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obra
La mujer fatal aparecerá continuamente en la iconografía del expresionismo como observamos en esta tela de Kees van Dongen. La mujer, vestida de rojo y adornada con un gran sombrero emplumado, aparece sentada ante una mesa, como si estuviera esperando una bebida pero, curiosamente, saca uno de sus pechos y nos lo muestra de manera provocativa, gesto reforzado con la directa mirada de sus maquillados ojos. Van Dongen emplea violentos colores complementarios -el rojo y el verde-, remarcando las siluetas con una gruesa línea oscura que recuerda a Gauguin, creando una atmósfera de sensualidad inquietante para obtener un resultado de elevada eficacia.
Personaje Literato
Escritor francés, de nombre François de Salignac de la Mothe y sobrenombre Fénelon. Nacido en un familia aristocrática, estudió para sacerdote en el seminario de Saint-Sulpice de París, tomando los hábitos en 1674. Su carrera eclesiástica le lleva a ser obispo de Cambrai. Apreciado por su oratoria y sus escritos, se le encarga la formación del duque de Borgoña, nieto de Luis XIV. Entre sus obras destacan "Tratado de la educación de los hijos", de 1687, "Las aventuras de Telémaco", posiblemente una crítica a la figura de Luis XIV, "Tratado de la existencia y atributos de Dios", de 1712 y "Disertación sobre la autoridad del Papa", publicado en 1715. Quizás sus mejores escritos se hallan en su "Correspondencia", donde enseña un profundo conocimiento clásico y realiza una acertada disección del espíritu humano. Encendido orador, fue famoso en su tiempo por su dominio de la retórica y por la defensa de la educación de las mujeres.
Personaje Político
Entre los principales políticos chinos de la Edad Media destaca la figura de Feng Tao, siendo utilizado por siete emperadores como primer ministro, síntoma de su valía como gobernante. Entre sus principales aportaciones encontramos la invasión y conquista de la región de Shu, la introducción de nuevas técnicas de impresión y el desarrollo de una política cultural que permitió un importante renacimiento literario y artístico.
contexto
El proceso de urbanización había alcanzado la región costera ya en el III Milenio, por ejemplo, en Biblos. Sin embargo, no es mucho lo que podemos decir, excepción hecha de Ugarit, porque la historia de los fenicios se reconstruye, esencialmente, con fuentes indirectas, como el historiador del siglo I d.C. Flavio Josefo, que recoge información procedente de los "Anales" de Tiro en dos momentos diferentes, los siglos X-VIII y el VI. Por lo demás, las fuentes egipcias, mesopotámicas y la Biblia, son el mejor instrumento para el estudio de la historia de Fenicia, comprendida entre Tell Sukas y Acre. El punto de arranque habitual se sitúa a partir de la crisis del 1200, cuando se acentúan las diferencias con las áreas adyacentes, tanto desde el punto de vista lingüístico, como religioso, artístico o político. Sin embargo, sustancialmente, los habitantes de la franja costera son culturalmente los mismos, antes y después del 1200, por lo que los fenicios son los cananeos marítimos de la Edad del Hierro. La nueva denominación procede de su aparición en las fuentes griegas, que les otorgan el nombre de phoinikes, derivado de phoinix, rojo púrpura, por los tintes empleados en sus tejidos. En realidad ignoramos cómo se denominaban a ellos mismos, pero la comodidad de la designación griega y su distancia cultural del resto de los habitantes de Siria y Palestina es suficiente para establecer un hiato con respecto a sus parientes de la Edad del Bronce. En cualquier caso, tras el 1200, Sidón parece haber ejercido una cierta hegemonía en la zona, aunque la gloria la llevará Tiro por la expansión ultramarina que emprende a partir, quizá del siglo X. Las relaciones exteriores