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Pocas son las escritoras que aparecen con nombre propio en las tradicionales clasificaciones de la literatura latinoamericana o hispanoamericana, o en las definiciones de movimientos, influencias, tendencias. Sin embargo y con mucha diferencia las letras han sido el primer espacio personal y después social de muchas mujeres en la Historia Contemporánea de América Latina. Por una razón - que cabe suponer- y es que ese espacio no es recibido ni definido ni entregado o reconocido por nadie sino que basta, sin simplificaciones, que cada una de ellas se lo haya concedido a sí misma. En el XIX aquellas primeras composiciones de adolescencia o juventud empezaron a tener un valor social en tertulias, veladas poéticas, Juegos Florales y Revistas Femeninas. Pero aún eran en parte una literatura de público definido, ya que a través de aquellos mecanismos se restringían en cierto modo los lectores, y la literatura o es universal o no es literatura. En todo caso, las destrezas poéticas y la lectura de las primeras letras femeninas formaban parte del bagaje cultural de las mujeres bien situadas, como el piano, el canto, el protocolo, el saber estar o los dechados. Las cubanas Juana Borrero, Brígida Agüero, Emilia Bernal, Adelaida Mármol, Luisa Molina, Dulce M? Borrero, Mercedes Matamoros, Mercedes Valdés; las peruanas Adriana Buendía, Manuela Villarán o Ángela Enríquez, del círculo de Juana Manuela Gorriti; Delmira Agustini uruguaya de la Generación de 1900 y la dominicana Amelia Francasi vivieron este momento literario. Algunas pioneras ya por entonces llegaron a los periódicos, como la periodista colombiana Soledad Acosta ,Domitila García, primera mujer cubana fundadora de un periódico y Ana Mora, nacida en Cuba también; M? Manuela Nieves, peruana, o Mariblanca Sabas en los primeros años del XX en Cuba. Otras tuvieron a lo largo del siglo una producción literaria definida, propia, que creó escuela y abrió espacio: Clorinda Matto de Turner, Juana Manuela Gorriti, Mercedes Cabello de Carbonero, Eduarda Mansilla, Carolina Freyre, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Pepita García Granados o Lola Larrosa. Las cosas empezaron a cambiar al final del XIX y principio del XX. Las primeras tituladas universitarias no sólo ejercieron su trabajo y publicaron estudios, artículos, monografías y libros científicos -como la mexicana Berta Gamboa o las cubanas Laura Mestre, María Luisa Milanés y Julia Martínez- sino que descubrieron otra posibilidad de dar poder, de universalizar su palabra: la prensa. Es el caso de M? Teresa Chávez, María Moreno, las cubanas Rosa Krüger, Luisa Pérez de Zambrano y su hermana Julia Pérez de Montes de Oca, Ofelia Rodríguez, Dolores María Ximeno y Nieves Xenes; la dominicana Virginia Elena Ortea o Rosario Puebla, argentina. No pocas de las escritoras latinoamericanas han iniciado su trayectoria literaria como articulistas ofreciendo sus apreciaciones sobre la realidad y/o también, en algunos casos, la ficción literaria -novelas por entregas- etc. Otras emprenden un trayecto diferente, la enseñanza directa en Escuelas y Colegios, luego tímidamente en la Universidad, y la formación de formadoras en las escuelas normalistas, que hacen compatibles con la literatura: Josefina de Cepeda en Cuba, Emma Gamboa en Costa Rica; Carolina Poncet en Cuba ya en los primeros años del XX. Otras mujeres de entre siglos emprendieron directamente la literatura, como Lucila Gamero, Carlota Garrido, Lastenia Larriva, Ercilia López de Blomberg y Teresa de la Parra. Trayectorias diferentes han sido las de Rosario Puente; Adela Zamudio o María Eugenia Vaz y su poesía metafísica. El siglo XX supondrá un gran cambio, gradual desde luego. La Poesía pasa de formar parte de las convenciones de cortesía burguesa del criollismo liberal decimonónico a ser el espacio de expresión de las "transgresoras" de ese orden. La ruptura vital con lo que algunas mujeres consideraron valores sociales impuestos, la tensión de estar en el punto de mira, el haber saltado la barrera de los papeles establecidos les lleva a la creación de un espacio personal, reclamando a veces -también desde la narrativa o la prensa- el espacio social para la mujer en el nuevo tejido de ciudadanía. Imbuidas por las aspiraciones sociales del Radicalismo -tendencia política imperante en América Latina entre 1900-1929- hacen de la escritura un arma. Un medio reivindicativo que a su vez dotan de autenticidad con el compromiso político o sindical activo. Por otra parte las nuevas ideas que llegan de Europa a través de la inmigración y de la Cultura van siendo asimiladas y reinventadas por el doble imaginario latino y femenino. Las Revistas y en general