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contexto
La guerra de Cuba condicionó intensamente la trayectoria política del Sexenio. El Grito de Yara inició el conflicto secesionista cubano, a las órdenes de Carlos María de Céspedes. Si tenemos en cuenta la importancia económica y política de la isla, bien en términos de llegada de capitales privados, hacendísticos, bien porque había sido cantera para importantes mandos militares, la Guerra de los Diez Años tuvo derivaciones fundamentales en la política interior metropolitana. A lo largo del Sexenio se produjo una asintonía evidente entre aquellos Gobiernos de la metrópoli que auspiciaron proyectos reformistas respecto a Cuba, sobre todo la cuestión de la trata y la abolición de la esclavitud, y el poderoso grupo propeninsular de comerciantes españoles en Cuba, que apoyaría resueltamente un viraje conservador en la política española, como medio de preservar enteramente el statu quo colonial. De ahí a medio plazo, este grupo acabaría por sostener la Restauración borbónica, como condición indispensable para el restablecimiento de la afinidad de intereses y objetivos entre los Gobiernos metropolitanos y ellos mismos. No existe duda sobre el enorme poder que adquirió el grupo propeninsular durante la Guerra de los Diez Años, consecuencia lógica de su situación privilegiada en decenios anteriores, que ahora se verá ampliada por el conflicto bélico y por la mayor cohesión del grupo al enfrentarse a las políticas reformistas que emanaban de la España del Sexenio. A partir de 1868 el grupo peninsular, ampliado con nuevas adhesiones significativas, como la de Antonio López y López, futuro marqués de Comillas, controló, aún más si cabe y más abiertamente, los centros vitales de decisión política y económica de la isla. La guerra se empantanó sin que se viera, a corto plazo, la solución del conflicto. El 3 de agosto de 1868 en la hacienda de San Miguel de Rompe, Tunas, tuvo lugar la reunión preparatoria de la sublevación de los independentistas, gestada desde tiempos anteriores y acelerada por la rebelión de Lares en Puerto Rico, el 23 de septiembre. A primeros de octubre Carlos María Céspedes recibió la jefatura de la insurrección, que estalló el 10 de octubre de 1868 en Yara. El Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba, dirigido a sus compatriotas y a todas las naciones, expone el cuaderno de agravios contra la metrópoli y el programa de la insurrección. Las críticas políticas a la dominación española se entremezclan con el rechazo al sistema fiscal y a las trabas del libre comercio, mientras que la victoria desembocaría en la instalación de un sistema político liberal, la práctica del librecambio comercial y la emancipación de los esclavos. Pronto la guerra se extendió por diversos puntos de la Isla. Mientras tanto, el capitán general de Cuba, Lersundi, se negó en las primeras semanas a reconocer la autoridad del Gobierno provisional de la metrópoli, proclamando su fidelidad a la reina destronada. No dejaba de ser la expresión del temor de los grupos peninsulares de la Isla de que las reformas de la Península alcanzaran a Cuba, alterando las estructuras coloniales. La política de apaciguamiento se hizo imposible y la radicalización de los propeninsulares y de los insurrectos alargó el conflicto, cada vez más localizado en el oriente de la Isla. Los independentistas, contando con el apoyo de Estados Unidos, aprobaron una Constitución en abril de 1869, confirmando a Céspedes como presidente de la República de Cuba en armas. La guerra se convirtió en una sangría permanente, sin que los sucesivos capitanes generales, como Caballero de Rodas o Concha, pudieran dominar la situación, ni los insurrectos, con fuertes tensiones internas, inclinar la balanza a su favor. Fue más allá de los límites cronológicos del Sexenio, en febrero de 1878, cuando el general Martínez Campos logró un acuerdo de compromiso con los rebeldes: la Paz de Zanjón. La guerra supuso para España unas pérdidas superiores a los 130.000 hombres y un coste económico cuantioso para las arcas del Estado, aunque comerciantes privados, de ambos lados del Atlántico, obtuvieron pingües beneficios en el avituallamiento y conducción del ejército o en la financiación del conflicto. Por otra parte, la Guerra de los Diez Años tuvo una evidente dimensión internacional, sobre todo asociada a Estados Unidos, siempre muy interesados en reforzar su presencia en la Isla, cuando no en su incorporación