<p>La frustración que supuso para la burguesía austriaca ver como sus esperanzas de alcanzar el poder político se esfumaban se canalizaría apoyando revueltas de carácter cultural. Al no poder participar en las transformaciones políticas y sociales, la burguesía liberal se centró en la literatura, la ciencia y el arte, apoyando a los jóvenes creadores y participando de sus movimientos de rebeldía. Uno de los primeros grupos secesionistas que se rebelaron contra las normas académicas y tradicionales sería el grupo literario "Jung Wien" (Joven Viena) pero la verdadera "Seccesion" se gestó en la Casa de los Artistas, única asociación de artistas de Viena que organizaba temporalmente exposiciones para mostrar las creaciones de sus miembros, exposiciones que contaban con un jurado que seleccionaba a los artistas que participaban. Los miembros antiguos no permitían incorporar en las muestras obras de artistas que tuvieran una visión diferente y por supuesto, no se permitía la exhibición de obras realizadas por artistas extranjeros, canalizando las muestras de manera casi exclusivamente comercial. La obras de Theodor von Hoermann y Josef Engelhart, pintores que habían viajado a París donde tuvieron contacto con los impresionistas, fueron rechazadas por el jurado de la Casa de los Artistas lo que sirvió de acicate para una revuelta liderada por los más jóvenes. La exposición de la obra de la Seccesion de Munich en la Casa de los Artistas de Viena durante 1895 servirá de espoleta para que Karl Moll, Joseph Engelhart y Gustav Klimt empezaran a plantearse una ruptura. Pero el detonante sería la elección del presidente de la Asociación de Artistas; en la asamblea general de 1896 resultó vencedor el representante de la corriente academicista, el pintor Eugen Felix, por sólo 16 votos de diferencia. Estaba claro que había en la Asociación dos grupos claramente enfrentados. Uno de estos grupos, constituido por unos 40 artistas -entre los que estaban Klimt, Moll, Alfred Roller y Koloman Moser- se reunía el 3 de abril de 1897 para constituir una organización nueva e independiente: la Asociación de Artistas Austriacos. En un primer momento no se planteaba la segregación de la Sociedad de Artistas, separación que se produciría en mayo al renovarse los conflictos entre ambos bandos. Klimt fue elegido presidente de la nueva Asociación, escribiendo una carta en la que se leían los argumentos que provocaron la escisión -"es necesario establecer el espíritu de las exposiciones sobre una base puramente cultural, libre del carácter mercantil (...) y en última instancia se estimule a las esferas oficiales a que se preocupen más por el cuidado de las obras de arte"- y los objetivos del nuevo movimiento -"fomentar, en primer lugar, la actividad artística, el interés por el arte en nuestra ciudad y, una vez que el mismo se haya ampliado a nivel austriaco, extenderlo a todo el Imperio"- El 27 de junio de 1897 se celebraba la primera asamblea general de la Secession, donde se acordaron la elaboración de unos estatutos, la fundación de una publicación sobre arte y la construcción de una sala propia de exposiciones. La revista que publicaron tendrá el nombre de "Ver Sacrum" (Primavera Sagrada) en cuyo primer número se habla de la Secession en un sentido programático al tomar como referencia la "secessio plebis" romana: cuando la tensión en la antigua Roma crecía entre los plebeyos, éstos se trasladaban a un monte cercano a la ciudad y amenazaban con la fundación de un segunda Roma. El nombre de la publicación también tenía connotaciones romanas: "Ver Sacrum" era la antigua costumbre de bendecir, en época de gran peligro, todas las cosas nacidas en la siguiente primavera, como ofrenda a los dioses. Tras la fundación del movimiento secesionista comenzaron los trabajos de construcción de una sala de exposiciones, contando con el apoyo de importantes mecenas, entre ellos el alcalde de la ciudad, Karl Lueger, quien regaló el solar donde el arquitecto Joseph Maria Olbrich levantó el edificio de la Secession, combinando elementos geométricos y coronado con una esfera calada. En el frontón se podía leer el lema de Ludwig Hevesi que recoge la filosofía del movimiento: "A cada época su arte, al arte su libertad". La primera exposición del grupo se celebró el 15 de marzo de 1898 en los locales de la Sociedad de Horticultura, reuniendo un total de 131 obras de artistas extranjeros -Rodin, Segantini, Puvis de Chavannes, entre otros- y 23 de artistas locales. El propio emperador Francisco José I visitó la muestra, lo que indicaba la protección oficial brindada en un primer momento al movimiento. Con