de las ciudades fenicias tienen esencialmente cuatro ejes, conectados entre sí, que conviene tener presentes. Por una parte, sus relaciones con Asiria, en general hostiles, pues ya en 1100 se produce la primera campaña de un soberano asirio, Tiglatpileser I, hacia el Mediterráneo; desde entonces, la potencia mesopotámica pretenderá captar los recursos económicos de los circuitos fenicios, lo que incidirá en su propia expansión por el Mediterráneo, segunda directriz. En tercer lugar, su relación con Egipto, dependiente de la coyuntura política en que se encuentren asirios y egipcios o las circunstancias de estas potencias con las ciudades fenicias. Y, por último, sus relaciones con los pequeños estados circundantes, principalmente Israel, cuyos destinos están con frecuencia vinculados por su dependencia con respecto a los Imperios. Resulta importante constatar como Fenicia es, hasta el siglo X, exportadora de materias primas, e incluso de trigo; pero a partir de esa fecha se convierte en importadora de bienes alimenticios que intercambia por productos manufacturados, para cuya elaboración requiere materias inexistentes en su territorio, lo que la obliga a lanzarse a la aventura del mar. El establecimiento de colonias será un fenómeno más reciente, relacionado con la integración territorial de Fenicia en el Imperio Neoasirio. Ya en el siglo X, las relaciones ende Israel y Fenicia son estrechas; sabemos que el rey de Tiro, Hiram, se asocia con Salomón y le manda artesanos para el templo, además de organizar conjuntamente expediciones por el Mar Rojo. Desde entonces, la influencia de la cultura fenicia en Israel es intensa, como se aprecia por ejemplo en el influjo politeísta. Es precisamente por esas fechas cuando surge el protagonismo de Tiro, probablemente vinculado al refuerzo de las monarquías urbanas a través de sólidos lazos de parentesco, según se desprende de la información epigráfica de la segunda mitad del siglo X. Por los datos disponibles, está claro que la organización palatina ostenta el control de sectores decisivos de la economía urbana: dispone de las materias primas, tiene a su servicio una abundante mano de obra especializada y en condiciones de asumir iniciativas económicas de amplia magnitud, como las expediciones comerciales en el extranjero o actividades artesanales en las cortes de los países vecinos. Por lo demás, las líneas fundamentales de la política exterior de Tiro parecen confirmadas bajo los sucesores de Hiram, cuyos nombres y la duración de sus reinados son transmitidos por Flavio Josefo, hasta el 774. En la primera mitad del siglo IX reina en Tiro Itobaal, que mantiene buenas relaciones con Israel, pero tiene que soportar las campañas de Assurnasirpal II. Después atacará Salmanasar III, lo que induce a las ciudades sirias a coaligarse contra Asiria, pero los éxitos militares de los asirios conllevan la sumisión y el pago de tributos por parte de las ciudades fenicias. Durante el reinado de Pigmalión, la presión es tan grande que un contingente tirio funda en 814 -fruto del conflicto entre grupos aristocráticos rivales- la ciudad de Cartago, que habría de convertirse en la ciudad rectora de los fenicios occidentales. Durante el siglo IX y la primera mitad del VIII, las ciudades fenicias viven con tranquilidad, lo que propicia su difusión cultural; así, su alfabeto es adoptado por judíos y arameos. El poder asirio reclama anualmente el tributo, pero no pone en peligro la autonomía política de las ciudades. Este panorama cambia radicalmente cuando Tiglatpileser III, a mediados del siglo VIII, incorpora los territorios conquistados a su Imperio. Las ciudades septentrionales reciben un gobernador asirio, mientras que las del sur conservan una autonomía nominal. Sargón II continúa la obra de su antecesor e incluso llega