirvió de fortaleza. Llegó el corregidor con su escribano, alguacil mayor, ministros y otras gentes, a la casa, dando con el aparato muestras de que iban en realidad a hacer la prisión; registráronla sin llegar a la pieza donde estaban los acusados (lo cual era tan sabido del escribano y demás ministros, como del corregidor), y no habiéndolos encontrado en las que visitaron, se concluyó la diligencia y se dio satisfacción a la Audiencia con un testimonio de ella; con esto salieron todos de su reclusión, y empezaron a aparecer en público como si estuviesen ya purgados del delito; en la Audiencia no se ignoró todo el hecho, pero considerado no serle posible al corregidor hacer otra demostración más formal, se disimuló todo. Cosa de seis meses después que sucediese esto, llegamos nosotros a aquella población, y habiéndonos obsequiado unos y otros, merecimos de su atención que, por nuestro medio, se reconciliasen y volviesen a correr bien, con lo cual se desvaneció el escándalo de aquella división. 42. Lo mismo sucede en aquellas partes cuando se despachan jueces por los oficiales reales para que pongan cobro a las cantidades que los particulares deben a la Real Hacienda, porque regularmente, aunque los corregidores y justicias los admiten y les dan toda facultad para uso de sus comisiones, los individuos particulares de la ciudad, villa o asiento contra quienes va el juez, lo rechazan, y no peligran en la resistencia. Los ejemplares de esto se están palpando a cada paso, con que pagan a la Real Hacienda los deudores cuando voluntariamente quieren, y no hay apremio que les pueda obligar a los que no lo hacen así; esto se debe entender a excepción de los corregidores, con los cuales sucede muy diferentemente. 43. Entre las muchas y grandes poblaciones que contiene el Perú, hay unas en donde se nota mayor esta libre voluntariedad, pero, con más o menos desahogo, no hay ninguna en donde falte. En prueba de ello referiremos lo que, a nuestra vista, pasó en Lima, donde parece que la presencia del virrey y el temor de estar allí las fuerzas del reino, debería contener algún tanto a sus habitadores. Con el motivo de la guerra contra Inglaterra y las prevenciones que se dieron precaviendo el reparo necesario a los insultos que esta nación podía hacer en aquellos reinos, determinó el virrey, siguiendo el dictamen de un "acuerdo" hecho a este fin, hacer una derrama entre el comercio y vecindario de Lima para recoger de pronto la suma que se necesitaba; y siendo empréstito, y no donativo, se asignó el derecho de un nuevo impuesto sobre todos los géneros y frutos que entrasen en Lima, para su paga; porque el fin fue el de sufragar a los gastos de la guerra, y como el impuesto no podía suministrar de pronto las sumas que urgían, fue preciso tomarlas adelantadas de los particulares, para satisfacerlas después. Los comerciantes no tuvieron modo con que excusarse a su entero, porque si lo hubieran intentado lo padecerían con la retención de los efectos que entrasen e su cuenta, y por esto convinieron en hacer prontamente la entrega de la parte que les cupo; pero los demás vecinos de la ciudad lo resistieron tanto que no fue dable, ni el virrey tuvo poder para obligarlos a que pagasen lo que se les había repartido, lo cual le dio motivo a poner presos, en sus casas, a algunos, destinando soldados que los guardasen, a quienes asignó crecidos salarios a costa de los mismos sujetos. Pero esta providencia no bastó, porque ni pagaron a los soldados, ni se consiguió que hiciesen el entero, y al cabo de algunos días fue forzoso hacer que se retirasen las guardias, dejándolos libres al ver que no se lograba el intento, y que era exasperar los ánimos y darles ocasión a que formasen algún alboroto si se pasase adelante con las diligencias. 44. Casi lo mismo sucedió con la cobranza del donativo que Su Majestad pidió para la fábrica del palacio que se está actualmente haciendo en Madrid. Los que lo pagaron rigurosamente fueron los indios, porque se les aumentaron los tributos de aquel año en la cantidad que correspondía; los mestizos lo pagaron, si no todos, la mayor parte; los españoles o gente blanca de poca distinción unos sí y otros no, y los de más lustre, unos lo pagaron enteramente, otros lo que quisieron y no lo que se les tenía asignado, y hubo muchos que no quisieron pagar nada, por más instancias que les hicieron los corregidores y tribunales. Con que propiamente se reduce aquello a que la justicia no tiene más lugar que el que le quieren dar los moradores de aquellos países. 45. Al respecto que hay ciudades y poblaciones donde la justicia tiene menos poder que en otras, las hay también donde los genios de sus habitadores son más inquietos, altivos y ruidosos. En éstas no es menester mucho asunto para que se alboroten, y formando especie de motín o motín verdadero, atropellan los fueros de la justicia, lo que da no poco cuidado a los corregidores y otros jueces, porque trasciende la falta de respeto aun hasta los oidores, cuando no siendo bastante la autoridad de los primeros para contener los desórdenes, los despachan las Audiencias a entender en algunas causas. Sobre lo cual pudiéramos citar algunos casos sucedidos en nuestro tiempo, que omitimos por no dilatar más esta sesión. 46. La demasiada libertad de aquellos pueblos y la poca sujeción a la justicia que reconocen sus habitadores, nace de que no hay recurso en los que mandan para poderlos contener, ni es dable el proporcionar medios para ello, porque todos aquellos vastos países están del mismo modo, y no hay, en la extensión de más de 1.500 leguas que corren desde las costas de Caracas, Santa Marta y Cartagena hasta Lima, otra tropa que la corta a que están ceñidas las plazas de armas situadas en los extremos de tan dilatado territorio, ni fuera dable, aunque se quisiera criar tropa, el poderla mantener, mediante que sería mucho mayor su costo que todo el producto de las Indias, como se verificó en los años desde 1740 hasta el de 1743, que habiéndose levantado en Lima 2.000 hombres de tropa para cubrir aquellas costas contra los insultos de los ingleses, no bastaban para ello los haberes reales que, como en caja universal del Perú, se juntaban en la de Lima siendo así que todos los sueldos, que se cobraban en las Cajas Reales, de los gobernadores, ministros y otros sujetos que dependen de ellas, se redujeron en todos aquellos reinos a la mitad, quedando la otra mitad para sufragar a los gastos de la guerra , ni el "nuevo impuesto" establecido sobre todos los efectos y frutos, el cual no dejaba de ser bastantemente crecido. Y con todo, fue forzoso reformar la tropa en el año de 43, dejándola reducida al corto número de su antiguo pie, que era el preciso para la guarnición de la plaza de El Callao. Así, la justicia no tiene más poder para hacerse respetar que el de tres o cuatro mestizos, más o menos según la capacidad de la población, que son los alguaciles que auxilian a los jueces, y aun a éstos, como gente de una casta inferior y dependientes todos de los principales de la ciudad, les falta en las ocasiones la resolución para emprender nada contra ellos, aun siendo mandados por los tribunales o acompañados por los jueces, porque el respeto con que los miran los contiene enteramente a hacerlo. 47. No nos parece que sería conveniente hacer entera novedad en aquellos reinos sobre el particular de su gobierno, toda la vez que, aunque se intentase poner sobre otro pie, no podría subsistir, mediante no ser dable el mantener gente que autorice y haga respetables a los ministros, y que sin ella serían de temer algunos alborotos, tales que peligrase con ellos la seguridad de aquellos países, porque una repentina alteración de la mucha libertad a la sujeción, aunque no excediese ésta de lo que parece razonable, no podía dejar de hacer un efecto grande en los ánimos. Pero asimismo conocemos no ser tampoco justa la conducta que tienen como vasallos, ni como pueblos que deben vivir arreglados a las leyes, y con subordinación a la justicia, y ya que en el todo ni es dable el corregir tanto desorden, ni convendría hacerlo, podría en parte remediarse por medio de la elección de los gobernadores, corregidores y ministros, procurando que sus calidades fuesen tales que no les predominase la codicia, que su madurez supiese con prudencia corregir los defectos en que pudiese ser disimulable un castigo severo, y que no faltase en ellos entereza para ejecutarlo en aquellos cuyo atrevimiento y enormidad los hiciese incapaces del indulto. Porque es de suponer que aunque aquellas gentes están tan sobre sí que ninguno quiere reconocer otro que le vaya a la mano en sus desórdenes y en su demasiada licencia, es asimismo tan dócil que cualquiera ejemplar hace en ellos un efecto grandísimo, como se ha dicho en otra parte, lo cual proviene de lo poco o nada acostumbrados que están al castigo, cuya falta los conduce al extremo de tanta inobediencia. 48. Origínase en gran parte el desprecio con que la justicia es tratada en aquellos países, de la extraviada conducta de los que gobiernan, porque si el público observa en ellos un genio ambicioso y amigo de enriquecerse con perjuicio de todos, unas costumbres viciosas que, por ser él quien las había de corregir en los demás, causan mayor escándalo, y una dirección pervertida y abandonada al imperio de sus pasiones y de la parcialidad ¿qué mucho será que los particulares hagan poco aprecio, o ninguno, de su autoridad, y que miren la justicia como cosa irrisible e ideal, pero que nunca llega a tener uso en la práctica de la república? Por esto será justo no atribuir toda la culpa a los moradores de aquellos países, sino partirla entre éstos y los jueces, como que ellos fomentan y dan aliento a los otros para que se hagan despreciables las órdenes, para que los preceptos no se veneren, y para que aquellos pueblos sean monstruos sin cabeza y sin gobierno. 49. Todos los pueblos bien considerados se deben regular, en cuanto a las costumbres, por una copia viva del que los domina, y así vemos que las virtudes o vicios de un príncipe tienen, entre los vasallos, la misma estimación o desprecio que merecen en el ánimo de aquél, porque mirándose todos en él como en un espejo, reflectan sus acciones en los súbditos y son imitadas de ellos, de modo que, aún para el objeto más alto y venerable, que es la religión, suele ser el más fuerte imán de los súbditos la sola elección y juicio del soberano. En el Perú, y en todas las Indias, de donde el monarca se halla tan distante que los rayos de su luz ni pueden imprimirse ni causar la debida reflexión, ocupan su lugar, aunque sin llenarlo (por la grande distancia que hay de un rey a su vasallo), los virreyes, a quienes como a los oráculos políticos de aquellos países, procuran imitar todos. Y observando en éstos que los particulares fines de hacer su autoridad mayor, de acrecentar su interés, o de adelantar las conveniencias de sus familiares o confidentes, son causa para que se niegue el cumplimiento de muchas órdenes reales, con el pretexto, unas veces, de que conviene; otras, de que hay fuero para no ponerlas en ejecución, y otras, de no ser ocasión de practicarlas, siguen el ejemplo los demás súbditos con tanta puntualidad que, pasando de unos a otros por su orden, no queda ninguno, hasta el más pequeño, que no practique lo mismo con las que le pertenecen. Y así, los tribunales de audiencias lo ejecutan en la misma forma con las órdenes que se les envían de España, o con las que los virreyes les dan; los oficiales reales, corregidores y ayuntamientos, con las respectivas que reciben, y por este tenor todos los particulares, de modo que está tan entablado esto que es cosa común, al recibir el orden, decir que la obedecen pero que no la ejecutan por tener que representar; si el orden es del monarca, la distinguen con la circunstancia de besarla, ponerla sobre las cabezas y añadir después de la fórmula que en propias voces es: Obedezco y no ejecuto, porque tengo que representar sobre ello. 50. A proporción que con este abuso se trunca la fuerza de las órdenes más respetables, pierden todo su valor las que no lo son tanto, y se hacen irrisibles las de los corregidores para con los particulares que están bajo de su obediencia. No nos opondremos a que, en muchas ocasiones, tienen motivos suficientes los virreyes para suspender el cumplimiento de las cédulas que les van de España, y como los casos en que aciertan, o los casos en que lo hacen por su propio interés, necesitan para su explicación de alguna extensión, lo reservamos para la sesión siguiente, en que trataremos del gobierno civil y político de aquellos reinos, pero quedará asentado en ésta que la inobediencia de aquellos pueblos a los que los gobiernan procede en parte del mal ejemplo que tienen en éstos, y de la tibieza y poco afecto con que miran las órdenes que se les dan por los mayores. 51. Al mismo respecto que las parcialidades se componen de seglares y eclesiásticos, la altivez de los genios y la libertad reina con igualdad en unos y en otros, con tanto exceso en estos últimos que hace criar nuevos alientos y que adquieran más bríos los primeros, confiados en que no les puede faltar su socorro cuando llega la ocasión de necesitarlo. Todo el estado eclesiástico está comprendido en este desorden, y las religiones (a excepción de la Compañía, que en todo sigue política muy contraria) son las que sobresalen más, mezclándose en los asuntos que no les corresponden ni son propios de su estado.Y como, tanto los dependientes de las religiones como los demás eclesiásticos, se atreven con osadía a perder el respeto de los jueces, el mal ejemplo que dan en ello a los seglares es causa para que éstos se contengan menos, y menosprecien sus órdenes. Aquéllos son unos países donde el poder y el atrevimiento pasa a ser desahogo en los eclesiásticos, y confiados en el fuero que gozan, tienen osadía para burlarse a cada paso de los corregidores, y aun de otros ministros más caracterizados; allí es (y nos parece que el único país) en donde se ve ir los eclesiásticos de mano armada a provocar, con osado descoco y satisfacción, a un ministro dentro de su casa, y a dejarlo abochornado a fuerza de libertades; allí donde se experi-mentan de noche cuadrillas de veinte y más frailes disfrazados por las calles, causando los alborotos que sólo pudieran esperarse de una gente perdida y arrestada; allí donde tienen poder para ir con absoluto despotismo a la cárcel y, sin que nadie se les pueda oponer, ponen en libertad al reo a quien la justicia quiere castigar, como sucedió en Cuenca pocos días antes que llegásemos a aquella ciudad el año de 1740; y allí es donde los jueces no se atreven a violar el asilo de las casas de los eclesiásticos para sacar de ellos los reos que se valen de él, como experimentamos en el pueblo de Lambayeque el año de 1740, pasando por él para Lima: que un simple clérigo tuvo atrevimiento para intentar apalear al corregidor porque fue a su casa a sacar un reo que acababa de dar de puñaladas a otro y se había retirado a ella; y últimamente, allí es donde no hay poder para que ejerza el suyo la justicia. Estos ejemplares con que los eclesiásticos se están excediendo y mofándose a cada paso de los jueces, sirven de norma para que los seglares no los miren con el respeto que debieran, y el demasiado abuso de aquéllos da ocasión a que el vicio de éstos sea más desmesurado. 52. No será mucho que los eclesiásticos hagan tanto desprecio, como queda visto, de la justicia, cuando lo hacen igualmente de sus mismos prelados. Y por esta razón no es factible el poderles ir a la mano, ni el castigar sus atentados, ni tampoco lo es el reformar la máquina infinita de abusos introducidos en aquellos países y anticuados en sus moradores desde los primeros que pasaron a ellos e hicieron allí su establecimiento. Estos desórdenes, cuyos orígenes son tantos y tan varios, son incorregibles, sus causas no se pueden del todo exterminar, y si en parte al menos no ataja sus aumentos la buena elección de los gobernadores y demás ministros, y el ver en éstos las circunstancias de desinteresados e imparciales, de buenas costumbres, afables con todos y severos con sólo aquellos cuya mala conducta se hace merecedora del castigo y del desagrado, y si esto no contiene los ánimos de aquellas gentes y los reduce a la razón, no hay método, según nuestros alcances, con que se pueda conseguir y que sea practicable en aquellas partes, pues todos cuantos se pueden imaginar parece que pierden su eficacia en la misma distancia y modo de plantificarlos.
contexto
SESION OCTAVA Conclúyese que de lo mucho que padecen los indios nace la oposición que se encuentra en los indios infieles para admitir el Evangelio y reducirse al vasallaje de los reyes de España; se trata del corto fruto de las misiones 1. Quien con atención se hubiere hecho capaz de lo que se contiene en las cuatro sesiones antecedentes, conocerá la razón con que los indios infieles aborrecen la dominación de los españoles y el motivo que los induce a mirar con desprecio la religión católica en que se les desea instruir, pues, atendido, según ellos lo reflexionan, que la religión, en el modo que la experimentan, viene a quedar en un medio tan irregular de sujetarlos al duro yugo de la tiranía, no es mucho que se muestren tan renitentes y obstinados para no admitirla, cuando se les están presentando a la vista los lastimosos ejemplares de lo que pasa por los de su misma nación ya convertidos. Ni tampoco lo es el que, siendo libres, quieran, aunque a costa de una vida vagante, desastrada y bárbara, huir de las comodidades de la racionalidad, por no acercarse a las puertas de la esclavitud. 2. Uno de los asuntos principales que se nos encargaron en la instrucción fue el de que nos informásemos de los parajes que permanecen habitados por los indios bravos, la inmediación que tienen ellos a nuestras poblaciones, las naciones que los componen, y la facilidad o dificultad que haya para reducirlos con su genio y costumbres. Estos serán los asuntos que se comprenderán en esta sesión, y, como accesorio a ellos, insertaremos también una noticia de las misiones que mantienen las religiones en los países de infieles pertenecientes a la provincia de Quito, que es de la que tenemos noticias suficientes para poderlo hacer con la precisión que pide esta materia, en la cual procuraremos individualizar lo que pertenece a cada punto. 3. De cuanto se extiende la América meridional, se puede bien considerar que lo único poblado por los españoles y donde hay pueblos que reconocen por señor a los reyes de España, es el ámbito que forman entre sí las dos cordilleras reales de los Andes, y lo que se dilata desde la cordillera occidental hasta las costas del mar del Sur, si bien en éstas hay algunos espacios que están totalmente despoblados, o ya por ser llanos muy dilatados donde falta la proporción para ello, o por haberse mantenido en aquellas tierras los indios bravos sin querer reducirse a la obediencia; así se observa en la costa que corre desde Arica a Valparaíso y de La Concepción a Valdivia, no seguida enteramente, sino en algunos tránsitos. 4. Las poblaciones españolas de la sierra se extienden por el oriente hasta ocupar las faldas occidentales de la cordillera oriental de los Andes, como se ha dicho en la descripción de la provincia de Quito, tomo primero de la Relación de nuestro viaje, y desde las faldas orientales de esta misma cordillera (cuyo país empieza ya a ser montañoso, húmedo y cálido) en adelante, hacia el oriente, tienen principio las habitaciones de los indios infieles, tan poco distantes de las de los españoles que con sólo subir a lo alto de las cordilleras (como lo acostumbran los corredores de venados) se dejan percibir las humaredas de los indios gentiles, y sus países corren, hasta ir a encontrarse con las costas del Brasil, por espacio de más de 600 leguas. 5. Las naciones que pueblan todos aquellos anchurosos y largos espacios son muy numerosas, y cada población suele ser una y distinta en lengua de sus inmediatas, y aunque en lo general de las costumbres no sea muy sensible la diferencia, se nota, no obstante, alguna variedad entre ellas, ya sea en los falsos ritos de su idolatría, ya en el régimen de su gobierno o ya en el conjunto de sus propiedades. 6. Muy pocas son, de todas estas naciones, las que reciben misioneros, y más remisas o renitentes en esto las que están más inmediatas a las poblaciones españolas. Con particularidad son en este punto más pertinaces que ningunas las que, habiéndolos tenido una vez, llegaron a sublevarse cometiendo alguna atrocidad contra ellos, porque, temerosos del castigo de que se reconocen merecedores, no hay términos que las puedan reducir. Lo mismo sucede con los que se sublevan de las poblaciones españolas, y aun en éstos concurre otra circunstancia más, que es la de huir del maltrato que han experimentado; de aquí se sigue el grave daño que causan instruyendo en ello a las naciones con quien se juntan y a las demás que son sus comarcanas, para que aborrezcan el solo nombre de españoles, y totalmente se nieguen a admitir la religión. 7. No podemos negar que los indios son por su naturaleza inclinados a la ociosidad, a la idolatría y a todo aquello que es propio de la irracionalidad en que viven, porque en todas las naciones del mundo es natural, y se experimenta, que cada una aprecia, como las mejores, aquellas costumbres, modales y religión en que nació y le criaron, y que, por el contrario cualquiera otra extraña no le parece bien, ni se hiciera a ella sin grande repugnancia y fuerza. Por esto, no sólo no se debe extrañar el que los indios sean difíciles de reducir a otras costumbres tan diversas a las que están habituados, cuanto se opone el trabajo a la ociosidad o la racionalidad a la barbarie, sino que es digno de admiración el que, sin mayor contrariedad, se encuentre docilidad bastante en algunas naciones para admitir misioneros y recibir los ritos y leyes de una religión que los obliga enteramente a abandonar sus falsos ídolos, a dejar sus antiguas y ya connaturales costumbres, y a separarse de la superstición y de los agüeros con que los tiene embelesados el infernal espíritu para asegurarlos más en su esclavitud. 8. Siendo común y propio de todas las naciones (como acabamos de decir) la oposición a otras leyes, divinas y humanas, distintas de las que entre ellas están establecidas, y no menos la repugnancia a haber de abandonar sus ancianas costumbres, podremos dar por sentado que de dos circunstancias que hacen difícil la reducción de los indios, es ésta la primera, y debemos mirarla como natural y general en todas, y no como determinadamente particular en aquella gente; la segunda es el maltrato que les está amenazando en los españoles, después de haberse reducido. Sin esta circunstancia, bastaría sólo la de sacarlos de una vida holgazana, ociosa y libre para ponerlos en otra laboriosa, quieta y domiciliada, para que hubiese repugnancia de su parte en este trueque, aunque no recibiesen de los españoles ningún mal trato; agréguese, pues, ahora, el peso de éste, y se conocerá cuánta mayor debe ser la dificultad. De aquí proviene en gran parte el daño de que los indios no se dociliten con facilidad, y el de que tengan la religión cristiana en el poco digno concepto de que es el primer escalón por donde suben al teatro de sus miserias y trabajos. 9. No se debe entender que todas las naciones de indios infieles que no han tenido misioneros ha sido porque absolutamente no los han querido admitir, sino porque no se ha intentado el introducírselos. En algunas partes esto ha provenido de que, hallándose distantes de las cordilleras, son ellas y sus países desconocidos a los españoles, y en otras, porque las fragosidades y la mala calidad de los temples no son propios para otras gentes que para aquellas que se han criado en ellos; mas no por esto dejarían de poder subsistir una vez que se empezaran a poblar, a formar pueblos, y a hacer sementeras correspondientes al temperamento, como sucede en otros tan cálidos y húmedos como los que se mantienen desconocidos hasta el presente. Con que donde únicamente hay misiones es en algunos de los parajes conocidos, que suelen estar inmediatos a las cordilleras o en las orillas de los ríos caudalosos, como sucede en el Marañón; díjose en algunos porque no es tampoco en todos donde entran misioneros, lo cual proviene de que en los demás no les admiten los indios, por estar impresionados de los motivos que quedan ya explicados. 10. Siendo tantas las naciones de indios gentiles que hacen vecindad a la provincia de Quito, pues en todo lo que se extiende de Norte a Sur corren por la parte del Oriente los países de ellos, son muy cortas, a correspondencia, las misiones establecidas, y muchas menos las religiones que, con celo evangélico, se dedican a este fin, pues a excepción de la Compañía de Jesús, que después de muchos años ha mantenido la de Mainas, todas las otras o no tienen misiones algunas o sólo conservan uno u otro pueblo, lo bastante únicamente para tener motivo, con este pretexto, de llevar misioneros, cuyos sujetos son empleados después en los particulares asuntos y fines de la misma religión, sin que nunca llegue el caso de que vayan a predicar y extender el Evangelio entre los infieles. Tan general es esto que no hay religión alguna que no lo ejecute así, y la de la Compañía lo practica del mismo modo que las demás, de tal suerte que de cada veinte sujetos que van de España, apenas uno, y cuando más dos, entran en las misiones, porque la misma religión no destina a este fin mayor número. Es cierto que la Compañía tiene formadas más poblaciones en los países de infieles que ninguna otra religión, pero no por esto es menor el número de europeos que mantiene permanentes en los colegios españoles que aquellas otras religiones, porque antes bien excede en mucho, lo cual nace de que lleva misioneros más frecuentemente y mucho mayor número en cada vez. 11. Viven todos en España en la inteligencia (y aun en las mismas comunidades se cree) que los misioneros que van a las Indias deben pasar inmediatamente a la conversión de los infieles, y enfervorizados en esto, hacen muchos sujetos la solicitud de que los incluyan en las misiones. Pero como no sucede así, se hallan burlados cuando llegan allá, viendo cuán distinto es su ejercicio del que tenían concebido, y se hallan imposibilitados de poder retroceder. Lo que sucede con estas misiones que se envían es que luego que llegan allá, los reparten, si son de la Compañía en los colegios, y si de otras religiones que tienen alternativa, en los conventos de toda la provincia, aplicando unos a las cátedras, otros al púlpito, otros a las procuradurías, y otros al manejo de las haciendas, como sucede acá en España, sin diferencia alguna. En estos ministerios y ejercicios los mantienen o los hacen variar pasándolos de unos a otros, y el asunto que par-ticipa menos de las misiones y misioneros es el de su propio y único fin, porque una vez completo de curas el corto número de pueblos de que se componen las misiones, sólo cuando muere alguno, o cuando otro quiere retirarse por hallarse cansado con el peso de la edad, se destina otro en su lugar, y de uno a otro suceso suelen pasarse cuatro y cinco años, o más tiempo. 12. No siendo el fin de la predicación a los infieles el que promueve la solicitud que hacen las religiones para llevar misioneros a las Indias, precisamente han de tener otro de donde les resulte algún beneficio, porque si no fuera así, no se meterían en un costo como el que hacen por su parte, extra del que contribuye la Real Hacienda, pudiendo evitarlo. Y esto es lo que vamos a declarar. 13. Las religiones que tienen alternativa en todos los empleos propios de ellas, no pueden pasarse sin tener sujetos europeos, porque se expondrían a perder este fuero, y no teniendo otro medio para llevarlos, se valen del de las misiones, a fin de que pasen con él, y como esta providencia no les conviene a los criollos, se despachan siempre los procuradores a solicitarles cuando está la alternativa en sujeto europeo. Bastando, pues, para lograr el fin, un corto número de sujetos, se reducen a él las religiones, a excepción de la Compañía, la cual tiene otros motivos particulares, como son: el de mantener un equilibrio en todos los colegios entre europeos y criollos; el de que las buenas costumbres y educación de los primeros predomine sobre las malas que adquieren los segundos desde que empiezan a ver la luz; para que los colegios no descaezcan de aquel régimen y formalidad que es general en esta religión tanto en España como en todos los de-más reinos católicos y libres adonde está extendida; y para que sean los europeos quienes manejen las rentas que pertenecen a los colegios, con celo, economía y gobierno, porque son muy raros los criollos en quienes concurren estas circunstancias, y así no son aptos para estos ministerios, como tampoco para emplearse en las misiones, no siendo para tal encargo tan adecuada su conducta. 14. En el año de 1744, hallándonos ya próximos a dejar aquellos reinos, llegó a Quito una misión de la Compañía que acababa de llegar de España y se componía de crecido número de sujetos, los cuales, como iban persuadidos que luego que llegasen los destinarían a los países de infieles para emplearse en predicarles y vieron que no se promovía este asunto, después de haber pasado algunos meses todos empezaron a mostrarse descontentos y tan aburridos que, si se les hubiera dejado arbitrio para volverse a España, hubiera quedado allí raro o ninguno, porque decían que para permanecer en los colegios les era de más estimación y más agradable el hacerlo en los de España. Con esta inquietud y poco sosiego estaban aquellos misioneros, conociendo cuán distantes se hallaban de obtener el fin que concibieron cuando se determinaron a pasar a las Indias. Y la misma tienen todos, hasta que con el tiempo se van acostumbrando al país y perdiendo aquella impresión. 15. Todas las misiones que corresponden a la dilatada provincia de Quito están reducidas a las que tiene la Compañía en el río Marañón, y cinco pueblos que tiene la de San Francisco hacia las cabeceras del río Putumayo en Sucumbíos, pero ni todas las de la Compañía, ni éstas del orden seráfico, tienen curas en todos los pueblos, como debiera ser; y para que se vea esto más palpablemente, nos valdremos de una razón de la última visita que, de orden de Su Majestad, comunicada directamente al obispo de Quito, don Andrés de Paredes y Armendáriz, practicó, por comisión particular de este prelado, el doctor don Diego de Riofrío y Peralta, cura de la parroquia de Santa Bárbara de aquella ciudad, en el año de 1745, que es la más completa y formal que se ha hecho desde que se principiaron aquellas misiones, y la más instructiva para poder hacerse capaces de su estado presente. 16. La religión seráfica tiene solamente cinco pueblos en las misiones de Sucumbíos, que son: San Miguel, San José, San Diego de los Palmares, Yancue y Nariguera, y estas misiones pertenecen a la jurisdicción de Pasto, que es parte del gobierno de Popayán, aunque dependiente en el gobierno de la Audiencia de Quito. 17. Las misiones de la Compañía empiezan desde Archidona, ciudad cuyo curato pertenecía a los clérigos y lo permutaron éstos con otro que la Compañía tenía en las montañas de la parte de Guayaquil. El curato de Archidona tiene tres anexos, distantes de aquella ciudad de seis a siete leguas cada uno, y son: Misagualli, habitado por españoles, mestizos y negros; Thena, de indios, y Napo, también de indios. 18. Segunda misión, San Miguel de Siecoya. Los indios de este pueblo se habían sublevado contra el padre misionero, y en 9 de enero de 1745 le dieron muerte y quemaron a él y a dos mozos que tenía en su compañía. Llamábase este cura el padre Francisco Real y tenía a su cargo, además del pueblo principal donde hacía su más continua residencia, otros seis pueblos, cuyos nombres son San Bartolomé de Necoya, San Pedro de Aguarico, San Estanislao de Aguarico, San Luis Gonzaga de Aguarico, Santa Cruz de Aguarico y el Nombre de Jesús; Aguarico es el nombre del río en cuyas orillas están situados los pueblos. En estos seis anexos se comprendían 2.063 personas de ambos sexos y todas edades; los 1.628 cristianos y los 435 catecúmenos. Aunque tuvieron noticia de la atrocidad cometida por los del pueblo principal, no quisieron seguir el mal ejemplo de ellos, antes bien, esperaban tranquilamente en sus pueblos que se les enviase nuevo misionero, dando a entender que miraban con disgusto el atentado de aquellos sacrílegos indios. Este misionero a quien habían dado muerte era de los que modernamente habían llegado a Quito en la última misión que pasó de España, y faltándole totalmente el conocimiento de las costumbres, genios y propiedades de los indios, carecía del método que requiere su gobierno para que no se les hagan ásperas las reprensiones, ni duro el retirarlos de la barbaridad de sus costumbres y tenacidad de los vicios a que están connaturalizados. 19. Tercera misión, San José de Guajoya. Era su cura misionero el padre Joaquín Pietragrasa, quien tenía a su cargo, además del pueblo principal, el del Nombre de María y los tres siguientes: San Javier de Icaguates, San Juan Bautista de los Encabellados y la Reina de los Ángeles, en los que por ser pueblos formados nuevamente, residía también un hermano de la Compañía, Salvador Sánchez, para instruir los indios en la doctrina y enseñarlos a rezar. 20. Cuarta misión, al cargo del padre Francisco Pérez: San Javier de Urarines, pueblo también recién formado; pero los que siguen son de las antiguas misiones de Mainas, en el río Marañón. 21. Quinta misión, la ciudad de San Francisco de Borja, capital del gobierno de Maynas, tan reducida que sólo contaba, por la enumeración que hizo el visitador citado, de 143 almas en ambos sexos y todas edades; esto se entiende de indios, y 66 personas más de españoles. Tiene por anexos a los pueblos de San Ignacio de Maynas y Andoas del Alto; su cura era el padre Juan Magnin. 22. Sexta misión, Santo Tomás Apóstol de Andoas, al cuidado del padre Enrique Fransen, con los pueblos de Simigaes y San José de Pinches. 23. Séptima misión, la Concepción de Cahuapanas, al cuidado del padre Francisco Ren. 24. Octava misión, la Presentación de Chayabitas y la Encarnación de Paranapuas, al cuidado del padre Ignacio Falcón. 25. Novena misión, la Concepción de Jíbaros, al cargo del padre Ignacio Michael. 26. Décima misión, Santiago de la Laguna, al cargo del padre Adan Scheffen, el cual tenía por compañero al padre Guillermo Gremez, porque siendo éste el pueblo principal de las misiones, se compone de 1.107 almas. 27. Undécima, San Javier de Chamicuros y San Antonio de Abad de Aguanos, estos dos al cargo del padre José Bamonte. 