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Tras escribir el manuscrito en París que serviría de base para "Noa Noa", Gauguin decidió publicarlo, ayudado por el poeta simbolista Charles Morice. En la publicación se incluirían imágenes grabadas sobre Polinesia como este paisaje, Jarrón de flores o Cabaña con techo de paja. El pintor utilizó la acuarela para realizar los estudios previos al grabado, creando imágenes de gran colorido y belleza que indicarían la superación de la etapa depresiva que motivó la ejecución del Autorretrato de perfil.
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El paisaje de tipo clasicista tuvo un importante representante en Gaspard Dughet que nació y residió en Roma, siendo además cuñado de Poussin de quien en ocasiones aprovechó el nombre, ya que se hacía llamar Gaspard Poussin. Realizó importantes encargos de decoraciones al fresco para el palacio Muti Bussi, el Quirinal, el palacio Colonna, el palacio Pamphili de la Piazza Navona y especialmente para la iglesia de San Martino ai Monti, con los que adquirió renombre y clientela. Más tarde quedó aparentemente liberado de la influencia de Poussin y se dejó seducir por la de Claudio de Lorena y Salvator Rosa, así como por su propio lenguaje que aparece con fuerza, representando el paisaje de la campiña romana que recogió en múltiples composiciones en las que los personajes también carecen de importancia. En sus últimos tiempos volvió nuevamente a dejarse llevar por el arte de Poussin, haciendo un tipo de paisaje más sereno.
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Esta imagen está inspirada en la vegetación que Gauguin había visto y copiado durante la estancia en la Martinica en 1887. Durante el invierno, Paul evocó en numerosas ocasiones ese extraordinario viaje, ejecutando numerosas escenas tropicales. A diferencia de Vegetación tropical, aquí se ha interesado el artista en realizar un denso bosque típico del trópico, en el que la luz difícilmente atraviesa la vegetación, creando una soberbia sensación de aire denso y difícil de respirar, con una enorme humedad y plagado de insectos. Lógicamente, Paul emplea un colorido más apagado en el que abundan los verdes, marrones y morados, utilizando la pincelada característica del Impresionismo que hereda de Cézanne.
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Genovés personalizó la pintura social de los años sesenta y setenta, formando parte de los grupos más activos de entonces -Hondo, Los Siete, Parpalló...-, dinamizadores de una época decisiva para la renovación artística en nuestro país. Desde entonces se compromete, a menudo, con distintas causas sociales, promoviendo círculos de debates artísticos y mejoras del Patrimonio Español, entre otras muchas cosas.
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Otro género, también en alza, es el del paisaje y las marinas, favorecido por la serie de circunstancias, como el desarrollo y avance del ferrocarril, que permite la multiplicación de los viajes, facilita la extensión de costumbres como las excursiones y el veraneo y, en consecuencia, propicia un mayor acercamiento a la Naturaleza. El desarrollo de este género, sin embargo, no fue fácil, pues no sólo se encontró con la antipatía académica sino también con la del público y, sobre todo, la de los críticos. Fieles, éstos, a la tradicional jerarquización de los géneros, e imbuidos de que el arte debía tener una función social, tardaron mucho tiempo en admitir la importancia del paisaje, de las marinas, y su igualdad con los otros géneros. Sentimiento que aparece muy claro en el tratado de Jungman, "La Belleza y las Bellas Artes", de amplia difusión en España, en el que abiertamente se rechaza su dimensión artística al no incluir estas obras entre las pertenecientes a las bellas artes. Descalificación que no desaparece con el paso del tiempo como se desprende del comentario que les dedica P. Millán desde "El País", con motivo de la Exposición de 1890: "La imitación del natural como fin, ese es su bello ideal. Error funesto que tiende a convertir al genio en oficio y a la fantasía en procedimiento". La razón de la infravaloración parece clara: el no poder ser soporte de los valores extraestéticos, es decir, su carácter intrascendente. De ahí que el mismo Tubino admita que la única ocasión en que "halla excusa el arte por el arte, es decir, el arte sin otro objeto que la belleza extrínseca de la exterioridad, es cuando se ocupa del paisaje. Por eso, concediendo toda la importancia relativa que es sujeto atribuir a la pintura de paisaje, damos la preferencia a otros géneros, cuya eficacia, bajo la relación del progreso humano, entiéndase bien, se nos antoja más patente y efectiva". Es más, no faltan críticos conservadores que asociaron el desarrollo de este género con la progresiva decadencia moral de la sociedad. Este ambiente tan poco propicio no impide, sin embargo, su constante incremento, que se traduce en un aumento continuado de obras en las exposiciones nacionales y en la profusión de paisajistas aficionados. En poco tiempo se pasa del total desconocimiento del pintor al aire libre -Martín Rico recordaría siempre los peligros que arrastró mientras pintaba en Valsaín al tomarle los guardas forestales por un inspector enviado para impedir su lucrativo negocio maderero- hasta su proliferación epidémica, destacada por Fernanflor en 1884 con su socarronería habitual: "En la primavera no se puede salir en paz de Madrid sin encontrar un joven sentado en su silla de lona delante de cada árbol, y en verano los paisistas se reparten por la naturaleza más de moda, sin perdonar casita, laguna, pino de buen parecer, ni barquichuelo tumbado en la playa. Hay árbol puesto a la orden del día por algún paisista eminente, que