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El motivo de la estancia de Fortuny en Marruecos durante dos meses del año 1860 será recoger las hazañas de las tropas catalanas mandadas por el general Prim, paisano del artista. Este pequeño lienzo recoge a un importante militar español hasta ahora no identificado - aunque según la tradición familiar sería el general Juan Prim y Prats - que posa casi de cuerpo entero con su gorra en la mano derecha y la izquierda agarrando el sable, girando su cabeza hacia un lateral para reforzar su gesto castrense. La figura se recorta ante un fondo neutro, destacando la rápida pincelada empleada por Fortuny con la que consigue insinuar los detalles de las condecoraciones del uniforme. El dibujo se concentra en el rostro y en la volumetría del personaje mostrando la facilidad del maestro para este tipo de trabajos donde aúna boceto con minuciosidad, conceptos aparentemente enfrentados pero que Fortuny mezcla con una facilidad digna de elogio.
obra
La decoración del dormitorio de los Príncipes de Asturias en el Palacio de El Pardo generó bastante trabajo para Goya. Entre estas obras destaca El cacharrero o el Ciego de la guitarra. El Militar y la señora estaría destinado a decorar los lados de la cama de los Príncipes, junto a La acerolera. En ambas imágenes el autor muestra la vida madrileña, especialmente los flirteos entre los dos sexos. Aquí observamos a una maja acompañada de un elegante caballero dialogando con otra mujer que se sitúa en la zona superior. Tras ellos se colocan varios personajes en zonas de sombra. Las arquitecturas sirven para reforzar el volumen de las figuras y evitar que el espectador prolongue su visión hacia el exterior, centrándonos en las figuras. La luz vuelve a tener un papel protagonista al iluminar a los personajes principales, mientras que las rápidas pinceladas hacen vibrar el conjunto. Los vivos colores y la alegría de la composición hacen de esta obra una de las más interesantes del conjunto.
contexto
Aunque no cesó la llegada de artistas desde España, en los siglos XVII y XVIII fueron en su mayoría hombres que a su condición de artistas unieron la de militares o la de miembros de las distintas órdenes religiosas. Algunos de ellos habían nacido ya en las Indias. Franciscanos, agustinos, benedictinos, jesuitas..., todas las órdenes se sirvieron para construir y adornar sus casas de religiosos. Uno de los más célebres fue fray Andrés de San Miguel. Dadas las características de la demanda, muchas veces trabajaron para otras órdenes, aparte de la propia, además de en obras civiles: el benedictino Macario de San Juan trabajó en Salvador (Brasil) a mediados del siglo XVII tanto en el monasterio de San Benito como en el convento de Santa Teresa. Por las mismas fechas trabajaba en Quito el franciscano Antonio Rodríguez, pero no sólo para su orden, pues era consultado para otras obras en la ciudad, tanto religiosas como civiles. A fines del siglo XVIII el capuchino fray Domingo de Petrés hizo en Bogotá el observatorio astronómico, dio trazas para diversas iglesias y unos años después se ocupó de la construcción de la nueva catedral. Fue sobre todo la orden jesuita la que contó entre sus hermanos artistas con más hombres procedentes de otros lugares de Europa y no sólo España: el jesuita de origen flamenco Ph. Lemaire trabajó en la iglesia de la Compañía en Córdoba entre 1667-71, a cuyas obras se incorporó a comienzos del siglo XVIII el hermano Andrés Blanqui, responsable también de la iglesia de La Recoleta de Buenos Aires y de la -muy transformada- iglesia de San Telmo en la misma ciudad. Hubo también, cómo no, frailes pintores y escultores: el dominico fray Pedro Bedón trabajaba como pintor en Tunja y Bogotá a fines del siglo XVI y, en Brasil, los benedictinos fray Agustín de Jesús, fray Domingo de la Concepción da Silva y fray Agustín de la Piedad practicaron la escultura. El último citado incluso firmó algunas de las imágenes que