el concepto de escritura femenina pervive pero evolucionado. Y esto desde todos los niveles sociales. Un ejemplo de esta evolución personal y literaria se da en las venezolanas Enriqueta Arvelo y Ada Pérez de Guevara que va desde unos primeros versos provincianos y familiares a reconocidos libros de poemas ya en Caracas; Elysa Ayala, y Teresa Lamas, paraguayas; la pionera de la novela mexicana Refugio Barragán o su compatriota Enriqueta Camarillo; en Paraguay la también pintora Nathalia Bruel, en Argentina, César Duayen, Matilde Vélaz y Ada M? Elflein, las chilenas María Monvel e Inés Echeverría y la argentina Blanca C. Hume. Por su parte, Juana de Ibarbourou y Delmira Agustini, ambas uruguayas, representan la disolución o superación del modernismo. Luego les seguirán las vanguardistas a partir de los años 20: Luisa Israel argentina, como Norah Lange; Enriqueta Lebrero; la costarricense Carmen Lyra, Gabriela Mistral, Silvina Ocampo, o Alfonsina Storni. Conmocionados primero por el Crack del 29, después la Gran Depresión -con repercusión en todas las economías latinoamericanas- y después por la Segunda Guerra Mundial, una nueva etapa de pensamiento y praxis política se abre para los países latinoamericanos: el Populismo, que en la literatura de forma general va a significar la toma de conciencia de los escritores, la superación de la vanguardia por los problemas reales. En este marco surgen las cubanas María Álvarez Ríos, América Bobia, Lydia Cabrera, Mercedes Serafina Núñez, Lesbia Soravilla, Ciana Valdés, las hermanas María Villar Buceta y Aurora Villar Buceta, y Rosa Hilda Zell. En la intelectualidad del México post-revolucionario y priísta y luego prolongadas en el tiempo se iniciaron las trayectorias literarias de Pita Amor, Dolores Bolio, Amparo Dávila -secretaria de Alfonso Reyes- Sara García Iglesias, química y farmacéutica, Asunción Izquierdo, Elena Poniatowska, Concepción Sada o Blanca Lidia Trejo. En el Perú el Indigenismo de Mariátegui y el programa político de Raúl Haya de la Torre generan y se nutren de una intelectualidad combativa y expresiva: Rosa Arciniegas, Blanca Luz Brum -de compleja trayectoria- Magda Portal y Ángela Ramos. Otro círculo vinculado a este era el artístico de José Sabogal, marido de la escritora María Wiesse. En otros ámbitos peruanos hay que destacar a Carlota Carvallo, creadora del personaje Rutsí, y a Elvira Ordóñez. En Chile aparece la figura de Catalina Recavarren. Son los años de Lucila Palacios en Venezuela; de M? Luisa Bombal, María Calvente, Luisa Mercedes Levinson, Isaura Muguet periodista de origen español; la escritora de arte Blanca Stabile; el inicio de Alicia Steinberg y María Dhialma Tibesti en Argentina. En Bolivia surge Hilda Mundy periodista transgresora desde la Guerra del Chaco, y en Ecuador Mary Corylé. Las chilenas Marta Brunet, Blanca Santa Cruz, y la directora de El Peneca Elvira Santa Cruz, Elisa Serrano y Pepita Turina lanzan sus producciones literarias. Se consolidan no ya las "letras femeninas" sino la literatura profesional escrita por mujeres. Y este proceso se extiende en el tiempo pero llega a todas partes: en Paraguay destaca la figura de Dora Gómez Bueno y los comienzos de Concepción Leyes; en Uruguay Sara de Ibáñez, Josefina Lerena, y una incipiente Idea Vilariño; en El Salvador, Claudia Lars, poeta de rango y en Honduras Clementina Suárez. Gráfico De los años 50 a los 70-80 se producen en América latina cambios vertiginosos: dictaduras militares, revoluciones marxistas, intervencionismo norteamericano, inestabilidad social, crisis económicas... Son los años del compromiso: por el hecho de escribir y publicar un autor latinoamericano está "comprometido" social y políticamente. En esas décadas duras surge una corriente imparable de escritoras, no uniformes pero si unidas por inquietudes sociales, políticas y dispuestas en la mayoría de los casos a empujar la sociedad hacia la democratización que no se entiende sin los plenos logros de las mujeres. En México hay autoras de la talla de Inés Arredondo, Elvira Bermúdez, Rosario Castellanos, Guadalupe Dueñas también guionista, la catedrática Beatriz Espejo, Margo Glanz, Luisa Josefina Hernández, la cuentista Judith Martínez; M? Luisa Mendoza también conocida como la China, Magdalena Mondragón, María Luisa Ocampo, Aline Petterson, Margaret Sheed o la española Josefina Vicens. En Centroamérica algunas escritoras del momento son la salvadoreña Claribel Alegría, la nicaragüense Gioconda Belli, las costarricenses Carmen Naranjo, Eunice Odio y Julieta Pinto, las guatemaltecas Blanca Luz Molina y Leonor Paz, y en Panamá Gloria Guardia. En el Caribe coexisten dos realidades muy diferentes: las escritoras dominicanas Ana Virginia de Peña, Melba