Será Otto Venius quien inculque a su discípulo Rubens la necesidad imperiosa de realizar un viaje a Italia para continuar con su aprendizaje y admirar las maravillas pictóricas que se exhiben en esa península. Durante dos años Rubens trabajó de manera independiente, al superar en 1598 el examen para ser maestro y en 1600 realizar su viaje a Italia. Poseemos pocos datos de su llegada pero sabemos que durante el verano de 1600 está en la Corte de Vicenzo Gonzaga, el duque de Mantua, quien se convertirá en su primer mecenas y cliente. A Rubens le acompaña otro pintor flamenco, Pourbus el Mozo, dedicándose posiblemente Pourbus a los retratos y Rubens a copiar cuadros importantes con los que Vincenzo quería decorar su palacio. Recién llegado a Italia, Peter Paul se convierte en pintor oficial de uno de los personajes más reputados de su tiempo.Esta obra que contemplamos fue realizada hacia 1600, al poco de llegar a Italia. A diferencia del Adán y Eva realizado años antes, incorpora mayor movimiento en el asunto, colocando algunos personajes de espaldas para demostrar su dominio de la anatomía humana. Los desnudos y las transparencias caracterizarán la obra de Rubens, como ya podemos apreciar en esta escena en la que Paris aparece de espaldas al espectador, entregando la manzana a Venus, que avanza. Atenea mira al joven juez tras la vencedora, mientras Juno, de espaldas, parece abandonar el lugar. Unos amorcillos coronan a Venus mientras diversos faunos y dioses contemplan la escena que dará lugar a la guerra de Troya. El fondo de paisaje está inspirado en la pintura renacentista italiana al igual que las figuras, la iluminación empleada y el colorido. La fuerte personalidad de Rubens se irá poniendo paulatinamente de manifiesto, asimilando en estos momentos lo mejor de los artistas que contempla para crear un estilo propio como se aprecia en la amplia serie de obras con esta temática pintadas durante su vida.
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El Juicio de Salomón se encuentra ubicado en la XII bovedilla de las Logias Vaticanas cuya decoración pictórica diseñó Rafael y ejecutaron sus ayudantes, considerando los críticos que fue Perin del Vaga el pintor de esta bovedilla. La narración dramática está perfectamente conseguida manifestando un acertado ritmo gracias a las gesticulantes figuras, situándose en el centro el justo Salomón. El Bautismo de Cristo y la Creación de los animales son sus compañeras.
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Uno de los casos más desafortunados de la escuela barroca madrileña es el de Mateo Cerezo, muerto a los 29 años cuando tenía por delante una prometedora carrera. Formado en la escuela de Carreño, seguirá las órdenes de su maestro a la perfección, asimilando el estilo de Van Dyck y Tiziano que tanto admiraba Carreño. Estas influencias se aprecian claramente en este bello lienzo, poniendo Cerezo de manifiesto sus excelentes dotes como pintor. La temática del juicio de un alma tiene sus orígenes en el teatro religioso popular, encontrándose pinturas del siglo XV con este asunto. Sin embargo, Cerezo ha incorporado novedades respecto a la iconografía tradicional al emplear las dos santos intercediendo por el joven. Así, en la zona superior, encontramos la figura sedente de Cristo juez, con el torso desnudo, la bola del mundo sobre su pierna izquierda y el brazo derecho alzado. Junto a Jesús contemplamos a la Virgen María, vistiendo manto blanco y túnica marrón, como el hábito del Carmelo. En la zona inferior se halla el alma cristiana representada como un joven semidesnudo que eleva su mirada hacia Dios y se lleva los brazos al pecho en actitud suplicante. A su derecha se sitúa santo Domingo de Guzmán - portando en su mano el rosario que le entregó María - y a su izquierda apreciamos a san Francisco de Asís - mostrando un pan -; ambos visten el hábito correspondiente a su respectiva orden. Cerezo envuelve en nubes todos los personajes y crea una composición organizada a través de dos planos enlazados por líneas diagonales. Su estilo es rápido y vaporoso, empleando colores cálidos - azul, rojo, naranja - junto a las tonalidades oscuras tan habituales en el barroco, resultando una obra de gran atractivo. Los rostros de los personajes no carecen de expresión, otorgando incluso cierta teatralidad al conjunto.
