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Para este sepulcro real encargado por la reina Isabel, Gil de Silóe pensó en una planta de estrella de ocho puntas formada por el cruce de un rectángulo con un rombo, que elevado en altura daba lugar a dos prismas. En realidad, la colocación de los dos yacentes, separados por una pequeña crestería y mirando al altar, correspondía a la zona del prisma rectangular que hubiera sido normal en otros casos, pero la situación cambia al hacer que se interseque con él el prisma de base romboidal. Siguiendo una tradición muy antigua, los enterrados, Juan II e Isabel de Portugal, están acostados, ligeramente vueltos hacia el exterior, de modo que sean así más visibles, aunque se den la espalda. Ella reza en un breviario o libro de horas, mientras él lleva signos de poder, además de los comunes de corona y manto real. Mientras se ha alabado el afiligranado encaje del alabastro en la zona de las telas, suele acusarse a los rostros de poco expresivos. Desde luego, es casi evidente que no se trata de retratos, no sólo porque el rey había muerto hacía mucho tiempo, sino que la reina era de mucha edad y sus facultades mentales no eran las apropiadas para que Gil de Silóe la hubiera visitado con el fin de hacer un retrato. Dicho esto, entiendo que como cabezas esculpidas ambas son magníficas y la escasa expresividad no es más que la severidad algo solemne que caracteriza toda la obra del artista.
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El sepulcro de los reyes Juan II e Isabel de Portugal tiene forma de estrella de ocho puntas. Aunque la estrella de ocho puntas que resulta es irregular, sugiere las bóvedas del mismo tipo entonces frecuentes en la arquitectura. La ubicación de los cuatro evangelistas en los vértices del rombo reafirma el recuerdo de tal sistema de cubierta, en cuyas bases ya desde el románico se colocaban los cuatro evangelistas. Lo que allí adquiría una dimensión cósmica detrás de la cual estaba Dios, aquí no debe dejar de leerse de manera similar, aun cuando el destinatario del símbolo es el propio monarca. Estamos en unos tiempos en que este lenguaje hiperbólico y atrevido es moneda relativamente frecuente. Recalcándolo, está otro signo similar: el cojín sobre el que apoya la cabeza del rey tiene un bordado que dibuja una especie de nimbo en torno a ella.
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La reina Isabel de Portugal, madre de Isabel la Católica, también lleva corona en el sepulcro de Miraflores, leyendo un libro abierto, con seguridad un Breviario o un Libro de Horas.
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Los yacentes sobre la cama del sepulcro son de notable tamaño y se sitúan mirando hacia el altar. Se inclinan cada uno en dirección contraria al otro, de modo que se hacen más visibles como dirigiéndose a un posible espectador. Los rostros son convencionales, en modo alguno retratos. Visten con lujo, mantos muy ricos. Se cobijan bajo una suerte de baldaquino, en ningún momento signo de realeza o santidad. El rey Juan II llevaba en la mano un desaparecido cetro, emblema de poder, como lo son el manto real y la corona, muy lastimados sus adornos superiores de los que sólo quedan restos. No es casual que sobre la almohada en la que apoya la cabeza se dibuje una especie de nimbo, que reclama la atención sobre cierto carácter sagrado de la monarquía.
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Aunque los primeros trabajos de Silóe están hechos en madera, parece encontrarse mejor trabajando el alabastro. En los yacentes del sepulcro de los reyes se pone de manifiesto su capacidad para obtener la tersura de la piel de la cara y contrastarla con la dureza del brocado de los trajes, todo resuelto con una habilidad de artesano extraordinaria. Una espina con crestería divide la zona que corresponde al yacente del rey del de la reina. Ambos se inclinan en dirección opuesta de modo que pueden ser vistos perfectamente por todos aquellos que avanzan por los laterales de la capilla en cuyo centro se sitúa justamente el gran túmulo.
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Los cuatro evangelistas en los vértices del rombo de base del sepulcro real son magistrales, tanto si se prefiere la torsión del tronco de san Marcos, la efébica presencia de Juan, el característico aspecto de retrato de Mateo o la elegante dignidad de Lucas. Al igual que los yacentes reales, salieron directamente de los cinceles de Silóe. Diversas figuras menores se sitúan sobre otros vértices, aunque no todas se conservan y algunas no pertenecían originalmente a ellos.
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La capilla mayor de la iglesia de la cartuja de Miraflores es uno de los grandes santuarios del gótico europeo, debido al encuentro de una extraordinaria promotora, la reina Isabel, y un magnífico artista, Gil de Silóe. Al encargar el sepulcro de Juan II e Isabel de Portugal, Isabel cumplía un deseo de su padre, pero fue más allá de estas expectativas, añadiendo primero el sepulcro de su hermano Alfonso, muerto en la adolescencia y comprometido en la oposición a su hermanastro Enrique IV. Luego, el retablo mayor en madera. Es un proyecto artístico, un recuerdo filial, pero también con un contenido político. El sepulcro de Juan II tiene planta de estrella. Sobre la cama están los dos yacentes de rey y reina, ligeramente inclinados hacia lados contrarios. En el facetado conjunto de planos de diversos frentes se despliega un inmenso número de figuras alusivas a la muerte y redención, a las virtudes que debe practicar el príncipe, etc. Es una apoteosis triunfal del más desenfrenado detalle esculpido, tanto requerido por el programa, como añadido a modo de ornato por el artista. En ningún detalle decae la extraordinaria calidad de ejecución. La exquisita habilidad de Gil de Silóe en el tratamiento del alabastro le permitió obtener calidades muy diferenciadas en telas, carnaciones, vegetales, etc. En 1496 Silóe contrata, con el pintor Diego de la Cruz, el retablo mayor. El diseño, con semejanzas parciales en la miniatura y en el tapiz, vuelve a mostrar un Silóe creativo, que descompone el gran rectángulo total en figuras geométricas en las que predomina el círculo. El programa también es complejo, aunque la idea eucarística y redentora predomina sobre otras. Aunque haya desigualdades de ejecución en total es mejor que el de la catedral y su mano se describe en cada parte. La policromía parece excelente, pero seguramente una cuidada limpieza le devolvería una parte de su esplendor, anulando un cierto aire oscuro que domina.
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En los centros escultóricos más activos de la corona de Aragón la influencia italiana es un ipso determinante, tomando a Giovanni Pisano como ejemplo a imitar. Así el estilo elegante, estilizado, melancólico y suave en su modelado se pone de manifiesto en la mayor parte de los trabajos como podemos observar en el sepulcro de Blanca de Anjou que se conserva en el monasterio de Santes Creus. Es una obra del escultor Pere de Bonull y se considera la fecha de 1314 como la idónea para su ejecución, aunque años antes este proyecto había sido tratado con Pere de Pennafreita y Bertran Riquer, maestro de obras del Palacio Real de Barcelona, quienes tomaron como modelo la tumba de Pedro III.
monumento
A un monumento naomorfo profusamente decorado debieron corresponder en su momento los escasos restos de Sádaba (Zaragoza). Lo que se conserva es sólo una pared compuesta por un zócalo y una parte media dividida por varias pilastras ricamente decoradas, que aíslan varios paneles decorados a su vez con guirnaldas y arcos y que figuran servir de soporte al entablamento; todo ello se coronaba con tres frontones, simulando que cada uno de ellos descansa en dos de las pilastras, quedando un vano desprovisto de frontón entre ellas. En el friso se conservan aún vestigios de la inscripción que permite adscribir este monumento a la familia de los Atilios.
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A un monumento naomorfo profusamente decorado debieron corresponder en su momento los escasos restos de Sádaba (Zaragoza).