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El Reino Unido, que había consolidado notablemente su sistema político a raíz de la reforma electoral de 1832, presenció durante los primeros años del reinado de Victoria un afianzamiento de las instituciones liberales que estaba lejos de ser previsible, en los inicios del reinado, dado el escaso prestigio de sus dos tíos que le habían antecedido. No eran muchos los que en 1837 apuntaban hacia la República como una posible solución, pero la Monarquía inglesa tampoco estaba sobrada de prestigio por aquellos años.El gobierno whig que existía en el momento del acceso de la nueva soberana continuó sus funciones hasta 1841, beneficiándose de la inicial simpatía de la soberana por Melbourne. El partido liberal tenía algunos problemas de unidad ya que se vio obligado a compatibilizar la línea reformista de lord Russell con los recelos de las viejas familias whigs, capitaneadas por Melbourne, a este tipo de aperturas. En cualquier caso, los whigs predominarían ampliamente en el ejercicio de las responsabilidades políticas hasta mediados de la década de los sesenta. Tras un periodo tory representado por el gobierno de Robert Peel entre 1841 y 1846, el poder volvió a los whigs, con el gobierno constituido por lord John Russell en junio de 1846, que se prolongaría hasta febrero de 1852.Peor era, desde luego, la situación del partido tory, que había intentado recuperarse con Peel de la situación de agotamiento a la que lo habían llevado los viejos conservadores de los años veinte. Sir Robert Peel trató de organizar un partido conservador moderno, que se hiciese eco de las nuevas condiciones de la vida inglesa. La reina lo encontró frío y difícil en el trato, lo que dificultó un buen entendimiento político inicial, como se demostró en la crisis política de 1839 (bedchamber crisis), en la que un posible gobierno tory se frustró por la negativa de la reina a acceder a las exigencias de Peel sobre la sustitución de algunas aristócratas del entorno de la soberana. Peel, por lo demás, tuvo que armonizar sus propias posiciones con las de los tories tradicionalistas, y con un sector juvenil (Young England, inspirado por Disraeli) que parecía dispuesto a desbordar a los whigs con una decidida política democratizadora y con propuestas de medidas socializantes, aunque un tanto paternalistas, que les permitían establecer relaciones con los elementos radicales.En las elecciones de julio de 1841 Peel llevó a los conservadores a un claro triunfo (367 escaños, frente a los 291 de los whigs y liberales), que fue el único hasta 1874, pero las posteriores disensiones de los conservadores permitieron un largo periodo de hegemonía liberal. Los 338 liberales elegidos en la consulta de julio de 1847 suponían una holgada ventaja sobre los conservadores (227), de los que se había separado el grupo de los peelitas (91), que desempeñarían un papel crucial en estos años de mediados de siglo.En su conjunto, la vida política había avanzado en su institucionalización después de la reforma electoral de 1832. Las tradicionales denominaciones de whig y tory comenzaron a dar paso a las de liberal y conservador respectivamente, aunque los partidos distaron todavía mucho de estar consolidados. Las mayorías parlamentarias eran muy fluctuantes y los gobiernos se sostenían en función de medidas muy coyunturales. Ese será el caso del gobierno Peel, a partir de 1841, o de la coalición de Aberdeen, formada en 1852 con la participación de los peelitas. En este último caso era el resultado de las elecciones de julio de 1852, en las que las posiciones conservadoras sólo pudieron ser superadas por la coalición de liberales y peelitas.
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El momento álgido del triunfo de las ideas de la Bauhaus coincidió con la dirección de Hannes Meyer, aunque es cierto que el propio Gropius o Moholy-Nagy, entre otros, habían sentado las bases de una nueva metodología del diseño y del proyecto atentos a las propuestas racionalistas y constructivistas: el estilo de la Bauhaus era ya un objetivo. Gropius llegaría a señalar que la historia de la escuela "se identificará con la historia del arte moderno". Y, sin embargo, la enseñanza de la arquitectura aún no se había producido.En Dessau, asumidos los nuevos compromisos, el diseño comienza a implicarse en la producción industrial, en la realización de una importante actividad gráfica, mientras Gropius continúa independientemente su actividad profesional. Podría decirse que el racionalismo del edificio de la Bauhaus en Dessau lo era de Gropius y no consecuencia de los principios defendidos en la escuela. La tradición constructivista, las experiencias ópticas y cinematográficas, el racionalismo arquitectónico, el diseño de objetos y mobiliario, estaban, en esta época, vinculados a la Neue Sachlichkeit. Nueva Objetividad que acabará ocupando la Bauhaus gracias a la renovación del profesorado