28. Duodécima, Nuestra Señora de las Nieves de Yurimaguas, San Antonio de Padua de Nainiches y San Francisco Regis del Paradero, al cargo del padre Leonardo Deubler. 29. Decimotercera, San Joachin de la Grande Omagua, su cura misionero el padre Adan Widman. 30. Decimocuarta, San Pablo Apóstol de Napeanos, al cargo del padre Martín Iriarte. 31. Decimoquinta, San Felipe de Amaona, al cuidado del hermano Juan Herraez. 32. Decimosexta, San Simón de Nahuapo, al cargo del padre Sancho Araújo y también el pueblo nombrado San Francisco Regis de Yameos. 33. Decimoséptima, San Ignacio de Pebas y Caumares y Nuestra Señora de las Nieves de Cahicaches, al cargo del padre Francisco Falcombeli. 34. Con que las misiones de Maynas y Quijos, que están al cargo de la Compañía, constan de 40 pueblos y en ellos ocupa 18 sujetos, los 17 curas y el uno teniente de cura, comprendiéndose en todos 12.85 almas, las 9.856 cristianos, y los 2.939 catecúmenos. Es cierto que muchos de estos pueblos que están como anexos necesitarían para su adelantamiento y mejor estado un misionero particular, pero, no obstante su falta, se hallan estas misiones sin comparación, en un fin mucho más aventajado que las de San Francisco, porque en las de la Compañía el número de sujetos que les está asignado hace su continua residencia en los curatos, visitando con frecuencia los anexos; tiene iglesias y capillas decentes, y aunque sus adornos no son de mucho valor, son de aseo y de primor, con lo cual luce allí la aplicación y celo cristiano y se deja percibir la reverencia con que se celebra el divino culto. No así en los pueblos de misiones de Sucumbíos, que pertenecen a la religión seráfica, porque los curas hacen muy corta residencia en ellos, las iglesias están con la mayor indecencia que se puede imaginar, y lo mismo los ornamentos; el pasto espiritual que suministran a los indios es casi ninguno, y a este respecto, como todo pende de falta de celo, en lugar de haber adelantamiento en ellas, hay atraso. 35. No incluimos entre los curatos de misiones a los que se llaman de montaña, porque aunque caen hacía aquellas mismas partes donde están las misiones, legítimamente no lo son, ni el instituto de los curas es de conquistar las almas de aquellos gentiles que tienen por vecindad, sino sólo el de dar pasto espiritual a las que comprenden sus vecindarios. 36. Habiendo llegado a tocar en el punto de las misiones de Maynas, no sería justo desentendernos de sus principios y de los progresos que la Compañía ha hecho en ellas, mayormente cuando la relación de estas noticias podrá acreditar bastantemente todo lo que dejamos dicho en su particular. 37. Con el motivo de haber subido por el río Marañón una flotilla portuguesa, compuesta de 47 canoas grandes, al cargo del capitán Pedro Texeira, dispuso la Audiencia de Quito que a su retorno al Pará, de cuyas inmediaciones habían salido con el fin de descubrir el curso de aquel gran río, bajasen con ellos dos padres de la Compañía para que con mayor individualidad examinasen aquellos territorios, se hiciesen capaces de las naciones que lo habitaban y anotasen las demás particularidades conducentes a su mejor conocimiento. La Compañía, que desde algunos años antes tenía puesta su atención en el descubrimiento de aquel anchuroso país y en extender la religión de Jesucristo entre las muchas naciones bárbaras que lo pueblan, admitió con gran gusto el encargo, y fueron elegidos para su desempeño los padres Cristóbal de Acuña y Andrés de Artieda. 38. La flota portuguesa había salido de las cercanías del Pará a 28 de octubre de 1637 y gastó en llegar al puerto de Payamino, primero donde hicieron parada, perteneciente a la provincia de Quijos, hasta el 24 de junio de 1638, del cual pasó Texeira a Quito con algunos de los suyos, dejando allí su demás gente con el grueso del armamento. Después de haber hecho en Quito la relación de su viaje, y que estuvieron prontos los dos padres nombrados por la Compañía y aprobados de la Audiencia, salieron todos de Quito el 16 de febrero de 1639 y, caminando por Archidona, fueron a encontrar la armadilla al puerto de Payamino, donde se había quedado. 39. Ya por este tiempo había misioneros de la Compañía en el Marañón, bien que sólo en sus cabeceras, porque siendo virrey del Perú el príncipe de Esquilache, se dio el gobierno de Maynas a don Diego Baca de Vega, por su vida y la de su hijo mayor, don Pedro Baca de la Cadena. Aquél, que había solicitado y promovido la conquista de aquellos países a su costa, después de tener reducida la nación maynas, había fundado la ciudad de San Francisco de Borja el año de 1634, instituyéndola cabeza de su gobierno, y teniendo ya tan buenos principios en él, había solicitado con la Compañía de Quito y con la Audiencia, que se destinasen sujetos de aquella religión para que entrasen a misión, lo cual se le concedió con gran complacencia, tanto del tribunal como de la Compañía de Jesús. Y por entonces fueron destinados a ser fundadores de aquella misión los padres Gaspar de Cuxia y Lucas de Cueva, los cuales hicieron su entrada a Maynas el año de 1637 por el camino de Patate; desde que llegaron a la ciudad de Borja, estos dos padres tomaron a su cargo aquel curato y empezaron ejercer su misión en él, doctrinando a los indios ya reducidos y procurando reducir los de aquella misma nación mayna que no lo estaban hasta entonces. 40. Los padres Acuña y Artieda, que llegaron, aunque con mucho trabajo, felizmente al puerto donde la armadilla portuguesa los esperaba, bajaron con ella al Pará. Llegaron a aquella ciudad por diciembre del mismo año de 1639, después de diez meses de camino por tierra y navegación de río, de donde, habiendo tomado aquel preciso descanso para desahogarse de las fatigas pasadas, se pusieron en vía para España a fin de informar a Su Majestad de lo operado para aquel descubrimiento, y de lo que en él había advertido su cuidado. En el año de 1640 llegaron a la corte de Madrid y después de haber hecho las representaciones correspondientes de todo lo que habían visto, y de haberse detenido más de un año en la corte en solicitud de fomentos para aquella dilatada conquista, no pudieron conseguir nada, porque las turbulencias en que España se hallaba envuelta con los alborotos procedidos de la rebelión del reino de Portugal, tenía justamente ocupada la atención del monarca y el cuidado de sus ministros. Viendo, pues, los padres de la Compañía cuán difícil era el logro de su deseo en ocasión tan crítica que sólo se pensaba en los ejércitos militares para contener la osadía de los sublevados, se determinó el padre Andrés de Artieda a dejar la corte y volverse a su provincia de Quito para promover desde allí la empresa con la Audiencia y su colegio, en quienes tenía cifradas mayores esperanzas. Así lo hizo, y el año de 1643 volvió a Quito, y alentando los ánimos de todos, quiso, para infundirles mayor fervor en la empresa, volver a entrar de nuevo en el Marañón, y pasando por la capital de Maynas, llevó consigo al padre Lucas de Cueva, al teniente de Borja y algunos soldados, con los cuales entró a la nación de los omaguas y tomó posesión jurídica de aquella provincia y de todo el río en nombre del rey católico don Felipe IV, según lo expresa en un informe el padre Martín Francisco de Figueroa de la misma Compañía. 41. El padre Acuña tuvo por conveniente permanecer en la Corte algún tiempo más, con el deseo de ver si, serenándose algo las cosas de la guerra, podían tener cabimiento sus instancias y solicitudes; pero reconociendo que cada vez se encendían más las inquietudes y que daban mayor cuidado a la corte los progresos de los portugueses en su sublevación, determinó seguir a su compañero en los galeones que se siguieron a aquéllos. Y habiendo pasado de Panamá a Lima, donde lo llevaron los cuidados de algunos otros negocios, murió allí. 42. Como los primeros misioneros que entraron en Maynas con el destino de predicar a los indios, los padres Gaspar de Cuxia y Lucas de la Cueva, hallaron tanto fruto entre la abundancia de aquellas naciones que no bastaban ya sus fuerzas para atender a tanta reducción, porque los indios recibían sin repugnancia la religión que se les predicaba, ocurrieron a Quito pidiendo que se les destinasen nuevos compañeros para aprovecharse de tanta mies como la que prometía la docilidad de los indios y la buena disposición en que estaban de hacerse cristianos. Su representación, siendo tan justa, fue atendida, y el colegio de Quito nombró a los padres Bartolomé Pérez y Francisco de Figueroa, pero aún no siendo suficiente este refuerzo para la gran cosecha que daban aquellos vastos países con el grano del Evangelio, se vio precisado a pasar a Quito en persona, el año de 1650, el padre Gaspar de Cuxia, en solicitud de nuevos operarios. El colegio de Quito le concedió tres sujetos más, y con ellos volvió a restituirse a sus misiones, donde, hallándose ya siete en todos y repartiéndose por aquellas provincias de infieles, era admirable el fruto de almas que iban ganando para el verdadero Dios a expensas de su trabajo, de la fatiga, de las incomodidades y de los peligros que era preciso pasar para sacarlos de tanta esclavitud y ceguedad. 43. Hasta el año de 1666 fundaron trece pueblos grandes y de mucho gentío con los indios que fueron atrayendo, y para ello unieron varias naciones de aquellas vagantes y gentílicas, por cuya causa dieron a los pueblos los nombres del las más numerosas y, por esta misma los cambiaron después, según las otras nuevas que se les agregaban. Los nombres de los que entonces se llegaron a formar son los siguientes: 1. La Limpia Concepción de Xeberos. 2. San Pablo de los Pambadeques. 3. San José de los Ataguates. 4. Santo Tomé de los Cutinanas. 5. Santa María de Guallaga. 6. Nuestra Señora de Loreto de Paranapura. 7. Santa María de Ucayali. 8. San Ignacio de los Barbudos. 9. San Javier de los Aguanos. 10. El pueblo de los Angeles de Roa Maynas. 11. San Antonio, segundo pueblo de los Aguanos. 12. San Salvador de los Zapas. 13. El Nombre de Jesús de los Coronados. 44. Estos trece pueblos no tenían más que siete misioneros, aunque eran tan grandes y de tanto gentío que no sería mucho el que cada uno tuviese su misionero particular para que siempre asistiese en él; pero faltándoles y estando distantes, unos de otros, seis, ocho y más leguas, se deja conocer la sinceridad y sencillez de los indios y la facilidad de reducirlos a todo cuanto se pretende exigir de ellos, cuando se acierta con el método de sus genios, y a introducirlos en los ritos de la religión cristiana, en la obediencia del que los ha de gobernar y en las nuevas costumbres, por las sendas adecuadas a sus naturales. Los pueblos de cristianos viejos necesitan cada uno tener su cura particular para el pasto espiritual de las gentes que los componen, y con mucha mayor razón se hace precisa esta providencia en los de los nuevos, porque éstos están más expuestos a perecer en los precipicios de la infidelidad y de la inconstancia, dándoles, tal vez, su propia imaginación, la mayor libertad de que se despojaron para recibir la religión , sus antiguos ritos y la despotiquez en que vivían, sin la menor sujeción a las leyes divinas, ni humanas, y asimismo representándoseles como extraños o como gravosas las pensiones de la civil vida, los preceptos de la religión, y la observancia de las leyes y costumbres, totalmente opuestas a las que eran naturales en ellos. La falta de misioneros en estas nuevas conversiones del Marañón no debe recaer sobre la Compañía, porque todo cuanto esta religión hacía entonces era a su costa, no teniendo otro fomento que el de sus rentas propias para sufragar a los gastos que ocasionaban estas misiones; y además de esto, eran muy pocos los misioneros que se llevaban de España hasta entonces, así porque no tenía motivo para hacerlo esta religión, como porque no estaba tan entablada su remisión con la regularidad que después, no porque absolutamente no las llevasen, sino es porque o mediaba más tiempo de unas a otras o se componían las misiones de menor número de sujetos, cuyas razones no militan ya en los tiempos posteriores ni en los presentes, porque con el motivo de las primeras conquistas espirituales que consiguió la Compañía, ha llevado misioneros frecuentemente y en número crecido. 45. El año de 1681, que fue 15 años después de la numeración de las primeras conversiones, se habían aumentado las poblaciones con ocho pueblos más, pero no así los misioneros, no obstante que en el intermedio de estos 15 años habían pasado de España a Quito muchos misioneros y suficientes para poder tener pobladas de sujetos aquellas conversiones. Por la nómina que sigue se reconocerán los pueblos que se formaron con los indios convertidos hasta este año, y el número de misioneros que cuidaban de ellos (45 a). Pueblos 46. La primera misión era la del curato de Borja, y la tenía a su cargo el padre Juan Jiménez, con los pueblos siguientes, compuestos de indios maynas: San Luis Gonzaga, San Ignacio y Santa Teresa de Jesús; en todo 4 47. La segunda misión, que tenía a su cargo el padre Francisco Fernández, en el río Pastasa, se componía de los pueblos: Los Angeles, de indios Roa Maynas El Nombre de Jesús, de Coronados en todo 3 San Francisco Javier, de los Gayes 48. La tercera misión estaba al cargo del padre Pedro de Cáceres, y se componía de estos pueblos: La Concepción de Jeberos Nuestra Señora de Loreto, de Panarapuras en todo 4 El anexo, de Chayanavitas El anexo, de Muniches 49. La cuarta y última misión era la de La Laguna; estaba al cargo del padre Lorenzo Lucero. Además de La Laguna, tenía agregados nueve pueblos, que son los siguientes: Santa María, de Ucayales Santiago, de Jitipos y Chepeos San Lorenzo, de Tibilos San Javier, de Chamicuros San Antonio Abad, de Aguanos en todo 10 Santa María, de Guayaga San José, de Maparinas San Ignacio, de Mayurunas San Estanislao, de Otanabis en total......21 50. Con que todas las misiones de Maynas se componían entonces de 21 pueblos y, según dice el padre Manuel Rodríguez en su Historia del Marañón y Amazonas, no había en ellos más que cuatro misioneros, que son los que quedan ya nombrados. Y todos los que se habían empleado desde el año de 1638, en que tuvieron su primer establecimiento, hasta el principio del de 81, en que se formó aquel estado, entrando a predicar entre aquellas naciones, fueron 24 padres de la Compañía y tres hermanos, de los cuales murió la mayor parte entre ellos. 51. La nación de los indios omaguas, que era una de las más numerosas que poblaban el Marañón, había despachado mensajeros al pueblo de La Laguna, el año de 1681, pidiendo al padre Lorenzo Lucero, entonces superior de las misiones, que les diese misioneros, porque, agradados del buen trato que éstos daban a las otras naciones que se les habían encomendado, y de las mejoras que reconocían en ellas después de haberse reducido a gobierno tan sabio y justo, querían agregarse a ellas para gozar de los mismos beneficios y con ellos el de la doctrina evangélica. Pero como las misiones estaban tan escasas de sujetos que aún faltaban los precisos para la asistencia de los pueblos ya formados, no se les pudo conceder por entonces lo que solicitaban, y lo que se hizo fue darles esperanza de que en la primera ocasión que entrasen nuevos misioneros, se les cumplirían los deseos con el destino de alguno que los tomase a su cargo y fuese su cura. Lo cual no se pudo cumplir hasta el año de 1686 que, habiendo llegado de España a Quito una misión compuesta de muchos sujetos, se destinaron algunos, aunque en corto número, para aliviar el trabajo a los que estaban en las misiones, y entre éstos fue destinado para allí el padre Samuel Fritz, natural de Bohemia, en quien recayó la suerte de ir a la nueva misión de los omaguas, porque, luego que estos indios tuvieron noticia de que habían llegado a La Laguna nuevos misioneros y que se disponía el uno de ellos para bajar a sus países, se adelantaron a recibirlo, y en más de 30 canoas subieron hasta La Laguna a fin de comboyarlo a sus tierras. 52. Había sucedido al padre Lorenzo Lucero, en el cargo de superior de las misiones, el padre Francisco Viva y, como sujeto de gran capacidad y elevados talentos, luego que vio al padre Samuel Fritz, hizo un concepto tan completo de sus prendas que le pareció no podía hacer elección de otro más adecuado para aquella empresa; cuyo sabio juicio se confirmó con las proezas que con su predicación y enseñanza hizo, en corto tiempo, en aquellas y otras varias naciones que redujo al gremio de nuestra católica fe. 53. Ya se deja comprender que en una nación que de su propio motu solicitaba tener misioneros, no sería necesario tanto afán y trabajo para que prestase la atención debida a lo que se le predicaba y abrazase la religión del verdadero Dios en que se les deseaba instruir, como en aquellas otras con quienes, antes de llegar a este caso, era forzoso contraer amistad yéndolas a solicitar entre las montañas, bosques y lugares retirados, donde como fieras andan esparcidas. Los omaguas, luego que se vieron con su padre, mirándolo como el rescatador de sus almas, se volvieron con él a sus países llenos de contento y alegría, dándole a entender así en los festejos con que lo celebraban de unas canoas a otras mientras duró por el río su viaje. Así llegaron al primer puesto de los que les pertenecían, y pareciéndoles que no era justo el que hubiese de entrar en él por sus pies, lo cargaron sobre sus brazos a porfía entre los más distinguidos de la compañía, y con danzas y música de flautas, pífanos y otros instrumentos a su moda, lo sacaron de a canoa en que iba y lo llevaron hasta el alojamiento que, entre sus rancherías, le tenían ya prevenido. Después que hubo descansado en aquel sitio (que al igual de todos los demás no tenían todavía formalidad de pueblos), lo fueron conduciendo a las demás islas que estaban pobladas por la misma nación de los omaguas y pasaban de 30, para que lo conociesen y empezasen a tratarle los que habían de ser feligreses, en cuya forma se principió aquella gran misión. Y fueron tan prósperos sus progresos que, en menos de tres años, se bautizaron casi todos los indios adultos, por estar ya capaces para ello, habiendo desde los principios franqueado este sacramento el padre Fritz a los párvulos, que no necesitaban, por el pronto, la instrucción que aquéllos en los misterios de la fe. 54. Estando empleado el padre Samuel Fritz en la doctrina y enseñanza de los indios omaguas, tuvo noticia de otras naciones que estaban vecinas a ella siguiendo el curso del río, como la de los Yurimaguas, la de los Ayzuares, Baromas y otras, y, sabiendo que no resistirían el admitir la religión católica, pasó a ellas y las halló tan prontas a recibirla que desde luego los empezó a catequizar para suministrarlas el bautismo; tanta fue la prosperidad con que corrieron estas misiones que, hasta el año de 1689, eran ya los pueblos de omaguas 38, de quienes hacía cabeza el de San Joaquín de la Grande Omagua, uno grande de Yurimaguas y dos de la nación Aizuari. Todos éstos tenía a su cuidado el padre Samuel Fritz, de tal suerte que, según refiere el mismo padre en una relación particular que hizo de su misión, apenas tenía tiempo en el discurso de un año para hacer una visita en todos ellos, y tan sólo el corto que se detenía en cada uno doctrinando a los adultos y bautizando a los que nacían, era el que podía residir allí, con que todo lo demás del tiempo vivían aquellos indios solos, sin más sujeción que la de sus propias voluntades. Pero era tal ésta que no llegó el caso de que se ofreciesen alborotos entre ellos, pretendiendo abandonar la religión que se les había enseñado para volver a los falsos ritos de las gentílicas, que se les tenían prohibidas. 55. El padre Fritz, rendido del mucho trabajo y de la continua fatiga con que era preciso que estuviese, siendo su vida una continua peregrinación de unos pueblos a otros, llegó a perder la salud, y el accidente tomó tanto cuerpo que él precisó bajar al Pará, el mismo año de 1689, para buscar algún alivio entre los médicos de aquella ciudad. Los portugueses, sospechosos de que su enfermedad había sido pretexto para bajar reconociendo todo lo restante del Marañón, desde la boca del río Negro (que era hasta donde llegaban sus misiones) hasta el Pará, lo tuvieron detenido después que se recuperó, y dieron parte de su bajada a la corte de Portugal, cuyas resultas, aunque tan favorables para el padre como las podía apetecer, no llegaron al Pará hasta mediados del año de 1691, con que se restituyó a sus misiones. Pero habiéndosele dado un oficial y siete soldados portugueses para que le acompañasen como por modo de mayor cortejo, luego que entraron en la nación de los azuaris los quiso despedir el padre Fritz, porque tanto los indios de las naciones antecedentes por donde habían pasado (quienes en la bajada se le habían dado por amigos al padre, saliéndolo a buscar a las rancherías) como los de ésta, se habían retirado y dejado sus pueblos temerosos de los portugueses. Estos no condescendieron a su instancia de que se volviesen, llevados de otros fines distintos de los que daban a entender al padre, como se lo declaró el cabo portugués luego que llegaron al pueblo Mayabara, último de los yurimaguas, en donde, volviendo a instar el padre Fritz que se volviesen, puesto que quedaba ya en su misión, le dijo que el no haberlo hecho hasta entonces era porque llevaba orden de su gobernador Antonio de Alburquerque de tomar posesión de aquellas tierras, hasta las de los omaguas inclusive, en nombre del rey de Portugal, porque eran de su pertenencia, y que, por lo tal, lo intimaba que se retirase de ellas y las dejase libres. El padre Fritz extrañó esta resolución, tanto más cuanto era contraria a la determinación que se había dado en la corte de Lisboa en conformidad de lo que el mismo padre tenía representado desde el Pará, y habiéndole reconvenido al cabo con ello, consiguió que se volviese sin hacer más instancia en su pretensión, por entonces; mas habiendo navegado los portugueses río abajo un día de camino, hicieron alto en Guapapate, frente de un pueblo del mismo nombre, en cuyo sitio hicieron un desmonte hacia la parte del Sur, y dejaron por lindero un árbol grande, cuya especie distinguen con el nombre de samona, como que hasta allí les pertenecía el terreno, dejando avisado a algunos indios que dentro de poco tiempo volverían a hacer población en aquel sitio. 56. Previendo el padre Fritz las malas consecuencias que se habían de seguir contra aquellas misiones por el demasiado atrevimiento de los portugueses, si no se tomaba con tiempo alguna providencia para contenerlos, y habiendo comunicado el caso con el vicesuperior de las misiones, el padre Enrique Richter (porque el superior padre Francisco Viva estaba en Jaén), y con el gobernador de Maynas, don Gerónimo Baca de Vega, con parecer de entrambos se determinó a pasar a Lima en persona para informar al virrey vocalmente del estado en que se hallaban las misiones y del peligro que les amenazaba, para que arbitrase el modo de contener los designios de los portugueses. El virrey de Lima, que entonces lo era el conde de la Monclova, y a su ejemplar toda aquella ciudad, quedó admirada del mucho fruto que la palabra del Evangelio, divulgada en el río Marañón por boca del padre Fritz, había conseguido, y su vista llenó a todos de edificación. Pero llegando al punto principal de poner remedio en los adelantamientos que los portugueses iban haciendo en los dominios de España, y de los que nuevamente amenazaban a toda aquella misión que se extendía desde la boca del río Napo hasta la del río Negro, notaba poco fervor en el virrey para condescender en la defensa de aquellas tierras, y lo daba a entender con todo desembozo la respuesta que le daba, que, sacada a la letra de la relación manuscrita del padre Fritz, se reducía a que, mediante el ser los portugueses cristianos católicos, como los españoles, y gente belicosa, no se le ofrecía medio para hacerlos que se contuviesen en sus límites sin llegar a rompimiento, el cual era excusado mediante que aquellos bosques no fructificaban nada en lo temporal al rey de España, como otras muchas provincias que, con más razón y título, se debían defender de hostiles invasiones. Y concluía diciendo que, en lo dilatado de las Indias, había bastantes tierras para entrambas coronas; pero que con todo esto informaría cuanto antes a Su Majestad. 57. Cierto que a no referir estas razones un sujeto de tanta virtud y circunstancias cuales concurrían en aquel misionero, se debería negarle la credulidad, pues parecen más propias de un hombre independiente del vasallaje a los príncipes interesados legítimamente en las Indias, que de un ministro y gobernador general del rey de España en todos los países de aquellas mismas Indias, sobre quien se solicitaba por el padre Fritz la defensa contra la usurpación. No nos atreveríamos a trasladar aquí este dicho, tan mal reflexionado y disonante, sin la plena seguridad que nos deja una copia que se halla en nuestro poder de la relación original del padre Fritz, la cual conseguimos en Quito, de los archivos de la Compañía. Por lo perteneciente a misiones de Maynas, en ella se dejan ver, por una parte, las instancias que el padre Fritz hacía con su religión para que se le enviasen sujetos que le ayudasen a llevar el peso de aquellas misiones y a recibir bajo de su dirección las muchas naciones que estaban dispuestas a admitir la luz del Evangelio, y pidiendo misioneros que desterrasen de sus entendimientos la ignorancia; y, por otra parte, se hace patente la ineficacia de su súplica ante el virrey, representándole el inmediato peligro de perderse en que estaban los dominios del rey y conversiones de la Compañía si no se daba providencia que asegurase aquellos nuevos países y vasallos ganados con el fervor y eficacia de sus persuasiones, y con el afán y fatiga de sus incesantes peregrinaciones y trabajosas tareas. Pero parece que al paso de este religioso, edificativo en todo, era ayudado de Dios para que al eco de su voz se rindiesen las racionales criaturas que, llenas de barbaridad, poblaban aquellos espesos y dilatados montes, para que aquellos incultos países le tributasen almas para el cielo, y todo aquel oculto mundo le abriese las puertas de la confianza para que entrase en él a dilatar el Evangelio, era desgraciado con los hombres preciados de más inteligentes, quienes le negaban todos los auxilios que imploraba para el aumento y seguridad de sus conversiones; porque ni en su religión hicieron el efecto que correspondían sus solicitudes, ni en el ánimo del virrey infundieron sus súplicas el fervor que necesitaba, y por tanto descuido se vieron malogradas, dentro de muy breve tiempo, unas conquistas que habían empezado con tanta prosperidad. Porque, reconociendo los portugueses que no había ninguna dificultad en apropiarse aquellos pueblos, hicieron varias entradas a ellos, de modo que se fueron haciendo dueños de los países que pertenecían a los yurimaguas y demás naciones más abajo de los omaguas; y aquéllos, después de haber sufrido varias correrías de los portugueses, en que les apresaron para esclavos muchos de sus dependientes, se vieron precisados a abandonar su territorio y a retirarse al de los omaguas, para tener alguna seguridad. 58. La entera confianza de la quietud en que quedaban los portugueses, hechos dueños de los países que usurpaban, después de apropiárselos, porque no se procuraban recuperar una vez que su atrevimiento entraba a poseerlos, les dio aliento para hacer más arrojada su empresa; de suerte que, hasta el año de 1732, se habían ya apoderado de todos los países que median entre los ríos Napo y Negro, pero aun en este año se adelantó mucho más la osadía, pues con ella se introdujo una armadilla de canoas, despachadas del Pará, por el río Napo, en el río Aguarico, que desagua en él, con ánimo de fortalecerse allí para ir granjeando aquel terreno. Y aunque no lo ejecutaron precisamente en el paraje que llevaban premeditado, porque lo resistieron con persuasiones los misioneros de la Compañía que estaban allí, lo ejecutaron un poco más abajo, sin que de parte de la Audiencia de Quito, a cuyo tribunal pasaron sus quejas los misioneros, ni de la del virrey de Lima (a cuyo gobierno pertenecía entonces), se diese providencia conducente a desalojarlos de aquellos sitios que no les pertenecían por otro derecho que el de la violencia. 59. No debemos culpar el atrevimiento de los portugueses por internarse en tierras que no les corresponden, mediante provenir esto del descuido y omisión con que los españoles los consienten. Por una parte contribuye a ello la cortedad de misioneros que hay en aquellos dilatados países, siendo tantas sus poblaciones, y por otra, la falta de fomento en mantener gente capaz de tomar las armas, cuando la ocasión lo pide, para rechazar el orgullo de los que quieran insultarlos, y así no debe causar admiración el que esta nación se haga dueña de unos pueblos que encuentra sin defensa y sin curas. Las misiones que el padre Samuel Fritz había adelantado se componía de 41 pueblos, y tan apartados unos de otros que entre los primeros, en lo alto del río, y los últimos, más bajos, mediaba la distancia de más de 100 leguas; los 40 estaban continuamente desamparados, ínterin que el padre visitaba el uno, con que ¿qué mucho que los portugueses, hallándolos con sólo indios, se los fuesen apropiando y que lo hiciesen con tanta más seguridad cuanto les enseñaba la experiencia que lo que adquirían una vez no se les disputaba nunca? 60. Todas estas misiones consisten en haber juntado naciones vacantes que habitaron siempre las orillas de aquel gran río y reducirlas a que, formando pueblos, vivan en ellos con racionalidad y cultura; el misionero viene a ser cura y gobernador, y quien los dirige en el modo de hacer vida sociable los doctrina y enseña para que se hagan capaces en la religión y para que guarden sus preceptos. Lo principal de estos pueblos se compone de indios convertidos y reducidos a la vida culta ya de muchos años, y a éstos se suelen agregar otros indios infieles, o bien por verse hostigados de las guerras continuas que suelen tener con las naciones que les hacen vecindad, para huir de las crueldades con que les amenazan, y guarecerse al abrigo de los padres misioneros, cuyo respeto contiene a los contrarios, con cuya ocasión tiene éste la de predicarles y empezar a docilitarlos y disponerlos a que reciban el bautismo, o ya solicitados de los misioneros. Pero suelen ser tan inconstantes que aunque oyen entonces el Evangelio con bastante atención, dando muestras de quererlo recibir, luego que se les pasa aquel fervor, contraído, en la mayor parte, del temor que les dio motivo a dejar sus tierras, o la obligación en que los constituye la memoria de las dádivas, y que se ven privados de sus brutales costumbres y reprendidos en los abominables vicios a que están habituados, se huyen muchos y vuelven a ellas cuando contemplan que se habrá apaciguado la ira de aquellas naciones contra quienes guerreaban. Otras veces suelen enviar mensajeros los mismos curas de los pueblos a las naciones inmediatas cuando conocen que encontrarán disposición en ellos para admitir el bien que se les propone, y asimismo van a sus poblaciones los misioneros a persuadirlos y obligarlos con el presente de algunas brujerías, en cuya forma consiguen que se vuelvan dóciles, y convengan en hacer asiento en una parte, formando población, no muy distante de la que el misionero tiene a su cargo como principal, para poder ir a visitarlos frecuentemente y a instruirlos en los preceptos de la religión, a fin de que puedan estar capaces del bautismo. 61. Cuando estos nuevos pueblos se hallan ya en estado de mantener misioneros particulares o curas, y que en alguna manera hay seguridad de que permanecerán, entonces se les envían. Pero estas conversiones llevan tanta lentitud que pasan muchos años sin aumentarse a los antiguos un solo pueblo. Esto no obstante, aunque con espacio tal, no se deja de conseguir a la fin algún fruto en premio de tanto trabajo, pero lo consiguen únicamente las misiones que tiene la Compañía a su cargo, porque sus misioneros son los que mantienen celo para solicitarlo y fervor constante para permanecer en tales empresas, sin que la inconstancia de los indios los desaliente, ni los trabajos y fatigas que han menester pasar en aquellos países y climas tan contrarios, los desanimen. 62. Las misiones que pertenecen a la religión de San Francisco se reducen a ir un cura a cada una de aquellas poblaciones antiguas y permanecer en ellas sin diferencia ni más trabajo que el que tienen en las de españoles, porque sus vecindarios se reducen a gentes de todas castas, desde blancos y mestizos para abajo. Cuando, hostigados éstos de las correrías con que los sobresaltan frecuentemente los indios, toman las armas contra ellos y hacen entradas en sus tierras, suelen aprisionar algunos, y a éstos es a quienes instruyen los curas en los preceptos de la religión, para bautizarlos. Con que estas misiones sólo consisten en otros tantos curatos donde la diferencia del país y temple hace toda la que hay de ellos a los que tienen en países españoles. 63. Ya tenemos dicho que uno de los principales obstáculos para que no se internen los misioneros en lo mucho que se dilatan aquellos países proviene de que el territorio y las naciones que lo habitan son desconocidos en parte, y a esto se agrega el ser todo montuoso, lleno de fragosidades casi impenetrables, y de unos temples sumamente cálidos y húmedos, donde decaen las naturalezas poco acostumbradas a ello. Si se hubiera de entrar a estos sitios no haciendo memento de aquellas dificultades, sería preciso que fuese por una de dos vías: la primera es por las misiones del Marañón, procurando ir ganando terreno y reduciendo las naciones que se encontrasen, y la segunda, atravesando aquella cordillera Oriental de los Andes, que hoy sirve de barrera al territorio español, para ir granjeando países al Oriente, por los de los gobiernos de Yahuarzongo, Macas y Quijos, los cuales estuvieron poblados antiguamente por los españoles hasta que, sublevados los indios, quedaron éstos hechos dueños absolutos de ellos, y sólo permanecen allí unas cortas poblaciones, muy reducidas, como memorias lastimosas de lo que aquello fue. Para que se vea, pues, en qué consiste ahora toda su formalidad, daremos razón de las que pertenecen a cada uno. 64. El gobierno de Yahuarzongo, que es el más austral de los que pertenecen a Quito, confina por el Sur con el corregimiento de Piura; por el Occidente, con el de Loja; por el Norte hace división entre él y Maynas el río de Santiago, que entra en el Marañón, y por el Oriente se dilata hasta este caudaloso río. Su territorio es muy grande, pero una gran parte de él está despoblado, y lo restante habitado de indios infieles, a excepción de lo que ocupan cinco poblaciones: Valladolid, Loyola, Zamora, las Caballerizas y Santiago de las Montañas, de las cuales las tres primeras mantienen el título de ciudades, pero son tan reducidas, pobres y desmanteladas que ni aun el de pueblos merecen, a cuya imitación y proporción son los otros dos. 65. El segundo gobierno que sigue al septentrión de Yaguazongo es el de Macas, que, aunque en la antigüedad estuvo muy poblado y fue, como ya se ha dicho en otra parte, de los más ricos países que se conocieron en el Perú, ya está reducido a la cortedad y miseria de una ciudad, que es Sevilla del Oro, y un pueblo principal, que es Zuña, una y otros tan desmantelados, pobres y cortos como los del gobierno de Yaguarzongo, y ambos tienen algunas pequeñas poblaciones por anexos. 