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Esta etapa, que corresponde a los últimos años del reinado de Francisco I y al de Enrique II (1547-1559); va a estar jalonada por una serie de hechos decisivos para el devenir de la arquitectura francesa. Es usualmente denominado Primer Período Clásico, en general, a todos los niveles culturales en Francia, pero singularmente referido a su literatura, con Ronsard y la "Pléiade" o Du Bellay y su "Deffense et illustration de la langue françoyse" (1549), como puntos álgidos de aquélla. Nos vamos a referir, siempre con la más que conveniente flexibilidad de fechas, al intervalo comprendido entre 1540 y 1560/65. De modo más completo que hasta ahora, si cabe, la corte centra la práctica totalidad de la actividad cultural; centralismo que es un hecho contundente que funciona, como es puesto de manifiesto durante el reinado de Enrique II. Este monarca, personalmente mucho menos activo en política que su padre, es perfectamente suplido en este sentido por la actividad del condestable Montmorency o los Guise, personajes clave del aparato político elaborado. Respecto al mecenazgo artístico, que Enrique tampoco asumió con excesivo afán -sí tuvo gran interés por las obras del Louvre y su desarrollo-, es la figura de Diana de Poitiers, amante del rey, la verdaderamente clave. Mujer de gran inteligencia y mecenas magnánima de Philibert de l' Orme, ejerció en su momento una auténtica dictadura del gusto artístico. La Corona, hasta ahora, con vacilaciones de índole político-diplomáticas al respecto, va a identificarse plenamente con la causa del catolicismo, frente al partido protestante que, cada vez más numeroso y mejor organizado, va a ser objeto de una intensificada represión gubernamental, que desembocará en las Guerras de Religión. Fontainebleau va a seguir siendo la residencia favorita del rey, donde, precisamente durante esta etapa, tiene lugar un auténtico florecimiento de las artes figurativas que, de mano de Rosso e Il Primaticcio, supone uno de los capítulos más sugestivos del desarrollo del Manierismo como arte cortesano. Toda una serie de obras, obtenidas en Italia por Francisco I, se exponían también aquí, desde copias de estatuas de la Antigüedad y de Miguel Angel, fundidas en bronce según modelos traídos de Roma por Il Primaticcio, hasta buena parte de las obras de Leonardo, Rafael o Tiziano que hoy atesora el museo del Louvre. Por tanto, coleccionismo como acercamiento a lo clásico y plasmación del gusto en esa línea, al tiempo que se trata del uso suntuario de unas obras que prestigian a su poseedor. Esto que es un elemento clave y consustancial al desarrollo artístico cortesano de la época, se convierte también -para la escultura francesa son decisivas las estatuas citadas- en una verdadera academia donde beber de lo clásico. El que a partir de ahora podamos, con propiedad, referirnos a unos determinados arquitectos, ya como profesionales e intelectuales que desarrollan una labor teórica y práctica, superando las resistencias de la antigua ordenación corporativa de las maestranzas constructoras, nos está indicando el giro radical que el hecho arquitectónico va a tomar. Se asume y se sacan consecuencias de todo lo anterior, singularmente de lo existente en tratadística arquitectónica -Alberti, traducido en 1512 y 1553; Vitruvio en 1547- que, a su vez, es acicate para nuevos tratados, contando, en este sentido, con el estímulo y labor catalizadora que supone Sebastiano Serlio, llamado por Francisco I e instalado en Francia desde 1540/41 hasta su muerte en 1554. La aportación de Sebastiano Serlio (1475-1554) a la arquitectura francesa es determinante; algunas consecuencias de su obra práctica van a ser importantes, pero es su tratado de arquitectura lo que resulta absolutamente fundamental, y desde el país galo su irradiación e influjo en toda Europa. Cuando se instala en Francia, ya había publicado en Venecia los Libros IV (1537) y III (1540) de su tratado; el resto del mismo verá la luz en Francia: Libros I y II (1545), Libro V (1547) y el denominado "Libro Extraordinario" (1551). Tras su fallecimiento en 1554 fueron publicados los Libros VII y VIII, quedando manuscrito el VI. En conjunto es una obra eminentemente