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Siglo de Oro

Desarrollo


López Piñero ha realizado una excelente síntesis de las aportaciones de la ciencia española en los diferentes campos, siguiendo fielmente el esquema dualista antiguos-modernos a lo largo de los siglos XVI y XVII. El recorrido por cada uno de estos campos comienza por las matemáticas. Mientras que las matemáticas especulativas apenas consiguieron interesar, sus aplicaciones prácticas constituyeron un motivo de seria preocupación que la sociedad española mantuvo a lo largo de la centuria. En los primeros años del siglo XVI la figura más destacada fue el aragonés Pedro Sánchez Ciruelo, cuyas obras tuvieron, desde 1495 hasta 1528, diecinueve ediciones en España o Francia. Entre todas las aplicaciones prácticas de las matemáticas, la que mayor importancia tuvo en la España del siglo XVI fue el cálculo mercantil: nada menos que diecinueve obras distintas consagradas a las cuentas se publicaron a lo largo del período. En astronomía, la España del siglo XVI era heredera de la tradición ibérica medieval, especialmente brillante en el campo de la observación. El enlace con dicha tradición puede personificarse en el judío salmantino Abraham Zacuto, autor de una obra de extraordinaria influencia en la transición de los siglos XV a XVI. Su libro más importante fue el Hibbur-ha-gadol (El gran tratado). El principal exponente del enfrentamiento con las doctrinas cosmográficas tradicionales fue la acogida que se dispensó a la obra de Copérnico y a su sistema heliocéntrico.

Un primer hecho de importancia es la inclusión de la obra de Copérnico en los estatutos de 1561 de la Universidad de Salamanca, única que hizo algo semejante en la Europa del siglo XVI. La decisión debió partir de Juan de Aguilera, que fue titular de la cátedra desde 1551 hasta 1560. Por lo demás, la posibilidad de utilizar el texto de Copérnico en la enseñanza no llegó a cumplirse. Por otra parte, hay que subrayar que, durante las décadas finales del siglo XVI, la obra de Copérnico fue ampliamente utilizada por los cosmógrafos españoles como una técnica matemática nueva y que algunos autores defendieron que el heliocentrismo no era contrario a las Sagradas Escrituras y examinaron sus consecuencias desde un punto de vista exclusivamente físico. Hubo, desde luego, enfrentamientos a la revolución cosmológica que planteaba Copérnico. En esta línea, el texto de mayor importancia, y el único generalmente tenido en cuenta, es el incluido por el agustino Diego de Zúñiga en sus In Iob commentaria (1584). Hubo también críticos del copernicanismo desde la filosofía natural y la cosmología tradicionales, como Francisco Vallés (1587) y Diego Pérez de Mesa (1596), así como eclécticos en la línea de Pedro Simón Abril (1589), que consideró el sistema copernicano y el ptolemaico como dos teorías totalmente válidas. El anteojo, futura arma de la nueva astronomía, fue inventado a finales del siglo XVI, independientemente, en varios lugares de Europa, uno de los cuales fue Barcelona.

Desde hace tiempo se sabía que entre sus primeros constructores había figurado la familia de artesanos catalanes encabezada por los hermanos Joan y Pere Roget. No hay que olvidar que, en la España del XVI, el saber astronómico fue cultivado principalmente en conexión directa con sus aplicaciones al arte de navegar, la astrología y la cronología. En este último campo, el principal problema fue la reforma del calendario juliano, llevado a cabo finalmente bajo el pontificado de Gregorio XIII. En su preparación colaboraron de modo destacado varios españoles, entre ellos, Juan Salmo y Pedro Chacó. La importante participación española en el desarrollo del arte de navegar estuvo en relación directa con el descubrimiento de América. Colón utilizó en sus viajes el astrolabio náutico, aunque sin fruto, debido a su insuficiente conocimiento del mapa celeste en las latitudes bajas. Empleó la traducción castellana del Almanach de Zacuto, dibujó varias cartas de los territorios que había descubierto y realizó observaciones sobre el problema de la declinación magnética. La gran institución que centralizó la actividad náutica fue la Casa de la Contratación sevillana. En conexión con ella, se escribió la mayor parte de los textos consagrados al arte de navegar, sin duda una de las principales y más sobresalientes aportaciones españolas a la literatura científica de la época.

