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Los materiales que utilizaban los griegos para confeccionar sus vestidos eran, preferentemente, el lino, la lana y las pieles. Los hombres vestían una simple túnica que podía variar de tamaño en función de su uso. Solía dejar un hombro al descubierto y se ajustaban a la cintura con un cinturón de piel. Las túnicas cortas eran empleadas para realizar trabajos mientras que las largas se utilizaban para ocasiones especiales. Como complemento se utilizaba un manto llamado himatión que podía colocarse de diferentes maneras Si bien el vestido masculino apenas sufrió evolución, la indumentaria femenina sí cambió con el paso del tiempo. Hasta mediados del siglo VI a.C. las damas vestían una túnica cilíndrica llamada peplo, que dejaba los hombros al descubierto, como podemos apreciar en la Dama de Auxerre del Museo del Louvre. El peplo dórico dejará paso al chitón e himatión jónicos, túnica cubierta con un manto, abundando ahora los pliegues. Las mujeres espartanas dejaban uno de los lados de su túnica sin cerrar. Numerosos complementos servían para adornar los vestidos.
obra
Ernst es, junto con Miró, el que mejor lleva a cabo la surrealización de la actividad artística. No le interesa sólo conseguir una imagen final de carácter surrealista; para él la realización de la obra es una actividad surrealista en sí. En este sentido cualquier técnica es válida con tal de conseguir, con la mayor perfección, el equivalente de la escritura automática, es decir: la anulación radical de la razón en el proceso de creación. Para Ernst no es el sueño el que da lugar a la imagen, al contrario. La imagen se desarrolla en el cuadro y el artista es el espectador de su propia obra, a cuya realización asiste. El sueño no nos lleva a sus imágenes, sus imágenes nos remiten al sueño. Ernst no pinta lo soñado, sueña lo pintado; por eso algunos le han considerado el más surrealista de todos. En esta obra que contemplamos Ernst nos presenta el ritual de preparación para la boda, pero teñido de elementos inquietantes, sugiriendo que el enlace no es muy admitido. El amenazador gesto de la figura armada o el llanto del hermafrodita producen un intenso contraste con la exhuberancia del manto de la novia, que llega incluso a cubrir su rostro. Este manto posiblemente esté inspirado en una descripción de Breton: "hecho de la repetición infinita de las pequeñas plumas de un pájaro extraño, que usan los caciques de Hawai".
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El viaje La fecha real de la expedición fue el 9 de abril de 1595, cuando salieron del puerto de El Callao. Antes de emprender la larga travesía visitaron algunos pueblos de la costa, para recoger provisiones y completar las tripulaciones de forma poco ortodoxa: deteniendo navíos, tomando de ellos la parte que quisieron, y como la Almiranta no iba fina la barrenaron y sustituyeron por otra nave que estaba cargada de harina, comprometiéndose al regreso a pagar su coste al dueño de la nave y mercadería, un sacerdote del puerto de Chaperre, donde ocurrió la aprehensión. Desde antes de que se iniciara la travesía y a lo largo de ella, las páginas del manuscrito del palacio Real nos manifiestan la debilidad de carácter del adelantado, incapaz de tomar prontas decisiones, y siempre a merced de los requerimientos de su mujer y cuñados. Si en el primer viaje se movió entre las influencias de Sarmiento y Hernán Gallego, quienes constantemente le recordaban su experiencia náutica para imponerle sus respectivos pareceres, en su segundo y último, Álvaro de Mendaña, con su constante afán contemporizador, amigo de ceder para no romper, provocó un creciente desdén hacia su autoridad. Cuando la quiso recuperar, a consecuencia del asesinato de un jefe indígena, como todos los débiles, actuó de forma brutal y sangrienta, pero ya era tarde. Otro factor, motivador de un gran número de rencillas y suspicacias, es la abundante presencia femenina a bordo, comenzando por la autoritaria doña Isabel Barreto. Justo Zaragoza, el primer prolonguista de la obra, escribe acertadamente: ... En las manifestaciones del carácter de Mendaña comprendieron todos el fondo de verdad que lo determinaba. Tales manifestaciones que las gentes de menguado sentido traducen por debilidades, las producían frecuentemente en el Adelantado, y le obligaban a hacerlas públicas, ciertas exigencias femeniles de a bordo, exigencias producidas a menudo por las molestias de la navegación, o por pequeñas pasiones muy propias de las sociedades menudas que viven aisladas... y no menos sabida es la inconveniencia de llevar esos jefes sus esposas en el barco que mandan; de la cual inconveniencia emanaron, sin duda, las rígidas ordenanzas que prohíben su embarque37. Las discordias se habrían iniciado antes de embarcar. Las inició el Maestre de Campo Marino Manrique con Quirós, en El Callao, por cuestiones de competencia, y siguieron en el puerto de Chaperre, con el almirante Lope de Vega y el vicario de la flota. Quirós pidió licencia para no ir, y el Maestre de Campo, todo airado, y llegó a desembarcar. La intervención pacífica de Mendaña resolvió amigablemente de momento la cuestión, pero como ya veremos, las rencillas se ahondarán por la enemistad abierta hacia Marino Manrique de Isabel Barreto y sus hermanos. Por fin la flota levó anclas en el puerto de Paíta, el 10 de junio de 1595. Llamábase la nao capitana San Gerónimo. Iba con ella el Adelantado, su mujer y hermanos, el Maese de Campo, todos los oficiales mayores, dos sacerdotes, y el uno con título de vicario. En la Almiranta, que se decía Santa Isabel, Lope de Vega Almirante, dos capitanes y un sacerdote. En la Galeota (que nombraron San Felipe), el capitán Corzo, sus oficiales y gente. En la fragata llamada Santa Catalina iba por teniente de capitán Alonso de Leyba38. El número total de tripulantes era de trescientos setenta y ocho hombres, y unas noventa y ocho personas entre mujeres y niños. Se llenaron mil ochocientas botijas de agua. La navegación fue bastante tranquila. Llegaron a las primeras islas el 21 de