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Las guardias cívicas eran agrupaciones de carácter parecido al policial, propias de cada ciudad, un fenómeno de organización ciudadana que se produjo en los Países Bajos desde el siglo XIII. Estas agrupaciones estaban formadas por caballeros y nobles de la ciudad, contribuían a mantener el orden y terminaron por facilitar la independencia política y económica de las urbes más destacadas. La compañía de San Jorge de Haarlem era una de las más importantes y ya había encargado su retrato colectivo en 1599 al pintor Cornelis van Haarlem. Diecisiete años después, Hals será el responsable de renovar la cara de la compañía con un retrato que más bien parece la instantánea de una fiesta. Frente a los habituales retratos en friso en los que aparecen uno tras otro los protagonistas, Hals ha colocado a sus clientes en el contexto de un banquete informal, todos ellos repartidos en diferentes posturas, charlando entre sí o mirando al espectador. Desde la izquierda y siguiendo la ubicación de las cabezas, los miembros de la Compañía que han sido retratados son: el teniente Cornelis Boudewijnsz, en pie; el coronel Aernout Druyvesteyn, sentado; el capitán Nicolaes Veerbeck; el alférez Boudewin van Offenberg; el teniente Jacob Olycan; el capitán Michiel de Wael, sentado; el alférez Dirck Dicx; el teniente Frederik Coning, sentado; el intendente Arent Jacobsz. Koets, de pie; el alférez Jacob Schout, sentado; y el capitán Nicolaes Le Fabure. Cada una de las figuras es interpretada de manera autónoma, destacando sus personalidades a través de sus gestos y sus miradas. Cromáticamente nos encontramos ante un trabajo en el que las tonalidades se limitan a los blancos, rojos, dorados, platas y negros pero su tratamiento es tremendamente atrevido, aplicando las pinceladas de manera rápida pero sin renunciar a los detalles, como observamos en las golillas, los platos o los vasos, resultando un retrato colectivo con alma y personalidad.
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Las milicias cívicas eran agrupaciones de carácter parecido al policial, propias de cada ciudad, un fenómeno de organización ciudadana que se produjo en los Países Bajos desde el siglo XIII. Estas agrupaciones estaban formadas por caballeros y nobles de la ciudad, contribuían a mantener el orden y terminaron por facilitar la independencia política y económica de las urbes más destacadas. Su creciente poder llevó a que solicitarán ser retratadas por los mejores pintores holandeses, surgiendo así inolvidables escenas como la Ronda de noche de Rembrandt o los banquetes pintados por Hals. El primer grupo que posó para Hals sería la milicia de San Jorge en 1616, repitiendo once años después en un lienzo similar. En esta ocasión nos encontramos con otra de las milicias de la ciudad de Haarlem, la de San Adrián. La Haarlem Cluveniersdoelen, o Harquebusiers, se estableció en 1519 como una sección especial de la infantería, tomando a San Adrián como patrón. Los miembros de la Cluveniersdoelen eran llamados los Jonge Schuts para diferenciarse de los miembros de la St. Jorisdoelen, o Compañía de San Jorge, llamados los Oude Schuts. La novedad aportada por el maestro de Amberes a estos retratos de grupo es la importancia otorgada a todos y cada uno de los oficiales, ya que cada uno pagaba su parte y no era justo discriminar a alguno de ellos. Por esta razón se excluye la estructura clásica de colocar figuras menos importantes en un menor tamaño. La composición se estructura en dos grupos equivalentes que se enlazan a través de uno de los capitanes situado en el centro de la escena, ocupando el primer plano dos oficiales también sentados. Las miradas y los gestos entre los miembros de los diferentes grupos también sirven de enlace, al igual que la figura del camarero que, con un jarro de plata y una copa de cristal en las manos, se dirige de una zona a otra. Los retratados son, de izquierda a derecha y siguiendo el orden: Adriaen Matham y Lot Scout, alférez; Willem Claesz. Vooght, coronel; Johan Damius, fiscal; Johan Schatter y Gilles de Wildt -sentado y con sombrero-, capitanes; Willem Ruychaver, intendente; Pieter Ramp, alférez; Willem Warmont -sentado en primer plano-, capitán; Outgert Akersloot, Nicolaes von Napels -en pie con sombrero- y Matthijs Haeswindius -sentado con la copa en la derecha-, tenientes. Los oficiales están retratados en el cuartel general de la milicia de San Adrián, apreciándose al fondo una ventana que permite ver un árbol, mientras que en la zona de la derecha no falta la mascota del regimiento, un galgo. Las tonalidades negras de los trajes contrastan con los blancos de golillas, puños y mantel, los rojos, naranjas, dorados y azules de las bandas, configurando una sinfonía de color de gran belleza. Pero lo más interesante de la composición está en la acertada caracterización psicológica de cada uno de los miembros de la milicia, centrando el pintor su atención en las expresiones de sus rostros, en sus ojos y sus gestos, para mostrar un mosaico de la sociedad nobiliaria de la Holanda barroca.