a la Unión. En este contexto habían coincidido, en los años cuarenta, con un sector de las elites económicas y políticas cubanas, que valoraron la preservación del sistema esclavista con su entronque con Estados Unidos, ya que en el sur del país se utilizaba el mismo sistema de trabajo. Progresivamente, el anexionismo fue perdiendo fuerza. Los últimos rescoldos quedaron apagados por el final de la Guerra de Secesión y la emancipación de los esclavos negros sureños. En esta dimensión internacional se enmarcaría el esbozo de negociaciones hispano-norteamericanas de 1869. En el mes de agosto llegó a Madrid el general norteamericano Sickles con el objetivo de negociar la independencia de Cuba, de acuerdo al contenido elaborado por Fisch, secretario de Estado: "El presidente de la República os encarga que ofrezcáis al gabinete de Madrid los buenos oficios de los Estados Unidos, para poner término a la guerra civil que devasta a la isla de Cuba, con arreglo a las siguientes bases: 1°- Reconocimiento de la independencia de Cuba por España. 2°- Cuba pagará a la metrópoli, en los plazos y formas que entre ellas se estipularán, una suma en equivalencia del abandono completo y definitivo por España de todos sus derechos en aquella isla, incluso las propiedades públicas de todas clases. 3°-Abolición de la esclavitud. 4°-Amnistía durante las negociaciones". El plan no llegó a prosperar a pesar de que Prim se planteaba, al menos como hipótesis, el posible abandono de Cuba. No obstante, el haz de intereses de todo tipo, y sobre todo económicos, en ambas direcciones, hacía improbable un acuerdo de esta naturaleza.
obra
El Tributo se ubica en el compartimento superior del lateral izquierdo de la capilla Brancacci. Se narra la llegada de Jesús con sus apóstoles a Cafarnaum, recogida en el Evangelio según San Mateo, en tres episodios dentro de la misma composición: en el centro contemplamos al recaudador solicitando el tributo a Cristo y éste indicando a Pedro que en el agua encontrará el dinero; en el fondo, a la izquierda, observamos a san Pedro sacando una moneda de la boca de un pez; y en la derecha el pago del tributo ante una construcción. Las figuras del grupo principal se sitúan en un paisaje, formando casi un círculo y vestidas a la manera griega. Su monumentalismo está inspirado en las estatuas clásicas y en las obras de Donatello por las que Masaccio sentía especial admiración. Conviene destacar la expresividad de los rostros, que aportan una tremenda sensación de realismo, reforzada por los gestos. Al ubicar al recaudador de espaldas, el maestro intenta involucrarnos en la escena y hacernos partícipes del episodio. La luz inunda la composición, resaltando los colores empleados -que también sirven para dar efecto de perspectiva a la obra colocando los más cálidos en primer plano y los más fríos al fondo- y el efecto volumétrico de los personajes, interesándose Masaccio por la anatomía, como se observa en las piernas del recaudador mientras que los apóstoles ocultan sus cuerpos bajo pesadas túnicas. Incluso se puede afirmar que existe una cierta sensación atmosférica, desdibujando los contornos de la zona final. La arquitectura de la derecha es aún algo arcaica pero sirve para obtener perspectiva. Esta obra será de referencia para pintores de la siguiente generación como Paolo Ucello, Domenico Veneziano o Piero della Francesca. Respecto al significado que Masaccio pretende transmitir con este fresco existen diversas interpretaciones; se ha apreciado una referencia a la reforma tributaria que se produjo en Florencia durante el año 1427, que obligaba a declarar las rentas propias con la introducción del catastro; también se apuesta por una interpretación relacionada con el comercio marítimo de Florencia en la escena del hallazgo de la moneda, en clara alusión a Felice Brancacci, el patrono de la obra; otros especialistas consideran que se debe parangonar a san Pedro con el papa Martín V, cuya actividad se enfocó a la consolidación del poder de la Iglesia, refiriéndose concretamente al principio por el cual la Iglesia debe obtener el dinero para el pago de impuestos de fuentes ajenas a su entorno; también se ha planteado la historia como la redención a través de la Iglesia dentro de un significado eminentemente religioso. La crítica ha querido ver en la segunda figura de la derecha en el grupo central un retrato de Felice Brancacci, por lo que sería lógico pensar que el significado estaría en relación con el comitente.
