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Las Pinturas Negras que decoraban la madrileña Quinta del Sordo suponen un hito en la Historia del Arte. Desconocemos el verdadero significado con que las pintó Goya entre 1820-1823, pero lo que nadie pone en duda es su originalidad.La obra Judith y Holofernes estaba situada en la planta baja, frente a la Leocadia y junto a Saturno. El programa iconográfico de esta sala es difícil de comprender, pero podría representar una alusión a las dos personas que vivían en la casa en clave de humor .Frente a Leocadia Zorrilla aparecía Judtih, mostrando el triunfo de la astucia femenina sobre el hombre, es decir, el control de Leocadia sobre el anciano y enfermo Goya. Las luces con que se ilumina la escena sugieren que estamos en un teatro, al iluminar claramente a la protagonista, dejar en penumbra a la criada y omitir a Holofernes. El colorido empleado por el maestro a base de ocres, blancos y negros es común a toda la serie, aplicado con gran fuerza, soltura y expresividad.
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Jueces y leyes Los jueces eran doce, todos hombres ancianos y nobles; tienen renta y lugares, que son propios de la justicia; determinan las causas sentados. Las apelaciones iban a otros dos jueces mayores, que llaman tecuitlato, y que siempre solían ser parientes del señor, y están con él, y llevan ración de su despensa y plato. Consultan con los señores una vez cada mes todos los negocios, y cada ochenta días vienen los jueces de la provincia a comunicar con los de la ciudad y con el rey o señor los casos arduos y cosas sucedidas, para que proveyese y mandase lo que más convenía. Había pintores como escribanos, que anotaban los puntos y términos del litigio; pero ningún pleito dicen que pasaba de ochenta días. Los alguaciles eran otros doce, cuyo oficio era prender y llamar a juicio, y su traje mantas pintadas, que de lejos se conociesen. Los recaudadores del pecho y tributos llevaban abanicos, y en algunas partes eran varas cortas y gruesas. Las cárceles eran bajas, húmedas y obscuras, para que temiesen de entrar allí. juraban los testigos poniendo el dedo en tierra, y luego en la lengua, y éste era el juramento de todos; y es como decir que dirán verdad con la lengua por la tierra que los mantiene; otros lo declaran así: "Si no dijéramos verdad, lleguemos a tal extremo que comamos tierra". Algunas veces nombran, cuando así juran, al dios del crimen y cosa sobre que es el pleito o negocio que se trata. Trasquilan al juez que se soborna o toma presentes, y le quitan el cargo, que era grandísima mengua. Cuentan de Nezaualpilcintli que ahorcó en Tezcuco a un juez por una injusta sentencia que dio sabiendo lo contrario, e hizo ver a otro el pleito. Matan al matador sin excepción ninguna. La mujer preñada que lanzaba la criatura, moría por ello: era éste un vicio común entre las mujeres que sus hijos no habían de heredar. La pena del adulterio era muerte. El ladrón era esclavo por el primer hurto, y ahorcado por el segundo. Muere por justicia con grandes tormentos el traidor al rey o república. Matan a la mujer que anda como hombre, y al hombre que anda como mujer. El que desafía a otro, si no es estando en guerra, tiene pena de muerte. En Tezcuco, según algunos dicen, mataban a los sodomitas. Debieron establecer esta pena Nezaualpilcintli y Nezaualcoyo, que fueron justicieros y libres de aquel pecado; y tanto más son de alabar, cuanto que no se castiga en otros pueblos que lo practican públicamente, habiendo mancebía, como en Pánuco.
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Archivo fotográfico de la Fundación Rodríguez Acosta. Fotografía de Manuel Valdivieso.
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La afición a la temática histórica existente entre los pintores decimonónicos españoles llevará a Fortuny a la ejecución de esta acuarela, donde mezcla un asunto cotidiano con la historia. Así dos jóvenes vestidos a la usanza medieval juegan a las damas sobre un diván cubierto con una tela de rayas, recortándose la escena ante un fondo neutro. El correcto dibujo será el protagonista de la escena, destacando la firmeza de las líneas. El colorido vivo es aplicado con maestría por el joven pintor, exhibiendo ese toque rápido y minucioso que caracterizará su obra madura, presentando incluso detalles como los adornos del tocado de la dama o las arrugas en la manga del joven. Los rostros estereotipados corresponden al estilo nazareno imperante en Barcelona durante la segunda mitad del siglo XIX.