se ha secado, no de viejo, sino de rubor de verse tan mirado y tan reproducido". Esta afluencia se traduce estadísticamente en el hecho de que, en unión del género, copen las dos terceras partes de las más de 11.000 obras presentes en los certámenes nacionales. Otra cosa muy distinta, en cambio, es su calidad, pues, a pesar de contar con figuras como Haes o Morera, la proporción de los premios le es muy poco favorable -10 de 70 medallas de primero, 41 de 196 de segundo, 89 de 331 de tercero-, en razón precisamente de su mediocridad general, derivada del carácter aficionado de muchos expositores. La pintura de marinas va unida al paisaje, figurando siempre conjuntamente en todos los apartados y relaciones, a pesar de ser conscientes de sus diferencias y particularidades, que como apuntaba un crítico en la exposición de 1884, rara vez marchan juntas en un solo artista. Piden vocaciones muy distintas, prácticas muy diferentes, especiales actitudes, desarrolladas por un largo ejercicio dentro de su respectivo campo. Su evolución en el transcurso de las exposiciones permite seguir la situación en España, desde la que vivía de espaldas al mar, encerrada política, cultural y económicamente en la meseta, a la que conoce el desarrollo periférico y vuelve sus ojos al mar, gozando de los primeros veraneos en las playas. Las marinas, como el paisaje, por su capacidad de evocación abarcan un campo muy amplio, desde lo trágico a lo sublime, desde lo exótico y pintoresco a lo cotidiano. Por ello conviven los temas emblemáticos -La Invencible, de Gartner (1892) o Trafalgar, de Ruiz Luna (1890)- con los de denuncia social -La muerte del piloto, de Martínez Abades (1890) o Buscando patria, de Rafael Romero de Torres (1890)-; las costas y mares extranjeros -Costa de Normandía, de Morera (1892)- con las repetidas vistas de puertos y calas españolas -La Rada de Alicante, de Monleón (1881)-; los mares bravíos de encrespadas olas y aguas procelosas -La entrada en el puerto de Valencia en un día de Levante, de Juste (1884)- con la paz evocadora de Calma, de Gartner (1890), que le valían las gracias y el reconocimiento de un malagueño residente en Madrid, "por este trozo de mar que ha metido usted en mi casa y que viene como a dar forma sensible a un recuerdo eterno, que sólo tenía hasta ahora lo inmaterial con que vivía en mi mente y en mi corazón".
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A lo largo del siglo XVII se produce un importante aumento del paisajismo en la pintura holandesa, pasando a ocupar esta temática de un 20 a un 35 por ciento del total entre 1610 y 1679. Los compradores de estas obras son miembros de la burguesía y, en menor medida, nobles o miembros de la administración local. El aumento de la demanda de paisajes motivó una gran competencia y una fuerte especialización entre los artistas. Dos son las obras de Vermeer que podemos considerar paisajes de Delft: La callejuela (1661) y la Vista de Delft (1661). En ambas encontramos vinculaciones con las pinturas de Pieter de Hooch, pero también profundas diferencias. La Vista de Delft, una obra singular en el seno del paisajismo holandés, nos presenta una vista de la ciudad desde una posición distante, con algunas pequeñas figuras en primer plano, realizada con un naturalismo radical y una pasmosa fidelidad óptica, casi fotográfica, lo que ha hecho pensar a algunos especialistas en el uso de la cámara oscura. El resultado es una pintura única en su género.
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Vídeo musical con imágenes de algunos de los paisajes y monumentos más destacados del Camino de Santiago.
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La denominación de Próximo Oriente abarca variados espacios geográficos. Inicialmente se distinguen dos áreas bien diferenciadas, que corresponden al Próximo Oriente Asiático, por una parte, y a Egipto, por otra. A su vez, el Próximo Oriente Asiático se divide en cuatro unidades de paisajes poco parecidos entre sí: Anatolia, Mesopotamia, Irán y la zona sirio-palestina. Lógicamente, los grupos étnicos no están sometidos a las barreras que presenta la naturaleza, pues éstas son casi siempre franqueables. Así pues, es conveniente asumir que no existe identificación de una etnia con un territorio, sino que el resultado más frecuente es el del contacto entre grupos que provoca un mestizaje profundo. Por ello, buscar rasgos étnicos inalterados en determinadas comunidades culturales se convierte en un ejercicio antihistórico. Cada ecosistema provoca una forma de explotación de su riqueza por parte del hombre, de modo que la organización del trabajo social depende, aunque no esté necesariamente por él determinado, del entorno ambiental. Son los hombres los que se adaptan al medio que, a su vez, queda transformado por la acción de aquellos. Por estas razones podemos afirmar que distintos grupos étnicos sometidos a las mismas condiciones de explotación generan formas análogas de organización social, que se van modificando conforme surgen nuevas necesidades en el desarrollo histórico. Partiendo de estas proposiciones resulta relativamente intrascendente la afiliación étnica de las comunidades responsables de las culturas que se suceden en la historia próximo oriental. A esta tarea, sin embargo, se dedicaron activamente -a veces de modo inconsciente- numerosos investigadores, como consecuencia de planteamientos historiográficos que pretendían justificar reivindicaciones nacionalistas o incluso, más agresivamente, la superioridad de unas etnias sobre otras, lo que puede conducir a la asunción del exterminio del débil mediante la violencia. La naturaleza no se manifiesta de la misma manera en cada uno de los espacios comprendidos en el Próximo Oriente y teniendo en cuenta que