práctica, de ahí su enorme aceptación, que, mediante grabados y comentarios nada eruditos ni especulativos, ofrecía a los arquitectos los modelos y la resolución de todo tipo de problemas y dudas, en la sintonía clasicista demandada. Sintonía cuyas claves no son ya los presupuestos quattrocentistas que informaran a etapas anteriores, sino fundamentalmente los elaborados en Italia a partir de Bramante; es decir, las contestaciones al lenguaje elaborado y desarrollado por la arquitectura del Renacimiento Clásico. Serlio y su tratado han sido tradicionalmente asociados a arquitectura manierista, término poco conveniente y exacto pues, a pesar de todo tipo de licencias, heterodoxias y transgresiones, los resultados tanto en Serlio como en la mayoría de las realizaciones, prácticas y teóricas, de la arquitectura del siglo XVI, en Italia y fuera de ella, no son anticlásicas como el término Manierismo indica. Preferible, y también más cierto, es aplicar el término clasicista, señalando las alteraciones morfológicas y sintácticas introducidas. El experimentalismo del que suele usar y abusar la arquitectura del siglo XVI, respecto a un modelo clásico que se considera inmutable, es en sí una idea anticlásica, pero los resultados en este sentido suelen ser, salvo excepciones, de una concreción formal bastante ortodoxa, por lo que resulta asimismo más pertinente hablar de clasicismo matizando la correspondiente experimentación y su alcance. El término clasicismo manierista, a menudo también aplicado a Serlio, resulta bastante ambiguo y desconcertante. En primer lugar, más que al conjunto del tratado de Serlio, habría que referirlo a ese "Libro Extraordinario" que, básicamente, es un repertorio compuesto por cincuenta diseños para portadas según los distintos órdenes, pero usados con tal sentido crítico y sin prejuicios, que obligan a su autor a hacer una especie de advertencia-disculpa, contenida en el prólogo, por la libertad con que ha elaborado sus propuestas. En concreto, su insistencia en el orden rústico constituye una de las más claras violaciones del sentido clásico de la arquitectura y del propio sistema de órdenes. El facetado al que suele someter las columnas y pilastras de muchas de esas portadas supone minusvalorar la propia condición y esencia del soporte como tal, elemento clave en la arquitectura clásica. Cuando suceda lo señalado en los ejemplos anteriores, resultaría también más claro hablar de clasicismo, señalando oportunamente ese facetado o el carácter rústico, y los correspondientes sentidos, ambos, en general, aplicados a elementos arquitectónicos en un todo clasicista. Desde luego nos parece más clarificador que utilizar el término clasicismo manierista y, como hemos insinuado, más veraz y congruente, pues, por ejemplo, tras aplicar dicho término a Serlio, suele hablarse para el caso francés de la lección asumida a partir de aquél por Lescot y Philibert de l'Orme, en cuyas obras, cuando menos, es preciso señalar y valorar las posibles heterodoxias, insertas en un conjunto clasicista; por tanto, clasicismo y, seguidamente, las licencias introducidas. Asimismo, suele señalarse que Serlio está en el vértice de las producciones de Lescot y Philibert de I'Orme. Al menos en un sentido, esto es bastante cierto, a nuestro entender; Serlio estaría efectivamente en el vértice de dos modos de entender el hecho arquitectónico. Una sería la vía Lescot-du Cerceau, más decorativista, cuya idea del clasicismo es más bien literaria pero creativa y desprejuiciada, lo que enlazaría con Serlio que, en sí mismo, es clasicismo literario. La otra vía sería la de Philibert de l'Orme-Jean Bullant, más constructiva, con una idea libre y desprejuiciada, donde puede aparecer la componente crítica, en su asunción del clasicismo, tal como Serlio confesara en el prólogo citado. En cuanto a la obra práctica de Serlio, la desaparecida residencia que, para el cardenal Ippolito d'Este, construyera en Fontainebleau, entre 1544 y 1546, en honor a la patria del propietario llamada Le Grande Ferrare, resulta tipológicamente interesante. Conocida por dibujos y grabados, ya que hoy sólo queda en pie su puerta de entrada, es un eslabón importante en la elaboración del tipo de residencia nobiliaria u hótel, de