realizó de la Virgen.La necesidad de poseer imágenes de las tierras descubiertas para conocer aquel nuevo mundo, llevó a emprender viaje desde la Península fundamentalmente a hombres con conocimientos de geometría, dibujo, matemáticas..., entre los cuales los más significativos fueron los ingenieros, capaces además de actuar para transformar el territorio con obras de infraestructura, fortificaciones, etc., pero también simples pintores, como el andaluz C. de Quesada, acompañaron a las primeras expediciones para pintar las nuevas tierras. Las expediciones del siglo XVIII, como la de Alejandro Malaspina, emplearon a pintores procedentes de la Península aunque su origen fuera en algunos casos italiano -Ravenet, Brambila- y a dibujantes mexicanos -J. Gutiérrez, F. Lindo-. Entre los españoles que participaron en esa expedición hubo uno, José del Pozo, que decidió quedarse en Lima abandonando a su familia en España, y llegó a ser pintor de fama muy solicitado por la rica y culta sociedad limeña. Las expediciones para fijar definitivamente las fronteras entre España y Portugal después del Tratado de Madrid de 1750 llevaron a aquellas tierras no sólo a científicos de la talla de Félix de Azara, sino también a artistas como el boloñés Landi, que había sido discípulo de Bibiena y había conocido las obras de reconstrucción de Lisboa por Pombal y que acabó siendo el responsable de la mayoría de los edificios representativos de la ciudad de Belem.Entre las primeras y las últimas expediciones, las obras de infraestructura y la construcción de edificios públicos estuvieron casi siempre en manos de los ingenieros militares. Su formación científica les convirtió además en los artífices de otras muchas obras que a veces incluso muestran en sus características arquitectónicas la procedencia profesional de sus autores. Se ha indicado por ejemplo que el aspecto de solidez y la desornamentación de la catedral de Mérida (Yucatán), acabada a fines del siglo XVI, puede deberse a que en ella trabajaron entre otros P. de Aulestia y J. M. de Agüero, que habían trabajado antes en las fortificaciones de La Habana. Para la catedral de esta última ciudad hizo tres proyectos (los modelos fueron la de Jaén, la de Valladolid y el Gesú) un hombre procedente de la ingeniería militar, Juan de la Torre, que había sido aparejador con Antonelli en la fortaleza del Morro. La tendencia a la desornamentación y a la funcionalidad en la arquitectura de los ingenieros se ha argumentado también para explicar la falta de éxito del Barroco en la Nueva Orleans del siglo XVIII.Por otra parte, se ha querido explicar la influencia centroeuropea en la arquitectura brasileña del siglo XVIII tanto por las relaciones de la corte portuguesa con la austriaca como por la llegada a aquellas tierras de militares austriacos. La labor de los ingenieros militares como arquitectos supo adaptarse en el caso de Brasil a la función que se esperaba de cada edificio y así, iglesias tan significativas de esa influencia centroeuropea como Nuestra Señora de la Gloria y S. Pedro de los Clérigos, en Río de Janeiro, fueron obra del ingeniero militar J. Cardoso Ramalho, pero también fueron construidos por ingenieros algunos palacios de gobierno que reflejan esa austeridad proporcionadamente bella que caracteriza muchas de sus obras. Los ingenieros fueron autores a lo largo de estos tres siglos de algunas de las más notables obras de arquitectura civil, aunque realizaran prioritariamente obras de fortificación o de cartografía. Es el caso de Miguel Costansó en Nueva España en el siglo XVIII, a cuya labor de cartógrafo unió obras tan importantes como el claustro del convento de La Encarnación o el proyecto de jardín botánico para esa ciudad.No todos fueron europeos de procedencia y frailes o militares de profesión. Hubo también criollos -ya hemos citado a alguno- y el mestizaje que caracteriza a la sociedad iberoamericana tuvo lógicamente su reflejo en los hombres que dedicaron su