bajo la dirección de Meyer y que con arquitectos como Mies, Hilberseimer o Mart Stam iniciarán un compromiso radical con la metrópoli que también era político e ideológico.Por fin la enseñanza de la arquitectura podía organizarse en la Bauhaus con unos objetivos mucho más claros: rechazo de la historia y de los símbolos, apuesta por los principios racionalistas y constructivistas radicales, defensa de la industrialización de la construcción, compromiso con la técnica y con la ciudad. Lo decía claramente Meyer en 1928: "Construir es sólo en parte un procedimiento técnico. El diagrama económico es la directriz que determina el esquema del proyecto de la construcción... Construir es sólo organización: organización social, técnica, económica, psicológica". La gran utopía del racionalismo estaba lanzada y consolidada pedagógicamente. Vanguardia arquitectónica y vanguardia política y social parecían coincidir en sus objetivos. El mito del Movimiento Moderno comenzaba, a la vez, a presentar su triunfo y su fracaso. El Estilo Internacional acabaría reduciendo ese proyecto a un problema formal, normativo, canónico, es decir, codificando un estilo. Ante la muda abstracción defendida por Meyer, Mies o Hilbersiemer, se levantaba la elocuencia de los estilos, llamáranse Bauhaus o Internacional.Son los años en los que Meyer proyecta la Petersschule de Basilea (1926), o el Palacio de las Naciones de Ginebra (1926-1927). En 1930 Meyer es expulsado de la Bauhaus y sustituido por Mies van der Rohe. En ese mismo año resume la historia y las contradicciones de la Bauhaus, señalando que cuando llegó a ella "sus capacidades reales eran muy inferiores a su fama". Se trataba, según él, de "una catedral del socialismo en la que se practicaba un culto medieval", y en la que los jóvenes esperaban "poder ser canonizados algún día en el mismo templo. Así -continúa Meyer- me encontré en una situación tragicómica: en mi calidad de director de la Bauhaus combatía el estilo de la Bauhaus". En 1933 la escuela fue clausurada por el nacionalsocialismo.
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Resulta ciertamente triste contemplar cuán escasos son los restos que nos han llegado, aun en copias, de la pintura griega. Pero hay periodos históricos para los que esta nostalgia se agudiza de forma peculiar, y sin duda uno de ellos es la primera mitad del siglo III a. C. Ya sabemos que, en torno al 300 a. C., Antífilo y Teón de Samos se inclinaron por los estudios lumínicos y de expresiones intensas y brutales. Por entonces vivió también un tal Piraico, quien, "aun limitándose a temas humildes, no por ello... dejó de obtener la mayor gloria. Se conservan de él tiendas de barberos y de zapateros, asnos, provisiones de cocina y otras cosas semejantes" (Plinio, NH, XXXV, 112). Por tanto, parecía cobrar importancia la creación realista de escenas de género, de bodegones y de temas animalísticos. Pero lo cierto es que las únicas pinturas que nos han llegado de la época son las que adornan las tumbas aristocráticas de Macedonia, verdadero repertorio de guerreros heroizados y de asuntos míticos, pero totalmente inscritas en las tradiciones de la época de Alejandro. Es como si los restos arqueológicos y la literatura se hubiesen puesto de acuerdo para damos, respectivamente, cada una de las dos caras irreconciliables que presentaba el arte del momento. Y, sin embargo, de lo que no cabe duda es de que esta dicotomía se fue disipando al afianzarse -acaso más deprisa que en el campo de la escultura- el triunfo del realismo pictórico. Aun sin poder ilustrar esta evolución con cuadros concretos, basta leer a los grandes poetas de la primera mitad del siglo III a. C. para comprobar hasta qué punto estaba desarrollándose por entonces la captación visual de personajes, de ambientes o de objetos. Tomemos, a título de ejemplo, algún texto de Teócrito. ¿Cómo no imaginar lo que debían de ser los progresos de la pintura paisajística o de bodegones cuando leemos el siguiente pasaje de su Idilio VII?: "Allí nos tumbamos gozosos sobre exuberantes lechos de tierno junco y entre pámpanos recién cortados. Muchos álamos y olmos agitaban sus frondas por encima de nuestras cabezas; y el vecino manantial... bajaba murmurando... Todo olía a ubérrimo verano, olía a tiempo de frutos. Las peras a nuestros pies, y a ambos lados las manzanas, se ofrecían a nosotros en continuo rodar. Y los ramos cubiertos de ciruelas se vencían hacia tierra" (Trad. de A. González Laso).