a dominar Chipre. En algunos centros se respeta al dinasta local, designado en ocasiones por el propio monarca asirio, pero junto a él se instala un funcionario imperial. Por su parte, Senaquerib toma Sidón, cuyo rey Luli huye por mar tal y como está representado en los relieves de Nínive. La conquista de Egipto por sus sucesores requería un férreo control de la retaguardia, en la que destacaban las ciudades fenicias. Esto explica la violencia desplegada por Asarhadón en contra de la población rural, que generará subsidiariamente una emigración hacia las ciudades que, incapaces de absorber toda esa mano de obra, se ven obligadas a resolver su tensión demográfica mediante la creación de colonias de poblamiento en distintos lugares del Mediterráneo, pero sobre todo en la costa meridional de la Península Ibérica. Es quizá en la colonización fenicia donde se puede observar con mayor claridad cómo una comunidad sometida a una presión superior a sus posibilidades es capaz de desviarla hacia el exterior, de forma que son otras fuerzas productivas -en este caso las comunidades de la Península Ibérica- las que en última instancia padecen indirectamente la opresión de los asirios. Aún durante el reinado de Asarhadón, Baal de Tiro se sublevó con el apoyo del faraón Taharqa. La victoria asiria supuso la imposición de un tratado cuyo texto conservarnos, en el que el rey tirio queda desautorizado. Bajo Assurbanipal la presión no fue menor, pero a finales del siglo VII la decadencia asiria supone un respiro para la autonomía política de las ciudades fenicias. Pero sólo fue una situación pasajera, pues la expansión neobabilónica condujo a Nabucodonosor hasta el Mediterráneo y sometió a Tiro a un largo asedio de trece años. En 573 capitulaba la ciudad, Itobaal II abdicaba, pero la monarquía seguía siendo la forma de gobierno de Tiro. El final del dominio babilonio en Fenicia nos es prácticamente desconocido; aparentemente la monarquía se mantuvo hasta el siglo IV, aunque circunstancialmente algunas ciudades conocieran gobiernos no monárquicos, con magistrados llamados sufetes, similares a los jueces judíos. A finales del siglo VI pasó a ser satrapía persa y la flota fenicia constituyó la base del poder marítimo aqueménida en el Mediterráneo, según se comprueba fácilmente durante las Guerras Médicas. La conducta filopersa de los príncipes fenicios es recompensada con la ampliación de sus territorios. La sucesión monárquica en las distintas ciudades a lo largo del siglo V parece haberse producido con normalidad y puede reconstruirse con la información epigráfica, numismática y literaria. Sin embargo, a lo largo del siglo IV, en el que se van debilitando los fundamentos de la cohesión del imperio Persa, se observa en Fenicia una tendencia filogriega y antipersa, coincidente con el signo de los tiempos. Algunos ejemplos los encontramos en el éxito de Evágoras, el griego al que se someten varias ciudades fenicias, o la rebelión de Tenne de Sidón que se ahoga en un baño de sangre provocado por la inmisericorde actuación de Artajerjes. El avance triunfal de Alejandro será visto, en consecuencia, como una liberación por numerosas ciudades fenicias. Tan sólo Tiro intenta oponerse al jefe macedonio, pero no logra soportar su capacidad poliorcética y tras varios meses de asedio se linde. De este modo queda integrada Fenicia en el Imperio de Alejandro Magno, de forma que pierde su independencia política, aunque los rasgos característicos de su cultura persistirán durante algún tiempo, progresivamente difuminados por la implantación de la koiné cultural helenístico-romana.
termino
acepcion
Pueblo semita, instalado en la costa mediterránea oriental desde el III milenio a.C, cuando se produjo la emigración de los cananeos. Destacaron por su dedicación al comercio marítimo.