vida a la práctica de distintas artes. Desde los comienzos conocemos nombres de artistas indígenas, y la pervivencia de técnicas prehispánicas -por ejemplo las imágenes religiosas hechas con caña de maíz- son pequeños ejemplos de la presencia de naturales de aquellas tierras en lo que hoy llamaríamos el mundo del arte. En este sentido la labor del obispo Quiroga en la formación de los indios en distintas artesanías (carpinteros, torneros, entalladores, pintores, músicos...) debe ser reseñada. Asimismo fue famosa la escuela fundada en México por el franciscano fray Pedro de Gante para enseñar pintura a los indios y la de artes y oficios que fray Jodoco Ricke fundó en 1552 en Quito.Los indígenas, según han estudiado Mesa y Gisbert, fueron en general mejores escultores que pintores, pero en ambas artes se conocen nombres famosos, como Diego Quispe Huaillasaca, pintor y escultor en Potosí hasta 1600; el escultor Manuel Chili, llamado Caspicara, de la segunda mitad del XVIII; o el pintor indio de Cuzco Basilio de Santa Cruz, que tuvo como protector nada menos que al obispo Mollinedo. También M. Chacón Torres ha encontrado varios maestros indígenas entre los canteros de Potosí en el signo XVII, y en Quito se recordaba cómo el indio Jorge de la Cruz Mitima había aprendido a hacer casas de españoles. La iglesia de San Pedro en Cuzco fue realizada a fines de ese siglo por Juan Tomás Tuyrú Túpac y en la de San Sebastián, de la misma ciudad, el nombre del arquitecto aparece en una de las torres: Sahuaraura. Este orgullo por la propia obra por parte de los artistas tuvo a veces su reconocimiento en la sociedad, como muestra el que de Luis Niño -que fue pintor, escultor y orfebre en Potosí en el siglo XVIII- escribiera Diego Arzans que era "indio ladino, segundo Ceusis, Apeles o Timantes", utilizando términos de comparación reservados a los más grandes artistas desde el Renacimiento. En un mundo mestizo la excelencia pudo, por lo menos a veces y en determinados oficios, no estar sólo en el color de la piel. Un ejemplo de ello es el del mestizo Melchor Pérez de Holguín, el mejor pintor de Bolivia y que muestra todo su orgullo y el status alcanzado en sus autorretratos.Del deslumbramiento de los primeros colonizadores ante la extremada habilidad de los indios para las labores artísticas -"son de naturaleza flemática y de paciencia insigne, lo que hace que aprendan artes aun sumamente difíciles y no intentadas por los nuestros, y que sin ayuda de maestros imiten preciosa y exquisitamente cualquier" obra escribía Francisco Hernández en el siglo XVI- se llegó a la integración en el sistema de muchos de ellos, algunos de los cuales conocieron una fama extraordinaria después de haber vencido las limitaciones impuestas por las ordenanzas de los gremios: en México hubo pintores mestizos a pesar de la necesidad de limpieza de sangre que se establecía en las ordenanzas; en Potosí hubo indios plateros a pesar de habérseles prohibido tal arte por Real Cédula de 1527 y en Brasil, a pesar de las prohibiciones, a fines del XVII los plateros eran frecuentemente negros y mulatos.El Aleijadinho representa el progreso que pudieron conocer en Minas Gerais en el siglo XVIII los mulatos como él. Como dijo un escritor del siglo XVII, Brasil era "Inferno dos negros, Purgatório dos brancos e Paraíso dos mulatos". La enfermedad que padeció, probablemente un tipo de lepra, no le impidió seguir trabajando y tuvo una enorme fama en vida como arquitecto y escultor. Quizá estuvo, incluso, comprometido en la conjura de la Inconfidencia, resultado del descontento contra el dominio portugués gestado en Minas Gerais, y las estatuas de esos profetas terribles que hablan por medio de sus cartelas en el santuario del Bom Jesus de Matosinhos en Congonhas do Campo representen a los inconfidentes -según hipótesis de I. H. Brans Venturelli-, siendo Jonás la representación de Tiradentes (el líder, Joaquím José da Silva Xavier) y Amós el mismo Aleijadinho.