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César pertenecía a la generación que vio la luz en la transición del siglo II al I a.C. -como Pompeyo, Cicerón, Catilina y Craso-, y creció precisamente entre las convulsiones de la guerra civil, los sangrientos años de dictadura de Sila y el estéril régimen senatorial recreado por el dictador. Aristócrata, de rancia familia patricia que remontaba sus orígenes a la propia diosa Venus, sus recientes antepasados habían contado poco en política. Pero como aristócrata tenía derecho a intentar la carrera de los honores, que fue abortada por el golpe de Estado de Sila. La reaccionaria oligarquía senatorial impuesta en el poder por el dictador le cerró las puertas y César, como tantos otros jóvenes políticos de la posguerra, se vio lanzado a la oposición al régimen, a la sombra de personalidades como Pompeyo o Craso, que, en la satisfacción de ambiciones personales, trataban de socavar los cimientos del Estado oligárquico recreado por Sila. Moviéndose con astuta prudencia entre estos personajes, pero en una trayectoria política inequívocamente popular y de abierta oposición al Senado, César contaba en el año 60 a.C. con los requisitos necesarios para aspirar a ser elegido para la más alta magistratura de la república: el consulado. El año antes, sus victorias sobre los lusitanos en la Hispania Ulterior, como gobernador de la provincia, le habían proporcionado gloria, fortuna y valiosas relaciones personales con personajes cualificados de la aristocracia indígena, como el gaditano L. Cornelio Balbo. Pero la oligarquía estaba dispuesta a impedir su elección por todos los medios. Fue una suerte para César que Pompeyo y Craso, los dos políticos de ilimitados recursos e influencia a los que de uno u otro modo había servido, vieran peligrar sus respectivas ambiciones por la actitud del Senado. Y fue también una suerte que ambos estuviesen enemistados, porque César cumplió el papel de mediador para lograr un acuerdo privado entre los tres, conocido impropiamente como primer triunvirato. Los tres aliados eran desiguales en cuanto a los medios que podían invertir en la coalición: Pompeyo, como victorioso comandante, contaba con el apoyo de sus veteranos; Craso, un experto en finanzas, con su inagotable fortuna; César, aunque con menos seguidores, podía utilizar en beneficio de la alianza el poder que le otorgaría la magistratura consular. Con este potencial, César, efectivamente, fue elegido cónsul para el año 59 y desde la alta magistratura satisfizo las necesidades de sus aliados, sin olvidarse de su propia promoción. Fortaleció sus lazos personales con Pompeyo ofreciéndole como esposa a su hija Julia, presentó un ambicioso proyecto de ley agraria que contemplaba el reparto de tierra en Campania para 20.000 ciudadanos con más de tres hijos y, sobre todo, trató de procurarse una posición real de poder con un encargo militar. Y efectivamente, finalizado su año de consulado, César, como procónsul, al mando de cuatro legiones, se dirigió hacia la Galia, donde se desarrollaría el capítulo más popular de su camino hacia el poder absoluto.
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Desde el momento de la caída del gobierno Romanones en relación con los desórdenes sociales de Barcelona, éste fue el tema central de la política española hasta que apareció en ella el tema del desastre de Marruecos. De 1919 a 1921 fueron los conservadores quienes se hicieron cargo del poder dando una unidad al período, aunque la política seguida por cada uno de los gobiernos fuera a veces divergente. De abril a julio de 1919 gobernó Antonio Maura, con un gabinete que tenía una clara connotación derechista y fue mal recibido por la opinión liberal. Adoptó una política netamente de derechas forzando la máquina electoral para obtener mayoría parlamentaria y provocando el endurecimiento de la oposición liberal y republicana en el momento de la celebración de las elecciones, que se realizaron con las garantías constitucionales suspendidas. Esta forma de hacerse las elecciones dañó gravemente el prestigio de Maura y, además, las elecciones del año 1919 resultaron inútiles porque ni siquiera por este procedimiento logró la mayoría. En efecto, en el momento de abrirse las Cortes, apareció claro que el Gobierno no tenía la mayoría y en el primer incidente de escasa importancia fue derrotado. Como jefe de la minoría más numerosa de las Cortes le correspondió entonces el poder a Eduardo Dato, pero éste delegó en Joaquín Sánchez de Toca, que gobernó hasta el final de 1919. Dentro de su partido era el representante de la tradición de cultura y liberalismo del mismo Cánovas del Castillo. En cuanto a su programa de gobierno y, sobre todo, al tema de la situación social en Barcelona, resultó un gabinete indudablemente liberal. Sin duda, a ello ayudó la presencia de Manuel Burgos y Mazo en el Ministerio de la Gobernación, cacique onubense que, sin embargo, era de los políticos más abiertos desde el punto de vista social. Envió un nuevo gobernador civil a Barcelona para extirpar el terrorismo y, al mismo tiempo, impulsar la legislación social e intentar que las asociaciones obreras se integraran dentro de la vida legal. Sin embargo, este programa encontró la dura oposición del sector patronal, no sólo de Barcelona sino de todo el territorio nacional y acabó fracasando. Como esta oposición patronal contó