motivo de la inauguración del edificio diseñado por Olbrich, el 12 de noviembre de 1898, se organizó la segunda exposición, exhibiéndose la Palas Atenea de Klimt, una de los símbolos del movimiento. Durante los ocho años siguientes, la Secession organizó 23 exposiciones, siendo la más importante la celebrada en 1902, dedicada a Beethoven, donde Klimt mostró su famoso Friso. Al ser uno de los objetivos del movimiento el acercar el arte moderno a los vieneses, buena parte de los beneficios de las exposiciones se invirtieron en comprar cuadros de artistas modernos -Van Gogh entre otros- para donarlos a la Galería Austriaca. Al mismo tiempo se establecieron visitas guiadas a la sede de la Secession para los trabajadores los domingos por la mañana. Desde un principio se planteó que la Secession debería existir durante un periodo de diez años, en el cual se habría conseguido su objetivo de rescatar el arte de la vida comercial. Pero en los primeros años ya surgieron problemas de carácter estético al existir diversidad de opiniones en torno al impresionismo. La fundación en 1903 de los Talleres de Viena por parte de Hoffman, Moser y Waerndorfer provocó un grave conflicto en el seno del grupo que se acentuó con motivo de la Exposición de St Louis de 1904, en la que por motivos burocráticos no estuvieron representados. La espoleta de la ruptura vino con la muerte del propietario de una galería de arte y el ofrecimiento de un joyero para financiar la compra de la galería, siempre y cuando estuviera ligada a la Secession, exponiendo sus obras con plena visión comercial. Esta idea rompía con los planteamientos iniciales del grupo y el círculo de los llamados "naturalistas", liderado por Josef Engerhalt, acusó a los demás de traicionar las ideas que les habían llevado a abandonar la Sociedad de Artistas. En 1905 se celebró una convulsiva reunión y el grupo de Klimt perdió por un voto. Se producía una nueva escisión de dieciocho artistas, curiosamente los más destacados en los últimos ocho años, que tendría como nuevo eje de su movimiento los Talleres de Viena donde se continuará el "Jugenstill", el concepto de obra de arte como un todo.</p>
Busqueda de contenidos
contexto
Aunque la tarea de centralizar las tomas de decisión había sido un terreno ya labrado por la anterior dinastía, los nuevos monarcas contemplaron con malos ojos el sistema polisinodial de corte austriaco-borgoñón que estructuraba la administración central del Estado. Sin embargo, el sistema heredado no iba a ser fácil de cambiar. Los viejos consejos temáticos y territoriales disfrutarían todavía de una larga vida. A finales del siglo el Consejo de Estado, presidido por Aranda, recogía las riendas del gobierno. Y, en la crisis de 1808, el viejo Consejo de Castilla, de gran influencia durante la centuria, todavía tenía capacidad para dirigir el país por algunas semanas. A lo largo de la centuria, la mayoría de los consejos pasaron a tener nueva planta, siendo reformados para conseguir una mayor eficacia, para dejarlos con atribuciones meramente judiciales o bien para que no entraran en contradicción con los nuevos órganos creados. En efecto, al lado de estos entes de carácter colectivo fueron surgiendo otros de titularidad unipersonal. Se trataba de las Secretarías de Estado, órganos preferidos por los gobernantes reformistas. Entre ellas destacó especialmente la Secretaría de Estado y del Despacho Universal por ser la que con el paso del tiempo se convirtió en el verdadero motor burocrático del monarca y en el instrumento al que incumbía poner en práctica las decisiones que sobre cualquier tema adoptase el soberano. Junto a la misma tuvieron también labores relevantes secretarías dedicadas a los asuntos hacendísticos, eclesiásticos, coloniales o de justicia. Secretarías que según los reinados y los gobiernos sufrieron numerosas transformaciones en cuanto a contenidos, funcionamiento y personal, pero que en general se llamaron de Hacienda, Gracia y Justicia, Marina e Indias. Aunque resulta cierto que las secretarías estuvieron al alza y que fueron imponiéndose lentamente, no es menos verdad que durante el siglo los conflictos jurisdiccionales y las contradicciones funcionales con los consejos estuvieron a la orden del día sin que muchas veces hubiese un claro vencedor. Un motivo de esta pugna, a menudo sorda y en otras ocasiones explícita, fue tal vez la inexistencia de un plan general previamente trazado. Quizá Floridablanca fue el que tuvo ideas más globales y más tiempo para ponerlas en marcha, y tal vez por eso fue durante su gobierno cuando acabó por cuajar la Junta Suprema (1787), una