66. Las poblaciones que pertenecen al gobierno de Mainas quedan ya explicadas, con que podemos evitar su repetición, y las del de Quijos son una ciudad con el mismo nombre, Baeza, Archidona, Avila y Cofanes. Las tres primeras tienen el título de ciudad y no otra cosa, porque en todo son como las que quedan nombradas pertenecientes a los demás gobiernos. Todo el país que media entre las poblaciones que pertenecen al un gobierno y las que son dependientes de otro, está habitado de indios infieles, y si se intentaran conquistar debería hacerse continuando desde los mismos gobiernos, para que ni entre ellos ni entre las nuevas conquistas que se hiciesen y los países de españoles quedase ninguna nación india que pudiese inquietar a las demás. 67. Teniendo este principio aquellos países, es evidente que si hubiera celo en las religiones para convertir los indios mantendrían misiones en todos estos gobiernos, procurando con suavidad y agasajo granjear la voluntad de los indios, como lo hace en Maynas la religión de la Compañía. Pero si no lo ejecutan así es porque todo el cuidado de sus individuos se reduce a conseguir curatos donde puedan sacar usufructo sin trabajo ni pensión, y no siendo factible esto en las misiones, porque para emplearse en ellas es menester despojarse de todo interés y olvidar totalmente la codicia, no hay sujeto que lo apetezca, ni en las religiones fervor para emprenderlo. Una de las grandes lástimas que se deben llorar de aquel país es que, siendo tan cuantiosas las comunidades que hay en él y tan ricas todas ellas, ni de la abundancia de sujetos, ni de los tesoros que gozan en las sobresalientes rentas que disfrutan gocen los indios el beneficio de alguna pequeña parte que se dedique a solicitarles la salvación por el medio de la predicación y enseñanza del Evangelio, lo cual debería ser único objeto y ocupación de todas. Pero en la sesión donde con particularidad hablaremos de las comunidades se reconocerá cuán distintos son los fines y vida de los que las componen de los que corresponden a misioneros. 68. Así como hemos dicho que son dos las vías por donde se puede entrar a la reducción de aquellos países, son dos también los medios que consideramos propios para emprenderlo, y capaces para conseguir la conquista, pero deben unirse para que operen a un mismo tiempo. Uno es la predicación misional y otro es la acción armada. Siendo los indios por su naturaleza amantes del agrado y del cariño, se consigue con ellos por este medio lo que no se puede alcanzar muchas veces por otros violentos; pero como no sea dable encontrar aún en la docilidad de aquellas gentes tanta conformidad, unión y sencillez cuanta sería precisa para que del todo se entreguen a la conducta de los misioneros sin volverse a acordar de sus falsos ritos, de sus brutales costumbres, de su vida ociosa y vagante y de sus abominables vicios, se hace preciso que, al paso que se granjean sus voluntades con halagos, con suavidad, con paciencia y con dádivas, se les infunda respeto, manifestándoles que existen fuerzas suficientes para sujetarlos y castigar en ellos el atrevimiento cuando su osadía dé lugar a ello. Porque muchas veces ha sucedido, y últimamente acaba de experimentarse en las misiones de Maynas, que, fastidiados los pueblos ya reducidos de verse reprendidos por el misionero por el fervor con que éste procura apartarlos de la idolatría, con el deseo de contenerlos en el desorden de los vicios, o con otro celoso fin dirigido a su bien, uniéndose entre sí, se rebelan contra él y, dándole alevosa muerte, abandonan el pueblo y vuelven a la libertad de su licenciosa vida, perdiéndose por falta de temor el trabajo y afán de muchos años empleados en su conversión. Los mismos misioneros de la Compañía, que son los que pueden dar visto en este asunto, son de dictamen que debe haber fuerzas donde haya misiones, para que su vista infunda temor a los indios y dé autoridad a los misioneros. Y en algunas ocasiones en que los indios se les han sublevado, han tenido por conveniente el ocurrir a la Audiencia de Quito pidiendo que se envíe socorro de gente que siga a los amotinados hasta volverlos a sujetar, haciendo en ellos algunos moderados castigos para que con esto escarmienten ellos y teman los de las demás poblaciones. Pero nunca se les ha dado, y este descuido, omisión o falta de providencia para hacerlo ha dado motivo a que otras poblaciones sigan el mal ejemplo y a que los indios infieles, que nunca llegaron a sujetarse, tengan atrevimiento para inquietar a los cristianos dentro de sus mismas poblaciones, de saquearlas y de llevarse aprisionadas las indias que encuentran en ellas, después de haber cometido atrocidades con los indios cristianos que caen en sus manos. 69. No será conveniente el emplear estas fuerzas en reducir a los indios entrando en ellos a fuego y a sangre, sino sólo en aquellas naciones que suelen encontrarse con tanta repugnancia que no hay otro medio más que el de la violencia para conseguir su reducción y habilitación; en éstas es preciso valerse de las armas, y particularmente entran en este número todas las que han sido sublevadas. Con esto se emplean a un mismo tiempo los dos medios, aplicando a cada nación el que le pertenece, y, sin pérdida de tiempo ni peligro de que lo granjeado una vez se vuelve a perder, se pueda adelantar tanto cuanto se hiciere el ánimo de reducir. Pero sin el auxilio de alguna gente que sostenga las misiones nunca es posible lograr el fin, lo cual se está haciendo patente a la vista en el ejemplar de lo poco que, en el transcurso de más de cien años, se ha adelantado en las misiones de Maynas y en los territorios que, por falta de estas fuerzas para contener incursiones y alzamientos, se han perdido en los demás gobiernos de la provincia de Quito. 70. Ya asentado que para reducir a aquellas gentes y para que subsistan en la obediencia de los curas es preciso que haya algunas fuerzas, debemos pasar a determinar qué religiones son las más propias para predicarles el Evangelio y en qué modo se puede mantener la gente de armas necesaria, que debe sostener las misiones, sin grave perjuicio del real erario, asuntos que son los más principales a que se debe atender para que empresas de esta calidad se puedan plantificar y subsistir. 71. Todas las religiones predican el Evangelio y todas son propias para instruir en la fe de Jesucristo y para doctrinar en ella a los infieles, pero en donde se hace preciso que el agrado, el cariño, la suavidad y la dulzura vayan haciéndose dueños de la voluntad, para que, adquirido por estos medios el triunfo de la confianza, hallen cabida las persuasiones, es preciso hacer elección de sujetos en quien concurran estas circunstancias, pues de ellas solas se debe esperar el buen éxito de la conquista, y faltando, será trabajar para no conseguir nada. En estas particulares circunstancias es la religión de la Compañía la que parece está dotada más sobresalientemente, porque desde los primeros pasos que dan sus hijos en el noviciado, empiezan a adquirir distintas propiedades, perfeccionando las que antes tenían. De aquí nace que ninguna otra religión haya hecho tanto fruto en las misiones de las Indias, y la causa de ello es porque los genios de sus individuos se acomodan bien a todo, lo que es preciso que concurra en los que han de tener por ejercicio la conversión de unas gentes tan bárbaras e ignorantes como son los indios de la selva. Así lo está manifestando el progreso que tienen hecho en el Marañón, donde hubieran podido llegar hasta su desembocadura, reduciendo todas las naciones que poblaban las dilatadas orillas de este río y las más contiguas a ellas, no menos que las que habitan en las demás que le tributan sus aguas, si la osadía de los portugueses del Pará no se lo hubieran estorbado. 72. No debemos estar a los ejemplares que en varias relaciones citan las demás religiones de lo mucho que adelantan en las que les pertenecen, porque lo que en ellas se pondera lleva la máxima de embelesar a los ministros de por acá en sus ideas, y bien mirado y reconocido por sujetos que tengan inteligencia de lo que sucede en aquellos países, se vendrá a averiguar que todo es fingimiento y que ninguna puede hacer en esto competencia a la de la Compañía. Por esta razón nos hemos ceñido únicamente a hacer la comparación en la provincia de Quito, adonde tenemos tan individualizado este asunto que no será fácil el que las religiones se atrevan a contradecirlo sin el peligro de no poder satisfacer a las reconvenciones que se les harían si intentasen hacer ver que su celo y los progresos de él, o sus costumbres y modales, querían parecerse a las de la Compañía, o que eran tan propias como las de ésta para la reducción de los indios. 73. Ya puestos en este punto, no debemos confundirlo con lo que antes queda dicho de ser muy corto el número de sujetos que la Compañía destina a las misiones, respecto del crecido que componen las que van de España, pues cuando decimos de sus individuos que son más celosos que los de las demás religiones en adelantar las que tienen a su cargo, no nos oponemos a aquello, como ni tampoco cuando les aplicamos como más regulares a concurrir en ellos las buenas partidas que debe tener un misionero. Solamente debemos reducir nuestra idea a un punto, que es ver si a la misión de Maynas, que está a su cargo, hay equivalente en las que tienen las demás religiones en aquella provincia, y puesto que no se encuentra ninguna, ni se puede hacer comparación, será forzoso concluir que la Compañía cumple mejor con su instituto, que es más propia y más celosa que las otras para el de misioneros, aunque no lo cumpla tan completamente como se quisiera. 74. Además de la buena política y de las partidas que ilustran a esta religión, propias para el ejercicio de misioneros, concurre en ella la advertida precaución de no destinar toda suerte de sujetos a este ministerio, porque sería atentado el no preferir de lo bueno lo mejor, cuando entre un conjunto de muchas personas se debe concebir que hay diversidad de inclinaciones y de genios. Esta religión, que con regular acierto procede en todo, dedica a las misiones a aquellos sujetos en quienes, al paso que se señala más el fervor, se encuentran propiedades más adecuadas para el intento, y que por todos títulos son más al propósito para el de misioneros. Esto coadyuva en parte a que no todos los sujetos que van en las misiones puedan tener el destino de ir a predicar a los infieles, pero no hay duda que se debería dedicar a este ejercicio número más crecido del que se destina a él, mediante que lo es también el de los que descubren capacidad para ello. 75. Las otras religiones no siguen esta política aún para proveer los curatos de aquellos cortos pueblos que tienen en los países de infieles, pues los sujetos que se proveen en ellos son aquellos a quienes, por no estar graduados, por no tener valimiento, o por no considerarlos dignos de curatos de utilidad dentro de los países de españoles, los destierran a ellos, dándoselos como en método de pensión, para que les sirva de mérito el haberla tenido en las incomodidades de aquellos temples, y se habiliten con él a tener derecho en adelante a otros curatos mejores. De modo que no se paran en la madurez del sujeto, en sus buenas costumbres, en su fervor y celo, en su agrado y agasajo, y en otras muchas circunstancias precisas en los que han de ser misioneros, sino solamente en poner un cura que redima de esta carga a los religiosos graves, a los capaces y a los que deberían emplearse en la predicación del Evangelio y, en una palabra, van a salir de la obligación, aunque no cumplen con ella. 76. Contribuye también, y no poco, para que la Compañía no destine a las misiones el mayor número de sujetos que pudiera tener empleados en ellas, la falta de fomento y de seguridad en las naciones que se reducen; lo cual no sucedería si en la ciudad capital de las misiones del Marañón hubiera gente que los pudiera sostener y causar respeto entre los indios, de la cual convendría se hiciesen destacamentos, y que éstos hubiesen de residir en los pueblos que nombrasen los mismos misioneros, según conviniese, para estar inmediatos, más o menos, a las poblaciones que fuesen reduciendo. Lo cual necesitaba tanta formalidad y orden que no se saliesen de los preceptos que les impusiesen los misioneros, y que no cometiesen extorsiones contra los indios, o que pudiesen servirles de mal ejemplo, porque en tales casos serían de más perjuicio que de utilidad. 77. Los indios son de tal naturaleza que, aunque se hace indispensable para civilizarlos que tengan a la vista algún temor, ha de ser esto con una templanza tal que no lleguen a horrorizarse con él, sino que sólo sirva para contenerlos y para que conozcan que están prontas las fuerzas a sujetarlos si dan motivo a usar de ellas abusando de la bondad con que se les trata. Este solo temor basta para que ellos no piensen en inquietudes, ni se alboroten; pero en faltando de su vista falta igualmente en ellos la sujeción y les sirven de poco o de ningún temor las simples amonestaciones de los misioneros. Las misiones que tiene la Compañía en las orillas del caudaloso río Marañón están sujetas con la inmediación de la ciudad capital de San Francisco de Borja, porque de ésta ha solido despacharse gente en socorro de los misioneros cuando lo han pedido, aunque han ido tan tarde y han sido tan cortos que sólo han bastado para contener a los demás pueblos y no para escarmentar a los ya sublevados. Por esta razón se hacía preciso que hubiese en la ciudad de Borja gente a quien se le pudiese obligar a tomar las armas, y que acudiese con prontitud a dar los socorros que fuesen necesarios, y puesto que se nombra un gobernador de Maynas, que lo es de aquellas misiones, debería tener esta gente a su mando, dándosele orden de que, siempre que los misioneros le pidiesen auxilio, lo hubiese de dar sin la más leve detención, ya fuese contra los indios infieles, contra los de los pueblos cuando hiciesen algunos alborotos, o contra los portugueses, si entrasen a inquietarlos para aprisionar a los indios ya reducidos y llevarlos por esclavos a sus chácaras y trapiches, como lo han ejecutado en varias ocasiones atrevidos con la confianza de ver el desamparo y ninguna resistencia que tienen estas misiones, y que no hay fuerzas prontas para castigar la osadía con que se arrojan a cometer estas hostilidades. 78. Así como tenemos dicho en la primera sesión que convendría al resguardo del puerto de Atacames y al bien de Quito que se despachasen a él todos los delincuentes que dejan de ser castigados por no tener inmediato el recurso de presidio adonde poderlos enviar, y todos los mestizos ociosos, que viven sin oficio ni beneficio atenidos a lo que hurtan, del mismo modo convendría hacer una repartición o, mejor dicho, una asignación de los corregimientos de toda la provincia a los gobiernos de Yaguarzongo, Macas, Maynas y Quijos para que cada uno desterrase la gente de esta especie al paraje que le correspondiese, los cuales, una vez puestos allí, habían de cumplir el tiempo de su destierro. Aquellos que fuesen como tales trabajarían sirviendo en el mismo modo que todos los presidiarios, y finalizado este tiempo de su condena se les había de precisar a que se mantuviesen allí, volviendo a despacharlos las justicias cuando intentasen restituirse a las jurisdicciones de los corregimientos. Los que no fuesen por más delitos que el de ser vagabundos (gente que abunda tanto en toda aquella provincia que con ella solo sería bastante para poblar el distrito de todos los gobiernos), a éstos no correspondía darles más pena que la de haber de residir en los sitios adonde perteneciesen según la ciudad, villa o asiento donde hubiesen sido aprendidos, dándoles tierras de las muchas que hay incultas, para que las labrasen y se pudiesen mantener. Pero unos y otros habían de estar obligados a tomar las armas siempre que se ofreciese la ocasión, como lo hacen ahora los que viven en todas aquellas poblaciones circunvecinas a los infieles. 79. A esta gente que se destinase para los gobiernos de Yaguarzongo, Macas, Maynas y Quijos, era forzoso darles ración de víveres por algún tiempo, ínterin que aquello tomaba formalidad, y a todos el primer año después de llegados, hasta que ellos por sí tuviesen frutos de sus labores particulares. Y como sería un costo muy crecido e insoportable si se hubiese de hacer del Real Erario, para evitarlo y que no faltase la providencia necesaria se debería disponer que el ejercicio de los forzados fuese de desmontar tierras, hacer siembras y criar ganados para los almacenes reales. Y porque si esto se ponía al cargo del gobernador, o no sería cuidado y fomentado con el celo que requiere, o, según la costumbre de aquellos países, sería aumentarle este ingreso, el cual no llegaría nunca el caso de que se emplease en beneficio del común y en adelantamiento del fin con que se instituía, respecto de que esta providencia debería mirarse como anexa y correspondiente a las misiones, se había de disponer que las mismas misiones pusiesen coadjutores en las haciendas, y un procurador en la ciudad capital, para que por su disposición corriese el cultivo de las tierras, las siembras, las cosechas y la repartición de raciones. Con esto, no solamente estarían aquellas gentes abastecidas de todo lo necesario para el sustento, sino que sobraría para dar socorros de víveres a los pueblos que lo necesitasen, y particularmente a los modernos. 80. Todo esto parece difícil porque nunca se ha hecho, pero no lo es en unos países donde sobran tierras y gentes. Sobran tierras y son tan dilatadas las que no reconocen más dueños que a los indios bravos, y muchas ni aun a éstos, que pudieran ser reinos muy grandes; y sobran gentes porque en todos los países está de más tanta abundancia de mestizos como hay en ellos, sin servir ni para el cultivo de las tierras, ni para el ejercicio de las artes, ni para otra cosa más que para vivir de lo que la malicia y la mala inclinación les induce. En otro país donde faltasen estas dos circunstancias tan precisas, sería impracticable esta idea, pero no en aquel donde sólo falta dirección para que se ejecute, celo para adelantar, y constancia para permanecer en el empeño de lo que se proyecta. Ya se ve que los ministros de acá no pueden promover estas cosas faltándoles los informes que necesitarían para disponerlas y ordenarlas, lo cual nace de que los que van allá con empleos, no llevando otra mira si no es la de ver lo que pueden sacar del oficio que se les confiere, se les da poco de que se adelanten las conquistas, ni de que decaigan los dominios del rey; aquello no les conviene que se ejecute en sus tiempos, porque si hubie-ran de poner en ello la atención, les haría falta tiempo para granjear, y así huyen de informar lo verídico, si es que alguna vez informan; y con esto último tampoco les está bien informar, porque son ellos la causa de todas las decadencias que se experimentan en aquellos reinos. 81. Supuesto, pues, que en sola la religión de la Compañía se reconoce el correspondiente celo para adelantar las conversiones, que los modales y costumbres de las otras no son adecuadas para ello, y que la Compañía lleva a las Indias cuadruplicado o quintuplicado número de sujetos más del que emplea en sus misiones en el gobierno de Maynas, se le debería precisar a que estableciese misiones en los otros tres de Yaguarzongo, Macas y Quijos, y de este modo podrían dirigir en todos ellos las haciendas que se formasen para la subministración de víveres, a fin de que nunca llegase el caso de que entrasen en la dirección de los gobernadores, ni de otros que no fuese en la suya, porque lo mismo sería salir de su conducta que malograrse el fin enteramente. Es claro que la emulación y la envidia no dejaría de estar alerta contra la Compañía, publicando que la mayor utilidad de estas haciendas se la aplicaba a sí, y aunque convengamos en que sucediese así, no faltaría nunca lo necesario para las raciones que se hubiesen de subministrar, en cuya forma podía dárseles de barato el que se aprovechasen de lo restante, pues se lograba el intento, debiéndose lo demás atribuir a su buena industria, a su aplicación y a la formalidad de su gobierno. 82. El primer paso que se debe dar para que esto tenga efecto, y sea útil en los gobiernos la gente que hubiera de destinarse a ellos, consiste en que se les provea de armas, sobre lo cual se ha dicho lo bastante en la sesión segunda. Y aunque allí no se incluyeron las que se de-berían asignar a cada uno de estos gobiernos, fue porque ínterin que no se determina que se pueblen aquellos países y se destina gente para ello tomando las medidas necesarias, no hacen mucha falta, aunque no dañaría tampoco el que se despachasen algunas para el uso de los moradores que al presente tiene cada una de aquellas poblaciones. Y como todas están igualmente expuestas a los insultos de los indios, en caso de enviarse era preciso ordenar que las que fuesen destinadas para cada gobierno estuviesen repartidas en los pueblos principales, a la dirección y cuidado de los gobernadores y de sus tenientes. 83. Estos gobiernos se deberían proveer, ya que no se hiciese lo mismo con todos los corregimientos, como se ha dicho en su lugar, en militares, sujetos experimentados, y de edad madura, no tanta que no estuviesen capaces para salir a campaña contra los indios cuando llegase la ocasión, pero no convendría que fuesen de tan poca edad que pudiesen aspirar a hacer un caudal sobresaliente para gozarlo después fuera de aquellos empleos, sino, antes bien, que sabiendo tenían un buen sueldo para mantenerse, procurasen permanecer allí hasta que los méritos de cada uno los hiciesen acreedores de otras mayores confianzas. No convendría tampoco que se les diesen los gobiernos por tiempo limitado, a fin de que viéndose con renta para toda la vida si obrasen bien, mirasen con amor el servicio del rey, procurasen fomentar las misiones y hacer por su parte las conquistas que se proporcionasen para agrandar la jurisdicción del gobierno, lo cual había de ser con dictamen del superior de las misiones, y siempre quedaba abierto el campo para privarlos de los empleos cuando su conducta no fuese la más acertada, cuya autoridad se le debería conferir al virrey, y la de que nombrase un gobernador ínterin, pero no más que por el tiempo que tardase en ir otro de España nombrado por Su Majestad, para que los virreyes no pudiesen tener interés en poner gobernadores de su facción, ni dar lugar a que la envidia pusiese mal con ellos a los legítimos, valiéndose de este medio para disfrutar el empleo. 84. Estos gobernadores deberían hacer informe, una vez cada año, directamente a Su Majestad, del estado de las misiones, para que los ministros se enterasen en el adelantamiento que tuviesen, y de si cumplían las órdenes dadas tocantes al despacho de la gente que se debería enviar. Asimismo sería conveniente que el superior de cada misión enviase anualmente una relación del estado de las que estuviesen a su cargo, y de la conducta y celo del gobernador, para que, confrontando una con otra, se viniese en conocimiento de la realidad. También se le debería obligar al gobernador a que enviase razón de todos los sujetos que estuviesen empleados en ellas, y teniendo otra de los que fuesen de España cada vez que se enviasen misiones, se sabría el destino de todos. 85. Mucho convendría que se le obligase a la Compañía a que todos los sujetos que no fuesen aptos para emplearse en las misiones, que los hubiesen de volver a España a su costa, y llevar otros en su lugar sin que el Real Erario les contribuyese con nada para el transporte de este reemplazo. Y con esto se evitaría el que llevasen muchos que, luego que llegan a las Indias, dejan la sotana y quedan de seglares, porque regularmente son muchachos que la toman para pasar a las Indias, de donde redunda el perjuicio que se hace a España de sacarle gente cuando debería añadírsele, y al Real Erario de hacerle contribuir en la conducción de sujetos que no se emplean en el fin a que van destinados. Y pues las demás religiones no tienen misiones formales en aquellas provincias, y que los sujetos que llevan con este título es puramente con el fin de mantener la alternativa y de su propio interés, convendría que absolutamente se prohibiese el que llevasen ninguno, y se ordenase que las misiones que hoy tienen pasasen a la Compañía, puesto que, como se dirá en la sesión a donde corresponde, no son aptos para estos ejercicios, y antes bien perjudiciales por la mala conducta que guardan. 86. En todo lo que hemos visto de las Indias hemos encontrado igual conducta en las religiones que la que guardan en Quito, y de esto debemos inferir, no sin razón, que es correspondiente a la que tienen en aquella provincia, en las demás, por lo tocante a misiones; por lo cual convendría que en todas se ejecutase lo mismo que en ella, a menos de que de nuevo quisiesen volver a hacerse cargo de las misiones, ofreciendo poner más eficacia en su adelantamiento. Pero si se viese que no lo cumplían después de pasados algunos cortos años, como en término de seis u ocho, entonces se les deberían quitar y hacer que la Compañía las tomase todas a su cargo. 87. Ningún otro medio que el que queda propuesto de destinar la gente haragana y ociosa de aquellas provincias o corregimientos a las misiones, es capaz de facilitar el adelantamiento que se puede desear. Ni ningún otro se puede hacer con menos costo del Real Erario, porque aunque se envíe gente a descubrir y conquistar aquellos países, precisamente se les ha de dar sueldo y es preciso hacer víveres para la expedición, y enviar socorros de ellos y de gente, y no siendo posible que se vayan estableciendo los mismos conquistadores en lo que fueren ganando, precisamente han de volver a sus países, y entonces quedan abandonados los que se han reducido y los indios sin ninguna sujeción, con que fácilmente volverán a negar la obediencia. Así se ha experimentado en el poco efecto que han hecho las expediciones formadas en Quito para ir al Marañón, y en otras que se promovieron en Cuenca para ir a descubrir, en el gobierno de Macas, la ciudad de Logroño y población de Guamboya; en unas y otras se hicieron grandes expendios de caudales, sin ningún fruto. Bien pudiéramos citar los tiempos y conformidad en que se han hecho estas entradas, pero no lo haremos por no dilatarnos más en estas relaciones. 88. Asentada ya el propuesto medio como el único y el de menos costo para hacer las reducciones de aquellos países hasta ahora no conocidos, resta decir el orden que se debe guardar en ello para que todos los gobiernos reciban la gente que puedan necesitar, y para que, a un mismo tiempo, se pueblen y adelanten las conversiones con igualdad. Para ello se debería disponer que cada corregimiento envíe su gente al gobierno que le perteneciere, por cuyo arreglamiento los de la villa de San Miguel de Ibarra y de Otavalo enviarán los suyos al gobierno de Quijos; los de Quito, al de Esmeraldas o Atacames; los de Latacunga y Riobamba, al de Maynas; el de Cuenca, a Macas, y el de Loja, a Yaguarzongo. Pero si la gente que pudiere ir a establecerse de estos corregimientos en los gobiernos de su pertenencia, no fuese bastante para la que necesitan algunos, en tal caso se le puede agregar parte de otro a donde la haya con exceso; como, por ejemplo, de los dos corregimientos de la villa de San Miguel de Ibarra y de Otavalo no habrá mucha gente que enviar al gobierno de Quijos, y en el de Quito excederá la que se podrá remitir a la que necesite Atacames, de éste se puede asignar alguna para Quijos; los de Latacunga y Riobamba pueden dar bastante número a Maynas, y asimismo los otros dos a sus correspondientes. En cada corregimiento se ha de disponer que los ayuntamientos, si fueren ciudades o villas, o los corregidores, siendo asientos como los de Latacunga, Ambato y Alausi, o pueblos como el de Otavalo, tengan un libro a donde se asienten los que se destinaren para los gobiernos, con su filiación y reseñas, de las cuales habrán de enviar copia a los gobernadores para que éstos las trasladen a sus libros; y en caso de que alguno deserte, sea de los que se desterraren por delitos o de los que se enviaren por vagabundos y ociosos, habrá de escribir en su seguimiento el gobernador a todos los corregidores para que lo soliciten y vuelvan a remitírselo inmediatamente; por cuya fuga se puede establecer que el que la hiciere quede condenado en hacer servicio de presidiario por espacio de dos años, y si lo fuere, que se le carguen estos dos años más. 89. Toda la dificultad de este asunto estriba en que se observe esta providencia con puntualidad, y en esto es en lo que no se encuentran muchos recursos por el poco o ningún aprecio que merecen allá las órdenes que se envían de acá. Los corregidores, aunque lo quieran celar mucho, no lo podrán conseguir porque la gente lucida de aquellas ciudades y villas no se lo permitirán, mediante que la casa de cada uno es un sagrado, y que toda esta gente ociosa encuentra asilo en ellos con sólo la relación de emplearse en ser mediadores de las vilezas que cometen por haberse acogido a su amparo; de modo que no habría otro medio más que el de hacer en alguno un ejemplar para que los otros supiesen que habían de reconocer sujeción a la justicia, como lo ejecutó en Lima el marqués de Castelfuerte siendo virrey, cuyo caso nos parece digno de este lugar. 90. Antes que el marqués de Castelfuerte pasase a gobernar el Perú en 1724 sucedía en Lima lo mismo que está pasando ahora en las demás ciudades del Perú, y es que la casa de cada caballero particular era un sagrado a donde ni la jurisdicción de la justicia, ni el respeto del virrey, podía alcanzar. Cometió uno de aquella gente ordinaria un delito y, para librarse de que la justicia lo castigase, se acogió a la casa de uno de los caballeros de allí. Preguntó el virrey, cuando le dieron parte del hecho, si lo habían preso, y habiéndole dicho que no, quiso saber el motivo, y habiéndose impuesto en que era porque estaba retirado el reo a la casa de aquel caballero, a donde no podían prenderlo, mandó al alcalde ordinario ante quien corría la causa, que inmediatamente fuese a prenderlo. El dueño de la casa no se hallaba en ella, pero estando su mujer, rechazó al alcalde con demasiada altivez y aun con amenazas de que, si repetía el atrevimiento de violar su sagrado, haría que entre sus esclavos y domésticos le ayudasen a castigar la osadía. El alcalde, que también era uno de los caballeros de allí, hallando esta resistencia y disimulando el vituperio con que la señora le había tratado, para no exasperar el ánimo del virrey le dio a entender que el caballero estaba fuera de la ciudad, en una hacienda suya (como era cierto), y que no hallándose en la casa más que la señora, en quien había encontrado alguna displicencia, causada de que empezase por ella el ejemplar de que allanasen las casas de la gente de distinción, no había tenido por conveniente el pasar adelante en la diligencia. Y como el virrey instase en que volviese a llevarle el reo o que, de lo contrario, lo haría poner a él en la cárcel en el lugar que correspondía al delincuente, se vio precisado a pedirle por merced que lo excusase de este lance, en lo cual le evitaría un desaire y cuento que podía traer consigo malas consecuencias, y que se sirviese tomar otra providencia en que él no interviniese. Con este motivo mandó el virrey al capitán de su guardia de caballos que fuese a prender al reo de su orden, pero irritada la señora, más que con el alcalde contra él, lo puso en el estrecho de volver al virrey, diciéndole descubiertamente lo que pasaba, y hecho cargo de ello, mandó entonces que fuese una compañía de infantería o un destacamento de tropa, y que cercasen toda la casa, y en caso de que la señora continuase en hacer resistencia, que a ella, a toda la familia y al reo se prendiesen y fuesen puestos en la cárcel pública, a excepción de la señora, que quería la llevasen primero a su presencia para destinarla después prisión correspondiente. Con esta orden volvió el capitán de caballos a continuar su diligencia, y aunque ya estaba armada la señora con todos los criados para recibirlo, al ver cercada la casa y saber lo que el virrey mandaba, hubo de ceder y dejar que la allanasen y que sacasen el reo que se hallaba dentro. 91. Viendo el marqués de Castelfuerte que el no castigar aquella despotiquez era exponerse todos los días a un lance, y no pudiendo ejecutarlo como correspondía en una señora (que son las que sacan la cara en semejantes ocasiones), envió inmediatamente un destacamento de caballería a la hacienda en donde estaba el caballero dueño de la casa, con orden de que lo llevasen preso a Lima. Hízose así y, sin dar treguas, lo condenó inmediatamente a Valdivia, para cuyo fin despachó, sin otro motivo, una de las fragatas que estaban en El Callao, dejando burlados los empeños del arzobispo, de todo el cabildo eclesiástico, de los oidores y de todo lo lucido de la ciudad, que quiso interceder por él, pero inútilmente; y no llevando tiempo determinado en el destierro, lo mantuvo en él hasta que murió lleno de pesar. Este caso hizo que decayese tanto la altivez y presunción de aquella nobleza que, por huir de semejante peligro, ninguno pensó en adelante en recoger en su casa a los que huían de la justicia. 92. Es cierto que aquel sujeto padeció una pena algo mayor que la que parece proporcionada a su culpa, y así lo conocía el marqués de Castelfuerte, pero decía que si los maridos no permitiesen tales atrevimientos y desacatos contra la justicia a sus mujeres, no las cometerían éstas, y que no habiendo otro medio para contenerlos, era forzoso castigar al marido, porque así padecían éste y su mujer. Toda aquella ciudad trataba al marqués de Castelfuerte, con este caso, de injusto, de cruel y de voluntarioso, pero era tal el respeto que le tenían que ninguno se atrevía a decirlo tan alto que pudiese llegar a hacer eco en sus oídos. Y después que pasaron estos primeros lances con que reformó la máquina de abusos que encontró allí, ningún virrey ha sido (según el concepto de todas aquellas gentes) más justo, caritativo, afable y propio para gobernar, que él, pues lo que al principio le objetaban era lo que después sentían todos más en abono y beneficio del común, que era el que no dispensaba castigo en el que lo merecía, ni se vencía a los presentes, a los ruegos, ni a las súplicas. 