carácter urbano o suburbano; partiendo de datos anteriores al respecto, queda configurado el "corps-de-logis" o bloque principal de la casa, que contenía una sola planta de viviendas, a partir de cuyos extremos se proyectaban dos alas más estrechas paralelas entre sí y perpendiculares a aquél. Queda así configurado un patio, que, en el lado opuesto al "corps-de-logis", se cerraba mediante una pared simplemente, en cuyo centro se abría el acceso conservado. Sí se mantiene en pie el castillo de Ancy-le-Franc (cerca de Tonnerre, Borgoña), de hacia 1546 que, ya en su momento y acaso de mano del propio Serlio, sufrió alteraciones importantes respecto al proyecto primigenio, sobre todo en sus alzados exteriores, que pierden el almohadillado previsto. Su patio es un ejemplo, casi como una lámina más de su tratado, del uso de claves bramantescas en la estructuración de sus dos pisos, bajo unas puntiagudas cubiertas, de neta filiación local.
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Tras el apogeo de Chavín, hacia el año 300 a.C. se inicia una etapa conocida también como de Desarrollos Regionales. Aparecen ahora nuevas formas culturales en la región. Igual que sucede en el Clásico mesoamericano, en esta etapa podemos contemplar una serie de rasgos que se repiten en los diferentes pueblos que habitan el entorno andino. Por una parte, en ese esfuerzo del hombre por obtener máximo rendimiento de la tierra, se desarrollan sistemas de riego y se emplea con éxito el guano como abono. Los asentamientos se van haciendo más complejos, base de futuras ciudades, y se desarrollan contactos interzonales permanentes basados en un comercio de bienes de lujo y materias primas. Las sociedades se hacen complejas -aunque esto se apuntaba ya en Chavín- y fuertemente estratificadas, con importancia del factor religioso como legitimador de poder. Estas comunidades desarrollan una interesante actividad artesanal, en campos diversos como la lapidaria, metalurgia, cerámica, textiles... realizadas por auténticos especialistas que comienzan a producir de manera masiva. Gráfico La evolución religiosa se percibe de manera más interesante en el desarrollo de las prácticas funerarias, acompañadas de complejos rituales. Una expresión de esa complejidad viene a ser la suntuosidad de los enterramientos, que también marcan la jerarquización social. Entre las culturas que se desarrollan en esta etapa, las más llamativas son dos desarrolladas en la costa, la Moche (norte) y Nazca-Paracas (sur), y otra en el altiplano boliviano, cuyo centro fue el recinto sacro de Tiahuanaco. Y es precisamente en la primera donde se ha podido estudiar sobre datos arqueológicos la importancia de la mujer en la realidad político-religiosa de esta cultura. Continuadora en parte del desarrollo cultural y material logrado en Paracas en el periodo Formativo, donde la artesanía textil alcanzó logros que aún nos sorprenden, en los desiertos de la costa sur se desarrolló la civilización Nazca, cuya construcción material más conocida son las llamadas "pistas de Nazca". Perceptibles sólo desde cierta altura, una serie de geoglifos se extienden sobre un territorio de cerca de 500 km2. Grandes diseños con motivos zoomorfos y geométricos se dibujan en el suelo desértico, y constituyen todavía una incógnita para los investigadores. Según los resultados de los estudios elaborados por María Reiche, parece un gran complejo astronómico o estudio calendárico, y quizá constituyera parte de un ritual religioso elaborado hace cerca de mil años. Pero no son los geoglifos la única realización material de los Nazca. Continuando con la tradición regional, además de las realizaciones textiles, los hombres de esta cultura alcanzaron unos logros en artesanía cerámica que no fueron superados. Y es precisamente la cerámica una importante fuente de información para conocer esta cultura, puesto que no contamos con grandes centros ceremoniales como sucedía en Mesoamérica. En la decoración de los diferentes objetos encontramos escenas de la vida cotidiana, frutos empleados en alimentación, actividades de cazadores, agricultores o músicos... Y junto a ellos, un elemento decorativo que nos habla de la actividad bélica de este pueblo: las "cabezas-trofeo". Se