la actividad básica tras la llamada revolución neolítica es la agricultura, el esfuerzo de los hombres tendrá como objetivo obtener la mayor rentabilidad de su trabajo. En principio eso significa solamente adquirir los bienes necesarios para subsistir, pero no siempre se obtiene, en el espacio delimitado por la comunidad aldeana, la totalidad de las materias imprescindibles para un desarrollo por encima del umbral de la subsistencia. Es entonces cuando las relaciones con otras comunidades adquieren una frecuencia que incide directamente en la modificación de los estilos de vida. Es sobradamente conocido cómo Egipto y Mesopotamia carecen de la madera necesaria para la construcción o de piedra, lo que obliga a edificar con barro y palmas. Es lógico que sus aldeas proporcionen una imagen completamente distinta a la de los pequeños núcleos construidos en las altas tierras de Anatolia oriental. No menos afamada es la carencia de minerales y metales en su subsuelo, por lo que la metalurgia dependía del abastecimiento exterior. Nubia, la región del Golfo Pérsico, el Zagros, Anatolia y las zonas próximas al Mediterráneo eran los lugares que proveían de materias primas, a través de las relaciones de intercambio comercial o de campañas bélicas. Al mismo tiempo, la explotación de los recursos de las áreas periféricas ponía en contacto a los habitantes de Egipto y Mesopotamia con otras realidades culturales que nada tenían que ver con su propia experiencia. En muchas ocasiones se trataba de poblaciones nómadas o seminómadas, cuyos ecosistemas se veían alterados por la presencia de los sedentarios. La desestructuración provocada se traducía frecuentemente en incursiones contra los territorios de los estados agrícolas. Si éstos no se encontraban en una situación de potencia capaz de repeler a los invasores podían ver cómo sus cosechas eran saqueadas y sus ciudades incendiadas o sometidas. Así se explica en buena medida la inestabilidad habitual de las relaciones entre estas dos formas de concepción de la vida que, siguiendo únicamente la perspectiva de las sociedades letradas, culpaba a los nómadas de las alteraciones sufridas por las comunidades civilizadas, efecto de la conducta de estas otras poblaciones bárbaras. Por fortuna, podemos disponer ahora de unos mecanismos de explicación que superan las limitaciones a las que nos había conducido nuestra etnocéntrica contemplación de la realidad. De esta manera se pretende destacar como elemento primordial no el origen étnico, sino el modelo de vida de cada sociedad. La dicotomía, pues, en las relaciones interétnicas es su carácter nómada o sedentario, que genera una dialéctica extraordinariamente rica para la correcta comprensión de la historia del Próximo Oriente. Por otra parte, es necesario tener en cuenta que esa primera división no es estática, pues con frecuencia quienes antaño fueron nómadas son después sedentarios y ello al margen de su origen étnico. Precisamente ese paso del nomadismo a la sedentarización ha sido utilizado como argumento para defender la mejor calidad del estilo de vida agrícola, como si inexorablemente el progreso condujera a la humanidad en una dirección determinada que hubiera de ser naturalmente buena. Lo cierto es que no deben confundirse los resultados con las causas. En principio, la vida sedentaria no requiere una menor dedicación laboral que la dedicada a la recolección y, consecuentemente, habría que demostrar que es mejor el trabajo que el ocio. Además, ciertas investigaciones parecen documentar que la domesticación de las plantas se conocía desde un pasado prehistórico remotísimo. En esas condiciones es legitimo plantearse por qué si la agricultura era sencillamente buena no se difundió con celeridad en el seno incluso de aquellas comunidades que habían experimentado con ella. Y una posible respuesta es que la agricultura -que requiere más trabajo que la recolección- no se impone como estilo de vida hasta que el deterioro ecoambiental impide la continuidad de la vida recolectara. La virtud, pues, de la agricultura fue su utilidad como sistema de readaptación de las comunidades recolectoras que habían visto agotados sus entornos ambientales. Las poblaciones que vivieron en estas regiones son de muy variada procedencia. Por lo que respecta a Egipto, la investigación trabaja activamente en la determinación de los caracteres de sus más antiguos pobladores. Frente a las opiniones tradicionales, parece ir afianzándose la idea de un componente negro africano desde el predinástico, partícipe en la estructura poblacional, que afecta a todos los grupos sociales, incluidos los propios faraones. La resistencia que aún se aprecia para aceptar esta realidad en ocasiones parece más consecuencia de deformaciones racistas que de argumentos científicos sólidos. Sin embargo, es necesario al mismo tiempo admitir que el valle del Nilo estuvo más abierto al mestizaje de lo que habitualmente se piensa. La lengua que se hablaba en el Egipto faraónico tiene una sintaxis precedente de la de las lenguas norteafricanas y de las semitas, pero ello no debe distorsionar la correcta percepción de la realidad, que es el estrecho parentesco que la vincula a otras lenguas africanas, aunque obviamente este extremo también está sometido a discusión entre los especialistas. En el Próximo Oriente Asiático la mayor parte de la población es de origen semita, razón por la que las distintas lenguas habladas por ellos están emparentadas entre sí, pudiendo ser agrupadas en tres ramas lingüísticas: el semita noroccidental, el semita meridional y el semita oriental. Del primero proceden el cananeo (amerita, ugarítico, fenicio, hebreo) y el arameo, que serán las lenguas dominantes en la región sirio-palestina. El semita meridional dará lugar a los