93. Uno de estos ejemplares era tan preciso, como en Lima, en cada una de aquellas ciudades capitales y corregimientos para domar la altivez de sus vecinos y hacerles que tuviesen respeto a la justicia y que venerasen, como es justo, las órdenes reales que se envían de acá, y así podría tener efecto lo que se propone del destierro que se debería hacer de toda aquella gente perdida, a los gobiernos. Pero sin esto, es empresa tan ardua que, a no juzgarla enteramente por imposible, la concebimos muy poco menos, y que nunca podrá tener formalidad. 94. Pero no milita esta dificultad en lo que tenemos dicho en la sesión primera tocante a la gente que se debe enviar a España, por cuanto aquella providencia no puede defraudarse en su cumplimiento, mediante el que la gente que se repartiere en cada corregimiento ha de venir a España, y se ha de saber por la que llegare, si se cumple o no lo determinado; lo cual no sucede en la misma forma con la que se destine a los gobiernos, porque, quedándose allá, habrá más arbitrio en aquellas gentes para usar de su despotismo, y en la distinguida más atrevimiento para apadrinar la inobediencia contra el cumplimiento de estas órdenes, además de que, mirando aquello como destierro y castigo, siempre infundirá en ellos más repugnancia que el venir a España, a lo cual no tendrán tanta oposición, así porque todos apetecen el ver los reinos de Europa, como por mirar como cosa honorífica el venir para emplearse en servicio del rey. Y así habrá muchos que, sin ninguna violencia, querrán venir a España, y ninguno que convenga en desterrarse a los gobiernos, dejando su patria por éstos. 95. Supuesto que se lograse vencer la dificultad anterior, queda que satisfacer a varias objeciones que se pueden poner, y se reducen a que, siendo gente inquieta estos mestizos que se desterrasen a los gobiernos, holgazana y viciosa, sería de temer en ellos alguna sublevación; la segunda, que siendo varones todos los que se desterrasen, y no enviándose mujeres, nunca podrían aumentar la población. Estas son las dos más principales tocante a esta gente, y luego hay otra perteneciente a la Compañía, que sería la de que, haciéndolos depositarios de todas las haciendas, se alzarían al fin con su propiedad, y quizás se harían absolutos de todos los países que perteneciesen a misiones, como se dice del Paraguay; cuyos asuntos satisfaremos en particular, como mejor alcanzaremos. 96. Claro es que si se enviasen mestizos contra su voluntad a un país donde no hubiese más que el gobernador de él, los misioneros e indios infieles, es natural el que, huyendo del destierro, se sublevasen contra los pocos a quienes habían de estar sujetos, para recuperar la libertad. Pero esto no sucedería así en aquellos gobiernos, mediante el que, aunque están despoblados, no lo están tanto que falte gente en ellos para sujetarlos, y así los llamamos despoblados porque en realidad lo están a proporción del país. Para ejemplo de esto traeremos a la consideración el gobierno de Macas, el cual consta de una ciudad, que es la capital, Sevilla del Oro, vulgarmente llamada Macas, y un pueblo principal, que es Zuña; Sevilla del Oro tiene cuatro pequeñas poblaciones por anejos, que son San Miguel de Narváez, Barahonas, Yuquipa y Juan López; y Zuña tiene tres, cuyos nombres son Pairá, Copueno y Aguayos. En todos éstos se pueden juntar hasta 800 hombres de armas, que son muy suficientes para tener sujetos los que se le fuesen enviando del corregimiento de Cuenca, porque, cuando más, irían treinta o cuarenta hombres en cada un año, y aunque fuesen tantos que llegasen a cien, ni harían falta en el corregimiento de donde se sacasen, ni serían bastante para dar ninguna zozobra, mayormente cuando los gobernadores tendrían cuidado de no hacer mucha confianza de ellos hasta que hubiesen sentado el pie y estuviesen avecindados, lo cual no sería difícil, porque así que se casasen y que estuviesen acostumbrados al país, sucedería con ellos lo mismo que con todos los nuevos pobladores, y lo que sucedió con los que ahora están haciendo allí sus moradas, cuando los llevaron, además de que esta dificultad no podrá durar más que los seis u ocho primeros años, ínterin que se empieza a entablar comercio, mediante que, luego que lo haya, no será necesario el hacerlos ir por fuerza, pues de los mismos que entran y salen manteniendo el tráfico, quedarán muchos allí voluntariamente. 97. A correspondencia de las poblaciones que tiene el gobierno de Macas son las que hay en los otros cuatro, con la diferencia de que en éstos es algo mayor, aunque corta, la diferencia; con que de ningún modo hay peligro en enviar esta gente, la cual, sabiendo que ha de permanecer allí y teniendo de qué mantenerse, en poco tiempo olvidará el engreimiento de su patria, y ellos mismos conocerán su bien, cuando lo empiecen a gozar. 98. Para satisfacer a la segunda objeción que siendo varones todos los que se desterrasen, y no enviándose mujeres, nunca podría aumentar la población , hay un medio tan adecuado como el antecedente, y de no menos beneficio para la ciudad, villa o pueblo de donde se sacasen las mujeres, que el de quitarle los vagabundos. Consiste, pues, en disponer que todas las mujeres, sean blancas o mestizas, que están en mala vida, o con seglares, con religiosos o con otros eclesiásticos, se envíen inmediatamente desterradas al gobierno donde pertenecieren o, si pareciese más conveniente para que los mestizos y españoles no repugnen el tomarlas por mujeres legítimas habiéndolas conocido en su mala vida, aunque entre ellos no es muy reparable esta falta, se puede disponer que las de Quito (por ejemplo) vayan a Macas, y las de Cuenca a Esmeraldas. Y en esta forma, cambiándolas de los unos a los otros, e imponiendo en los gobiernos severos castigos para los que viviesen mal, o la pena de servir dos años de forzados, se les obligaría a que se casasen, que es el modo de que se aumenten las poblaciones. Con esta providencia se evitaría aquel escándalo tan terrible que hay en todas aquellas partes, y el ejemplar de estos castigos podría contribuir a que hubiese recato y menos desorden en las mujeres, sabiendo que no había de haber remisión en el destierro. 99. La ejecución de esta providencia aún es más ardua que la de enviar a los hombres vagabundos, no obstante el ser ésta tan difícil como se ha dado a entender. Y proviene de que las comunidades y demás eclesiásticos están allí sobre un pie tal que no solamente ellos gozan del fuero eclesiástico, sino que no hay juez que se atreva a violar el sagrado de las casas articulares que tienen fuera de la comunidad, donde viven con las concubinas, ni quien tenga osadía para emprender nada contra aquellas mujeres que corren de su cuenta. Esta es la dificultad inexpugnable que se encuentra en todo este asunto y la que no alcanza a vencer nuestro discurso por más que quiera buscar medios que la allanen, como se reconocerá por lo que diremos en particular sobre este asunto. Pero aunque no fuesen determinadamente estas mujeres, y que pareciese injusto condenar a unas y dejar a otras, que tienen mayor delito, sin pena, podrían enviarse todas las que redujesen su mala vida a la que tienen con los seglares, porque al paso que las otras son muchas, no son pocas éstas, y tantas que sobrarían para los hombres que se enviasen. 100. Puede decirse también que esta gente hecha a malas costumbres no convendría que estuviese a vista de unas que empezaban a convertirse, pero extra de que, según llevamos dicho, los institutos que allí se estableciesen les obligarían a que las mudasen en buenas, éstos que se enviasen no debían habitar en los pueblos de modernas conversiones, sino en donde los gobernadores hiciesen su residencia, que regularmente es en las capitales, hasta que después que estuviesen ya acostumbrados a las nuevas reglas de vida que se les diesen, pudiesen ir esparciéndose en las poblaciones que ellos mismos formarían interpoladas entre las de los indios; enseñándolos a que los tratasen como a otros hombres no diferentes de ellos, perderían el hábito que tienen de servirse de ellos, como lo ejecutan en los países españoles, de ajarlos y tratarlos con indignidad, para lo cual contribuiría mucho la primera institución de hacerlos que por sí cultivasen la tierra y sirviesen en los demás ejercicios y ministerios, aunque fuesen españoles (que es el nombre distintivo que tienen en aquellas partes para dar a entender que son blancos). Con esto perderían la gravedad y el aborrecimiento con que miran todos los trabajos, porque ellos mismos han establecido el abuso de que se hagan por los indios. 101. La última objeción, que se dirige contra los padres de la Compañía, es, a nuestro parecer, la de menos fundamento, aunque no se conciba así; porque el poner a su cargo y dirección las haciendas, y a su conducta los presidiarios, ni sería darles aquéllas, ni tampoco apropiarles por esclavos hombres libres. Las haciendas se pondrían en su poder como en administración, y cuando hubiese tantas tierras desmontadas y aplicadas al cultivo que sobrasen para las que serían necesarias al fin de tener abundancia de simientes y raíces correspondientes a las que se hubiesen de distribuir en raciones, entonces se aplicarían al común de cada pueblo las que sobrasen, o se repartirían por mitad entre indios y españoles o mestizos, con prohibición de que ningunas se pudiesen vender, para que con este motivo no se les quitasen a los que tuviesen más derecho a ellas, para adjudicárselas a los hombres ricos. Y para que éstos pudiesen tener haciendas correspondientes a sus caudales, porque siempre conviene que en las poblaciones haya vecinos acaudalados, se les concede-ría que pudiesen desmontar a su costa las tierras que eligiesen, como fuese por lo menos una o dos leguas en contorno de las poblaciones y apartados de ellas, y todas las que desmontasen y cultivasen quedarían para siempre en beneficio de los que lo hiciesen. Esta distancia que señalamos apartada de las poblaciones, es para que las tierras comprendidas en ella quedasen reservadas a los indios y gente pobre, que necesita tener las suyas más cercanas a los pueblos para cultivarlas y acarrear sus simientes con comodidad. Si sucediese que la Compañía no se ciñese a tener una buena conducta en la administración de aquellas tierras que administrase, cuyo caso no nos parece que se llegaría a experimentar, queriendo apropiárselas, entonces quedaba el recurso de informar al soberano para que, en su inteligencia, pudiese ordenar que pasase al gobierno que hubiese dado la queja un ministro de su Consejo de las Indias para que lo visitase, y dejando para el común de los recién idos las que fuesen necesarias, repartiese las otras entre el común del vecindario. Pero si la querella fuese injusta, se le daría facultad y mandaría por orden que castigase severamente a los promovedores de ella, por sediciosos y alborotadores. 102. Como sería conveniente que en cada gobierno hubiese colegios de la Compañía a proporción que fuese grande su población, convendría que, para su fundación y subsistencia se les adjudicase la décima parte (y si pareciese poco, otra mayor) de todas las tierras que se fuesen repartiendo entre el común. Y además de éstas, les sería permitido el que, a su costa, pudiesen desmontar, fuera de los términos señalados, las que les pareciesen, a fin de que tuviesen buenas haciendas y pudiesen mantener bastante número de sujetos, el cual habría de ser correspondiente a las poblaciones, para que con ellos se pudiesen remudar los misioneros cuando unos estuviesen cansados, y acudir a las demás obligaciones de su estado e instituto en las poblaciones de españoles. 103. Como en estos gobiernos se menoscabarían muchas armas por el motivo de ser preciso usarlas frecuentemente en las salidas que se hiciesen contra los indios infieles, convendría que cada año se enviasen a cada uno 25 ó 30 armazones completos para infantería. Y la mayor parte de las que se destinasen a ellos, o todas, habrían de ser para infantería, que es en la forma que puede combatir la gente contra los indios en aquellos parajes, por ser todos ellos montuosos, fragosos y encenagados, pero si fuesen necesarias algunas de caballería, se podrían enviar cuando los gobernadores las pidiesen diciendo ser convenientes. 104. Convendría que se ordenase también a los oficiales reales a quienes tocase, que pagasen los sueldos de los gobernadores de estos países de misiones mensualmente, o como ellos lo quisiesen recibir según les tuviese más cuenta, pero con preferencia a todo otro, especificándose que aún a los de presidentes y oidores, sin descontarles ninguna cosa en la Caja Real, para que, nombrando cada gobernador su apoderado, estuviese socorrido con puntualidad y no necesitase salir del distrito de su gobierno para ir a la Caja Real a hacer pretensión de que se les socorra con lo que se les debe del sueldo, como sucede ahora. Pues como los oficiales reales los detengan la paga y no puedan conseguirla sino a costa de mucho tiempo de empeño y de cederles, por vía de regalo, una parte de ella, resulta el que lo más del tiempo se ven precisados a residir fuera del gobierno, lo cual no convendría entonces por ningún modo. 105. De la población y reducción de aquellos países, que al presente lo están únicamente de indios infieles, resultarían grandísimos beneficiosa Dios, al rey y a todos los españoles. El principal de ellos, con el cual no se puede comparar ningún otro, sería el de propagar la fe católica entre la muchedumbre de naciones bárbaras que los habita, dilatando la ley evangélica en ellas y sacando de la esclavitud del demonio tanta inmensidad de almas como se pierden por no haber entrado allí la caridad de la ley de Jesucristo. Este solo triunfo bastaría para no dilatarles a aquellas gentes tanto bien por más tiempo, rescatando sus almas con el conocimiento de la fe. Pero ya que nuestra fragilidad sea tanta que, para moverse a las cosas divinas, necesita ser estimulada de algún interés propio, en ninguna parte podrá encontrarlo mayor que en aquellas empresas, gloriosas por todos títulos, pues al paso que lo son para la mayor honra de Dios, lo son también para hacer próspera la nación española con el mucho usufructo que puede sacar de aquellos países. 106. Poblados tan vastos territorios como lo son aquéllos, y reducidos a la verdadera ley sus habitadores, se podría dar cultivo a las muchas plantas articulares que producen. De allí se podrían sacar la canela, tan exquisita como la del Oriente; la vainilla, tan selecta como la que producen otras provincias de las Indias, o mejor; el estoraque, fragantísimo, y las varias especies de gomas, resinas y frutos que, con particularidad y admiración, derraman aquellos bosques. Allí se podría trabajar en las muchas minas de oro en que se trabajó en aquellos primitivos tiempos de la conquista, cuando algunos de aquellos gobiernos estuvieron en más prosperidad que la que tienen al presente, y desentrañando de la tierra los minerales de otras especies que encierra, se podría hacer un comercio grande, dándole a las naciones extranjeras lo que ellas venden en crecidos precios a los españoles por la falta de aplicación que ha habido en hacer que florezca el comercio de frutos de las Indias, nacido de haber estado reducido a metales ricos de oro y plata, por la lisonja de la primera impresión que hacen a la vista. 107. Además de los beneficios antecedentes se conseguirían otros muy ventajosos, y entre éstos el de limpiar aquellas provincias de la gente ociosa que la infesta de vicios, y el de acostumbrarla a trabajar y a sacudir la pereza y la demasiada presunción con que están engreídos; cuyos fines serían bastantes para no dejar de poner en planta esta providencia, aun cuando no concurrieran los poderosos que quedan dichos. 108. Lo mismo que decimos de lo tocante al modo de fomentar y proteger las misiones de la Compañía, y el de entablarlas en los gobiernos de la pertenencia de Quito donde no las hay, se debe ejecutar en los países dependientes de las demás provincias, particularmente en aquellos reinos del Perú, mediante el que, a muy corta diferencia, concurren en todos ellos unas mismas circunstancias. Y si la riqueza de algunos en minerales, frutos y gomas no fuere la misma que en los que llevamos citados ahora, habrá otros equivalentes que las hagan dignas de estimación. 109. Entre las providencias que podrán contribuir a la mayor facilidad de la conversión de aquellos indios, no serán las que menos conduzcan a este fin las que tocamos acerca del modo de haberse con los indios, en las sesiones antecedentes. Porque el ejemplar de verse bien tratados con la estimación que les perteneciese, con comodidades para la vida que no pueden gozar mientras que permanecen en sus bárbaras costumbres, y con tranquilidad, no teniendo sobre sí la presión de estar sujetos a las continuas y crueles guerras que se hacen unas naciones a otras, los inclinaría a que ellos mismos se entregasen a la suavidad de las leyes, y que recibiesen el Evangelio. Así lo conseguían los emperadores incas cuando formaban aquel imperio, pues muchas naciones grandes y poderosas se les sometían voluntariamente para gozar de los beneficios y comodidades que adquirían por su medio; y las que voluntariamente se entregaban, se hallaban tan bien debajo de sus leyes, y con las demás providencias y disposiciones de su gobierno, que nunca pensaban en ser desleales, y sólo se vio ser excepción de esta regla alguna otra muy rara nación, de las más bárbaras, que por estar viviendo de su natural como fieras, procuró sacudir el yugo del imperio para quedar libre del de la razón, porque a la verdad, todas conocían que ningún otro gobierno, ni el suyo propio, les podía ser más aventajado que el de los incas. Cierto que, en este particular, se hace digno de la mayor admiración y de todo aplauso el ver en unos pueblos tan poco cultos como los de los incas en aquellos tiempos de su gentilidad y del primer establecimiento de aquel imperio, la suma política de sus leyes, el buen orden de ellas y la sutileza de las máximas que guardaban en su erección para que, haciéndose cómodas a los indios, las apeteciesen ellos mismos, y se diesen sin dificultad al yugo de la obediencia. 110. Los incas nos dejaron, aunque hombres gobernados únicamente de una ley natural muy simple y sencilla, el admirable ejemplo de su gobierno en las máximas que guardaban para conquistar la voluntad de los indios y reducirlos a su obediencia, para hacerse amados de ellos en el extremo que lo fueron, y para que sus leyes se observasen con la mayor precisión. Las cuales, al paso que eran dulces, suaves y justas, no dejaban también de ser rigurosas cuando se hacía preciso que predominase, a la clemencia, la severidad. Ellos conquistaban las provincias, cuando no podían por los medios de la persuasión y del agrado, por el de las armas, y aun siendo en esta forma, vivían los vasallos sin repugnancia al dominio que los sujetaba, porque no les daba lugar a otra cosa el buen trato. Este es el que se necesita en aquellas gentes para que no resistan tenazmente el venir a la dominación española, pues si viesen los infieles vivir con comodidad a los vasallos del rey, que eran tratados con estimación, y lo mucho que se procura su bien, depondrán el horrible concepto de tiranos en que tienen concebidos a los españoles, y no será difícil su conversión. Las leyes dispuestas a favor de ellos son admirables, según tenemos ya dicho, pero la falta de su cumplimiento es el origen del mal, pues de éste nace todo lo que padecen. Si se consigue que se reformen los abusos introducidos contra los indios, y que se les trate como es justo y correspondiente a hombres, se puede esperar que tendrán un éxito feliz las misiones, y que en tiempo muy corto se logrará lo que, en el mucho que ha pasado desde la conquista acá, no se ha podido conseguir. 111. No dejará de hacerse reparable, por todo lo que dejamos dicho, el que, hablando del estado de las misiones, en unas partes se culpe a la conducta de la Compañía como que depende de ella no haber sido mayor el adelantamiento de las misiones, y en otras parezca que nos inclinamos a dar a entender que no depende del celo de la Compañía únicamente este progreso, y últimamente aplaudimos su celo en otros parajes, y concluimos que es la religión más propia y apta para la conversión de los indios. Esto que parece contradicción no lo es, ni se debe tener por tal, porque procurando hacer cierta nuestra relación y despojarla de toda contemplación, es forzoso que, haciendo justicia en todo, culpemos la conducta de la Compañía en el pequeño desliz de la tibieza que ha tenido, por sus particulares fines, en ser tan corto el número de sujetos destinados a las misiones respecto del crecido que lleva de España para ellas. Pero esta falta no debe oscurecer la mayor distinción y celo con que se porta respecto de las demás religiones, ni nace de ella la falta que tienen aquellos gobiernos de fomento y de fuerza para poner en seguridad el fruto que pudieran coger a expensas de su fervor, antes bien, como se ha dicho, la poca seguridad de que subsistan las conversiones modernas puede servirles de disculpa para no poner toda su eficacia en ade-lantarlas. Con que bien considerado todo lo que se ha dicho, se concluirá que la Compañía atiende a sus particulares fines con los misioneros que lleva de España, pero que, con todo, no olvida el de la conversión de los infieles, ni tiene abandonado este asunto, pues, aunque sea poco, adelanta en él, que es lo que no se experimenta en las demás religiones. Por esta causa se hace la conducta de la Compañía más recomendable, comparativamente, en la estimación, y es digna del aplauso, y, últimamente, que, sin el debido fomento, será poco el adelantamiento de aquellas conquistas espirituales, y nunca podrán ser grandes los progresos, aunque la Compañía quiera dedicar a ellas el todo de su atención.
contexto
SESION PRIMERA Del estado en que se hallan las plazas de armas de la América Meridional y del modo en que se hace en ellas el servicio 1. Aunque el asunto principal de esta sesión no sea tratar del estado que al presente gozan las plazas de armas de la América Meridional en las costas del mar del Norte, porque en el discurso del tiempo que ha mediado desde el año de 1735, que estuvimos en ellas, han tenido mucha mutación, y principalmente desde que se declaró la guerra contra Inglaterra, con cuyo motivo se han mejorado unas y empeorado otras, no obstante no dejaremos de relacionar aquel estado en que las conocimos entonces, para que se pueda formar concepto del que tenían, y del descuido y falta de defensa en que estaban, unas por el poco celo en el que gobernaba, o sobra de malicia en los que obedecían, y otras por defecto del temperamento y contrariedad de los climas que gozan, los cuales, no admitiendo alteración por nuestras disposiciones, subsistirá siempre la imposibilidad de que se puedan mantener en tan buena disposición las plazas a ellos sujetas, y a sus incomodidades, que encuentren en ellas una regular defensa los que intenten invadirlas. Pero siendo el principal objeto de este discurso las plazas marítimas que corresponden a las costas del mar del Sur, será de éstas de quien se deberá formar el perfecto concepto de su estado, como que es el que verdaderamente tienen al presente, para cuyo fin no excusaremos ningunas noticias de las que nuestra especulación pudo adquirir con la ocasión de haberlas reconocido con toda prolijidad por repetidas veces. 2. Las plazas de armas por donde hicimos tránsito para pasar al Perú, en las costas del mar del Norte, fueron Cartagena y Portobelo, y la fortaleza de Chagres, que defiende la entrada del río del mismo nombre. Todas tres, aunque en lo material de las fortificaciones eran fuertes, en lo esencial no tenían aquellas formalidades que son correspondientes a las obras de fortificación para hacer una vigorosa resistencia, y aunque se experimentó lo contrario en las de Cartagena en 1741, cuando los ingleses le pusieron el sitio, de donde los rechazó, con tanto honor que llenó de gloria las armas de España, una defensa tan esforzada como la que se hizo, ya se sabe que para ello concurrieron los poderosos socorros de estar en aquel puerto la escuadra que comandaba el teniente general don Blas de Lezo, cuyas tripulaciones y municiones se emplearon contra el enemigo desde el primer ataque al castillo de San Luis de Bocachica, y, retirándose a la plaza cuando el extremo obligó a ello, no cesaron hasta que, desesperanzados, los enemigos la dejaron libre. A más de este socorro tuvo también el de la tropa que se envió de España determinadamente para guarnecerla, y últimamente el de los dos jefes tan experimentados como don Sebastián de Eslava virrey del Nuevo Reino de Granada y don Blas de Lezo, todo lo cual le faltaba cuando estuvimos allí de julio a noviembre de 1735, y aún le faltaba también la mayor parte de la guarnición que le correspondía por dotación. 3. La guarnición de Cartagena debía ser entonces de diez compañías de tropa reglada, de a 77 hombres cada una, incluso los oficiales, que componen 770 hombres. Esta era la tropa que le correspondía por dotación para guarnecer la plaza y las tres fortalezas principales exteriores, y aunque este número no es suficiente para que pudiera resistir a los insultos de enemigos en tiempo de guerra, juntas a éstas las compañías de milicias que compone el vecindario, se podía formar un cuerpo suficiente para hacer una defensa regular. En esta inteligencia estaría sin duda el ministerio de España, y con Justa razón confiado en el número de aquella tropa que en los pagamentos parecía completa, pero en la realidad le faltaba mucho para estarlo, pues era tan corto el número de soldados que había, que la mayor parte de las garitas estaban desamparadas, y los cortos puestos donde había centinelas no eran guardados con aquella formalidad y cuidado que corresponde, porque manteniéndose en ellos de plantón un mismo soldado por espacio de dos meses, y aun tres, sin ser dudado en todo este tiempo, la garita le servía de habitación para dormir, y todo el resto del día se estaba en la ciudad sin volver a ella si la casualidad no le llevaba por allí. Estos centinelas solían mudarse al cabo de un largo tiempo como el que queda dicho, pasando de aquel puesto a otro, donde sucedía lo mismo, y de ello se podrá inferir qué número de gente sería el de toda aquella guarnición, pues no sólo no había el necesario para mudar las guardias (aunque se hacía la ceremonia) y las centinelas a las horas regulares, pero ni aun para cubrir todos los lugares del recinto que ocupan las fortificaciones. 4. Lo mismo que sucedía en la plaza pasaba en las fortalezas exteriores, y, en unas y en otras, aun aquéllos tan poco soldados eran tales por su avanzada edad e intercedencias, que sólo haciendo el servicio de un modo tan descansado podían sobrellevarlo. Los únicos parajes donde había alguna formalidad era en las puertas, cuyas guardias se componían del oficial a quien pertenecía, un sargento o un cabo, y uno o dos soldados. En esto consistía entonces toda la formalidad del servicio que se hacía en aquella plaza, y éstas eran las fuerzas militares que tenía, cuya cortedad es en parte originada de los nuevos y más elevados pensamientos que conciben los españoles cuando van a las Indias, de que ha nacido que no tenga subsistencia la tropa que se envía de España, porque haciendo cada uno de los soldados idea de mayor fortuna, desertan los más, y pasando a lo interior del país, o introduciéndose al Perú, dejan el ejercicio de las armas y se dedican al comercio. Este desorden es tan difícil de evitar cuanto es más extendida y dilatada toda aquella América, que les sirve de asilo para no poder ser encontrados aunque se hicieran muy vivas diligencias en su seguimiento. La poca subsistencia que tiene la tropa que va de España, y la dificultad de completar el número con gente del país, que además de no tener disciplina y no ser propia para ella, no es la más reducible a la vida militar, parece que puede ser bastante disculpa para que fuese tan corto el número que había; pero ¿cuál será la que podría darse capaz de salvar el cargo de que, aun no llegando toda la guarnición a la quinta parte de la que debía haber por dotación, se pasasen las revistas por completas? De lo cual no sólo fuimos instruidos en aquella ciudad por algunos sargentos que nos aseguraron que aunque sus compañías pasaban por completas en las revistas, distaban tanto de estarlo que, entre oficiales y soldados, apenas llegaban a 15 hombres, y algunas tenían menos, sino que también lo reconocimos en algunas de las mismas certificaciones de las revistas que se envían a la Caja Real de Quito como descargo del situado que se remite de ella anualmente, en las cuales van siempre completas las compañías. 5. A1 respecto de lo que sucedía con la tropa era todo lo demás perteneciente a plaza, porque la mayor parte de la artillería estaba mal montada; en esto, empero, había remedado alguna cosa el gobernador, haciendo afustes para alguna parte, aunque corta, porque parece que no tuvo fondos entonces con que extenderse a más. 6. La plaza de Portobelo estaba en peor estado que la de Cartagena, porque al descuido y demasiada confianza de los gobernadores se agregaba la mala disposición del terreno y la contrariedad del temperamento. De lo primero nacía que las fortificaciones de aquel puerto no pudiesen ser regulares, porque empezando la planta de cada fortaleza desde aquel plano contiguo a la playa, se iban encumbrando después por las faldas de los cerros que les hacían espaldas, de suerte que la mayor parte de sus obras quedaban descubiertas, y con sólo batir éstas era suficiente para destruir la fortaleza y menoscabar la guarnición con las propias ruinas. De la contrariedad que se experimenta en aquel temperamento resulta que, siendo sumamente húmedo y cálido, no pueden tener subsistencia los afustes de la artillería, porque se pudren las maderas con facilidad y se abren con la fuerza de los soles; pero esto no obstante, si no acompañara a todo el descuido de los que mandan, no es tan pronta la corrupción de las maderas que dejen de permanecer cuatro o seis años capaces de servir, teniendo la precaución de darles alquitrán siempre que lo necesiten, porque es forzoso advertir que, al paso que el temperamento es tan húmedo y corruptivo, las maderas son también de más resistencia y solidez, como se experimenta con las caobas y cedros, que son los más comunes, y lo mismo con las de otras especies que son propias para el mismo fin. Lo que sucede es que al cabo de mucho tiempo, cuando ya están envejecidas las cureñas, ocurren a Panamá para que de allí se dé providencia a que se hagan, y cuando la han conseguido se contentan con fabricar un corto número, que es lo suficiente para que conste que se ha distribuido lo librado en el fin a que se destinó, y queda la mayor parte en el mismo estado que tenían antes que la Real Hacienda hubiera hecho el desembolso. 7. La guarnición de estas fortalezas, que eran tres (estando la ciudad abierta y sólo defendida de ellas), constaba de 150 hombres, con corta diferencia, los cuales se destacan de Panamá, la mayor parte de ellos de las milicias que tiene aquella ciudad, y se componen de mulatos y tercerones, a quienes se les socorre con el prest regular siempre que son empleados en destacamentos. Pero sucedía que, a poco tiempo de entrar en Portobelo, enfermaban, y se imposibilitaban totalmente para hacer ningún servicio, y aun los que estaban buenos no lo parecían en el semblante, y en la debilidad que demuestran exteriormente. En parte puede nacer esto de que, mudándose cada mes, nunca llega el caso de que se connaturalicen con el temperamento, como sucede con la gente que reside allí de continuo, la cual no enferma después de estar acostumbrada al temple, y se mantiene sana en él; pero esto no puede llegar a verificarse con la tropa, respecto a no haber gente patricia de que poder levantar y mantener la dotación de la plaza, porque en tiempo muerto no hacen residencia en Portobelo más que aquellas familias que están obligadas a ello por la precisión de sus empleos, excusándose el hacerla las que son de distinción; a proporción se experimenta entre las de las castas, pues luego que salen de negros, ascendiendo a contarse entre los blancos, dejan aquel país y se retiran a Panamá o a otra población de las de aquellas provincias. 8. La fortaleza de Chagres es de una situación admirable por estar fundada sobre un alto peñasco escarpado hacia la mar, desde donde domina el fondeadero preciso de las embarcaciones grandes, y cubre con sus fuegos, por otra parte, la entrada del río. Esta fortaleza no se hallaba en mucho mejor estado que Portobelo cuando estuvimos allí, aunque tenía el pronto recurso de ser socorrida por el vecindario de un pueblo, que, con el nombre de San Lorenzo de Chagres, está junto al mismo fuerte, y se componía como de 40 a 50 casas de paja, y de 350 personas de todos sexos y edades, de las cuales se podían sacar hasta 100 hombres de armas entre negros, mulatos y otras castas de que se componen las familias del pueblo, socorro bastante para la corta guarnición del fuerte, que se componía de 86 hombres en todo. 9. En lo demás de cureñas, municiones, y otras providencias, no se diferenciaba Chagres de Portobelo, y uno y otro no se hallaban en postura de hacer más defensa que la de empezar a resistir y luego rendirse por necesidad, porque les faltaba todo lo preciso para hacer otra cosa, y en semejante coyuntura es de poca o ninguna entidad la fortaleza o ventaja del terreno. 10. Tanto en la fortaleza de Chagres como en las que había en Portobelo notamos, no sin novedad, que todas las oficinas y alojamientos interiores eran de madera, siendo así que no hay embarazo para que lo fuesen de piedra, como las murallas de la fortificación, de ladrillos, adobes y aun de tapiales de tierra, cuyas materias son incomparablemente menos expuestas a los estragos del fuego, cuyos accidentes son tanto más comunes en las ocasiones de combates cuanto son materias inflamables y combustibles todas las que entonces se manejan. Por esto ha padecido la fortaleza de Chagres, particularmente en el año de 1670, cuando el pirata inglés Juan Morgan la atacó y tomó, lo que no hubiera conseguido si, prendiéndose fuego a las obras interiores de madera, no la desamparasen los mismos defensores. Y aunque esto tenga el obstáculo de que los costos serán muy excesivos si se hiciera todo de piedra, hay en contra el fácil recurso de poderlo fabricar de adobes o tapiales, y aun de ladrillo, pues no falta de qué poderlo hacer, ni piedra para la cal, mayormente en unos parajes donde tanto abunda la leña para cocerlos. 