especie de secretaría superior dirigida por un primer ministro que coordinaba semanalmente las siete secretarías existentes en aquel momento. Por fin parecía cumplirse el viejo sueño del Conde-Duque de Olivares: consejo de ministros y primer ministro. Pero la causa central de las disputas fue la distinta concepción que ambos tipos de órganos significaban. El polisinodial venía a representar la vieja concepción de un Estado de corte puramente nobiliario, en el cual la aristocracia accedía a las rentas de la burocracia estatal sentándose en los sillones de un alto tribunal que deliberaba sobre materias específicas durante años para dictaminar una propuesta que el rey debía sancionar. Sin duda una administración lenta, prolija y poco operativa para un Estado que cada vez debía abarcar más obligaciones. Frente a ella, las secretarías representaban un modelo más ágil y barato en el que un ministro de área se comunicaba con el primer ministro o con el rey a través de la vía reservada. El monarca y su gabinete de ministros eran el centro de la gobernación. Lo colegiado frente a lo unipersonal, el presunto sabio venerable y prudente de los consejos frente el técnico-político de las secretarías: dos concepciones muy diferentes de cómo organizar la administración del Estado.
contexto
Obsérvese que el avance de la escritura en el despacho supone un incremento considerable del papel de los secretarios. Toda la historiografía insiste con razón en la importancia creciente de los secretarios reales a lo largo del siglo XVI, desde figuras como Francisco de los Cobos, que alcanzó enorme relevancia en tiempos de Carlos I, a la de Mateo Vázquez de Lecca, personaje crucial y de indispensable referencia en la segunda mitad del reinado de Felipe II. De especial importancia habrían sido los secretarios del Consejo de Estado, cuya secretaría se dividió en 1567, a la muerte de Gonzalo Pérez, entre Antonio Pérez (Italia) y Gabriel de Zayas (Norte), para ser reunidas de nuevo en la persona de Juan de Idiáquez en 1579, pasando Zayas a ocupar la secretaría del Consejo de Italia. La importancia de su papel mediador en el despacho de los negocios ha podido ser observada ya en el citado Papel que en 1598 le fue remitido al futuro Duque de Lerma. Los secretarios reales solían provenir de la pequeña nobleza o de los grupos letrados de juristas, y su proximidad al rey, así como la circunstancia de que el reparto y manejo de papeles pasase por sus manos como secretarios personales del rey o como secretarios de los distintos consejos, hizo de ellos elementos clave dentro de la vida de la corte y su compleja lucha política. Sin duda, eran personas de confianza del monarca y éste recurrió a ellos para ejercer el control de la red de consejos, aunque eso no impedía necesariamente que los secretarios pudiesen servir también a otros intereses. Es sabido que las distintas facciones existentes en Palacio se disputaban sus favores y, en este sentido, se ha hecho clásica y recurrente la adscripción de Antonio Pérez al grupo del Príncipe de Éboli. Lo que es seguro es que los secretarios reales no formaron el cuerpo cohesionado de fieles servidores de los objetivos reales y que, sin duda, rivalizaron entre sí por mantenerse en lugares de tan gran relevancia, no despreciando alguno la posibilidad de encabezar su propia facción cortesana construida sobre la proximidad al rey y a la información. Volvamos ahora al texto del citado Papel de 1598 y veamos cuál de las tres maneras de consultar parecía más conveniente para que aplicada por el nuevo rey Felipe III, beneficiase las aspiraciones de Lerma, porque en ese texto se da un salto muy interesante desde el despacho y el papel de los secretarios a la figura del privado. La recomendación última que en 1598 se le hacía a Lerma era la siguiente: "Cuando los Presidentes (de los Consejos) consultaban tiranizaron las cosas y a ratos la voluntad de su Majestad y descompusieron todos los privados que concurrieron y ni aun Ruy Gómez se pudo conservar con ellos. La última manera de consultar tengo por más justificada para la verdad de las cosas y para tomar buen acuerdo en ellas y que Vuestra Señoría gane de su Alteza (Príncipe Felipe) que todas las consultas lleguen a sus manos y que Vuestra Señoría las resuelva con su Alteza y hagan asentar los decretos con el secretario de su Majestad que escogiere". Obsérvese, primero, que aquí los consejos no son presentados como los grandes colaboradores del monarca en una supuesta administración cada vez más centralizada gracias a ellos, sino como instancias contrapuestas a los designios reales. Y, en segundo