Los descubrimientos tuvieron, naturalmente, un peso decisivo en la geografía española del siglo XVI. Sin embargo, no pueden entenderse adecuadamente sin tener en cuenta la influencia ejercida por el movimiento humanístico que, en este terreno, se centró en el llamado renacimiento de Ptolomeo, es decir, en la recuperación y difusión de la Geografía de este autor. Ello provocó la reinstauración de la geografía matemática o astronómica, caracterizada por señalar la longitud y latitud de cada accidente. Destacadas figuras en este campo fueron Elio Antonio de Nebrija, sobre todo por su manual titulado In Cosmographiae libros introductorium (1499), y Miguel Servet, que preparó una edición latina comentada de la Geografía de Ptolomeo (1535), que mejoró en un reimpresión posterior (1541). Hacia 1566, Felipe II encargó a Pedro Esquivel, catedrático de matemáticas en Alcalá, una Descripción de España cierta y cumplida que incluyera la determinación de la posición exacta de los accidentes geográficos y sus poblaciones. La importancia de la labor que Esquivel y sus colaboradores llevaron a cabo reside en que fue uno de los primeros intentos de descripción geográfica de un país y en el rigor científico y técnico con el que fue realizada. Otra vertiente de la investigación geográfica bajo los auspicios de Felipe II consistió en la puesta en práctica, a partir de 1575, de un proyecto de Relaciones de los pueblos de España.

Se utilizó un cuestionario análogo al de las Indias, aunque insistiendo todavía más en los datos cuantitativos de carácter demográfico y económico. Aparte de los trabajos consagrados a América y a la propia Península Ibérica, en la España del siglo XVI se publicaron numerosas obras dedicadas a otros territorios. Las más sobresalientes fueron el libro sobre China de Juan González de Mendoza (1585), que tuvo en menos de un siglo cincuenta y cuatro ediciones en siete idiomas, y la Descripción general de Africa (1573-1599) de Luis Mármol Carvajal. La cartografía española del siglo XVI tuvo dos escenarios principales. El primero estuvo integrado por varias ciudades mediterráneas en las que se mantuvo durante toda la centuria la tradición medieval de la escuela mallorquina. El segundo fue, naturalmente, la Casa de la Contratación de Sevilla, que centralizó la actividad relacionada con el Nuevo Mundo. A finales del siglo XV y comienzos del XVI, la física nominalista adquirió gran relieve en la Universidad de París, muy en primer término con las enseñanzas que en el Colegio de Montaigue dieron el español Jerónimo Pardo y el escocés John Mair, aunque la figura más destacable es la del valenciano Juan de Celaya. Merecen mención, asimismo, los tratados de filosofía natural de Domingo de Soto, Benito Perera y Francisco de Toledo. La historia natural constituye uno de los aspectos más brillantes de la actividad científica del siglo XVI.

El Nuevo Mundo ofrecía unas posibilidades extraordinarias de enriquecer el acervo descriptivo heredado de la Antigüedad clásica y la Edad Media. Por ello, la principal contribución de los naturalistas españoles de la época fue incorporar a la ciencia europea las realidades americanas. Los textos españoles sobre la historia natural americana tuvieron una gran difusión internacional. Por ejemplo, la Historia de Fernández de Oviedo alcanzó en su época quince ediciones en cinco idiomas, la obra de Nicolás Bautista Monardes llegó a cuarenta y dos impresiones en seis lenguas, y la de José de Acosta, a treinta y dos en seis idiomas diferentes. Los estudios sobre la historia natural de la metrópoli carecieron del relieve histórico de los dedicados al Nuevo Mundo, aunque ello no excluye la presencia de trabajos científicos de altura. El más importante fue, sin duda, la traducción castellana con comentarios de la Materia médica de Dioscórides realizada por Andrés Laguna. Publicada por vez primera en 1555, continuó reeditándose en España hasta finales del siglo XVIII, por ser un libro utilizado ampliamente por boticarios y médicos. Aunque Vesalio residió en España entre 1559 y 1564 y tuvo relación muy directa con varias figuras médicas españolas a lo largo de toda su vida, no fueron éstos los caminos por los cuales se difundió en nuestro país la renovación del saber anatómico por él encabezada.