11. El estado que tenían aquellas plazas de la costa del mar del Norte estaba tan puntualmente conocido por los ingleses, que no ignoraban su debilidad y lo distante de los recursos para recibir socorros. Todo lo tenían tan prolijamente examinado que no les eran extraños los menores ápices de lo que allí pasaba, y con esta seguridad tomaron mayores alientos para hacer las empresas que han intentado en el discurso de la presente guerra contra aquellas plazas. 12. Ya quedan vistos en lo antecedente los motivos de habérseles frustrado sus designios en la de Cartagena: por haber recibido y hallarse con tan considerables socorros aquella plaza, sin los cuales era regular los hubiesen logrado. Y lo mismo se podría haber temido de la invasión que después intentaron contra Panamá el año de 1742, si no los hubiese hecho desistir de ella el temor a los refuerzos que les avisaron había recibido la plaza con lo cual desmayaron tan fácilmente que no se atrevieron a acometerla, y a no suceder así, hubiera sido muy factible que se hubiesen apoderado de ella mediante las buenas prevenciones que llevaban y las escasas con que se hallaba la plaza para resistirles, porque lo perteneciente a tren de artillería ni reconocía mejoras al de Portobelo ni excedía al de Chagres; las municiones eran muy escasas, y la gente que militaba en tan corto número que desde el primer golpe que hicieron los ingleses sobre Portobelo desembarcando allí, fue preciso que en Panamá tomaran las armas los forasteros que se hallaban en la plaza, y que, haciendo guardia como la tropa reglada, ocupasen los puestos que debía llenar aquélla. 13. El virrey marqués de Villagarcía envió los socorros que pudo, según alcanzaban sus fuerzas, porque tampoco se determinaba a remitirlos a Panamá tan considerables que quedasen desmembradas las fuerzas de Lima totalmente y que no fuesen suficientes las que quedasen para resistir alguna otra invasión que pudiese sobrevenir, por la parte del mar del Sur, en el mismo Callao o en otro puerto de los que están inmediatos a aquella capital. 14. Vernon llegó a Portobelo con 2.500 hombres blancos y 500 negros de desembarco para ir a sitiar a Panamá, conducidos en 53 embarcaciones, y considerando que se agregarían otros muchos de voluntarios, pensó que en todo podrían componer cerca de 4.000 hombres, cuyo armamento fondeó en Portobelo el 15 de abril, pero hasta el 11 de junio no pudo salir del Callao el primer socorro que envió el virrey a Panamá, y consistía en dos compañías de a 50 hombres y algunos víveres, y así, en el intermedio que llegó, hubo tiempo suficiente para haber hecho el sitio de la plaza y para rendirla. En los dos meses y medio, o cerca de tres, desde que los enemigos entraron en Portobelo hasta que en Panamá se recibió este socorro, el mayor que tenía aquella plaza era el que le suministró la escuadra de los cuatro navíos y una fragata que había enviado el virrey en seguimiento de Anson, y fondeó en el Puerto de Perico el 22 de marzo, de la cual se habían sacado unos 35 hombres por navío para la defensa de la plaza, que en todos componían 150 hombres. Pero a Vernon se le pintó el caso de distinto modo, diciéndole que la escuadra se componía de cuatro navíos grandes (lo cual era cierto respecto del buque, pero no como él lo comprendió, porque ninguno excedía de 30 cañones, y éstos de un calibre muy corto), y una fragata que, conjeturando él sería de 50 cañones, sólo montaba 20, y de estos barcos le dijeron que habían llevado más de 500 hombres de desembarco; las noticias le abultaron la cantidad del socorro de un modo que, a no atropellarlas con temeridad, era forzoso mudar de dictamen y suspender la determinación. Pero en la realidad no era suficiente el socorro que la plaza había recibido, ni las fuerzas que tenía, para hacer una larga resistencia, ni cabía tal aunque se intentase socorrerla con todas las tripulaciones y municiones de los navíos, dejándolos desamparados en una ocasión tan crítica como aquella en que, si inquietaban los temores de que Vernon la atacase por tierra, no se temía menos que Anson la bloquease por mar, pues hasta entonces no se tenía noticia de su paradero. 15. En este conflicto se vio Panamá por falta de aquel regular estado en que se deben mantener las plazas en tiempo de paz, para que en los de guerra no experimenten algún mal suceso, ni se vean precisadas a tomar las precauciones cuando ya no hay el tiempo necesario para concluirlas, y ponerlas en aptitud de servir, y siendo aquélla la llave de los dos reinos del Perú y Nueva España, lo necesita mucho más que otras. Bien podemos condescender en que el no estar el tren en estado de servicio proviniese de que no hubiese habido caudal en el real erario para costearlo; que el no tener las municiones de guerra correspondientes naciese de no habérsele suministrado; que el no estar las fortificaciones tan perfeccionadas, de no haberse atendido a los informes de los gobernadores, cuando los han hecho para que se dé providencia, pero ¿qué disculpa se podrá encontrar de tanta fuerza que salve el descuido de no tener aquella plaza completa de guarnición de su dotación, siendo cosa cierta que nunca deja de recibir los situados regulares para sus pagamentos, los cuales se remiten de Lima indefectiblemente? Difícil será hallar salida a este reparo, y ésta la deberán dar aquellos a cuyo cargo esté la administración y dispendio de aquel caudal. 16. Panamá, aunque está cerrada de muralla de piedra y ésta se halla en buen estado, particularmente por la parte de tierra, no tiene por ésta, que es la que peligra mediante ser la única por donde se puede formar ataque, más resguardo que el de un simple foso, ni otra obra avanzada que la cubra; y así toda su fuerza consiste en esta muralla y sus bastiones, lo cual, una vez vencido, queda llana la plaza. Y no fuera ni difícil ni costoso con exceso fortalecerla con las obras que requiere, y pueden ponerla en estado de mayor fuerza, atento a no ser grande el ámbito en donde se pueden formar ataque contra ella, provenido de que la mayor parte del terreno se compone de playa peñascosa que queda anegada con las crecientes, y así reduce a corto distrito el firme que es contiguo a la muralla. 17. Entrando a registrar ya las plazas del Perú no será extraño que encontremos en ellas lo mismo que en las antecedentes, siendo en las Indias generales, y como característicos, los descuidos, de modo que, si bien se repara, las mismas flaquezas de que adolecen unas padecen otras. 18. Las plazas principales que tiene el Perú son: El Callao, que con harta lástima quedó últimamente destruido al ímpetu de las olas el 28 de octubre de 1746; Valparaíso, La Concepción y Valdivia; de cada una diremos lo que pudiéremos en particular. 19. Las fortalezas del Callao consistían en una muralla sencilla de piedra, guarnecida de bastiones o baluartes nada regulares, sin ningún foso, porque la calidad del terreno no lo permitía a causa de que, componiéndose todo él de guijarrería suelta y algún poco de tierra y arena por encima, luego que se cava cosa de tres o cuatro pies de profundidad, y en parajes mucho menos, se da en agua, y el suelo es de ninguna subsistencia. La artillería que coronaba estas murallas era toda de bronce, pero tan cansada que, en lugar de oídos, tenía agujeros de cerca de dos pulgadas de diámetro, de modo que al tiempo de hacer salva con ella dejaba de percibirse el estruendo de algunos tiros dentro del mismo Callao, porque la pólvora salía inflamada or los mismos fogones. Y de esta suerte estaba cuando legamos a Lima llamados de aquel virrey en el año de 40, el cual reparó este grave defecto haciendo que se echasen granos de hierro en todos. Y fue el primero de los encargos que en aquella ocasión nos hizo el virrey, el de reconocer si esta obra se ejecutaba con la precisión y acierto que se requería, en cuya forma lo practicamos, y vimos que se hacía con tanta perfección que no encontramos defecto en ella. Los granos tenían cerca de tres pulgadas de diámetro, y algunos menos, según lo requería la abertura que había hecho el fuego en el oído; entraban tan a fuerza de torno, que muchas veces se torció el que entraba antes de llegar a su lugar, y era menester volver a sacarlo para meter otro; después que quedaba ajustado se unía por la superficie cóncava, o alma del cañón, tan bien que, no formando más que un cuerpo con ella, parecía que se había limado por dentro para igualarlo. Con esta providencia volvió a quedar corriente toda aquella artillería, sin la cual, además de que hubiera sido de un costo exorbitante el refundirla, habría sido necesario mucho tiempo para ponerla en estado de servicio, cuando en la coyuntura lo que importaba más era la brevedad, por tenerse ya el aviso de que la escuadra de Anson estaba inmediata a entrar en aquellos mares, y porque allí se podía adelantar menos que en otro paraje la refundición, porque no hay casa determinadamente para ella. 20. Lo más particular en este asunto, y que se hace digno de notar, es el que se hubiese encontrado en aquellos parajes quién ejecutase esta obra con la formalidad que necesitaba, y más que esto, el que lo fuese un platero mestizo, cuyo nombre no merece quedar confundido en el olvido, el cual, sin haber salido de Lima, ni ser de profesión artillero, se ofreció a hacer aquello para lo que los mismos a quienes les pertenecía no encontraban recurso. Llámase este mestizo Francisco de Villachica, y por un precio tan moderado para aquellos reinos como el de 130 pesos, y algunos por menos, a proporción de los calibres, ajustó con el virrey cada grano, y los dejó en tan buen estado como el que hubieran adquirido refundiéndose. 21. La artillería del Callao se puso corriente entonces, y en estado de servicio, porque la urgencia lo pedía con instancia; pero no se hubiera atendido a ella si la evidente noticia de que pasaba a aquella mar una escuadra enemiga, no hubiera hecho atener a su reparo, con que si repentinamente hubiesen entrado en el mar del Sur algunos piratas o corsarios de fuerzas, como en varias ocasiones ha sucedido, absolutamente no tendría con qué defenderse aquella plaza, no habiendo en ella ningún cañón en estado de hacer fuego, porque el tiro que se hacía con ellos apenas tenía actividad para sacar el taco del cañón y dejarlo cae allí inmediato; esto puede parecer exageración, pero varias veces lo notamos con no poca admiración. r 22. A1 mismo respecto que la artillería estaban sus afustes, pues había muchos tales que era menester ayudarlos con puntales para que pudiesen soportar el peso del cañón afustes tan consumidos con el tiempo que estaban incapaces de hacer un solo tiro, algunos con una sola rueda muy descuadernada y mantenido el eje por la otra parte con una banqueta, otros con la mitad de las gualderas desechas, y los menos malos sin los herrajes correspondientes o tan gastados que los pernos de traviesa parecían hilos. El mismo motivo que hubo para reparar la artillería obligó a que se fabricasen cureñas para toda la muralla, y aunque se empezó esta obra en aquel mismo año de 1740, aún no estaba concluida en el de 1744, que dejamos los reinos del Perú. 23. La inmediata presencia del virrey, con que logra aquella plaza el ser visitada de continuo por él, parece que debería contener el fraude de la guarnición y que no fuese como en aquellas que se hallan distantes de su vista, pero no sucede así, porque si lo hay grande en éstas, no es menor el que se experimenta en El Callao. Tiene éste por dotación siete compañías de a 100 hombres de infantería, y otra de artillería que se compone de un teniente general de artillería, un capitán, dos condestables principales, 10 ordinarios, dos ayudantes y 70 artilleros. Esta dotación es la suficiente para guarnecer aquella plaza, porque aunque de ella se destaca la guarnición de Valdivia, que consiste en una compañía que se remuda anualmente, y asimismo la tropa que llevan los navíos de guerra siempre que salen armados, como se agregan después las milicias y tropa que se levanta de nuevo según lo pide la ocasión, es muy correspondiente el número que le queda para que, acompañado del que se le introduce, no tenga nada que temer. Pero es tanto el fraude, que pudiera tomarse a buen partido que estuviera existente la cuarta parte, siendo así que para el rey lo está toda, porque en las revistas parecen completas las compañías, y esto se hace con tal arte que, aunque el virrey asista a ellas, no le es fácil conocer la falta. 24. Aunque El Callao tiene un gobernador particular, no asiste éste en la plaza si no es cuando la urgencia de la ocasión le obliga a ello, porque siendo al mismo tiempo cabo principal de las armas de todo el Perú, le precisa la asistencia de este empleo a tener la suya en Lima de continuo, y en su lugar gobierna El Callao un maestre de campo, que viene a ser como el teniente de rey de la plaza; al cargo del que ocupa este empleo están las compañías de infantería, y corre con la de artilleros el teniente general de la artillería. Lo que sucede en unas y otras es que ocurren de Lima todos aquellos oficiales, y aun maestros, que trabajan en los oficios mecánicos de la ciudad, como plateros, pintores, escultores, zapateros, sastres y otros semejantes, a sentar plaza, bien sea en la artillería o bien en la infantería, no con el fin de servirla, sino con el de gozar del fuero militar y verse libres por este medio de las persecuciones de los alguaciles de justicia o de algunas pequeñas pensiones de otros jueces; para esto hacen el convenio de dejar todo el sueldo al oficial principal a quien corresponden, y quedan éstos con el título de soldados o artilleros privilegiados. Llega el caso de hacerse la revista y, concurriendo todos al Callao, se presentan las compañías tan completas que nunca falta un hombre, siendo así que los que verdaderamente tienen de servicio no exceden de 25 a 30 hombres, y todo el resto es ingreso de los que cometen el fraude. Es éste tan considerable que siendo a razón de 15 pesos por mes el prest de cada soldado de infantería, se puede juzgar por él a lo que subirá la suma que resulta, aun cuando no se supusiera más que la mitad de la tropa. Los artilleros, aunque muchos menos en número, tienen prest más crecido, y ha llegado a tanto el abuso en esta compañía, que se experimenta allí al contrario de lo que sucede en Europa, y es que aun aquellos que solicitan serlo y servir la plaza, a más de haber de dar ellos un tanto por la entrada al teniente general por modo de regalo, hay ajuste entre los dos, y se convienen en lo que el condestable o artillero ha de ceder mensualmente al teniente general, del prest que el rey les da; este ajuste se hace conforme la ocasión y pretendientes a la plaza vaca, ya a la mitad, o ya a la tercera o cuarta parte. Esto que decimos no ha sido sólo informe que nos hayan dado en aquel reino, sino lo que hemos tocado y visto, a fuerza de experiencia, en el mismo Callao y Lima. 25. Un reparo que se puede ofrecer consiste en averiguar el modo que tienen para componerse habiendo de enviar completos los destacamentos que se remiten a Valdivia. Pero esto tiene tantas salidas que no les sirve de embarazo, y así, cuando se llega el tiempo de enviarlos, se recluta otra tanta gente como la que va, y muchas veces suelen ser los mismos recién reclutados los que componen el destacamento completo, sin que en él se incluya algún soldado disciplinado, y así no hay motivo para que se altere el orden regular en El Callao. Pero aunque se logre el enviar a Valdivia el destacamento completo, salga éste así del Callao y entre del mismo modo en su destino, apenas llega, empieza a conceder licencias aquel gobernador, con tanta prontitud que hemos visto volver algunos en el mismo navío que los llevó, y sólo reserva a aquellos que son muy precisos para la plaza. De tal suerte que, sin haber muerto en Valdivia, son tan cortos los que retornan al remudarse el destacamento que, por lo regular, se reducen a los oficiales, sargentos, cabos y algunos pocos soldados. 26. Este fraude de las guarniciones es una dolencia tan envejecida en aquellos reinos, que se practica en ellos con tanta libertad y desahogo como si fuera precepto de las ordenanzas militares el que se ejecutara, y está tan cundido el vicio entre los que mandan y los que debían celarlo, que con dificultad se podría reformar sin tomar para ello tales providencias que no quedase raíz de este desorden capaz de volver a inficionar a los que nuevamente van de España a ocupar aquellos empleos. 27. Volviendo a la plaza del Callao para concluir con sus noticias, era su fundación, antes que el efecto de este último terremoto la hubiese del todo aniquilado, tal que continuamente padecía con los embates del mar. Esto sucedía por aquella parte que correspondía a la marina, por la cual tenía ya robado el batidero de las aguas una gran porción de lo que antiguamente fue plaza, y cada vez iba robando de nuevo, en cuya oposición era forzoso mantener estacadas y redientes, a fin de que con ellos se guareciese del peligro. En esta fábrica y manutención se embebían crecidas sumas de dinero de la Hacienda Real, y nunca bastaban para conseguir el fin, porque todo cuanto se trabajaba en el verano, lo desbarataba y deshacía la resaca del invierno, y era menester volver a empezar de nuevo y trabajar continuamente sin ningún fruto; en esto se consumía la gran cantidad de mangles que se lleva de Guayaquil anualmente por cuenta del rey, que es en lo que pagan el tributo todos aquellos indios pertenecientes a la jurisdicción de este corregimiento, y vecinos a los parajes donde se hacen los cortes. Cuyo expendio se podría evitar dándole a la plaza otra nueva situación en tal paraje que, aunque distase de la playa alguna cosa, no le faltasen las ventajas que tenía en el que ocupaba de cubrir el puerto con sus fuegos, y se quitaba la ocasión de que, además de lo que legítimamente se consumía en estas continuas obras, que nunca cesaban, se evitase la pérdida de lo que se extraviaba, tanto en mangles como en jornales, lo cual podía montar sumas muy considerables. 28. El único perjuicio que puede resultar de retirar alguna cosa hacia adentro la plaza del Callao, apartándola de la playa, es para el comercio, porque estando allí las bodegas o almacenes en donde se reciben todos los frutos y géneros que desembarcan, bastaban los negros esclavos para conducirlos desde los muelles a su destino. Pero si se aparta de allí, será forzoso hacerlo en carros o recuas, y todo consistirá en un poco más de trabajo, pero no en atraso ni pérdida, porque cada bodega tiene recuas de mulas propias para hacer las conducciones a Lima, y con estas mismas la podrán hacer desde el muelle al paraje en donde se situase la plaza nuevamente. 29. La plaza de Valparaíso, aunque consistía sólo en un fuerte grande construido sobre una eminencia que se señorea de todo el puerto y, principalmente, del fondeadero de los navíos, es la única que se hallaba en buen estado y disciplina. Mucha parte de su obra es moderna, hecha por el celo del presidente que entonces mandaba el reino de Chile, el teniente general de los ejércitos don José Manso; su artillería y afustes estaban en un estado muy bueno; la guarnición que entonces tenía era, la mayor parte, del segundo batallón del regimiento de Portugal, que se había enviado a aquel reino a solicitud del mismo presidente y a efectos de las representaciones que tenía interpuestas, hecho cargo de que la tropa reglada del propio país no sirve con la puntualidad que la disciplinada en el ejército, pero no obstante esto, tenía una pequeña guarnición de tropa de las milicias de aquel reino, al sueldo, y además de ésta tienen aquellas fortalezas el recurso de las milicias que componen los vecindarios de las poblaciones y campañas circunvecinas, para ocurrir a las armas en caso necesario. Por tanto, la guarnición, como asimismo la fortaleza, son muy suficientes para defender aquel puerto y tener a cubierto la población que, según se ha dicho en la segunda parte de la Historia del Viaje, es muy reducida y sólo sirve de escala para el comercio de frutos que pasa de aquel reino al Callao, pero siendo de grande entidad aquel puerto por el crecido tráfico que, con este fin, se hace en él bajando a sus almacenes todos los frutos que se cogen en las campañas de Santiago para embarcarse, con madura reflexión puso todo su conato el presidente en fortalecerlo bien, conociendo la mucha necesidad que tenía de estar en el mejor estado de defensa que puede permitir la mala disposición del terreno. 30. Pasando, pues, a la tercera plaza de armas de las que regulamos como tales en aquellas costas del Perú, será preciso entrar a reconocer la de La Concepción. Esta no tiene más que un fuerte, situado a la parte de la marina, que defiende o hace frente a uno de los dos fondeaderos que hay en aquella bahía, nombrado el puerto de Cerrillo Verde, el cual está tan inmediato a la ciudad que dista de ella poco más de media legua. El fuerte consiste en una batería sencilla, muy reducida y dominada de varias alturas que circundan el todo de la población, de modo que haciendo desembarco en Talcaguano, que es el puerto principal y dista de La Concepción cosa de dos leguas y media o poco más, se puede entrar en la ciudad sin que la batería o fuerte lo estorbe, atento a ser aquélla abierta por todas partes. Su principal defensa consiste en el crecido número de milicias que, en poco tiempo, se pueden juntar en ella, porque todos los vecinos que habitan en las campañas de su pertenencia están alistados, formando distintas compañías, y con el más leve rumor, bien sea de indios, porque los de Arauco, aunque se hallen de paz, suelen quebrantarla repentinamente, o bien sea de piratas o corsarios que intenten atacarla o sorprenderla para practicar en ella sus comunes hostilidades, se juntan todas y acuden inmediatamente a su defensa. 31. La mayor parte o casi todas estas milicias son de caballería, proviniendo esto de que toda aquella gente está tan habituada a andar a caballo que es cosa rara verlos a pie ni en los campos ni en la ciudad, aunque sea muy corto el tránsito que hayan de hacer, y de que es tanta la abundancia de caballos que cría y tiene aquel reino, que no hay hombre, por pobre que sea, a quien le falten uno o dos, logrando la oportunidad de su cómodo precio y la de su manutención, que no les cuesta nada porque la lozana fertilidad de los campos se los mantiene. Pero aunque estas milicias componen un cuerpo de tropas bíen crecido, padecen la falta de no usar todos armas de fuego, sino lanzas largas con medias lunas de acero en el un extremo, y aunque son diestros en su manejo y sumamente prontos en el de los caballos, no se pueden juzgar capaces de hacer resistencia formal a algún cuerpo de tropas regladas que se les presentara con la ventaja de armas de fuego. 32. Son dependientes de La Concepción los fuertes que están en las fronteras de Arauco y Tucapel, los cuales son también muy reducidos, porque no necesitan ni de gran capacidad, ni de mucha obra de fortificación, ni de grandes fuerzas para el fin que tienen, que es el de contener a los indios infieles. 33. En La Concepción no milita la misma paridad que en los fuertes de la frontera, porque aquélla es una bahía admirable por sí, el territorio abundante de muchas minas, como se dirá en su lugar, y fértil con arrogante vicio, según queda expresado en la descripción que se ha dado en el segundo tomo de la historia de este viaje, cuyas inestimables circunstancias están tan especulizadas por los franceses como la poca dificultad que puede haber en apoderarse de ella. Con que es muy dable, según los buenos deseos que las naciones extrañas han tenido en todos tiempos de hacer colonias en aquellas partes, que si se les proporciona la ocasión, no la desprecien, y una vez que lo consigan no será tan fácil desalojarlos, atento el estado en que al presente se hallan aquellos reinos. 34. No sería preciso, para poner aquella ciudad en un estado bueno de defensa, cerrarla de murallas, haciendo un costo tan crecido como el que se ocasionaría en ello, ni convendría tampoco, porque estando aquel país tan expuesto a los estragos de los terremotos como el de Lima, según lo acreditó en La Concepción, y en todo aquel reino, el que padeció el año de 1730, y otros más antiguos, sería hacer fortalezas sin seguridad de su permanencia, y lo más sensible en este caso sería, sobre su crecido costo, la tardanza que era preciso padecer hasta volverlas a reedificar, aun cuando no hubiese escasez de dineros. Por esta razón son superfluas muchas obras de fortificación, y sin ellas pudiera defenderse muy bien haciendo que se fabricasen dos medianos fuertes, o tres; el uno ocupando la altura que más domina la ciudad, con atención a que cubriese sus avenidas; el otro en Talcaguano, donde parece que es inexcusable, respecto de ser aquel puerto el regular donde pueden fondear los navíos y hacer el desembarco, y el único que tiene agua, y si se quisiese, podría fabricarse el otro sobre el Cerrillo Verde, que es el puerto de buen fondeadero que está inmediato a la ciudad, para que su artillería lo cubriese a buena distancia. 35. En otro país que no fuera en Chile, pudieran ser menos practicables estas fortalezas si se atendía más al crecido expendio que se había de tener en mantener sus guarniciones que a su necesidad. Pero en este de que se trata se allana y facilita con el recurso de las milicias, porque señalando para la defensa de cada uno aquella gente que tiene sus habitaciones en la inmediación de ellos, sabrían que habían de acudir al que le correspondía, y así como ahora se presentan en campo raso, entonces lo harían a un fuerte, que por endeble que fuese no lo sería tanto como no habiéndolo, y para cuando no se ofreciese motivo de acudir a él las milicias, sería bastante una compañía de 25 a 30 hombres al sueldo, que guarneciese cada uno y cuidase, al mismo tiempo, del tren y armas que le pertenecían. 36. La fortaleza que actualmente tiene La Concepción está guarnecida de artillería de bronce, cuyo número, aunque no es grande, es suficiente y proporcionado a la capacidad de su recinto. En el año de 1743, que fue en el que la reconocimos, estaba así la artillería como las cureñas y demás cosas pertenecientes al tren, en buen estado, y se habían hecho en lo interior de la misma fortaleza algunas obras buenas, por disposición del gobernador de aquel reino, don José Manso; su guarnición era también proporcionada, y se componía de gente del país, disciplinada y al sueldo. No tuvimos noticia de que en ella hubiese el desorden que en las otras plazas, y no es extraño, porque con el motivo de residir allí los seis meses del año el presidente de Chile, y ser muy celoso el que entonces ocupaba este empleo, no daba lugar a que hubiese fraude. Pero no obstante esto, como su presencia no podía estar en todas partes, no dejaba de experimentarse alguno en las guarniciones de los fuertes de la frontera, según nos informaron, en el año de 1744, los cabos destacados en ellos, pero aun en éstos no era comparable el que había al que se experimentaba en las otras plazas de que hemos hecho mención. 37. La última plaza de las propuestas es la de Valdivia. Y aunque no se nos proporcionó ocasión de llegar a ella, es tan grande el desorden que allí se practicaba que no puede hacerse disimulable a ninguna inteligencia. Con el motivo de haber tratado con varias personas que por repetidas veces han estado allí, logramos el instruirnos, bien por menor, en los asuntos más principales. Pero como suele adelantar muchas veces la ponderación, o la malicia, a lo que reconoce la imparcialidad, abultando los asuntos hasta tal punto que convierte en gravedad lo que intrínsecamente suele ser delito tan pequeño que sea digno del indulto de la disimulación, nos es forzoso hacer antes la protesta necesaria, advirtiendo que lo que podemos decir tocante a esta plaza va fundado en las noticias que nos dieron de ella, y debajo de este supuesto lo podremos hacer, dispuestos siempre a confesar que tal vez a mejores informes y noticias deba ceder nuestro juicio la vez, siempre que aquéllas aparezcan en la forma y seguridad correspondiente. 38. Está fundada Valdivia dentro del río que llaman de Quiriquina y en la costa Oriental de él, distando de la embocadura del río cosa de diez leguas. Por la parte de tierra cierra a la población una muralla guarnecida de baluartes y resguardada de un foso, que es muy suficiente para defenderse, no solamente de los indios infieles, sino de cualquiera invasión que los enemigos puedan proyectar contra ella. Pero, aun siendo las fortificaciones que cubren la ciudad tan bien dispuestas, no son éstas las que hacen fuerte aquella plaza, sino las que defienden la entrada del río, para cuyo fin tiene cuatro fuertes tan bien dispuestos que, jugando entre todos más de 100 cañones de buen calibre, ha de vencer los fuegos de todos ellos la embarcación que quisiere tomar puerto, y sin conseguir este triunfo no puede hacer desembarco en ninguna parte, porque las costas marítimas que corren al Sur y al Norte son tan bravas y altas, compuestas de peñasquería escarpada, que en ningún paraje lo permiten. 39. En la costa del Sur, luego que se estrecha la entrada del río, tienen su situación dos fortalezas. La más Occidental y exterior se nombra Castillo de Amargos, y la más Oriental, que está ya dentro del primer paso estrecho de la entrada, la del Corral, entre las cuales forman un puerto con este mismo nombre, y en él no están menos sujetas a los cuatro fuegos de las fortalezas las embarcaciones que fondean en él, que al tiempo de ir entrando. La costa marítima del Norte con la Occidental del río, forman una punta que, con la que ocupa el Castillo de Amargos, hace la entrada del río, y en ella hay otra fortaleza nombrada Castillo de Niebla. Entre ésta y la fortaleza del Corral se halla una isla que hace frente al canal de la entrada, y en ella está fundado el Castillo de Mancera, de modo que la defiende en cuanto puede alcanzar el tiro. Entre las cuatro fortalezas montan 108 cañones, que defienden la entrada del río, y, con ésta, la de la ciudad. No se permite que entre embarcación de gavías sin que primero esté reconocida y asegurado de ella el gobernador de la plaza, cuya disciplina no se observa en los demás puertos, pues todos están abiertos y así viene a ser éste el único cerrado que hay en aquellas costas y el único también que está fortalecido con la formalidad y circunstancias que se requieren para no tener que temer en ningún caso o accidente. 40. La tropa reglada que guarnece las fortificaciones de esta plaza es destacamento que se hace de las de Lima. Pero además de ésta compone su vecindario distintas compañías, unas de tropa reglada al sueldo y otras de milicias, porque siendo presidio cerrado, están obligados a tomar las armas en caso necesario todos sus moradores, cuyas familias no dejan de ser ya en crecido número. Fuera de esto recibe los delincuentes de todo el Perú, y con ellos se hace el trabajo que necesitan las fortificaciones para sus reparos. 41. Mantiénese esta plaza con dos situados que recibe anualmente; el uno se le despacha de Lima, que consiste en el dinero y géneros necesarios para el pagamento de toda la guarnición, gobernador y demás oficiales de la plana mayor; y el otro, de víveres, que le suministra el reino de Chile. Pero uno y otro vienen a resultar y resumirse en utilidad del gobernador, por causa del pernicioso abuso que entre ellos tienen establecido con la autoridad despótica de ser absolutos y de estar retirados del conocimiento de los superiores, para que no sea fácil se corrijan los desórdenes de su conducta. 42. Está dispuesto que la mitad o tercera parte del importe de este situado que se remite de Lima, vaya en géneros de mercaderías y que, al mismo respecto, se repartan en Valdivia entre los acreedores a él, para que, con esta providencia, tenga aquella gente de qué vestirse cómodamente y no carezca de una cosa tan precisa por habitar en paraje donde no se hace ningún comercio, y por esto les sería forzoso a sus habitantes enviar o ir a comprarlos hasta Lima, cosa que no es practicable ni regular; por lo cual se repara esto con la acertada disposición de dar a cada uno la parte proporcionada de lo que ha de percibir, en géneros de ropa, y lo restante en dinero. En esta forma está dispuesto que se haga, y aunque las remisiones se practican así, no se cumple el fin al tiempo de la entrega, porque los gobernadores se apropian el todo de las mercancías, aunque excedan sobresalientemente a lo que les pertenece por sus sueldos, y pagan a las guarniciones y demás personas que gozan sueldos por el rey en dinero. Después abren sus tiendas, en las cuales ponen cajeros, y, dando a cada género todo el valor que quieren, dentro de corto tiempo quedan hechos dueños de todo el dinero del situado, porque como toda aquella gente está necesitada de lo preciso para vestirse, no tiene más recurso que el de las tiendas del gobernador, ni puede eximirse de pasar por el exceso de los precios que éste impone a aquellos géneros. Con cuyo arbitrio, los gobernadores se aprovechan de todo el situado, consiguiéndolo de tal modo que, al cabo de dos años de estar en el gobierno, son acreedores a él por entero, porque ya entonces están adeudados con ellos todos los de aquel vecindario. De cuyo modo, que es el más injusto y tiránico que se puede imaginar, sacan de aquel gobierno unos caudales tan crecidos como es notorio, sin haber llevado a él otro principio más que el del empleo, el cual tiene fama en todos aquellos reinos por lo mucho que adquieren en él los que lo sirven. 43. De este voluntario pagamento sólo se eximen los que tienen empleos superiores, a quienes, como por modo de gracia u obsequio, conceden los gobernadores aquella parte que les pertenece en géneros. Pero como éstos son pocos, la mayor parte de aquella gente está precisada a pasar por el rigor de la ley que impone el gobernador. 44. Se acordó la providencia de que se enviase a Valdivia una parte del situado en géneros de ropa, con tan madura reflexión que, conociendo la urgente necesidad de ella, se dispuso que interviniesen los mismos oficiales reales de Lima y un apoderado que tiene en aquella ciudad la plaza, para solicitar el situado a su tiempo y hacerse cargo de la compra de los géneros, cuyas facturas se remiten para que, por el tanto del costo, se repartan después en aquellos a quienes legítimamente les pertenezca. Pero toda esta formalidad queda desvanecida después que entra en aquella plaza, y sólo sirve para que el mismo gobernador arregle sus ganancias sobre el costo principal. 