Se decanta por estudiar letras y para ello se traslada a Turín. Sin embargo su inclinación por la política es el detonante que le incita a abandonar sus estudios para dedicarse de lleno al partido socialista. Junto con otros compañeros de ideología edita "Ordine Nuovo", un periódico en defensa de los bolcheviques cada vez más cercano al comunismo. Esta situación culmina con el nacimiento de la fuerza comunista en 1912, con Gramsci en el puesto de Secretario General. En la década de los años veinte saca a la luz "L´Unità Quotidiano degli operai e dei contadini", pero tiene en su contra al movimiento fascista que en 1926 le encarcela. Gramsci fue uno de los pensadores más destacados de su tiempo. Defiende la función educativa e intelectual del partido político. De su producción hay que destacar: "Gli intelettuali e l´ordinazione della cultura" o "Passato e presente", entre otros ensayos.
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Recipiente de pequeño tamaño que constituye la versión tardía de la cerámica del tipo Elche-Archena; han desaparecido las decoraciones figuradas y su lugar queda ocupado por decoraciones vegetales y geométricas más simples, algunas de las cuales existían ya en el momento anterior; los motivos más característicos son las guirnaldas de tres hojas con frutos -posiblemente granadas-, el reticulado, los arquillos secantes y los frisos de SSS, el único que no está representado en este vaso. Estas decoraciones seguirán en uso durante algún tiempo, y reaparecerán periódicamente sobre formas ya plenamente romanas.
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Esta estatua de Atenea formaba parte de la decoración del frontón con la Gigantomaquia que adornaba el llamado templo antiguo que se construyó en la Acrópolis de Atenas, que en el año 525 a.C. fue renovado por los Pisistratidas. Este frontón fue realizado en mármol y el papel de Atenea era fundamental en todo el conjunto.
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Los bañistas de Cézanne serán para Picasso una de las lecciones más importantes, especialmente en los momentos previos al cubismo. El maestro de Aix utilizará el desnudo para su experimentación pictórica, relacionándose así con la pintura clásica, una de sus máximas aspiraciones como se recoge en la frase "quiero pintar como Poussin, pero a partir de la naturaleza". La monumental figura del bañista se presenta en el centro de la composición, avanzando su pierna izquierda hacia el frente y apoyando las manos en la caderas. Tras él podemos apreciar un esbozado paisaje compuesto a base de líneas paralelas en las que se refleja el color de la piel del muchacho y del cielo. La silueta del bañista está resaltada por una línea oscura para aumentar así su volumetría, de la misma manera que haría Gauguin. El rostro se esquematiza cada vez más, alcanzando en un momento determinado estructura de máscara. El color es aplicado de manera fluida, configurando también con las diferentes tonalidades la volumetría de la figura o del paisaje. De esta manera, Cézanne rompe con el impresionismo del que había partido ya que las luces y las atmósferas de Monet dejan su papel protagonista a la forma y el volumen en los lienzos del maestro de Aix.
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La obra principal del llamado periodo seco son las Grandes bañistas. Con este trabajo Renoir pretende reaccionar ante la pérdida de forma y volumen al que estaba abocado el impresionismo, interesándose especialmente por el dibujo y el modelado de sus figuras, como bien podemos observar en este boceto de la joven bañista que echa agua a sus compañeras. Se trata de una excelente muestra del clasicismo que paulatinamente caracterizará las obras del maestro, convirtiendo a las mujeres desnudas en las principales protagonistas de sus obras, tomando como modelo a Ingres. La firmeza y la seguridad de los trazos será una constante en la producción el maestro que desde ese momento se convertirá en el artista más "clasicista" de su tiempo, pero sin renunciar a las novedades que paulatinamente van surgiendo.