obra
Mattia Preti fue uno de los principales seguidores de Caravaggio. Preti fue llamado por la Orden de los Caballeros de Malta para que decorara la protocatedral de San Juan, donde ya había colaborado Caravaggio en 1607. El tema elegido para el cuadro se centra en el versículo de San Mateo 22:21, "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Preti ha elegido el momento del milagro. El recaudador de impuestos ha pedido el dinero a Pedro. Pedro encuentra una moneda de oro en el interior de un pez que Cristo le había ordenado pescar (San Mateo 17:24). El estilo es completamente fiel al de Caravaggio: personajes de aspecto normal, casi vulgar, emergiendo de las sombras. El marco se queda insuficiente para las figuras, que parecen salirse de él. Todos los elementos están pintados con gran realismo y sentido de lo material. Se trata, pues, de un ejemplo de las consecuencias del naturalismo tenebrista en la pintura italiana del XVII.
obra
En una carta escrita por Tiziano a Felipe II en octubre de 1568 hace referencia a este lienzo, que fue enviado a España en ese mismo año. En 1574 sería trasladado a El Escorial, donde permaneció hasta que en 1810 fue regalado por José Bonaparte al mariscal Soult.Tradicionalmente se consideró obra de taller para ser identificado por la crítica actual como un original del maestro. Los añadidos que presenta en los laterales y en la zona baja se interpretan como adiciones que remplazarían partes perdidas del original.Tiziano vuelve a tomar un asunto de su juventud, que había realizado para Alfonso d´Este. Emplea como fuente el episodio evangélico citado por Mateo (22; 15-16, 21) donde Cristo responde en estos términos al fariseo: "Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". En esta obra abandona la influencia de Leonardo para presentar una escena más personal, en la que las figuras se ubican ante un nublado cielo y ante un muro donde aparece la firma. Los personajes se sitúan en primer plano, en dos posturas enfrentadas, destacando la belleza y la serenidad de Cristo mientras que el fariseo está interpretado con gran naturalismo, al igual que el hombre de las gafas que aparece detrás.Los colores son más variados que en las obras de esta época -lo que ha llevado a plantear la colaboración del taller- pero la pincelada es igual de fluida y abocetada, apreciándose los toques de color. La iluminación inunda la escena y su intensidad provoca que en algunas zonas el color se absorba, como en el brazo de Cristo. Esta impactante iluminación será identificativa de la escuela veneciana, siendo continuada por El Greco.