45. Casi lo mismo que se practica con el situado de Lima, de dinero y ropas, se ejecuta con el de La Concepción, que es de víveres; y aunque no con tanto rigor como aquél, no se diferencia en mucho el método que observan los gobernadores en su expendio. Pero lo que se ofrece en esto de más particular es que el costo del transporte del situado de Limase hace a expensas del mismo situado, y por prorrata se le descuenta a cada uno el tanto por ciento de él, como si efectivamente hubieran de percibirlo en la forma que les corresponde, con que entre todos vienen a costearle al gobernador el flete de los géneros para que los tiranice con ellos. Lo mismo sucede con el de víveres, para cuyo transporte mantiene Valdivia una embarcación cuya madera la cortan y conducen al astillero los forzados y algunos indios que mantienen la plaza; y entre los carpinteros, herreros y calafates que el rey tiene en ella, se fabrica y carena cuando lo necesita, como cosa que pertenece a la plaza y no al gobernador. La misma gente que sirve al rey en ella va en la embarcación y luego que llega con los víveres al puerto, se hace dueño de ellos el gobernador, guardando el mismo régimen que con el otro situado para con las personas que obtienen los primeros empleos, y lo que distribuye en todos los demás es por unos precios tan levantados como los quiere imponer su codicia. 46. Aún no son éstas dos las únicas vías de ingreso que tienen aquellos gobernadores, porque como el fin de sacar más y más crece a proporción que se enriquecen, haciendo, como en la hidropesía, vicio el desorden, no dejan arbitrio por donde no se introduzcan las máximas de adquirir, y puesto en ello todo el cognato, es esto lo que arrastra su primera atención. Con este fin tienen continuamente ocupados a los desterrados en el corte y conducción de una madera que llaman allí lumas, y tiene gran consumo y estimación en Lima por su buena calidad y, principalmente, por la de ser sólida y cimbrosa, y apartándolos del principal destino de ocuparse en los trabajos de las fortificaciones, los reducen a esclavos propios; con el mismo fin emplean a los indios, y parece que cuanto encierra en sí aquella plaza debe conspirar a la propia utilidad del gobernador para que se enriquezca a expensas del vecindario, de la tropa, de los indios, de los forzados y aún del propio rey, pues hasta los oficiales de carpinteros y herreros que se mantienen allí, trabajan todo el año en su provecho. 47. Para mayor convencimiento del mucho desorden que hay en aquella plaza sobre este particular, podrá servir de ejemplo lo que sucedió con el que la gobernaba ínterin estuvimos en aquel reino. Este se hallaba en los últimos años de su gobierno, y habiendo seguido el régimen que halló establecido por sus antecesores, parece que, con algún celo cristiano, escrupulizó en el modo de conducta que había tenido para hacer un caudal muy crecido que tenía, y deseando reparar los perjuicios que para esto había causado a todo el vecindario, repartió entre él 40.000 pesos de su caudal propio, cuya cantidad aunque fuese corta respecto de lo mucho que se había utilizado, fue muy considerable para aquella gente, que nunca había experimentado igual liberalidad en sus antecesores. 48. Asentado, pues, que los gobernadores de Valdivia tengan una conducta tan extraviada como la que se acaba de ver, ¿qué buen celo al servicio de su rey se puede esperar de ellos? Pues aun cuando no hicieran injusticia, ninguna consideración bastaría para que se pudiese confiar en ellos al ver embebida su atención en el comercio y en el modo de hacer caudal para quedar ricos; agréguese ahora a esto la tiranía con que tratan a toda aquella gente que es dependiente de su mando, y se conocerá cuán apartada es su conducta de la que deberían tener. 49. Estos grandes desórdenes, regulares en Valdivia, dieron ocasión a don José Manso, ínterin que gobernaba los reinos de Chile, para representar a S. M. el 28 de febrero de 1739, lo que le pareció conveniente a fin de contenerlos. Y se mandó en su consecuencia que aquella plaza se agregase a la jurisdicción de los presidentes de Chile, y que estuviesen sujetos a éstos los que la gobernasen; cuya providencia fue en todo acertada, así para el fin de estorbar la extraviada conducta de los gobernadores, como porque estando más inmediata la plaza a la capital de este reino, puede el presidente providenciar en lo que necesite con más prontitud que si hubiera de ocurrir a Lima, que era de donde dependía antes y suministrarle lo necesario cuando lo pida la ocasión. 50. La comunicación de esta plaza con el reino de Chile se hace por tierra cuando hay paces con los indios de Arauco y Tucapeles, pero cuando están de guerra contra los españoles, queda interceptada esta vía, porque el camino hace paso por sus tierras, atravesándolas. Los situados de víveres que se le suministran se llevan siempre de La Concepción por mar, y se hace esto en el verano, porque en entrando el invierno no es practicable aquella navegación, lo cual proviene de los nortes, como tenemos ya notado en el segundo tomo de la Historia. 51. Además de estas cuatro plazas que tiene el Perú en las costas del mar del Sur, hay fortalezas en otros puertos de las mismas costas, pero tan reducidas que son sólo unas pequeñas baterías; tales son las de Guayaquil, Palta y Arica. Pero en los lugares de Ilo, Pisco, Cobija, Copiapó, Coquimbo, y algunos otros que son muy buenos puertos, no tienen ni aún la pequeña defensa que aquéllos. Con que todos ellos están expuestos a los primeros peligros de cualquiera endeble invasión, si bien es preciso reparar que de sus reducidas poblaciones pueden sacar poco fruto los piratas o enemigos, porque son muy cortas y pobres, y nunca se pudieran guardar bien por serradas abiertas la mayor parte de ellos, y poder hacerse desembarco en varios sitios. Pero entre los tres puertos primeros está el de Guayaquil, que necesitaba tener defensa con formalidad por las circunstancias que en él concurren. 52. En la descripción particular de esta ciudad y su río queda dicho lo correspondiente al paraje que ocupa, su situación en el río del mismo nombre y los puertos que tiene, tanto en la isla de La Puná, que está en la medianía de su desembocadura, como dentro del mismo río, en paraje inmediato a la ciudad, por cuya razón no será necesario volverlo a repetir aquí, y así podremos continuar lo que resta sobre el particular de esta ciudad, para que se venga en conocimiento de lo importante que es el que este puerto se guarde como uno de los más principales que tiene la mar del Sur en las costas del Perú. 53. Es tal la disposición o planta que tiene Guayaquil que aunque por tierra no puede ser invadida a menos de hacer desembarco en la misma ciudad, porque la naturaleza del terreno, todo él pantanoso, no lo permite, por agua tiene tres avenidas tan peligrosas que cada una necesita ser guardada en particular. La primera es la del río principal, la cual no es la de mayor cuidado, porque siempre que intenten entrar por ella los enemigos, han de ser sentidos con tanta anticipación que darán tiempo bastante para que las milicias que forma aquel vecindario se dispongan a recibirlos. La segunda y tercera son un brazo del mismo río y un estero; aquél, a quien llaman el Brazo de Santay, que teniendo la una boca cosa de leguas más abajo de la ciudad, en la orilla opuesta a la que ocupa ésta, va a corresponder con la otra boca precisamente a la medianía de la población, de tal suerte que, sin ser sentidos, pueden tomar su derrota haciendo tiempo a que entre la oscuridad de la noche y, manteniéndose cubiertos al abrigo de la misma isla de Santay, sorprender con gran facilidad la ciudad, pues con sólo hacer la travesía del río se hallan dentro de ella, sin que en este caso puedan servir las fortalezas para defenderla. La tercera, que es el Estero Salado, tiene la entrada en la costa que corre de isla Verde hacia el Occidente, formando por aquella parte la ensenada de La Puná; éste va a fenecer a espaldas de la ciudad, y tan cercano a la Ciudad Vieja que sólo dista de ella cosa de un tiro de escopeta, o poco más. Con que viene a quedar la ciudad expuesta a estas tres avenidas, las cuales, correspondiendo a distintas partes, no pueden ser guardadas sin fortalezas particulares que defiendan el paso de cada una, pues como ya se ha experimentado, se ha visto sorprendida de enemigos y saqueada, cuando su vecindario estaba más pronto para la defensa, por haber tenido ocasión de introducirse en sus botes y lanchas por el Estero Salado, facilitándolos la noticia de esta entrada, y conduciéndolos por ella, un mulato que, sentido de algunos agravios que le habían hecho sujetos de la ciudad, se valió de esta ocasión para vengar su encono. Y por esto, los piratas que se mantenían en La Puná ya sin ánimo de continuar la invasión por saber que Guayaquil estaba prevenida para recibirlos, hallando coyuntura de sorprenderla, se aprovecharon de ella de tal suerte que, ínterin estaba su vecindario esperándolos en un fuerte que correspondía al río principal, llegaron favorecidos de la oscuridad de la noche y se apoderaron de todo tan a su salvo que, cuando los otros fueron sabidores del caso, sobresaltados con la repentina noticia y alboroto, no les quedó más arbitrio que el de huir y dejarles el fuerte. Y aunque algunos se retiraron a otra pequeña batería que había en la Ciudad Vieja, después de una corta resistencia se vieron precisados a entregarla. Este caso sucedió el año de 1709, y fue saqueada la ciudad por Guillermo Dampierre y Roggier, que mandaban dos fragatas de 20 a 30 cañones. 54. Con el motivo de esta última guerra que aún existe se fabricaron en la ciudad dos fuertes uno guarneciéndola por la parte del río principal, y otro haciéndole guardia por la del Estero Salado. El primero tenía bastante capacidad, pero estaba mal proveído de artillería, siendo la causa de esto que habiéndose enviado por el virrey de Lima la que había, se reducía ésta a unos cañones de hierro desfogonados, tan viejos e irrgulares en sus calibres, y en tan mal estado, que sólo la necesidad de no haber otros podía obligar a servirse de ellos; el fuerte que defendía el desembarco por el Estero Salado no tenía artillería, y sólo venía a servir de que se recogiese en él la gente para hacer fuego a cubierto con la fusilería. Uno y otro son de madera, pero de tal calidad que es incorruptible debajo del agua y en el lodo o cieno, a lo cual obliga la naturaleza del terreno que por ser todo él cenagoso, y de una tierra tan esponjosa que con los primeros aguaceros es bastante para que se convierta en ciénaga, no permite que se puedan hacer obras de cantería. 55. Además de estos dos fuertes se conserva todavía la batería de la Ciudad Vieja, situada en el extremo de ella. Esta es de piedra, porque el terreno que ocupaba de antes la ciudad principal (y se llama hoy Ciudad Vieja) es cascajoso y sólido, y así se podía fabricar en él con las materias más consistentes, lo que no permite el que ocupa al presente la nueva ciudad; su artillería consistía en tres cañones o cuatro, muy pequeños, y en tan mal estado como los que había en el fuerte principal. Ninguno de estos dos fuertes pueden defender perfectamente la ciudad por dos motivos; lo uno porque la boca de Santay corresponde a la medianía de los dos, y lo otro porque aunque aquella boca se cerrase, teniendo el río por aquella parte más de media legua de ancho, y siendo sus orillas tan pobladas de manglares que aun de día se hace dificultoso distinguir las canoas que navegan inmediatas a ellos, confundiéndolas las muchas ramazones de estos árboles y sus hojas, no hay inconveniente para que las embarcaciones de enemigos entren navegando contra aquella orilla, esperando para ello que los favorezcan las sombras de la noche y, atravesando después el río por frente de la misma ciudad, entren en ella sin dificultad. 56. La toma de Palta por el vicealmirante Anson, y los recelos de que adelantase sus ideas hasta Guayaquil, dieron motivo a la Audiencia de Quito para que, entre otras providencias para su socorro dadas en diciembre de 1741, fuese una la de encargarnos el que pasásemos a aquella ciudad a disponer lo que pareciere más conveniente para su defensa. Y con esta ocasión fue preciso examinarla toda con algún más cuidado y reflexión que el que hasta entonces se había tenido, pasando don Jorge Juan a reconocer todo el Estero Salado, cuyo brazo es tan considerable que, en las cuatro leguas que navegó por él desde la ciudad hacia su boca, encontró siempre 14 brazas de agua, y aún más en algunos parajes; pero la gente del país aseguraba que en la boca tenía poco fondo. Hechos capaces de todo esto, y de que por el brazo de Santa y sólo pueden navegar embarcaciones pequeñas, como botes y lanchas, por ser su fondo muy poco, y que por el río principal no puede entrar ninguna es especie de embarcaciones si no es con marea, y las grandes descargadas, por algunos bajos que hay en él, nos pareció que lo único que se podía arbitrar era cegar el brazo de Santay y el Estero Salado, lo cual se conseguiría con sólo la diligencia de derribar los árboles que pueblan ambas orillas, y entonces quedaría reducida la entrada a la del río principal; y mediante que en éste es preciso hacerla con embarcaciones menores, como botes o lanchas, fuimos de sentir que se fabricasen dos medias galeras, las cuales podrían hacerles resistencia en el mismo río, embarazándoles llegar al paraje donde pudiesen desembarcar. Este dictamen, con la aprobación de aquella ciudad, se participó a la Audiencia de Quito, cuyo tribunal dio orden para que se pusiese en ejecución, y así se practicó en lo que pertenecía a fabricar las galeras, pero reservaron la que miraba al caño y estero para ocasión que urgiese más, porque ya consideraban que Anson no entraría en aquel puerto. 57. Para la guarnición de los dos fuertes que entonces tenía Guayaquil se habían llamado todas las milicias, que componían varias compañías de caballería e infantería, a las cuales se les daba entonces prest como a tropa reglada, pero sin este motivo no tienen alguno. El número de las compañías que se juntaron entonces fueron ocho: tres de caballería, otras tres de infantería, una de indios flecheros, y otra de forasteros; esta última no tiene número fijo, porque pertenecen a ella todos los que, en tales ocasiones, se hallan en la ciudad. Y aunque no compusiesen más de 400 hombres entre todas (que excedían), era número bastante para defenderla una vez bien dispuestas las providencias, de suerte que no les quedase a los enemigos más entrada que la del río, y que estuviesen prontas las galeras a oponérseles, sin ser necesario que se alargasen mucho de la ciudad. Pero fuera de esta gente, recibió Guayaquil otras compañías que se enviaron de toda la provincia de Quito, aunque llegaron tan tarde que, si Anson se hubiera dirigido allí, no le hubiera servido de nada este socorro y como las invasiones no esperan una demora tan larga cual se necesita para ocurrir a Quito, que se levante allí la gente, que forme compañías, y que baje a Guayaquil, es preciso que las fuerzas de aquella ciudad se regulen por las que puede juntar entre su vecindario y el que habita en los lugares inmediatos de su Jurisdicción, que son los que legítimamente están en postura de acudir en tiempo a defenderla. 58. Ni los fuertes, ni las galeras que pueden defender a Guayaquil en tiempo de guerra, necesitan de gran número de gente en el de paz, pues con sólo aquella muy precisa para que cuide de tener cerrado el fuerte y de guardar lo que hubiese en él, es bastante, y las galeras, con la precaución de vararlas y tenerlas hechas ramadas que las defiendan del sol y aguaceros, no necesitan de más. Y como desde que cualquiera embarcación de enemigos entra por la isla de La Puná, hasta que su gente pueda llegar a Guayaquil, ha de pasar medio día natural, aun haciendo la mayor diligencia que es posible, y en Guayaquil se tiene la noticia por medio de un tiro que se dispara en La Puná, y otros dos que corresponden en distintos parajes de la distancia que media, llega la de cualquier acontecimiento dentro del breve tiempo que el sonido gasta en correr de un lugar a otro, y siendo allí, en Guayaquil, donde está lo más fuerte de la maestranza de todas aquellas mares, en muy corto tiempo tienen aprestadas las galeras y puestas en el agua, de suerte que antes que los enemigos puedan haber entrado dentro del río alguna distancia considerable están prontas a emplearse contra ellos. 59. Es el puerto de Guayaquil de suma importancia en aquellas mares, porque además de ser la llave de los comercios de las provincias de Quito con todas las demás del Perú y costas de Nueva España, y forzoso paso para su comunicación, es asimismo el más bello astillero que reconocen aquellos mares, tanto por la abundancia de las maderas cuanto por su sobresaliente calidad y comodidad de hacer las fábricas, siendo también el único donde se pueden construir navíos grandes para guerra o para comercio, como también el más propio para carenar, cuyas circunstancias no las gozan otros puertos de astillero que hay en las costas de Chile, o en las de los reinos de Nueva España. Por lo cual es siempre de temer la desgracia de que se apodere de Guayaquil alguna de las potencias extranjeras que tanta solicitud han puesto en formar colonia en aquel mar, pues con sólo este puerto tenía bastante para ser dueña de todo el comercio del mar del Sur, y al paso que ella estaría en aptitud de mantener los navíos que hubiese menester, nos privaría de ello a los españoles, por ser los dueños de las maderas y arboladuras, que es lo principal de la construcción, y con la abundancia de algodón que aquel país produce, tendrían lonas y no les faltaría nada para completar sus intentos, de cuyos principios serían bien malas las consecuencias que se originarían. 60. A1 mismo respecto que el puerto de Guayaquil, se hace digno de atención el de Atacames, que está en la desembocadura del río de las Esmeraldas. Pero en éste, que hasta el presente ha estado casi abandonado, milita otra circunstancia, porque no es Esmeraldas, ni Atacames, los que por sí se hagan acreedores al mayor cuidado de la defensa, sino por la facilidad que hay de introducirse hasta Quito, subiendo primero el río de Esmeraldas y concluyendo el tránsito corto de las últimas jornadas por el nuevo camino que se ha abierto, destinado a facilitar el comercio entre las provincias de Quito y reino de Tierra Firme, el cual es tan corto que consiste en 18 leguas marítimas, que son las que hay en esta forma: desde Silanche, que es el desembarcadero del río, hasta Niguas, cinco; de Niguas por el Tambillo, Gualea y Nenegal a Nono, ocho, y de Nono a Quito, otras cinco; y todas se pueden andar, por ser los caminos malos, en cuatro días. El río de las Esmeraldas tiene, desde su desembarcadero al mar hasta Silanche, 25 de las mismas leguas, y todas ellas son navegables en embarcaciones menores, como lanchas y botes, y a la desembocadura de este río, cosa de tres leguas al Sudoeste, está el puerto de Atacames, que es muy seguro. Con que, qué duda hay, a vista de los ejemplares tantas veces experimentados con Panamá y puertos del mar del Sur, que si llega a proporcionárseles ocasión a los piratas, no dejen de emprender sus acostumbrados arrojos contra Quito, siéndoles no más ardua la empresa que la que hizo Enrique Morgan el año de 1670 contra Panamá, y menos difícil que la de otros que le siguieron después e hicieron el tránsito del istmo de Panamá por el Darién para pasar al mar del Sur, unos en el año de 1672 con Juan o Jen Ran, y otros hasta el número de 150 hombres comandados de Bartolomé Sharp, en el de 1680, que juntos no fueron cortas las hostilidades que practicaron en todas aquellas costas. A vista de estos ejemplares, no parece conforme a buena política vivir con tanta confianza que se dejen abandonados unos parajes tan importantes como aquellos, mayormente cuando lo están de modo que no tienen los enemigos que vencer otra dificultad de fortalezas, ni guarniciones, más que la del camino, para el cual tienen a la vista un incitativo tan poderoso en las crecidas riquezas que encierra una ciudad como la de Quito, que al paso que son incomparablemente mayores que las que tenía Panamá cuando padeció con Morgan, no hay en ella los obstáculos, que se ofrecían en aquélla, de ser preciso vencer dos fortalezas antes de conseguir el intento. 61. Parece que se hace extraño el que habiendo entrado a la mar del Sur tantos piratas, y siendo tan fácil como se propone el internar a Quito por aquella vía del camino de Esmeraldas, y esta ciudad tan digno objeto de su codicia, no haya habido hasta el presente, entre todos ellos, quien intentase el viaje. Pero esto es provenido de que, en el tiempo que los piratas frecuentaron aquellos mares, estaba cerrado el camino que sale de Esmeraldas a Quito, y no era conocido aún de los mismos del país. Pero ahora que no sólo lo es para aquellos naturales, sino también para los extranjeros, que lo tienen reconocido muy prolijamente y aun sacado planos de él, que saben la total falta de defensa en que están todas las poblaciones de la sierra y la abundancia de bastimentos que hay en ellas, es de temer que no olviden tales noticias, y que, aprovechándose de ellas, ejecuten lo que nunca han proyectado por falta de luces. 62. El camino desde Quito a Esmeraldas se proyectó y abrió con el celoso fin de facilitar el comercio entre Quito y Panamá, de lo cual una y otra provincia reciben frandes beneficios. La primera dando salida a los muchos rutos que produce su territorio, y la segunda siendo abastecida de ellos con abundancia y más conveniencia que los que logra, y se remiten, de Lima y Trujillo; y además de esto, puede contribuirle repetidos y prontos socorros de víveres, gente, pólvora y otras cosas, la provincia de Quito a Panamá, en caso de verse invadida esta plaza, lo que no es fácil consiga faltando el comercio entre las dos por esta vía, porque o bien ha de ocurrir a Lima, cuya resulta es tan dilatada como queda ya vista, o a Guayaquil, de donde además de ser casi triplicado el tiempo que se necesita para el viaje, no se le puede socorrer con nada, porque sus frutos son de distinta calidad que los de Quito, su gente la necesita para sí, y carece de todo lo demás. Con que se concluye de todo que, siendo conveniente el que haya inmediata vía de Quito a Panamá, tanto para que con el comercio florezca más aquélla y sean partícipes en ésta de lo que allí produce la tierra lozanamente, como para que ésta pueda ser socorrida en caso necesario, se hace indispensable que estén guardados la entrada del río y el puerto de Atacames, con cuya reparo ni Quito peligrará, ni estarán expuestos los almacenes y embarcaciones, que por precisión ha de haber o en el mismo puerto o en la entrada del río, lo cual se puede conseguir sin hacer muchos costos a la Real Hacienda y, si el comercio es grande, sin ocasionarle ningunos, del modo siguiente: 63. En cada paraje donde hay bodegas o aduanas en aquel reino, como en la jurisdicción de Guayaquil, en Cruces y otras partes, está reglado que cada carga que transite por allí, si es de frutos o géneros de la tierra pague un real de derechos, y el doble cada fardo de mercancías de Europa; y por este indulto tan pequeño tienen almacenes donde se reciben hasta que sus dueños logran ocasión de darles curso, con que parece que más es este derecho por el almacenaje que por vía de tributo, pues si no lo tuvieran allí, lo habían de buscar en otra parte, donde también lo habían de pagar. Esto supuesto, y también el que ni uno, ni dos reales de derechos más del que es regular en cada carga de frutos o mercancías, no es perjuicio para el dueño respecto del crecido aumento de precio que va a adelantar en Panamá, no sería irregular que a cada carga se le impusiese este indulto, y que el producto de él, que sería tanto más crecido cuanto fuese mayor el comercio, se aplicase para la fábrica y subsistencia de los fuertes necesarios, y para la manutención de alguna tropa que, sin ser en número crecido, bastase para guarnecerlos, y junta con la gente del país, sería suficiente para su defensa y estorbar el paso a los enemigos que intentasen allanarlo. 64. Además de la seguridad que tendría entonces la provincia de Quito, y de que, con el motivo de este comercio, se poblarían todas aquellas tierras que pertenecen al gobierno de Atacames y al presente no lo están, resultaría para Quito otro beneficio grande, y sería que tendría este lugar de Atacames como presidio para condenar a él los malhechores, cuyo género de castigo ahora no se practica, porque, siendo Valdivia el único lugar destinado a este fin, no llega el caso de que se ponga en ejecución, a causa de que siendo la distancia tan dilatada, son los gastos de conducirlos muy crecidos, y si los hubieran de costear las justicias, sería castigarse a sí mismas con la imposición de estas multas; y así, aunque se condene al destierro de Valdivia en las sentencias, no llega el caso de que se cumplan en esto. El justo temor de que se hubiesen de ejecutar, y el de ver el lugar del castigo inmediato, corregiría mucho los desórdenes de aquella gente malévola, y reduciría al trabajo a los que ahora no lo reconocen y, llenos de pereza, están abandonados a los vicios. Con que de todos modos contribuiría la fortaleza de este puerto al bien de aquella provincia y, principalmente, a su seguridad, de que carece totalmente. 65. Supuesto, como se ha dicho al principio de esta sesión, que no es bastante providencia para las plazas de aquella América Meridional en las costas del mar del Norte, la de enviar tropas de España para que las guarnezcan, por la total deserción que es regular en ellas, y que las que tienen las de las costas del mar del Sur es gente sin disciplina ni experiencia para la guerra, parece que convendría disponer esto en tal conformidad que, sin hacer saca de gente España, se pudiesen guarnecer todas las plazas que lo requieren, con tropa veterana, disciplinada y acostumbrada a la guerra, y que, al mismo tiempo, no estuviese sujeta a la propensión de desertar, como que también fuese toda ella de vasallos del rey, pues siempre que se consiguiese en esta forma, no habría qué temer en aquellas plazas. Y como lo más arduo en estas materias es el conocer los arbitrios que deban contribuir a ello sin grave perjuicio del común ni de los países propondremos el medio que se nos ofrece, según lo podemos concebir mejor. 66. Es de advertir de las provincias interiores de aquella parte de América, que son las que están en la serranía, son asimismo las más dilatadas y pobladas de gente que hay en todas ellas. En éstas abunda mucho la casta de mestizos, y éstos son de muy corta o ninguna utilidad en aquellos países, porque la abundancia de frutos que hay en ellos, y la inaplicación que es común en éstos al trabajo, los tiene reducidos a vida ociosa y perezosa y hechos depósito de todos los vicios; la mayor parte de esta gente no se reduce nunca al matrimonio, y viven escandalosamente, aunque allí no es extraño este régimen por ser muy común. Hacer saca de esta gente sería beneficio para aquellos pueblos; traerla a España y formar con ella algunos regimientos que sirviesen en las plazas y en campaña, lo sería también para España, y volver a restituir a las Indias parte de ella con destino a aquellas plazas, sería tal vez conseguir enteramente lo que se desea para su seguridad. Porque esta gente, como que es de distinto color que los españoles, o conocida por sus facciones, lleva patente el sobre escripto de su casta por todas partes, y conocidos por mestizos o por mulatos (que también de ésta se deberían traer, porque hay parajes donde abundan, y los mestizos no), en ninguno de las Indias pueden tener esperanza de hacer fortuna, y como sea éste el incentivo que da motivo a la deserción de los españoles, faltándole totalmente a esta gente, no hay duda que permanecerían, porque todos ellos saben muy bien la poca o ninguna estimación que tienen en sus países, y así, poco estímulo pueden tener para internarse en ellos conociendo que la fortuna no puede serles más favorable, estando al descubierto la poca suerte que les cupo en su nacimiento. 67. Nunca sería conveniente el que esta gente se mezclase en los regimientos con la española, para evitar que, familiarizados con los legítimamente blancos, concibiesen en España más altos pensamientos que los que tienen en sus países natales y no quisiesen volver allá. Como decíamos, nunca sería conveniente que esta gente se mezclase en los regimientos con la española, sino que con ellos se formasen aquellos regimientos que pareciesen necesarios para mantener las guarniciones de todas aquellas plazas, y éste habría de ser su fin e instituto. Pero en estos regimientos convendría que los oficiales fuesen españoles hasta los subtenientes inclusive, y los sargentos y cabos de ellos mismos, a fin de que tuviesen mejor disciplina y que se impusiesen en ella. 68. Toda la dificultad que se ofrece en esta nueva providencia consiste en hacer el transporte de esta gente desde las ciudades, villas, etc., de donde saliesen, hasta España, sin gravamen del Real Erario. Pero esto se conseguiría sin mucha dificultad disponiendo que cada ciudad, o cabeza de corregimiento, hiciese el transporte de la gente que hubiese de dar, hasta el puerto de mar más inmediato, a costa de los mismos pueblos; y para que no fuesen gravados sensiblemente, que los vecindarios concurriesen unos con mulas y otros con víveres de sus cosechas, con los cuales se transportasen y mantuviesen. Pero llegados al puerto de mar, se les debería dar ración en él por cuenta de S. M., hasta que se embarcasen, y por esto no se conducirían allí hasta que hubiese pronta ocasión de enviarlos a España. 69. El transporte de esta gente desde los puertos del mar del Sur hasta los de España puede hacerse arreglado al método que haya en el comercio con aquellas partes, o bien trayéndoles en derechura en los navíos de guerra y registros que fuesen a aquel mar, o bien llevándolos en los mismos navíos del Perú a Panamá, de donde se transportarían a Portobelo para embarcarse en los galeones, a cuyo fin convenía que se instituyese el que, a proporción de las toneladas que tuviese cada navío marchante, hubiese de estar obligado a traer un número determinado de gente, estableciendo, por ejemplo, que por cada diez toneladas le perteneciese un hombre; y lo mismo para llevarlos. El transporte de estos soldados quedaría así solucionado, fuera de los que los navíos de guerra pudiesen también recibir llevando a las Indias, y trayendo de ellas, la gente de guarnición para aquellas plazas. No se les hacía perjuicio sensible a los dueños del navío porque, aunque esta gente no fuese marinera de profesión, puesta a bordo de los navíos y al lado de marineros viejos, trabajaría en todo lo que no fuese faena de peligro o de cuidado, que son las que requieren gente hábil, como lo hace la infantería de marina en los navíos de guerra; y así, un navío de 300 toneladas, que estará tripulado con 50 ó 60 hombres, llevaría y traería 30 de éstos, y con otros 25 ó 30 marineros buenos, tendría bastante para su viaje. Con que haciéndose en esta forma, parece que se lograría el fin, sin que resultase perjuicio ni a la Real Hacienda, ni a los particulares. 70. Esta gente que hubiese sido ya disciplinada en España y volviese destinada a las plazas de armas, sería por todos títulos más propia para ellas que la que se envía de España, pues con la práctica de ir y venir como marineros se habitaría también en este ejercicio, que es una de las circunstancias que necesitan las guarniciones de las plazas del Perú, porque siendo marítimas, se ofrece en ellas continuamente hacer algunos armamentos, ya de navíos de guerra o de balandras corsarias particulares, como se practica en Cartagena; y debiéndose guarnecer con la tropa de dotación que tiene la misma plaza, son más a propósito para esto los que ya han navegado que los que siempre han servido en tierra. En la plaza del Callao se hace tan precisa esta providencia como que ni la plaza tiene más guarnición que la de marina, ni los navíos de guerra se tripulan con otra tropa que con la que guarnece la plaza, porque una misma sirve a entrambos fines. 71. Los beneficios que a España y a las Indias se seguirían de esto están patentes; a España ayudando las Indias con gente para la guerra cuando se ofreciese, y tanta cuanta de allá pudiese venir se dejaría acá de sacar de los pueblos; a las Indias limpiando las poblaciones de gente vagamunda y viciosa, dando guarniciones a sus plazas de gente segura, vasallos del rey, y no propensa a la deserción, como lo son los españoles. Y además de estas ventajas, se conseguiría también que, siendo bien disciplinada, pudiesen tener confianza en ella los gobernadores, tanto para hacer las defensas que se ofreciesen contra los enemigos del rey, cuanto para hacer respetables entre aquellos vasallos las órdenes reales, reduciéndolos a la debida obediencia, que ahora conocen con más tibieza que veneración. Y, últimamente, por este medio se podría conseguir hacer de unos países sin más sujeción que la voluntariedad de sus moradores, unos arreglados a las leyes de justicia, tan necesarias en todo el mundo para el bien público y para la seguridad de las monarquías. 72. Establecido el que se trajese a España la gente que está más de sobra en las Indias, en la conformidad que queda dicho, resta decir el mejor modo de sacarla de aquellas poblaciones, sin perjuicio de ellas, lo cual debería hacerse por corregimientos, y asignando a cada uno aquel número que pareciese proporcionado según su extensión y poblaciones. Para esto daremos una norma por los que pertenecen a la provincia de Quito, la cual puede servir de régimen para arreglar los de las demás provincias. 73. La ciudad de Quito está regulada por las noticias de sus padrones de 50 a 60 mil almas de ambos sexos y todas castas. Su corregimiento se compone, además de la ciudad, de 29 curatos o pueblos principales, que casi todos tienen otro pueblo por anexo, y muchos dos y aun tres, y aunque la mayor parte de éstos se componen de indios, hay otros que son de mestizos enteramente, y otros en donde hay indios y mestizos. Con que no será mucho asignar a todo este corregimiento 50 hombres que deba dar anualmente. 74. La ciudad de San Juan de Pasto, cuyo partido, aunque perteneciente al gobierno de Popayán, es dependiente de la Audiencia de Quito y de esta provincia, tiene de 6.000 a 8.000 personas. Su jurisdicción consta de 27 pueblos, y mucha parte de ellos son compuestos de mestizos. Con que pueden asignársele 25 hombres anuales. 