M? Marrero y Virginia Peppen tiene un panorama de signo distinto al de las cubanas. En Cuba, escriben Nora Badía, Omega Agüero, Aracely de Aguillilla, Dulcila Cañizares, Esther Costales, Mary Cruz, poeta y periodista vinculada al Castrismo Belkis Cuza como Esther Díez Llanillo, Iris Dávila que trabajó con el Che Guevara, Tania Díez, Alga Marina Elizagaray, Nersys Felipe escritora de cuentos, Georgina Herrera, María Elena Llana, Dulce M? Loynaz -vinculada a un movimiento definido como es la Poesía Pura, Thelvia Marín, Renée Méndez, Anisia Miranda, Nancy Morejón, Ana Núñez, Carilda Oliver; Gloria Parrado, Graciela Pogolotti, Nancy Robinson, la escritora infantil Teresita Rodríguez Baz, Mercedes Santos, Cleva Solís, Evora Tamayo, Yolanda Ulloa y Marta Vignier. En Venezuela son los años de Antonia Palacios; como en Colombia los de Albalucía Ángel, y Dora Castellanos, cuyas publicaciones van de 1948 en adelante. Respecto al Cono Sur, en el Uruguay de esos años surge Amanda Berenguer, poeta, miembro de la Generación del 45 o Marosa di Giorgio que publicó por entonces sus primeras obras, como Circe Maia, Zulma Núñez, periodista, Isabel Pisano, Teresa Porzekanski, Armonía Somers, y Lilian Stratta. En Chile, Mercedes Valdivieso. En Argentina Amelia Biagioni, Juana Bignozzi, M? Angélica Bosco, Silvina Bullrich, Alicia Dujovne, Luisa Futuransky -discípula de Borges-, Sara Gallardo, Griselda Gambaro también dramaturga, la escritora de ciencia ficción Angélica Gorodischer, Liliana Heker, Iris Estela Longo, la resistente Marta Lynch, Tununa Mercado, M? Esther de Miguel, Olga Orozco, Elvira Orphée, Araceli Otamendi, Alejandra Pizarnik, Mercedes Roffé, Reina Roffé, la poeta Matilde Sawnn, Elsa Taberning, Susana Thénon -miembro de la Generación de los 80- y M? Elena Walsh. Paraguay ha dado también muchas escritoras: María Luisa Artecona, Margot Ayala venida a la literatura desde la pintura, Amelia Barreto pedagoga y activista, Delfina Acosta, Mariela de Adler, la cuentista M? Luisa Bosio, un caso particular, de contable y poeta es el de Nilsa Casariego; Lourdes Espínola; la narradora italiana Noemí Ferrari, Miriam Gianni, Ester de Izaguirre, la argentina arraigada Pepa Kostianovsky, Nila López, Lucy Mendoça, Elly Mercado, Josefina Plá, Ida Talavera que escribe también en guaraní, Teresita Torcida y la pintora y docente Elsa Wiezell. En una difícil Bolivia, empezaron Yolanda Bedregal y en los 70 Elsa Dorado, crecida en los yacimientos mineros, María Virginia Estenssoro, Gaby Vallejo y Blanca Wiethüchter. Por último, en Ecuador las figuras más destacadas son Lupe Rumazo; Eugenia Viteri y Alicia Yáñez. La democratización se consolidó -salvo algunas situaciones especiales- a partir de los años 90, y con ella el ejercicio pleno y real de la ciudadanía. No obstante el carácter luchador de las escritoras latinoamericanas se había acuñado y no perdieron su carácter comprometido. Si desde el punto de vista político había mucho logrado, surgieron nuevos espacios de reivindicación, de expresión o de opinión: la fantasía transgresora, la poética de la corporeidad, la ideología de género, un nuevo realismo filosófico, la dialéctica de las mayorías, los valores de lo políticamente correcto, las cotas de poder femenino, el propio concepto de "latinidad", los imaginarios colectivos o la reinterpretación de lo indígena en clave multicultural, la regionalización latinoamericana en un mundo global, el diseño de todos los mundos posibles y el imparable avance de las nuevas tecnologías eran los nuevos contextos para la literatura. En este horizonte, es preciso señalar a la polifacética venezolana Laura Mercedes Antillano, las ecuatorianas Edna Iturralde y Fabiola Solís; las peruanas Carmen Ollé, Laura Riesco, Rocío Silva y las bolivianas Giovanna Rivero o Roxana Sélum. En Argentina Teresa Arijón, representante de la poesía post- dictadura, Diana Bellesi, Claudia Aboaf, Neira Bonnet, Teresa Caballero, la periodista Cristina Civale, Nisa Forti, Sylvia Iparraguirre, Tamara Kamenszain, Maybell Lebrón, Anahí Mallol, Delfina Muschietti, María Negroni, Gloria Pampillo, Mirta Rosemberg, Beatriz Sarlo y Mónica Sifrim, docentes de Literatura o Luisa Valenzuela. En Chile Marina Arrate, Alejandra Basualto -que además es editora- Carmen Berenguer, M? Eugenia Brito, compiladora de una antología de poesía femenina en Chile, Delia Domínguez, Diamela Eltit, Soledad Fariña, M? Cristina Fonseca, Lucía Guerra, Elvira Hernández, Tatiana Lobo, la bióloga Andrea Maturana, Ana M? del Río, Marcela Serrano y Malú Urriola. En Paraguay la viajera y residente en España Alicia Campos, Gladys Carmagnola, Ana Iris Chaves, Raquel Chaves, Angélica Delgado, la bilingüe español- guaraní Susy Delgado, M? Eugenia