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Las casas de la ciudad prehistórica de Thera, en la isla de Santorini, estaban decoradas con pinturas murales que nos sirven para conocer la vida de los habitantes de la ciudad. Fundamentalmente se trata de escenas de la vida cotidiana en las que se percibe un estilo de vida en hombres y mujeres cretenses muy diferente al de sus contemporáneos orientales y egipcios. Aun cuando la pintura ha tomado de éstos ciertos convencionalismos, tales como dar un color claro a la piel femenina y un rojo oscuro a la de los hombres, o la representación de ciertos detalles del cuerpo y objetos de vestuario u otros, el tratamiento formal es distinto, mucho más flexible y vivaz. Los cuerpos no se hallan sometidos a las reglas que imponen los ejes de simetría o la biología; así, parecen no poseer un sólido esqueleto que les impida ciertos movimientos o articula sus frágiles cinturas de talle de avispa, por ejemplo.
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Mientras que las primeras imágenes infantiles están caracterizadas por la melancolía y el pesimismo -como puede apreciarse en el Niño espulgándose- las imágenes de la década de 1660 gozan de vitalidad y alegría de la manera que se muestra en estos Niños comiendo pastel, también denominados Niños comiendo de una tartera. La glotonería caracteriza buen parte de estas imágenes -véase Niños comiendo melón y uvas- realizadas al aire libre y bañadas por un elegante luminosidad que acentúa el aspecto atmosférico de la composición. Una vez más Murillo vuelve a destacar como pintor de gestos y actitudes, centrándose aquí en la alegría sonriente del pequeño que mira como su compañero se lleva el pastel a la boca, acción que también contempla el perrillo que les acompaña. El naturalismo que define toda la composición se manifiesta con mayor fuerza en el cesto de frutas y el pan que aparecen en primer plano, una muestra más de cómo los pequeños consiguen sus alimentos a pesar de sus ropajes raídos y sus pies descalzos. El seguro dibujo es superado por la rápida y vivaz pincelada, empleando unas tonalidades cálidas que refuerzan el aspecto jovial de la escena. La composición está organizada a través de diagonales paralelas que otorgan el aspecto barroco al conjunto.
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Este cartón formaba parte de la decoración del comedor de los Príncipes de Asturias en el Palacio de El Pardo acompañando a la Primavera y al Niño del carnero, aludiendo a la mencionada estación aunque las relaciones son difíciles de encontrar. Podría ser una alusión al signo zodiacal de Géminis que pone fin al periodo primaveral como apunta Janis Tomlinson mientras que el Niño del carnero sería una referencia al signo de Aries. Las figuras de los niños están iluminadas por la luz del atardecer, empleada a menudo por el artista en esta serie - a excepción de los cartones dedicados al invierno como la Nevada o los Pobres en la fuente -. La rápida ejecución hace que las pinceladas se aprecien a simple vista, obteniendo un conjunto en el que domina el efecto atmosférico, siguiendo a Velázquez.
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Murillo es uno de los mejores pintores de niños de la pintura española. Pero hay que hacer una clara diferenciación entre los niños de la calle, realizados con el mayor realismo posible, y los niños "divinos" como éstos de la escena que observamos, ejecutados con un elevado grado de idealización, aunque no por ello exentos de gracia y ternura. La intensa devoción existente en el Barroco por el Niño Jesús y San Juanito motivó un importante número de obras protagonizadas por ambos personajes. Murillo nos presenta a los niños a orillas del río Jordán, eligiendo el instante en el que el Niño Jesús ofrece la concha a su primo. En primer plano, un corderito - símbolo de Cristo - contempla la escena, mientras que la parte superior presenta un Rompimiento de Gloria con tres ángeles muy difuminados. La composición está inscrita en un triángulo, siendo la cabeza de Jesús el vértice superior. Los contrastes de luces y sombras son sorprendentes y otorgan una especie de bruma a la escena, bruma conocida como "efecto vaporoso" que caracterizará las últimas obras del pintor. La combinación de idealismo y realismo también es significativa; su pincelada se hace más suelta, aunque el colorido es similar, con predominio de gamas oscuras.
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Destinado a una sobrepuerta del dormitorio de los Príncipes de Asturias en el Palacio de El Pardo, Goya presentó este tapiz en enero de 1779, valorándolo en 1.000 reales de vellón. Como sus compañeros de la serie - la Acerolera o el Ciego de la guitarra - muestra un aire festivo y alegre que existiría en el ambiente de la corte madrileña, donde el gusto por lo popular alcanzaba hasta a la propia familia real, Carlos III incluido. El maestro nos presenta un asunto claramente infantil, en el que dos pequeños tocando instrumentos musicales hacen una especie de pasillo a otros dos que van montados en un carretón. Goya se siente preocupado por mostrar las expresiones de los rostros de los niños. Así, el crío del fondo tiene los carrillos hinchados al soplar la trompeta y el que vemos de perfil se afana por guiar unas riendas inexistentes. La composición se articula a través de planos paralelos que se alejan en profundidad, empleando un tronco para determinar la zona del fondo. El conocimiento de la obra de Velázquez hace que el aragonés introduzca una gama cromática cada vez más viva, aplicada con una pincelada suelta que apenas se interesa por los detalles. Los efectos lumínicos son muy interesantes, al emplear una luz fuerte y clara que resbala por los trajes de seda de los pequeños.