también con el apoyo de un sector del Ejército y de algún político del turno, como La Cierva, Sánchez de Toca hubo de dimitir. Su sucesor fue Manuel Allendesalazar, con un gabinete de coalición en el que figuraban no sólo conservadores sino también romanonistas y albistas. La política del Gobierno en torno a la situación de Barcelona sufrió un giro de 180 grados. El nuevo Ministro de la Gobernación envió un nuevo gobernador civil que adoptó una política represiva cerrando, por ejemplo, los locales de la CNT y que tuvo como consecuencia un crecimiento del maximalismo y el enfrentamiento violento. En el mes de mayo de 1920, Eduardo Dato no tuvo más remedio que llegar al poder y formar un gobierno que, con la mayor habilidad posible, dosificara energía y flexibilidad para desarmar las pasiones desatadas. El nuevo Ministro de la Gobernación era partidario de una política flexible y contemporizadora, pero lo cierto es que la situación social y la creciente protesta autonomista parecieron no tener ya una solución moderada. A fines del año 1920 fue nombrado gobernador civil de Barcelona el general Martínez Anido, que realizó una política contraproducente a corto y largo plazo: dio la batalla a los sindicalistas por los procedimientos más violentos y más caracterizadamente ilegales. Con ello no sólo no mejoró la situación sino que la empeoró notablemente. El que más directamente sufrió las consecuencias de esta política fue el propio Dato que, en marzo de 1921, fue asesinado. En ese momento el jefe conservador estaba intentando llegar a una concentración conservadora, que presumiblemente sería presidida por Antonio Maura y para la que contaba con el apoyo de Alfonso XIII, imprescindible dadas las dificultades del momento. La desaparición trágica de Dato supuso la imposibilidad efectiva de que ese proyecto llegara a cuajar. Después de un brevísimo paréntesis de Bugallal, de nuevo subió otra vez al poder Allendesalazar, que gobernó hasta el mes de agosto de 1921, momento en el que apareció en la vida política española el tema de Marruecos. En relación con este gobierno de los conservadores es necesario hacer mención a la evolución del catolicismo político y social en la época de la posguerra. También en este punto el paralelismo con lo sucedido en otros puntos de Europa resulta manifiesto. En ese período hubo una eclosión de iniciativas que no sólo fueron el resultado del temor a la revolución sino que forman parte del proceso de modernización de la vida política y social. El paralelismo del catolicismo social con los movimientos obreros de otro signo resulta muy obvio si tenemos en cuenta que, en 1916, fecha que se puede considerar como el despegue de los dos movimientos, anarquista y socialista, pareció triunfar tanto en la jerarquía eclesiástica como en la propia movilización sindical una tendencia muy claramente modernizadora. En efecto, dio la sensación de que se aceptaban los sindicatos puramente profesionales. En realidad, a partir de este momento, hubo un sindicalismo de esta significación en la mitad norte de la Península. Sin embargo, las novedades organizativas esenciales del catolicismo social no se limitaron a esa, en definitiva no tan importante porque el sindicalismo profesional fue siempre minoritario. Otro dato nuevo fue la aparición de un movimiento de escritores, intelectuales y sociólogos que se denominaron a sí mismos como demócratas cristianos y que lo eran mucho más en el terreno social que en el de los principios políticos. Autores de una larguísima bibliografía, que demostraba un conocimiento de lo que se escribía en otras latitudes, resultaron tan sólo influyentes en los medios oficiales en los que contribuyeron a promover una legislación de carácter reformista. Pero, en realidad, la iniciativa más importante en el campo social católico fue la creación de un importante movimiento sindical agrario. En el año 1917 fue creada la Confederación Nacional Católica Agraria (CONCA), que en 1920 reivindicaba nada menos que 600.000 afiliados, una cifra que bien puede ser cierta y que se situaría claramente por encima de la UGT y en un nivel de afiliación semejante a la de la CNT. Las características de este sindicalismo siguieron siendo parecidas a las de otros momentos. Se trataba de una fórmula cooperativa más que reivindicativa, pero consolidó de forma absoluta el predominio del mundo católico en la mitad norte de la Península. En cambio, el sindicalismo del medio urbano resultó un éxito mucho más dudoso. En primer lugar, nunca fue posible unir perfectamente a la totalidad de los sindicatos, que permanecieron fragmentados en una serie de opciones enfrentadas por motivos personales y estratégicos. Además, el sindicalismo profesional católico colaboró en Barcelona con un grupo tan dudoso como el sindicalismo libre, que practicaba el terrorismo contra los anarquistas. Su caso no es tanto el de un pistolerismo patronal como el de una respuesta en semejantes términos al adversario de lo que fueron unos sindicatos existentes en la práctica y no ficticios.
