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Impuesto de las ciudades del sur de Mesopotamia en tiempos de la Tercera Dinastía de Ur.
Personaje Científico Literato Político
Su vocación por la literatura surge desde su más temprana juventud, al igual que su interés por la vida política. Siendo muy joven inicia su actividad como cronista político en algunas publicaciones de su tiempo. También escribe para los periódicos críticas literarias. Con tan sólo catorce años ya presenta su primera obra teatral "Pepín el jorobado". Con esta obra inauguraba el género del drama histórico. El éxito que tuvo se volvió a repetir unos años después con la puesta en escena de "Enrique el Davidoso". Sin embargo, su familia nunca vio con buenos ojos su pasión por la política, ni por la literatura, por lo que le desheredaron. Sin otros recursos económicos, no le quedó más remedio que dedicarse de pleno a la literatura. Dentro de este ámbito, se distinguió como uno de los precursores del movimiento "renaxentista" catalán. Su intervención fue decisiva en la vuelta de los Juegos Florales. Además de obras teatrales, es autor de poesía y de temas históricos y políticos. En todas sus obras se repite el lirismo, que siempre aborda con gran atractivo. Romántico y apasionado, es uno de los principales representantes del movimiento liberal. Como literato fue denostado por sus compañeros, por su participación en la vida política. Como historiador mostró grandes carencias, aunque su objetivo no era más que acercarse a la historia de Cataluña. En este sentido, continuó la labor que ya había iniciado Capmany y Pi y Arimón, en relación con la historia constitucional catalana y la Corona de Aragón. En el Bienio Progresista tuvo una intensa actividad política. Fue Gobernador civil de Málaga y presidente de la Diputación Provincial de Madrid, entre otros cargos políticos. Con Malcampo en el poder, encabezó el Ministerio de Ultramar. Desde aquí pasó al Ministerio de Fomento durante el gobierno del general Serrano. En tiempos de la Restauración se sumó al movimiento que defendía Sagasta y volvió a ocupar la cartera de Fomento. En los últimos años de su vida se retiró de la política para dedicarse a la literatura. En Villanueva y la Geltrú instaló su Biblioteca, donde además de congregar más de 20.000 ejemplares, reunió una importante colección de arte formada por piezas orientales y precolombinas. A su muerte legó obras como "Bellezas de la historia de Barcelona", "La libertad constitucional" o "Historia política y literaria de los trovadores".
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Los alemanes se habían retirado con habilidad de la zona de Houffalize, con escasas pérdidas. En conjunto, sin embargo, las Ardenas habían sido un gran fracaso. Los Aliados habían sufrido muchas bajas y un gran gasto de material; y su ofensiva general se había visto desbaratada inicialmente, y detenida un tiempo. Pero los alemanes habían consumido una gran parte de sus escasas reservas, su moral había vuelto a empeorar peligrosamente, y no les iba a ser posible hacer frente adecuadamente a nuevas ofensivas aliadas, en un momento, además, en que los soviéticos habían llegado (mediados de enero) al río Oder, a menos de 100 km de Berlín. En las Ardenas, los Aliados, pese a la derrota inicial, se habían mostrado a la altura de las circunstancias; los británicos y norteamericanos (e incluso las fuerzas de De Gaulle) no eran los estáticos franceses carentes de nervio de 1940. Por otro lado, el éxito alemán no había sido tan redondo, si tenemos en cuenta la relativa exigüidad de las fuerzas norteamericanas en el punto de ruptura, el 16 de diciembre. La operación, mal ideada, no había permitido obtener ninguna ganancia territorial, había costado unas 120.000 bajas (incluidos prisioneros), centenares de carros y grandes cantidades de otro material. Los norteamericanos habían sufrido unas 80.000 bajas (incluidos 20.000 prisioneros). Las Ardenas fue el último intento de detener a los Aliados en el frente occidental. Desde este momento los alemanes nada podrán hacer. El dominio aliado será absoluto en todos los campos, y los alemanes se desintegrarán de forma galopante. No quiere decir esto que la penetración en Alemania vaya a ser un paseo militar, pero la relativamente lenta progresión se deberá también a meras dificultades logísticas, al deseo de consolidar lo ganado, al surgimiento de problemas políticos entre los Aliados, etc. Asimismo, el temor alemán a la tenaza este-oeste, la insistencia aliada en la rendición incondicional, la suicida y poco práctica concepción de Hitler de la defensa a ultranza, y la abusiva identificación de su régimen (y de él mismo) con Alemania, todo ello hacía que el fin de la guerra en Europa pasase por la invasión y ocupación total de este