julio. El adelantado, en homenaje al virrey Cañete, las bautizó marquesas de Mendoza. En la travesía, según cuenta el transcriptor de Quirós, no faltaron comentarios a la antipatía de la adelantada y de sus hermanos a Pedro Marino Manrique; de la creación de banderías; de murmuraciones sobre la ineptitud de Mendaña y Quirós, que no encontraban las Salomón; pero el hecho más sobresaliente que anotamos fue el casamiento múltiple de quince parejas en vísperas de la arribada a las Marquesas, y cuando las señales de tierra próxima eran inequívocas. A los españoles les asombró la gran belleza de aquellos polinesios casi blancos y de gentil talla. Pero la política de fuerza o de terror que quiso imponer el Maese de Campo estorbó los planes de Mendaña de querer establecer una factoría. Por otra parte, la creencia en la proximidad de las Salomón determinó al adelantado a proseguir la navegación. A partir de este momento crecen las murmuraciones, y el malestar se generaliza al no encontrar prestamente las suspiradas islas de Poniente. Quirós hace al Maese de Campo promotor de todas las inquietudes. Un hecho lamentable ensombrece más si cabe la incertidumbre que pesaba sobre la flotilla. El 7 de septiembre ve por última vez a la nao Almiranta, mandada por Lope de Vega. Nunca más encontrarán rastro de ella y de los que la tripulaban. Por esa razón, cuando al otro día tropezaron con la isla de Santa Cruz, al pronto Mendaña creyó haber encontrado por fin sus ansiadas islas, y decía: Esta es tal isla y tal tierra. Pero cuando se dirigió a los indígenas en la lengua que en el primer viaje aprendió, ni ellos, ni él, jamás se entendieron. No obstante, al descubrir un fondeadero aceptable, ver la frondosidad y belleza de la isla y la buena disposición de los indígenas, que por mediación de su cacique Malope llegaron a convivir, pensaron que la colonización no tendría problemas; todas estas circunstancias incitaron a Mendaña a fundar una población, olvidándose de su compromiso de llegar a las Salomón. La fundación y levantamiento de la nueva ciudad, en un lugar elegido por el Maese de Campo, parece ser que no fue del agrado de todos. Por otra parte, la nueva tierra no colmaba sus afanes de riqueza, tal como correspondía en las míticas islas Salomón. Muchos de aquellos hombres habían vendido sus haciendas para ir tras las riquezas que tenían aquellas islas, a las que en la antigüedad enviaba sus naves el rey Salomón. En vez de abundancia al alcance de las manos, tenían que construir ellos mismos chozas donde guarecerse, y procurarse el alimento diario, bien por las entregas de los indígenas, o arrebatándolo a viva fuerza. Con razón se sentían traicionados, y así se comenzaron a coger firmas pidiéndole al Adelantado les sacase de aquel lugar y les diese otro mejor, o los llevase a las islas que había pregonado. Para acelerar la salida de la isla y provocar el fracaso de la colonización, el Maese de Campo comenzó a practicar una política sistemática de saqueos de los poblados indígenas, esperando provocar un levantamiento general de los aborígenes. Debemos apuntar que esa política de saqueos sistemáticos era posible gracias a que Mendaña se encontraba gravemente enfermo, y permanecía aislado en la Capitana, acompañado de su familia y seguidores más fieles, entre ellos Quirós. Esta funesta división entre los colonizadores trae trágicas consecuencias. A bordo del San Gerónimo llegan las noticias inquietantes de conjuras que plaena el Maese de Campo. El Adelantado baja a tierra, pero se da cuenta que su autoridad poco pesa allí. Triste y cariacontecido, se retiró al galeón, convencido de que todo había finalizado para él. Arcabuzazos contra el galeón, nuevas noticias sobre la exaltación de la conjura, el fracaso de la mediación de Quirós, todo esto lleva al Adelantado a querer cortar de raíz lo que ya considera motín contra su persona. A persar de su debilidad, desembarca al romper el alba, donde le esperan sus cuñados y unos pocos fieles soldados. Acuden al fuerte y sorprenden indefenso al Maese de Campo Pedro Marino, y lo apuñalan. A él seguirán sus más fieles amigos, asesinados por la furia homicida de los hermanos Barreto, que llegarán a cortar la cabeza de los que considerarán principales cabecillas. La jornada sangrienta no acabó ahí. Por la tarde regresaron al fuerte un destacamento de soldados que habían ido anteriormente al poblado del cacique Malope, el jefe indígena que tanto había intimado con Mendaña. Le habían asesinado de forma gratuita, y su asesinato es descrito por Quirós de una manera escalofriante. Enterado el Adelantado, ordenó que fueran aprisionados algunos soldados para saber su participación en el crimen. El Alférez que mandaba el pelotón, sin juicio previo fue ejecutado y cortada su cabeza, para emplearla a la entrada de la fortaleza, junto a las de otros dos que fueron ejecutados por la mañana. El asesino material de Malope, que milagrosamente salvó la vida, víctima de sus remordimientos, moría a los pocos días. Los acontecimientos narrados presagian el fracaso final de la colonización, porque a partir del asesinato alevoso de Malope, la exhibición de la cabeza del alférez para apaciguar a los nativos no sirve para nada, y los indígenas no cejarán de atacar implacablemente a los españoles, produciendo bajas diariamente y provocando desconcierto y desmoralización. Las fiebres del trópico, por otra parte, aparecen y diezman a los españoles, y si a esto unimos la postración y agonía del adelantado, el cuadro no puede ser más sombrío. El 18 de octubre, Álvaro de Mendaña hace testamento ante el escribano Andrés Serrano, siendo testigos Diego de Vera, Andrés del Castillo, Juan de Isla, Luis de Barreto y el capitán Felipe Corzo. En sustancia, nombra a Isabel Barreto, su legítima mujer, por gobernadora... y todos los demás bienes que agora y en algún tiempo parescieren ser míos, y del título del marquesado que del rey nuestro señor tengo, y de todas las mercedes que su majestad me ha hecho39. Ese mismo día murió, y su cuerpo posteriormente embarcado encontró su definitivo descanso en las islas Filipinas.
