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A lo largo de la Edad de Bronce y con su origen en Creta, se fue extendiendo lentamente un tipo de enterramiento en lárnax, esto es, en un recipiente de barro, más o menos grande y en forma de bañera o de caja rectangular con patas y tapadera. En los momentos finales de las culturas minoica y micénica, los lárnakes alcanzaron el máximo apogeo, tanto por su difusión geográfica como por la decoración que los adornaba. Encabezada por el magnífico sarcófago de Hagia Tríada, la serie de lárnakes resulta de enorme interés para reconstruir el ritual funerario en la etapa del Bronce Final, gracias a las escenas pintadas en sus paredes externas. Dispuestos en franjas bien enmarcadas, se desarrollan cuadros que recuerdan inmediatamente los funerales narrados en la "Iliada". En la iconografía de los lárnakes se introduce un tema nuevo en el arte griego primitivo: el desfile de las plañideras, lloronas que se llevan las manos a la cabeza en signo de dolor, sin que falte algún ejemplo en que una plañidera aparezca mesándose los cabellos. Además de las mujeres dolientes, otras franjas representan escenas diversas: desfiles de carros, cacerías de animales salvajes, alguna que otra tauro-kathapsía, diversos animales aislados y símbolos de distinto tipo, entre los que no faltan los cuernos de consagración y el labrys, la doble hacha cretense. El estilo de las figuras está en directa relación con la cerámica de estilo heládico-levantino y del estilo denso, ambos contemporáneos de los lárnakes. Algunos de éstos reflejan el estilo de las pinturas murales palaciegas, pero son los menos. Estos sarcófagos aparecieron en diversos lugares de Grecia continental (destaca el grupo de Tanagra, en Beocia), Creta y Chipre, como prueba de los amplios contactos entre estas áreas dominadas por los micénicos y de la koiné o unidad cultural de las mismas, en los tiempos anteriores a su caída, a manos de los Pueblos del Mar, y de su posterior desarrollo regional, independientes unas zonas de otras.
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La escultura adquiere un mayor papel cuando se impone el rito de la inhumación; aunque la mayor parte de los cadáveres se entierran dentro de una simple caja de madera, o incluso envueltos en un sudario, algunos de los más pudientes eligen costosos sarcófagos de piedra, que en un primer momento fueron importados en Roma y de otros centros productores y que, con el paso del tiempo, llegaron a fabricarse también en algunos lugares de la Península Ibérica. La cara delantera -y en algunos casos también las laterales- de muchos de estos sarcófagos se convierten en un campo donde plasmar motivos religiosos, iconográficos o históricos relacionados con las creencias del difunto, con algunos de los momentos cumbres de su vida terrenal o, simplemente, con las tendencias y modas artísticas dominantes en el momento de su fabricación. Algunos de los temas que encontramos en los sarcófagos no son exclusivos de estos monumentos, sino que se refieren al repertorio iconográfico y simbólico romano, primando, de una u otra manera, su contenido funerario. Entre ellos destacan los diversos episodios de la vida de Dioniso, Orestes, Proserpina, las Estaciones del año, Apolo y las Musas, etc., en referencia a los distintos aspectos escatológicos y soteriológicos de sus respectivos cultos. Así, la alusión a Dioniso se refiere al sueño que produce el vino que es preludio de muerte, pero también al episodio de la resurrección de esta divinidad; los episodios de la vida de Orestes se relacionan con la muerte vengadora y el remordimiento posterior; el mito de Proserpina, raptada por el dios de los Infiernos, Plutón, hace reflexionar acerca del Hades y su mundo de sombras, en el que vagan perdidas las