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Un aspecto muy interesante de la producción de Antolínez son esos cuadros de género diferente y en algunos casos extraños a la tradición española. El Vendedor de cuadros -también conocido como El pintor pobre- es un cuadro de género similar a los que se vienen atribuyendo al pintor Antonio Puga. Frente a lo que se cree sobre su influencia flamenca u holandesa parece que más bien se inspira en los modelos de la pintura de género boloñesa. Sobre el cuadro, algunos han señalado que Antolínez está revisando, a través del juego de planos que se alejan en el lienzo, la estructura del genial cuadro de Velázquez, Las Meninas.
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El poderoso monasterio del Paular encargó a Vicente Carducho una serie de 56 lienzos que relataran la historia de la Orden de los cartujos, monjes que ocupaban el Paular. En este caso se ofrece la muerte del fundador, el venerable Odón de Novarra que, tendido en un pobre lecho de paja, tapado con un manta de arpillera, recibe la visión de Cristo en gloria. La escena en sí no tiene mayor complicación, pero hay varios elementos que llaman la atención. En primer lugar, tenemos un prodigioso bodegón en primer plano, con extrema sencillez y detallismo material, al estilo naturalista. Después destaca el contraste entre la pobreza de la celda y el esplendor de la visión divina. Una efigie de la Virgen corona el lecho. Otro elemento importante es el coro de frailes que visita al moribundo, entre los cuales se hallan retratados el propio autor, Vicente Carducho, de perfil riguroso. Además se ha querido ver a su amigo, el poeta Lope de Vega, a su derecha.
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Es, temáticamente, el segundo lienzo de la serie de Las Cuatro Estaciones. Para simbolizar el verano, Poussin ha elegido el pasaje bíblico de Ruth y Booz. Ruth, la moabita, llega a Belén en la época de la siega de la cebada. Falta de recursos, solicita a Booz que le permita espigar con sus sirvientes, a lo que accede el terrateniente, quien con la mano indica al capataz que no la molesten. La mujer se postra en tierra y agradece el favor. Más tarde, de la unión de Ruth y Booz nacerá David, de cuyo linaje proviene Cristo. La escena representa el sol de mediodía. Sin embargo, a pesar de no hallarse paralelos para esta obra en el Barroco en que se desenvuelve Poussin, todavía nos hallamos lejos de un estudio de la luz natural y el color tomados por sí mismos, sin subordinarlos a la forma, como sucederá en el Impresionismo. En todo caso, la preocupación esencial del artista normando es enseñar deleitando, es decir, su énfasis es simbólico, filosófico. En este aspecto destaca la última obra del ciclo, El Invierno.
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La estación más calurosa del año es representada por Ceres vestida de aldeana, portando una antorcha en la mano derecha y un haz de espigas bajo su brazo izquierdo. En la zona de sombra que proyecta la diosa se encuentra un hombre atando un haz de trigo, mientras en el fondo contemplamos dos segadores de espaldas. El ambiente veraniego ha sido creado perfectamente al abundar colores amarillentos, incluso la amenazante nube recuerda las tormentas veraniegas. El exquisito dibujo del que siempre hace gala Maella destaca una vez más en esta imagen, al igual que sus compañeras La Primavera o El Invierno. En toda la serie, el pintor sigue las líneas del Barroco, configurándose como un artista situado a caballo entre ese estilo y el Neoclasicismo.
contexto
Llegado el mes de julio de 1945, los Estados Unidos se mostraban sobre el espacio del Océano Pacífico como virtuales vencedores en la guerra, pero los elevados costes humanos y materiales que había supuesto la conquista sucesiva de las pequeñas islas hacían imaginar las enormes dificultades que ofrecería un potencial lanzamiento de tropas sobre el mismo territorio de Japón. Los cálculos realizados en este sentido mostraban una sensible oscilación de las cifras presentadas para las posibles bajas que se producirían, nivel que llegaba a alcanzar entre los más pesimistas un total de más de un millón de hombres. Datos desmesurados obviamente que eran adecuadamente instrumentados por los partidarios de la puesta en práctica de una solución más drástica, como podría ser la utilización del arma atómica que por entonces se hallaba en su proceso final de elaboración. Para Truman, se debía evitar a toda costa que Japón se convirtiese de punta a punta en una nueva Okinawa. Los efectos de esta costosa acción estaban muy vivos entre la opinión pública, y se había comprobado que habían servido para envalentonar a los japoneses, mientras que por el contrario habían actuado negativamente sobre los combatientes norteamericanos. Estos, diseminados sobre las islas del Pacífico, se debatían entre una mezcla de disgusto, resignación y resentimiento, dado que muchos de ellos habían sido trasladados desde los campos de batalla europeos y se encontraban hastiados y agotados. Sobre el terreno, los norteamericanos dominaban por completo el cielo, y día y noche procedían a bombardear las ciudades japonesas, causando decenas de millares de víctimas entre la población civil. Existía ya en el interior de Japón una creciente sensación de derrota, que las convulsiones políticas producidas entre los más altos círculos del poder no hacían más que fomentar. Apartado del Gobierno el belicoso Tojo, sus sustitutos no fueron capaces de imponer una política de apaciguamiento de la agresividad de los sectores dispuestos a llevar la lucha hasta el fin, aun a costa de la destrucción total del