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Acicateada su curiosidad, quizá por Venius, completó su educación tras los montes, en Italia,- siguiendo una costumbre ya consagrada como obligación entre los artistas flamencos: el viaje de estudios a Roma, "la ciudad a donde el viaje debe conducir al pintor de los restantes países, pues es la capital de todas las escuelas de pintura" (Karel van Mander, "Het Schilder Boeck". Haarlem, 1.604). Sea como fuere, en mayo de 1600, Rubens partió para Italia, siguiendo un itinerario preparado con meticulosidad, arribando a Venecia, atraído por las obras de Tiziano -que, realmente, se le revelaría en España-, y entrando al servicio de Vicenzo I Gonzaga, duque de Mantua, que, sin ningún título oficial, lo empleó con funciones de copista, retratista y escenógrafo, lo que le permitiría viajar por Italia (Verona, Milán, Bolonia, Parma, Padua, Florencia...) e impregnarse de su riqueza cultural. Aun así, no parece que en Mantua encontrara el lugar ideal para desarrollar su trabajo, y so pretexto de completar su educación, logró ser enviado a Roma (1601) para realizar copias de grandes obras para el duque. Protegido por el cardenal Montalto, en Roma afirmará su posición artística, recibiendo su primera comisión importante de Jan Richardot, agente del archiduque Alberto, que le encargó tres tablas para la capilla de Santa Elena, en Santa Croce in Gerusalemme, la basílica de la que el archiduque había sido titular (1602) (Grasse, Hôspital). A pesar del acusado romanismo flamenco, estas pinturas revelan una confusa y precaria asimilación por Rubens de los tipos y actitudes miguelangelescos, del claroscuro caravaggiesco y del realismo académico y retórico carracciesco.Vuelto a Mantua, pronto fue enviado a España como agente con la misión de entregar a Felipe III y a su favorito, el duque de Lerma, un cargamento de regalos de parte del duque de Mantua (1603). Rubens -a pesar del despecho por no haber sido recibido por el monarca- no dejó pasar la ocasión, estudiando y copiando las innumerables pinturas de las colecciones reales españoles, en especial las de Tiziano, captando su brillantez de colorido y su opulencia monumental. Por lo demás, le cupo la satisfacción compensatoria de pintar en Valladolid, entonces sede de la corte, el retrato ecuestre del valido (Madrid, Prado). Del éxito de su misión y del impacto que causó su arte, aún en germen -con un toque cada vez más rápido y organizador de amplias superficies y un planteamiento compositivo fastuoso-, es prueba el que, unos diez años después, de vuelta en Flandes, ejecutara para el propio duque de Lerma su celebérrimo Apostolado (h. 1612-13) (Madrid, Prado).El frasco de las esencias rubenianas, destapado en Valladolid, se desbordaría a su regreso a Mantua con los tres grandes lienzos para la iglesia de los jesuitas (1605). Aunque, por desgracia, la obra central con La Santísima Trinidad adorada por Vincenzo Gonzaga y su familia se redujo a varios fragmentos (los dos mayores, en Mantua, Palazzo Ducale), evidencia su ingenio inventivo y su espectacular composición, de claro efecto escenográfico, en equilibrio con su minuciosa observación y su exacta reproducción de la realidad, palpables en los muchos retratos que aparecen. En estas pinturas ya se revelan los tres pilares sobre los que Rubens basará su futuro método de trabajo: la estatuaria antigua, la tradición del gran Renacimiento italiano y la observación directa de la realidad. Leonardo, Raffaello y Michelangelo, Tiziano y Tintoretto o Leoni y Lotto, sin obviar a los Carracci y a Caravaggio, son de continuo citados por Rubens en préstamos muy personales.Pero, de nuevo, Mantua le quedará estrecha y Rubens se ausentará cada vez más de ella, luchando, ante las reclamaciones del duque, por permanecer en Roma. Desde fines de 1605, logrará residir en la Ciudad Eterna, con alguna corta ausencia, con preferencia en Génova, en donde ya había residido a su vuelta de España (1604). En Roma, precisamente, desarrollando los efectos compositivos y dinámicos de las telas mantuanas, pintará a expensas del banquero genovés N. Pallavicini para la iglesia jesuita de Génova La circuncisión (1605) (Sant'Ambrogio), verdadero anticipo de la pintura barroca con el lumínico y escorzado rompimiento de gloria de su mitad superior. De sus contactos y de su presencia en Génova (1607) no pueden obviarse sus virtuosos retratos de la aristocracia local que, renovando desde sugestiones vénetas los tradicionales esquemas de la retratística flamenca, cautivarán a Van Dyck, como el de la Marquesa Brigida Spinola-Doria (1606) (Washington, National Gallery), ni sus diseños (plantas, alzados y secciones) de los palacios y villas de la plutocracia genovesa, estampados a su vuelta a Flandes ("Palazzi di Genova". Amberes, 1622), que fueron claves para la renovación de la arquitectura flamenca.Con todo, su segunda estancia romana giró en torno a la comisión que los filipenses le hicieron (1606) para decorar el altar mayor de la Chiesa Nuova. Rechazada una primera versión unitaria, más simple y monumental (1607) (Grenoble, Musée de Peinture), en 1608 ofreció una solución tripartita con La aparición de la Madonna della Vallicella en la tela central, verdadero cuadro dentro del cuadro, que incluye una grandilocuente visión de la milagrosa imagen de la Virgen rodeada por torbellinos de ángeles dispuestos en efectistas círculos concéntricos de nubes. La luz y los efectos atmosféricos, subrayados por ese cálido brillo de su colorido, provocan un fluir sin límites del espacio, eco de un mensaje dinámico e impetuoso que la pintura romana sólo recogerá hacia 1630.Sin perder sus auténticos valores flamencos y sin dejarse llevar por los cantos de sirena de los grandes pintores italianos -dominador de sus propias ideas y recursos pictóricos-, Rubens supo amalgamar los impulsos nórdicos y los meridionales, fundiéndolos en un estilo propio y arquetípicamente barroco (San Jorge y el dragón (h. 1607, Madrid, Prado). Mientras pintaba para la iglesia romana del Oratorio, Rubens ejecutó por encargo de F. Ricci, el patrón del altar de la Vallicella, una Adoración de los pastores (La Noche) para los filipenses de Fermo (Pinacoteca). Si en 1607 había tenido un gesto de admiración para con Caravaggio, comprando La muerte de la Virgen para el duque de Mantua, en 1608 Rubens muestra con esta obra su hondo conocimiento (pero nunca subyugación) de las novedades caravaggiescas, al tiempo que rinde un homenaje a Correggio.