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El hecho histórico que David conmemora en este boceto previo para un cuadro que nunca se realizó es el juramento de mantenerse unidos que realizaron los representantes del "Tercer Estado" y el clero, celebrado de manera casi espontánea en una reunión multitudinaria celebrada en el Jeu du Pomme. Este juramento tuvo lugar el 20 de junio de 1789. El 9 de julio estos mismos representantes, rendido el rey, disolvieron los Estados Generales y se transformaron en Asamblea Constituyente, hecho que se considera el arranque legal de la Revolución Francesa. Al año siguiente de la proclamación de independencia y legalidad, los parlamentarios encargaron a David que pintara el cuadro conmemorativo del juramento, por los méritos patrióticos de David en recuerdo de cuadros suyos como Belisario o el Juramento de los Horacios. David se enfrentaba ante un problema nuevo, como era el de una composición en la que se debía incluir entre mil y mil cien retratos de los asistentes. Además, era importante por un lado la fidelidad histórica al acontecimiento y por otro la exaltación ideal del mismo. David plantea una caja espacial sin la pared delantera, que se abre para que el espectador pueda contemplar lo que ocurre, casi como el proscenio de un teatro. El enorme espacio preparado para jugar a un juego parecido al frontón actual está desnudo en los altísimos muros. Un hormiguero de gente se agolpa en el suelo. Efectivamente, la mayoría de los personajes son retratos. Podemos localizar, por ejemplo, a Robespierre, en primer plano a la derecha, en pie y con las manos expresivamente sobre el pecho. El personaje que está en alto con una mano extendida y un papel en la otra es Bailly, el presidente de la Asamblea. Trata de conseguir silencio para leer en voz alta la declaración de independencia y lealtad. Hacia él convergen todos los brazos, todos los rostros, todas las miradas, como el símbolo de la república. Ante él, tres miembros del alto clero francés se entrelazan en un abrazo, dando el toque sagrado a un acontecimiento que se desarrolló completamente en el laicismo de la Ilustración. Las galerías superiores son el único foco de atención del resto de la estancia. Por sus ventanales se asoma el pueblo de París, que desea contemplar a sus representantes por primera vez. El viento de la revolución penetra en la sala y hace revolotear con furia las cortinas y volverse los paraguas del revés.
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Dentro del género de las pequeñas "bacanales de niños", esta obra no presenta ningún tema concreto; se trata de una escena alegórica, relacionada con los misterios dionisíacos. Se ha relacionado con la intención de Poussin de representar la vida después de la muerte, a través de los "putti" o amorcillos, que simbolizan los placeres reservados a aquellos que en vida han sido iniciados en los misterios dionisíacos. Éstos, a su vez, se esfuerzan por atrapar una mariposa y un pájaro, símbolos del alma humana. Por tanto, se inserta en la preocupación esencial en el artista francés, el "pintor filósofo", sobre el destino. El estilo de la obra, de hacia 1630-33, es similar al de El imperio de Flora.
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Archivo fotográfico de la Fundación Rodríguez Acosta. Fotografía de Manuel Valdivieso.
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Juego de pelota Otras veces iba Moctezuma al tlachtli, que es el trinquete para pelota. A la pelota la llaman ullamaliztli, la cual se hace de la goma del ulli, que es un árbol que se cría en tierras calientes, y que al punzarle llora unas gotas gruesas y blancas, que se cuajan muy pronto, las cuales juntas, mezcladas y tratadas, se vuelven mas negras que la pez, y no tiznan. De aquello redondean y hacen pelotas, que, aunque pesadas, y por consiguiente duras para la mano, botan y saltan muy bien, y mejor que nuestras pelotas de viento. No juegan a chazas, sino al vencer, como al balón o a la chueca, que es dar con la pelota en la pared que los contrarios tienen en el puesto, o pasarla por encima. Pueden darle con cualquier parte del cuerpo que mejor les venga, pero hay postura que hace perder al que la toca, si no es con la nalga o cuadril, que es la gentileza, y por eso se ponen un cuero sobre las nalgas; pero le puede dar siempre que haga bote, y da muchos, uno en pos de otro. Juegan en partida, tantos a tantos y a tantas rayas, una carga de mantas, o más o menos, según sean los jugadores. También juegan cosas de oro y pluma, y hay veces que hasta a sí mismos, como hacen al patolli, en que les está permitido, como el venderse. Es este tlachtli o tlachco, una sala baja, larga y estrecha y alta, pero más ancha de arriba que de abajo, y más alta por los lados que por los frentes, hechas así a propósito para estos juegos. Lo tienen siempre muy encalado y liso; ponen en las paredes de los lados unas piedras como de molino, con su agujero en medio que pasa a la otra parte, por donde rara vez cabe la pelota. El que emboca por allí la pelota, lo cual acontece muy raramente, porque hasta con la mano cuesta trabajo, gana el juego, y son suyas, por costumbre antigua y ley entre jugadores, las capas de cuantos miran cómo juegan en aquella pared por cuya piedra y agujero entró la pelota, y en la otra, que serían las capas de la mitad de los que estaban presentes. Mas era obligado hacer ciertos sacrificios al ídolo del trinquete y piedra por cuyo agujero metió la pelota. Decían los mirones que tal individuo debía ser ladrón o adúltero, o que moriría pronto. Cada trinquete es un templo, porque ponían dos imágenes del dios del juego de la pelota encima de las dos paredes más bajas, a la medianoche de un día de buen signo, con ciertas ceremonias y hechicerías, y en medio del suelo hacían otros semejantes, cantando romances y canciones que para ello tenían, y luego venía un sacerdote del templo mayor, con otros religiosos, a bendecirlo. Decía ciertas palabras, echaba cuatro veces la pelota por el juego, y con esto quedaba consagrado, y podían jugar en él, cosa que hasta entonces no podían de ninguna manera; y hasta el dueño del trinquete, que siempre era señor, no jugaba a la pelota sin hacer primero no sé qué ceremonias y ofrendas al ídolo: tan supersticiosos eran. A este juego llevaba Moctezuma a los españoles, y mostraba divertirse mucho en verlo jugar, y ni más ni menos que mirarlos a ellos jugar a los naipes y dados.