distintos dialectos arábigos, mientras que el semita oriental será el precedente de las lenguas más importantes habladas en Mesopotamia, el acadio, del que derivan el asirio y el babilonio. A estas lenguas hay que añadir una de origen desconocido, el sumerio, que fue dominante en el sur mesopotámico hasta su desplazamiento por el acadio y, por otra parte, las lenguas del tronco indoeuropeo, que hacen su aparición en este escenario por la inmigración de fuertes contingentes en distintas etapas, quizá desde Anatolia oriental, que algunos ahora defienden como su cuna originaria, de la que saldrían acompañando a la agricultura, como difusores del neolítico. En cualquier caso, no aparecen documentados hasta bien avanzada la Edad del Bronce. Unos, los luvitas y los hititas, dominarán la meseta de Anatolia a partir del 2000 aproximadamente, estableciéndose junto a antiguas poblaciones hatti (a no ser que se esté duplicando una única realidad); los otros, iranios -sobre todo medos y persas-, se asentarán poco a poco en el cambio del segundo al primer milenio en el altiplano al que otorgarán definitivamente su nombre. Finalmente, es necesario mencionar otros grupos lingüísticos, como el de los hurritas, omnipresentes en la historia del Próximo Oriente, desde los archivos del palacio de Ebla, y que terminarán desempeñando un importante papel en la configuración del Imperio de Mitanni en la parte central del II Milenio; aún, en los primeros siglos del I Milenio, sus descendientes se reorganizarán en el reino de Urartu, en la zona oriental de Anatolia. Otros grupos menores tendrán una cierta influencia en el discurso histórico del Próximo Oriente, como los elamitas, que desarrollan una importante cultura contemporánea a la mesopotámica, y otros muchos pueblos, como los guteos, lullubi, casitas, gasga, etc. a los que nos iremos refiriendo en el lugar que les corresponda. Naturalmente, aún son muchos más los pueblos que intervienen en la historia próximo-oriental, pero tal vez no tenga demasiado sentido elaborar un listado difícilmente útil para el lector. Antes de abandonar este epígrafe es conveniente prestar cierta atención al problema de la escritura. Sin duda se trata de uno de los hallazgos culturales más importantes en la historia de la humanidad, cuyos restos más antiguos fueron hallados en el nivel IV a de Uruk, correspondiente al 3200 aproximadamente. El registro numérico de las cosas constituye el paso previo de un largo proceso que habría de conducir de la más elemental contabilidad hasta la posibilidad de redactar textos literarios. Un paso trascendente fue la creación de signos pictográficos que representaran objetos, posteriormente conceptos y, por último, oraciones. Los signos se fueron simplificando de forma progresiva, al tiempo que se les otorgaba un valor fonético, hasta que quedó configurada la escritura jeroglífica y después la cuneiforme hacia el 2500 a.C. Algún tiempo después los acadios la adoptaron, fijando así ya casi definitivamente el soporte de las lenguas próximo orientales. Otras comunidades tomaron prestada la escritura, incluso antes de que adquiriera su aspecto cuneiforme, como por ejemplo, los egipcios y los elamitas, que elaboraron sus propios sistemas. Ebla adoptó la escritura cuneiforme para representar su lengua con anterioridad al 2400. En Anatolia se introdujo presumiblemente por la acción de los comerciantes asirios en el siglo XIX. De este modo, el cuneiforme fue empleado por casi todos los pueblos del próximo oriente asiático. Su adaptación a sistemas lingüísticos de enorme disparidad fonética y sintáctica, constituye una ingente actividad intelectual por parte de los escribas de las distintas cancillerías. Sin embargo, también se emplearon otros sistemas de escritura, como los jeroglíficos hititas (aunque la mayor parte de los textos de esa lengua están en cuneiforme). Pero el sistema más novedoso fue inventado en un momento indeterminado con posterioridad al año 1400 y lo conocemos sobre todo en Ugarit. Se trata de la escritura alfabética que supone, como mayor innovación, la representación individualizada de cada sonido, con lo que se simplifica el aprendizaje, al tiempo que se articula infinitamente mejor la representación de la lengua. La importancia de esta creación se pone de manifiesto en el éxito cultural que ha tenido. El jeroglífico egipcio es una modalidad de escritura con desarrollo autónomo. Algunos investigadores pretenden que el método elemental de usar un signo para expresar no sólo el objeto real que representa, sino también otras palabras o parte de ellas que tengan un sonido parecido, así como el uso de los determinativos -signos generales para indicar el correcto sentido del mensaje-, pudieron ser préstamos sumerios a Egipto. En cualquier caso, sabemos que de los aproximadamente seiscientos signos del jeroglífico egipcio, unos son fonogramas -indican gráficamente la pronunciación, como sílabas o palabras- y otros auxiliares -señalan el campo semántico, o determinan las consonantes de los fonogramas-. Las vocales no se representan, lo cual dificulta en ocasiones la comprensión de los textos, e impide su correcta pronunciación, lo que explica la necesidad de los signos auxiliares. Esta forma de escritura se mantuvo en Egipto aproximadamente desde fines del IV Milenio hasta el siglo IV d.C. Sólo se produjeron al usar tinta sobre papiro dos variantes cursivas: una escritura llamada hierática y otra tardía para documentos laicos, denominada demótica. Por otra parte, la presencia griega, tras la conquista de Alejandro Magno, provocará una hibridación en la lengua y en la escritura, dando lugar a una nueva variante que conocemos como copto, en el que la lengua representada es egipcio evolucionado, mientras que la escritura es griega.