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El viaje a las regiones austriales Realizadas las informaciones oficiales sobre la navegación, sucesos de la isla de Santa Cruz, y acusaciones posteriores contra Quirós y algunos tripulantes43, y habiendo quedado limpia la ejecutoría del Piloto Mayor, comenzó éste a intuir la posibilidad de proseguir la empresa inciada por Mendaña, no en busca de las no localizadas islas de Poniente, sino del continente que debía de estar más al sur. Así, sin comunicar a la adelantada y a su esposo sus pretensiones, embarcó con ellos hacia la Nueva España, en su viejo conocido galeón San Gerónimo. Al llegar a Acapulco, se dio licencia a los supervivientes de la expedición, y con muchos de ellos se dirigió a Perú. Desde el puerto de Paita escribió al nuevo virrey del Perú, don Luis de Velasco, interesándole por sus servicios y solicitando un navío de sesenta toneladas para ir a descubrir el novísimo continente44. Como las pretensiones de Quirós superaban las atribuciones del virrey, se dio pronto cuenta de que aquél no era el lugar para obtener los favores que solicitaba, y prestamente, el 17 de abril de aquel mismo año, embarcó hacia Panamá, para pasar a Portobelo y Cartagena de Indias. Allí embarcó en la flota de la Nueva España, y el 25 de febrero de 1600, con estruendo de artillería y música, dimos fondo en Sanlúcar. De carácter avispado, el portugués, al llegar a Sevilla y saber que aquel año era Santo y se ganaba el jubileo en Roma, decidió ir allí en las galeras que salían de Cartagena, en vez de marchar directamente a Madrid. El cambio de rumbo no creo se debiera únicamente a la extremada religiosidad de Quirós, aunque sí la tenía. Sus intenciones iban más allá. Sabía que si lograba interesar a las más altas dignidades romanas encontraría luego en Madrid mayores facilidades para resolver sus pretensiones. Desembarcó en Génova, y a pie llegó a Roma, buscando el palacio del embajador en España, duque de Sesa, que lo acomodó y se interesó por sus proyectos. Parecióle bien a su Excelencia, he hizo juntar en su casa los mayores pilotos y matemáticos que se hallaban en Roma, habiendo en su presencia hecho largo examen de mis papeles, discursos y cartas de marear... Sustancialmente, el proyecto de Quirós no era otro que el que planeara años antes Sarmiento de Gamboa, y que coincidía con las creencias de los cenáculos científicos de la época. Lo que más podía impresionar a los presentes era su experiencia como navegante de los mares del sur. La estancia de Quirós en Roma duró diecisiete meses; por intercesión del embajador español, fue recibido por el pontífice Clemente VIII, al que dio conocimiento de su proyecto y del gran provecho que se obtendría al llevar la luz de Cristo a tantos millones de seres que vivían en las tinieblas del paganismo. Tras conseguir despachos de recomendación a su empresa, desde el Papa, hasta el último romano, y sobre todo del embajador, sabe que el éxito lo tiene asegurado, y que nada se puede interponer a sus designios. Tanto es así, que tras localizar a la Corte en El Escorial, será prontamente recibido por el nuevo monarca Felipe III. De sobra es conocida la indolencia y beatería del rey, de lo que saca provecho el portugués. Cabe imaginar cómo éste le hablará del interés de su Santidad por su empresa; de los inmensos beneficios que se podían obtener al cristianizar a tantos millones de seres del inexplorado continente adelantándose a los ímpios ingleses y holandeses que ya merodeaban por el Pacífico45. El discurso del portugués hace mella en el monarca, que para agilizar la diligencia del viaje logra que lo tramite el Consejo de Estado, y no el de Indias, como era lo aconsejable. Con ello lograba soslayar las seguras protestas de la adelantada, que lo haría normalmente a través del Consejo de Indias. La voluntad real moviliza la lenta máquina burocrática, y aunque encuentra reticencias y obstáculos, todo se allana finalmente, cuando el 5 de abril de 1603 le entregan los despachos de Su Majestad, para que salga prestamente hacia Perú. La carta del rey a su virrey de Perú, sobre los móviles del viaje, hacen ociosa cualquier consideración: ... y habiendo considerado su proposición con la atención que tan grave negocio requiere por el aumento de la fe y el beneficio de las almas de aquellas gentes remotas; anteponiendo el servicio de Dios a todo lo demás como es razón; a consulta de mi Consejo de Estado, he resuelto que el dicho Capitán Quirós parta luego al dicho descubrimiento en la primera flota para el Perú, y así os ordeno y mando que llegado allá le hagáis de dar navíos y muy buenos a su satisfacción que vayan muy en orden con el número de gente conveniente, bien abituallos, minicionados y artillados46. Quirós fue a Cádiz, donde embarcó en la flota que se dirigía a la Nueva España y que llevaba al nuevo virrey Montes Claros. Fue una trabajosa travesía, sobre todo en aguas del Caribe, donde su navío naufragó, y al igual que otros, pudo recalar en Caracas, donde permaneció ocho meses esperando reanudar su viaje. Llegó finalmente el 6 de marzo de 1605, con deudas del pasaje y comida, y sin dinero.