contexto
No fue la revolución china, sino el militarismo japonés el elemento determinante de la revuelta de Asia. La razón de las agresiones japonesas contra China de 1932 y 1937 no fue sólo la ambición territorial. Muchos de los oficiales del Ejército japonés estacionado en Kuantung -que fueron quienes, a espaldas de Tokyo, provocaron los incidentes que llevaron a la ocupación de Manchuria y a la guerra- pertenecían a los sectores más ultranacionalistas del Ejército: creían fanáticamente en el destino de Japón como líder militar e ideológico de la rebelión antioccidental de Asia. El mismo gobierno títere que Japón impuso en Nankín en 1940 bajo la presidencia de Wang Jingwei- respondió en parte a esa visión. Wan Jingwei (1883-1944) fue uno de los héroes de la revolución de 1911, amigo y colaborador próximo de Sun Yat-sen y líder de la izquierda del Guomindang, y había ocupado altos cargos en el régimen de Chiang Kai-shek. Su régimen tuvo el apoyo de muchos chinos de ideología panasiática y antioccidental. El militarismo ultranacionalista japonés era ya una realidad, como vimos, antes incluso de la I Guerra Mundial. Esta reforzó sensiblemente las posiciones internacionales de Japón. Como resultado, Japón aumentó sus derechos en Manchuria del sur, se hizo con algunas de las concesiones alemanas en China y en 1920, se adueñó, como mandatos de la Sociedad de Naciones, de las islas Carolinas, Marshall y Marianas, antes alemanas. La industrialización japonesa recibió, además, un nuevo y considerable impulso. La sustitución de importaciones, impulsada por el colapso del tráfico mundial, favoreció la producción nacional. La disminución de la actividad comercial europea le permitió capturar gran parte de los mercados asiáticos. La expansión comercial japonesa fue espectacular; su marina mercante, por ejemplo, duplicó su tonelaje. Pero la guerra mundial alteró también de forma notable la estructura de la sociedad japonesa. Por lo menos, generó un nivel de diversificación de la misma muy superior a la hasta entonces conocida. Provocó un aumento notable de la población -estimado en un 6 por 100- y un gran crecimiento de la población industrial y urbana. Cuando al normalizarse la situación económica en 1919 terminó la prosperidad de los años de guerra- que había ido acompañada de un fuerte proceso inflacionista-, el malestar social, las huelgas industriales, la agitación rural (todo ello canalizado por el Partido Socialista, creado en 1901, pero también por organizaciones anarcosindicalistas y comunistas creadas en la posguerra), adquirieron considerable amplitud y dieron lugar en los años 1919-1923 a graves y violentos disturbios. El terrible terremoto que Tokyo sufrió el 1 de septiembre de 1923, que produjo unos 200.000 muertos, vino a polarizar de forma dramática la situación social. La tensión y el horror se canalizaron en actitudes xenofóbicas brutales contra inmigrantes coreanos y chinos; el gobierno desencadenó una dura represión contra todas las organizaciones de izquierda ante la situación de subversión que, en su opinión, se había creado. La estructura de la política pareció también modificarse radicalmente. Los años de la posguerra vieron la irrupción de las masas en la vida política. Significativamente, en septiembre de 1918 llegó al poder Hara Takashi, un hombre de negocios, líder desde 1914 del Seiyukai, el partido liberal, primer plebeyo en llegar a la jefatura del gobierno en toda la historia del Japón. La política japonesa de los años veinte y principios de los treinta giró en torno a los partidos Seiyukai y Kenseikai (el partido conservador dirigido hasta 1926 por Kato Takaaki), que luego se reorganizó como el Minseito, y se asimiló razonablemente a los sistemas parlamentarios de los países occidentales. Hara, por ejemplo, amplió considerablemente el electorado. El gobierno que Kato presidió entre 1924 y 1926 introdujo el sufragio universal masculino (marzo de 1925), intentó reducir la influencia del Ejército, impulsó una política de conciliación hacia China y disminuyó el poder de la Cámara Alta: fue en buena medida un gobierno democrático. El gobierno de Hamaguchi Yuko de 1929 a 1930 logró superar la grave crisis provocada por el asesinato por militares japoneses del gobernador de la Manchuria china, Chang Tsolin, introdujo importantes recortes en los gastos militares y firmó el Tratado de Londres (22 de abril de 1930) que limitaba la fuerza naval de Japón. Liberalismo, civilismo y parlamentarismo, que tuvieron su teorizador en el catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Tokyo, Minobe Tatsukichi, habían hecho, por tanto, progresos notables en Japón. El último gran representante de los genró, el príncipe Saionji, que vivió hasta 1940 y murió con 91 años, asesoró siempre al Emperador (desde 1926, Hiro-Hito) a favor de soluciones liberales y parlamentarias. Pero otras fuerzas colectivas habían tomado parecida o superior vigencia social. Los partidos políticos habían ganado poder, pero sus conexiones con los intereses de las grandes corporaciones o zaibatsu (del Seiyukai con Mitsui, y del Kensekai y del Minseito con Mitsubishi) desprestigió la política a los ojos de muchos sectores de la opinión. La Ley de Preservación de la Paz, aprobada en 1925, dirigida claramente contra la izquierda socialista y comunista, limitó el alcance democrático que tuvo la extensión del sufragio. Hara fue asesinado en 1921 por un fanático ultraderechista; Hamaguchi sufrió un gravísimo atentado en noviembre de 1930 del que murió un año después. Los mismos éxitos militares que Japón había logrado durante la guerra mundial reforzaron el espíritu nacionalista de los militares. El Ejército, seducido por la idea de la misión asiática de Japón, aparecía radicalmente divorciado del poder civil y veía con creciente hostilidad la política internacional de distensión seguida por los distintos gobiernos de los años veinte (que culminó en la etapa 1924-27 en la que el barón Shidehara ocupó la cartera de Exteriores). Muchos oficiales jóvenes se dejaron ganar por las ideas del agitador y fanático ultranacionalista Kita Ikki (1883-1937), expuestas en su libro La reconstrucción de Japón, en el que abogaba por la construcción de un imperio japonés revolucionario, militar y nacionalsocialista mediante la fuerza, en el que el poder de los partidos políticos y de los grandes consorcios financieros e industriales sería "restaurado" al Emperador, como encarnación sagrada del Japón. Ya en 1927 se supo que unos doscientos oficiales ultranacionalistas habían formado una sociedad secreta y que planeaban un golpe militar. El "incidente de Mukden" - la explosión en septiembre de 1931, en aquella localidad, de un ferrocarril con tropas japonesas, que desencadenó la ocupación de Manchuria- reveló la profunda extensión que la reacción militarista e imperialista había alcanzado en el Ejército. La ocupación de Manchuria fue una decisión unilateral del Ejército de Kuantung. Las órdenes del gobierno, presidido por Wakatsuki Reijiro, del Kenseikai, que supo tarde y mal lo que se tramaba y que quiso detener la intervención militar, fueron ignoradas. Su sucesor, Inukai Tsuyoshi, que, no obstante aceptar el "fait accompli" militar, aspiraba a controlar al Ejército e incluso a detener las operaciones de guerra, fue asesinado por jóvenes ultranacionalistas el 15 de mayo de 1932. Su muerte marcó el fin del gobierno de partidos. En adelante, el Emperador nombró gobiernos presididos por personas de su confianza, hombres como el conde Saito, el almirante Okada, el diplomático Hirota, el general Hayashi, el príncipe Konoye, que no procedían de los partidos políticos, y que parecían tener suficientes autoridad y prestigio ante el Ejército y la Marina como para canalizar desde arriba las ambiciones del militarismo. De esa forma, Japón se vio arrastrado hacia una política exterior cada vez más condicionada por las exigencias de la guerra y de la expansión territorial en el continente, lo que además favoreció positivamente la rápida y notable recuperación económica que el país experimentó desde 1932, tras tres años de profunda recesión, consecuencia de la crisis mundial de 1929. Al tiempo, el país quedó gobernado por gobiernos débiles y no parlamentarios, en una situación pública progresivamente deteriorada por la violencia militar y por las luchas faccionales por el poder que surgieron en el interior del propio Ejército. El episodio más grave tuvo lugar el 20 de febrero de 1936. Al día siguiente de las elecciones generales en las que el partido constitucional Minseito resultó ganador, unos 1.500 jóvenes oficiales de la guarnición de Tokyo, identificados con el Kodo-ha (o Escuela de la Vía Imperial), una de las facciones ultranacionalistas del Ejército liderada por los generales Haraki y Mazaki, intentaron un golpe de Estado, asesinando a los ex-jefes del gobierno Sato y Takahashi y a otras conocidas figuras de la vida pública. El "putsch" no prosperó por la firme actitud del Emperador: diecisiete rebeldes -y con ellos Kita Ikki, implicado en la