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Esta obra de Stefan Lochner, era la tabla central de un altar realizado para la iglesia parroquial de San Lorenzo en Colonia. Aparece la figura de Cristo sentado sobre un arco iris y flanqueado por las figuras de San Juan y la Virgen arrodillados. En la parte inferior y una escala mucho menos, se representa la lucha entre ángeles y demonios para separar las almas de los condenados de las de los admitidos en el paraíso.
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Fra Angelico siguió el referente del Juicio Universal de la iglesia de Santa María degli Angeli en esta representación de su última obra, el Armario de la plata. Aunque la composición es la nota más acusada, aquí no se consigue la gran sensación espacial que en aquél. La obra tiene su eje estructural en el Dios del Juicio que figura en el ámbito celeste, en la parte superior. Jesucristo, cuya mandorla mística está muy decorada en sus bordes y le confiere fuerte luminosidad, está flanqueado por dos grupos de santos: al frente del de la izquierda se sitúa María, cuya túnica está ejemplarmente compuesta en sus pliegues, de tonalidad blanca muy matizada; a la derecha, San Juan Bautista. Ambos parecen un tanto distanciados de sus grupos, ejemplificando Fra Angelico de esta forma su carácter de máximos intercesores de Dios. Abajo, en la parte terrenal, un camino, menos pronunciado que el de Santa María de los Ángeles, del que salen hombres de las tumbas, determina la separación entre los bienaventurados y los condenados. Mientras que la zona de la izquierda es de gran armonía y colorido muy variado, en la derecha predomina la fuerte sensación de dinamismo y movimientos confusos de las figuras amalgamadas. Un detalle superfluo, en el centro del camposanto, enfatiza la narratividad del suceso: un ángel, tirándole del brazo, lleva a un hombre al infierno. El personaje se identifica claramente como un condenado por sus ropas harapientas y sus tonalidades marrón oscuro.
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Giotto fue llamado por el rico paduano Enrico Scrovegni para la decoración de la iglesia que se hizo construir para gloria de su alma. Entre 1302 y 1305, el maestro italiano completó un ciclo decorativo donde pone de manifiesto sus concepciones nuevas, que cambiarían el destino y la evolución de todo el arte occidental. En el muro Oeste de la capilla, Giotto representó este Juicio Final, donde destaca la disposición de las figuras y la creación espacial a partir de la figura dominante del Cristo-Juez. Las formas monumentales del Dios del Juicio, sentado en su trono de nubes, están rodeadas de una mandorla de fondo dorado, cuyo espacio está limitado por los colores resplandecientes del arcoiris. A ambos lados de Dios se sitúan dos alas con los doce apóstoles, también sentados en sus tronos, dispuestos en semicírculo, sobre las líneas espaciales en curva que crea un pedestal marmóreo. La disposición de este elemento separa el ámbito celeste, arriba, de la zona terrenal, donde se ejemplifican dos espacios muy contrastados para bienaventurados y condenados. Los ángeles músicos que rodean la mandorla de Cristo tienen su continuación con dos séquitos de ángeles que asisten al Último día. Su posicionamiento en diagonal lleva directamente al Jesús-Juez del centro. Las formas de los ángeles son muy elegantes y estilizadas. Más arriba, entre la ventana real del edificio, dos ángeles guardianes enrollan el cielo y dejan ver tras de sí las doradas puertas de la Jerusalem prometida, en un efecto de trampantojo absolutamente asombroso. En la zona terrenal, destaca la presentación del comitente de la obra, Enrico Strovegni, al lado izquierdo de la cruz, que ofrece su iglesia a las tres Marías. Lo asiste un clérigo, que lleva el peso de la edificación. Sorprende de nuevo el artista con el efecto ilusionista de las faldas de su túnica, que sobrepasa los límites del arco figurado de la puerta de abajo. Mientras que la luminosidad y los colores claros son los predominantes en la zona tranquila de los bienaventurados, las caracterizaciones de terror, desesperación y miedo, junto con los colores de gama mucho más apagada y los efectos de sombra, son las predominantes de la parte de los condenados. Basándose en la visión del Último día de San Juan Evangelista y simulando las alusiones más determinantes del "Infierno" de Dante, Giotto ha dejado para la posteridad una imagen ejemplar y de gran repercusión desde el Renacimiento en adelante, cuando lo único que pretendía el avaro Scrovegni era la salvación de su alma y la de su padre, el Reginaldo que Alighieri sitúa en el infierno de la "Divina comedia".