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Después que Don Francisco de Toledo, Virréi del Pirú, embió una Armada de dos Navíos con más de doscientos hombres tras el Cosario Francisco Draquez, y habiendo llegado a Panamá sin hallar más que la noticia dél, se volvieron á Lima (como dello Vuestra Magestad tendrá relación); considerando lo mucho que importaba a la seguridad de todas las Indias desta Mar del Sur, para el servicio de Dios Nuestro Señor, aumento y conservación de su Sancta iglesia, que en estas partes V. M. tiene y sustenta, y la que se espera que se plantará, y para el de V. M. y de sus Vasallos, no dexar cosa por explorar; y así mesmo por la pública fama y temor de los dos Navíos Ingleses, compañeros de Francisco Draquez, que quedaban atrás en las Costas de Chile y Arica, de que por horas había armas en los puertos de esta Costa, que no sabían las gentes que hacerse, cesaban las contrataciones por estar los mercaderes temerosos en aventurar sus haciendas, y los navegantes de navegar; y porque la común voz del pueblo era que Francisco había de volver por el Estrecho, pues lo sabia ya: por lo qual, y para obviar á lo futuro, determinó embiar á descubrir el Estrecho de Magallanes, que por esta Mar del Sur se tenía quasi por imposible poderse descubrir, por las innumerables bocas y canales que hai antes de llegar á él, donde se han perdido muchos Descubridores que los Gobernadores del Pirú y Chile han embiado allá; y aunque han ido á ello personas que entraron en él por el Mar del Norte, nunca lo acertaron, y unos se perdieron, y otros se volvieron tan destrozados de las tormentas, desconfiados de lo poder descubrir, que á todos ha puesto espanto aquella navegación; para que quitado este temor de una vez, y descubierto el Estrecho, se arrumbase y se pusiese en cierta altura y derrota, y se tantease por todas partes para saber el modo que se tendrá en cerrar aquel paso para guardar estos Reynos ántes que los enemigos lo tomen, que importa lo que V. M. mejor que todos entiende: que á juicio de todos no va ménos que los Reinos, haciendas, cuerpos y ánimas de los habitadores dellos. Esto bien mirado y comunicado con la Real Audiencia de los Reyes, Oficiales-Reales, y con otras muchas personas de gran Experiencia en gobierno y cosas de Mar y Tierra, se concluyó en que se embiasen dos Navíos para lo arriba dicho al Estrecho de Magallánes: y dentro de diez días como llegó la Armada de Panamá, le comenzó a despachar el Virrey; y personalmente, aunque estaba indispuesto, fue al Puerto, que está dos leguas de la ciudad, y entró en los navíos, y con candela y oficiales los andubo mirando hasta la quilla, y de todos escogió los dos más fuertes, más nuevos y veleros, y comprólos por Vuestra Magestad; y mandó al Capitán Pedro Sarmiento aceptase el trabajo deste Viage y Descubrimiento con título de Capitán-Superior de ambos navíos: y Pedro Sarmiento por servir a V. M. lo aceptó, no obstante muchas cosas que hubo y podía haber en ello, pero como su oficio siempre fue gastar la vida en servicio de su Rei y Señor natural, no era justo se vendiese, ni escusase su persona en éste, por temor de la muerte, ni trabajos que se publicaban, ni por ser cosa de que todos huían; antes por esto se ofreció con más voluntad al servicio de Dios y de V.M. cuyo esclavo es en voluntad, con la qual, si sus obras igualasen, V. M. se tendría por mui servido dél. Y luego que se compraron estos dos navíos se puso mano á la obra dellos, así á la carpintería y herrería, xarcias, velas, mantenimientos, como á las demás cosas necesarias, asistiendo en el puerto para el despacho de los navíos Don Francisco Manrique de Lara, Fator de V. M. y caballero del Hábito de Sanctiago, y Pedro Sarmiento, el qual iba y venía á la Cidad y al puerto, dando mano al despacho y haciendo gente, haciendo pagar la gente de mar, y haciendo dar socorro a los soldados: y en juntarla hubo mucha dificultad y trabajo, porque como era jornada de tanto trabajo y tan peligrosa y de tan poco interés, nadie se quería determinar á ella, y así muchos se huyeron y escondieron. En fin, se juntaron los que fueron menester entonces, que por todós fueron ciento y doce, la mitad marineros y la mitad soldados. Y porque el verano se pasaba y convenía mucho la brevedad, fue el Virréi segunda vez al puerto y personalmente asistió á todas las obras hasta que se acabó: y trahía ordinariamente en el despacho de la mar al Licenciado Recalde, Oidor de la Audiencia Real de los Reyes, que con mucha diligencia executaba lo que el Virréi le mandaba: y el Tesorero y Contador, en la Cidad trabajaban en las pagas y socorros y vituallas como por el Virréi les era ordenado. Con esta diligencia se despacharon los navíos y gente con brevedad, qual no se creía que se pudiera hacer. Expedidos los despachos desta Armada, nombró el Virréi á la nao mayor Nuestra-Señora-de-Esperanza, á quien Pedro Sarmiento eligió para Capitana; y á la menor nombró San-Francisco, que fue hecha Almiranta. Por Almirante, á Juan de Villalobos; y para despedillos Su Excelencia el viernes nueve de Octubre de 1579, mandó parecer ante sí al Capitán-Superior, Almirante y los otros oficiales y soldados, que entonces se hallaron en la Cidad, y hablóles apacible y gravemente, encareciéndoles la mucha dificultad del negocio á que los embiaba, puniéndoles también delante el premio y mercedes que les prometía hacer, encargándoles mucho el servicio de Dios Nuestro Señor y el de V. M. y la honra y reputación española. Tras esto entregó la Bandera al Capitán-Mayor, y él al Alférez Juan Gutiérrez de Guevara: y besándole todos la mano, y echándoles el Virréi su bendición los despidió; y el sábado por la mañana se fue el Capitán-Mayor á embarcar, y tras él los demás oficiales, soldados y marineros que estaban en la Cidad. Este mesmo sábado en el puerto, en presencia del Oidor Licenciado Recalde, y Oficiales Reales, el Secretario Álbaro Ruiz de Navamuel leyó la Instrucción del Virréi al Capitán-Mayor, Almirante y Pilotos, que es la siguiente, que la pongo aquí porque el Virréi me manda que me presente con ella ante la Persona Real de Vuestra Magestad y de su Real Consejo de Indias.
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Adolf Hitler se había acostado el 24 de abril hacia las 4 de la madrugada. El telegrama de Göring, hábilmente condimentado por los comentarios de Bormann, -y probablemente por los de Speer y Ribbentrop, ambos contrarios al mariscal del Aire y ambos presentes en el búnker -le había indignado, enloquecido y, luego, apenado (11), pues no en vano había estimado a Göring como su mejor amigo durante muchos años. Sin embargo, el 24 se levantó dispuesto, como siempre a olvidar las cosas que le molestaban: puesto que Göring era un traidor, lo más conveniente era sustituirle en sus funciones, neutralizarle políticamente y olvidarle como amigo. Para que se ocupara de las dos primeras medidas, Hitler ordenó que se trasladase a Berlín el general Ritter von Greim, jefe de la 6.? flota aérea con base en Munich. El viaje fue sumamente complicado. Con una fuerte escolta de caza alcanzó un aeropuerto próximo a la capital. Desde éste, en una avioneta ligera, conducida por la piloto de pruebas Hanna Reitsch, se dirigió a Berlín. Penetró en el cielo de la ciudad escoltada por cazas que debieron luchar duramente para que la avioneta consiguiera librarse de los aviones soviéticos, mientras "La Ultima Valquiria" (12) hacía prodigios de habilidad para sortear el fuego antiaéreo. Pese a esto, el aparato fue alcanzado y Von Greim, herido en un pie. Hanna logró aterrizar cerca de la puerta de Brandenburgo y, desde allí, alcanzar el búnker de la Cancillería en la tarde del día 26. Von Greim quedó asombrado cuando Hitler, emocionado y tembloroso, le contó la traición de Göring y le comunicó el motivo de su llamada. Von Greim tuvo entonces la sensación de que se había jugado la vida mil veces aquel día por un maníaco (13); para designarle jefe de la semiinexistente Luftwaffe hubiera bastado un telegrama. Hanna Reitsch tuvo la oportunidad de dejar el último retrato de Hitler: "Con la cabeza caída hacia adelante, el rostro mortalmente pálido no pudo evitar que el mensaje (de Göring) ondulase violentamente por el temblor incontenible de sus manos, cuando se lo alargó a Greim. Mientras éste leía, la expresión del rostro del Führer era de mortal ansiedad. De pronto todos los músculos del mismo empezaron a estremecerse con rápidas contracciones y la respiración adquirió vaharadas explosivas. Haciendo un supremo esfuerzo, consiguió dominarse lo suficiente para gritar: "¡Un ultimátum! ¡Un torpe ultimátum!, ¡Nada queda ya!, ¡Tengo que sufrirlo todo! No ha habido deslealtades ni faltas al honor, ni desengaños de que no me hayan hecho víctima; ni ha habido traiciones que yo no haya tenido que soportar... Y ahora, encima de todo lo demás, esto. Nada queda ya. Se me ha hecho todo el mal que se me podía hacer..."