lugar, en la advertencia de que una de las maneras de lograr la privanza venía a ser desplazar a los secretarios en ese papel mediador entre el monarca y los consejos. Y, en efecto, la aparición del valimiento en el XVII supondrá el debilitamiento de la función de los secretarios reales tal y como había llegado a manifestarse en la última parte del reinado de Felipe II. Durante el siglo XVI, aunque hubo privados, y muchos, no se llegó a institucionalizar oficialmente su figura como sí se hará a comienzos del siglo siguiente. Algunas veces el término era todavía empleado para referirse, sin más, a un personaje que se encontraba muy próximo al monarca y al que éste daba muestras de especial predilección; por ejemplo, podemos encontrar que Pero Hernández de la Cruz, el famoso bufón más conocido como Perejón y que fue retratado por Antonio Moro, aparece calificado de "muy privado" del rey a mediados del siglo. Sin embargo, también existió la privanza como categoría política muy cercana a lo que después se conocerá como valimiento, llegando a ser una constante de la vida de corte de los Austrias Mayores, ante todo en el período de Felipe II. Juan de Silva, Conde de Portalegre, nos ha dejado una serie memorable de privados de este rey que comienza con el conocido Ruy Gómez de Silva, Príncipe de Éboli, y que hasta acabar con Cristóbal de Moura pasa, entre otros, por Luis Méndez de Haro, el Cardenal Espinosa, el Marqués de los Vélez, el Conde de Barajas o Juan de Zúñiga, Príncipe de Pietrapercia. Silva calificaba a Moura de "árbitro de los negocios de todos sus reinos" y definía al privado como aquél que ocupa "el primer lugar en los negocios y en la gracia de los reyes porque el Rey (lo) quiere apartar por su gusto para sí". Como se ve, esta clase de privanza alcanzada en los años finales del siglo puede considerarse un antecedente directo del valimiento tal como lo vendrán a encarnar posteriormente Lerma, Uceda u Olivares, primeros amigos del monarca que lo ayudaban en el gobierno para descargar al Príncipe del peso de los negocios. Sin embargo, aunque, como hacía Silva, Cristóbal de Moura era considerado el principal sostén del anciano Felipe II, a finales del XVI se hablaba de la existencia de varios privados al mismo tiempo. Esto, indudablemente, supone una merma considerable en las condiciones de la privanza, pues la perfección de ésta debería exigir la existencia de un solo elegido del rey, algo a lo que parece que Felipe II nunca estuvo dispuesto. Cuando éste murió en 1598 se afirmaba que los últimos años había venido gobernando con tres privados, el citado Moura, Juan de Idiáquez y Diego de Cabrera y Bobadilla, Conde de Chinchón. Contando con ellos se habría efectuado el repartimiento de negocios y provincias, correspondiéndoles, respectivamente, los asuntos de Portugal y Castilla, de Flandes y Norte de Europa y de Aragón e Italia. Un curiosísimo tratado titulado El Príncipe Instruido, redactado por un anónimo aragonés para la educación de Felipe IV, se refería así al sistema de gobierno de estos tres privados junto al rey. Este: "... (daba) a cada uno hora para que negociase con él, a Don Cristóbal, en despertándose dándole la camisa y estregándole los pies, todo el rato y tiempo que eran menester, al de Chinchón después de comer un rato, y a Idiáquez a la tarde hasta anochecer, y llevaba cada cual su minuta o memoria de lo que consultaba y lo que el Rey resolvía se quedaba con ello su Majestad y si detenía la consulta hasta ver lo que resolvía lo asentaban y así despachaban con lo cual iba alentado el Rey con los negocios sin que se cansase mucho". La proximidad con el rey de que gozaban los privados se muestra a la perfección en este texto, donde Cristóbal de Moura aparece despachando con el rey "en despertándose dándole la camisa y estregándole los pies". Esa intimidad con lo que, valga la expresión, podríamos llamar la persona privada del monarca era tanto un medio de ganar la privanza como una prueba de que se había llegado a ella y, en este sentido, se mantendrá en los validos del siglo siguiente. En realidad, los llamados tres privados -Moura, Idiáquez y Chinchón- formaban parte de la gran Junta de Gobierno, la última de las varias que formó Felipe II desde mediados de la década de 1570 con la intención de mejorar el despacho de los negocios y, en la medida de lo posible, de sacarlo de la órbita de los consejos, por donde empezaron a no pasar los asuntos de mayor importancia que, en cambio, se reservaban para juntas permanentes u otras creadas ad hoc a las que eran convocados expertos y consejeros elegidos expresamente por el monarca.