Garay, Milia Gayoso, Sara Karlik, Gladys Gloria Luna, Marta Meyer, Luisa Moreno, Gloria Muñoz, M? Carmen Paíva, Dirma Pardo, M? Elina Pereira, Lita Pérez Cáceres, Mabel Pedrozo, Amanda Pedrozo, Margarita M? Prieto, Elinor Puschkarevich, Susana Riquelme, Yula Riquelme, Raquel Saguier, Nidia Sanabria -educadora y dedicada especialmente a la literatura infantil- Sara Victoria Schraerer, Lucía Scosceria y Carmen Soler. Respecto a Centroamérica y el Caribe destacan la salvadoreña Jacinta Escudos; en Costa Rica Ana Istarú; en Nicaragua Christian Santos; dominicana es Ángela Hernández; y cubanas Daína Chaviano, que se dedica a la literatura fantástica o la exiliada -y crítica- Zoé Valdés. En México Carmen Boullosa -poeta, dramaturga y novelista- Coral Bracho, poeta y editora, Julieta Campos, Martha Cerdá, Laura Esquivel, Elena Garro, Bárbara Jacobs, de origen libanés; Silvia Molina, María Luisa Puga; Esther Seligson y Ana M? Shua. Por último, señalar una trayectoria común a toda América Latina: la de las Periodistas y profesionales de la comunicación -generalmente la prensa escrita- que hacen compatible o incluso abandonan la prensa por la literatura: algunos ejemplos de esta evolución son Verónica Basetti uruguaya en Paraguay Cristina Peri Rossi uruguaya en España; las mexicanas Leticia Herrera, Ángeles Mastretta y Cristina Pacheco; Dina Posada, salvadoreña y la argentina Magdalena Ruiz Guiñazú.
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El dominio de la lectura empujó a muchas mujeres a tomar parte en la creación de nuevas obras, siempre de manera no profesional en la inmensa mayoría de los casos, puesto que ni mucho menos todos los autores masculinos se podían permitir vivir de su puño y letra en la Edad Moderna. Dentro de los muy pocos casos que se conocieron de mujeres que escribieron para ganarse la vida, destacó María Rosa de Gálvez, una dramaturga que ingresó no pocas sumas de dinero por sus obras, las cuales gozaron de gran éxito en su época y fueron representadas en muchas ocasiones. También María de Zayas Sotomayor, novelista, cuyo género se basó en la novela corta italiana, de de estilo imaginativo, gran viveza imaginativa y corte erótico-sentimental En sus relatos son fundamentales los personajes femeninos, dotados de gran personalidad pasional. Agrupó todas sus narraciones en dos colecciones: "Novelas amorosas y ejemplares", publicada en 1637, y "Parte segunda del sarao y entretenimiento honestos", de 1647. (193) Más allá de estas dos mujeres, hasta el siglo XIX no se dieron las condiciones favorables de algunos países de Europa -Francia e Inglaterra principalmente- para que las escritoras alcanzaran su puesto en el mercado de la literatura y las publicaciones. Hay que recordar además, que muchas escritoras no llegaron a publicar su obra pero llevaron a cabo esa labor. Las razones fueron de diversa índole, puesto que hubo algunas cuyas letras no salieron a la luz por falta de financiación, otras condicionadas por la censura o por el miedo a lo que podía pensar su entorno más cercano. En algunos casos, como el de la poetisa del barroco María Egual, poetisa barroca, o María Francisca de Navia (1726- 1786) destruyeron antes de morir todos sus escritos, haciéndolos desaparecer para siempre. El resto de los que no se han estudiado aún, han sido condenados a la desaparición o descansan en archivos privados. Además, el fin único de la escritura femenina no era su publicación, puesto que muchas escribían para círculos concretos (familia, amigos, compañeras de convento u orden) o para la representación de sus obras en teatros privados, de la aristocracia o de la iglesia. Este es el caso de muchas autobiografías espirituales y otros escritos religiosos que no llegaron a la imprenta, así como de piezas teatrales como El Eugenio o La sabia indiscreta de M.? Lorenza de los Ríos o El aya de M.? Rita Barrenechea. De manera más habitual en el resto de Europa que en España, muchas de ellas eran partícipes del negocio librero como propietarias de imprentas o de librerías, más como herencia de maridos o padres dueños del negocio que como editoras en sí. Muchas mujeres no escribieron solamente libros, sino también cartas, ya fuesen de propio puño y letra o dictadas -algo muy común tanto en mujeres de clase baja analfabetas como en damas de alta cuna-. Gráfico No hay que olvidar, la importancia de la escritura "semiprivada", como la correspondencia o los consejos de carácter familiar, muchas veces manuscritos, cuya conservación, por su propia naturaleza, ha sido con frecuencia precaria, de modo que en muchas ocasiones han resultado destruidos con el tiempo e incluso se ha llegado a perder la noticia de su existencia. En general, su mayor producción fue escrita en hojas de papel, también alumbraron escritos autobiográficos de muchos tipos diferentes, como memorias, autobiografías -sobre todo de religiosas, cuyo modelo fijó Teresa de Jesús-.