75. La villa de San Miguel de Ibarra se regula tener de 6.000 a 8.000 almas. Su jurisdicción se compone de 10 pueblos principales, muy grandes, y otros anexos. Su asignación puede, sin ningún perjuicio, hacerse de 25 hombres. 76. El asiento de Otavalo está regulado que tiene de 18.000 a 20.000 almas dentro de sus goteras. Este corregimiento se compone de seis pueblos principales fuera de los anexos, todos de mucho gentío. Pero porque la mayor parte del gentío que se comprende en toda su jurisdicción son indios, bastará asignarle otros 25 hombres. 77. El corregimiento de Barbacoas no debe contribuir gente ninguna, porque es muy corto el número de los que tiene en su jurisdicción. 78. El asiento de Latacunga tiene dentro de sus goteras de 10.000 a 12.000 almas. La jurisdicción de su corregimiento se compone de 19 pueblos principales muy grandes y muchos anexos; con que, sin hacerle gravamen, pueden repartírsele 30 hombres anuales. 79. El asiento de Ambato, que es tenientazgo de Riobamba, tiene en sus goteras de 8.000 a 10.000 almas. Su jurisdicción se compone de 16 pueblos principales y muchos anexos. Los mestizos abundan mucho en él y es gente inquieta y belicosa, tal que en toda la provincia padece esta nota, por lo cual se le pueden asignar 40 hombres al año. 80. La villa de Riobamba tiene en sus goteras de 16.000 a 20.000 almas. Su jurisdicción, extra de la de Ambato, se compone de 18 pueblos principales y muchos anexos, todos bien grandes. Pero por tener muchos indios bastará repartirle 35 hombres. 81. El asiento de Chimbo es corto. Guaranda, que es ahora el pueblo principal, donde residen los corregidores, tendrá de 6.000 a 8.000 plazas. En todo se compone su jurisdicción de ocho pueblos, y en ellos hay mucha parte de mestizos, con que pueden asignársele 25 hombres al año. 82. La ciudad de Guayaquil tendrá de 16.000 a 20.000 almas en sus goteras, y su jurisdicción se compone de 14 pueblos principales y algunos anexos. La mayor parte de la gente que los habita son mulatos y castas de éstos. Se pueden sacar anualmente 40 personas. Es gente libre, belicosa y resuelta. 83. El asiento de Alausi, tenientazgo perteneciente al corregimiento de Cuenca, tiene de 5.000 a 6.000 almas, y su jurisdicción se compone de cuatro pueblos principales y algunos anexos. Por ser indios la mayor parte de los que los habitan, bastará asignarle 10 hombres. 84. La ciudad de Cuenca está regulada de 25.000 a 30.000 almas. Su jurisdicción se compone de nueve pueblos principales, muy grandes; entre ellos hay algunos que tienen hasta cinco y seis anexos. La casta de mestizos abunda mucho en toda la jurisdicción; es gente muy altiva, muy perezosa, viciosa y mal inclinada. De esta ciudad y los pueblos de su pertenencia pueden sacarse anualmente 50 hombres o más y le será de un grandísimo beneficio. 85. La ciudad de Loja tiene de 8.000 a 10.000 almas, según se regula. Su jurisdicción se compone de 14 pueblos principales y varios anexos. Pueden sacársele 30 hombres anualmente. 86. Los gobiernos no deben comprenderse aquí, porque antes bien necesitan de gente respecto de la que tienen, como después se dirá. Y es de advertir que ésta que se saca de los corregimientos no perjudica a la que debe asignarse a estos gobiernos, por la mucha que hay en aquellas poblaciones sin oficio ni ejercicio. Y toda la que contribuirá la provincia de Quito para este fin se puede ver en el resumen siguiente. 87. Resumen de la gente que se puede sacar de la provincia de Quito anualmente para servir en el ejército: Hombres anuales Del corregimiento de Quito...... ...... 50 Jurisdicción de Pasto 25 Corregimiento de San Miguel de Ibarra 25 Corregimiento de Otavalo . 25 Corregimiento de Latacunga 30 Jurisdicción de Ambato 40 Corregimiento de Riobamba 35 Corregimiento de Chimbo 25 Corregimiento de Guayaquil 40 jurisdicción de Alausi . 10 Corregimiento de Cuenca 50 Corregimiento de Loja . 30 385 88. A este respecto puede hacerse la repartición en todas las demás provincias del Perú, y aumentar o disminuir el número según fuese necesario; porque aunque se haga institución de que se dé anualmente esta gente, si no se necesitare tanta, puede reducirse a la mitad, o a la tercera parte, conforme conviniese. Pero la aumentación no ha de ser tanta que llegue a perjudicar a las provincias, sino solamente en ocasiones como en la presente guerra, que en España hay necesidad de ella, y fuera conveniencia para los navíos marchantes el traer de allá más gente, pues con ella serían mayores sus fuerzas y no peligrarían tanto con los corsarios enemigos. 89. Está claro que si se hubiese de ceñir el transporte de esta gente a la precisión de un hombre por cada diez toneladas en los navíos marchantes, siendo pocos los que van no podrían traerla toda. Pero esto se salva con aumentar el número de la que cada navío deba traer a proporción de la que deba venir, porque todo su costo consistirá en los víveres y aguadas. Mas, como las ganancias que quedan a los navíos que pasan a las Indias con permiso son muy sobresalientes, esta pequeña pensión que se les impone no les es de tanto perjuicio como si hicieran el viaje a otras partes. 90. Como una de las dificultades de esta providencia estaría en el modo de sacar la gente de aquellos países sin que causase alboroto, ni hubiese entre la gente distinguida quienes se atreviesen a estorbarlo o protegiesen a los que fuesen nombrados para venir, libertándolos de ello, se debería hacer cargo de esta comisión a los ayuntamientos de las ciudades y villas, para que éstos dispusiesen la leva en toda la jurisdicción del corregimiento, arreglando por sí, con la asistencia del corregidor y de los alcaldes, el repartimiento que se habría de hacer a cada pueblo. El cual concluido, habría de remitirse a la Audiencia a donde perteneciese para que fuese aprobado por este tribunal, y después lo deberían poner en ejecución los mismos alcaldes ordinarios, pasando en persona, uno por cada lado de la jurisdicción, a sacar la gente que tuviese asignado cada pueblo, sin que el corregidor tuviese que intervenir en esto, ni en otra cosa de todo el asunto, más que en autorizar la junta, porque haciéndolo los alcaldes, como patricios a los cuales, y a toda la gente de lustre, miran los plebeyos con entera sumisión y obediencia, pasarán por todo lo que éstos quisieren imponerles, sin inquietarse; lo que no sucede respecto de los corregidores, porque siendo forasteros los tienen siempre en oje-riza, y los reputan por hombres que van a hacer caudal, y no a gobernar. 91. Para obligar a los ayuntamientos a que hiciesen esta leva con el celo y eficacia necesarios sería conveniente establecer una ley en que se ordenase que los regidores que no concurriesen a ello con toda eficacia, fuesen privados por las Audiencias de los oficios, y que no pudiesen volver a ejercerlos, ni ser nombrados alcaldes ordinarios, ni tener otro cargo ninguno, honorífico, del servicio del rey, o de la república, a menos de ser habilitados nuevamente por el Consejo de las Indias. Pero asimismo que los que habiendo sido 10 años regidores y uno alcaldes y hubiesen desempeñando en todos ellos esta obligación, se le reconociese por servicio y mérito bastante para ser atendidos y premiados para cuando llegase la ocasión; y para remunerarlos con cosa que los estimulara, podían asignarse a este fin varios empleos de honor que hay allá, los cuales no son de gravamen al Real Erario, y sí de mucha estimación para aquellas gentes; tales son el de maestre de campo, el de sargento mayor, el de general de caballería, los de capitanes, y otros que pudieran conferírseles de los que hay en España, que serían para aquella nobleza de tanta estimación como ahora los cortos que tienen, porque hace gran vanidad por esta parte, y por tal de obtenerlos (particularmente si fuesen empleos de honor, sin ejercicio, de los que hay en la Casa Real) se emularían todos los de más lustres en hacer méritos para que se les confiriesen. 92. Los mismos ayuntamientos deberían encargarse de las providencias de su conducción hasta el puerto más inmediato, para continuar, desde él, el viaje por mar. Y para que ésta fuese gente de servicio, la debería recibir el gobernador y oficiales reales del dicho primer puerto para que los que no fuesen de la marca, edad y circunstancias que se les prescribiese, los excluyesen, y sería del cargo de los mismos ayuntamientos el volverlos a conducir a su costa hasta sus propios pueblos, y reemplazarlos, también a su costa, con otros. 93. Ya se está viniendo a los ojos una dificultad tocante a la conducción de esta gente hasta el puerto inme-diato, y es el modo de guardarlos y evitar su fuga, lo cual se debería hacer con el auxilio de las milicias de cada corregimiento, ordenándose que los acompañasen, y para que a éstas no se les siguiese grave perjuicio, que en cada pueblo se remudasen. Pero los que, no obstante esta providencia, desertasen, éstos se habrían de solicitar en todos los corregimientos comarcanos, y por este hecho quedar condenados a ir a servir de forzados al gobierno a donde perteneciesen, por tiempo de cinco años, de lo cual se tratará más adelante. Pero no serían muchos los que desertasen, porque aquella gente ordinaria no demuestra resistencia en el particular de venir a España, ni mira con el horror que acá, entre la gente rústica, el ejercicio militar, porque no conoce sus pensiones y peligros. 94. A los ayuntamientos convendría, para el fin de esta leva, que se les diesen ordenanzas que pudiesen servirles de régimen para hacerla con formalidad, disponiendo por ellas que hubiesen de ser, los que reclutasen, mozos desde 16 a 20 años, porque no fuesen con la mayor edad embebecidos en los vicios. Que fuesen mestizos hasta el cuarto grado, esto es, hijos de español e india, hijo de español y mestiza en primer grado, de español y mestiza en el segundo grado y de español y mestiza en tercer grado; a excepción del primer grado, los demás son tan blancos como los españoles, y particularmente los de las dos últimas castas son ya rubios, de tal forma que aunque allá son conocidos por ciertas señales que los distinguen de los españoles, en España no se podrá acertar a distinguirlos, a menos de poner en ello bastante cuidado. 95. En tercer lugar se debería disponer que fuesen de marca, y con todas aquellas circunstancias que son regulares en las reclutas. 96. No se deberían comprender en estas reclutas los que estuviesen casados, pero los que lo fuesen y no hicieren vida con sus propias mujeres, después que hubiesen pasado un año de estar separados de ellas, no solamente habrían de ser comprendidos en la leva, sino preferidos a los que no fuesen casados, porque es muy regular el que se casen y después abandonen las mujeres propias para tomar otras, y así remudar cuantas se les antoja. Con esta providencia pudiera ser no sólo que se consiguiese el fin principal de tener buena tropa y segura para guarnecer las plazas de armas de las Indias, sino que casándose todos los que quisiesen librarse del peligro de salir de sus países, y haciendo vida con sus legítimas mujeres, se aumentasen los vecindarios y se acrecentasen las poblaciones, lo cual contribuiría en gran manera para poder poblar los dilatados y amenos países que hasta ahora están abandonados. 97. Un reparo se ofrece en contra de esta providencia, y es que, fiándose de esta gente la guarda y defensa de las Indias, sería de temer en ella alguna infidelidad o alzamiento, y si volvía a sus países hábil en el ejercicio de la guerra y llenos del nuevo aliento que en ella se cría, no serían capaces de sujeción; a lo cual satisfaremos para que quede destruida la fuerza de aquel justo reparo, aunque su fuerza está solamente en la exterior consideración, como haremos ver. 98. Siendo el principal fin de traer a España esta gente el de hacer tropa con ella para guarnecer las plazas de la América Meridional, no hay necesidad de que vuelvan nunca a sus países, porque sólo se ha de llevar la necesaria a las plazas de armas como a Cartagena, Santa Marta, Caracas, Panamá, El Callao, Valparaíso, La Concepción, Valdivia y Buenos Aires, con tal orden que los que fueren de Chile deberán ir a las costas del mar del Norte y Panamá y los de Quito, Popayan y otras provincias interiores, al Callao y Chile o Buenos Aires, porque de esta suerte estaban en países tan extraños para ellos como para los españoles, mediante que distan de los de su nacimiento mil y más leguas. Pero un mestizo de Quito, mestizo se queda en todas las Indias y por tal es conocido, y así, aunque en país muy apartado del suyo propio, nunca tendrá lugar de levantar el ánimo, como lo hacen los europeos, para lograr mayor fortuna, y se conseguirá el fin de que no deserten, o a lo menos, de que, aunque lo hagan algunos, no sea con la generalidad que los españoles. La demás gente que sobrare se deberá mantener en España en sus propios regimientos, y con ésta se mudará la de aquellas plazas cada cuatro o cada cinco años, pero sin dejar que medie más tiempo para que no tenga lugar de volverse a viciar con la pereza y flojera que reinan en aquellos países. No volviendo, pues, a sus tierras, no hay fundamento para tener que recelar de ellos; pero aunque volviesen, tampoco, porque aunque es gente voluntariosa ahora, nace esto de que no reconoce obediencia ni sabe lo que es sujeción, y sus genios y natural, por el contrario, son dóciles y se reducen con facilidad a aquello en que se les impone cuando hay resolución en el que lo manda, como podrá verse por los ejemplos que citaremos en otras partes. 99. No debe haber tampoco ningún temor en poner las plazas de armas en la confianza de esta gente, como no lo hay ahora para que lo estén, porque las guarniciones de todas las del Perú siempre han sido de gente criolla; lo mismo las de Panamá, con las demás fortalezas de su dependencia, y del mismo modo las de Cartagena y Santa Marta, no obstante las que se les han enviado de España, porque esta tropa ha desertado, toda o parte, en el primero y segundo año, y la que ha guardado la plaza después ha sido aquella poca del mismo país, compuesta de mulatos, blancos y castas fuera del primer grado, y nunca se ha dado ejemplar de que esta gente se haya alborotado ni dado motivo de desconfianza, que es prueba de su docilidad. 100. Si la gente de aquel país, no reconociendo la fuerza de la obediencia en la milicia, ni teniendo disciplina, que es la que puede infundirla, no ha dado motivo para que se desconfíe de su lealtad, con mucha menos razón puede haberlo cuando sepa la subordinación que ha de tener a sus superiores. Al dejar de ignorar la gravedad del delito y estando hecho a verlo castigar con severidad y rectitud, huirá de cometerlo con mayor razón que cuando sólo lo conoce por cosa leve, y hallándose instruidos en que, como soldados, son la confianza del monarca y la defensa de sus derechos, mirarán con más formalidad su ejercicio que cuando les parece que todo él consiste en tomar el fusil y en hacer una centinela, sin poder penetrar perfectamente la seriedad y solidez de su ministerio; y, últimamente, sabiendo obedecer, sabrá respetar, sabrá temer y sabrá cumplir con su obligación, que es lo que ahora ignoran aquellas gentes, y lo que les falta para ser buenos soldados, porque soldados ya lo son y lo han sido, aunque malos. Con que toda esta nueva disposición sólo se reduce a darles disciplina y a que, con ella, guarnezcan las plazas que están guarneciendo sin tenerla. 101. Si el disciplinar gente del Perú y el guarnecer con ella las plazas del Perú fuese cosa peligrosa, contra su seguridad, debería suceder lo mismo en todos los reinos y repúblicas del mundo, porque la misma gente de cada uno, disciplinada, es la que los defiende y la que sujeta a sus propios compatriotas cuando, alterados sus ánimos, quieren contravenir a la obediencia del príncipe. De modo que un hombre, hecho soldado, se transforma en un hombre que ni a extraños ni a patricios, y aun hasta sus mismos dependientes, trata con otro modo que con el que le ordenan sus superiores; si éstos le disponen que los mire como amigos, lo es fino, y si como a enemigos, no pueden tener otro mayor, porque con la obediencia rompe los vínculos del cariño y del afecto. Esto les falta a los del Perú, porque no tienen disciplina, y si con ella se les adelanta algo, es a favor de la lealtad que deben guardar al príncipe, obedeciendo con puntualidad y ciegamente las órdenes de sus superiores. 102. Aunque inquieta aquella gente del Perú, aunque belicosos los de algunas provincias, y aunque arrojados los de otras, son todos muy leales, y tanto para su rey, que nunca se les ha sentido la más leve flaqueza en sus inclinaciones que dé a entender sospecha de infidelidad, siendo así que nadie los sujeta. Con que aquellos desórdenes son hijos de la ignorancia más bien que de la malicia, y de ver que nunca llega el caso, o rara vez, en que los refrena el castigo, por lo cual no llega tampoco el de que tengan enmienda. Aquellas gentes se reconocen vasallos de los reyes de España y, aunque mestizos, se honran con ser españoles y salir de indios; de tal modo que, no obstante participar tanto de uno como de otro, son acérrimos enemigos de los indios, que son su propia sangre. Con que por ninguna parte debe hacer motivo de recelo capaz de embarazar esta disposición si, por otra parte, no tiene objeciones de otra especie que la puedan embarazar, las cuales no serán de mucha importancia para que se hayan ocultado a los alcances de nuestra comprensión. 103. La tropa formada con esta gente, aunque en el color no fuese toda igual y alguna pareciese más morena que los españoles, no dejaría de ser tan lucida y buena como la mejor de Europa, porque los mestizos son regularmente bien hechos, fornidos y altos, algunos tanto que exceden a los hombres regulares, y es propia para la guerra, porque se crían en sus países acostumbrados a trajinar de unas partes a otras, hechos a andar descalzos, regularmente con mucho desabrigo y mal comidos. Con que ningún trabajo se les hará extraño en la guerra, ni la alta de conveniencias será para ellos incomodidad.
contexto
SESION QUINTA Trátase de las extorsiones que padecen los indios por medio de los curas, con distinción de las que cometen con ellos los eclesiásticos seculares y los regulares, y el extravío de su conducta, de donde redunda la tibieza con que los indios guardan la religión, y el que la miren con indiferencia trátase del estado de las iglesias 1. Parece que, a vista de lo que se ha dicho en la sesión pasada, no caben más crueldades en el juicio humano que las que los corregidores practican con los indios, o que sus fuerzas, cansadas con el grave peso de aquellas tiránicas imposiciones, deben, rendidas, abatirse antes que soportar el acrecentamiento de la carga. Mas, como se halla fortaleza en su naturaleza y disposición en la humildad y sencillez de sus genios para resistir y para obedecer, no se cansa la codicia, ni se satisface la falta de consideración, de combatirlos por todas partes, de suerte que, aun por donde habían de experimentar el alivio, por donde habían de recibir el consuelo y donde habían de hallar acogida sus miserias, se les acrecienta el trabajo, se les aumenta la congoja y son conducidos a la infelicidad. 2. Esto experimentan los indios con sus curas, que debiendo ser sus padres espirituales y sus defensores contra las sinrazones de los corregidores, puestos de conformidad con éstos, se emulan a sacar el usufructo en competencia, a costa de la sangre y del sudor de tan mísera y desdichada gente, a quien faltando el pan para sustentarse sobran riquezas para engrandecer a otros. Este fue el fin de aquel cura de quien se hizo mención en la sesión pasada, para concurrir con su apoyo a hacer persuasible el supuesto y falso cúmulo de delitos que fraguó la intención depravada del corregidor contra los caciques y principales de aquellos pueblos para lograr por su parte el ingreso que antes no podía sacar de los indios. Y éstas son las razones que tienen todos los curas para no contradecir a los corregidores en sus depravados establecimientos y en tan injustas imposiciones. 3. Los curatos del Perú son en dos maneras: unos, administrados por clérigos, y otros, por religiosos regulares. De cada una de estas especies será preciso que tratemos en particular para mejor inteligencia de lo que pasa en ellos. 4. Los curatos de clérigos se proveen por oposición, y una de las circunstancias que ha de concurrir en los opositores es el ser hábiles en la lengua del inca (que es como allí denominan la común de los indios), y para ello han de ser examinados en ella. Concluidas las oposiciones pertenecientes a todos los curatos que a la sazón se hallan vacantes, cuyos actos se tienen en los palacios arzobispales u obispales, con la asistencia de las dignidades de la Iglesia que vienen a ser los jueces de ellas, se vota para la elección, y, según la pluralidad de los dictámenes en los sujetos que se han señalado más, forma nóminas el obispo, nombrando tres para cada curato, que, presentados al virrey o al presidente como vicepatronos, elige de ellos el que le parece, y se le dan los despachos correspondientes. 5. Estos curas, recibidos ya en sus iglesias, por lo general aplican todo su conato en hacer caudal, y para ello tienen varios establecimientos con los cuales atraen lo poco que les queda a los indios y ha podido escapar de la mano de los corregidores. Uno de sus arbitrios consiste en las hermandades, y son tantas las que forman en cada pueblo que los altares están llenos de santos por todas partes, y cada uno tiene la correspondiente hermandad; pero para que los indios no se abstraigan del trabajo se transfiere a los domingos la celebridad de aquellos santos que caen entre semana. 6. Llega el domingo en que se hace la festividad de un santo, y entre los mayordomos han de haber juntado, y llevarle al cura, la limosna de la misa cantada, que son cuatro pesos y medio; otros tantos por el sermón, que se reduce a decirles dos palabras en alabanza del santo, sin más trabajo ni estudio que como les vienen a la idea, en la misma lengua, y después pagan un tanto por el incienso, cera y procesión; pero a esto, que debe ser en dinero físico, se agrega después el camarico, que se reduce a un regalo de dos, tres o más docenas de gallinas, otras tantas de pollos, cuyes, huevos, carneros y algún cerdo si lo tienen. Con que, en llegando este día, arrastra el cura con todo lo que el indio ha podido juntar en el discurso del año, y con las aves y demás ganado que entre su mujer e hijos han criado en sus chozas a costa de quitarse el propio sustento, y de reducirse a hierbas campestres y a las semillas que recogen de las pequeñas chacaritas que cultivan; aquel que no lo tiene de suyo lo ha de comprar precisamente, y si le falta uno y otro se ha de empeñar o alquilarse por el tiempo necesario para llevarlo con prontitud. Así que el sermón se ha terminado, lee el cura en un papel, donde los lleva sentados, los nombres de los que han de ser mayordomos y fiscales de aquella fiesta para el año siguiente, y el que no lo acepta con voluntad lo admite a fuerza de azotes. Y en llegando su día no hay excusa que le liberte de aprontar el dinero, porque hasta que está junto y entregado al cura no se dice la misa, y espera aquél hasta las tres o las cuatro de la tarde, si es menester, para que se junte, como experimentamos en algunas ocasiones. 7. Del cuidado de los curas en que no falten las festividades de Iglesia resultan unas consecuencias tan nocivas como las que se experimentan con frecuencia, porque a la función de Iglesia se sigue la que tienen los mayordomos y fiscales, con la concurrencia de todos los indios que han asistido a la festividad, y reduciéndose a sus comunes festejos, que son los de desreglarse en la bebida de la chicha, no sólo se acaban de destruir consumiendo en ella la corta cantidad de maravedís que tienen para alimentarse, sino que, privados del sentido, se junten padre con hijas, hermanos con hermanas, y por este tenor todos entre sí, sin respeto de parentesco ni atención a proximidad. Los curas, que por el interés que reciben en estas fiestas no pueden reprenderles el desorden, porque ellos mismos les solicitan la ocasión, es preciso que lo disimulen y que, no ignorándolo, se hagan los desentendidos. Con que, a vista de esto, podrá reflexionarse si a una conducta tan extraviada en los que debían contenerlos y evitarles todos los motivos de desorden, debe corresponder más religión o cristiandad que la superficial, y aún peor ejecutada por la que se nota en los indios, pues si bien se examina se hallará que, aunque aquellas gentes estén reducidas, es tan poco el progreso en la religión que será difícil discernir la diferencia que hay de cuando se conquistaron al tiempo presente. 8. Además de las fiestas de hermandad, que no hay domingo ni día de precepto en que deje de celebrarse alguna, tienen el mes de finados. Y está establecido que todos los indios hayan de llevar ofrendas a la iglesia, las cuales se reducen a las mismas especies que las de los camaricos, y puestas sobre los sepulcros va diciendo el cura un responso sobre cada una, y sus criados recogiendo las ofrendas. Esto dura todo el mes de noviembre, y para que no falte día los reparte el cura entre las haciendas y pueblos anexos del curato; los indios de cada una concurren en el que les pertenece, y fuera de las ofrendas han de pagar la limosna de la misa. Se hace digno de reparo lo que sucede en cuanto al vino, porque siendo costumbre ponerlo con lo demás que ofrecen, y siendo escaso en aquellas provincias retiradas, sólo el arbitrio pudiera suplir su falta; para esto hace poner el cura un poco del mismo que tiene para celebrar, dentro de una o dos botellas, y según la cantidad se lo alquila por dos o tres reales a la primera india que le espera con su ofrenda para que diga el responso; concluye en aquélla, y pasa la botella a la que sigue, pagando otro tanto por el alquiler, y de este modo da la vuelta a toda la iglesia y sirve la botella todo el tiempo que duran los finados. 9. Para que más sólidamente se conozca al exceso que esto llega y la crecida utilidad que sacan los curas de estas fiestas de hermandad y del mes de finados, nos parece conveniente citar aquí lo que un cura de la provincia de Quito nos dijo transitando por su curato. Y fue que entre fiestas y finados recogía todos los años más de 200 carneros, 600 gallinas y pollos, de tres a cuatro mil cuyes y de 40.000 a 50.000 huevos, cuya memoria se conserva como se escribió en los originales de los diarios; siendo de suponer que el curato no era de los más aventajados, hágase, pues, sobre este principio el cómputo de lo que recogía en plata. Y supuesto que todo sale de una gente que no tiene más patrimonio que su trabajo personal y tantas obenciones sobre sí, se habrá de concluir que solamente teniéndolos continuamente atareados a ellos y a sus familias y desposeyéndolos de lo que les había de quedar para su sustento, se pueden exigir semejantes contribuciones. 10. Todos los días de domingo, que por obligación se les ha de decir la doctrina antes de la misa, ha de llevar cada india un huevo para el cura, en cuya forma está mandado por ordenanza, o en su lugar otra cosa equivalente; pero además de esto, que es a lo que se extien-de la obligación, precisan los curas a los indios a que les lleven un haz de leña cada uno, y los cholitos y cholas, que son los indios muchachos, asistiendo a la doctrina, todas las tardes han de llevar un haz de hierba proporcionado a sus endebles fuerzas para que se mantengan con ella las cabalgaduras y demás ganado que tienen los curas. Con estos arbitrios no necesitan gastar en nada, y al paso que están mantenidos por los indios se enriquecen a sus expensas, porque todo lo que juntan lo envían a vender a las ciudades, villas y asientos inmediatos y lo convierten en dinero. De este modo pueden levantar tanto la renta del curato que, reduciéndose su sínodo cuando más a 700 u 800 pesos, les reditúa 5.000 y 6.000 cada año, y algunos hay que exceden considerablemente a esta cantidad. 11. Todo lo antecedente es nada comparado con lo que sucede en los curatos administrados por los regulares, porque en éstos parece que subió de punto el interés para estrechar a los pobres indios, naciendo esto de que los curas, no siendo perpetuos, tiran a sacar, en el tiempo que les corresponde, todo lo que pueda dar de sí el curato, sin atender más que a quedar con caudal después de fenecido su tiempo. 12. En este particular de la mutación de los curas regulares se siguen en el Perú dos métodos: el uno se practica en la provincia de Quito, y es el de mudar los curas y proveer de nuevo, en los mismos y en otros sujetos, en cada capítulo, y el otro, que se observa en todo lo restante del Perú, es el de conservarlos todo el tiempo que ellos quisieren permanecer, a menos que, sobreviniendo algún poderoso motivo, se haga preciso quitar un sujeto y poner otro, lo cual queda a discreción de los provinciales de cada religión. En ellos no hay oposición, sino sólo la circunstancia de formarse nóminas con tres sujetos para que elija el vicepatrono, al modo que lo hace con los seculares. De cualquiera de los dos modos, siempre es preciso que el cura que ha de entrar, o el que ha de permanecer, contribuya al provincial lo estipulado por cada curato, pero si se presenta otro que dé más, en tal caso es menester que adelante la cantidad el que esta-ba, porque de no ser así se provee en el competidor. Lo que se da por cada curato son sumas tan crecidas que se hacen increíbles, y así bastará decir por ahora que esto se regula por el usufructo que se puede sacar por él. Esta contribución redunda en perjuicio de los indios directamente, porque además de lo que el cura pretende sacar para sí es preciso saque la suma que ha de dar al provincial, y como esto se repite en cada capítulo, nace de aquí el que vivan con más pensión los indios pertenecientes a curas regulares que los que lo son de seculares. 13. Los medios que buscan aquellos para enriquecerse, y que se van a referir, podrán excandecer los oídos y hacer titubear el concepto negándoles la credulidad, por lo que nos es preciso advertir que en lo que se dijere no se añade nada ni se pondera, y que lo que hu-biéramos visto se notará, como asimismo lo que supiéramos de informes, pues estamos persuadidos a que, habiéndosenos dispensado el honor y confianza de que se hagan estas relaciones privadas del estado de aquellos reinos para la mejor inteligencia de los ministros, ni nos fuera lícito ni justo omitir en ningún asunto. 14. Ellos los curas regulares hacen la siembra, deshierban y cosechan sin más costa en ello que mandarlo, pues los días de precepto se trabaja en su chácara, y para ello ha de asistir el un indio con los bueyes, y el que no, con su persona. Así, los días que Dios manda que se dediquen enteramente para su culto y adoración, y para que descansen todos del trabajo de la semana, dispensa el cura este precepto tan recomendable, porque es en beneficio suyo o en utilidad de una manceba. Pero porque estas cosas repugnan a toda razón, nos parece conveniente citar un caso experimentado por uno de nosotros, el cual será bastante para que después no se extrañe lo demás. 15. Es costumbre en todos los curatos repartir los días de cuaresma entre las haciendas que pertenecen al curato, para que vayan enviando sus indios a que se confiesen, a fin de que lo puedan estar todos, o la mayor parte, para el tiempo que manda la Iglesia. Hallábase uno de nosotros, en el año de 1744, en la hacienda de Colimbuela, inmediata a un páramo donde teníamos que hacer observaciones, en la provincia de Quito, y no lejos de un curato a quien pertenecía la jurisdicción eclesiástica de ella. Con este motivo, pasando a aquel pueblo a oír misa en un día de fiesta, concurrieron parte de los indios pertenecientes a la misma hacienda para confesarse, que para ello habían ido desde bien temprano, pero en lugar de suministrarles el cura este sacramento, los tenía ejercitados: a las indias, en los corredores o galerías del patio donde vivía, hilando las tareas de lana y algodón que les había dado, y a los indios, arando y haciendo siembra en su cosecha, de suerte que en la iglesia no había ninguno confesándose, y para aprovechar el tiempo se les había dicho una misa temprano. El administrador de la hacienda, que se hallaba allí, no excusó informar que, después que concluían las tareas, se volvían a sus casas, pero que el modo que tenían para confesarlos no lo sabía, y aseguró que aquello se practicaba generalmente con los indios de las demás haciendas, y que todo lo que duraba la cuaresma y cosa de mes y medio después, gozaba el cura la misma conveniencia, porque para todo este tiempo tenía indios a su disposición. 16. Lo más escandaloso fue que el coro de la iglesia estaba ocupado con los telares, y aunque empezó a decirse la misa, no por eso dejaron de trabajar en ellos, y su ruido causaba la irreverencia que se puede considerar. Después que se acabó la misa y que salió la gente cerraron la iglesia y quedaron los indios en ella, como se practica en los obrajes, lo que no podía disimularse, porque el ruido de los telares se dejaba sentir desde afuera. 17. Al tenor de la conducta con que los tratan mientras viven es la impiedad que usan con ellos después de muertos, de modo que primero consienten que los cadáveres queden expuestos en los caminos a ser destrozados de los perros y engullidos de los buitres, que se muevan a compasión y les den sepultura cuando no se ha juntado de limosna el importe de los derechos por entero, cuyos ejemplares se están viendo a cada paso, caminando de unas partes a otras. Pero si el difunto deja alguna cosa, se hace entonces el cura universal heredero, recogiendo los bienes y ovejas, y despojando de todo a la mujer, hijos y hermanos. El modo de hacerlo y el de que les pertenezca de derecho es bien particular; redúcese a hacerle un entierro ostentoso, aunque lo repugnen los interesados, y con esto es bastante para que quede todo embebido en él. Y así, aunque se quejen los herederos y su protector fiscal solicite la satisfacción, la da el cura con la cuenta de las honras, posas y misas que le han dicho, y queda absuelto de la acusación y el cargo. 