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En Perú, el coronel Luis Sánchez Cerro, un cholo o mestizo, después del pronunciamiento de Arequipa encabezó el golpe que en agosto de 1930 acabó con la dictadura de Leguía. Las elecciones presidenciales de octubre de 1931 tuvieron como principales protagonistas al APRA, reforzado como partido de masas después de la caída de Leguía y a Sánchez Cerro, que tenía el apoyo de los sectores tradicionales opuestos a Haya de la Torre y al aprismo. El APRA sólo venció en el Norte y apenas pudo consolidarse en el Sur; en Lima, ganó en el Cercado pero perdió en las zonas rurales. En la sierra, con una fuerte presencia indígena y controlada socialmente por los gamonales, la política innovadora del APRA, y sus consignas indigenistas, eran mal vistas por los sectores dominantes y con indiferencia por los indios. Al asumir el gobierno, Sánchez Cerro logró que el Congreso aprobara la ley de Emergencia, que le permitía gobernar con métodos de excepción en defensa del orden público y la paz social, aunque se violaran de forma sistemática los derechos individuales. La dura represión contra el APRA, que acabó con su líder en la cárcel, lanzó al partido de Haya a la insurrección, comenzada en Trujillo, uno de sus principales feudos. Tras la toma de la guarnición local, se libró un sangriento combate con miles de víctimas, que propicio el odio eterno del ejército peruano hacia el APRA. Desde entonces los militares vetaron su participación en el gobierno, veto que sólo se levantó después de la victoria de Allan García en 1985. El asesinato de Sánchez Cerro por un simpatizante aprista en 1933 aplazó la solución de la participación política del APRA. El Congreso eligió para completar el mandato de Sánchez Cerro al mariscal Oscar Benavides, aliado militar del civilismo durante la república oligárquica y comandante en jefe del ejército. Pese a su política de "apacipamiento y concordia", que buscó recuperar la normalidad y sacó de la cárcel a Haya y a numerosos militantes apristas, el APRA permaneció en la ilegalidad. Las elecciones de 1936 las ganó Luis Antonio Egtziguren, un candidato independiente apoyado por Haya de la Torre, lo que planteó un serio problema político al equipo gobernante, al ejército y a las fuerzas políticas tradicionales, que dejaron de ver en las urnas la mejor garantía para el funcionamiento del sistema. Las elecciones se anularon y Benavides, cuyo mandato se prorrogó hasta 1939, gobernó bajo el lema de "orden, paz y trabajo" y desarrolló posturas claramente fascistas, reforzadas por una ideología de derechas e hispanista, que se oponía al indigenismo desarrollado en la década anterior, como una forma de oposición al régimen. El sucesor de Benavides fue Manuel Prado, un banquero europeizante, elegido en 1939 sin el apoyo, pero sin la oposición, del APRA. Su prestigio aumentó tras la victoria peruana sobre Ecuador en una guerra no declarada sobre cuestiones limítrofes. El apoyo al presidente se generalizó dada la postura del gobierno favorable a los Estados Unidos en la Guerra Mundial y alcanzó al APRA y al Partido Comunista, que consideró a Prado como el Stalin peruano, por su capacidad de conformar un frente antifascista. El APRA adoptó la fachada legal de Partido del Pueblo y constituyó un Frente Democrático triunfador en las elecciones de 1945, que también obtuvo la mayoría del Congreso. El presidente electo fue José Luis Bustamante y Rivero, un abogado arequipeño de influencias socialcristianas. El ejército y los partidos tradicionales mantenían sus reservas contra el aprismo, que se expresarían en un nuevo golpe de estado. La experiencia democratizadora tuvo que afrontar importantes problemas, como la agudización del movimiento huelguístico, especialmente en las haciendas de la costa norte y el empate político entre el aprismo y sus rivales. Mientras los primeros controlaban el Parlamento, los segundos dominaban el aparato militar, el mundo económico y financiero y los medios de comunicación. Bustamante intentó mantener una política de equilibrio frente a las presiones del APRA que le recordaba el apoyo a su elección. En 1948 el APRA impulsó una nueva insurrección con apoyo de la marina, que estalló en el puerto de El Callao, y fue reprimida por el ejército de tierra. Bustamante ilegalizó nuevamente al APRA, pero no modificó su política económica para ganarse el apoyo del sector exportador. Un golpe militar en noviembre de 1948 llevó a la presidencia al general Manuel Odría. El gobierno militar reprimió al aprismo y al Partido Comunista y se negó a reconocer el derecho de asilo de Haya; refugiado durante años en la embajada colombiana en Lima. La nueva alianza entre los militares y el sector exportador, que posibilitó la apertura de la economía peruana, infrecuente en un continente proteccionista, le permitió al país crecer a buen ritmo hasta 1955, bajo los efectos beneficiosos de la guerra de Corea. Odría tomó algunos elementos del populismo peronista: concedió el voto femenino e intentó atraer a los habitantes de los "pueblos jóvenes", las poblaciones marginales que rodeaban Lima. En esta operación de ampliación de la base electoral, su esposa, María Delgado de Odría jugó un papel relevante. La oligarquía, aliada a Odría, no veía con entusiasmo estas concesiones populistas. Haya fue moderando su estilo y la línea política partidaria, tan proclive a la insurrección armada, y se mostró favorable a la convivencia con ciertos sectores de los partidos pro-oligárquicos. Su enfrentamiento con los comunistas lo llevó a acercar sus posiciones a la de los Estados Unidos. En las elecciones de 1956 triunfó Manuel Prado, con el apoyo del APRA. Su gestión económica continuó los derroteros marcados por Odría y las exportaciones de harina de pescado sostuvieron el crecimiento del país. La moderación electoral tuvo un alto precio para el APRA, que perdió Lima y vio su hegemonía reducida a su tradicional feudo norteño. En el seno del partido aparecieron fuertes tensiones políticas e ideológicas, entre quienes buscaban la pureza de los postulados originales de Haya, incluida su raíz leninista, y los que se movían hacia el posibilismo y la moderación. Esta situación se agravó por las repercusiones de la Revolución Cubana. En Bolivia, la Gran Depresión y la derrota de la guerra del Chaco tuvieron