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Las figuras femeninas desnudas serán una delas temáticas favoritas de Renoir. No olvidemos que uno de sus maestros favoritos era Rubens, tomando al maestro flamenco como un claro referente en sus estudios de desnudos, aunque sus modelos sean más actuales. En este carboncillo podemos observar la facilidad para con el dibujo que siempre exhibirá el maestro francés, empleando la figura desnuda para reaccionar contra la pérdida de forma al que estaban abocados los pintores impresionistas, especialmente Monet. La firmeza y seguridad de los trazos enlazan con las obras de Ingres o de Degas, convirtiéndose Renoir en un maestro clásico.
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Fue Lipchitz uno de los artífices de la escultura cubista más afín a la imaginería del Bateau-Lavoir. La atracción que sintió por la plástica africana y arcaica le llevó una y otra vez a estudiar el arte primitivo de diversa procedencia. Paulatinamente su escultura se hizo más monumental y primitivista, a la vez que se adentraba en el universo estético del surrealismo.
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Cuando Courbet realice desnudos femeninos a partir de la década de 1860 se alejará totalmente de las visiones clásicas, protagonizadas por diosas, para mostrar a jóvenes de carne y hueso, en actitudes más o menos cotidianas, eliminando la idealización que hasta ahora conllevaba el desnudo femenino. Por eso los críticos de su tiempo rechazaron sus trabajos al contemplar en ellos una representación real, sin ningún tipo de tapujos. Evidentemente, esta temática no tiene el contenido social de los Picapedreros pero no deja de ser realista. La joven que aquí contemplamos se presenta desnuda, sin pudor, jugando con su perrillo, ante un paisaje. La luz resbala por su cuerpo y acentúa sus formas; el resto del escenario queda ensombrecido, recordando la pintura de Caravaggio por el que Courbet sentía profunda admiración. La figura está sensacionalmente dibujada y elimina la idealización al mostrar la planta sucia de su pie.
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En 1907 Renoir compra en Cagnes la finca llamada "Les Colettes" donde reconstruyó la casa para poder trabajar. Allí pintó un buen número de flores y desnudos como éste que contemplamos, en el que podemos observar la influencia de Tiziano y Velázquez, recordando a la Venus del espejo. Pero el tratamiento vibrante de la materia recuerda al impresionismo, al aplicar el color de manera fluida y rápida. Las tonalidades que destacan son los rojizos, color que Renoir gusta usar en sus últimos años, contrastando con la piel nacarada de la joven desnuda -posiblemente Gabrielle- y con el manto blanco. La figura está modelada gracias al exquisito dibujo que siempre exhibe el maestro, recordando las porcelanas en las que trabajó durante sus años mozos.
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Algunos especialistas han considerado que la violencia que se respira en los primeros trabajos de Cézanne vendría motivada por su dificultad en la relación con las mujeres, problema que se solucionaría en 1869 cuando conoció a Hortense Fiquet. Y precisamente serán figuras femeninas desnudas las que utilice en numerosas ocasiones en su afán para superar la pérdida de forma y volumen al que estaban abocados los impresionistas, más preocupados por la luz y la atmósfera. Así surgen un buen número de telas protagonizadas por bañistas que culminarán con las Grandes bañistas. Curiosamente, su buen amigo Renoir también empleará la temática femenina con similar objetivo. En este trabajo curioso trabajo el maestro de Aix nos muestra una naturaleza muerta en la zona de la izquierda y un desnudo en el centro de la composición, figura similar a una Leda que también se fecha en estos años. La mujer desnuda goza de total volumetría, resaltando su delicado cuerpo tendido cobre un diván, recibiendo un potente foco de luz que crea arbitrarias sombras, sombras que toman color al igual que hacían los impresionistas. Esta referencia al volumen se ve aumentada por la presencia de las frutas en la zona izquierda de la composición, utilizando el color como vehículo para alcanzar la forma, tanto en la figura femenina como en las peras. No en vano, el propio artista afirmaba que "la forma alcanza sólo su plenitud cuando el color posee su mayor riqueza".
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Ter Borch, al igual que sus compañeros de generación, pintó numerosas escenas de género, que se caracterizan por ofrecer imágenes cotidianas, incluso poco dignas, tratadas con la misma perfección y habilidad que si fueran cuadros religiosos. La luz entra por una ventanita y fluye despacio por toda la escena, dotando de presencia todo aquello que toca. El perfil de la matrona posee una expresión beatífica, suavizado por el tono amarillo de la luz. Absorta en su tarea, sostiene contra sus piernas a una niña de corta edad, que ha sido interrumpida en sus juegos (vemos una pelota en sus manos) y se somete con paciencia al ritual. La estancia queda en la penumbra aunque podemos adivinar la silueta de algunos cacharros en los estantes de la pared. El contraste entre luz y sombra es radical, uno de los rasgos de los caravaggistas del norte.
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Cuando Renoir comprendió que la pintura impresionista realizada por su amigo Monet y él mismo estaban desembocando en la paulatina desaparición de la forma decidió reaccionar, incorporando a sus trabajos unas altas dosis de dibujo e incluso cierto clasicismo. De esta manera se alejaba del movimiento para trabajar en un estilo más personal, en el que la figura femenina desnuda tendrá un importante papel. Una joven que sale del baño es la protagonista de la composición, dejando el entorno que la rodea totalmente esbozado y apreciándose las largas pinceladas sin dirección concreta. La postura de sus manos, tapándose sus partes íntimas, recuerda a las Venus romanas llamadas "púdicas". El cuerpo está perfectamente modelado gracias al dibujo y al color empleados, que crean sombras malvas en algunas zonas. Las tonalidades del fondo contrastan con la piel nacarada de la joven, en una sinfonía cromática de delicada belleza.