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El reinado de Ana Estuardo (1702-1714) puede ser considerado como un período de transición hacia la consolidación de un modelo político singular que hará alejarse a Inglaterra del absolutismo imperante en el Continente, propiciando una larga época de estabilidad que no se romperá hasta el estallido de la revolución americana. En efecto, es ahora cuando se consolidan los logros de las dos revoluciones vividas en el siglo anterior y se perfilan las bases de una Monarquía constitucional y parlamentaria. Esta singularidad, dentro del panorama político de la época, nació del hecho de que en la guerra abierta entre Corona y Parlamento, la victoria acompañará a éste. Gracias al triunfo parlamentario, Inglaterra se decidió "por una reducción sensible de la autoridad del rey, por una clara revalorización del gremio estatal en el Parlamento y por un mayor campo de acción y protección del ámbito del individuo" (H. Duchhardt). El Bill of Rights y el Act of Settlement dotó de cobertura legal a este sistema al reconocer la supremacía de las instituciones, la limitación de las prerrogativas reales y sepultar definitivamente el fantasma de una restauración estuardista o católica. El nuevo régimen concibe al soberano como el primer funcionario del Estado, y aunque ostenta el poder ejecutivo, en la práctica dejará de controlar la política exterior y la designación de sus ministros, actividades ahora supervisadas por el Parlamento y por el partido mayoritario. El poder judicial obtiene su plena independencia, a través de tribunales soberanos, y el poder legislativo descansa en el Parlamento, que acabará convirtiéndose en el principal órgano del Estado; su Cámara Alta se componía de 200 miembros -lores- elegidos por el rey o por el desempeño de ciertos cargos (obispos) y podían heredarse por primogenitura; la Cámara Baja estaba formada por 588 diputados elegidos mediante sufragio censitario en burgos y condados. Tras 1707, 45 procederán de Escocia, 24 de Gales y el resto de Inglaterra. El sistema electoral se caracterizaba por la corrupción generalizada y por el predominio absoluto de los propietarios agrarios; de hecho, se calcula que sólo votaba el 15 por 100 de la población total y de ellos la mitad eran dueños de tierras. El Gobierno descansaba en el sistema ministerial, con un ministro de mayor rango a la cabeza, generalmente el primer lord del Tesoro, todos ellos designados por el rey pero con el visto bueno parlamentario. Habría una alternancia entre los dos partidos mayoritarios: los whigs, representantes de las capas medias de la burguesía mercantil e industrial, financieros, terratenientes o empresarios enriquecidos recientemente, muy interesados en la participación política activa y acérrimos defensores del Parlamento, y los tories, representantes de la aristocracia rural y de parte de la pequeña o media nobleza, poco activos económicamente y con menor interés que los anteriores en los asuntos públicos. Tras la muerte de Guillermo de Orange, tal como preveía el Acta de Establecimiento, su cuñada Ana, segunda hija de Jacobo II, hereda la Corona de Inglaterra. Su marido, Jorge de Dinamarca, como rey consorte, será nombrado generalísimo de los Ejércitos y gran almirante, pero son en realidad cargos honoríficos que nunca le llevaron a participar en la política. Con la victoria de los tories en las últimas elecciones, J. Churchill, duque de Marlborough, como secretario de Guerra, y S. Godolphin, lord del Tesoro, se convierten en los hombres clave del Gobierno. Por estas fechas, los tories, con un amplio respaldo de la sociedad inglesa inician la participación en la Guerra de Sucesión española mediante la Gran Alianza de La Haya, ante la amenaza que podría suponer una eventual unión de las monarquías borbónicas, tanto en el Continente europeo como a su expansión colonial en el norte de América. A pesar de las dificultades que supuso mantener el conflicto, la Paz de Utrecht (1713) señaló como vencedora indiscutible a Inglaterra; además de garantizar su poderío en el Mediterráneo occidental (cesión de Gibraltar y Menorca) impuso las normas básicas de lo que en adelante serían las relaciones internacionales con la llamada teoría del equilibrio; por otro lado, gracias a las cesiones territoriales francesas en el norte de América pudo incrementar sus posesiones