Desde su juventud, Renoir acudió con frecuencia al Louvre para contemplar las obras de los maestros clásicos que admiraba: Tiziano, Fragonard, Rubens, Boucher, Velázquez, ... En un primer momento se sintió atraído por los retratos ya que podía conseguir mayores ventas y superar la delicada situación económica que sufría. De esta manera se especializó en esta temática, convirtiéndose en uno de los especialistas de su tiempo. Todos sus retratos se caracterizarán por captar los gestos y la personalidad de la modelo, centrando su atención en los ojos y en la actitud de la mujer. En esta obra nos encontramos ante una atractiva dama anónima cuya mirada se dirige hacia la derecha, centrando la cabeza todo el espacio pictórico. El dibujo y el modelado del rostro indican la superación del estilo impresionista de años anteriores, aunque aún encontramos una pincelada rápida y abocetada al igual que una sensación atmosférica generalizada.
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Los realistas, con Courbet y Daumier a la cabeza, se interesaron especialmente por los asuntos de la vida cotidiana, representados con la grandeza de los grandes momentos históricos. Lo corriente y lo sencillo alcanzará la categoría de arte. Esta filosofía será continuada por los impresionistas que plasmarán con sus pinceles lo que se presenta ante sus ojos, descubriendo el valor de un instante, desde las fiestas del Moulin de la Galette a los palcos de la ópera o la intimidad de una mujer ataviada con un velo que aquí contemplamos. La figura femenina se sitúa en escorzo, recibiendo la iluminación desde la izquierda para resaltar el intimismo del momento. Esa potente luz resalta las tonalidades negras y grises de la capa y la transparencia del velo. Las pinceladas rápidas y empastadas son las habituales del estilo impresionista.
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Pocas son las imágenes de la serie de miniaturas en marfil que Goya realizó en Burdeos en las que encontramos referencias espaciales. Maja y majo sentados y esta mujer con vestidos inflados presentan alusiones a un desdibujado paisaje. La técnica empleada por el artista es más suelta en estas obras, aludiendo el propio Goya " que más se parecen a los pinceles de Velázquez que a los de Mens" (sic).
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Los artistas impresionistas sienten una especial atracción por situar a las figuras al aire libre, captando los diferentes efectos lumínicos y atmosféricos. De esta forma, Mary Cassatt enlaza con estos planteamientos al mostrarnos a una mujer cosiendo en un jardín, a la sombra de uno de los árboles. Las tonalidades blancas de su vestido se convierten en malvas al estar situada la figura en una zona ensombrecida. La parte trasera de la composición muestra la luminosidad del día, resurgiendo los tonos amarillos de la tierra. El color rojo de las flores que rodean a la mujer otorga una mayor alegría a la composición. La pincelada suelta aplicada por Mary Cassatt en la mayor parte del conjunto contrasta con el dibujismo del contorno de la figura, situándose de esta manera en la órbita de Degas, un pintor que nunca renunció a la forma, al contrario que Monet.
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Fortuny se interesó especialmente por los asuntos populares tanto durante su estancia marroquí con en Roma. Así surgen imágenes como Corriendo la pólvora, el Camellero o una amplia serie de figuras vestidas según su lugar de origen como el Trovador, Veneciano, Caballero florentino o esta mujer de Capri, realizada a la acuarela, técnica que el pintor aprendió en su juventud y en la que demostrará suficientes habilidades. A pesar de la dificultad, Fortuny muestra un sorprendente detallismo, aplicando rápidas y contundentes pinceladas con las que precisa la indumentaria o el rostro del personaje. La luz ocupa un papel importante en el conjunto ya que resalta los colores empleados, contrastando en este caso el rojo con el blanco, uno de sus juegos cromáticos favoritos. La figura se recorta ante un fondo neutro, apoyada en un pequeño muro, portando en su mano izquierda una pequeña cesta, incidiendo Fortuny en su afán detallista que le lleva a mostrar los pendientes o el collar de la dama.
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Gauguin sentía una profunda admiración por la mujer desnuda, siendo la protagonista de la mayor parte de sus escenas. La Olimpia de Manet era una de las obras modernas que más admiraba, sintiendo también atracción hacia la serie de bañistas que Degas pintó en pastel en la década de los 80. En este monotipo coloreado parece inspirarse en las jóvenes en el baño de Edgar, al presentar a la mujer de espaldas, con la luz impactando en su cuerpo. Pero Paul introduce el exótico paisaje al fondo, realizado con líneas onduladas siguiendo la estampa japonesa que tanto le atraía.