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Elaboración de libros históricos en el México del siglo XVI En esta atmósfera renacentista, el interés por la historia surgió pronto y de forma casi espontánea. En realidad, conviene decir aquí que existía también un ambiente propicio en las tierras recién conquistadas. En los ya citados calmécac se preservaba la propia conciencia histórica. En esos centros de estudios, los tlamatinime, o sabios, eran los encargados de conservarla y transmitirla a las generaciones jóvenes a través de los libros de pinturas, los que hoy llamamos códices, y también por medio de la tradición oral sistematizada. Gracias a esto, las crónicas elaboradas en el siglo XVI ofrecen una visión desde dentro de la historia y la cultura nahuas. No es posible aquí hacer un recuento de los libros de carácter histórico que se escribieron en el siglo XVI. Pero sí citaré algunos que sirvan como marco ambientador de la presente obra de Francisco Hernández. En realidad, desde que los españoles pisaron tierra de lo que hoy es parte de México, se suscitó un deseo de dar a conocer todo aquello que surgía ante sus ojos. A este deseo corresponde el temprano libro escrito por el capellán Juan Díaz, titulado Itinerario de la armada del rey católico a la isla de Yucatán, en la India, el año de 1518, en que fue por comandante y capitán general Juan de Grijalva2. Es éste el primer libro que describe territorios mexicanos, específicamente regiones de cultura maya. El autor se limitó a recordar lo que vio en un primer contacto con una cultura tan sorprendente a los ojos europeos. Muy poco después, las Cartas de Relación de Hernán Cortés3 mostraban a los europeos la primera imagen de los pueblos de la región central de México, en especial del esplendente imperio azteca. Aunque redactadas obviamente desde un punto de vista español, las Cartas contienen ya muchos elementos que nos muestran un incipiente conocimiento más interiorizado de la civilización de los pueblos nahuas. Pocos años después de la Conquista, en 1528, los propios indígenas nos dejaron el primer testimonio acerca de su pasado. Escrito en nahuatl, con caracteres latinos, lleva por título Unos anales históricos de la nación mexicana. En él se habla del enfrentamiento que fue la Conquista, como lo vieron los indígenas. Es éste un documento de enorme valor histórico, literario y humano. A partir de 1528, y a lo largo de todo el siglo XVI, muchas fueron las crónicas que se redactaron desde diversos puntos de vista. Por ejemplo, los soldados de Cortés, Bernal Díaz del Castillo, Andrés de Tapia y el Conquistador Anónimo, nos han dejado su visión de los hechos con descripciones de gran interés acerca de la cultura y el comportamiento de los mexicas. Complemento de estas crónicas es la obra de Francisco Cervantes de Salazar, español enraizado en México, titulada Crónica de la Nueva España. Muchos de los relatos que aparecen en esta obra están tomados de viva voz de los soldados que vinieron en los primeros tiempos. Los aliados indígenas de Cortés han dejado escrita su propia visión histórica del México prehispánico y de la Conquista. Recordaré aquí a dos de ellos: Diego Muñoz Camargo, mestizo tlaxcalteca, que en su Historia de Tlaxcala ofrece la perspectiva de su pueblo, y Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, descendiente de la realeza tetzcocana. Tanto en su XIII Relación, como en su Historia chichimeca, Alva recuerda el pasado, tomando como centro de referencia al reino de Tetzcoco. Existe también otro tipo de testimonios que vale la pena destacar. Son los redactados con escritura pictográfica, según el estilo de la tradición indígena, no pocas veces complementados con textos en castellano o mexicano. Ejemplos de ellos son el Lienzo de Tlaxcala y el Códice Aubin. Por último, en esta breve síntesis acerca de las crónicas del XVI, recordaré las grandes obras que ocuparon muchos años en la vida de algunos misioneros, como fray Toribio de Benavente, fray Diego Durán y fray Bernardino de Sahagún. Son ellas verdaderos corpus de información sobre el presente y el pasado de los pueblos nahuas y, en menor escala, sobre otros pueblos mesoamericanos. En sus páginas está presente la sabiduría de informantes indígenas bajo la forma de un humanismo americanista. Precisamente el libro que ahora nos ocupa de Francisco Hernández es una muestra más de esta historiografía apoyada en testimonios indígenas de primera mano. Las páginas siguientes hablarán del contenido de las Antigüedades y la perspectiva de su autor al redactarlas. Pero antes, bueno será decir algo de la vida y la obra de Francisco Hernández.