en aquel Continente, y mediante los acuerdos comerciales suscritos con España (asiento de negros y navío de permiso) pudo introducirse, por fin, de manera legal en el mercado americano, lo que le permitiría, poco a poco, convertirse en la gran potencia mercantil de la época. El problema de la sucesión reaparece en estos años, ya que a pesar de la normativa vigente, la causa jacobita no había desaparecido, y se sospechaba que muchos tories y hasta la propia reina podrían secundarla. Ante ello, los whigs entran en contacto con Sofía de Hannover y dan una cobertura legal a sus pretensiones: en 1705 dictan el Bill de Naturalización (declarando a Sofía de naturaleza inglesa) y el Bill de Regencia, a modo de gobierno provisional para llevar los asuntos del país hasta la llegada de la heredera. Otro de los aspectos más importantes de este período en el plano institucional fue la formación de un único Estado -Gran Bretaña- con la unión de los dos grandes reinos -Inglaterra y Escocia-, sellada en el Convenant de 1707, y la incorporación de Irlanda. Esta unión permite, a pesar del mantenimiento de algunos problemas, la creación de un Estado poderoso en el interior y el desarrollo de un poderío exterior que está en la base de lo que, poco a poco, llegaría a ser el Imperio británico. Sus artífices fueron los whigs, y es el resultado de la alianza de la Iglesia presbiteriana escocesa con la anglicana inglesa ante el temor a una dinastía procatólica. Escocia dejaría de ser un problema cuando fuera asimilada a Londres. Eso al menos pensaban los whigs cuando vieron que en 1701 los escoceses se negaban a aceptar la sucesión hannoveriana, proclamando su libre derecho a elegir la dinastía reinante, así como a declarar la guerra o concertar la paz, en el Act of Security. A cambio de determinadas ventajas, como la introducción en el comercio inglés y colonial, la participación de sus representantes en el Parlamento, con 16 lores y 45 comunes, el respeto hacia la Iglesia presbiteriana, el mantenimiento de la justicia señorial propia y la concesión de una indemnización económica anual para compensarle de su nueva fiscalidad, los escoceses se avinieron a unirse a los ingleses aunque no todo el conjunto de la sociedad escocesa fue partidaria de ello, como demostrarán más adelante los levantamientos jacobitas. Incluso la abolición del Consejo Privado de Escocia se interpretó como la pérdida de soberanía nacional, y fue un recelo mantenido por los escoceses mucho tiempo. No obstante, en julio de 1709 el Parlamento aprobó un Acta para fomentar la unión de los dos reinos, identificando el procedimiento penal como paso previo a la uniformización legal. El caso de Irlanda es diferente; no fue una unión sino una asimilación, que provocó un rechazo profundo entre los católicos irlandeses y emigraciones en masa. Su gobierno siempre estuvo en manos de gobernadores ingleses y no se le concedió ni representación parlamentaria ni participación en el comercio; de hecho, su economía fue moldeada en función de las necesidades inglesas, permaneciendo un subdesarrollo estructural que hacia del campesino un prototipo de pobre en el siglo XVIII. En el terreno económico hay que señalar que nos encontramos en una fase de prosperidad general. El propio Estado estimula los factores productivos impulsando la manufactura, acabando con los monopolios y desarrollando el comercio. La adopción de medidas mercantilistas impidiendo la importación de determinados productos pero favoreciendo la entrada de determinadas materias primas, vitales para la industria nacional, fueron enormemente significativas. La expansión del comercio colonial y la firma de tratados bilaterales beneficiosos -como el suscrito por lord Methuen, en 1703, con Portugal para intercambiar vino de Oporto por lana inglesa, y que supondría la inclusión de aquel país en la órbita económica de Inglaterra- contribuyeron a esta prosperidad. Al mismo tiempo, el saneamiento monetario y la creación del Banco de Inglaterra permitieron a la Hacienda real reducir drásticamente la deuda pública al crear un Fondo de Amortización y rebajar los tipos de interés. Años más tarde, en 1711, se crea la South Sea Company para comerciar con el sur de América y que sería capitalizada sobre una deuda del Gobierno y que en la Paz de Utrecht recibió importantes concesiones económicas del Estado español.