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El primer retrato colectivo de los oficiales de las milicias realizado por Hals se fecha en 1616. Se trata de la de San Jorge, alcanzando un importante éxito, lo que llevará al artista a repetir en varias ocasiones esta temática. Once años más tarde vuelve a pintar el banquete de oficiales de la misma milicia, al tiempo que hace el retrato colectivo de los milicianos de San Adrián. Las milicias cívicas eran agrupaciones de carácter parecido al policial, propias de cada ciudad, un fenómeno de organización ciudadana que se produjo en los Países Bajos desde el siglo XIII. Estas agrupaciones estaban formadas por caballeros y nobles de la ciudad, contribuían a mantener el orden y terminaron por facilitar la independencia política y económica de las urbes más destacadas. La compañía de San Jorge de Haarlem era una de las más importantes por lo que no dudó en solicitar retratos a los mejores pintores de su tiempo. En los retratos de grupo pintados por Hals todos los miembros tienen igual importancia ya que cada uno de los modelos había pagado su parte, dotando a cada uno de ellos de expresividad y alegría, mostrando una actitud naturalista. Los personajes que aparecen representados están identificados, gracias a un dibujo de W. Hendricks. Se trata, de izquierda a derecha de: Cornelis Boudewijnsz, teniente; Aernout Druyvesteyn, coronel; Nicolaes Veerbeck, capitán; Boudewijn van Offenberg, alférez; Jacob Olycan, teniente; Michiel de Wael, capitán; Dirc Dicx, alférez; Frederik Coning, teniente; Arent Jacobsz. Koets, intendente; Jacob Scout, alférez; Nicolaes Le Fabure, capitán. Las figuras utilizan la mesa como centro de reunión, cerrando Hals el escenario con un cortinaje en la izquierda y una pared con una puerta en la derecha, ubicando los personajes en diferentes planos paralelos al espectador. Las diagonales que forman las banderas serán las líneas de organización del conjunto, estableciendo una composición habitual en el Barroco. Todos y cada uno de los trajes están individualizados, con sus respectivas bandas golillas, puños, encajes; pero lo más significativo de esta obra y de todas los retratos de grupo pintados por el maestro de Amberes es la personalidad que presenta en cada uno de los rostros, individualizando sus rasgos y sus gestos y expresiones, dotando de vida al retrato colectivo. Las tonalidades son bastante limitadas, abundando los negros que contrastan con blancos, rojos y dorados. La aplicación del color es bastante fluida, sin renunciar a los detalles pero tampoco tan suelta como en los trabajos finales. El resultado es una obra de gran impacto visual que difícilmente se podrá superar.
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Como en la mayor parte de los cuadros destinados a la Torre de la Parada, el dramatismo y la violencia definen claramente esta escena en la que Rubens recoge la parte final -y la más brutal- de la historia de Tereo, casado felizmente con Procné, con quien tenía un hijo llamado Itis. Su vida transcurría con normalidad hasta que se enamoró de Filomena, su cuñada, a la que violó, aprisionó e hizo pasar por muerta, cortándole la lengua para asegurarse de que no hablaría. Pero Filomena contó su desgracia a su hermana que decidió planear la venganza. Mató a su hijo Itis e hizo un guiso con su cuerpo que sirvió a Tereo, comiéndoselo sin sospechar nada. Al finalizar el tétrico banquete, Filomena entra en la estancia con la cabeza del pequeño en las manos mientras Procné revela toda la historia. Este es el momento elegido por el maestro, precisamente en el que la tensión sube hasta el punto más álgido, manifestando la furia de las mujeres y el gesto de desesperación y rabia de Tereo, empuñando su espada y tirando la mesa, en la que estaban los restos del banquete, de una patada. Después de este episodio, las dos hermanas huirán y se convertirán en ruiseñor y golondrina. La escena se desarrolla en el palacio de Tereo, por lo que aparecen unas arquitecturas al fondo y una puerta abierta con un sirviente fisgando el suceso. Sin embargo, las figuras protagonistas están en primer plano, sugiriendo que estamos ante un relieve clásico por el increíble volumen con que el maestro ha conseguido dotarlas. De nuevo, la luz sirve para realzar el sentimiento trágico de la escena. Los gestos y las expresiones aumentan el dramatismo, por lo que se asemeja a una representación teatral. La figura del sirviente se desdibuja debido a la sensación atmosférica que se crea, siguiendo a la Escuela Veneciana y recordando en parte a Las Meninas de Velázquez. El Rapto de Proserpina y la Vía Láctea son otras de escenas de la serie.
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El jesuita Giuseppe Castiglione, conocido por su nombre chino Lang Shih-ning, ejerció una notable influencia artística en los talleres de la corte qing. Entre los pintores introdujo técnicas pictóricas occidentales, así cómo conceptos de perspectiva que supo aunar con la tradición china. Con sus pinturas, más que acercarse al espíritu filosófico chino trató de plasmar hechos reales acaecidos en tomo a la corte Qing, siendo sus escenarios preferidos las ceremonias realizadas en Jehol, la residencia de verano de los emperadores.
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Estamos en el periodo más brillante de la escuela pictórica etrusca y la temática fúnebre de juegos y banquetes aparece en numerosas representaciones. Gran parte de las pinturas de Tarquinia se han atribuido a artistas jónicos inmigrados, sin embargo en ellas pueden verse en ellas exponentes del arte etrusco. Esta escena corresponde a la Tumba de las Leonas, donde aparece representado el difunto tumbado, sosteniendo el óbolo para Caronte. En un estilo similar encontramos la Tumba de los Augures.