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Los historiadores modernos han tomado el término Elam del libro del Génesis, donde se menciona bajo una forma derivada del babilonio "Elamtu". Ese territorio, que es una prolongación natural de la Baja Mesopotamia en dirección sureste, recibe el nombre de Haltamti en los textos elamitas. Allí se produce un lento proceso de estatalización que comienza en el VII Milenio, con la aparición de una civilización agrícola basada en la irrigación fluvial. A partir del VI Milenio se desarrollan mecanismos de riego artificial, análogo al que conocemos en Mesopotamia y posiblemente derivado de él. Ya en el IV Milenio se observa la presencia de comunidades calcolíticas fuertemente implantadas, que mantienen frecuentes contactos con la Baja Mesopotamia. Estas poblaciones poseen una técnica avanzada para la explotación del cobre nativo, que han ido depurando lentamente y que les ha permitido abrir las puertas de un amplio mercado exterior por todas las regiones circundantes que carecen del preciado metal. Es en esas condiciones en las que se va a producir un cambio radical en la forma de ocupación del territorio, pues la experiencia local del hábitat en aldeas se va a ver enriquecida, gracias a los contactos comerciales con los estados mesopotámicos, hasta el punto de que se imponga el modelo de la ciudad-estado, con la fundación de Susa, la primera ciudad propiamente dicha en territorio elamita. Susa se convierte en el centro nuclear de un amplio espacio geográfico que abarca las regiones de Sherikhu, a lo largo del Golfo Pérsico; Anshan, futura Persia y actual Fars; Elam, con las bajas tierras de Susiana y la montañosa zona del Khuzistán y parte de Luristán, además de la región temporalmente independiente de Marakhashi, que aparece mencionada como Barakhshe o Warakhshe en los textos más antiguos. El surgimiento de la vida urbana en esta zona va acompañada de una modificación en las relaciones sociales, que se van haciendo más complejas tanto desde el punto de vista económico como político. Podemos afirmar que a partir de 3700, o algo más recientemente, la organización estatal ha hecho su aparición en Susa. Desconocemos los mecanismos concretos del proceso, pero todo parece indicar que las tensiones surgidas como consecuencia del nuevo orden socioeconómico provocan un período de declive, que coincide con una aceleración del proceso cultural en Súmer, donde la implantación de la vida urbana cristaliza definitivamente y se convierte en la zona de mayor dinamismo desde el punto de vista cultural. Este fogoso despertar sumerio favorece indirectamente la consolidación de la cultura elamita, ya que los grupos dominantes de las ciudades de la Baja Mesopotamia se convierten en consumidores de bienes de prestigio en cuya fabricación se emplean, entre otras materias primas, algunas procedentes de Elam. De este modo, Susa se convierte en un centro comercial de primera magnitud, lo que provoca el resurgimiento cultural elamita, que se había visto ensombrecido por la actividad desplegada en el sur mesopotámico. Este renacer es altamente deudor de la cultura sumeria, especialmente de Uruk, de donde toma la escritura. En torno al 3300, aparecen pictogramas, es decir, signos figurados, en las tablillas procedentes de Susa, que sirven para la contabilidad del ganado. Poco tiempo después este sistema de escritura se perfecciona con signos esquemáticos, que configuran la denominada escritura protoelámica que aún no ha sido descifrada. En ese mismo período, la cultura elamita desarrolla una glíptica propia, adoptada de la sumeria e inspirada en escenas de la vida diaria o en la figuración de animales fantásticos. Esta glíptica ha servido de guía para delimitar el espacio cultural elamita, en el que se integra una región que paulatinamente adquiere personalidad propia: el Irán, cuya idiosincrasia se mantendrá hasta la llegada de los indoiranios. Allí se han detectado ya más de treinta ciudades del III Milenio, vinculadas probablemente a la explotación de los recursos mineros del altiplano iranio, solicitados por Susa y otras ciudades-estado avanzadas, que se convierten en su modelo de organización sociopolítica. Cada ciudad tiene un edificio de tipo palacial y sus necrópolis testifican las desigualdades entre los miembros de cada comunidad. Todo parece indicar que la comercialización de la riqueza minera es el fundamento de la existencia de clases sociales. El intento de establecer una secuencia de acontecimientos políticos en la historia