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Esta pintura es un fragmento de una obra mayor desconocida. Igualmente se ignora si fue El Bosco su autor, o se trata de la obra de un seguidor fiel de su estilo. Las dudas vienen de la ausencia de documentos que avalen la procedencia de la obra, así como de ciertas variaciones respecto del estilo del pintor neerlandés: la ausencia de relación entre los demonios, que pese a encontrarse en el caos, suelen disfrutar de un orden íntimo y rítmico, como en los Infiernos del Jardín de las Delicias o del Tríptico del Juicio Final. Así mismo, en esta obra, predomina la curva, la sinuosidad, el trazo caligráfico y el deleite estético sobre la admonición moralista que subyace bajo las interpretaciones del Infierno habituales en El Bosco. Expuestas estas dudas, tan sólo resta decir que se trata sin duda de una obra magnífica en la que resulta un auténtico placer perder la mirada para disfrutar de sus pequeños detalles.
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En 1818 Cornelius recibió el encargo de realizar un ciclo de frescos para dos salas de recepción, sólo parcialmente destinadas a exposición, de la Gliptoteca de Munich, que construía Klenze y que acogería la colección de escultura antigua. Es uno de los diversos trabajos que desarrolló Cornelius en edificios historicistas de Munich. Los ideales públicos burgueses encuentran esta forma de sublimación.
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Parece bastante acertado considerar que el encargo del Juicio Final se gesta a mediados del año 1533 cuando Clemente VII encarga a Miguel Ángel la ejecución de dos frescos en las paredes frontales de la Capilla Sixtina representando el Juicio, en la pared de la capilla donde se encuentra el altar, y la Resurrección, en la pared de enfrente. El fallecimiento de Clemente VII en septiembre de 1534 provocaría un ligero abandono del proyecto, que sería recuperado por su sucesor, Paulo III. El 16 de abril de 1535 se empezó a levantar el andamiaje y en enero de 1537 se iniciaba la decoración pictórica, siendo descubierta de manera oficial el 31 de octubre de 1541. Desconocemos la razón por la cual no se ejecutó la Resurrección, considerándose que podría deberse a la preferencia del pontífice por la decoración de la Capilla Paulina y la finalización del diseño definitivo para la tumba de Julio II ya que los herederos del Papa estaban exigiendo la máxima rapidez al artista, eximiéndole el propio Paulo III de diversas obligaciones. El fresco es de enormes dimensiones -13,70 x 12,20 metros- e incluye casi 400 figuras de las que se han identificado aproximadamente 50. La zona superior de la composición, más de la mitad de la pared, está ocupada por el mundo celestial presidido por Cristo como juez en el centro de la escena, inicialmente desnudo y en una postura escorzada, levantando el brazo derecho en señal de impartir justicia y cierto temor a los resucitados. A su lado, la Virgen María, rodeadas ambas figuras por un conjunto de santos, apóstoles y patriarcas que constituyen el primer grupo circular. A ambos lados de este grupo central diferentes mártires, vírgenes, bienaventurados y Confesores de la Iglesia forman una segunda corona. En los lunetos superiores aparecen dos grupos de ángeles que portan los símbolos de la Pasión: la corona de espinas, la cruz y la columna, ofreciendo las más variadas posturas y reforzando la sensación general de movimiento. Buonarroti quiso representar de esta manera la salvación de la Humanidad a través de la llegada de Cristo en la parte más elevada de la pared. A los pies de Cristo se sitúan dos santos que ocupan un lugar privilegiado: San Lorenzo, que porta la parrilla de su martirio, y San Bartolomé, con una piel que alude a su muerte, apreciándose en su rostro un autorretrato del pintor. En la zona intermedia podemos encontrar tres grupos; en la izquierda, los juzgados que ascienden al Cielo mientras que en la parte contraria se ubican los condenados que caen al Infierno, ocupando los ángeles trompeteros el