almas de los difuntos; las Estaciones, Apolo, las Musas y toda una amplia serie de difuntos relacionados con actividades musicales e intelectuales nos hacen ver el paso del tiempo que lleva inexorablemente a la muerte, pero también la posibilidad de vencerla y, sobre todo, de superar el olvido que conlleva, mediante el cultivo de la música y de las diversas artes. Existen también otras muchas representaciones que hacen referencia a aspectos más profanos: las cacerías, las batallas, etc. El sarcófago se convierte en un campo donde se plasman aspectos relacionados con la vida del Más Allá, que acompañen permanentemente al difunto en su última morada. En la Península Ibérica contamos con una nutrida representación de sarcófagos, entre los que se encuentran algunos de gran interés. Como en el resto del Imperio, en ellos se reproducen principalmente motivos iconográficos religiosos y mitológicos, relacionados con algunos temas muy concretos; tenemos así, por ejemplo, el sarcófago de Husillos, en Palencia, con una representación del mito de Orestes. Otro, procedente de las proximidades de Santa Pola (Alicante) representa una escena del rapto de Proserpina: en el centro Plutón se dispone a raptar a la joven, que cae a tierra víctima de la sorpresa; a la derecha, consumado al rapto, el dios conduce a Proserpina en su carro en dirección al Hades; a la izquierda, Ceres recorre la tierra en su carro con una antorcha en cada mano buscando a la hija desaparecida. En uno de los lados menores, una escena muy significativa: una figura envuelta en un manto, con la cabeza velada, es presentada por Mercurio o Plutón, quien la acoge benévolamente; es una alusión al Hermes Psicopompos, esto es, al Mercurio conductor de las almas de los difuntos hacia el Más Allá, y a la entrega de estas almas al dios de los infiernos.Otro de los sarcófagos de mayor interés es, sin lugar a dudas, uno de Córdoba que se conserva hoy en el Alcázar de esta ciudad; se trata de un sarcófago típico de la época de la Anarquía Militar, de mediados del siglo II d. C. En el centro, un amplio portal entreabierto, flanqueado por sendas columnas y coronado por un frontón, reproduce la entrada de un edificio simbólico que puede ser o bien la propia tumba o bien la puerta del Hades. Hacia ella confluyen marido y mujer, uno a cada lado de la puerta, en compañía de sus respectivos maestros. Es un tema muy querido en los sarcófagos romanos, a lo largo de toda su historia: la salvación a través del estudio, del cultivo del espíritu por medio del ejercicio intelectual, que, según las creencias pitagóricas y neopitagóricas permitía educar el alma y prepararla para su superviviencia espiritual en el Más Allá. La necrópolis paleocristiana de Tarragona ha proporcionado también un número considerable de sarcófagos, aunque no pocos de ellos carecen de elementos que nos permitan identificarlos como cristianos. Uno de la misma fecha que el de Córdoba corresponde al tipo denominado de leones; tiene forma de bañera, con los extremos redondeados, en los que sendos leones aparecen en el momento de devorar a cervatillos. En el centro, el retrato de una mujer sobre pedestal, con un volumen en una mano, y el fondo relleno de estrías onduladas que reciben el nombre de estrígiles y que van a ser uno de los motivos decorativos más características del arte funerario tardorromano. Todo ello tiene, una vez más, un marcado carácter simbólico y funerario: la forma de bañera recuerda en último término el lenos o cuba de pisar el vino, pues no hay que olvidar que el vino está asociado al sueño y el sueño a la muerte; Dioniso, dios del vino, es también un dios de la muerte; los leones devorando animales inocentes son también un símbolo característico, pues no en vano el león se asoció desde época inmemorial a la muerte.
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La influencia de las religiones orientales en época de Trajano favoreció la implantación de un rito funerario que hasta entonces había tenido muy poca aceptación en la sociedad romana: la inhumanación en lugar de la incineración. Con ella rebrota una rama de la escultura que llevaba siglos atrofiada: el sarcófago de mármol decorado con relieves. En época de Adriano, y aunque de momento no afecte a la familia imperial, el uso está ya bastante extendido. Al principio el tema dominante en la decoración son las guirnaldas de frutos, sostenidas por amorcillos las más de las veces, o por otras figuras. Las escenas mitológicas, de tamaño pequeño, están colocadas en el interior de las curvas de la guirnalda. Hay talleres en Roma y en Atenas; sus obras se distinguen bien. Los de Roma sólo decoran el frente y los extremos menores de la caja y de la tapa, y cuando pasan de las guirnaldas a los frisos de figuras mayores, procuran llenar todo el espacio disponible; los de Atenas, en cambio, labran por igual los cuatro lados y encuadran las figuras en un marco arquitectónico de molduras y pilares o atlantes. Como habían hecho los etruscos, los romanos no recurren al repertorio de sus mitos nacionales para expresar sus creencias y sus expectativas de ultratumba. Los iniciados en los misterios de Eleusis, de Osiris o de Baco, lo hacen con escenas del rapto de Perséfone, de la niñez de Baco o del triunfo de éste y de Ariadna. Los demás prefieren escenas de mitos que no sabemos qué relación simbólica o alegórica tenían con ellos, aunque no quepa duda de que la tenían, pues todos están en relación directa o indirecta con la muerte: la venganza de Orestes, la muerte de los Nióbides; Aquiles entre las hijas de Licómedes; los Dioscuros raptando a las hijas de Leucipo; la Gigantomaquia; el thiasos marino, las leyendas de Medea y de Protesilao. La difusión de estos sarcófagos llega a las provincias, apenas producida en Roma. La aristocracia del mundo entero está romanizada, o quizá mejor, helenizada, hasta en sus creencias de ultratumba. Un contemporáneo de Adriano, que murió en la comarca de Carrión de los Condes (Palencia), fue inhumado en un sarcófago con el tema de la Orestiada, importado sin duda de la capital. Los talleres romanos que trabajaban en las columnas, arcos de triunfo y demás monumentos imperiales, trasladaron a los sarcófagos no sólo su refinado estilo clasicista, sino una temática que si bien propia de emperadores, era aplicable también a personalidades que como Agrícola, el suegro de Tácito, habían prestado al imperio grandes servicios en su administración y su defensa. Nacen así en época de los Antoninos los sarcófagos de batallas y los de gobernadores. Entre los primeros surgirá en el siglo III una de las creaciones más asombrosas de la escultura romana: el Sarcófago Ludovisi. Los de gobernadores, por su parte, eluden la mitología y se conforman con dejar memoria de las virtudes o los actos solemnes practicados por el difunto: su clementia a la hora de tratar con los suplicantes bárbaros; su pietas al actuar como sacerdote en los sacrificios a los dioses, etc. Asia Menor es la cuna de los sarcófagos columnados, es decir, sarcófagos enmarcados en arquerías que compartimentan los frentes y los lados en una serie de nichos ocupados por figuras aisladas o en grupos, paradas o en acción (los Trabajos de Hércules, por ejemplo). Fieles a la tradición helenística (v. gr. sarcófagos de las Plañideras, de Alejandro, etc.) las figuras tienen más bulto que las de los sarcófagos occidentales. Lo mucho que con el trépano atormentan a la arquitectura revela que también ellos contribuyeron a romper con la plástica lineal para dedicarse a la pictórica y al claroscuro.
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En el siglo V, se producen en Andalucía varios sarcófagos, que por la separación de sus lugares de hallazgo y por su evolución estilística, no pueden atribuirse a un solo artista o taller, sino a un estilo local en el que trabajarían varios centros con fórmulas y temas de la misma procedencia. El mejor conservado de la serie y de mayor calidad es el de Ecija, decorado sólo en la cara anterior como es norma en Occidente, pero con rótulos griegos sobre las cabezas de los personajes que indican la procedencia oriental de la iconografía. Los asuntos del sarcófago de Ecija son el sacrificio de Isaac, el Buen Pastor y Daniel entre los leones; las figuras están grabadas con trazos firmes y recortadas sobre un fondo liso; se apoyan todas en un mismo suelo quebrado que se funde con el listel plano del marco. Su estilo podría ser bizantino, pero no se conocen aún muestras en Oriente de sarcófagos semejantes. El mismo tipo de representación de Daniel se encuentra en un fragmento de sarcófago hallado cerca de Antequera; su ejecución es de inferior calidad, con figuras de menor tamaño y más esquemáticas. El sarcófago de Alcaudete puede ser algo posterior a éstos; el fragmento conservado tiene dos bandas con escenas superpuestas, y su técnica es la misma, de figuras planas grabadas y recortadas sobre el fondo liso; en la parte superior están dos episodios de la resurrección de Lázaro: la hermana tendida en el suelo ante Jesús con cinco discípulos y detrás el llanto de Cristo ante la edícula en la que reposa el cuerpo amortajado de Lázaro; en la parte inferior está Daniel dentro de un círculo y acompañado por siete leones, de los que sólo se conservan las cabezas de cuatro, y dos grupos de soldados, entre los que aparece David en el momento de decapitar a Goliat, tendido en el suelo. Se trata de escenas inéditas en los sarcófagos, pero que coinciden en sus mismos detalles con dibujos de manuscritos orientales; la lucha de David y Goliat es única, hasta el momento, en los sarcófagos cristianos y debe responder a una manifestación local de la iconografía.
obra
Procedentes de la zona interior del Líbano, estos sarcófagos de tipología antropoide (representan sólo la cabeza del difunto, el resto del cuerpo se representa a modo de momia). Destacan no sólo por su elaborada técnica, sino también por su eclecticismo plástico donde se dejan ver las influencias helenísticas (izquierda) y egipcias (derecha).
lugar
Es una de las ciudades más antiguas de Asia Menor, fundada en el siglo XII a.C., edificada a una altura de 400 m. sobre el nivel del mar y sólo accesible por el sur. La ciudad, perteneciente a Turquía, dominaba el valle que atravesaba la ruta principal este-oeste de Asia. Desde el momento de su construcción pareció una fortaleza inexpugnable; sin embargo, fue sorprendida por Ciro, rey de Persia, en su guerra contra Creso y, de nuevo, en el 218 a.C., Antíoco III la asaltó y la conquistó. La antigua Sardes, hoy conocida como Sart, fue la capital del reino de Lidia y del potente rey Creso (560 - 546 a.C.). Fue conquistada por los persas y reducida a una simple satrapía del imperio y, posteriormente, de nuevo destruida por las tropas de Éfeso en el 499 a.C.; Alejandro Magno la conquistó en el 334 a.C. y, como símbolo de reconocimiento al conquistador, la ciudad se embelleció con estatuas y monumentos en su honor. Tras el paso de Alejandro, Sardes entró en la órbita económico - militar de Pérgamo, quien la entregó en herencia a los romanos cuando éstos iniciaron su expansión por Asia Menor. El área arqueológica se recorre a través de la Vía Marmórea, calle de entrada a la ciudad. Al norte de esta vía, encontramos el gimnasio, con una piscina que formaba parte del caldarium, y una sinagoga del siglo III d.C., construida sobre las ruinas de una basílica romana destruida por un terremoto. También se han conservado restos de una bodega de etapa bizantina y la denominada Casa de Bronce, del siglo IV a.C., llamada así porque custodiaba objetos de bronce. Cerca del río Pactolos se situaba el imponente templo de Artémides, nunca terminado, y una iglesia cristiana del siglo V d.C. de claro estilo bizantino. A los pies de la Acrópolis es posible identificar una tumba con forma de pirámide. Por último, se pueden ver las trazas de lo que fueron el estadio y el teatro romano.
Personaje Político
La política expansionista emprendida por Ishpuini y continuada por Menua será mantenida por el hijo de Argisthi, Sarduri II. Las direcciones emprendidas por las campañas continúan las de sus antecesores. En el norte llegaron hasta Ardahan mientras que por el sur alcanzaron el lago Urmia. Los reinos de Karkemish, Comagena y Malatya fueron sometidos y obligados a pagar tributo. Con estas conquistas, Urartu prácticamente cercaba a Asiria. El monarca asirio reaccionó tarde y perdió el control sobre occidente. Será en el enfrentamiento con el rey neohitita Tiglatpileser III cuando la estrella de Sarduri empiece a declinar ya que el urarteo sufrió una contundente derrota que incluso pudo provocar en la corte de Tushpa ciertos problemas de índole sucesoria, solucionados con la llegada de Rusa I.
termino
acepcion
Tela cuyo tejido forma líneas diagonales y sobre la que se pinta al óleo o al temple.