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El empleo de estructuras metálicas va a ser una importantísima vía de renovación de la arquitectura decimonónica. Ahora bien, aunque afecta a la ingeniería civil inglesa desde el último tercio del siglo XVIII, su impronta sobre los métodos de construcción se hace notoria sólo desde mediados de siglo, cuando comienzan a abundar, dentro y fuera de Inglaterra, las estructuras de hierro forjado y de acero en obras ingenieriles, edificios comerciales, pabellones y estaciones, o se adoptan en Construcciones urbanas monumentales, como es el caso de la Biblioteca Sainte Geneviève (1843-50) de Henri Labrouste en París. El impacto de las estructuras metálicas de la ingeniería civil sobre la arquitectura del ochocientos empieza a ser notorio y objeto de discusión en el arte del Segundo Imperio, la denominada, como tantas otras, época del realismo. Precisamente el Rundbogenstil se reinterpretará en ese período gracias al uso de los nuevos materiales.En torno a 1840 el panorama de la arquitectura europea era tan complejo como heteróclito. El desconcierto de los estilos dio pie a una crítica interna del historicismo que se presentaba sin solución de continuidad. Las reprobaciones de Schinkel y Hübsch se prolongan en exámenes críticos de autores como Semper o el historiador Kugler, que echan de menos la capacidad de expresión de la arquitectura moderna con formas o estilos de propio cuño. Con todo, se trataba del momento de esplendor del historicismo: la revisión y apropiación histórica del pasado había oscurecido la capacidad creativa, pero el patrimonio ganado era lo que no se podía perder. El predominio de una conciencia histórica evolutiva implicaba la acomodación del conocimiento del pasado a la nueva sociedad al tiempo que la necesidad de encontrar formas expresivas o representativas propias, el compromiso de llenar el vacío creado por el historicismo mismo. La dialéctica historicista se disputaba entre el empeño en la conexión con la historia y el deber de la distinción de la actualidad. La controversia historicista, curiosamente, es una versión quisquillosa de la retórica contemporánea; la radicalidad y la angustia de la pregunta que se plantea son prácticamente inéditas en la historia del arte: ¿hacia dónde, con qué fundamentos, ha de evolucionar la arquitectura?La respuesta del historicismo neto fue el dar una fundamentación científica a la aproximación a los estilos del pasado para la recuperación de sistemas arquitectónicos completos o, simplemente, de elementos estilísticos históricos fiables. Pero esto no reducía la impresión de que el presente se encontraba ante un conjunto heteróclito de soluciones arquitectónicas y ante el agotamiento creativo. Hemos podido seguir las diferentes vías de configuración del pluralismo estilístico. La corriente que conectaba con la tradición clásica dio lugar a un sinnúmero de subprogramas estilísticos clasicistas más o menos interconexionados, cuya última versión fue el Rundbogenstil, así como los programas neorrenacentistas que señalaban al legado italiano como aquel que para algunos encarnaba una aproximación histórica superior a las reglas constructivas griegas y romanas.El cosmopolitismo del gusto dieciochesco que pervive a principios del siglo XIX fue otra de las formas de introducción del pluralismo, quizá la más llamativa. El exotismo que surge de la curiosidad ilustrada y de la moda pintoresquista alcanza a Soane, Nash, y también a la obra de Schinkel. Es esta corriente imaginativa, fundada en la ideología de la tolerancia y en el saber ilustrado, la que se disolverá en la Europa de los absolutismos, y de forma perentoria a partir de los años treinta, para ser sustituida por los criterios arqueologistas del historicismo. Los años treinta, si bien disciplinan el acercamiento a los sistemas arquitectónicos del pasado, no generan compromiso alguno con una tradición definida. Todo lo contrario, esa década operó de modo que se multiplicaron las posiciones estéticas de la arquitectura, se ampliaron los repertorios y los modos arquitectónicos codificados se hicieron intercambiables. Para la realización de muchas obras nos encontramos con proyectos alternativos de los mismos o de otros autores en diferentes estilos, de modo que los repertorios son siempre convertibles para los patrocinadores. La sociedad burguesa conservadora aspiraba a rodearse de un patrimonio arquitectónico que aparentara arraigar en una rica tradición cultural que sublimase su mezquindad.Tampoco la vertiente goticista se diferencia por una exigencia de exclusividad de sus repertorios estilísticos, como un partido que afirmase que el suyo es el mejor de los estilos constructivos. Son, antes bien, consideraciones políticas e ideológicas las que hicieron que el neogótico se afianzara en la nueva arquitectura en las décadas de 1830 y 1840. El legado gótico, que incidirá significativamente en las arquitecturas del hierro y será modelo permanente en las edificaciones de la Inglaterra victoriana, obtuvo sus primeras interpretaciones historicistas, igualmente, en Inglaterra. A diferencia de las recreaciones libres y caprichosas del pintoresquismo goticista, el neogótico posterior a 1830 se diferencia por su compromiso de fidelidad a la gramática histórica del gótico. Gracias a la publicación de estudios sobre el gótico británico, cuyo desarrollo toma cuerpo después de 1815 -con J. Britton, T. Rickman, A. Reichensperger, etc.