Sepulcro de Alfonso VIII, rey de Castilla fallecido en 1214, y de su esposa Leonor, conservado en el Monasterio de Las Huelgas, Burgos.
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El sepulcro de Antonio Cánovas es uno de los más suntuosos del Panteón de Hombres Ilustres. Realizado en mármol blanco, se compone de una urna rectangular adornada por seis hornacinas de arco de medio punto con la efigie en alto de las siguientes virtudes: templanza, sabiduría, justicia, elocuencia, prudencia y constancia. Sobre la urna yace una estatua que representa al difunto acompañado de tres figuras femeninas. En el fondo se representa un suave relieve con Cristo resucitado acompañado de un grupo de plañideras.
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El sepulcro de Blanca de Navarra es la única pieza que se ha conservado de las sepulturas de los reyes medievales enterrados en Santa María la Real de Nájera. No nos ha quedado más que la tapa pero no deja de ser una joya de la escultura de su tiempo. Las figuras aparecen vestidas con trajes muy plegados y adornadas con elementos tomados de la moda de la época. La temática ha sido tomada del Evangelio, mezclándose con escenas de l fallecimiento de la joven reina. En el centro se escupió el Pantocrátor, siendo un ejemplo único.
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Johan Lome llegó al reino de Navarra tras el tercer viaje de Carlos III a París, entre 1408-10, acompañado de un grupo de escultores entre los que se contaban borgoñones, champaneses y flamencos. Su gran obra fue este sepulcro, si bien colaboró en otras muchas empresas regias, desde palacios (Olite, Tafalla) hasta ornamentación arquitectónica religiosa (Santa María de Olite). En este sepulcro de Carlos III y su esposa Leonor de Castilla se pone de manifiesto la destreza del autor en el tratamiento adecuado e individualizado de expresiones y actitudes, en el estudio de calidades, en la exquisita labra del alabastro y también en el realismo de los retratos. El mausoleo consta de un alto zócalo en cuyos frentes se representan arquerías cobijando figuras de cardenales, abades, prelados, monjes y canónigos, formando un cortejo funerario. El lecho mortuorio está ocupado por las figuras yacentes de los monarcas, bajo ricos doseles y con las manos en actitud orante.
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El sepulcro del cardenal Cisneros, encargado en un principio a Doménico Fancelli, fue realizado a su muerte por Ordóñez modificando la estructura tumular de los sepulcros precedentes del Infante don Juan y de los Reyes Católicos de la Capilla Real de Granada, y desarrollando un programa iconográfico alusivo al fundamento teológico de los estudios de Alcalá (Padres de la Iglesia Latina, alegorías de las Artes Liberales y a las devociones personales del prelado). Incluye un epitafio clasicista sobre las virtudes del fundador de la Universidad de Alcalá. La cama sepulcral con grifos en las esquinas decora sus frentes rectos con la representación en tondos de fino schiacciato de los santos Leandro, Isidoro, Eugenio e Ildefonso, enmarcados por figuras en nichos avenerados de las Artes Liberales y otros santos. El yacente, sin intervención de discípulos, de impresionante realismo, sobre urna decorada con guirnaldas y motivos renaciente y en los ángulos los cuatro Padres de la Iglesia, sedentes, de los que destaca el san Jerónimo. Muy restaurado en tiempos recientes.
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Sepulcro de alabastro de doña Constanza, nieta de Pedro I y priora del convento de Santo Domingo el Real de Madrid. Responde al tipo de monumento funerario preferido por la nobleza castellana de mediados del siglo XV. Estuvo adosado al muro y bajo un arco, por lo que sólo se decoró su frente con alegorías de varias virtudes y dos ángeles que sostienen el escudo nobiliario. Sobre la tapa, la imagen de doña Constanza tumbada, de tamaño algo mayor del natural y vestida con el hábito de los dominicos. Lleva un rosario entre las manos y el libro de horas, símbolo de su cargo, pues era atribución de la priora guardar, consultar y modificar el texto por el que se regulaba la actividad conventual. Los rasgos individualizados de su rostro son más propios del tranquilo reposo del sueño que de la muerte, idea que quiso trasmitir el escultor, de escuela hispano-flamenca. Se encontraba en el coro de la iglesia del convento de Santo Domingo el Real de Madrid, en el que fue priora doña Constanza durante cincuenta y cuatro años, hasta su muerte en 1478. El edificio se alzaba en la plaza que aún hoy lleva su nombre y en el lugar ocupado actualmente por un aparcamiento.
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En la iglesia de Villalcázar de Sirga se encuentran los sepulcros del infante don Felipe (muerto en 1274) y de su segunda esposa doña Leonor Ruiz de Castro. La infanta se cubre con un rico manto decorado con motivos heráldicos y luce su anillo de casada, dirigiéndose hacia el sepulcro de su marido y ofreciéndole un pimiento, posiblemente una alusión a la fertilidad por sus muchas semillas. En el frente encontramos, en un lado, una escena con el lecho fúnebre con el cadáver rodeado de caballeros y alguna plañidera mientras su alma es recogida por los ángeles. En el frente opuesto se representa el momento de cerrar el sarcófago.
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En esta obra, una de las más significativas en su género, se plantea una búsqueda de equilibrio entre forma y contenido, evocándose la influencia italiana en la línea: del clasicismo realista de Bernini y con elementos que emparentan con el arte de Maini. El diseño arquitectónico se debe a Francisco Sabatini, al igual que el de la reina doña Bárbara de Braganza, también situado en la Iglesia de las Salesas Reales de Madrid. La obra escultórica de Francisco Gutiérrez es de suprema factura, ceñida a una composición piramidal con movimiento en zigzag, en el que se integran las figuras alegóricas siguiendo la proyectiva sepulcral barroca romana. El Tiempo, la Fama, los relieves o los geniecillos llorando contribuyen a la armonía de la obra, realizada en ricos materiales.