contexto
La agricultura constituye, pese a la pujanza de nuevas formas de relación económica, como la industria o el comercio, la actividad básica de las sociedades del siglo XVI, ocupando en ella al mayor contingente de población. El incremento de la población obliga a roturar nuevos campos, no a intensificar las técnicas productivas, extendiendo el cultivo hacia áreas marginales. Fue un proceso expansivo, no intensivo, por cuanto no se introdujeron innovaciones importantes ni cambiaron las tradicionales estructuras y formas de cultivo. La ganadería y la pesca también se verán beneficiadas con el aumento de la mano de obra y, al mismo tiempo, tendrán que alimentar a una mayor cantidad de efectivos.
contexto
La siderurgia moderna comienza en 1832 en Marbella (Málaga) con el primer alto horno. Allí, Manuel Heredia fue el promotor de la sociedad de La Constancia. Más tarde, Joan Giró -un catalán vecino de Málaga- estableció nuevos altos hornos en Marbella. Pero la producción en hornos de carbón vegetal resultaba mucho más cara que la obtenida por medio de carbón de coque: en 1855 la tonelada de hierro colado tenía un precio de coste de 632 reales en Málaga y 348 reales en Asturias. En Andalucía se montaron también algunos altos hornos en Huelva y Sevilla, que fracasaron. En 1857, se fundó la factoría sevillana Portillo Hermanos & White dedicada a fabricar máquinas de vapor, sin excesivo éxito, pues sólo entregó 47 máquinas entre 1860 y 1867. En Cataluña se desarrolló El Vapor de los hermanos Bonaplata (1832-35) y la Maquinista Terrestre y Marítima. En Mieres, donde se había fundado un Alto Horno en 1848, se creó la Sociedad Duro y Cía. en La Felguera en 1857. Estas siderurgias utilizaban coque y es la razón por la que la industria asturiana (que contaba con el carbón a pie de fábrica) tomó la delantera en los años sesenta del siglo XIX, desplazando a Andalucía y Cataluña. En Vizcaya se había instalado en 1849 un Alto Horno de carbón vegetal en Bolueta (Epalza y Compañía). A partir de 1860, la compañía Ybarra impulsó la instalación de Altos Hornos en Baracaldo que, desde 1865, introdujo el coque. En 1866, según los datos de la encuesta gubernativa, había 27 altos hornos de carbón vegetal y ocho de coque. Pero la demanda de hierro crecía mucho más rápido que la producción nacional, por lo que se importaba parte de las necesidades. En buena parte el problema de la siderurgia española en este periodo estuvo, como ha señalado J. Nadal, en la mala localización inicial y en la carencia de inversiones, lo que produjo escasos beneficios o pérdidas acumuladas. El resultado fue un retraso evidente de nuestra siderurgia con respecto a la de los países europeos más desarrollados. Como en el resto del mundo occidental durante el siglo XIX, el sector textil es el más importante y característico de la industria española de bienes de consumo. Protegidos de la competencia inglesa por los aranceles y la eficaz represión del contrabando, los fabricantes españoles abastecieron mayoritariamente el mercado interior y colonial. Desde los años treinta a los cincuenta, la industria algodonera española pasó de abastecer el 20% al 75% de la demanda interna. Esto, como ha insistido Tortella, explica el crecimiento. En efecto, el tejido que más se desarrolla es el algodón, sobre todo en los alrededores de Barcelona, donde las fábricas de los empresarios catalanes Bonaplata, Fabra, Güell, Muntadas y otros introducen los procedimientos modernos de fabricación. Así aparece el telar mecánico en 1830 y el vapor en 1832. El mercado nacional es dominado, sin grandes competencias, por la industria algodonera catalana. El momento de mayor expansión comenzó en 1840, cuando se empiezan a construir nuevas fábricas agrupadas. En 1847 existían 4.583 fábricas textil-algodoneras con 97.346 obreros. En 1860 se había operado ya el fenómeno de la concentración: el número de fábricas era de 3.600 con mayor número de obreros: 125.000. Esta expansión se confirmó a lo largo de todos estos años, salvo el breve descenso de importaciones motivado por la Guerra de Secesión en USA. Entre 1834 y 1860, la tasa media de crecimiento anual fue del ocho por ciento, lo que se tradujo en importantes ganancias para fabricantes y promotores, frente a los escasos beneficios de la industria siderúrgica. La textil algodonera barcelonesa, bien implantada desde el siglo XVIII y con la suficiente inversión, prácticamente no tuvo competencia en el resto de España que, junto a los restos