país. En enero, cuando todavía se combatía en las Ardenas, Montgomery había iniciado una gran ofensiva hacia la frontera Alemana, lo que se llamará la Campaña del Rhin. El 16 de enero de 1945 Montgomery lanzaba a los americanos sobre Houffalize, que ocupaban pese a la resistencia alemana, y sólo a comienzos de febrero (día 4) llegaban al río Roer, al que tendían en el momento de la contraofensiva alemana en las Ardenas. El 9 del mismo mes se eliminaba la bolsa de Colmar. El frente seguía ahora una línea que prácticamente coincidía con la frontera alemana entre Holanda y Suiza. Sin embargo, la Línea Sigfrido permanecía todavía intacta, salvo en el río Roer, aunque el próximo avance sería ya hacia el interior de Alemania. Pese a que los técnicos estimaban que por lo menos hasta mayo no podría cruzar el Bajo Rhin, Eisenhower y Montgomery se apresuraron a preservar la campaña del Rhin, que iba a permitir a los Aliados salvar el río y alcanzar, entre febrero y marzo, Düsseldorf, Colonia, el Sarre y Mannheim. Pero esto se verá en otro capítulo. En medio año largo, toda Francia, Bélgica y media Holanda habían sido conquistadas. Había sido una victoria del material y de la preparación, de la sensatez y de la flexibilidad y también, en general, del buen comportamiento medio, a veces muy bueno, de los soldados aliados en esta campaña. Y había revelado las nada despreciables dotes de generales oscuros, como Eisenhower, o modestos como Dempsey, o Simonds, o McAuliffe, y había confirmado la fama de Montgomery, Patton o Leclerc. El Día-D, el día más largo, el 6 de junio de 1944, quedaba lejos, sobre todo psicológicamente, después de más de seis meses densos y ajetreados. Ahora, en enero o febrero de 1945, todo parecía que iba a ser, más fácil.
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Una de las cuestiones que más llama la atención, al estudiar la Segunda Guerra Mundial, es la paradoja que existe entre su nacimiento y su desenlace. Gran Bretaña y Francia declararon la guerra a Alemania, el 3 de septiembre de 1939, para defender la integridad territorial de Polonia. La agresión alemana a este país fue posible gracias al pacto firmado una semana antes con los soviéticos, los cuales se apresuraron el 17 de septiembre a sumarse al reparto del botín polaco, de acuerdo con las cláusulas del Pacto. En 1945, la victoria de los enemigos de Alemania consagró, de hecho, no sólo la pérdida de territorios, sino también el desplazamiento de Polonia, en beneficio de la URSS. Una de las dos grandes potencias responsables del inicio de la guerra se veía así recompensada por obra y gracia de la agresión que sufrió a su vez, en 1941, de su antiguo aliado; agresión no más grave que el ataque soviético contra Finlandia o la ocupación de los Estados Bálticos, en 1939, operaciones amparadas por Hitler. El 2 de enero de 1942, los 26 países en guerra con el Eje firmaron un Pacto de Solidaridad que implicaba la adhesión de todos a la Carta del Atlántico, proclamada por Estados Unidos y Gran Bretaña cinco meses antes y que contenía los siguientes objetivos: renuncia a toda ambición territorial y a imponer cambios de fronteras contra los deseos claramente expresados de los pueblos interesar dos; reconocimiento del derecho de todos los pueblos a darse Gobiernos salidos de la voluntad popular y a la libertad de comercio y el acceso a las materias primas; establecimiento de un sistema internacional de cooperación económica y de un sistema colectivo de seguridad y paz, reconocimiento del derecho a la libre circulación de las personas dentro y fuera de sus respectivos países, renuncia al empleo de la fuerza y desarme general. Este pacto significó la ideologización de la guerra -al principio, sin ella. Pero la victoria conseguida por los firmantes no supuso, a pesar de la rendición incondicional del Eje, la puesta en práctica de los puntos reseñados. Uno de los principales socios, la Unión Soviética, incumplió todos. Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia los llevaron a cabo de forma sistemática, pero la URSS aumentó su territorio en más de medio millón de kilómetros cuadrados -a costa de diez países vecinos-, impuso cambios de fronteras por la fuerza exclusiva de las armas, utilizó estas mismas armas para evitar que media docena de países europeos se dotasen con gobiernos democráticamente elegidos, suprimió la libertad de comercio, boicoteó la cooperación económica internacional, espoleó de forma sistemática los movimientos revolucionarios en las democracias, suprimió el derecho a la libre circulación de personas dentro y fuera de sus respectivos países y se negó a desmovilizar el Ejército con que derrotó a los alemanes en 1945, de forma completamente opuesta a lo realizado por norteamericanos, británicos y demás aliados del área democrática.