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El viaje del general Pedro Fernández de Quirós A pesar de las cartas del monarca, Quirós iba a encontrar dificultades. El 11 de marzo lo recibe un nuevo virrey, conde de Monterrey, y el 25 de ese mismo mes expone sus planes ante una junta de notables convocada por la autoridad virreinal. Esta apunta la posibilidad de que la expedición podría resultar más económica si partiera desde Manila, a lo que replicó Quirós que hacer esto representaba ir contra la orden real, que mandaba expresamente saliese de Lima y contra toda buena navegación por los vientos opuestos. A esta falta de interés del conde de Monterrey, debemos añadir la presencia de la antigua adelantada en el Perú. Don Fernando de Castro, en nombre de su mujer, protestó enérgicamente, ante las autoridades de Madrid, de que se conculcaran sus derechos. Pero finalmente, y según cuenta el marino portugués, tras una entrevista, dejóse el caballero convencer de mis piadosas razones, y dijo que a su entender condenaría su alma quien pretendiera estorbarme. El 21 de diciembre de 1605, a las tres de la tarde salían del Callao las tres naves descubridoras, la Capitana, S. Pedro, y la Almiranta, mandada por otro portugués, Váez de Torres; y una zabra, mandada por Pedro Bernal Cermeño, con un total de trescientos hombres. Las intenciones del viaje y su intento de llegar al contienente austral se revelan en las instrucciones que da Quirós a Váez de Torres. En ellas, minuciosamente, da cuenta, del orden y religiosidad que debe imperar en la armada, pero sobre todo lo más importante será el rumbo que deberá seguir, navegando la vía del sudueste, hasta subir a la altura de 30?, y si puesta en ellos no hallare tierra, hará una derrota del noroeste franco hasta bajar a altura de diez grados: y si hasta ponerse en ellos no hallare tierra, navegará al norueste basta bajar a diez grados y un cuarto, y puesto en ellos navegará al oeste en demanda de la isla de Santa Cruz. Localizada esta isla, se dirigirían a Filipinas, remontando la Nueva Guinea, y una vez llegados a Manila regresarían a España por la ruta del cabo de Buena Esperanza. Si estudiamos esas instrucciones, y el itinerario real que siguió Quirós, hasta la Australia del Espíritu Santo, nos daremos cuenta de que esas instrucciones no fueron precisamente seguidas, pues no bajaron a los treinta grados. Es el caso que Quirós emprendió audazmente la ruta del oes-sudueste, que, de haberla mantenido, le habría llevado a Nueva Zelanda. Pero antes de llegar --según el P. Kelly-- al Aecteon Group ya enderezó el rumbo y se mantuvo en los 20? latitud sur, sin pretender bajar más, sino todo lo contrario. A partir de aquí perdieron altura, y así llegaron a las islas de la Sociedad. Quirós, que siempre quiere descubrirse, dice que el piloto mayor, Gaspar de Leza, le mudaba la derrota y se decía que se quería alzar en la nao. Bien porque se sintiese enfermo realmente desee la salida, bien porque al cabo de tres meses largos de navegar no encontrase el añorado continente, Quirós, sintiéndose derrotado, mandó poner proa a la isla de Santa Cruz. Sin embargo no la encontró, lo que dio lugar a que el 25 de marzo de 1606 hubiera una junta de pilotos, donde hubo encontrados pareceres, sobre todo con Leza, su piloto mayor, del que Quirós nunca da el nombre. Tal fue el encono de la discusión, que ordenó a Váez de Torres que se llevase preso a Leza. Prácticamente sin resolver nada la junta, perdidos, navegan por rosarios de islas pertenecientes a las actuales Duff y Banks, hasta que a los cinco meses de travesía, al encontrarse con una gran isla de las Nuevas Hébridas, la del Espíritu Santo, Quirós, sin más averiguaciones, creyó haber llegado a la tierra Australia. Sugestionado por la obsesión de haber cumplido lo prometido, y por otra parte, gran amigo del espectáculo, organizó unas suntuosas y ruidosas fiestas religiosas; celebró una procesión, condecorando a todos los expedicionarios, halagándoles con la concesión de la cruz de la orden del Espíritu Santo, lo que fue objeto de chanzas por muchos marineros, según cuenta Iturbe, veedor de la expedición47. Dio por fundada la ciudad de la Nueba Hierusalem, de la que sólo edificó una iglesia de madera, perio sí concedió cargos municipales de esa ciudad, que sólo existió en su fantasía. Toda esta espectacularidad barroca que Quirós considera necesaria es, por una parte, para cumplir con el Papa, haciendo una gran fiesta religiosa; por otra parte con la ocupación, para cumplir también con Felipe III. El espectáculo será ampliamente descrito por el propio Quirós, en sus múltiples memoriales difundidores de su gran descubrimiento. Quirós, olvidándose por completo de sus instrucciones en caso de pérdida, sin intentar regresar a la Tierra del Espíritu Santo, sin cumplir las órdenes reales de marchar a Manila, decide emprender el viaje de regreso por la ruta tradicional de Nueva España. Antes de esta decisión, y deseoso de reconocer más detalladamente la Tierra del Espíritu Santo, el 8 de junio de 1606 salió del puerto y bahía de San Felipe y Santiago. Pero apenas salidos, un furioso temporal dispersó a la San Pedro, la almiranta de Váez de Torres, y la capitana de Quirós. La decisión de regresar a través de la ruta de Nueva España hay que interpretarla como el resultado de la obsesión de Quirós por su éxito, que quiere revelar cuanto antes a Felipe III. En relación con esto, todos los tripulantes firman un papel en el que afirman que lo más conveniente es navegar rumbo a Acapulco. El navío llegó efectivamente allí, después de cinco meses de navegación desde la Tierra del Espíritu Santo. Luego que la gente desembarcó, hubo personas que por vengar sus pasiones o por otros respetos, escribieron al marqués de Montesclaros, virrey de México, y sembraron por toda la tierra muchas cartas, procurándose descomponer y, desacreditar la jornada; a que yo satisfice Por otras lo mejor que pude, dando a entender mi verdad y buen celo. Con estas palabras de Quirós se inicia el drama de su vida: la incredulidad de la gente hacia él. Pues todo cuanto afirme será refutado a través de escritos salidos de los más remotos lugares. En México, las autoridades virreinales se mostrarán indiferentes, y sólo la protección de un amigo le proporciona un pasaje hasta Sanlúcar de Barrameda. Sin blanca, llegará a la Corte, establecida definitivamente ya en Madrid, el 9 de octubre de 1607. Ahora le espera la más espantosa miseria, alentada con la última y postrera esperanza.