coloniales, constituyó un mercado protegido. Como mostraron las cuentas de resultados fue suficiente para enriquecer a los accionistas con beneficios que, por término medio, superaron el 10% anual. La industria lanera creció en las décadas centrales del siglo XIX, aunque menos que la algodonera. Para hacer frente a la competencia del algodón, con el que compartía los beneficios del proteccionismo, se especializó, se mecanizó y se concentró fabril y localmente. La industria lanera moderna se concentró en localidades cercanas a Barcelona (Sabadell y Tarrasa). Algunos viejos centros laneros como Segovia, Guadalajara y Ávila, que se beneficiaban de la cercanía de la materia prima (lana merina), casi desaparecieron. Otros subsistieron especializados aunque en decadencia. Así, Béjar se especializó en capotes militares, Palencia en mantas, Antequera en bayetas y Alcoy en lanillas. Un proceso muy parecido se puede observar en la industria sedera. El declive de la industria tradicional de Levante y Granada impulsó el nacimiento de nuevas fábricas en Barcelona que se convirtió en el principal centro sedero y, a su vez, atrajo a un buen número de trabajadores levantinos y andaluces.
contexto
Desde la aparición de la obra de W. Sombart, la figura del burgués ha venido siendo identificada frecuentemente con un tipo humano determinado, cuya característica principal consiste en haber protagonizado, a partir del Renacimiento, la creación y desarrollo del capitalismo moderno. Este tipo humano vendría definido, en primer lugar, por una concreta mentalidad económica basada en el espíritu de empresa y el afán racional de ganancias. En segundo lugar, por una característica conducta adaptada a una particular concepción de la vida, de la que la prudencia reflexiva, el gusto por el orden y el ahorro y la circunspección calculadora serían las notas más destacadas. Finalmente, el estereotipo burgués implicaría la existencia de unos principios entre los que se contarían el amor al trabajo, la morigeración y el respeto a los convencionalismos sociales (L. García de Valdeavellano). Esta imagen resulta sólo parcialmente útil, dado que encierra una proyección ideal que no se adapta siempre bien a la realidad de un grupo social de fronteras indecisas, de composición heterogénea y que mantenía a menudo aspiraciones aristocráticas, a las que adaptaba su forma de vida. En realidad, convendría más hablar de burguesías, en plural, que de burguesía a secas, puesto que estamos ante un grupo social en cuyo seno se producía un notable grado de diversificación. ¿Qué puede entenderse, por tanto, por burguesía cuando el concepto se refiere al Antiguo Régimen? En sentido lato, el término burgués designa al habitante del burgo o ciudad, por oposición al campesino. Sin embargo, la ciudad encerraba un universo social lo suficientemente complejo como para huir de encuadrar a todos sus moradores bajo una misma categoría. En la ciudad convivían desde el rico aristócrata titulado hasta el mísero vagabundo que subsistía de la caridad pública. En efecto, la definición que lleva a cabo P. Molas tiene en cuenta estas diferencias: "Burgués era aquella persona que sin gozar de las formas de prestigio propias de la sociedad estamental, sin embargo se diferenciaba netamente de los artesanos "et de ce qu'on appelle le peuple". La palabra burgués en su origen tenía un significado local, era una indicación de residencia. Esta acepción procedente de la Edad Media, como gente de la ciudad, evolucionó hasta adoptar un sentido social". En sentido estricto se puede entender también por burguesía la oligarquía económica y política urbana de origen no noble, que en algunos casos encarnaba la representación del estado llano en las asambleas estamentales. Así, por ejemplo, en las Cortes castellanas la representatividad del Reino estaba limitada en la práctica a un conjunto de ciudades que gozaban de aquel privilegio, cuyos gobiernos municipales, aunque cada vez más controlados por la Monarquía a través de los corregidores, elegían a sus representantes o procuradores con objeto de que asistieran y defendieran los intereses de la ciudad en las reuniones de la institución. Esta definición de la burguesía como oligarquía urbana puede pecar de restrictiva, habida cuenta del proceso de diversificación social que acompaña al tránsito de los tiempos medievales a los modernos. Como efecto de la aparición de nuevas necesidades de servicios, de la multiplicación de las esferas comerciales, de la