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Junto al papel militar y de apoyo logístico y sanitario, muchas mujeres desarrollaron también un tipo de prestación muy necesaria: el espionaje. Hubo siempre mujeres, y de gran valía, que proporcionaron a los ejércitos un servicio incuestionable, el de conseguir y pasar información. Algunos casos de la Guerra de Flandes resultan de enorme interés: "Ese mismo día salieron algunas mujeres de Mons a espiar en nuestros cuarteles, y don Fadrique mandó les cortasen las faldas por encima de la rodilla, enviándolas a la villa de esta suerte, que es el castigo que la nación española da a las mujeres cuando se emplean en reconocer y espiar la gente de guerra." Gráfico Muchos más frecuentes, por más conocidos, fueron los casos de mujeres que trabajaron como espías en la Guerra de la Independencia. Algunas constituyeron una temible red de espionaje y subversión que socavó una y otra vez la organización del ejército francés. Con estas mujeres no había dato, por diminuto que fuera, que no llegara a las tropas, porque las damas, las niñas, las mujeres de la servidumbre entablaban amistades y hasta amores con oficiales, suboficiales y soldados que sucumbían ante los encantos de aquellas mujeres, aflojando la lengua y, a veces, hasta la voluntad.
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A lo largo de la historia de la guerra en la Época Moderna aparecieron muchas mujeres heroicas que han sido elevadas al status de grandes heroínas. El problema, ha escrito Carmen Saavedra, es que sus biografías se han encuadrado en los tópicos de la historia episódica y, por ello, poco creíbles. (72) La participación de mujeres en muchos de los conflictos que salpicaron la historia moderna es evidente. En épocas de revueltas, epidemias, motines, pero también en conflictos religiosos o políticos, la presencia femenina llegó en ocasiones a ser muy relevante. Las mujeres llegaron a desarrollar un modelo caracterizado por la actuación en masa, muy agresiva y hasta temeraria y con un importante papel como catalizadoras de la acción popular. Más que empuñar las armas se encargaron en muchos casos de envalentonar a los hombres con sus gritos de ánimo. (73) Efectivamente, la presencia de mujeres en la guerra ha sido importante no sólo por su contribución directa en la lucha, sino sobre todo, por el ánimo que insuflaban en su entorno y que, en ocasiones, fue apreciado hasta por el propio enemigo.(74) Un caso único fue el de María Pita que lideró la resistencia de los coruñeses el 4 de mayo de 1589 contra las tropas inglesas, que habían comenzado el asalto a la ciudad. (75) La tradición dice que dio muerte a un alférez inglés que iba en cabeza y con la bandera mientras gritaba "Quien tenga honra, que me siga" y que esto desmoralizó a la tropa inglesa, compuesta por 20.000 efectivos, y provocó su retirada. Una vez acabada la batalla, ayudó a recoger los cadáveres y a cuidar de los heridos. Junto con María Pita, otras mujeres de La Coruña ayudaron a defender la ciudad; está documentado el caso de Inés de Ben, que fue herida por dos balas inglesas en la batalla. También se movilizaron para ejercer labores complementarias, como el acarreo de materiales o el reavituallamiento de los combatientes. En la Guerra de Sucesión, las damas barcelonesas dieron ocasión para que numerosos textos recogieran su heroicidad durante el sitio de 1706 por las tropas borbónicas, pues prestaron auxilio a los hombres que defendían Montjuic: O nobles barcelonesas! O sempre invictas matronas! Eternament duraràn hazanyas tan portentosas.13 También en la Guerra de la Independencia hubo heroínas de renombre, el caso más conocido es el de la artillera Agustina de Aragón, y el de la gerundense María Farfá. Gráfico Es bien conocida la historia de Agustina de Aragón aquel 2 de julio de 1809 ante la defensa de la puerta conocida como del Portillo. Cuando los franceses penetraban por la brecha abierta y la pieza de artillería enmudecía por la muerte de los artilleros, Agustina, una de las mujeres que ayudaban a defender las improvisadas trincheras, llevando municiones, agua y alimentos al pie de los baluartes, se abrió paso sobre los caídos y comenzó a dirigir la pieza artillera animando a todos ellos con palabras como las que ella misma describe en un Memorial que tiempo después, hallándose en Sevilla, el 12 de agosto de 1810, dirigió al Rey: "...