representan en los objetos cerámicos cabezas recién cortadas, algunas de ellas sangrantes, con un extremado realismo. Todavía se cuestiona si este comportamiento obedecía a fines únicamente militares o respondía más bien a algún tipo de ritual religioso. A diferencia de lo que sucede con la cultura Moche, tenemos pocos datos acerca del papel de la mujer en la región de los valles costeños del sur del Perú. Los trabajos arqueológicos realizados en Cahuachi, el centro más importante de esta cultura, permiten a los investigadores elaborar algunas teorías acerca del rol femenino en aquella civilización. Se han encontrado unos fardos que envuelven paquetes de ropa femenina usada, enterrados probablemente con fines rituales. La ropa fue doblada cuidadosamente, y entre las diferentes piezas -todas ellas femeninas- se encontraron restos de habas y de un líquido posiblemente de libación. De ahí la afirmación del sentido ritual de este descubrimiento. Se ha establecido relación entre la presencia de esas habas con conceptos de fertilidad y crecimiento. Aunque de momento no se han fijado más que hipótesis de trabajo, estos restos de ropa enterrados con carácter ritual implican una especial vinculación de lo femenino con las fuerzas naturales de la fecundidad. Estaríamos ante una ofrenda a la tierra para impetrar su fertilidad. Hay quien apunta incluso a la posibilidad de la existencia de un matriarcado en los orígenes de la cultura nazca, que sería sustituido con el tiempo por formas masculinas de ejercicio del poder. No olvidemos que también la mujer está presente en las leyendas nazcas que hacen referencia a las fuerzas de la naturaleza. Viejas leyendas cuentan que El Cerro Blanco, una de las montañas sagradas de la región, era una mujer que se transformó en duna o en montaña. Las tradiciones narran cómo los campesinos de la región llevaban al Cerro Blanco ofrendas para solicitar a la diosa de los cerros el agua necesaria para sus cosechas. Otra realización fundamental de la cultura nazca, y en esto se trata de una continuación de los logros de Paracas, es la artesanía textil. Son famosos los mantos tejidos y decorados con motivos que repiten algunas de las representaciones geométricas que encontramos en la cerámica. Hasta tal punto tuvo importancia el desarrollo de los textiles que en ajuares funerarios es frecuente encontrar junto a los restos del difunto útiles de costura, a veces incluso dentro de recipientes cerámicos o de cestería que podemos considerar costureros. En su interior se han conservado hilos, agujas y diversos útiles relacionados con el tejido. En la región del altiplano destaca una cultura milenaria, la de Tiahuanaco, nombre también de un centro religioso que aún evoca fuertes connotaciones del pasado prehispánico. En un enclave único, a 4.000 metros sobre el nivel del mar, inmerso en la cordillera de los Andes, cerca del lago Titicaca, se encuentra el asentamiento que supo mantenerse como referencia religiosa para el mundo andino, sobreviviendo a cambios políticos y culturales. El mayor desarrollo de Tiahuanaco tuvo lugar entre los siglo IV y IX d.C. El centro ceremonial se componía de seis edificaciones de carácter religioso construidas en piedra, sin emplear ningún tipo de argamasa, técnica constructiva que sería imitada siglos después por los Incas. Y desde este espacio se controlaba una región poblada por cerca de 20.000 personas dedicadas fundamentalmente a la agricultura, pesca y ganadería de auquénidos. Además, establecieron relaciones comerciales que facilitaban el acceso a economías complementarias. Pero si bien de las culturas nazca, Tiahuanaco y otras desarrolladas en los Andes tenemos pocos datos para conocer a fondo el rol de las mujeres, no sucede lo mismo con la cultura mochica. Esta civilización se desarrolló desde comienzos de nuestra era hasta aproximadamente el año 700. Su centro se situaba en los valles de Chicama y Moche, en la costa norte del Perú, desde donde se extendió por medio de conquistas militares. Los trabajos arqueológicos desarrollados en San José de Moro y en el Complejo Arqueológico de El Brujo, unidos al descubrimiento hace unas décadas de la tumba del señor de Sipán, nos permiten acercarnos cada vez de manera más precisa, a la sofisticación de una cultura potentemente estratificada. Esa estratificación es puesta de manifiesto en la complejidad de los enterramientos, máxima manifestación de diferenciación social. Los restos necrológicos nos hablan de una elite teocrática que dominaba todos los resortes del poder, y que residía en los principales centros ceremoniales, como San José de Moro y Sipán.