efectos profundos. La posición boliviana en el mercado mundial del estaño se había deteriorado y el presidente Daniel Salamanca fue a la guerra esperando distraer al país de sus graves problemas. Tras la derrota, con sus 80.000 muertos, se produjo un golpe en 1936, favorable al socialismo militar, encabezado por el general José David Toro, que sería sucedido por el coronel Germán Busch. Se abría un período de diez años de inestabilidad política, con algunas reformas económicas y sociales, como la nacionalización de los pozos petroleros. En 1938 Busch convocó a una Asamblea Constituyente, dominada por los izquierdistas pero que elaboró un producto moderado. Tras el suicidio de Busch en 1939, que había roto de forma alternativa con la izquierda y con la derecha, el ejército se inclinó por los partidos tradicionales y permitió el acceso del general Enrique Peñaranda al poder. La oposición, con nuevos actores políticos, se hizo más activa. El Partido Comunista (PCB) se presentó a las elecciones en el Frente de Izquierda, que obtuvo el 20 por 100 de los votos. En la región minera destacaba el trotskista Partido Obrero Boliviano (POR). En 1941 se creó el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), que unía posturas de distinto signo, desde las apristas a otras más ortodoxamente marxistas e inclusive algunas pro nazis. El prestigio de sus líderes, entre los que destacaba Víctor Paz Estenssoro, posibilitó una gran implantación en los sectores medios. La ocupación japonesa de vastos territorios asiáticos convirtió a Bolivia en el único proveedor de estaño a los aliados, pero el gobierno se negó a aumentar su precio. La tensión aumentó en la región minera por los bajos salarios, lo que condujo a una gran huelga en 1942, duramente reprimida por el ejército, siendo la masacre de Catavi un ejemplo de barbarie. En 1943 un nuevo golpe condujo a la presidencia al mayor Gualberto Villarroel, con el apoyo del MNR y del POR, que incorporó a su gobierno a Paz Estenssoro como ministro de Hacienda. La posterior exclusión de los ministros del MNR y la represión sobre los líderes de la izquierda culminó con una fuerte huelga en 1946 y con el asesinato a manos de las masas de Villarroel. La unión del MNR y de los líderes mineros, entre ellos Juan Lechín, se disponía a ocupar el gobierno. En 1946 se derrumbó el régimen militar nacionalista. Las fuerzas tradicionales y la oligarquía junto al PCB, que participó activamente en el derrocamiento de Villarroel, aparecían con buenas perspectivas, pero el frente liberal-comunista fue derrotado por una coalición antiliberal. El descontento y la mala situación económica favorecieron el resurgir del MNR. Las elecciones de 1951 fueron ganadas por Paz Estenssoro, con el apoyo del POR y de Lechín, que no obtuvo la mayoría absoluta. La fragilidad institucional favoreció un nuevo golpe y el general Hugo Ballivián se hizo con el poder. Una sublevación civil, apoyada en las zonas mineras, derrotó a los militares y controló la capital. En abril de 1952 Paz Estenssoro recuperó la presidencia. Entre sus primeras reformas figuraron la extensión del sufragio a los analfabetos y la nacionalización del estaño. La ampliación de la base electoral se buscó a través de la reforma agraria. Las posturas más pro-oligárquicas fueron defendidas por la Falange Socialista Boliviana, de influencias fascistas. En 1956 Hernán Siles Suazo reemplazó a Paz Estenssoro y dio un tono más pragmático a su gobierno. Y si bien estabilizó la economía, no respondió a los retos de la acelerada urbanización ni a los problemas generados por una minería de estaño en plena decadencia. En 1960 retornó Paz Estenssoro a la presidencia, esta vez acompañado por el dirigente minero Juan Lechín. En Ecuador, desde Guayaquil emergió la figura de José María Velasco Ibarra, que hasta 1972 ocupó un lugar destacado en la escena política ecuatoriana. De origen liberal, impuso su estilo autoritario cuando llegó al poder por primera vez en 1930. Su dictadura posterior, sin apoyo militar, provocó una gran inestabilidad y la alternancia de gobiernos civiles y militares, ya que entre 1931 y 1945 Ecuador tuvo catorce presidentes. La derrota ante Perú en 1941 desacreditó enormemente al ejército frente a la población. Ecuador también vivió la oleada democratizadora que barrió el continente tras la Segunda Guerra. En 1944 Velasco Ibarra recuperó el poder, con el apoyo de un frente de liberales disidentes, socialistas y comunistas, pero una vez en el gobierno rompió con sus aliados e imprimió un giro autoritario a su gestión. El ejército dio un golpe que colocó en el gobierno a Galo Plaza, un rico integrante de la oligarquía costeña y ex alto funcionario de la United Fruit. La presencia de la compañía se incrementó en el país durante su mandato y controló la exportación de plátanos. En las elecciones presidenciales de 1952 volvió a ganar Velasco y la herencia peronista de su exilio argentino lo mostró contrario al liberalismo y deseoso de ser el portavoz de las masas urbanas. Tras la victoria rompió una vez más con sus apoyos y renació su autoritarismo. La división del Partido Conservador le permitió completar su mandato. En 1956, el conservador Camilo Ponce ganó las elecciones, pero cuatro años más tarde Velasco Ibarra volvía a ocupar su puesto, del que sería depuesto por un nuevo golpe en 1961. Entre 1968 y 1972 estaría nuevamente al frente de su país. En Colombia, en 1930 se produjo una escisión en las filas conservadoras, que sumada a la crisis económica llevó a la presidencia al liberal Alfonso López Pumarejo, quien se preocupó por ampliar la base electoral de su partido y favoreció los esfuerzos de algunas organizaciones liberales y de los comunistas por estructurar el movimiento sindical. También intentó ganar a parte de los campesinos propietarios, haciendo más transparentes los derechos de propiedad sobre las explotaciones agrícolas. El liberalismo negoció directamente con el Vaticano las diferencias que lo habían enemistado con la Iglesia y logró la separación entre la Iglesia y el Estado. Algunos logros comenzaron a ser cuestionados como demasiado radicales por el ala más derechista del Partido Liberal. La fracción izquierdista se nucleó en torno a Jorge Eliécer Gaitán, un caudillo de fuerte arraigo popular y no demasiado sensible a la disciplina partidaria. El