país. Mientras tanto, en Washington, los estrategas proseguían la elaboración de planes que sirviesen de continuación a los llevados a efecto hasta el momento, y en función de ello habían establecido un calendario de acciones a aplicar sobre el mismo archipiélago nipón. Así, el proyecto de MacArthur preveía para el otoño de 1946 el desembarco de doce divisiones en la isla de Kiu Siu y su inmediata conquista. Más adelante, para la primavera de 1946, se preveía la invasión de la isla de Hondo, la mayor del archipiélago, por tres ejércitos y veintidós divisiones, destinados a lanzarse en primer término sobre la región clave de Tokio-Yokohama. Los Estados Unidos conocían los códigos cifrados utilizados por los japoneses, y por ello sabían de la existencia de fuertes corrientes de opinión que deseaban el fin de la guerra, en la que se incluía el propio emperador. Sin embargo, la exigencia de una rendición sin condiciones no era aceptada en Tokio en modo alguno, ya que amenazaba con cuestionar la misma existencia de la institución monárquica, algo que nadie quería admitir. En Estados Unidos había sido formado en el mes de abril de 1944 un comité especial denominado Interim Committee, encargado de emitir un dictamen acerca de la posible utilización de la bomba, que ya se encontraba en avanzado proceso de elaboración. Tras la evacuación de sus conclusiones, el Secretario de Guerra Stimson hizo llegar al Presidente Truman, el día 1 de junio, un memorándum cuyos puntos fundamentales eran éstos: necesidad de utilizar el artefacto lo antes posible y sin previo aviso, lanzándolo sobre una serie de objetivos concretos, como fábricas de armamento y áreas edificadas especialmente vulnerables. Junto a esto, Stimson advertía también acerca del "carácter extraordinariamente destructor y distinto a los demás de la fuerza que estamos dispuestos a emplear, así como de la inevitabilidad de la destrucción que aplicar dicha fuerza podía provocar". Existían sectores que, aun siendo partidarios de la utilización de la bomba, apoyaban la idea de realizar una demostración práctica de advertencia sobre los efectos de la misma antes de aplicarla sobre objetivos reales. Frente a ellos, se alzaban quienes temían que un fracaso en esta operación hundiría la credibilidad en el potencial norteamericano sirviendo como útil instrumento para la propaganda japonesa. Para entonces todavía no se había llevado a efecto la experiencia del 16 de julio, y no se tenía por tanto la seguridad de que no se saldase con un desastroso fallo. Incluso tras el éxito del experimento, en ningún momento se dejó de pensar en esta posibilidad a la hora de su aplicación sobre objetivos reales. Para el Presidente Truman era la hora de la gran decisión, partiendo de la idea central que había expresado el 16 de abril en su discurso de toma de posesión, cuando había afirmado rotundamente que América no tendrá jamás parte en un proyecto de victoria parcial. Pero en estos momentos se encontraba situado entre posiciones que día a día iban endureciéndose, en perjuicio de una solución pacífica del conflicto. Algunos de sus consejeros sostenían la idea de alcanzar un cierto grado de compromiso entre los intereses militares dominantes y los planteamientos de futuro una vez concluida la guerra. El Secretario de Marina, Forrestal, preguntaba: "¿Hasta qué punto deseamos derrotar a Japón?", mientras que el último embajador norteamericano en Tokio apuntaba el hecho de que si los japoneses querían conservar el sistema imperial siempre sería preferible permitírselo, adoptando al mismo tiempo garantías antiarmamentistas. El día 12 de julio, Hiro Hito envió a Moscú al prestigioso diplomático príncipe Konoye, con el fin de tratar con su todavía aliado Stalin acerca de la situación planteada. No sería recibido, y por tanto no conseguiría conocer las posibilidades de entrada de la Unión Soviética en la guerra contra Japón. Esta cuestión se presentaba para muchos como un elemento de primordial importancia en aquellos momentos. Se consideraba que la apertura de un frente situado a espaldas del enemigo decidiría el definitivo hundimiento de éste, pero Moscú no se decidía a dar este paso hasta tener de forma clara perspectivas ciertas de obtención de beneficios inmediatos. Ya para entonces se mostraban manifiestos síntomas de la guerra fría que iba a suceder al conflicto, y una posible intervención soviética en Extremo Oriente era, sin embargo, amenazadora para muchos observadores. El escenario del Pacífico había sido durante cuatro años dominio norteamericano en su práctica totalidad, y pocos deseaban una introducción en el mismo de una voraz Unión Soviética, que ya había dado para entonces muestras de sus designios expansionistas sobre la Europa central y oriental. El propio general Marshall, y con él muchos otros altos mandos, apuntaba el hecho de que la inmediata utilización de la bomba haría ya innecesaria la intervención soviética, dejando a los Estados Unidos una absoluta libertad de decisión en la zona. Una vez Truman hubo recibido en Berlín la confirmación del éxito de la experiencia de Alamo Gordo comunicó la noticia a sus dos aliados. Churchill comprendió inmediatamente la transcendencia del hecho, llegando a afirmar: "Si el fuego fue el primer descubrimiento, éste es el segundo". Stalin, por su parte, no dio muestras de especial interés por la cuestión; conocía ya a través de su servicio de espionaje el Proyecto Manhattan desde hacía tiempo. Pero, a pesar de su aparente indiferencia, ordenó el inicio de un programa de investigación nuclear, que habría de plasmarse cuatro años más tarde con la explosión de la primera bomba de fabricación soviética.