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Corresponde a la agitada etapa de la historia de Francia comprendida entre 1559, fecha de la muerte de Enrique II, y la Paz de Vervins (1598), que supone el definitivo asentamiento de Enrique IV en el trono francés y el fin de los conflictos. Comprende los reinados de los tres hijos de Enrique II: Francisco II (1559-1560), Carlos IX (1560-1574) y Enrique III (1574-1589) -los denominados usualmente últimos Valois-, y los inicios del reinado del primer Borbón, Enrique IV (1589-1610). Lo que aparentemente era una lucha entre católicos y calvinistas, fue además un auténtico conflicto social, donde la aristocracia tomó partido para tratar de recuperar privilegios perdidos, y lo propio hicieron las instituciones cívicas que, por su parte, esperaban lograr antiguas libertades abolidas. En un primer momento, aristocracia y ciudades colaboraron en su enfrentamiento a la Corona, decididamente católica, hasta que las últimas se percataron de que tendrían más que perder con sus aliados, que insertas en el centralismo construido por Francisco I y Enrique II. A pesar de la agitación casi constante, la corte de los últimos Valois continuó siendo un activo centro cultural donde, sobre todo con Enrique III, las ideas de preciosismo y sofisticación, así como la predilección por lo ingenioso y complejo, son aplicables tanto a la literatura de un Philippe Desportes como a la pintura de un Antoine Caron, plenamente representativos de la época, como expresiones de las formas más avanzadas y alambicadas del Manierismo cortesano. El panorama arquitectónico aparece dominado por las figuras de Jean Bullant (1520/25-1578) y Jacques Androuet du Cerceau el Viejo (hacia 1520-hacia 1584), totalmente diferentes si no antitéticos, tanto en su concepción del clasicismo como en lo que les interesa prioritariamente de éste, así como en las licencias y heterodoxias adoptadas. El propio Bullant, en el prólogo de su "Reigle genérale", nos da cuenta de su estancia en Roma, probablemente hacia 1540-1545, donde estudió y tomó apuntes de edificios de la Antigüedad, que luego utilizó para los detalles de su propia producción. Lo fundamental de ésta, tanto teórica como práctica, aparece asociada al condestable de Montmorency y a su mecenazgo; así sucede con sus dos tratados publicados, dedicados respectivamente al condestable y a su hijo: "Petit Traicté de Géometrie et d'Horologiographie" (escrito en 1561 y publicado en 1564) y "Reigle générale d'Architecture des cinqs maniéres de colonnes" (privilegio de 1563). Tres obras son claves en la producción práctica de Bullant, que morfológicamente anuncian muchas de las soluciones arquitectónicas del grand siécle francés, y realizadas asimismo para Montmorency: lo correspondiente del castillo de Ecouen (Seine-et-Oise), el puente y galería del castillo de Fére-en-Tardenois (Aisne) y el Petit Cháteau de Chantilly. Al castillo de Chenonceaux, en 1576, ya obtenido por Catalina de Medici tras obligada cesión de Diana de Poitiers, Bullant añade una galería al puente que De l'Orme construyera sobre el río Cher. En el castillo de Ecouen, Bullant interviene en la realización de las alas Norte y Sur. Interesa destacar la desaparecida entrada a la primera (hacia 1555-1560), que conocemos por el correspondiente grabado de du Cerceau, y el pabellón agregado al ala meridional (hacia 1560). La entrada citada es una variante del frontispicio de Anet de Philibert de l' Orme, aquí con el cuerpo central también rematado por un medio punto, siendo el ático casi un pretexto para colocar la estatua ecuestre del condestable. Más interesante es, sin duda, el señalado pabellón de Ecouen, donde Bullant pone bien a las claras su interés por las formas grandiosas del clasicismo, que combina con un acabado perfecto de detalles y elementos decorativos. Aprovechó muy bien las posibilidades