-, el conocimiento de esta tradición comenzaba a ser más fidedigno, y el acercamiento idóneo a los monumentos investigados, un deber. A. W. N. Pugin (1812-52) fue uno de los pioneros clave en la recuperación del gótico inglés. A él se deben libros como el conocido "Contrast" de 1836, que se beneficia de estudios iniciados por su padre, y la construcción de significativas iglesias como St. Wilfred (1839) en Hulme y St. Oswald (1840) en Old Swan.Pugin no sólo fue estudioso y constructor, sino también ideólogo neogótico. Consideraba el gótico como arte devoto por antonomasia, como encarnación formal del catolicismo. Su destino era satisfacer las necesidades religiosas, que parecían ser acuciantes. Ese compromiso sacro y conservador es vital para el católico Pugin, pero sus ideas piadosas se trasplantarán también a la arquitectura protestante y anglicana, como puede comprobarse en la obra de su digno seguidor R. C. Carpenter (1812-55). Pugin intervino en el proyecto del Parlamento británico, aunque su aportación fue modesta en comparación con la de Charles Barry, al que se encargó su construcción en 1836. Este edificio londinense es el más monumental de las realizaciones neogóticas. Aunque los expertos señalan la persistencia de algunos rasgos pintoresquistas, este edificio destaca por la regularidad de su trazado, el mantenimiento de módulos estructurales en el conjunto y la conexión con modelos históricos autóctonos como la abadía de Fonthill.George Gilbert Scott (1811-1878) construyó también iglesias neogóticas en Inglaterra, pero destaca su actividad en Hamburgo, donde se erige su Nikolaikirche, comenzada en 1845, con una monumental aguja sobre el pórtico al estilo de la de la catedral de Friburgo. Hamburgo fue el centro protestante de recepción del neogótico en Alemania, como para las comunidades católicas lo fue, más que Baviera, Colonia y la región renana.En lo que respecta a Prusia, ya nos hemos referido a las realizaciones goticistas de Schinkel, que son más ricas en proyectos que en construcciones. La iglesia Werder tiene rasgos góticos, aunque Schinkel buscó más bien un sincretismo vistoso, y el castillo de Babelsberg conecta directamente con el gótico pintoresquista. Sin embargo, en la generación que le sucede sí se da una aceptación ,de los criterios historicistas. Su discípulo E. F. Zwiner (1802-1871) es autor de varias edificaciones neogóticas, como la Apollinariskirche (1838) en Remagen.Aunque la fuerza con que arraigó la moda neogótica en Alemania no es comparable con lo que ocurrió en Inglaterra, sí es cierto que las construcciones germanas consiguieron una relevancia expresiva de la que, por ejemplo, carecieron las iglesias neogóticas francesas del mismo período, acartonadas y de un arqueologismo desganado. En Francia hay que esperar a la obra teórica, restauradora y constructiva de E. E. Viollet-le-Duc (1814-79) para que el aprovechamiento del gótico ofrezca soluciones arquitectónicas originales.Fuera de Inglaterra el neogótico no fue la corriente predominante en los momentos anteriores a la revolución de 1848. La diversificación estilística se manifestó en su versión más radical en Alemania. Al tiempo que se construían las primeras estaciones de ferrocarril en Inglaterra, los teóricos de la arquitectura se afanaban en las controversias estilísticas, los asuntos irresueltos de la profilaxis profesional que tantos desvelos provocaron a los diseñadores de edificios. Schinkel fue el arquitecto romántico alemán pionero en extraer consecuencias de las novedades aportadas por las construcciones fabriles inglesas, que señalan los comienzos de las inquietudes funcionalistas. Estas no están del todo ausentes en el Rundbogenstil. Entre los discípulos de Schinkel predominan, sin embargo, los sinuosos móviles historicistas, a los que sucumbió toda la generación del Vormärz. G. A. Demmler (1804-1886), por ejemplo, fue arquitecto clasicista, quattrocentista, neogótico...Advirtamos que los centros de enseñanza de la arquitectura eran, a la vez, los lugares de estudio en los que empezó a conformarse la historiografía artística moderna. Entre los colaboradores de Schinkel destaca Ludwig Persius (1805-1845), que transcribió el modelo histórico de basílica paleocristiana al diseñar la Iglesia de la Paz (1842-54) para el recinto de Sanssouci en Potsdam. El