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Obra pintada en Arles a finales de 1888; aunque la recogida del heno aún no se había producido, Gauguin pintaba de memoria y esta escena nunca la vio pero se la imaginó. La influencia de Van Gogh en esta obra es bastante grande tanto en el tema como en el colorido de azules y amarillos y en la pincelada del fondo. También se ve la marca de Cézanne al querer reducir todos los elementos de la composición a superficies geométricas que se distribuyen por el espacio para conseguir la perspectiva, alejándose así de la filosofía impresionista de pintar directamente del natural. Estas influencias presentan a un Gauguin receptivo y dubitativo a la vez, que dentro de poco tiempo explotará con un estilo personal y propio.
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La primera ocasión que Cézanne visitó Pontoise fue en el verano de 1872, invitado por su buen amigo Pissarro. En este momento podemos advertir un significativo cambio en el estilo del maestro de Aix, entrando de lleno en el impresionismo. En los próximos años acudirá en varias ocasiones a esta localidad, interesado por los paisajes de su entorno. Una vez más, los árboles llamarán su atención, disponiéndolos en diagonal para crear el efecto de perspectiva, siguiendo el sendero que bordea las casas de la zona de la izquierda. La luz del nublado atardecer -una de las favoritas de Cézanne- inunda la escena y apenas crea sombras, resaltando las tonalidades verdes. La paleta es limitada y los colores son aplicados de manera fluida en su mayor parte, reforzando el aspecto abocetado de la composición. Para resaltar la volumetría de los árboles algunas de sus siluetas están acentuadas con una línea oscura, similar a la que utilizará Gauguin o Van Gogh. Podemos apreciar cómo el maestro de Aix está en un proceso de superación del impresionismo para dirigirse hacia un estilo personal, más interesado en la composición rigurosa que en la impresión momentánea.
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De Géricault se conservan tres grandes paisajes, uno con pescadores, este con acueducto que representa "la tarde", y otro con tumba romana que representa "la mañana". El lienzo que ahora vemos está pintado durante la estancia del artista en Roma, tras haber ganado el premio de la academia. Géricault traza un paisaje en la estela del clasicismo de los paisajistas franceses en Italia durante el siglo XVII: Claudio de Lorena principal. La composición es muy clásica: el centro vacío, con un gran foco de luz, presencia del agua en la parte inferior, y el elemento de la montaña al fondo. Estos elementos se repiten en el paisajismo europeo, reinterpretados según las circunstancias (ver por ejemplo Constable). Géricault ha dado un tono brillante y misterioso al paisaje gracias a los efectos del crepúsculo, que iluminan como si estuvieran en llamas ciertos elementos aislados, como el árbol del ángulo inferior derecho, que llamea en tonos rojos contra el resto del paisaje en penumbra. Si el paisaje en su época clásica del siglo XVII incluía escenas de la mitología o la Biblia para justificar un tema inocuo como el propio paisaje, Géricault ya no tiene esa condición. Incluye unas figuras humanas, unos bañistas, pues el paisaje independiente no estaba consolidado del todo, pero estas figuras ya no simbolizan nada ni cuentan ninguna historia. Forman parte del paisaje y lo enriquecen, simplemente.
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Dentro de la serie de obras en que el ya anciano Poussin, cercano a su fallecimiento, reflexiona sobre la gracia y el destino, ocupa un lugar destacado esta obra, inacabada, como la mayoría de las de los años 1660 a 1664, que se conserva en un formato extraño en el artista. Corresponde a un texto del Génesis. Agar, esclava egipcia de Abraham, concibió de su amo, por lo que despreciaba a la señora. En venganza por su soberbia, la esposa de Abraham dio en maltratarla, por lo que la esclava huyó al desierto. En él, junto a una fuente, la encuentra un ángel, el cual le ordena regresar y anuncia que su hijo será Ismael. Claudio de Lorena, el gran amigo de Poussin, llevó a la tela también este pasaje. Su recreación será menos simbólica, ya que Poussin se recrea en elementos como el sol, símbolo de fertilidad, o el paraje abandonado, que se refiere al destino personal.
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El temperamental Rosa desarrolló un tipo de paisaje autónomo, de concepción romántica apoyada en una estructura clásica, y opuesto al paisaje heroico de Pousin y Lorrain. Con todo, como los arcádicos de éstos de éstos, sus paisajes eran de "pensamiento", es decir, con figurantes mitológicos o bíblicos, aunque no siempre, que dan una base argumental a un género que, a pesar de todo, seguía siendo considerado menor, incluso por el propio Rosa, para quien pintar uno de tales cuadros no pasaba de ser un frívolo pasatiempo.
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Un tópico dentro del arte barroco fue la relación entre la poesía, es decir, la poesía lírica, y la pintura, como lo reflejan la serie de lienzos que se ocupan de estos temas, como La inspiración del poeta, de Nicolas Poussin. En este sentido, era común aceptar la idea de la relación entre ambas como expresión de una misma poesía a través de dos herramientas diferentes, la palabra o el color y la línea. La escena está tomada de la mitología clásica. El dios Apolo, hijo de Júpiter, representaba la música y la adivinación, y era, asimismo, dios pastoral unido a la vegetación y la Naturaleza. Para vengarse de la muerte de su hijo Asclepio a manos de Júpiter, Apolo dio muerte a flechazos a los Cíclopes, forjadores del rayo. Júpiter, para castigarlo, ordenó que Apolo sirviese como esclavo al mortal Admeto, a quien sirvió como pastor. Sus ganados fueron robados por Mercurio (a la derecha con el gorro alado) aunque fueron recuperados en el monte Cileno. Sin embargo, como Mercurio había inventado la lira, Apolo quedó tan maravillado que le entregó los rebaños a cambio del instrumento, que pasó desde entonces a ser el atributo permanente del dios. Dado que el robo de ganado sucede antes de la aparición de la lira, Claudio de Lorena ha representado, de forma inusual pero correcta, al dios de la música cantando con el acompañamiento de un violín. Absorto en su música, no es consciente del robo de los bueyes por parte de Mercurio. A diferencia de otros paisajistas, como Poussin, Lorena prescinde de la perspectiva lineal y la sustituye por una sutil gradación cromática.
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Durante la estancia en Saint-Rémy, Van Gogh se sentirá especialmente atraído por el movimiento como se pone de manifiesto en las ondulantes líneas que organizan las composiciones, presentes en este trabajo que contemplamos. A través de ellas posiblemente trate de manifestar su estado interior, en unos momentos nada fáciles de su existencia, sufriendo varios ataques que le impedirán trabajar. Esas líneas vibrantes con las que aplica la pintura se contraponen con la verticalidad de los árboles, en cuyas copas vuelve a repetir los trazos ondulados, casi arremolinados. Una mujer pasea por el campo otorgando un aspecto ligeramente onírico a la composición. Los colores tienen una absoluta armonía, destacando el verde-amarillento y el azul, contrastando con los tonos oscuros que forman los troncos de los árboles. Al fondo contemplamos un casa pintada de manera infantil que relaciona a Vincent con la pintura de los niños, quizá porque él en el fondo fuera eso, un niño.