elamita del III Milenio resulta una aventura casi sin futuro. Nuestra información es casi en su totalidad de origen sumerio, por lo que con dificultad sólo alcanzamos a reconstruir las relaciones entre los estados mesopotámicos y Elam desde una perspectiva esencialmente militar. Son fuentes, por tanto, que destacan los antagonismos generados por la necesidad de las riquezas naturales de Elam que Mesopotamia no siempre podía obtener a través del comercio y por el peligro recíproco que suponía la existencia de estados vecinos potentes, fenómeno que se enmarca en la conducta general de la lucha por la hegemonía, una especie de válvula de escape en la que la expansión servía para consolidar las estructuras internas de cada Estado, al tiempo que pretendía mitigar les efectos de las tensiones internas. En una época tan remota como la I dinastía de Kish, la lista real sumeria transmite la noticia, real o legendaria, de que Elam ha caído en manos del rey Mebaragesi. El influjo cultural es arqueológicamente perceptible, pero el control político de un territorio tan alejado era virtualmente imposible. De hecho, entre 2425 y 2150 conocemos la existencia de una dinastía independiente asentada en la ciudad de Awan, que controlaba no sólo su región homónima, sino también Susiana, más expuesta a los ataques sumerios. Su fundador fue un tal Peli, al que sucedieron otros once reyes, prácticamente desconocidos; sin embargo, el octavo rey, Lukhkhishshan, fue derrotado por Sargón de Acad hacia 2300, lo que le permitió el empleo de la nomenclatura oficial de rey de Elam. La rivalidad entre Awan y Agadé es una constante en la historia del imperio acadio, pero sólo Susiana será controlada con cierta efectividad por los sucesores de Sargón. Ya durante el reinado de Naram-Sin, el gobernador elamita Kutik-In-Shushinak es casi independiente y logra recuperar Susa, donde desarrolla una intensa actividad constructora. A la muerte del rey acadio, el elamita lanza una ofensiva contra el heredero Sharkalisharri, que le otorga la independencia definitiva y le permite adoptar el título de Rey de Awan. Esta situación no será duradera, pues aún bajo el reinado de Kutik-In-Shushinak desaparece la dinastía de Awan. La coincidencia con la desaparición de la dinastía de Acad ha hecho pensar a algunos investigadores que ambas pudieron haber sido víctimas de los guteos. Sin embargo, una inscripción de Gudea de Lagash nos hace saber que este monarca tomó la ciudad de Anshan hacia 2150; cabría la posibilidad de que el final de la dinastía de Awan esté relacionado con la campaña de Gudea. Desde un punto de vista cultural es innegable la dependencia elamita con respecto a la Baja Mesopotamia; sin embargo, la estructura del estado elamita es sumamente original en varios aspectos. En primer término destaca el carácter federal del Estado, en el que un jefe supremo (sukkal-mah) gobierna sobre un grupo de jefes vasallos. No menos sorprendente es el sistema sucesorio. Junto a este jefe, y como futuro heredero, se encontraba un hermano menor (sukkal de Elam y Shimashki), cuyo derecho al trono se transmitía por vía materna, lo cual no es -por otra parte- relevante para el estudio del papel de la mujer en la sociedad elamita. Un tercer personaje en la jerarquía del Estado era el regente (sukkal) de Susiana, hijo mayor del "sukkal-mah", que aparece como segundo sucesor, pero que no podía anteponerse a cualquier hermano de su padre, lo que podría estar relacionado -como ha sugerido algún autor- con la práctica del levirato, por la que el heredero había de desposar a la viuda del monarca anterior. Menos abundante es nuestra información sobre otros aspectos sustanciales para la comprensión del período. Por lo que respecta a la estructura económica, parece que la propiedad privada de la tierra estaba tan extendida como en el imperio acadio, con lo que ello representa en el ordenamiento social; sin embargo, es difícil saber en qué medida pudo haber existido un campesinado libre y propietario de las tierras donde trabajaba. Por otra parte, la dicotomía entre campo y ciudad es perceptible a través de la información religiosa. El panteón urbano, venerado en recintos erigidos sobre terrazas, análogos a los templos mesopotámicos, se opone a la religiosidad popular, vinculada a los cultos ctónicos y a los santuarios situados en lugares altos, apropiados para los cultos agrarios. Los textos elamitas nos hacen saber que tras la dinastía de Awan se estableció otra en un lugar desconocido llamado Shimashki. Este nuevo reino parece