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Los manuscritos que acompañan a la serie de Caprichos guardados en la Biblioteca Nacional de Madrid aluden al carácter erótico de esta escena, difícilmente interpretable.
contexto
La vestimenta de los antiguos habitantes de Egipto apenas evoluciona a lo largo de miles de años, presentando unas carcaterísticas comunes. El cálido clima empuja a que las prndas san ligeras y frescas, por lo que el lino es el material textil más utilizado. Carecían de cortes y eran envolventes, por lo que su único detalle eran ligeros pliegues. El color habitual era el blanco. Los hombres vestían un faldellín que llegaba hasta la rodilla. Los trabajadores iban desnudos o llevaban un ligero paño de lino, tipo "slip". En el Imperio Medio se generalizó el uso de una falda más larga sobre la corta, mientras que en el Nuevo aparecen los pliegues. El torso se cubría con una especie de túnica con aperturas en los laterales y en la parte superior para sacar los brazos y la cabeza, existiendo algunas con mangas. Las mujeres portaban un ajustado vestido desde el pecho hasta el tobillo, aunque también aparecen muestras de vestidos amplios y con mangas. En el Imperio Nuevo se mantuvo el vestido ajustado, pero más bien como ropa interior, cubriéndolo con una plisada túnica que se adornaba con una cenefa. La peluca era uno de los elementos principales de la indumentaria, ya que tanto hombres como mujeres solían afeitarse la cabeza. Estas pelucas eran realizadas con cabello natural y fibra vegetal. Los pelos no eran muy queridos en Egipto, por lo que el afeitado de todo el cuerpo era algo habitual, utilizando navajas o pinzas, de las que se han conservado diversos ejemplos. Los ungüentos serían muy solicitados por los egipcios y egipcias, entre todas los grupos sociales. No debemos olvidar que vivían en una zona casi desértica, donde los vientos son muy potentes. El empleo de aceite evitaba irritaciones cutáneas y todo tipo de dolencias de la piel. También utilizaban perfumes a partir de flores, semillas o frutos. Los cosméticos serían muy utilizados, destacando las pinturas para los ojos de colores verde y negro, documentadas hacia el 4000 a.C. Se han encontrado incluso recipientes donde guardar las pinturas de ojos, generalmente de piedra o alabastro. La línea alrededor del ojo tenía una función decorativa y protectora, ya que la luz del sol incide de manera diferente con el ojo pintado. Las mujeres de elevada categoría se pintaban los labios y las mejillas de color ocre rojizo, como atestiguan algunas pinturas. En numerosos ajuares se han encontrado espejos de bronce muy pulido. Además de objeto de tocador, servían para los oficios religiosos y funerarios, al ser comparados con el disco solar. También se han hallado numerosas piezas de joyería, especialmente collares, brazaletes, tobilleras, anillos y pectorales.
contexto
La vestimenta tradicional india, al menos desde comienzos de la era cristiana, se caracterizaba por la sencillez, usando tanto hombres como mujeres una simple pieza de tela enrollada a la cintura. Frente a la simplicidad de vestido, los adornos y las joyas alcanzaban una mayor complicación. La influencia islámica se plasmó, aparte de en otros campos, en el vestido, comenzando a usarse distintos trajes confeccionados, como los pajamas: una túnica larga (kurta o camice), además de pantalones (salwar) y turbante. Los Mogoles incorporaron varias piezas, siendo la más importante el jama, una casaca de tela sujeta a la cintura que se lleva sobre el pajama. Los nobles hindúes solían usar vestidos parecidos a los estilados en las cortes mogolas de Shah Jahan y Aurangzeb, aunque gustaban de vestir sus turbantes con flores o plumas. Era muy frecuente el uso de numerosas joyas y adornos, como collares, tobilleras y brazaletes. También la moda mogola llegó a las mujeres, que comenzaron a usar blusas sueltas y pantalones ajustados, con un velo sobre cabeza y hombros. Podían llevar vestimentas de tipo rajput, es decir, un corpiño ajustado y falda larga, o bien el tradicional sari, una pieza de varios metros que rodea medio cuerpo y que puede cubrir también cabeza y hombros. Los hombres actuales que optan por llevar una vestimenta tradicional, pese a las diferentes variantes regionales, suelen ponerse el dhoti, una pieza larga de algodón sin teñir que se anuda a la cintura. Es ésta una prenda popularizada por Gandhi. Las mujeres, en el mismo sentido, llevan el sari, además del choli, una blusa ajustada.