contexto
¿Cómo se organizaba la economía del Estado inca? Éste no tenía derecho a exigir ni un solo grano de maíz de las cosechas de los tributarios, pero disponía permanentemente de la fuerza de su trabajo, tanto para la explotación de las tierras estatales y del culto como para la prestación de servicios en el ejército, las obras públicas, la elaboración artesana y el cuidado de las salinas o de los rebaños estatales. En este trabajo permanente consistía el tributo del campesino andino, y para organizarlo se impuso el sistema de la división por edades para todos los individuos, de acuerdo con la capacidad de trabajo de cada uno de ellos y la división decimal de los cabezas de familia. Los adultos de entre veinticinco y cincuenta años, los purej, eran los verdaderos tributarios sobre los que recaían todas las obligaciones y sobre los que se hacía la distribución de los equipos de trabajo. Todos los individuos que integraban el pueblo estaban absolutamente controlados por el Estado, la vida familiar estaba vigilada constantemente a lo largo de toda la existencia de sus componentes. Rigurosas inspecciones y censos controlaban las incidencias demográficas: nacimientos, matrimonios, muertes, situaciones de enfermedad o incapacidad para el trabajo, viudas y huérfanos que dependían de las comunidades; todo era cuidadosamente anotado por el Quipucamayoc, y supervisado por las constantes inspecciones llevadas a cabo por los funcionarios de la administración. El Quipucamayoc representaba un importante papel como funcionario de la administración del Estado. El quipu o registro, hecho a base de cordeles de diversos colores anudados de forma precisa y convencional que hacía variar su sentido y comprender su contenido, era el instrumento de contabilidad y la forma de conservar, mediante un sistema puramente nemotécnico, datos de todo tipo. Si la contabilidad de la producción era necesaria, el censo de los trabajadores resultaba imprescindible para la formación de los grupos decimales. La base de éstos era la pachaca o centena de purej, que por su asimilación al posible número de familias que componían un ayllu ha sido a veces confundido con éste. Pero el ayllu es una formación social, mientras la pachaca constituía una simple agrupación artificial de carácter económico creada con finalidades puramente administrativas. Los subgrupos de la pachaca constituidos por 5 purej (chunca), 10 purej (pisca), 50 purej (pisca pachaca), estaban controlados por sus respectivos capataces o mandones, que debían rendir cuentas ante el pachacacamayoc. El cargo de camayoc o capataz de equipo, inferior a la pachaca, recaía sucesivamente en todos los componentes del grupo que de esta forma tenían la oportunidad de ejercer una autoridad y asumir responsabilidades al menos durante una vez en su vida de tributarios. Ellos eran los encargados de organizar el trabajo agrícola en común o minha para el cultivo de las tierras del Inca y del culto. La pachaca se multiplicaba en grupos mayores: cinco de ellos conformaban una pisca pachaca o grupo de 500 tributarios. La huaranca era un millar y la suma de cinco de ellas configuraba la pisca huaranca. El huno, compuesto por 10.000 tributarios, era el grupo decimal de mayor entidad y probablemente equivalente a todo un linaje o grupo étnico. La jerarquización del trabajo y la distribución de responsabilidades se advierte al observar que para cada 10.000 tributarios existía una escala de funcionarios que sumaban el número de 3.333, de categoría ascendente. Los encargados de los grupos superiores a las pachacas no estaban sujetos a la mita, y eran los señores naturales de los componentes de sus equipos, cuya categoría variaba según el número de las familias que les estaban sujetas; un curaca local podía tener rango inferior, el de pachaca camayoc, o incluso el máximo de hunu camayoc. Esta organización decimal no era absolutamente estricta, el volumen de los grupos podía variar por exceso o por defecto, aunque sin alejarse mucho del patrón numérico, que se ajustaba en la medida de lo posible a la composición natural de los ayllus. Un riguroso sistema de almacenamiento y distribución de la producción era la clave del equilibrio económico estatal. Los depósitos locales, provinciales y metropolitanos aseguraban las reservas de todo cuanto necesitaran las elites, que recibían del Inca lo necesario para su mantenimiento. Los templos contaban con sus propios recursos procedentes del producto de las tierras del culto, también almacenados y administrados por el celo de sus funcionarios. Pero una buena parte del excedente de producción, que rebasaba con un amplio margen las necesidades de esas elites se recogía en un tipo de almacenes, los tambos, situados a intervalos en la magnífica red de caminos que recorría el Imperio y que servían para el abastecimiento permanente a los ejércitos y a los tributarios que prestaran cualquier servicio fuera de sus propias comunidades.