contexto
Ha sido tradicional contemplar la evolución histórica de las sociedades isleñas como esencialmente diferente de lo acontecido en otros territorios que formaron parte del Imperio romano en Occidente. Buena parte de ello se ha debido al tradicional énfasis nacionalista de la Historiografía inglesa y también a la visión de la inexplicable guerra entre invasores germanos e indígenas celtorromanos que se dibuja en fuentes tardías, como son la "Historia de los Britones" no anterior al siglo IX y varios poemas épicos galeses, o de carácter moralista y tendencioso como la obra de Gildas (hacia 540) "Sobre la ruina de los britones". En todo caso la explotación de los testimonios toponímicos y una investigación arqueológica reciente en antiguos lugares de ocupación romana están arrojando más y diferente luz sobre esta tradicional Edad oscura ("Dark Age"). Así aparecen hoy día algunos puntos claros. En primer lugar, tras el abandono de la Gran Bretaña por el grueso de las tropas imperiales con la marcha del usurpador Constantino III al continente en el 407, la isla se habría visto sometida a una serie de raids y penetraciones constantes por parte de los pictos, desde Escocia, y de los irlandeses. Para protegerse de unos y otros es muy posible que los celtorromanos tratasen de conseguir el apoyo como foederati de grupos de sajones, que ya venían frecuentando sus costas con anterioridad con periódicas razzias anfibias. De ello resultaría el asentamiento creciente de grupos sajones, organizados según el marco de la soberanía doméstica germánica, en puntos del norte y este de la isla. Incluso es posible que Aecio hacia el 443 tratase de llegar a un acuerdo de federación con ellos, en su intento de restauración imperial en toda la antigua Prefectura de las Galias. En todo caso, el hecho fundamental de la historia británica hasta mediados del siglo VI no sería el de la hostilidad atávica y constante de celto-romanos y sajones como la desaparición de todo poder central. En su lugar surgiría una multiplicidad de pequeños reinos o principados, basados en algún lugar fortificado y en un grupo militar vinculado a un linaje nobiliario. Pero en el seno de éstos podían vivir gentes de habla céltica o germánica, pudiéndose dar alianzas militares entre unos y otros con independencia de la adscripción lingüística de su jefe. Y desde luego no cabe duda que en las tierras bajas de la isla continuarían viviendo grupos de su anterior población celto-romana, no obstante su fundamental germanización lingüística a mediados del siglo VI. La Gran Bretaña de la segunda mitad del siglo VI se nos presenta así como un mosaico de pequeños y lábiles reinos dominados por una nobleza de auténticos señores de la guerra. En la más rica y sajonizada región meridional ciertamente surgiría entonces una cierta primacía del Reino de Wessex, en tiempos de su rey Ceawlin (hacia 556-593); aunque en modo alguno se puede prestar atención a datos genealógicos que la propaganda wessica posterior construyó para justificar pretensiones hegemónicas de determinada familia. Sin embargo, a principios del siglo VII las dos unidades políticas más poderosas de la isla eran el Reino de Kent, en el sudeste, con Etelberto (565?-616), y el de Nortumbria, al norte, con Etelfrido (hacia 593-617). El primero de ellos protagonizaría un hecho considerado esencial por la historiografía posterior ("Historia eclesiástica" de Beda el Venerable): su conversión al catolicismo romano mediante la misión enviada por el papa Gregorio el Grande en el 597 y conducida por Agustín, que se convertiría en el primer obispo de Canterbury. Conversión en la que habría tenido también su papel la esposa del rey, una princesa merovingia. Facilidad de la cristianización que también se explicaría por la continuidad de grupos cristianos celto-romanos en antiguos centros urbanos tardorromanos. Junto a ello y a la misión romana, el Cristianismo también se impondría en las pequeñas cortes reales de la época merced a misioneros irlandeses. Estos influjos serían dominantes en Nortumbria a partir del reinado de Oswaldo (633-642), imponiéndose a una primera conversión dinástica procedente de Kent en el 625. Sería sólo tras el Sínodo de Whitby (664), con su debate sobre las liturgias romana e irlandesa de la Pascua, cuando se impondría en Nortumbria el influjo romano. Paradójicamente, sin embargo, para aquellas fechas el poder de Kent estaba eclipsado, y en su lugar se había establecido una clara hegemonía de Mercia. Este reino había sido el producto de la unión de una serie de principados mas pequeños, que todavía se detectaban en el siglo VIII en la lista de tributos del reino conocida como "Tribal Hideage"; debiendo su éxito final a haber englobado otro reino en trance de expansión, conocido como el de los anglos de en medio. Dicha primacía de Mercia sería en gran parte la obra del rey Penda (626?-655), que supo contar con la alianza de príncipes galeses contra la amenaza que representaba la expansión meridional del rey Edwin de Nortumbria (617-632), derrotado y muerto en la batalla de Hatfield Chase, éxito renovado después en la de Maserfelth. Tras la cristianización de Mercia en torno a mediados del siglo VII y merced a influjos irlandeses y nortumbrios, y un pequeño eclipse, el siglo VIII se abriría con la incontestable superioridad del Reino de Mercia en toda la región meridional, oriental y central de la Gran Bretaña.