ser una confederación de un puñado de principados, cuyo centro se localizaría aun más alejado de Mesopotamia, hacia el interior del altiplano iranio, en la región de Isfahan. Es probable que el progresivo distanciamiento de Susiana y del Tigris dificultara la creación de un estado tan potente como habían sido sus predecesores de Awan y Susa. Esta dinastía es contemporánea a la de Ur III, con la que mantiene una relación de hostilidad permanente, como consecuencia del interés del estado mesopotámico por mantener bajo control a las poblaciones colindantes, para impedir una invasión similar a la que había causado el fin del imperio acadio. Al mismo tiempo, las campañas militares proporcionaban mano de obra esclava y abundante materia prima imprescindible para el normal desarrollo de las actividades artesanales de las ciudades mesopotámicas. Sin embargo, en torno a 2025, la dinastía de Shimashki arrebata Susa al último rey de Ur, Ibbisin, que se veía presionado en su frontera oeste por los nómadas amoritas, que habrían de asentarse en Mesopotamia para dar lugar a la dinastía paleobabilónica. Al mismo tiempo se había producido la sublevación de Ishbi-Erra, uno de los generales más importantes del reino de Ur, por lo que Ibbisin decide en una especie de huida hacia adelante atacar Elam, pero es vencido por una coalición de pueblos del Zagros y el rey de Shimashki, Khutran-Temti, en el año 2003. El último monarca de Ur III es conducido prisionero a Elam, mientras su ciudad cae en manos de Khutran-Temti, que instala allí una guarnición, desalojada algunos años después por el sublevado Ishbi-Erra. Pasado algún tiempo, un príncipe elamita, Indattu-In-Shushinak I, consiguió imponerse en todo el territorio de Elam, tras haber realizado una carrera administrativa que se puede rastrear por sus epígrafes. En ellos y en los que informan del reinado de su hijo, Tan-Ruhuratir, se pone de manifiesto la buena coyuntura económica del reino y las relaciones diplomáticas que mantuvieron con las ciudades mesopotámicas. Pero a partir de su segundo sucesor, Indattu II, la información se reduce drásticamente. En torno a 1925 el rey de Larsa, Gungunum, toma Susa y ya a finales del siglo XIX un personaje llamado Eparti acaba definitivamente con la dinastía de Shimashki.
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La dinastía de Shimashki había sucumbido ante el ataque de Eparti, quien tras adoptar el título de Rey de Anshan y Susa, se instaló en la antigua capital, donde intentó desarrollar un ambicioso programa político, como se pone de manifiesto, por ejemplo, en el gesto de su divinización en vida, único caso conocido en la historia de Elam. El posible fracaso de Eparti puede estar reflejado en el hecho de que sus sucesores no vuelven a divinizarse, ni tampoco utilizan la nomenclatura real, sino el antiguo título subalterno de sukkal-mah. A pesar de esta aparente disminución de rango, la nueva dinastía de Susa mantiene intensas relaciones diplomáticas y militares con Mesopotamia e incluso con la lejana Siria. Se conserva la noticia de que el rey Rim-Sin de Larsa, tras destruir el reino rival de Isín, solicita la ayuda elamita para contener a Hammurabi de Babilonia, que avanza implacable en su deseo de unificar todo el territorio mesopotámico. En l764, Rim-Sin y su aliado Siwe-Parlar-Huppak son derrotados, lo que provoca un período de desinformación casi absoluta sobre Elam, aunque se mantiene como monarquía independiente, según se desprende de ciertas acciones militares contra ciudades mesopotámicas y contra territorios del interior iranio. La reconstrucción histórica de Elam durante el período paleobabilónico es posible gracias a una lista real elamita del siglo XII a. C. y a las relativamente abundantes tablillas de Susa y Malamir, que nos informan de diferentes aspectos económicos y sociales. A través de ellas se descubre una intensa acadización de la cultura elamita que, sin embargo, no llega a afectar al original procedimiento de transmisión del poder monárquico. Por lo demás, parece que el proceso de privatización de la tierra continúa, lo cual repercute positivamente en los intereses de los más poderosos -y en especial del rey- que ven, así, ampliados sus dominios territoriales, que aparentemente son trabajados por abundante mano de obra jurídicamente libre. A partir de finales del siglo XVIII la documentación desaparece completamente durante dos siglos, en los que Mesopotamia se desentiende del vecino sudoriental, del que no se dan referencias. Queda la esperanza de que