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El Trienio fue una etapa efímera, pero extraordinariamente densa en sucesos y en contenido. Los tres años en los que estuvo vigente la Constitución liberal de 1812 constituyen un periodo de extraordinario interés, por cuanto que en ellos se experimentó por primera vez en la práctica la normativa emanada de las Cortes gaditanas. Hasta entonces, las reformas aprobadas en su momento por los liberales no habían tenido oportunidad de verse aplicadas por las circunstancias ya conocidas. ¿Iban a ser estas reformas suficientes para enderezar el rumbo del país en una situación tan delicada como era la que existía en aquellos momentos? ¿Iban a secundar unánimemente los españoles la gestión de los liberales que ahora alcanzaban el poder? Nada de eso. La puesta en marcha por primera vez en España de un régimen liberal iba a tropezar con muchas dificultades. A las ya existentes durante la primera etapa absolutista, habría que añadirle ahora otras nuevas, algunas de las cuales tendrían su origen precisamente en el propio liberalismo español y en los problemas internos y externos que se derivaron de su propia toma del poder. En efecto, las primeras dificultades vinieron determinadas por la división que se experimentó en el seno de los liberales que habían hecho triunfar la revolución. El liberalismo español nacía dividido en dos partidos, moderados y exaltados, cuyo enfrentamiento llegaría a debilitar seriamente al propio régimen establecido en 1820. Por otra parte, el triunfo del ala más radical del liberalismo sembraría la alarma de las potencias conservadoras de Europa, que temían por una nueva expansión del furor revolucionario que tantas guerras y tantos estragos había causado en el Viejo Continente desde 1789. Tras una serie de congresos, esas potencias se pusieron de acuerdo para intervenir en España y restaurar de nuevo a Fernando VII en la plenitud de su soberanía. Junto con estos factores que tuvieron una decisiva influencia en la caída del régimen liberal, la oposición de los propios elementos absolutistas, que desde dentro y desde fuera de la Península hicieron cuanto estuvo en su mano para que fracasase el ensayo constitucional. El enfrentamiento entre los liberales y los elementos que apoyaban a la monarquía absoluta fue tan grave que daría lugar a la primera guerra civil española.
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El trigo y el molino En la historia tratamos del pan que los indios comen ordinaria y generalmente; en esta tierra multiplica mucho, y algún grano echa seiscientos; lo comen verde, crudo, cocido y asado; en grano y amasado. Es ligero de criar, y sirve también de vino; y así, nunca lo dejarán, aunque hay más trigo. Del meollo de las cañas del centli o tlautli, que otros llaman maíz, hacen imágenes, que siendo grandes, pesan poco. Un negro de Cortés, que se llamaba, según creo, Juan Garrido, sembró en un huerto tres granos de trigo que halló en un saco de arroz; nacieron dos de ellos, y uno tuvo ciento ochenta granos. Volvieron luego a sembrar aquellos granos, y poco a poco hay infinidad de trigo: da uno ciento, trescientos, y aún más lo de regadío y puesto a mano; siembran uno, siegan otro, y otro está verde, y todo a un mismo tiempo; y así, hay muchas recogidas al año. A un negro y esclavo se debe tanto bien. No se da ni da tanto la cebada, que yo sepa. Cuando en México hicieron molino de agua, que antes no lo había, tuvieron gran fiesta los españoles y aun los indios, especialmente las mujeres, que les era principio de mucho descanso; mas empero un mexicano hizo mucha burla de tal ingenio, diciendo que haría holgazanes a los hombres e iguales, pues no se sabría quién fuese amo ni quién mozo, y hasta dijo que los necios nacían para servir, y los sabios para mandar y disfrutar.
obra
Recurriendo una serie de estampas de Millet como modelos, Vincent elaborará un amplio conjunto de obras durante el mes de septiembre de 1889. La falta de inspiración al no abandonar el hospital donde está recluido a causa de su enfermedad y el miedo a una recaída le llevan a inspirarse en sus maestros favoritos, realizando también copias de obras de Rembrandt y Delacroix. La temática campesina que tanto le interesó en Nuenen vuelve a protagonizar sus lienzos, utilizando un estilo característico de sus últimos tiempos, aplicando el color con una pincelada rápida y vigorosa, empleando una línea oscura para remarcar los contornos - siguiendo a Bernard y Gauguin - y recurriendo a tonalidades brillantes, especialmente el amarillo y el azul. El resultado es altamente satisfactorio al dotar de cierto espíritu vanguardista a una obra clásica.