expansión del mundo mercantil y financiero y de la creciente complejidad de las instancias administrativas, fueron apareciendo grupos humanos que pueden definirse como inequívocamente burgueses. En origen, la burguesía puede contemplarse como una nueva clase social surgida de forma incipiente en los siglos medievales y que, de algún modo, venía a romper con la lógica feudal de relaciones sociales basadas en el vínculo del vasallaje, aunque se adaptó a esta forma de organización social cumpliendo ciertas funciones económicas dentro de ella. El desarrollo de la burguesía vino de la mano de la expansión del mundo urbano. En los tiempos modernos, de forma general, "se consideraba a la burguesía inserta entre otras dos clases sociales, la de los de abajo que tenían que ganarse la vida con el sudor de su frente y la de los de arriba que vivían de rentas obtenidas sin esfuerzo" (Kamen). En el seno del grupo así definido (más en relación con los demás que por sí mismo), pueden distinguirse distintos niveles, teniendo presente que éstos no se corresponden con categorías estables, ya que el grado de movilidad social entre ellos era bastante alto. A riesgo de simplificar puede afirmarse que en los estratos superiores se encuadrarían básicamente los grandes comerciantes, fabricantes y financieros, que constituían la élite burguesa. En los estratos medios se encontraban funcionarios, algunos profesionales (nunca numerosos) y comerciantes de mediana fortuna. Finalmente, los estratos inferiores se nutrirían de artesanos prósperos, funcionarios modestos, tenderos y pequeños comerciantes en general.
contexto
A la hora de dividir el Paleolítico Superior, la aparición de una gran diversificación formal, que como veremos se puede deber a tradiciones culturales, permite el establecimiento de gran número de clasificaciones. El Paleolítico Superior no se puede reducir a escala continental, sino que se ha de hablar de regiones. Dada la fuerte diferencia en el conocimiento y sistematización de este periodo en las distintas partes del mundo y su complejidad, nos vamos a centrar fundamentalmente en el continente europeo; en él las diferentes tradiciones culturales están relativamente bien establecidas. Conocimiento que nos permitirá ahondar en las características específicas de las culturas, sin perdernos en una enumeración de etapas y fases exóticas. Sólo haremos constancia de aquellas regiones cuya influencia directa sobre nuestro continente ha sido utilizada por los diferentes autores para explicar o justificar las singularidades de las distintas fases culturales. Como iremos exponiendo, el Paleolítico Superior europeo presenta unas subdivisiones cuyo sentido ha sido interpretado de distintas formas según las distintas corrientes de investigación. En los primeros años del siglo, la tendencia para explicar las diferencias se centraba en la denominada hipótesis de las invasiones. Cada una de las divisiones del Paleolítico Superior se interpretaba como la aparición de nuevos tipos humanos procedentes de otras regiones. Sin embargo, esta interpretación no se vio apoyada por los datos antropológicos y, además, nunca explicaba qué pasaba con las poblaciones locales, salvo creando complejos mecanismos migratorios, con lo que la Prehistoria se convertía en un continuo ir y venir de grupos humanos. La aparición de la Nueva Arqueología y el estudio de la influencia de las condiciones medioambientales sobre los grupos humanos, postuló una interpretación basada en la aparición de cambios culturales ligados a los cambios climáticos, como reacción de los grupos a los mismos. Esta tendencia, con relaciones con la ecología cultural, propició el establecimiento de mejores secuencias climáticas que progresivamente tendían a diluir la ecuación cambio climático = cambio cultural. En la actualidad, vemos cómo en las diferentes fases los cambios climáticos siguen ciclos que podemos seguir con precisión lo que, unido al desarrollo de técnicas de dotación radiométrica, nos permite conocer la extensión cronológica de las diferentes subdivisiones del Paleolítico Superior y constatar que su extensión es, en la mayoría de los casos, coincidente con varias etapas climáticas. Por otro lado, vemos cómo los cambios climáticos no son bruscos por lo que su repercusión sobre la cultura humana no son siempre constatables por acción directa, lo cual invalida el criterio climático como motor de los cambios culturales. El problema se sitúa así dentro de la propia cultura