18. Es, pues, de suponer que después de haber sacado los curas todo el útil que pueden de los indios, no omiten el hacer lo mismo con las indias y cholas, para lo cual, a proporción que él se ingenia por su parte (que así se llama entre los curas el tiranizar), le aconsejaban a la concubina que haga lo mismo por la suya. Esta mujer, que está conocida por tal, y sin causar novedad en el pueblo por ser tan común en todos que en ninguno es reparable, toma a su disposición indias y cholas y, formando un obraje de todo el pueblo, a unas indias les da tarea de lana o algodón para que lo hilen, a otras de telar, a otras, las más viejas, inútiles para estos trabajos, les reparte gallinas y las pone en la obligación de que, dentro del término regular, le entreguen por cada una diez o doce huevos, quedando a su cargo el mantenerlas, y si se mueren, reemplazarlas con otras. Y de este modo no se escapa ninguna de concurrir a su utilidad. 19. Del desorden de los curas, de lo mucho que los pensionan los corregidores y del mal trato que reciben generalmente de todos los españoles nace la infelicidad en que vive aquella gente, pues huyendo de la tiranía y deseando salir de la esclavitud se han sublevado muchos y pasado a las tierras no conquistadas, para continuar en las bárbaras costumbres de la gentilidad. Porque, si bien se repara, ¿qué ejemplo pueden sacar del escándalo perpetuo que están viendo en los curas, mayormente cuando es gente tan rústica que aprende más con el ejemplo que con lo que se les predica? Ni ¿qué impresión puede hacer en ellos la doctrina que se les enseña si todo lo experimentan al contrario? Porque, aunque se les dice que amen al prójimo, que sirven y amen a Dios guardando los preceptos de su santa ley, si no ven cumplido ni lo uno ni lo otro por lo que les habían de enseñar el camino, ¿qué mucho que ellos tengan tanta indiferencia en la religión, y que la estimen en tan poco que entren en ella y se mantengan, con la suma tibieza que se nota, teniéndola por cosa tan superficial y exterior como si consistiese sólo en las palabras y no en las obras y en la fe? 20. Ejemplo lastimoso de los perjuicios que sobrevienen por la mala conducta de los curas puede ser el que se nos representa en el pueblo de Pimampiro, perteneciente al corregimiento de la villa de San Miguel de Ibarra, en la provincia de Quito, cuyo vecindario, que según las vivas memorias que se conservan constaba de más de cinco mil personas, todos indios, no pudiendo soportar las muchas extorsiones a que los tenían reducidos, se sublevaron, y en una noche pasaron a la cordillera y se unieron con los indios infieles, con quienes han permanecido desde entonces, estando los sitios que ocupan tan inmediatos de la jurisdicción de aquella villa que sólo con la diligencia de subir en algunos cerros se dejan ver sus humaredas. Algunos de estos indios se han aparecido repentinamente en el pueblo de Mira, que es de los más cercanos a ellos, y se han vuelto a retirar con la misma prontitud. 21. También lo puede ser la pérdida de la famosa ciudad de Logroño y población de Guamboya, que componían lo más principal del gobierno de Macas, cuya capital, Sevilla del Oro, reducida ya a ruina, sólo existe como memoria triste del fin que tuvieron aquéllas. Este país es tan abundante de oro que, por el mucho que se sacaba de él, se le dio el nombre a la ciudad principal, y todavía se conserva en ella una romana con que se pesaba en la Caja Real el que se quintaba. Pero los corregidores por una parte y los curas por otra estrechaban tanto a los indios para que trabajaran en su beneficio, que los pusieron en el extremo de sublevarse, y, a imitación de lo que hicieron con Pedro Valdivia los de Arauco y Tucapel, en Chile, derritieron gran porción de oro y se lo infundieron al gobernador don Martín García Oñez de Loyola por todos los sentidos, dieron muerte a la mayor parte de los españoles, y apoderados de las mujeres, arrasaron aquella ciudad y las demás poblaciones, escapando solamente Sevilla del Oro y Zuña, una y otra tan menoscabadas ya con las frecuentes correrías que hacen los indios sobre ellas, que son sus vecindarios muy reducidos y tan pobres que no corre ninguna moneda en ellos. Pero para que se vea cuán contraria es la conducta que tienen los curas y, particularmente, la escandalosa de los regulares a facilitar la permanencia de los pueblos y naciones de antigua reducción, y mucho más para que se conviertan los que no lo están, referiremos un caso, sucedido en estos últimos años, que lo comprueba bastantemente. 22. Salió de la población o del sitio donde estaba la de Guamboya, un indio que repentinamente se apareció en la villa de Riobamba y se encaminó directamente a la casa de un clérigo avecindado allí y de conocida virtud, a quien le dijo que iba de parte de los suyos y de otras naciones muy cuantiosas, vecinas de aquélla, para hacerle saber que le querían tener por cura, que los bautizase y dijese misa, y en recompensa ellos le mantendrían si aceptaba el partido, le darían cuanto oro quisiese y las mujeres que fuesen de su gusto, pero que había de entrar solo, porque ni querían que llevase compañía de españoles o mestizos ni que fuese otro eclesiástico ninguno, dando por razón que el inclinarse a él era porque según las noticias que tenían, sabían que no era su codicia tan desmesurada como la de los demás; el clérigo, temiéndose de la barbaridad que es común en los indios, le respondió que por entonces no podía responderle, pero que dentro de un cierto tiempo lo haría. El indio dio muestras de quedar desconsolado, pero habiendo convenido en el día en que podría recibir la respuesta, señaló un paraje entre los páramos adonde había de ir el tal clérigo solo, y salir a recibirlo él con alguno de los suyos, para comboyarlo a sus tierras caso que aceptase la proposición, pero con la precisa circunstancia de que no le había de acompañar nadie. Con esto volvió a desaparecer, y, lleno de confusión, el eclesiástico pasó a Quito a consultar el caso con el obispo de aquella ciudad, don Andrés de Paredes (que había entrado en esta dignidad poco antes que nosotros llegásemos a aquella provincia). Este, con cristiano celo, lo alentó para que entrase a convertir tanta alma infiel como se disponía a recibir la fe por su medio. Resuelto a practicarlo, con aquel primer fervor que concibió del católico influjo y cristiana persuasión del obispo, se restituyó a Riobamba, mas la pusilanimidad de su ánimo, corto e irresoluto, empezó a hacer tanto efecto en él que, desalentándolo totalmente, no hubo términos que lo pudiesen reducir a que pasase al sitio señalado. Cuando se cumplió el plazo determinado, el indio lo ejecutó con otros de los suyos, y estuvo oculto algunos días, mas viendo que no aparecía el clérigo, volvió a entrar otra noche en Riobamba repentinamente y visitó a su deseado cura, el cual, aunque se ofrecía a condescender con su pretensión, ponía la circunstancia de que había de ser llevando, para su seguridad, algunos seglares, que era lo que los indios repugnaban más; con esta respuesta, no habiendo podido conseguir su fin a fuerza de ruegos y de darle todas las rústicas seguridades de confianza que le dictaba su limitada capacidad, volvió a ausentarse la misma noche, lleno de desconsuelo. El clérigo divulgó luego en Riobamba la segunda visita que le había hecho el indio, y dando aviso del lugar donde le había dicho que le esperaban los suyos, pasaron algunos sujetos a reconocerlo, y encontraron señales ciertas de haber habido gente, pero aunque pretendieron internarse con el fin de descubrir las veredas por donde habían andado los indios, no lo pudieron conseguir, porque a corta distancia perdieron totalmente el rastro. 23. Este caso causó bastante ruido en aquella provincia, y aunque se hace reparable el que se dirigiesen a aquel sacerdote y se hallase enterados de sus buenas costumbres, faltando absolutamente con ellos la comunicación, no lo será si se atiende a que, hostigados de los curas, aniquilados por los corregidores y sentidos del mal trato que se les da en las haciendas, se desaparecen muchos indios, y éstos se retiran a aquellos parajes no conquistados a vivir entre los gentiles, a los cuales informan muy pormenor de todo lo que pasa en los países y pueblos reducidos e indisponen sus ánimos de tal suerte que cada vez se imposibilita más su reducción. De estos que se huyen era el que, por las dos ocasiones, salió a Riobamba, y se dejaba entender porque, además de conocer al clérigo, hablaba con perfección la lengua del inca, que no está en uso entre aquellas naciones. 24. En este ejemplar se halla bastante prueba de la codicia y escandalosa conducta de los curas y del concepto que les es forzoso tener de ellos a los indios por las obras que experimentan. Bien claramente lo dio a entender éste en la expresión de que no querían otro que los doctrinase y gobernase sino a él, porque no los esclavizaría como hacían los demás españoles; ni querían que entrasen con él ningunos otros, temerosos de que, una vez que conociesen el camino, tuviesen ocasión de entrar después en cantidad y apoderarse de sus tierras y personas. 25. La más graciosa oferta de la sencillez y simplicidad de aquella gente, que puede servir de norma para su conocimiento, es la de darle cuantas mujeres fuesen de su gusto. Y nace esto de que, instruidos los indios en que los curas tienen consigo una mujer, del mismo modo que los seglares casados, y con ella una entera familia de hijos, están persuadidos a que este crimen tan horrible es cosa lícita, mediante que ellos y todo el mundo está continuamente siendo testigo de la repetición del sacrilegio que cometen. Y estos curas son capaces de causar terror y confusión en el espíritu más agigantado, al ver la libertad y el desahogo con que del lecho de la más horrible culpa pasa uno de aquellos sacerdotes a celebrar el más alto sacrificio que cabe en la imaginación. Cuyo asunto, aunque era más para ser llorado con sigilo que para ser estampado en el papel, el buen celo y el deseo de que se corrijan desórdenes tan execrables, nos obliga a no disimularlo, y para que se compruebe la demasiada liviandad de aquellos eclesiásticos se nos permitirá asimismo que citemos un caso muy divulgado en toda la provincia de Quito, aunque no fue de nuestro tiempo. 26. En uno de los pueblos de la jurisdicción de Cuenca, cuyo curato pertenece a una de las religiones regulares, se hallaba de cura un religioso de ella, en ocasión que el cacique del pueblo tenía una hija doncella que, en lo que cabe en indias, sobresalía a las demás en perfección. El cura la había solicitado con grandes instancias, pero su mucha honradez le había librado de caer en los torpes pensamientos de que se veía combatida, y el honor con que su padre procuraba portarse la tenía defendida. El cura no se contuvo con los desprecios de la india, y de resultas de ello se declaró con el padre, quien tuvo motivo bastante en la distinguida calidad de su sangre y en ser su hija la única heredera del cacicazgo, para resistir a tan depravados intentos. Viendo el cura que el cacique se declaraba contrario a sus ideas, dispuso un enredo para allanar las dificultades, tan perverso como lo podría inspirar un infernal espíritu, y fue el pedírsela al cacique en matrimonio, suponiéndole, para desvanecer la repugnancia que tanta novedad podía ocasionarle, que pediría licencia a su prelado, con cuya circunstancia le era lícito desposarse, y al mismo tiempo satisfizo aquellas dudas que se le ofrecían al cacique sobre este particular, diciéndole que, aunque esto no se practicaba con regularidad, era porque los prelados se negaban a tales licencias por no quedar gravados en la carga de mujeres e hijos de tanto religioso, que estaban obligados a mantener cuando las concedían, pero que en él no militaba esta circunstancia, porque, hallándose con bienes y caudal bastante para mantener su familia, estaba cierto que no se le negaría, por ser también la amistad que tenía con el prelado muy estrecha; a lo que añadió ejemplares falsos y relaciones imaginadas, con lo cual quedó convencido el cacique, y dada la palabra de que se casaría con su hija luego que tuviese corriente la licencia para ello. A este fin, aunque con distinto asunto, despachó inmediatamente un propio al provincial de su religión en Quito, y en el ínterin que volvía dispuso, con el auxilio del compañero que tenía en el curato, una patente falsa en que se suponía que aquel prelado le daba licencia para que se desposase; volvió el propio, y pasando el cacique a su casa a saber la resulta, le enseñó la patente y, lleno de contento, le dio el parabién del buen despacho. Aquella misma noche quedó hecho el fingido desposorio, y el teniente de cura hizo la función de párroco, sin concurrencia de testigos ni otra circunstancia, porque para tales casos dio a entender la malicia que no se necesitaban, y desde entonces quedaron viviendo juntos. Los indios del pueblo divulgaron la novedad de haberse casado su cura con la hija del cacique, pero ninguno se persuadió a que hubiese sido con tanta formalidad, y creyendo que sería haberla recibido por concubina, siendo tan común el tenerla, no causó ser entonces novedad. De este modo estuvieron viviendo algunos años, y después de haber tenido varios hijos se descubrió la maldad, y fue castigada con desterrar al religioso de un convento a otro y privarle de las funciones del sacerdocio por algún tiempo. La desdichada india quedó cargada de hijos, y el cacique, lleno de pesar de tanta burla, murió en breve tiempo, y vino a recaer la mayor parte del castigo sobre los que habían menos culpa. 27. La certidumbre de este caso consiste en la memoria que hay de él en aquellos países; en otros donde hubiera más recato pudiera atribuirse a historia fabulosa, pero donde es tan común la desarreglada vida, hay lugar para todo. Nosotros no lo podemos asegurar a ciencia cierta, pero, por lo que experimentábamos, no se nos hizo repugnante su credulidad, ya que, siempre que caminábamos, era la regular diversión, en la molestia de la jornada, la conversación con los indios que servían de guías, la cual estaba reducida a informarnos de la familia que tenía el cura del pueblo adonde nos encaminábamos, siendo bastante preguntarles el modo de portarse la mujer del cura para que ellos nos instruyesen en el número de las que le habían conocido, los hijos o hijas que tenía en cada una, sus linajes, y hasta las más pequeñas circunstancias de lo que con ellas sucedía en los pueblos. 28. Convéncese por lo que se experimenta en los curatos, que todo el conato de aquellos religiosos en solicitar semejantes empleos se reduce al fin de estrechar a los indios para enriquecerse a su costa y vivir con toda libertad, y así no hay entre ellos quien apetezca los de montaña, que son los de modernas conversiones, cuyos indios, no estando sujetos a algunas obvenciones, los curas no son árbitros para exigirlas y hacer que les contribuyan, como sucede con los otros; y aunque trabajan los indios voluntariamente, entre sus chácaras, una particular que dedican para el cura, como su producto sólo alcanza a lo necesario para mantenerse y no se extiende a atesorar, no es bastante para llenar los ensanches de la codicia. Así, los que van a ellos más es por castigo o extravagancia, o por el fin de hacer este mérito para conseguir después curato de pueblo antiguo, que por el desnudo de emplearse en la educación de los indios. Por lo cual se experimenta que aun estos pocos que admiten tales curatos se pasan la mayor parte o casi todo el año en los pueblos o ciudad donde les parece, y sólo entran a su iglesia una o dos veces para la celebridad que se hace de todas las fiestas del año en el corto tiempo de quince o veinte días, y volverse a salir de ellos luego que las han concluido. 29. Dáseles el nombre de curatos de montaña a los que caen a las faldas de las altas cordilleras de los Andes, en aquellos países que se extienden hacia el Oriente, de la de esta parte, y para el Occidente, de la que corresponde a la otra. El clima de ellos es cálido y húmedo, y por esta razón no muy cómodo para los que están acostumbrados al de la sierra. Esto contribuye a que sean poco o nada apetecibles y a que tengan motivo para no residir en ellos los sujetos que los admiten; pero si los moviera el celo de ensalzar la religión y los estimulara el deseo de que se salvaran aquellas almas, no repararían en las incomodidades ni les sería extraña la diferencia del temple. Pero reducido su conato al ingreso de los bienes temporales y no a la propagación de la fe, se les transforma en dificultades y se les convierte en repugnancia lo que no es vivir con la licenciosa costumbre que tienen entablada en los pueblos antiguos. 30. Habiendo tratado de lo que los curas tiranizan a los indios y de su mala conducta y pervertidas costumbres, podremos entrar a examinar el régimen y gobierno espiritual que tienen para educarlos y para instruirlos en los preceptos de la fe, sobre cuyo particular queda ya advertido que en los días de domingo se les recita la doctrina cristiana, lo cual se hace un rato antes que se diga la misa. A este fin acuden todos los indios, varones y hembras, grandes y pequeños, y juntos en el cementerio o plaza que está delante de la iglesia, sentados en el suelo, con separación de sexos y edades, empiezan a recitarla en la forma siguiente. 31. Cada cura tiene un indio ciego destinado para decir la doctrina a los demás; éste se pone en medio de todos y, formando una tonada que ni bien es cántico ni bien rezo, va diciendo las oraciones palabra por palabra, y el auditorio corresponde con su repetición; unas veces se hace esto en la lengua del inca o de los indios, que es lo más común, y otras en la castellana, que para ninguno de ellos es inteligible; media hora o poco más dura este rezo, y en ello queda terminada toda la enseñanza. De lo cual se saca tan poco fruto, por causa del método que siguen, que los indios e indias viejas, de sesenta o más años, no saben más que los cholitos pequeños, de seis u ocho años, y ni éstos ni aquéllos adelantan nada a los papagayos, porque ni se les pregunta en particular, ni se les explican los misterios de la fe con la formalidad necesaria, ni se examina si comprenden lo que dicen para dárselo entender con mayor claridad a los que por su rudeza la necesitasen, circunstancia tanto más precisa en aquella nación cuanto es menos el estímulo que tienen ellos en sus conciencias para instruirse, y mayor la tibieza propia de sus genios para las cosas de religión. Así, como toda la enseñanza se reduce más al aire de la tonada que al sentido de las palabras, solamente cantando saben por sí solos repetir a retazos algunas cosas; pero cuando se les pregunta en otra forma no aciertan a concertar palabra, y de lo muy poco que saben tienen tan escasa comprensión y firmeza de su sentido, que preguntándoles quién es la Santísima Trinidad, unas veces dicen que el Padre y otras que la Virgen Santísima; mas, si se les reconviene con alguna formalidad para fondear sus alcances, mudan de dictamen, inclinándose siempre a aquello que se les dice, aunque sean grandísimos despropósitos. Todo el cuidado de los curas consiste en que ninguno deje de llevar el camarico que le pertenece, y una vez recogido, que es a lo que se halla presente regularmente para conocer los que dejan de llevarlo y hacerles cargo de la deuda, les parece que han cumplido. Tan regular en este método de doctrinar los indios en todos los pueblos, que aun en aquellos en donde los curas se tienen por más celosos no se practica otro. 32. En todas las haciendas tienen asimismo otro ciego, al cual mantienen de limosna los dueños de ellas para el mismo fin. Y con esto concurren los que pertenecen a cada una, dos días o tres en la semana, en el patio de ella, y a las tres de la mañana, para que no pierdan tiempo del trabajo que deben hacer en el discurso del día, se les repite con el mismo tenor que se observa en la iglesia. Pero ni en una ni en otra parte se les predica sobre la fe ni se practica más diligencia en este asunto. 33. En la primera parte de la Historia de nuestro viaje advertimos ser tan corta la capacidad de los indios, después de tanto tiempo de su conquista, que aun todavía no son capaces, la mayor parte de ellos, de recibir el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, y que entre ciento habrá apenas cuatro o cinco a quienes se les suministre, siendo así que éstos de quien se habla son descendientes de los primeros conquistados. En el lugar citado se atribuye toda la culpa a la cortedad de sus talentos y a la indiferencia con que miran las cosas de la religión, porque allí no correspondía decir otra cosa; pero sin apartarnos totalmente de aquella aserción, es preciso convenir en que mucha parte de la ignorancia procede del total descuido de los curas y de la falta de enseñanza, sin cuya ayuda no es fácil que ningún gentil deje los falsos ritos de su religión por no conocer perfectamente el engaño, ni lograr la ilustración su entendimiento con las brillantes antorchas de la fe. 34. A una enseñanza de la doctrina tan pasajera y sin más explicación que el aire, ¿qué inteligencia puede corresponder? Y de una vida tan desastrada y escandalosa como la que se les representa en el espejo del que tienen por padre espiritual y por maestro, ¿qué continencia, qué virtud o qué estímulo a seguir lo bueno se puede esperar? En un pueblo donde estuvo uno de nosotros con toda la compañía francesa, quedó ésta escandalizada de ver que el cura principal estaba viviendo con tres mujeres, hermanas entre sí unas de otras, entre las cuales remudaba, y dos ayudantes de cura (que tenía por ser dilatado el curato) hacían vida maridable cada uno con otra mujer distinta; de esto, además de ser tan público como los matrimonios legítimos, pudimos ser más inmediatos testigos de ello, porque todos estábamos aposentados en casa del cura, y vivían también en ella los dos coadjutores con sus familias. A vista de esto, ¿cómo será extraño que los indios cometan desórdenes y se hallen arraigados en los vicios de la embriaguez y de la deshonestidad? Lastimosa cosa es lo que allí se experimenta sobre este particular, pero mucho más digna de llorarse la poca enmienda que puede esperarse en ello, porque hecha ya costumbre envejecida la mala vida, es empresa ardua el corregirla. 35. Una dificultad se está viniendo a los ojos sobre lo dicho acerca de tanto desorden, y es que, siendo tan públicos, no tengan corrección por los obispos y prelados de las órdenes religiosas, en quien se debe considerar un cristiano celo. Mas esto nace de que, cuando hacen las visitas de los pueblos, lo encuentran todo tan arreglado que no hallan qué reformar, porque, siendo vida introducida comúnmente en aquellas partes, es muy rara la persona eclesiástica que no se encuentra comprendida en ella, y así estas culpas no se regulan delito en los curas de los pueblos cuando los primeros que incurren en ellas suelen ser los de la propia familia de los prelados, con sólo la diferencia de que los unos guardan más recato que los otros. En el palacio de uno de los obispos que conocimos en las provincias por donde transitamos, era tanto el desorden con que vivían los de su familia, confiados en la mansedumbre de su prelado y en la sencillez de su ánimo, que no se diferenciaba de las casas de los curas. Y por esto se reduce la visita a examinar los libros de la iglesia para ver si están corrientes; a registrar los ornamentos y a indagar si se les dice la doctrina a los indios en los días que esté mandado, con otras cosas de este tenor, con que queda concluida. En otra parte nos explayaremos más sobre las visitas que hacen los prelados de las religiones en los curatos de sus pertenencias, porque es más propio del asunto que se tratará en ella, siendo preciso advertir que hay tan poco recato en los curas sobre el desordenado régimen de sus costumbres, que no es suficiente temor el de las visitas para que se separen de la concubina, aunque no sea más que por el corto tiempo de aquellos días que dura. A vista de lo cual, ya no puede hacerse reparable que dejen de hacerlo cuando tienen otros huéspedes a quien no deben el temor, respeto y veneración que a aquéllos. 36. Para concluir el asunto de los curas, nos ha parecido conveniente decir algo tocante al régimen de hacer las fiestas de la Iglesia en aquellos pueblos que no tienen curas particulares, el cual es el mismo que se observa en los curatos de montaña, y asimismo daremos razón del estado de sus iglesias. Para esto es preciso suponer que los curatos se componen de varios pueblos, como queda ya explicado en el primer tomo de la Historia de nuestro viaje, tratando de la provincia de Quito, lo cual es regular también en los curatos de las demás provincias del Perú. Unos comprenden más poblaciones que otros, y, asimismo, están más o menos distantes del pueblo principal los anexos, pues hay muchos que están apartados catorce, veinte y más leguas; cuando estos anexos son grandes, mantiene el cura un coadjutor o ayudante de cura, pero no así cuando son pequeños. Séase teniendo coadjutor, o no habiéndolo, las festividades no se hacen en ellos sin la asistencia del cura principal, que va no por la devoción, sino a recoger el producto de ellas, y para que no se haga fraude por su teniente. 37. Cuando se acerca el día del santo a quien tiene el pueblo por patrón, pasa allá el cura con toda su familia, y adornada la iglesia, que está cerrada todo el año en los que no hace residencia algún teniente, empieza la hermandad del patrono (que se reduce a los mayordomos y fiscales) a hacer la primera fiesta, y en los días que se van siguiendo continúan todas las demás, hasta que se concluyen; de modo que, entonces, se celebra, una en pos de otra, la Pascua de Navidad, la de Resurrección, la de Espíritu Santo, la festividad del Corpus, la de la Virgen, y todas las clásicas que hay entre año. Y, en el término de ocho o diez días, recoge el cura todo lo que en el discurso del año han podido agenciar los indios e indias, y se vuelve al pueblo adonde tiene su residencia, no retornando hasta el año siguiente. 38. Consisten las hermandades, como se ha dicho, en los mayordomos y fiscales de ellas, solamente, y los demás indios se consideran cofrades de todas, y como tales, por ser así la voluntad de los curas, hacen elección en los indios que les parece para que tengan aquellos ejercicios en el año siguiente, sin que en todo el intermedio se les ofrezca ocasión de usar de ellos. En los curatos de montaña, por lo regular, como no hay esperanza de tener aquel ingreso, aunque consten de varias poblaciones, sólo se hace en una la festividad, que comprende muchas, y el cura sale de él luego que las ha concluido; entonces confiesa a sus feligreses para todo el año, y bautiza a los que no lo están, dejando encargado al sacristán que eche agua a los que naciesen, cuando se tema peligro en sus vidas, a cuyo fin están instruidos en la forma del bautismo. 39. En los anejos de curatos de conversiones antiguas hay otro régimen algo más regular, y se reduce a que, luego que enferma algún indio y que avisan al cura, pasa éste a confesarlo o envía al teniente de cura (que regularmente mantienen consigo para este fin). Mas como las distancias suelen ser tan largas que a veces necesitan hacer una jornada o dos para llegar al sitio, si el accidente es violento muere el paciente antes que le haya llegado la providencia del confesor. Esto mismo se practica en las haciendas que corresponden a la jurisdicción de cada curato, cuya vecindad compone una población bien capaz, según los indios que la forman. 40. Todo el remedio que se podía aplicar para evitar las extorsiones de los curas, consiste en que se les prohibiese a éstos, no sólo con órdenes reales, sino también con censuras pontificias, y otras penas que pareciesen al propósito, el que hiciesen entre año, ni en su pueblo ni en los anejos, ninguna fiesta a costa de los indios, aunque éstos quisiesen voluntariamente contribuir con su limosna y gasto. Y al mismo respecto, que el cura no pudiese admitir de los indios, ni por modo de regalo, ni con el disfraz de camarico, ni con otro ninguno pretexto, otra cosa más que aquellos derechos de Iglesia justos y precisos, y el huevo del camarico que deben llevar cuando van a oír la doctrina. 41. Y mediante que esto no bastaría para librar a los indios enteramente de las obvenciones que los curas les imponen con la autoridad de tener aún mayor jurisdicción y dominio sobre ellos que los corregidores, o que sus propios amos, sería justo el prohibir que los curas pudiesen nombrar a los indios que han de ser alcaldes, como lo practican en los pueblos cortos, y que tengan sobre los indios ninguna otra jurisdicción, o intervención en ellos, que aquella que les pertenece para su enseñanza y gobierno espiritual, porque hasta el presente se extiende a tanto que tienen ceñida su libertad a su arbitrio, de tal suerte que aun los mismos corregidores no pueden mandarlos sin que los curas consientan en ello. Esta autoridad se han ido apropiando los curas insensiblemente, de suerte que ya se hallan con más despotiquez en los pueblos que la que puede pertenecer a los señores naturales, y de aquí nace el que los indios les tributen todo lo que puede rendir su trabajo, temiendo de su indignación el castigo que regularmente experimentan de ella. 42. Quitada de la jurisdicción de los curas el absoluto mando que tienen sobre los indios, y prohibidos los camaricos y fiestas de Iglesia, sólo resta que prohibirles, con penas muy severas, el que para ningún fin, ni propio ni público, pudiesen emplear a los indios en cosa de trabajo propio, porque los hacen trabajar en todos los ejercicios para que son capaces, y no les pagan nada valiéndose del privilegio de curas para justificar este derecho público, porque se valen de este pretexto para emplearlos en su propia utilidad; en cuyas ocasiones, si legítimamente fuese cosa en que el público se interesase, como sucede en la composición de caminos, puentes y tambos de su jurisdicción, esto debería ser mandado por el corregidor o alcaldes mayores, y, en su defecto, por el cacique gobernador y alcaldes de los pueblos, y no por el cura, porque a éste no le pertenece, ni es de su estado, el gobierno político y civil de los pueblos, como se lo han apropiado sin más fundamento que el de suponer que los indios no tienen capacidad para gobernarse, pero, pues conocen las extorsiones que padecen, y distinguen lo tiránico de lo justo en lo que los curas y corregidores les hacen contribuir, no son tan incapaces como quieren suponerlos, y si ha corrido así aquel gobierno, y sin contradicción la incapacidad de los indios, es porque en la firmeza de este sentir consiste el usufructo de los que los tienen avasallados. 43. De la reforma de los abusos introducidos por los curas contra los indios, se saca que éstos vivan menos pensionados y que, no siéndoles tan pesado el vasallaje a los reyes de España, se les haga el gobierno menos aborrecible; que viendo desinterés en los curas y celo en ganar sus almas para Dios, sea para ellos más respetable la religión y la abracen con más amor, poniendo más atención en la veneración y comprensión de sus misterios, y más cuidado en guardar sus preceptos; y, últimamente, que estando menos pensionados, les sea mucho más fácil el pagar los tributos reales con puntualidad, y puedan soportar cualquier otra pequeña obvención que la necesidad y la ocasión precisaren a imponerles. Y en conclusión de ello, se debe esperar nazca el servicio de Dios, beneficio al rey y a la justicia, y utilidad a los indios en librarles de las pensiones injustas a los que los tienen reducidos la ambición y la codicia. 44. No es desigual a lo que queda dicho, la vigilancia y el amor que tienen los curas al buen estado y adorno de sus iglesias, las cuales están llenas de indecencias, impropias para celebrar en ellas el divino culto, siendo cosa regular que el cura críe caudal crecido para gastar y triunfar, y para mantener su casa con toda decencia, y que la de Dios carezca de ella enteramente. 45. Tal es la pobreza en que están la mayor parte de las iglesias de los curatos de indios, que en todo semeja a la que esta miserable gente tiene en sus casas; muchas están medio arruinadas, otras sin techumbre, o solamente la hay en aquel corto ámbito del presbiterio; los altares, tan pobres y mal cuidados que no se puede llegar a más; los ornamentos, tan rotos, viejos y sucios, que es cosa lastimosa que el culto divino se celebre en paraje tan impropio y con preparativos tales que hacen perder la veneración al sacerdote cuando sale revestido con ellos. Y todo procede de la ambición con que, apropiándose a sí los derechos de fábrica que pertenecen a la Iglesia, nunca llega a suceder que haya con qué repararla, ni con qué mantener siempre los ornamentos en el estado que corresponde para un ministerio tan alto como el de celebrar el divino culto. 46. Para que se vea el extremo a que esto llega, podemos asegurar que en un pueblo oímos misa que se decía con una vela de sebo, y habiendo estrechado al cura sobre este particular, dio por solución que en aquellos parajes tan retirados se dispensaba la materia de la vela por la escasez que se padecía de cera. A no haber visto el ejemplar, no pudiéramos creerlo, pero el mismo cura nos aseguró que en todos los pueblos donde la iglesia era tan pobre como en aquél, sucedía lo mismo. Asimismo notamos, como más regular en todos, que, por hacer más corto el gasto de la cera, dicen la misa (en casi todos los pueblos) con una vela solamente, extendiéndose la economía de los curas a tanto que las hacen fabricar como candelillas, y con un pávilo muy delgado, para que duren mucho y se consuma poca cera. ¡Excusando tanto los costos en el divino culto los que sacan tan cuantioso usufructo del curato, y que tan crecida suma desperdician en el desenfreno de sus vicios! 47. También observamos que las luces del depósito del Señor, desde el jueves al viernes santo, a excepción de una o dos que se ponen de cera, son de sebo todas las demás; y lo mismo sucede cuando descubren el Santísimo con el motivo de alguna festividad, siendo así que la cera con que se celebran las misas, y toda la que se usa en estas iglesias, en cera criolla, llamada también cera de palo, y es la que se cría allá, la cual es entre colorada y amarilla, y vale muy poco. Pero su propio precio no basta todavía para que los curas se dediquen a servirse de ella enteramente, abandonando el uso del sebo. 48. Las iglesias de valles no están en la misma conformidad, pues los curas procuran mantenerlas con decencia; sus fábricas materiales son, en lo exterior, vistosas y aseadas, y en lo interior se deja percibir el celo que falta en las otras. No proviene esto de que los curatos de valles sean de más utilidad que los de la sierra, ni de que el país sea más barato, pues antes bien, por el contrario, en todo lo que es valle están las cosas más caras, y no tan abundantes como en la sierra, sino de que los curas de valles han permanecido con más constancia en el celo de sus iglesias, manteniéndolas pundonorosamente con el aseo y decencia que les corresponde, cuando en la sierra se han dejado poseer del descuido enteramente, porque no están tan a la vista.