candidato liberal para las elecciones de 1938 fue Eduardo Santos, representante del ala conservadora. Su gobierno tuvo que hacer frente a una coyuntura poco favorable para el progreso del país, al desaparecer las condiciones que habían posibilitado la recuperación tras la crisis. En 1942 el liberalismo abandonó sus diferencias internas y apoyó la reelección de Alfonso López Pumarejo. Su principal consigna era el apoyo a los aliados frente al Eje, en contra de los conservadores, hostiles a esos planteamientos. Su popularidad le permitió abortar un golpe militar en 1943, pero no evitar la división del partido en 1946. Frente a la candidatura progresista de Gaitán, la fracción conservadora opuso la de Gabriel Turbay. La división liberal permitió a los conservadores recuperar el gobierno, gracias al tirón electoral de Mariano Ospina Pérez en las elecciones de 1946. Ospina recompuso las redes del poder conservador debilitadas tras veinticinco años de gobiernos liberales, valiéndose de métodos poco ortodoxos. En este movimiento, Laureano Gómez, líder de la fracción más radical, se hizo con la jefatura del partido buscando la presidencia en 1950. En el campo liberal Jorge Eliécer Gaitán se consolidó como un gran caudillo, con respaldo popular. Su asesinato, mientras se celebraba una conferencia de la OEA, originó el bogotazo, la mayor protesta urbana de América. Ospina intentó calmar a los liberales incluyéndolos en su gabinete, pero pasada la crisis volvió a apoyar la ofensiva conservadora en el medio rural, lo que alejó a los liberales del gobierno. La violencia se adueñó de vastas regiones colombianas y en algunas se hicieron fuertes las guerrillas liberales. El gobierno de Laureano Gómez, a partir de 1950, sólo agravó las cosas. El franquismo era un modelo a seguir, y la persecución y la represión alcanzaron no sólo a los sindicatos y al Partido Comunista, sino también a los liberales y a las misiones protestantes, de origen mayoritariamente norteamericano. El ejército, temeroso del descontrol de la situación, dio un golpe, celebrado por los liberales, que llevó al poder al general Gustavo Rojas Pinilla, partidario de un conservadurismo moderado. Pronto quedó claro que el general no había llegado para facilitar la transición a la democracia, sino que intentaba perpetuarse en el poder, y para ello pensaba aglutinar a sectores de los dos partidos tradicionales en un movimiento populista, con influencias peronistas. Los partidos tradicionales que en 1954 habían accedido a que fuera presidente constitucional, se resistieron a su reelección en 1958. Ante la insistencia de Rojas Pinilla por mantenerse en el poder, el líder liberal, Alberto Lleras Camargo, se entrevistó con Laureano Gómez en su exilio español y firmaron el Pacto Nacional para restaurar la democracia sobre la base de la alternancia en el gobierno durante dieciséis años, dividiendo por mitades los organismos colegiados. El pacto fue apoyado por la iglesia y una huelga general le otorgó un gran respaldo popular. Los patronos hicieron lo mismo un generalizado "lock-out" y el ejército, tras enviar al exilio a Rojas Pinilla, se sumó al acuerdo. El candidato del Pacto Nacional enfrentó una difícil situación económica, al finalizar la bonanza cafetalera. Al mismo tiempo, el Pacto dejó fuera a importantes grupos sociales, que pronto iban a manifestar su descontento ante la falta de juego político. La izquierda, comenzó a expresar a estos grupos, que hasta entonces apenas se habían manifestado en el país, algunos de los cuales tomaron el camino de la lucha armada. Gracias al petróleo, Venezuela atravesó la crisis económica con menos problemas que otros países y Gómez continuó gobernando hasta su muerte en 1935. Sus sucesores, los generales Eleazar López Contreras (1935-1941) e Isaías Medina Angarita (1941-1945), siguieron con la práctica del fraude, pero abrieron la mano en lo tocante a las libertades públicas. La dura represión de las protestas estudiantiles de 1929 sentaron las bases de una nueva oposición, que tomaría el relevo después de un período de transición. El Partido Comunista, muy perseguido en el pasado, impulsó una campaña de afiliación sindical. Más importante fue el surgimiento del Partido Democrático Nacional, surgido de una disidencia en la izquierda y que luego devendría en Acción Democrática (Adeco), uno de los pilares del actual sistema de partidos venezolano y con un ideario definible como social-demócrata. Un sector del ejército, ante la tímida apertura de Medina Angarita, quiso imponer a López Contreras, pero un grupo de oficiales jóvenes entregó el poder en 1945 a una junta cívico-militar, encabezada por Rómulo Betancourt, fundador y jefe de Adeco. Su gobierno amplió las funciones asistenciales del Estado y reformó la legislación laboral y de previsión social, para favorecer a los sectores populares. En 1947 se eligió presidente a Rómulo Gallegos que contaba con una importante mayoría. El avance de Adeco atemorizó a los partidos tradicionales y a los intereses petroleros y al año siguiente se produjo un golpe militar encabezado por Carlos Delgado Chalbaud, el líder del golpe de 1945, con el beneplácito del Departamento de Estado norteamericano. Su gobierno ilegalizó al Partido Comunista y también a Acción Democrática. Tras la muerte de Delgado, el coronel Marcos Pérez Jiménez intentó consolidarse como presidente a través de las urnas. Pero al no contar con el apoyo de los partidos tradicionales recurrió al fraude para ganar las elecciones y se mantuvo en el poder mediante una dura represión. Al tiempo, los ingresos del petróleo permitieron una expansión sin precedentes. Desde su exilio en Puerto Rico, Betancourt moderó la línea política de Adeco, convencido de que la transformación revolucionaria era imposible. La competencia del petróleo árabe atenuó el clima de prosperidad que se vivía y junto al descontento popular convencieron a los militares de que había llegado el momento de normalizar el sistema político. En enero de 1958 un nuevo golpe desalojó al dictador y convocó a elecciones; gracias al voto rural Betancourt fue elegido en contra del candidato militar, el almirante Wolfang Larrazábal, que tenía el apoyo comunista y se presentaba con algunas consignas antinorteamericanas, a la vez que acusaba a Betancourt de ser el candidato de Washington.