los hallazgos de Haft Tepe transformen este desolador panorama. Ignoramos las razones de la decadencia elamita que hipotéticamente algunos han atribuido a una indemostrable invasión casita, homologando de este modo la situación elamita con la desaparición del imperio paleobabilónico. Ahora bien, algunos indicios parecen indicar que durante ese período de silencio Elam había reorientado sus intereses hacia el interior del altiplano iranio, donde no había comunidades letradas capaces de suministrarnos información sobre su propia historia. En efecto, aquí, tras el período de florecimiento de la vida urbana del III Milenio, se produce desde finales del milenio un proceso ininterrumpido de abandono de las ciudades, cuyas causas se ignoran. Es posible que un paulatino cambio climático haya ocasionado la modificación de las pautas de vida y que elementos invasores no encontraran resistencia en su establecimiento disperso por los territorios despoblados. Sin embargo, en esta explicación no encuentra cabida la actividad minera que estaba en el origen del proceso de urbanización del altiplano. En cualquier caso, los nuevos habitantes son portadores de una cerámica gris propia, presumiblemente, de invasores indo-arios que se habrían escindido ya en el IV Milenio de los restantes iranios. Al llegar al altiplano se asentarían en la llanura de Gorgan, al sureste del Caspio, dedicándose principalmente a la cría del caballo y a la explotación agrícola del suelo. Pronto, y por razones desconocidas, se verían impelidos de nuevo a emigrar, constituyendo dos grupos. El primero se pondría en movimiento hacia el oeste y, traspasadas las Puertas Caspias, llegaría a Mesopotamia e incluso, más adelante, hasta el Mediterráneo. Estos indo-arios occidentales serían los antepasados de los creadores del imperio de Mitanni. El segundo grupo se mezcla con otros pueblos nómadas de Asia central haciendo cada vez más difícil su rastro, que termina perdiéndose. Sin embargo, es probable que alcanzara el paso de Khaiber desde donde accedería al valle del Indo, hogar de su nueva sedentarización y lugar donde desarrollarán una cultura avanzada, emparentada con los restantes indoeuropeos, como demuestra magistralmente la lengua que hablaban: el sánscrito.
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El silencio en que había quedado sumido el Elam hacia mediados de milenio comienza a desaparecer por el renovado interés mesopotámico en la explotación de sus riquezas. No sabemos a ciencia cierta la trama de los acontecimientos que provocan la confrontación entre Khurpatila, monarca elamita de nombre hurrita, y Kurigalzu II de Babilonia (1345-1324), que es el transmisor de la historia. En ella Kurigalzu se presenta como víctima, pero no resultaría extraño que hubiera sido el agresor, si tenemos en cuenta el revés que había sufrido cuando intentó sacudirse el yugo asirio a la muerte de su antiguo promotor Assurubalit. Su heredero, Adadninari I, segó las pretensiones de Kurigalzu que se vería obligado a dirigir su atención hacia una región olvidada por la dinastía casita. Aquí halló su fortuna, pues la victoria del rey casita fue casi total. Susa cayó en su poder y fue depositaria de numerosos monumentos destinados a recordar el triunfo de Kurigalzu. Esta situación, sin embargo, no fue duradera, pues Babilonia estaba demasiado ocupada con Asiria, su rival y vecino septentrional. La disminución de la presión babilonia permitió el ascenso de un tal Ikehalki, que habría de fundar en torno a 1310 una dinastía elamita en Susa, que acababa de ser liberada del dominio casita. Así se inaugura la llamada época clásica elamita, que habría de prolongarse durante dos siglos. Algunos indicios parecen señalar que Ikehalki no fue más que un jefe tribal y que el primer monarca del reino medio elamita en realidad sería su hijo Pakhir-Ishshan. Pero el principal monarca de esta dinastía fue Untash-Kumban, hacia 1265-1245, que consiguió eliminar totalmente la presencia babilonia en Elam e incluso llega a lanzar campañas contra territorios babilónicos. La obra, sin embargo, más duradera de este monarca fue la erección de una nueva capital, Dur-Untash (la actual Choga Zanibil, situada a una treintena de kilómetros al sureste de Susa), en al que reproduce los cánones arquitectónicos babilónicos, como refleja magníficamente un zigurat que aún se conserva en buen estado. Fue sucedido en el trono por su hermano Kidin-Khutran, que gobernó aproximadamente otros veinte años. Durante su reinado, la rivalidad entre Babilonia y