que el terreno le brindaba en el castillo de Fére, para desplegar su afición a la gran escala; aquí, hacia 1552-1562, realizó una galería sobre un puente que, salvando un profundo valle, se asienta sobre enormes pilares entre los que saltan, a modo de acueducto romano, una serie de arcadas de medio punto. El Petit Cháteau de Chantilly data seguramente de 1560; aquí, como en el pabellón de Ecouen, es un orden único, pero no abarca completamente las dos plantas del edificio. Establece una continuidad en el desarrollo vertical de los vanos de ambos pisos, para lo cual las ventanas superiores, rompiendo el entablamento, se unen a las inferiores. Se crea así una extraña tensión entre las dobles columnas y las ventanas superpuestas, ajena a la estructura del edificio, compuesto por dos plantas iguales. Este modo de conectar vanos obedece, al parecer, a tradiciones de la arquitectura gótica de castillos, donde ventanas y buhardas formaban paneles verticales. Jacques Androuet du Cerceau el Viejo es el primer miembro de una verdadera dinastía de arquitectos y decoradores franceses, activos hasta fines del siglo XVII. Incluso durante su vida fue conocido más por sus grabados que como arquitecto en ejercicio, y en la actualidad nada se conserva de lo que nos consta que construyera. Resulta una fuente fundamental para el arte francés, siendo su obra un importante repertorio tanto de plantas y alzados de edificios, como de todo tipo de decoración arquitectónica y para mobiliario. Sus diseños muestran una gran fantasía e imaginación, inspirados en fuentes italianas; en Roma estuvo, al parecer, entre 1538 y 1544. En el "Livre d'Architecture", publicado en 1559, se ocupa del diseño de viviendas urbanas, tema apenas tratado hasta entonces, salvo en el Libro Sexto de Serlio, no publicado pero que du Cerceau debía conocer, y del que parece haber tomado muchas ideas. El appartement, aparecido en Chambord, es la célula básica en la estructuración y distribución de estancias. Sus residencias urbanas suelen constar de un "corps-de-logis" flanqueado por pabellones y precedido de un patio cerrado, disposición relacionada, también, con la Grande Ferrare de Serlio. Su producción de más empeño, que debió ocuparle los últimos años de su vida, son los dos volúmenes de "Les plus excellents bastiments de France", publicados en 1576 y 1579. Mientras preparaba estas publicaciones, diseñó los castillos de Verneuil (comenzado en 1568) y de Charleval (empezado hacia 1570), pero que no acabaron de construirse. Charleval es acaso su obra más interesante, y muestra que su autor es, antes que arquitecto, un consumado decorador. Sus heterodoxias respecto al clasicismo, inciden también en la línea decorativista, fragmentando los elementos arquitectónicos menores y recubriendo grandes superficies del edificio con una ornamentación descontrolada. Entablamentos interrumpidos gratuitamente por nichos o ventanas, frontones partidos de diversos modos, volutas retorcidas, etc., pero no hay que olvidar que estamos ante una obra gráfica, que permite una mayor libertad y fantasía en su ejecución, sin que tengamos constancia de cómo fue llevada a la práctica.
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Seguramente el escultor más interesante del quinientos francés, Germain Pilon (1530/35-1590) muestra una trayectoria artística personal, a partir de haber asumido, de modo pleno, el clasicismo imperante, para derivar hacia un acentuado realismo que, en sus últimas obras, adquiere caracteres casi expresionistas. Como reflejo del convulso período de la historia de su país que le tocó vivir, su arte es una opción emotiva y directa, dentro de un personal manierismo tendente al expresionismo. Las Tres Gracias (1560) para el monumento al corazón de Enrique II, muestran el influjo de Il Primaticcio en los largos cuellos y menudas cabezas de las figuras que, en cambio, presentan un canon no tan estilizado y abandonan el grafismo manierizante en el tratamiento de paños, que ahora es correctamente fluido. En suma, plenitud clasicista un tanto académica. La parte escultórica del sepulcro de Enrique II y Catalina de Medici (St. Denis) que, en 1563, iniciara Il Primaticcio, corre por cuenta de Pilon, que trabajará aquí hasta 1570. