Busqueda de contenidos

obra
En un inventario realizado en El Escorial en 1574 se menciona un lienzo de Tiziano como una "Oración en el Huerto, con los Apóstoles dormiendo". Esta obra había sido enviada por el maestro a Felipe II en 1562 junto al Rapto de Europa, hoy en Boston. Los especialistas dudan sobre cuál de los dos lienzos sería el enviado en 1562: el que guarda el Museo del Prado o el que está en El Escorial. Hope apunta a esta obra que contemplamos como la que llegó procedente de Venecia, considerando que la del Prado sería más tardía y en ella habrían colaborado ayudantes.Nos encontramos ante una excelente imagen nocturna, tan del gusto del maestro de Cadore en la década de 1560. La figura de Cristo recibe la intensa iluminación procedente del ángel que aparece en la esquina superior izquierda, dejando el resto de la composición en penumbra, intuyéndose las figuras de los apóstoles que aparecen en primer plano. Gracias a esta iluminación se intensifica el dramatismo del momento previo al prendimiento. La pincelada es rápida y abocetada y los colores son muy limitados: rojo, azul, blanco y pardos. Este tipo de trabajos será admirado y continuado por Tintoretto, el seguidor de Tiziano en la escuela veneciana.
obra
Cuando Leonardo diseñó esta prensa, ya se había difundido la imprenta de Güttenberg. Leonardo, sin embargo, trataba de mejorar el diseño con presupuesto típicamente modernos: reducir el tamaño, el tiempo de trabajo, los pasos del proceso y el número de operarios necesario para manejarla. Así, en su prensa consigue reducir a un sólo operario, y en el mismo proceso el papel preparado es servido por la propia máquina a la almohadilla de impresión, donde recibe el texto o la imagen.
contexto
El siglo de las luces trajo el nacimiento del periodismo hispanoamericano. Fue un periodismo culto, dirigido a las minorías intelectuales, lo que hizo difícil su sostenimiento, dado lo exiguo de tales minorías. De aquí que frecuentemente se produjeran quiebras y cierres de las publicaciones. Infatigablemente volvían a abrirse otras nuevas, y con mayores bríos. Lugar destacado ocuparon las gacetas, con noticias de Europa y América y relaciones del movimiento comercial. La primera que aparece es la Gazeta de México y Noticias de la Nueva España que duró seis meses del año 1722. En 1728 salió otra Gazeta de México, interrumpida en 1739 y transformada al año siguiente en el Mercurio de México, que murió dos años después. En 1768 surgió otra Gaceta de México. La Gazeta de Guatemala apareció en 1729 y murió en 1731. La de Lima se publicó desde 1743 a 1767 con carácter bimensual y volvió a surgir en 1793, llegando ya hasta 1804. La Gaceta de La Habana salió en 1764 y duró dos años, renaciendo en 1782. La de Santa Fe de Bogotá apareció en 1785 y publicó sólo tres números. Existían además otras muchas publicaciones periódicas. En México vio la luz el Diario literario (1786), de breve duración, y el Mercurio Volante (1772-73), que trataba de física, medicina, etc. En Lima la Sociedad de Amantes del País fundó el Mercurio Peruano (1791-95), uno de los mejores. Tras su cierre apareció el Semanario Crítico. La Habana tuvo El Pensador y El Papel Periódico Ilustrado, fundado en 1790, que duró hasta 1804 y tuvo enorme repercusión. En Santa Fe de Bogotá apareció otro semanario excelente que fue el Papel Periódico y duró bastantes años (desde 1791 hasta 1797). Cuando desapareció, le sustituyeron El Correo Curioso, Erudito, Económico y Mercantil de la Ciudad de Santa Fe de Bogotá (1801), El Redactor Americano, en 1806 y, finalmente, la publicación mensual El Alternativo del Redactor Americano, que llegó hasta 1809. Quito tuvo un periódico de corta duración que fue Primicias de la Cultura de Quito. Salió en 1792 y sólo alcanzó a publicar siete números. El primer periódico de Buenos Aires surgió en 1801 y fue el Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiográfico del Río de la Plata. Fue suspendido por el Virrey, que lo consideró subversivo, y le sustituyó en 1802 el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, que se publicó hasta 1807. Asimismo, vieron la luz otros periódicos en Veracruz, Guadalajara, Santiago de Cuba, Puerto Rico y Montevideo. El primer diario hispanoamericano salió en Lima y se llamó Diario de América. Se fundó en 1790, pero no pudo sobrevivir más de dos años. Su equivalente el Diario de México se publicó desde 1805 hasta 1817. Junto con el periodismo airearon las nuevas ideas los libros importados y la propaganda revolucionaria. A lo largo del siglo se llevaron a Hispanoamérica toda clase de libros españoles y extranjeros. Los inventarios de las bibliotecas demuestran que se leía de todo y a todos; Voltaire, Lope de Vega, Montesquieu, Calderón, Rousseau, Locke, Moliére, Hume, etc. Había buenas bibliotecas privadas y excelentes en las universidades, sobre todo en las jesuitas. Manuel del Socorro Rodríguez fundó la Biblioteca Real de Bogotá con los libros incautados a la Compañía después de su expulsión. América recibió un gran impulso cultural gracias a la Ilustración que llegó por dos vías: la española y la francoinglesa. De la Ilustración española (en la que la verdad revelada en el Evangelio estaba por encima de la razón) cabe resaltar el influjo de la obra del padre Feijóo (1701-63), especialmente su Teatro crítico universal y sus Cartas eruditas. Los franceses e ingleses introdujeron el pensamiento ilustrado, el racionalismo y el enciclopedismo. La Corona no se preocupó de cortar, ni de perseguir este movimiento de libros hasta que no se proclamó la República francesa. Fue entonces cuando intervino la Inquisición, pero ya era muy tarde (década de los noventa) y los filósofos franceses eran archiconocidos. Pese a esto, y quizá por ello, siguieron circulando, así como escritos de Thomas Paine, Washington, Jefferson, John Adams y traducciones de la "Constitución" y de la "Declaración de Independencia" y propaganda revolucionaria de la Francia republicana. Nariño consiguió un ejemplar de "Los derechos del Hombre y del Ciudadano" de un amigo suyo que era guardia de corps del virrey y mandó traducirlo, repartiendo tres o cuatro ejemplares. Los buques ingleses introducían propaganda republicana (Depons encontró un vendedor callejero de Cumaná que vendía su fruta envuelta en "Los derechos del hombre" -en francés- que había llevado allí un buque inglés desde Trinidad). Que esta propaganda indujera a los criollos a intentar una revolución de modelo francés es otra cosa muy distinta y bastante dudosa. Los criollos detentaban el poder económico y deseaban administrar sus países de origen, pero no tenían ningún interés en ver subvertido el orden social del que ellos se beneficiaban. Las ideas de igualdad, libertad y fraternidad humanas habían producido una triste experiencia en Saint-Domingue y algunas rebeliones de esclavos en Tierra Firme contra las que reaccionaron con hostilidad. El mismo intento republicano de Gual y España (rebotado del de Picornell en España) tuvo poquísimos seguidores, lo que permitió abortarlo fácilmente. Cuando Miranda intentó, posteriormente, realizar su campaña libertadora de corte profrancés en Coro (1806) se quedó solo. De aquí que, en 1810, dijera con amargura a Bolívar en Londres que los criollos venezolanos no querían la independencia. Los criollos mexicanos le volvieron la espalda al cura Hidalgo cuando más lo necesitaba. El criollismo quería una transición política pacífica (fue lo que intentó) para apoderarse del gobierno colonial, suplantando al español, no para realizar una revolución social de inspiración francesa en la que los negros y las castas fueran sus hermanos e iguales.
contexto
A medida que avanzaba el siglo XIX, la prensa se fue consolidando como el principal medio de difusión de noticias e ideas a través de las que se influía en los estados de opinión. De todas formas, como han señalado A. Bahamonde y J. Martínez, dadas las trabas económicas y alfabetizadoras, su difusión se extendía a grupos determinados de clases medias, aunque su influencia indirecta llegaba a todo el país. Predomina la prensa doctrinal política, cuyo máximo exponente fue el Boletín de Comercio, que difundió el ideario liberal. En el período isabelino siguieron esta línea diarios como El Clamor Público, El Español, La Iberia o La Democracia. La Época, nacido en 1849, fue el gran periódico conservador, que, mediante suscripción, llegaba a toda España. Los años 60 contemplaron, además, el nacimiento de un tipo de periódico de información general, menos sujeto a directrices políticas concretas. En este plano, destacó La Correspondencia de España y El Imparcial. El tendido de la red ferroviaria a partir de la segunda mitad de los años cincuenta fue muy importante para multiplicar el volumen de correspondencia. Con el transporte rápido de periódicos y el aumento de los lectores, se favoreció la integración social y cultural del país. Junto a los periódicos de opinión e información, en los años treinta se fue abriendo paso un tipo de revista que atendía los más variados temas con páginas ilustradas. El Semanario Pintoresco Español se fundó en 1836 por Mesonero Romanos y posteriormente fue dirigido por Fernández de los Ríos. Los propios títulos de otras revistas eran ya expresivos de su contenido: El Museo Universal, El Museo de las Familias, El Observatorio Pintoresco o Los españoles pintados por sí mismos. Dirigidas a la clase media, eran tanto reflejo como difusor de las costumbres e ideas. En conjunto, sumados diarios y revistas, a comienzos de los años sesenta había registrados en España 373 cabeceras. Muchas de estas publicaciones tenían una escasa difusión local. Los libros en estos años tuvieron una importancia decisiva. Como señala Jesús Martínez, se creó un nuevo tipo de público lector y se extendió a mayores capas de la población. Las librerías aumentaron considerablemente en número y se organizaron con mayor sentido comercial. Muchos de sus clientes acudían habitualmente al proliferar la venta por entregas y las colecciones, lo que los editores encontraron un buen sistema de venta. Además, frecuentemente unidos a librerías, surgieron los gabinetes de lectura, auténticas bibliotecas en las que el libro se alquilaba. Las bibliotecas familiares y personales a principios de siglo eran pocas y mal dotadas. En el análisis temático de las bibliotecas familiares valencianas que ha hecho G. Lamarca, que abarca hasta la primera década del siglo XIX, destaca el hecho ya conocido del abrumador predominio de la literatura religiosa y, entre ellas, hay más devocionarios y libros de espiritualidad (Fray Luis de Granada y Santa Teresa de Jesús) que Biblias y estudios teológicos. Continúan los clásicos latinos (especialmente Virgilio y Cicerón). El resto de las materias son minoritarias. Entre las obras literarias, se mantienen El Quijote y los autores del Siglo de Oro. Los libros jurídicos son más de jurisprudencia que de teoría. La filosofía ilustrada y la ciencia de la época están muy poco representadas en las bibliotecas. Los libros, que se encuentran en las casas de muy pocas personas, teóricamente las minorías ilustradas, no son en su mayoría un elemento difusor de un mundo nuevo, sino estabilizador de un mundo antiguo. Por contraste, en el reinado isabelino, las bibliotecas se hicieron costumbre en ciertos grupos sociales urbanos y entre los más ilustrados de los medios rurales. Con frecuencia, superaban el centenar de títulos y sus fondos, como ha estudiado Jesús Martínez, eran variados, llenos del pensamiento crítico de Feijoo y Campomanes o de títulos sobre la Revolución Francesa y los pensadores de la época. No es extraño el derecho político de Montesquieu, los tratados roussonianos sobre educación, las obras de Condillac, Voltaire o Fenelón, sin olvidar las propias reacciones de la apologética católica. En el heterogéneo mundo de las clases medias, se despierta un interés creciente por la lectura, aunque el porcentaje de lectores es menor que en el grupo anterior. Tienen algunos estantes de libros en los que predomina la literatura y los libros piadosos. Una cierta novedad es la multiplicación de las traducciones de libros franceses. Numerosas obras de literatura, pensamiento o ciencia procedentes de Inglaterra o Alemania fueron leídas así por los españoles cultos. No todo eran traducciones, según el estudio de Jesús Martínez para los años 1830 a 1870, ya que en las bibliotecas privadas de los políticos, profesionales y militares de Madrid había de un 10 a un 20% de títulos en francés. Estos trataban sobre todo de ciencia, técnica, derecho, política e historia. En cuanto a literatura, no es de extrañar la mayor lectura de la francesa dado que la española de aquellos años no se caracteriza por su brillantez. Dominada por el romanticismo en la poesía de Espronceda y Bécquer y en la obra dramática del duque de Rivas, Martínez de la Rosa o Zorrilla, que imitan el teatro del Siglo de Oro con obras de éxito como Don Alvaro o la fuerza del sino del Duque de Rivas (1835) o Don Juan Tenorio de Zorrilla (1844). El año 1849, con la publicación de La Gaviota de Fernán Caballero, marca la tendencia hacia el realismo, un nuevo género en el que los temas resultan más próximos a los lectores. Además de las bibliotecas particulares, los años cincuenta y sesenta fueron testigos de la creación de un buen número de bibliotecas en toda España. En sólo una década, desde 1860 a 1870, las bibliotecas de las sociedades científicas y ateneos se multiplicaron por dos y cuadruplicaron sus fondos. Las llamadas Bibliotecas Populares se difundieron por los barrios de las ciudades y pueblos grandes e hicieron una magnífica labor. En 1880 eran ya 700. Si cada una de ellas no contaba con muchos libros, éstos eran suficientes para una población que, en muchos casos, se asomaban por primera vez a ellos. Hay que tener en cuenta que la red que por entonces se estaba organizando de enseñanza media, formada por los colegios privados y los institutos, así como las universidades, contaba en cada uno de ellos con bibliotecas mejor o peor dotadas pero, en todo caso, bastante utilizadas. Madrid, desde 1866, fue sede de un proyecto de centralización de la cultura bibliográfica del país, que se consolidó con el edificio de la Biblioteca Nacional de 1892. Madrid se configuró como el gran centro editor español. Hasta 1860, el más importante impresor, editor y librero fue Francisco de Paula Mellado. En 1846, habían salido de su establecimiento 155.000 volúmenes. Publicó un importante repertorio de títulos, desde obras de Quevedo a Modesto Lafuente, revistas ilustradas, diccionarios y obras por entregas. En este género de novelas por entregas se especializaron la casa de Gaspar y Roig y la Sociedad Literaria de Madrid (1842), lo que popularizó obras de la literatura europea, especialmente del realismo francés. La novedad del mundo editorial fue la constitución de auténticas empresas como la de Manuel Rivadeneyra, establecida en Madrid desde 1837, que publicó la Biblioteca de Autores Españoles, la Unión Literaria, fundada en 1843 con la colaboración de Mellado, La Ilustración o La Sociedad Literario-Tipográfica Española. Junto a estas editoriales subsistieron, en Madrid y en otras ciudades españolas, pequeñas imprentas editoras de carácter familiar, vinculadas frecuentemente a la prensa local.
contexto
De los fines que se le han señalado al Concilio, es la reforma la que los conciliares consideran su tarea más importante. Aplazada en el Concilio de Constanza, ni siquiera apuntada en el de Pavía-Siena, parecía ahora llegado el momento de abordarla. No hay un proyecto de reforma; ni siquiera tiene el término el mismo significado para todos. Muchos conciliares ven en ella el instrumento de acción contra el Pontificado; cada una de las Monarquías cristianas tiene sus propios objetivos de reforma: es lógico que hayamos de hablar de reformas, adaptadas a cada una de las realidades. Las decisiones del Concilio en materia de reforma están mediatizadas por la situación política internacional, el delicado equilibrio interno de la asamblea, la azarosa búsqueda de unión con la Iglesia griega, y el largo enfrentamiento con el Pontificado. Cada Reino adapta luego la reforma a su propia realidad e intereses, negociando verdaderos concordatos sin desaprovechar las ventajas que aquellas circunstancias puedan ofrecerles. Las medidas de reforma fueron estudiadas por el Concilio, en diversas sesiones, a lo largo de 1435 y durante los primeros meses de 1436, al tiempo que se están llevando a cabo negociaciones con los griegos y, sobre todo, se está debatiendo la agria cuestión de preferencia de asiento planteada por la delegación castellana. Es una cuestión aparentemente de forma, en la que, en realidad, está en juego la permanencia de Castilla en el seno del Concilio. Era una cuestión esencial. Castilla era, desde los tiempos de Constanza, un firme apoyo del Pontificado; su presencia en el Concilio, y su firme alianza con Francia, habían de tener repercusiones en las tareas conciliares, en particular en la cuestión de la reforma. Había un acuerdo general sobre la necesidad de reforma, pero las diferencias eran profundas prácticamente en el resto. Algunos no entendían una reforma sin el Pontificado; otros, en la práctica, concebían aquella como una limitación de los poderes y la economía papales. Las distintas Monarquías harán suyas aquellas medidas de reforma que convienen a su situación concreta o a sus intereses. Esas diferencias explican la fría acogida que las propuestas de reforma castellanas tuvieron en el Concilio. Para la Corona de Castilla existían algunos problemas de jurisdicción eclesiástica y otros de reforma, de los que esperaba obtener soluciones en el Concilio. Los problemas de jurisdicción provocaban enfrentamientos con Aragón y Navarra; eran el resultado de las complejas relaciones entre estos Reinos y de la implicación de Alfonso V y de sus hermanos en la política castellana. Las cuestiones concretas se referían al importante volumen de rentas de la diócesis de Cartagena que se hallaban en el Reino de Aragón, y que, consecuencia de la situación política, eran retenidas por el monarca aragonés. Problema similar derivaba de las quejas de varias villas, especialmente Alfaro y Ágreda, pertenecientes a los obispados de Tarazona y Pamplona, cuyos vecinos se sentían injustamente tratados por las frecuentes citaciones a juicios en la respectiva sede episcopal, con las consiguientes molestias. Estas cuestiones, y su solución, desbordan ampliamente el problema de la reforma y también la capacidad de decisión del Concilio. A partir de enero de 1436 Alfonso V centrará su interés únicamente en la política napolitana, lo que le distanciara más aun de Eugenio IV, favorable a los Anjou, y, por ello, le acercará al Concilio y le alejara de Castilla. Los problemas hispanos, en cambio, se resolverán con mayor facilidad al ser dirigidos por Juan, rey de Navarra, ahora regente del Reino de Aragón. El 12 de septiembre de 1436 era firmada una paz en Toledo que, aunque no permitía el pleno retorno de los infantes a la política castellana, abría esperanzadoras vías para el futuro. Con razón el Concilio recogía alborozado la noticia de la paz entre los Reinos peninsulares; sólo ahora iba a estudiar el Concilio las demandas castellanas sobre la cuestión de jurisdicción, sin resultados apreciables. La reforma que Castilla demandaba era amplia, de índole práctica, y trataba de lograr una limitación del privilegio eclesiástico, causa de no pocos abusos en materia fiscal, judicial y penal, y de impedir la citación de súbditos de Castilla ante la Curia por causas civiles. Las respuestas conciliares quedaron muy lejos de las aspiraciones castellanas. Las peticiones portuguesas ante el Concilio provocarán sucesivas protestas castellanas, y desatarán un duro debate sobre los derechos a Canarias lo que motivará un informe de Alfonso García de Santamaría, de excepcional importancia, y también sobre el derecho de conquista del norte de África. Tampoco en esta materia se produjeron decisiones por parte conciliar. Para los Reinos hispánicos, Castilla en primer lugar, era poco o nada lo que, en orden a la reforma y a las demás cuestiones de interés, podía esperarse del Concilio.
obra
La estilización propiamente árabe se anuncia con claridad en este manuscrito iraquí conocido como el Libro de los Antídotos. La única concesión que se hace aquí al bizantinismo es la aureloa que rodea las cabezas de los personajes, sin duda tomadas de las representaciones cristianas, pero con una intencionalidad distinta: pierden aquí toda simbología sagrada para convertirse tan solo en un recurso estético que realce la cabeza del personaje.