Asiria le permitió atacar con éxito ciudades de la Baja Mesopotamia. Sin embargo, los arrolladores triunfos de Tukultininurta I llegan no sólo a Babilonia, sino también hasta las orillas meridionales del mar inferior. Es seguramente acertado atribuir a esta campaña asiria la razón de la desaparición de Kidin-Khutran y, con él, de la dinastía anzanita fundada por Ikehalki. La victoria de Tukultininurta no parece que reportara a Asiria un dominio efectivo sobre Elam, pues hacia 1215 encontramos en el trono de Susa una nueva dinastía que habría de prolongarse durante un siglo, probablemente el más esplendoroso de la historia elamita. El fundador de esta dinastía es un tal Khallutush-In-Shushinak, padre de Shutruk-Nahhunte I. Éste consiguió, mediante una elaborada estrategia, dominar paulatinamente las localidades vitales desde el punto de vista económico para la supervivencia de la Babilonia casita, cuyo último monarca verdadero, Zababashumaiddina, fue eliminado en 1159. Las ciudades del reino casita fueron sometidas a pesados tributos y les fue arrebatada parte de su riqueza que fue conducida a Susa como botín de guerra. Entre aquellas obras se encontraba probablemente la estela de diorita con el Código de Hammurabi, hallada entre las ruinas de la capital elamita. No se trata de un afán de coleccionismo, sino más bien de un deseo de apropiación de las raíces culturales del país al que tanto debían en ese ámbito, que justificaba al mismo tiempo el nuevo orden militar. Shutruk-Nahhunte pretende, asimismo, establecer una ocupación permanente en Babilonia, que queda convertida en provincia, y designa como gobernador a su propio hijo, Kutir-Nahhunte. Esta política de imperialismo territorial no tendrá éxito hasta la época neoasiria; los estados no disponían aún de los recursos suficientes (coercitivos, ideológicos, administrativos, etc.) como para garantizar un control eficaz. Los movimientos antielamitas en Babilonia no se hicieron esperar y cristalizaron en torno a la figura de un casita llamado Enlilnadinakhi (considerado por algunos como el último representante de la dinastía casita de Babilonia). Éste consiguió mantenerse tres años como monarca enfrentado a los invasores, situación en la que debió incidir la muerte del soberano elamita, Shutruk-Nahhunte. Su sucesor, precisamente su hijo Kutir-Nahhunte, logró poner fin a la confusa situación de forma violenta según se desprende de los textos babilonios posteriores que afirman de él: "sus crímenes fueron aún mayores que los de sus padres y sus pecados más graves todavía que los de ellos... barrió toda la población de Acad como si fuera el diluvio. Convirtió Babilonia y los lugares de culto famosos en un montón de ruinas". La imagen, pues, que quedó en el pensamiento babilonio de su propia suerte no podía ser más desalentadora. El año 1157, Enlilnadinakhi, hecho prisionero, fue conducido a Susa en un cortejo en el que acompañaba a su propio dios Marduk, cuya fortuna fue superior a la del monarca, pues lograría regresar a Babilonia de la mano de Nabucodonosor I hacia 1110. Tampoco en esta ocasión consiguieron los elamitas establecer un dominio efectivo sobre la Baja Mesopotamia. Hacia 1150 muere Kutir-Nahhunte sin ver realizado su sueño de una provincia babilonia pacíficamente sometida. Su hermano y sucesor, Shilhak-In-Shushinak, que gobernará durante treinta años, intenta progresar en el control de territorios lanzando campañas contra el piedemonte del Zagros asirio, cuyo objetivo real era dominar la importante ruta comercial del Diyala. Sin embargo, la sumisión de aquella área era aún más difícil que la de la región de Babilonia, por lo que enseguida rechazó la hegemonía elamita. Más de doce campañas llevó a cabo Shilhak-In-Shushinak, en las que consiguió desplazar las fronteras de su estado más allá de lo que había logrado con anterioridad cualquier rey elamita. Mientras tanto, en la ciudad de Isín, un jefe local llamado Mardukkabitahkheshu estaba organizando a todos aquellos que deseaban deshacerse de los dominadores elamitas. Pronto prácticamente la totalidad del territorio babilonio estaba de su parte, que no tardó en ser arrebatado a Shilhak-In-Shushinak. Es de este modo como se inicia un nuevo declive en Elam, que va a sumirlo nuevamente en el silencio informativo durante tres largos siglos. La última noticia antes de la oscuridad total corresponde a la campaña en que Nabucodonosor I recupera la estatua de Marduk, allá por el ano 1110, tras haber vencido al indeciso monarca elamita Hutelutushu-In-Shushinak.