contexto
Por fortuna existe una rica literatura sobre el primer encuentro entre castellanos y nativos americanos. Pedro Mártir de Anglería en su Década primera, editada en Alcalá en 1516, describía así el acontecimiento: "Saliendo a tierra allí por primera vez, vieron hombres indígenas, que, mirando en tropel a la gente nunca vista, huyeron a refugiarse todos en espesos bosques cual tímidas liebres ante los galgos. Los nuestros, siguiendo a la muchedumbre, sólo cogieron a una mujer; y llevada a las naves, bien comida y bebida, y vestida con ornato (pues toda aquella gente de ambos sexos vive completamente desnuda, contentándose con lo que da la naturaleza), la dejaron libre. Tan pronto como la mujer volvió a reunirse con los suyos (pues ella sabía adónde habían acudido en la fuga), y habiéndoles hecho saber que era admirable el ornato y la liberalidad de los nuestros, todos a porfia acuden a la playa y piensan que son gente enviada del cielo. Echándose a nadar llevan a las naves oro, de que tenían alguna abundancia, y cambiaban el oro por un casco de fuente de loza o de una copa de vidrio. Si los nuestros les daban una lengüeta, un cascabel, un pedazo de espejo u otra cosa semejante, les traían tanto oro cuanto les querían pedir o cada uno de ellos tenía". Esta visión amable, que impresiona caracteres como "gente nunca vista", "gente enviada del cielo", y también "galgos", aplicándolo a los castellanos; o en el caso de los nativos, que es gente que "vive completamente desnuda, contentándose con lo que le da la naturaleza", y también "tímidas liebres", opone desde la primera relación que se establece entre las sociedades del viejo y del nuevo mundo el oro a una lista de objetos sin apenas valor. Cristóbal Colón fue más cauto en su descripción; por lo que nos transmitió personalmente, sabemos que registró el primer encuentro haciendo una extensa relación de los caracteres físicos de los nativos y de los objetos de uso cotidiano que intercambiaron con los castellanos, sin apenas referencias al oro. Aunque no se resistió a confesar que, "yo estaba atento y trabajaba de saber si había oro, y vide que algunos de ellos traían un pedazuelo colgado en un agujero que tienen a la nariz, y por señas pude entender que yendo al Sur o volviendo la isla por el Sur, que estaba allí un rey que tenía grandes vasos de ello, y tenía muy mucho". Hacia 1450 las sociedades del viejo mundo comenzaron a apreciar, más que en ningún otro tiempo, el oro. El metal precioso se había convertido en una mercancía y en una materia prima; los mercaderes comenzaban a realizar transacciones y operaciones comerciales en equivalencias referidas al oro. Los artesanos procuraban atender la demanda de diversos productos elaborados con el lujo de materiales preciosos. Genoveses, portugueses y castellanos se encontraban en una posición privilegiada para intentar obtener oro en sus fuentes africanas conocidas; los genoveses lo hacían en las ciudades más orientales del norte de Africa, mientras portugueses y castellanos lo hicieron en las ciudades más occidentales. Pero las fuentes del oro se hallaban en el interior africano. Toda la historia previa al descubrimiento del Nuevo Mundo está repleta de experiencias africanas; primero, las ciudades africanas del litoral mediterráneo, más tarde las atlánticas y las islas adyacentes, se convirtieron en objetivos de primer orden. Tánger, Ceuta, Madeira, el archipiélago de las Azores, las islas Canarias, fueron espacios de una rivalidad que se inclinó en favor de la iniciativa portuguesa. El deseo de oro traía a su cola otras industrias sumamente productivas y muy favorecidas por la demanda que ejercían las sociedades del Viejo Mundo: los esclavos, las especias, los marfiles, el azúcar. Todo empezaba a interrelacionarse y a crear nuevos espacios de interés; los esclavos eran necesarios para sostener los primeros cultivos de caña y los primitivos ingenios azucareros. Los esclavos instruidos como intérpretes se convertían en magníficos auxiliares para conocer las fuentes del oro. Las especias y las materias tintóreas se convertían en moneda. Los puntos y accidentes geográficos africanos se bautizaban con referencias al oro; el Río de Oro, la Costa de Oro y hasta el mismo rey portugués era conocido por los mercaderes venecianos, a comienzos del siglo XVI, como el Rey del oro. El oro y sus industrias afines fueron el incentivo principal de experiencias atlánticas que abarcaron prácticamente todo el siglo XV, y que culminaron con el encuentro de dos sociedades diferentes en el Nuevo Mundo. Buena parte de la política interna de los Estados y de las relaciones entre naciones tuvieron como telón de fondo el control del mar y la posesión de las nuevas tierras descubiertas y por descubrir. Todo empezó en el Mediterráneo.