¡Animo Artilleros, que aquí hay mugeres cuando no podáis más!. No había pasado mucho rato quando cae de un balazo en el pecho el Cabo que mandaba a falta de otro Xefe, el qual se retiró por Muerto; y caen también de una granada, y abrasados de los cartuchos que voló casi todos los Artilleros, quedando por esta desgracia inutilizada la batería y espuesta a ser asaltada: con efecto, ya se acercaba una columna enemiga quando tomando la Exponente un botafuego pasa por entre muertos y heridos, descarga un cañón de a 24 con bala y metralla, aprovechada de tal suerte, que levantándose los pocos Artilleros de la sorpresa en que yacían a la vista de tan repentino azar, sostiene con ellos el fuego hasta que llega un refuerzo de otra batería, y obligan al enemigo a una vergonzosa y precipitada retirada. En este día de gloria mediante el parte del Comandante de la batería el Coronel que era de Granaderos de Palafox, la condecora el General con el título de Artillera y sueldo de seis reales diarios...". (76) Otro ejemplo de heroína en la Guerra de la Independencia fue el de María Farfá, quien durante el asedio a Gerona por el ejército francés destacó con enorme valentía. Ante el asalto francés a la ciudad, todos los hombres sanos se dirigieron a sus posiciones, mientras que las mujeres, niños y ancianos atrancaban puertas y ventanas. Como el marido de María Farfá estaba herido guardando cama en su casa, María cogió el fusil de su marido y dirigió sus pasos hacia el baluarte de San Francisco a combatir cuerpo a cuerpo. Los artilleros, desacostumbrados ante semejante visión, le increparon para que regresara a su casa a cuidar a su marido, a lo que contestó: "Cuando suena la alarma, éste (refiriéndose al fusil) es mi marido."
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Las mujeres de este círculo, famosas por sus conocimientos y por su erudición, fueron apodadas y conocidas entre sus contemporáneos como las Puellas doctae. Entre ellas destacó Beatriz Galindo, (¿1465?-1515) cuyos conocimientos y dominio del latín le valieron el sobrenombre de La Latina. Otras fueron Beatriz de Bobadilla (1440-1511), camarera mayor y consejera de Estado. Lucía de Medrano (1484-1515?), catedrática del siglo XVI; Beatriz de Silva y Meneses (1424-1491), fundadora de las religiosas concepcionistas; Catalina de Aragón (1485-1536), soberana renacentista para Inglaterra; María Pacheco, una de las pocas mujeres de la nobleza que empuñaron las armas y dirigieron un ejército (¿1495?-1531) Beatriz Galindo, nacida en Salamanca hacia 1475, tuvo la fortuna de pertenecer a una familia noble donde adquirió una esmerada educación que le proporcionó un extenso conocimiento de la cultura y lenguas clásicas. Gracias a su tío, conocedor de la afición que sentía por la lectura, recibió clases de latín, lengua que llegó a dominar, y de filosofía, que estudió con interés y profundidad. Demostró tal capacidad para todo lo relacionado con el saber que llegó a ser considerada una de las mujeres más sabias de su tiempo. Contó con el apoyo pleno de Isabel de Castilla, quien la escogió como su camarista. Bajo su magisterio, la reina aprendió latín y la convirtió, por sus cualidades intelectuales y sus virtudes, en su amiga y consejera hasta el final de su reinado. Beatriz contrajo matrimonio con Francisco Ramírez, secretario del Consejo Real de Fernando El Católico. Tras la muerte de la reina en 1504 y la de su marido en 1505, solicitó autorización para abandonar la corte establecida en Medina del Campo y dedicarse de pleno al estudio en Madrid. Un año después construyó un hospital en esa ciudad con el nombre de La Latina. También fundó casas religiosas para señoritas pobres y se encargó directamente de la dirección. (51) Gráfico Junto a sus actividades asistenciales, Beatriz Galindo desarrolló una gran creatividad literaria, pero nada se ha conservado de su obra ni de su producción epistolar. Se le han atribuido unas Notas y Comentarios sobre Aristóteles, Anotaciones sobre escritores clásicos antiguos y una serie de poesías en latín. Un ejemplo de su afición a la lectura y su amor a los libros fue su biblioteca personal, a la que hace mención en su testamento, disponiendo que "todos los libros de romance se repartan entre los dos monasterios, y los de latín a San Jerónimo". Beatriz dedicó su vida al estudio, la investigación, a la recuperación de las lenguas clásicas y de la cultura humanista, a las que, con un escogido círculo de intelectuales, intentó dar un nuevo impulso desde su academia de filosofía del convento de la Concepción Jerónima. Con sus fundaciones conventuales femeninas, proporcionó a otras mujeres un espacio donde pudieran dedicarse a la formación intelectual y al estudio, un espacio hacedor de cultura femenina. Así, gracias al ambiente erudito y culto de la corte de Isabel la Católica se imprimió un fuerte impulso