contexto
Dos agentes extraños al mundo itálico habían provocado en éste un cambio decisivo: los comerciantes y los inmigrantes fenicios y griegos. Las fuentes nos dicen algo de ellos -demasiado poco, sin duda-; los hallazgos arqueológicos y los estudios modernos realizados sobre éstos, mucho más. Durante el siglo VIII se encuentra entre las poblaciones del litoral tirreno de cultura vilanoviana cerámica pintada de estilo geométrico, parte de ella importada de Grecia, pero otra parte mucho mayor fabricada localmente. La conclusión a sacar era que estos vasos estaban fabricados y pintados por ceramistas griegos, de Atenas, de Corinto, de Eubea -e incluso de Pithekoussa y de Cumas, en Campania-, establecidos en las aún pequeñas poblaciones del litoral del Lacio y de Toscana, donde abrieron sus alfares de cerámica fina, ayudándose unas veces de compatriotas y otras de mano de obra de la localidad. Ya tenemos, así, bien documentada la presencia de un primer agente de renovación. Sin esos ceramistas y sin sus compañeros, los eborarios, orfebres, broncistas, plateros, herreros, comerciantes y escribas que dominaban el prodigio del alfabeto y de las tablas de cálculo; sin los narradores de cuentos que, dominando la lengua nativa acudían a los foros en días de mercado y allí entretenían a los rústicos con recitales de viajes e historias de dioses y de héroes, sin esos y otros forasteros no se hubiese pasado de la aldea a la ciudad, ni la civilización etrusca se hubiera producido en el momento y en la forma que la conocemos. Sólo en ese sentido puede sostenerse hoy que los etruscos vinieron de fuera a una Italia bárbara; pero si los promotores de esa maravilla no vinieron de Lidia, sí lo hicieron en su mayoría del Mediterráneo oriental; y naturalmente, no eran un pueblo homogéneo. Ya en su estudio fundamental de la cerámica geométrica de Italia se había percatado Akerström de un fenómeno curioso: los etruscos demostraron ser el pueblo no griego con más capacidad para asimilar el arte de los griegos, y siempre lo hicieron con una viveza y una personalidad excepcionales. Otros pueblos intentaron lo mismo sin conseguir más que bárbaras imitaciones. Ahora bien, como observó Schweitzer, a propósito de la Crátera de Aristónothos, tanto el arte etrusco de inspiración griega, como el arte griego de las colonias del sur de Italia y de Sicilia, tienen un carácter propio desde el geométrico al helenismo. Por distintos que fueran los etruscos de los griegos de la Italia meridional, existía entre ellos una indudable afinidad de temperamento y de formas de expresión. Si se reconoce así, es lícito hablar de arte o de estilo colonial en el mismo sentido en que este término se emplea al tratar del arte español en los países americanos. En Grecia no hay más que un arte. Los artistas pueden ser buenos, malos o regulares, pero el panorama general es homogéneo; en Etruria, en cambio, hay dos artes, uno aristocrático, de inspiración griega, y otro popular, mucho más espontáneo, rústico y anárquico. Hay, además, griegos de la Grecia propia que si bien producen en Etruria toda su obra, no deben ser tomados por etruscos, como, por ejemplo, el magnífico autor de las siete u ocho Hidrias Ceretanas. Las perspectivas del comercio con España, la Galia y Europa Central, entonces en vías de pujante desarrollo; el descubrimiento y explotación de nuevas fuentes de riqueza minera e industrial en el centro y norte de Italia, atraen hacia Etruria tanto a los fenicios como a los griegos. No sabemos quiénes llegaron primero. La cerámica geométrica no es decisiva desde que sabemos, o tenemos razones para creer, que los introductores de la cerámica geométrica griega en Huelva fueron los fenicios. El caso es que sólo los griegos pudieron haber importado la cantidad ingente de cerámica corintia, protocorintia y ática que se encuentra en Etruria, y lo mismo que sólo a los fenicios se debe atribuir la vajilla de plata, sencilla o dorada, los marfiles y los bronces de puro estilo y temática oriental, chipriota y egipcia. Piezas de calidad exquisita, como el vaso de cerámica vidriada con el nombre del faraón Bokchoris (720-715 a. C.), del Museo de Tarquinia, contribuyen a abrirles las puertas de santuarios y mercados. Además de ellos, vienen a establecerse en el país, desde Grecia y desde Fenicia, los alfareros, toreutas, eborakios y otros artífices antes aludidos. En algunos casos especiales, las fuentes se refieren expresamente a ellos; así por ejemplo, sabemos que con Demarato de Corinto, padre del primer rey etrusco de Roma, vinieron a establecerse en Tarquinia tres paisanos suyos, fabricantes de terracotas, Eucheir, Diopos y Eugrammos. Pero sólo los hallazgos arqueológicos pueden dar