centro para despertar a los muertos de la zona inferior que se desarrolla en el espacio izquierdo de este último tramo. En la zona inferior derecha hallamos el traslado de los muertos en la barca de Caronte ante el juez infernal Minos -la figura de la esquina con serpientes enrolladas alrededor de su cuerpo- y la boca de Leviatán. La escena se desarrolla sin ninguna referencia arquitectónica ni elemento de referencia, emergiendo las figuras de un azulado cielo donde flotan con una energía y seguridad difícilmente igualables. Son numerosas las referencias y fuentes en las que Miguel Ángel se inspiró según aluden los especialistas. Estatuas clásicas, figuras ya utilizadas en el cartón de la Batalla de Cascina, los frescos de Luca Signorelli en la catedral de Orvieto e incluso El Bosco. En el aspecto literario parece seguro el empleo de tres fuentes: la Divina Comedia de Dante, la bíblica Visión de Ezequiel y el Apocalipsis de San Juan. El descubrimiento del fresco provocó inmediatas reacciones de aspecto moral; el cronista de ceremonias pontificio Baggio da Cesena ya lo criticó antes de su inauguración oficial, seguido por Pietro Aretino y los asistentes al Concilio de Trento, que no podían permitir los desnudos de la obra ante las acusaciones de paganismo que lanzaban los reformistas. Este aluvión de críticas motivará que en la reunión de la Congregación del Concilio del 21 de enero de 1564 se ordenara el cubrimiento de toda "la parte obscena" encargando la ejecución a Danielle Ricciarelli da Volterra llamado desde ese momento el "Braghettone". Se registrarían nuevas intervenciones a lo largo de los siglos XVI, XVIII y XIX que, junto al humo de las velas, motivarían la suciedad del conjunto de frescos de la Capilla. En 1964 se inició un programa de restauración de todas las obras que finalizó en 1994 con el descubrimiento del Juicio Final enteramente restaurado; dirigida por Gianluigi Colalucci, la restauración se ha realizado con una mezcla solvente compuesta por bicarbonatos de sodio y amonio, carboximelcelulosa y un fungicida diluido en agua destilada. Con agua destilada se lavaba la zona a trabajar y se aplicaba la solución durante unos 3-4 minutos, lavando cuidadosamente la superficie tratada y dejando descansar un mínimo de 24 horas, realizando una segunda aplicación durante otros 3-4 minutos para lavar definitivamente con agua destilada. De esta manera se ha descubierto la importancia del color en la pintura de Miguel Ángel, que compagina con la fuerza escultórica de sus personajes. La manera de ejecutar el trabajo restaurador fue igual que originalmente, de pie, lo que motivaría que Buonarroti escribiera a un amigo: "Estoy doblado tensamente como un arco sirio". En el Juicio Final se recoge toda la fuerza de la "terribilità" típicamente miguelangelesca al mostrar la intensidad de un momento de manera excepcional, produciendo en el espectador cierto "temor religioso" alejado de la delicadeza de las imágenes de Rafael. Las figuras se retuercen sobre sí mismas, en acentuados escorzos que anticipan el Manierismo y el Barroco, creándose una increíble sensación de movimiento unificado a pesar de la ausencia de perspectiva tradicional y disponiendo las figuras en diferentes planos pero sin crear el efecto de fuga. De esta manera se refuerza la tensión y el dramatismo del momento pintado por el maestro, que crea una especie de remolino intenso que provoca cierta inestabilidad irreal. Los personajes exhiben el interés de Buonarroti por la anatomía escultórica, destacando sus amplias y musculosas anatomías inspiradas en el mundo clásico. El colorido brillante sintoniza con la bóveda a pesar de que abundan las carnaciones de los cuerpos desnudos que permiten contemplar sus músculos en tensión, sin olvidar hacer alusión a la expresividad de los rostros recogiendo en sus gestos el destino que les ha tocado tras el último Juicio. Cuando el espectador penetra en la Sixtina y contempla esta obra maestra siente ante sus ojos la intensidad emocional del momento como sólo Miguel Ángel podría interpretarlo.