El centro del movimiento vesaliano español fue la escuela creada en Valencia por dos discípulos suyos: Pedro Gimeno y Luis Collado. Entre 1547 y 1549, Gimeno convirtió la Universidad de Valencia en una de las primeras de Europa en las que se impartía enseñanza anatómica de acuerdo con las ideas de Vesalio; publicó el primer texto que incorporó plenamente la nueva anatomía vesaliana (Dialogus de re medica, 1549) y la enriqueció, además, con el resultado de sus propias investigaciones descubriendo el estribo, tercero de los huesecillos auriculares. Collado, su sucesor, fue el principal responsable de la consolidación de la escuela anatómica valenciana y de su firme adhesión a las ideas de Vesalio. De toda su obra, recordaremos únicamente el libro (1551) en el que defendió, por primera vez en Europa, a Vesalio y a la nueva anatomía frente a los ataques de Silvio, antiguo maestro de Vesalio en París. Las doctrinas galénicas tradicionales acerca de las funciones del organismo humano continuaron vigentes durante el siglo XVI. La constitución de la fisiología como una disciplina independiente de los saberes anatómicos y apoyada en métodos experimentales, fue un largo proceso que se desarrolló a partir de la centuria siguiente. En ésta solamente puede hablarse de reelaboraciones de los esquemas clásicos y, a lo sumo, de aportaciones de detalle o de críticas parciales que, desde distintos ángulos, contribuyeron a preparar la crisis.

La más importante fue la circulación pulmonar, formulada por Miguel Servet en su célebre obra teológica Christianismi Restitutio (1553). El fanatismo de Calvino y de los inquisidores católicos consiguió destruir prácticamente la edición de la obra de Servet, hasta el punto de que sólo se conservan dos ejemplares completos y uno incompleto. Su difusión, por lo tanto, fue nula o muy escasa. El libro que dio a conocer la circulación pulmonar en toda Europa fue la Historia de la composición del cuerpo humano de Juan de Valverde, que apareció por primera vez en 1556. Valverde presenta la circulación menor como uno de los resultados de su colaboración científica con Realdo Colombo. Otra línea que contribuyó a preparar la constitución de la fisiología moderna fue el planteamiento desde distintos ángulos de una nueva imagen del organismo humano. En ella participaron numerosos autores españoles, entre los que destacan Gómez Pereira con su defensa del automatismo de los animales (1554), Miguel Sabuco con su teoría del jugo nérveo (1587) y, sobre todo, Huarte de San Juan, cuya conocida doctrina del ingenio supone que el cerebro es la base orgánica del comportamiento humano. Su Examen de ingenios para las ciencias (1575) es, quizá, el texto científico más reeditado de su época: hasta finales del siglo XVIII, tuvo ochenta y dos ediciones en siete idiomas. Alcalá y Valencia fueron los principales focos del humanismo médico español.

Su figura más representativa fue Andrés Laguna, autor relacionado con Alcalá, pero cuya biografía y cuya obra se desarrollaron en un escenario auténticamente europeo. Entre sus publicaciones propiamente médicas destaca un Epitomes omnium Galeni Pergameni operum (1548), en tres volúmenes, muy apreciado en la Europa de su tiempo. Del galenismo humanista procede otra corriente que puede ser llamada galenismo hipocratista, que no sólo se preocupó de depurar filológicamente los textos clásicos de acuerdo con los supuestos del humanismo, sino que subrayó la importancia de la observación clínica y permaneció abierto a las novedades. Uno de sus más destacados representantes fue el catedrático de Alcalá Francisco Vallés, autor de numerosas obras muchas veces editadas, que fueron citadas en Europa durante más de dos siglos. El retorno de la escolástica propio de la Contrarreforma se manifestó con especial vigor en el saber médico. Su máxima figura europea fue Luis Mercado, catedrático en Valladolid. Aunque bien informado y excelente observador clínico, la producción científica de Mercado giró en torno a la ambiciosa tarea de reestructurar el saber médico tradicional a través de una exposición sistemática cerrada a novedades. En conclusión, respecto al siglo XVI, hoy, tras los trabajos de Goodman, Vicente Maroto y Esteban Piñeiro, la actitud ante la ciencia de la monarquía de Felipe II queda muy revalorizada. La creación de la Academia de Matemáticas de Madrid (estudio de García Tapia), la promoción del aprendizaje técnico, el interés por la astronomía y la alquimia, la restauración de la flota, las contribuciones en el terreno de la minería, la creación del centro científico de El Escorial, el cargo de cosmógrafo del rey... son algunos de los indicadores que pueden citarse para resaltar el papel positivo de Felipe II respecto a la ciencia.

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