humana. A lo largo del Paleolítico Superior observamos una sucesión de cambios en la estructura de los conjuntos, cuya explicación no se adecúa a ningún carácter externo, por lo que queda la propia dinámica interna como responsable de los cambios. Los restos industriales representan el reflejo de las necesidades y funciones de los grupos, pero también vemos, tal y como demuestran los análisis funcionales, que las actividades no son diferentes a lo largo del tiempo y que para llevarlas a cabo los grupos utilizaron no sólo piezas retocadas, sino también, a veces, lascas u hojas sin retocar. Lo mismo podemos decir de los instrumentos de asta. El Paleolítico Superior presenta una sucesión de formas y modelos decorativos diferentes. De nuevo nos encontramos con el problema. ¿Por qué los grupos humanos utilizaron su tiempo en tallar y retocar determinadas lascas u hojas o en preparar astas en formas estereotipadas, cuando podría realizarse la misma función con piezas sin trabajar? La distribución restringida cronológico-espacial de muchas de ellas nos permite considerarlas como producto de una intencionalidad social, como reflejo de las intenciones de los grupos de individualizarse y de desarrollar formas o decoraciones que los permita distinguirse de los demás. Historiográficamente, las primeras sistematizaciones de los conjuntos culturales del Paleolítico Superior son de fines del siglo XIX. De los primeros son los trabajos de los Mortillet, en 1901, que distinguían dos fases: una primera, caracterizada por útiles de piedra que engloba al Musteriense y al Solutrense, y una segunda, con el Auriñaciense y el Magdaleniense, caracterizada por útiles de hueso. Después, en 1912, Breuil hizo otra sistematización, situando el Auriñaciense en su lugar, entre el Musteriense y el Solutrense. Así, sitúa un Auriñaciense Inferior (con puntas de Chatelperron), un Auriñaciense Medio (con azagayas de base hendida) y otro Auriñaciense Superior (con puntas de La Gravette). A éste sigue el Solutrense, que divide en Protosolutrense (con puntas de cara plana), Inferior (con hojas de laurel), Medio (con hoja de sauce) y Superior (puntas de muesca). El final del Paleolítico Superior se marca por el Magdaleniense, dividido en Inferior, Medio y Superior, atendiendo a la presencia de diferentes tipos de azagayas y arpones. En 1936, Peyrony propuso que el Auriñaciense como tal no existe. Por un lado, hay un Auriñaciense Medio que mantiene, y, por otro el Inferior y el Superior se engloban en una misma fase que llama Perigordiense. Dividido en Perigordiense Inferior con puntas de Chatelperron y otro Superior con puntas de la Gravette. Para él no hay una cultura con tres fases sino dos culturas diferentes pero contemporáneas. El esquema de Peyrony fue criticado por Breuil y por la escuela inglesa de D. Garrod, entre otros. Garrod retomó la teoría original de Breuil y consideró que el Auriñaciense inferior se debe llamar Chatelperroniense, el Medio queda como Auriñaciense sensu stricto y el Superior como Gravetiense. Es una cuestión de evolucionismo estricto o no. Breuil es estrictamente evolucionista, Peyrony permite líneas separadas de evolución y Garrod vuelve al evolucionismo estricto. Hoy se admite el esquema de Breuil con las críticas e innovaciones de Peyrony, a través de los trabajos de Sonneville-Bordes que subdivide otra vez en fases menores. Ese es, en general, el estado de la cuestión. Es un esquema muy evolucionista, que no siempre ha resistido la cronología absoluta. Se ha visto que la dispersión geográfica y las fechas de los yacimientos no siempre se corresponden con este esquema, existiendo solapamientos entre estas fases. En la actualidad, se tiende a considerar grandes fases obviando las subdivisiones, cuya realidad no siempre excede a un solo yacimiento. En esto se aprecia el reflejo de las tendencias existentes en todas las ciencias taxonómicas. Por un lado, se da la tendencia a la agrupación cuando se aplican criterios taxonómicos vastos, uniendo aquellos grupos que presentan similitudes y minimizando las diferencias. Otra tendencia es la disgregadora, tendente a la taxonomía fina, maximizando las diferencias y creando grupos discretos. Ambas tendencias tienen ventajas e inconvenientes. Por un lado, la tendencia disgregadora tiende a multiplicar las entidades creando un sinnúmero de nombres que pueden llegar a dificultar la interpretación. Por otro, la agrupación puede tender a integrar dentro de la misma entidad grupos diferentes.