a la educación femenina (52) y muchas otras mujeres se beneficiaron de esta coyuntura favorable. Entre otras, Juana de Contreras e Isabel de Vergara, quienes hicieron efectiva su presencia introduciéndose en las altas esferas intelectuales y en los círculos humanistas; gozaron por sus conocimientos de prestigio y fama entre sus colegas masculinos y contribuyeron, con su éxito y su esfuerzo, al desarrollo de la conciencia femenina. Mujeres cultas que vieron recompensada su dedicación cuando se les abrieron las puertas de la universidad, no sólo para adquirir conocimientos, sino para transmitirlos y ocupar un puesto dentro de la cultura, como fueron los casos de Francisca de Lebrija y Luisa de Medrano, profesoras en la Universidad de Alcalá y Salamanca respectivamente. (53) También fue llamada a la corte de Isabel la Católica, Teresa de Cartagena (1425-¿?) como autora de la obra la Arboleda de los enfermos, un tratado místico sobre los beneficios espirituales del sufrimiento físico titulado. Gracias a su madrina Juana de Mendoza, dama y camarera de Isabel I, la reina habiendo leído la obra de Teresa, quiso conocer a esta religiosa y escritora mística. Teresa había entrado en el monasterio franciscano de Santa Clara en Burgos alrededor del año 1440, sin que todavía se le hubiera manifestado la sordera. En 1449 fue trasladada al monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas, perteneciente a la orden del Císter. Su ingreso en este monasterio parece que se debió a una estrategia política familiar motivada por la hostilidad de las franciscanas hacia las monjas conversas. En el monasterio de las Huelgas se declaró la sordera de Teresa de Cartagena. Sus obras Arboleda de los enfermos y Admiraçión Operum Dey se deben, en buena medida, a que fue sordomuda a partir de 1453 o 1459. Cuando se enteró de que las autoridades de la época consideraban que La arboleda de los enfermos era de tal calidad que tenía por fuerza que ser obra de un hombre bajo pseudónimo femenino, Teresa de Cartagena se apresuró a escribir otro libro, esta vez en defensa del protagonismo literario de las mujeres, Admiraçión Operum Dei. Está considerada como la primera escritora mística en español y el último de sus libros ha sido estimado por algunos autores como el primer texto feminista escrito por una mujer española. Pero al mismo tiempo que florecía intelectualmente la corte castellana de Isabel la Católica, también en las otras cortes peninsulares destacaron varias mujeres cultas y humanistas, como Mencía de Mendoza, virreina de la corte valenciana.
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En contra de lo que comúnmente se puede pensar y según deja entrever la historiografía actual, la Edad Moderna tuvo como grandes figuras históricas a muchas mujeres lectoras y escritoras. Las limitaciones que siempre han caracterizado al estudio de las relaciones de estas damas con el mundo de las letras (188) . Siempre ha flotado en el ambiente de estudio de esta materia la idea de que la alfabetización de las damas era bastante inferior a la de los varones. Gráfico Dicha premisa no hacía sino otorgar apoyos a las formulaciones que dudaban de la capacidad intelectual de ellas, que poseía un límite de aprendizaje que era parejo a las funciones sociales que desempeñaban. Pero pese a estas ideas, la existencia durante toda la historia de mujeres escritoras y lectoras es innegable, en mayor o menor número de casos, aunque cierto es que con la invención de la imprenta, la relación entre mujeres y lectura experimentó un brutal crecimiento. Comenzó el papel "masivo" de ellas como consumidoras -y no únicamente eso, sino creadoras- de cultura escrita. A partir de este momento, lectoras y escritoras, pese a ser figuras minoritarias, llegaron a alcanzar una relevancia, proyección e importancias inéditas hasta ese momento para el resto de la sociedad del Antiguo Régimen. Paulatinamente, las lectoras fueron conformando un importante sector de público cada vez más solicitado por autores, críticos y editores, que vislumbraron en el horizonte editorial un recién descubierto público en exponencial crecimiento. Las escritoras pasaron de ser algo excepcional e incluso anecdótico hasta lograr mayor consideración sociocultural, proceso que se vio favorablemente acelerado por los avances de la educación y la expansión de la alfabetización a lo largo del Siglo de las Luces, un tiempo en el que la letra escrita ya había llegado a altos niveles de difusión. Este progreso no tiene que ser entendido únicamente como algo que dotó de algo más de libertad a las mujeres de la época, no hay que caer en la falacia de mujer leída, mujer más libre, puesto que el hecho de poseer un mayor acceso a la producción