más talentudo de sus seguidores fue, con todo, F. A. Stüler (1800-1865), el autor del Nuevo Museo de Berlín (1843-55), a espaldas del de Schinkel, obra en la que pervive la concepción romántica del museo como templo clasicista de las artes, aunque Stüler introduce un gusto particular por el adorno y la policromía.La preocupación por estos elementos se acrecentó con los estudios y la obra de Gottfried Semper (1803-1879), el más ilustre arquitecto del Vormärz, esta vez un discípulo de Gärtner. En 1834 publicó sus investigaciones sobre la policromía de la arquitectura y la escultura antiguas, que abolían definitivamente el axioma de la monocromía que mantuvo el clasicismo severo. Aunque Semper es el mayor representante del historicismo pleno, participó de las actitudes escépticas de los críticos historicistas: "El joven artista -escribía- recorre el mundo, llena su herbario hasta arriba con dibujos de todas clases y regresa confiado a casa con la feliz esperanza de que no podrá demorársele el encargo de una Walhalla a la Partenón, una basílica a la Monreale, un boudoir a la pompeyana, un palacio a la Pitti, una iglesia bizantina, o incluso de un bazar de sabor turco".Su obra en Alemania cuenta con importantes aportaciones, pero es limitada en el tiempo, pues el fracaso de la revolución de 1848 le obligó a exilarse a París, y luego proseguirá su actividad en Londres, Zurich y Viena. En 1834 fue nombrado director de la Escuela de Arquitectura de Dresde, donde se centró en el planeamiento de un foro urbano que conectaba con el conjunto tardobarroco del Zwinger. Estos proyectos sólo se realizaron parcialmente. Un componente fundamental fue la construcción del Teatro de Corte, cuyo diseño conecta con la tradición barroca de la ciudad, y luce una fachada circular que exterioriza la disposición de la platea, cosa que se entendía por signo democrático. El Hoftheater se incendió en 1869 y su reconstrucción fue dirigida por el propio Semper en los años 70. La Gemäldegalerie, proyectada en 1838, inauguró una nueva tipología de museo, al conectar con la gramática arquitectónica del Alto Renacimiento y convertir la pinacoteca en un palacio museístico renacentista. Su entrega a los lenguajes históricos fue completa: enlaza con el paliadianismo en la Villa Rosa (1838), en la misma época recurre al románico para el diseño de la Sinagoga de Dresde, sus proyectos para la Nikolaikirche de Hamburgo presentan variantes que van de la exaltación del gótico a una síntesis de la arquitectura del quattrocento florentino. Semper será uno de los más influyentes arquitectos urbanos del tercer cuarto de siglo en Centroeuropa, esencialmente como autor de teatros y museos. Su noción de estilo, tema al que dedicó un largo tratado en 1860-63, forma parte ya del curso de los criterios positivistas que reaccionan contra los sistemas románticos, al defender la tesis de que la forma surge de la función, las determinantes materiales y la capacidad técnica. Tales planteamientos nos sitúan, en efecto, en otra época.
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El búnker estaba casi incomunicado. Sólo el sistema de enlaces permitía tener una visión bastante clara de lo desesperado de la situación en Berlín. Desde el exterior apenas si había noticias: la artillería soviética había pulverizado la Cancillería y la mayoría de las antenas y enlaces radiofónicos y telefónicos estaban cortados. Por medio de la radio italiana Hitler se enteró de que su amigo y aliado, Benito Mussolini, había sido ejecutado junto a su amante Claretta Petacci a orillas del lago Como y que muchos dirigentes fascistas habían sido fusilados. Lo que, al parecer, impresionó más a Hitler fue que los cadáveres colgasen cabeza abajo en la estación de gasolina de la Standard Oil, en la Piazale Loreto de Milán. Evidentemente aquella noticia le reafirmó en su intención de suicidarse. Pero aquel terrible domingo le quedaba a Hitler un ligero resquicio de esperanza. A las 7,35 de la tarde, aún enviaba a Keitel un mensaje: "Necesito saber inmediatamente: 1. ¿dónde están las vanguardias de Wenck?; 2. ¿cuándo atacaran?; 3. ¿dónde está el IX Ejército?; 4. ¿en que dirección avanza?; 5. ¿dónde están las vanguardias de Holste?" (16). La desesperanzadora respuesta de Keitel tardó cinco horas en llegar, pero otras malas noticias alcanzaron el búnker antes de media noche. El jefe de la defensa de Berlín, general Weidling, comunicó que se luchaba con gran intensidad ante el Reichstag, en la Wilhelmstrasse y en la estación de Potsdam, a tres o cuatro manzanas de distancia. La situación de las municiones era desastrosa, escaseando los proyectiles de los cañones antiaéreos (utilizados contra los carros) y los panzerfaust (17). Según el general, sería muy difícil resistir 24 horas más. La reunión militar terminó poco antes de la una. Al final había llegado el esperado mensaje de Keitel, crudamente real por una vez: Wenck no podía avanzar; el