trama- fueron ejecutados. Pero significativamente, el fracaso del "putsch" no sirvió sino para el reforzamiento del propio Ejército como institución y de la facción Tosei-ha (o Escuela del Control), integrada por militares igualmente nacionalistas y decididamente favorables a la guerra con China, como los generales Nagata, Hayasi, Terauchi y Tojo. Aunque en las elecciones de abril de 1937 se produjo una nueva afirmación de los partidos Minseito y Seiyukai, el Emperador encargó el 3 de junio la formación de gobierno al príncipe Konoye, un hombre joven y respetado, de educación liberal y no militarista. Era inútil: el gobierno Konoye se vio arrastrado en tan sólo un mes a la guerra con China por los incidentes que el 7 de julio se produjeron en las afueras de Pekín entre tropas chinas y tropas japonesas del Ejército de Kuantung que merodeaban contra todo derecho por la zona. La guerra chino-japonesa, que se diluyó y prolongó en la II Guerra Mundial, fue una catástrofe en términos humanos y materiales para ambos países. Políticamente, para China el resultado último fue el triunfo comunista de 1949. Para Japón, supuso el principio de su locura imperialista en pos de la creación de un Nuevo Orden en Asia. En 1940 invadió Indochina. Luego, tras destruir en diciembre de 1941 la flota norteamericana del Pacífico, en 1942 ocupó Birmania, Malasia, Singapur, Filipinas, Indonesia y otras islas del Pacífico, "liberando" del poder occidental a unos 450 millones de asiáticos. China perdió entre 3 y 13 millones de personas entre 1937 y 1949; Japón, millón y medio. En su obra maestra, la novela corta El corazón de las tinieblas (1902), el escritor Joseph Conrad había escrito una historia que, cualquiera que fuese su intención, parecía una metáfora de la expansión colonial europea: como descubre Marlow, el protagonista de la narración, al penetrar en África los europeos descubren el horror de su propia ambición, encarnado en la locura de Kurtz, el capitán de navío perdido en el interior del Congo. La reacción anticolonial y antioccidental de los pueblos africanos y asiáticos produjo a su vez sus propios horrores. El Shah Reza Pahlevi y el mufti, y líder, palestino al-Husseini favorecieron a, o colaboraron con, la Alemania de Hitler. China quedó asolada por el nacionalismo, la revolución, la guerra civil y las agresiones japonesas. Japón, el país que encabezó la revuelta de Asia, derivó hacia una forma de fascismo militar desde arriba: en diciembre de 1936, se adhirió al Eje Berlín-Roma. El sueño de Gandhi, una India libre y armónica guiada por el principio de la no violencia e inspirada en las virtudes sencillas de la vida de aldea y en la verdad profunda de su espiritualidad, terminó en la violentísima partición del subcontinente en dos Estados divididos por criterios religiosos y étnicos (India y Pakistán), proceso en el que pudieron perder la vida, por unas razones u otras, unas 200.000 personas. Gandhi mismo fue asesinado por un extremista hindú, Nathuram Godse, en Delhi, el 30 de enero de 1948.
Personaje
Literato
Se formó siguiendo los postulados del utilitarismo. Jeremy Bentham y Comte fueron las dos figuras que mayor influencia ejercieron sobre su pensamiento. Sus teorías se basaban en la creación de una doctrina que se encargara del estudio de los comportamientos del hombre. En su ópera prima "Sistema de lógica" ya denunciaba la teoría del silogismo como el principal impedimento para profundizar en la esencia de los hombres. Mill propuso la psicología para alcanzar el conocimiento humano. Otra de sus obras más importantes fue "Disertaciones y discursos". Su pensamiento político se caracterizó por apoyar a los liberales moderados. En materia económica hizo un compendio de los autores clásicos en su libro "Principios de la economía". También planteó el derecho a voto femenino en su obra "The subjection of Women".
Personaje
Pintor
Sir John Everett Millais fue un niño prodigio ya que a los once años se matriculó en la Escuela de la Real Academia de Bellas Artes de Londres. En 1848 creó junto a Rossetti y Hunt la Hermandad Prerrafaelita trabajando en este estilo admirador de los primitivos italianos del Quattrocento, mostrando un marcado interés por renovar el arte inglés encorsetado en la temática de paisajes y en el retrato. Su Ofelia se considera una de las obras maestras del movimiento. Sin embargo, al transcurrir el tiempo Millais se ancló en el academicismo, renegando incluso de sus compañeros, llegando a ser académico y ennoblecido con el título de "Baronet".