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A mediados de 1849 la oleada revolucionaria parecía haber pasado y el restablecimiento de la autoridad en el Imperio Habsburgo sólo dejó pendiente la sublevación húngara. Las acciones bélicas se prolongaron durante casi un año y, desde la primavera de 1849, los austriacos contaron con el apoyo de tropas rusas enviadas por Nicolás I. Finalmente, a mediados de agosto, los húngaros capitulaban en Vilagos y Kossuth se veía obligado a huir.También en Italia la aventura de los nacionalistas radicales tocaba a su fin. El temor al incremento de la hegemonía austriaca en la península llevó a que Luis Napoleón enviase una fuerza expedicionaria, bajo el mando del general Oudinot, que trató de mediar entre el Papa y los revolucionarios. Los republicanos romanos trataron de resistir, pero las tropas francesas entraron en Roma el 30 de junio y la autoridad de Pío IX fue restablecida a finales de julio, aunque el Papa tardaría aún en volver a su sede. La resistencia de Manin en Venecia acabaría también en la segunda quincena de agosto.Los republicanos de Francia habían visto con disgusto que las tropas de su país lucharan en Italia contra otras fuerzas republicanas. Pero el hecho resultaba muy ilustrativo del cariz conservador adoptado por la Segunda República francesa, bajo la presidencia de Luis Napoleón. La represión desencadenada para reprimir estas protestas se completó con medidas de cierre de los clubs políticos y reglamentación de la venta ambulante de prensa. El presidente se desprendió del Partido del Orden, en octubre de 1849, y nombró un Gobierno de fieles con los que acometió una política de revisión de la obra revolucionaria.La primera medida, en ese sentido fue la ley Falloux (por el ministro del Gobierno anterior que la había preparado), de 15 de marzo de 1850, sobre la enseñanza. En ella se daba una completa autonomía a la Iglesia, para la dirección de la enseñanza secundaria, y se la concedía asimismo poder de inspección sobre la enseñanza universitaria. La discusión parlamentaria sobre esta iniciativa sirvió para revelar a Victor Hugo como una figura destacada de la montaña republicana.La segunda gran medida de carácter restrictivo fue la Ley Electoral de 31 de mayo, por la que se establecían limitaciones económicas y de residencia al ejercicio del sufragio universal. La vil multitud, como había dicho Thiers, quedaría excluida del derecho a voto, lo que equivalía a una disminución de 2.800.000 electores. Finalmente, la Ley de Prensa, de 16 de julio, establecía la fianza y aumentaba el derecho de timbre para dificultar la edición de nuevos periódicos. La lucha contra demócratas y socialistas estaba a la orden del día y, para asegurarla, Luis Napoleón preparó un golpe de Estado que le asegurase la permanencia en el poder, amenazada por el plazo de cuatro años para el que había sido elegido.El fracaso de la revolución de 1848 ha sido achacado muchas veces al carácter esencialmente urbano del mismo y a la falta de apoyo que encontró en el mundo rural. Desde luego, pese a algunos signos de movilización política que se registraron en Francia, y a los desórdenes rurales que fueron comunes en el mundo alemán e italiano, no se puede negar que el mundo agrario permaneció relativamente indiferente a los avances democráticos y nacionalistas. Por otra parte, se ha subrayado que la inicial unanimidad de los elementos revolucionarios, que les sirvió para obtener las concesiones del mes de marzo, se diluiría en los meses siguientes, conforme se extendía la preocupación por el mantenimiento de la ley y el orden. En esas circunstancias, la actuación de los Ejércitos profesionales resultó decisiva para el restablecimiento de las antiguas autoridades.De todas maneras, no todo fue fracaso. El sufragio universal quedó establecido en Francia, mientras que en buena parte de Europa se debilitaban aún más los restos del Antiguo Régimen y se fortalecía la tendencia al establecimiento de sistemas parlamentarios y democráticos. La primavera de los pueblos, por otra parte, había sido efímera, pero las exigencias nacionalistas no iban ya a dejar de estar presentes en la vida política europea. Los inmediatos acontecimientos de Italia y Alemania servirían para comprobarlo.
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Pequeña columna compuesta a base de molduras cuadradas y curvas, ensanchamientos y estrechamientos sucesivos.
lugar
Personaje Arquitecto
Inicia su actividad en Sevilla, donde ejecuta el retablo del Sagrario de la catedral. Para la iglesia de Marchena trabajó en la sillería del coro. Hacia 1718 cruza los mares y se instala en México. Allí se hizo cargo de los tres relieves que decoran la catedral, conocidos como el Perdón, el de los Reyes y el Mayor.