IX Ejército se batía en una terrible retirada y bien podía decirse que había dejado de existir; Holste era acosado y estaba amenazado de cerco. Hitler se iba a dormir cuando, a instancias de Eva Braun, la servidumbre, enfermeras, personal subalterno de la administración se reunió en un pasillo y pidieron despedirse de él. A una mujer que tuvo un ataque de histeria le cortó con sequedad: "Hay que aceptar el destino como un hombre". El treinta de abril se levantó tarde. Tras afeitarse con especial esmero, se vistió un traje negro con camisa verde oliva. Junto a él se presentó a desayunar Eva, con vestido azul marino de lunares blancos. Estaba muy pálida, pero se esforzó porque no se le notara. Hitler mantuvo, después, la última reunión con su gabinete de guerra. Ninguna noticia del exterior, salvo que Wenck seguía junto a Potsdam librando una difícil batalla defensiva en espera del IX Ejército, cuyas avanzadillas, destrozadas, comenzaban a traspasar sus líneas (18). En Berlín la situación era agónica. Los soviéticos avanzaban metro a metro hacia el Reicshtag, luchaban en los túneles de la Friedrichstrasse y la Vostrasse y eran dueños de casi toda la Potsdamer Platz... en suma, por el sur estaban a dos manzanas de la Cancillería y por el norte, a cinco. Hitler se despidió de todos. Luego hizo un aparte con Bormann, ignorándose lo que hablaron. A las dos de la tarde almorzó ligeramente, acompañado de dos secretarias y de su cocinera. Cuando finalizó, llamó a su chofer, Erich Kempka, al que ordenó que llevara 200 litros de petróleo al jardín de la Cancillería. Tan importante era para Hitler que esto se cumpliera, que pidió a su ordenanza, Heinz Linge, que supervisara la operación. Más aún, poco antes de la tres habló con su ayudante personal, Otto Günsche, al que comunicó que iba a suicidarse inmediatamente después junto con su esposa. Debería comprobar que estaban muertos y, en caso de duda, debería rematarles. Más tarde se ocuparía de que fueran incinerados totalmente "porque no quiero que mi cuerpo se exhiba en un museo de cera o algo parecido". A una hora indeterminada Hitler habló, también, con su piloto Baur. Le regaló el retrato de Federico el Grande, obra de Lenblach, que conservaba en su cuarto de trabajo del búnker. También insistió en que se ocupara personalmente de la cremación de sus cadáveres. Hacia las 3 y 30 de la tarde Hitler y Eva Braun se retiraron al estudio de baldosas verdes y blancas y cerraron la puerta. Un rato más tarde, hacia las 4 o quizás a las 4,15 sonó un disparo. Quienes estaban fuera esperando, Göebbels, Bormann, Krebs y Burgdorf, dejaron transcurrir unos minutos y luego entraron. Eva Braun había muerto envenenada. Su cabeza se apoyaba en el hombro de Hitler y en su boca estaban aún los vidrios de la ampolla del veneno. Hitler, cubierto de sangre, aún sostenía en su mano derecha la pistola Walther 7,65 que le sirvió para dispararse un balazo al cielo de la boca, pero para asegurarse la muerte también había roto con los dientes, casi simultáneamente, una cápsula de veneno. Seguidamente, dos hombres de las SS envolvieron a Hitler en una manta y lo llevaron hasta el jardín de la Cancillería; Bormann hizo lo mismo con Eva Braun y luego entregó el cuerpo a Kempka. Colocaron los cadáveres juntos y les rociaron con las latas de petróleo dispuestas allí al lado. Prendieron la hoguera y se retiraron hacia el refugio, desde donde, brazo en alto, presenciaron la cremación durante algunos minutos. Casualmente en aquellos momentos la artillería soviética no disparaba en aquella dirección, pero mientras se consumía la hoguera volvieron a sonar los escalofriantes silbidos de "los órganos de Stalin" y los cañones alemanes respondieron furiosamente. Todos penetraron en el refugio con prisas. Esa noche, los soldados soviéticos penetraban en el Reichstag y colocaron en su azotea una bandera soviética, aunque la lucha se prolongaría, piso por piso, escalera por escalera, doce horas más. Simultáneamente, Bormann y Göebbels trataron de alcanzar una negociación con el jefe soviético que coordinaba las operaciones de Berlín, Chuikov, el hombre que resistió el asedio de Stalingrado, quien exigió la rendición incondicional. Göebbels, después de envenenar a su esposa e hijos, se suicidó el 1 de mayo. Bormann murió en la madrugada del 2 de mayo cuando trataba de abrirse paso con un grupo de ocupantes del búnker hacia el Oeste. Horas después, el general Weidling rindió a Chuikov lo que quedaba de Berlín: un montón de ruinas y unos 70.000 hombres. Había concluido el último gran holocausto de la guerra. Sólo en la batalla de Berlín se calcula que murieron más de 300.000 personas: la mitad eran atacantes soviéticos; el resto, defensores y habitantes de la ciudad (19), que fue la más destruida de todo el conflicto. Se estima que sobre ella fueron arrojados más de 80.000 toneladas de explosivos, a parte de los empleados durante los diez días de lucha en sus calles.