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Desde el siglo XII hasta finales del IX, el mundo del Elam desaparece de la información mesopotámica. Coincide con el momento en el que se instalan los persas, por lo que la falta de documentos es doblemente lamentable. En 821, durante el reinado de Shamshiadad V, tenemos noticias de una guerra civil entre los persas, sometidos a los elamitas. Pero la situación general es caótica y la expansión de Urartu distrae nuevamente la atención mesopotámica, por lo que el silencio se apodera por otros cincuenta años de Elam. Desde mediados del siglo VIII, la Crónica Babilonia proporciona algún dato que, unido a la epigrafía elamita y la correspondencia estatal, permite trazar una línea bastante segura de la sucesión dinástica. Hacia mediados del siglo VIII sube al trono Humpan-Nikash, que se enfrenta a Sargón II por su intervención a favor de Merodach Baladán en Babilonia. La victoria elamita en Der no es decisoria, pues la confrontación entre asirios y babilonios es observada con atención por el sucesor Shutruk-Nahhunte II (717-699) que, no obstante, va afianzando su poder en los territorios del interior. Un golpe de estado promovido quizá por su hermano Hallushu-In-Shushinak con el apoyo asirio. Cuando se sintió suficientemente fuerte decidió atacar Babilonia, donde se encontraba como gobernador el hijo de Senaquerib, que fue ejecutado. El monarca asirio decidió intervenir y acabó con el rey elamita. Las intrigas y las revueltas sociales se suceden en Elam, que se convierte en un estado ingobernable, a pesar de sus continuas intervenciones militares con Babilonia. A mediados del siglo VII, Assurbanipal ataca Elam y saquea Susa, donde instala como reyes dependientes a miembros de la familia real con un poder muy fragmentado, al frente de las ciudades vencidas. Entre ellos, el príncipe de Babilonia encabeza una rebelión en la que participan monarcas desde Media hasta Judá. Elam se incorporó a la sublevación, pero con fuertes disensiones internas que desembocan en una guerra civil, situación que encuentra Assurbanipal cuando ataca en 648. Algo más tarde, en una nueva expedición, el monarca asirio recibe tributo de Ciro, un príncipe persa dependiente de Elam; es la primera noticia que tenemos de la dinastía Aqueménida. En la campaña de 646, Susa conoció el mayor saqueo de su historia y una parte de su población fue deportada. El último monarca neoelamita, Humpan-Hal-Tash III, fue entregado al enemigo. Elam quedó fragmentado entre pequeños reyezuelos, hasta que en época neobabilónica Nabopolasar permitió la reunificación para garantizar su seguridad por el sudeste. Nabucodonosor dirigió una campaña contra Susa en 596, pero el escenario elamita no fue de interés prioritario para él, por lo cual hubo otro breve período de independencia política, interrumpido por su incorporación al Imperio Persa como satrapía. El interés de las grandes potencias por Elam demuestra que era considerado como un importante estado, aunque lo poco que sabemos de él corresponde al contacto militar con Mesopotamia. A través de él intuimos que los reyes elamitas favorecieron por lo general a los babilonios frente a los asirios, pero ignoramos sus relaciones con el interior de Irán. Seguramente fueron estrechas si observamos cómo el elamita se convierte en una de las lenguas oficiales de la administración aqueménida; quizá los primeros burócratas de la corte persa fueron los escribas elamitas. Pero además, tras la desaparición del estado neoelamita en 646, muchos de oligarcas buscaron cobijo en el nuevo estado que se estaba fraguando: el Imperio Persa.
acepcion
Este país, que se encontraba al este de Mesopotamia, fue uno de los enemigos declarados de Mesopotamia. Hacia el siglo IV a.C por acción del rey Ciro sus habitantes pasaron a depender del gran Imperio medo-persa.
termino
acepcion
Pueblo asiático que residía en el reino de Elam. Con este término también se denominaba su lengua.