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Fancelli será el encargado de realizar el sepulcro de los Reyes Católicos para la capilla real de Granada, pensado para panteón real por la reina Isabel. Terminado hacia el año 1517, aunque repite el modelo del Príncipe, su tendencia a una mayor verticalidad se consigue por la elevación del segundo cuerpo con los yacentes y las cuatro figuras de los Padres de la Iglesia en los ángulos. De técnica preciosista en su decoración, los rostros de los yacentes acusan mayor realismo y los tondos de los frentes su dominio de la talla del relieve.
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Sobre un basamento escalonado, adornado con leones yacentes en los ángulos, se alza un cuerpo cuadrangular, algunos de cuyos sillares están decorados con relieves; por encima, un conjunto de molduras y, más arriba, según la reconstrucción hipotética de M. Almagro, es posible que existiera otro cuerpo cuadrangular, similar al inferior, también con leones en las esquinas y una moldura de coronamiento, rematado todo ello en un piramidium. El monumento es importante por su antigüedad por su carácter de unicum y, sobre todo, por su decoración en relieve.
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Sobre tres gradas se levanta un cuerpo arquitectónico en forma de severo túmulo sobre el que yace la estatua de Sagasta, vistiendo levita y ostentando el Toisón de Oro. En la cabecera del sepulcro encontramos una figura femenina sentada, semidesnuda, presentando a la historia en actitud de cerrar el libro de la época. A sus pies se representa un joven obrero, simbolizando al pueblo, descansando su brazo sobre los Evangelios, símbolo de la verdad. El joven sostiene en su mano derecha una espada en cuya empuñadura se representa la Justicia, recorriendo toda la hoja una rama de olivo como símbolo de la paz.
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Uno de los aspectos más importantes de la cultura ibérica es el relacionado con el mundo funerario. El rito de enterramiento más común fue la incineración, siendo depositadas las cenizas en urnas, como vasos cerámicos, cajas de piedra o esculturas también en piedra, como las Damas de Elche o de Baza.Este recipiente, a su vez, se depositaba en una tumba que, en función del rango social del difunto, podía ir desde un simple hoyo hasta una gran construcción funeraria, como la sepultura en forma de torre del Pozo Moro, en la que se debió enterrar a un jefe militar.Otra variante de tumbas relevantes son las llamadas de cámara, como ésta hallada en Galera, Granada. Se trata, en este caso, de construcciones subterráneas de planta cuadrangular a las que se accede por un estrecho pasillo o dromos. La cámara se cubre con grandes losas planas sostenidas por un pilar central y el dromos con una falsa bóveda. A su alrededor se ha dispuesto un cúmulo de piedras de planta circular y forma atuladada, que sirve para reforzar las paredes de la cámara y como base de un cuerpo superior de tierra y piedras con anillos de refuerzo formados por hiladas de piedra de mayores dimensiones. En el interior de la tumba, del siglo IV antes de Cristo, además de los objetos que habrían de acompañar al difunto en el otro mundo, se hallaba una urna funeraria realizada en piedra y decorada con bandas horizontales y ondas pintadas en rojo. Estos motivos fueron copiados de ciertos detalles ornamentales que aparecen en los vasos griegos importados por los iberos.
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Dentro de la cultura ibérica, uno de los aspectos más importantes es el relacionado con el mundo funerario. El rito de enterramiento más común fue la incineración, siendo depositadas las cenizas en urnas, como vasos cerámicos, cajas de piedra o esculturas también en piedra, como las Damas de Elche o de Baza.Este recipiente, a su vez, se depositaba en una tumba que, en función del rango social del difunto, podía ir desde un simple hoyo hasta una gran construcción funeraria, como la sepultura en forma de torre del Pozo Moro, en la que se debió enterrar a un jefe militar.Otra variante de tumbas relevantes son las llamadas de cámara, como ésta hallada en Galera, Granada. Se trata, en este caso, de construcciones subterráneas de planta cuadrangular a las que se accede por un estrecho pasillo o dromos. La cámara se cubre con grandes losas planas sostenidas por un pilar central y el dromos con una falsa bóveda. A su alrededor se ha dispuesto un cúmulo de piedras de planta circular y forma atuladada, que sirve para reforzar las paredes de la cámara y como base de un cuerpo superior de tierra y piedras con anillos de refuerzo formados por hiladas de piedra de mayores dimensiones. En el interior de la tumba, del siglo IV antes de Cristo, además de los objetos que habrían de acompañar al difunto en el otro mundo, se hallaba una urna funeraria realizada en piedra y decorada con bandas horizontales y ondas pintadas en rojo. Estos motivos fueron copiados de ciertos detalles ornamentales que aparecen en los vasos griegos importados por los iberos.
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En la sala capitular del monasterio cisterciense de Santa María de San Salvador de Cañas se encuentra el sepulcro de doña Urraca López de Haro, abadesa entre 1225 y 1262, al tener éstas el privilegio de ser enterradas en el capítulo. La abadesa aparece vestida con su hábito y su báculo abacial, tumbada sobre almohadones, en la tapa del sepulcro mientras que en los laterales se representa el entierro y el oficio fúnebre. La obra muestra una estrecha relación con los trabajos de las escuelas palentina y burgalesa.
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La religiosidad del hombre medieval no le impide temer a la muerte, pero le permite afrontarla como una liberación y con la tranquilidad de espíritu que se refleja en el rostro de los difuntos. Ahora se añade un sentimiento nuevo: interesa también disfrutar en vida del prestigio social y de la fama importa plasmarla, más allá de la muerte, un monumento funerario ubicado en lugar privilegiado: el interior de la iglesia reservado a las personas de alta posición. Así, el abad Aparicio del monasterio de Santa María de Aguilar de Campoo fue enterrado en su claustro, en uno de los primeros sarcófagos con escultura yacente.
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Este sepulcro es una de las mejores muestras de escultura funeraria en Sevilla. Realizado en alabastro para la capilla de San Hermenegildo de la catedral hispalense, el túmulo descansa sobre leones, presentando el frente decorado con escenas de la vida de Jesús, talladas con exquisita delicadeza. El obispo se presenta yacente, destacando el naturalismo de su rostro en el que casi podemos observar el rigor mortis.
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El cardenal Mendoza decidió, no sin algunos inconvenientes por parte del cabildo toledano, que se erigiera su tumba en los espacios entre los pilares del presbiterio de la catedral, pensando en que estuviera cobijado por un arco, disponiendo sobre una cama la figura yacente, deseando que el arco quedara abierto para poder contemplar la tumba desde cualquier lado. El cardenal designó a su sobrino, don Diego Hurtado de Mendoza, como ejecutor de un proyecto que nunca se realizó como él deseó. El resultado final es una obra importante en la escultura del siglo XVI, con un arco de triunfo cerrado en uno de sus laterales, la urna y el yacente visibles sólo del lado del presbiterio. Se ha apuntado a Andrea Sansovino como el escultor que realizó el proyecto, aunque las esculturas son de desigual ejecución. En la zona que mira a la girola se ubica el grupo del cardenal arrodillado y orante ante la Cruz, que es sostenida por una colosal imagen de santa Elena, situándose tras el cardenal su santo titular, san Pedro.
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La equilibrada composición -situada en la capilla de la Sorbona-, a pesar del contrapposto, está contrarrestada por una teatralidad y magnificencia que procede del gusto de Charles Le Brun, que fue quien la diseñó, y al que Girardon se adaptaba perfectamente.