contexto
Es la pintura, con mucho, el capítulo más significativo de las artes figurativas en Flandes durante el siglo XVI que, al margen de posibles contradicciones, será la que verdaderamente introduzca nuevos temas de reflexión en el arte occidental, singularmente en lo relativo a naturaleza y paisaje en sus relaciones con el hombre. No obstante, si la pintura flamenca del siglo XVI carece de alcance, existen al menos dos sectores que, técnica y artísticamente, adquieren una enorme importancia a nivel europeo, siendo asimismo ejemplares sus respectivos procesos de renovación, adoptando el nuevo arte renacentista; nos referimos al arte de la vidriera y al arte del tápiz. En relación con el arte de la vidriera durante el quinientos, como sentencia Nieto Alcaide, los "talleres flamencos alcanzaron una posición privilegiada en toda Europa. Incorporados pronto a las soluciones del Renacimiento Italiano, adoptaron con gran maestría la técnica y los procedimientos para la obtención de las posibilidades que el nuevo lenguaje plástico les ofrecía". Como trasfondo del auge y prestigio de este arte eminentemente religioso, ha de verse, también, una cierta reacción contra la Reforma por parte de los sectores católicos auspiciados por España; en este contexto, y lógicamente por el valor y significación artísticos per se, es donde adquiere toda su dimensión la Vidriera de Carlos V (1537) en la catedral de Bruselas, realizada según cartón de Van Orley. A inicios del siglo XVI, el prestigio de los talleres de tapices flamencos era un hecho consolidado; baste decir que los famosos tapices vaticanos de León X, fueron tejidos en Bruselas, a donde se enviaron los cartones correspondientes realizados por Rafael en 1515. Bajo la protección de la regente María de Hungría, el arte del tapiz se renueva en Flandes adaptándose a los nuevos tiempos, y no sólo como manufacturas, sino que a mediados de siglo serán los cartones flamencos los que invadan Europa, al calor de Carlos V y su prestigio imperial. De este modo, si los cartones de Van Orley para la serie sobre La Batalla de Pavía, se resienten aun del pintoresquismo medieval del género, la serie sobre La conquista de Túnez, según cartones del pintor Jan Vermeyen, supone la superación de todos los residuos medievelizantes. Ya hemos aludido a María de Hungría y las fiestas de Binche, que suponen una de las expresiones más espectaculares del tema. Las celebraciones, que duraron varios días, tuvieron como marco el desaparecido castillo de Binche, plásticamente adecuado para la ocasión, y contaron con multitud de episodios que oscilaban entre la tradición caballeresca medieval y los aspectos más lúdicos del manierismo; así, al episodio de la Espada Encantada, digno de un relato de libros de caballeria, siguió, entre otros, el Banquete Mitológico servidos por nobles disfrazados de Baco, Sileno, Pomona, etc., para con el de la Cámara Encantada, que contaba con Siete Planetas en sus Carros, muy bien pintados, y la techumbre y el maderamiento de la sala era como un natural cielo por una parte con nubes y viento, que soplaban, y por otro lleno de estrellas, según nos narra, como testigo presencial de los eventos, Calvete de la Estrella ( "El felicissimo vieje del muy alto y muy popderoso Príncipe Don Phelippe". Amberes, 1551). Dibujos de los episodios de las fiestas de Binche- a veces llamadas Festivales de Bains- han llegado hasta nuestros días; éstos y la importante producción de grabados de arquitecturas efímeras, arcos triunfales, etc., hacen de esta parcela del arte flamenco un modelo a seguir. Hito de ello podría ser el grabado de la Nave alegórica para las exequias de Carlos V en Bruselas, 1558, contenido en un cuidadísimo y espléndido volumen editado por la imprenta Plantin ("Magnifique et Somptueuse Pompe funébre faite aux obséques et funerailles de trés victorieux empereur Charles V". Amberes, 1559), ilustrado con treinta y cuatro grabados de Duetecum, de extraordinaria calidad, tomados de Hieronymus Cock y Vredeman de Vries. Sobre su correspondiente carro triunfal, este insólito navío procesionó en su día (29 de diciembre de 1558) por las calles de Bruselas, tirado por monstruos marinos, adornado con las armas de todos los países que el Emperador había gobernado y decorado con escenas e inscripciones de sus triunfos. La Fe, Esperanza y Caridad, tripulaban la nave, detrás de la cual surgían las dos columnas imperiales con su lema Plus Ultra. El estudio del desarrollo de la pintura en Flandes durante el siglo XVI, puede plantearse en los términos de un debate plástico entre la importante tradición figurativa local y los nuevos presupuestos italianos, con anclaje ideológico en el Humanismo nórdico -Erasmo fundamentalmente-, dando como resultado una serie de alternativas, algunas insólitas y de una gran originalidad, a partir de las propuestas que unos artífices elaboran a inicios de siglo.