una idea cabal de la riqueza importada y almacenada por la Etruria del siglo VII y del esplendor que esos emigrantes dieron a su civilización. Las novedades técnicas introducidas por griegos y fenicios pasaron enseguida al servicio de gustos y modas propios del país de adopción. Dos cosas podían entonces ocurrir: que esas técnicas se mantuviesen al nivel con que fueron introducidas o que fuesen prontos y francamente superadas por los artistas indígenas. Es sabido que tanto los griegos como los etruscos aprendieron de los fenicios la técnica de la filigrana y del granulado en orfebrería; pero ya hacia 650 habían superado claramente lo aprendido de éstos, que no consiguieron o no pretendieron aprender a su vez de sus discípulos. Aun los griegos de finales de aquel siglo quedaron, en este terreno de la orfebrería, por detrás de los etruscos del Orientalizante II. La Tomba Bernardini de Praeneste, a un día de camino de Roma hacia el Lacio interior, ofrece entre las joyas de sus regios ajuares dos tazas de asas horizontales. La forma de las tazas se ajusta con tal precisión y sentimiento a la del skyphos corintio de transición (640-625 a. C.) que sólo a un artista griego se pueden atribuir, pero a un artista griego que trabajaba en Etruria, porque las esfinges sentadas que decoran las asas son tan etruscas, y sólo etruscas, como la técnica del granulado que las adorna, mucho más refinada que la de la orfebrería griega del período. Lo mismo se puede decir de aquellas fíbulas planas destinadas a sostener el manto sobre el hombro. Aquí ni siquiera hay que pensar en griegos. Son etruscos quienes las hacen, según prototipos fibulares autóctonos, llevando hasta el delirio y la confusión los enjambres de animalillos granulados -leones, caballos, quimeras- que las recubren de uno a otro extremo. El mismo goce de la figuración plástica se extiende a los pectorales repujados de la Tomba Regolini-Galassi, de Caere; a los brazaletes y a las grandes arracadas de las mujeres. Los etruscos nunca pretendieron imitar o emular a los griegos en su arquitectura. Ni tenían materiales de construcción comparables al mármol y a la caliza de la Grecia propia (Carrara y Luna permanecían aún en el secreto de la tierra), ni sus ideas arquitectónicas eran las mismas. Con criterio moderno tendríamos que decir que sus ideas eran más arquitectónicas e ingenieriles. El templo y la tumba griega del tipo mausoleo están hechos para ser vistos desde fuera, como esculturas; sus valores, por grandes que sean, son escultóricos. En cambio, el efecto del templo etrusco, con toda su madera y sus revestimientos polícromos de terracota, es fundamentalmente pictórico, como lo fue en la Grecia primitiva, por ejemplo, en Thermos, y después dejó de serlo, por la enorme vocación griega por la escultura y la geometría como única fuente de belleza. En cuanto a la tumba etrusca, como la vemos en Caere, es puramente arquitectónica: un ambiente interior en el que alienta un espíritu más antiguo que el griego -habría que buscarle equivalencias en el Tesoro de Atreo y demás tumbas micénicas- y mucho más moderno. En la tumba etrusca es la intimidad, no la ostentación, lo que priva.
Personaje Escultor
Instalado en París, en la Capital del Sena realizó numerosos bustos de personajes de la vanguardia (Poulenc, Picasso, Eluard, Cocteau, etc.) y algunos monuemntos públicos, caracterizándose sus trabajos por la elegancia de los volúmenes y la simpleza de líneas, situándose su arte al límite de la abstracción.
obra
La enorme fama como retratista conseguida por Goya motivará la ejecución de este soberbio retrato protagonizado por el Embajador de Francia en España, monsieur Ferdinand Guillemardet. El modelo aparece de cuerpo entero, sentado en una silla en una postura algo forzada al girarse sobre su cuerpo para mostrarnos su rostro. Tras la figura encontramos una mesa cubierta con dorado tapete en la que se observa el sombrero, un tintero y diversos papeles, elementos éstos habituales en los retratos de políticos o intelectuales. El fondo claro empleado contrasta con la tonalidad oscura del uniforme y las botas, recortando la excelente cabeza sobre la pared. Una vez más, Goya se interesa por conjugar los detalles de trajes, adornos y bandas con la personalidad de su modelo, resaltada gracias a la iluminación aplicada. Los rasgos del rostro están perfectamente estudiados, en un alarde de psicología pictórica que el aragonés demuestra en la mayor parte de su producción retratística. La pincelada suelta empleada no impide captar las calidades de las telas, insinuando un conjunto en el que también destacan las manos, demostrando la facilidad de Goya para pintarlas siempre que el cliente esté dispuesto a pagar.