y lectura de escritos, aunque abrió nuevas posibilidades a estas mujeres de letras, también implicó nuevas o renovadas formas de constricción. Por esta razón, hay que tener en cuenta la profunda ambigüedad que los múltiples significados que el acceso a la lectura y la escritura tuvo para las mujeres. El término con el que se conocía en la época a las que se dedicaban a estas labores o tenían hobbies relacionados con los libros y textos era "literatas". Más lleno de matices negativos que de elogios, al atardecer de la modernidad, era un vocablo cargado de ambivalencia, en un tiempo en el que la relación de ellas con el saber era muy limitada socialmente. No eran llamadas "escritoras" o "lectoras". Aunque no sólo hubo féminas que escribían y otras que leían. Dentro del grupo de "mujeres de letras", existe un crisol de figuras femeninas con una profunda vinculación con el mundo de la palabra escrita, a través de la lectura, la escritura e incluso la conversación sobre temas literarios, además de la mera consecución de provecho económico o proyección personal y, cómo no, el mero amor a los libros. Y es que aunque la sociedad moderna vendiese a los cuatro vientos su intención de remediar la ignorancia femenina existente, en el siglo XVIII los límites del saber, considerados suficientes para la enseñanza femenina, se ampliaron de manera muy ligera. Las intelectuales eran vistas como una excepción que confirmaba la regla de la inferioridad femenina en los campos de sabiduría y ciencia. La gloria de la aceptación estaba reservada para unas pocas "mujeres ilustres", sabias en unos casos, también en muchos otros, niñas procedentes de familias pudientes y precozmente encumbradas, que exhibían sus conocimientos de discursos laudatorios delante de un público selecto o en actos solemnes, al estilo de M.? Rosario Cepeda y Mayo en Cádiz en 1768, Pascuala Caro, hija de los marqueses de la Romana, en Valencia en 1781 o M.? Isidra de Guzmán y La Cerda, hija de los marqueses de Montealegre, investida en 1785 doctora y catedrática honorífica de la Universidad de Alcalá. Estos acontecimientos estaban protagonizados por figuras singulares y particulares aisladas y no hacían sino enmascarar la desconfianza que se profesaba hacia las mujeres en el campo del saber. Estas excepciones permitían a las familias y a las autoridades alardear de su talante ilustrado y cultivado, pero como máscara de lo que detrás se escondía, como muestra la figura, tan habitual en la literatura de la modernidad, de la bachillera, una mujer pedante en clave de humor que mostraba la idea de que las jóvenes debían de ser formadas en todo para cumplir de mejor manera sus obligaciones como madres, educadoras, esposas y anfitrionas agradables, sin meterse a pelear intelectualmente con los varones en el mundo del conocimiento y el saber. Las mujeres lectoras constituían una pequeña minoría dentro de las ya pocas personas de la sociedad española que podían tener acceso a la lectura. Con el paso del tiempo esta minoría fue creciendo, pero sin grandes alardes. Hacia 1887, sólo un tercio de las mujeres de España sabían leer o escribir, frente al doble de hombres que lo hacían. Estas cifras no se igualaron hasta bien entrado el siglo XX. El aprendizaje de la lectura y el de la escritura no iban a la par, por lo que era frecuente una semialfabetización latente, es decir, que existían muchos casos de mujeres (en menor medida, también hombres) incapaces de escribir su nombre pero, sin embargo, sabían leer los libros y escritos que, en muchos casos, incluso poseían. Además, existían fuertes diferencias regionales y sociales en este aprendizaje. Sería de gran interés poder conocer el número de lectoras reales, aquellas que leían o hacían uso de la lectura con cierta asiduidad, pero es casi imposible precisar estos datos. Los numerosos testimonios que a partir del siglo XVI se refieren con extrañeza a la lectura como práctica habitual entre las mujeres (de manera particular entre las élites urbanas) y la representación más frecuente de las lectoras en la iconografía y la literatura, expresan la percepción de que se estaba produciendo un cambio, y que "las posibilidades de una cotidiana familiaridad femenina con lo escrito habían ido en aumento." (189) Una percepción que se agudizará en el siglo XVIII, al compás de la ampliación y diversificación de los escritos que circulan de forma impresa. (190) Lo que sí se sabe es que las mujeres de letras dejaron de ser una mera anécdota y pasaron a ser una realidad progresiva, gracias a la expansión de la palabra escrita por toda Europa Occidental, promovida por la comercialización de obras literarias, así como el auge de la prensa periódica a lo largo del siglo XVIII.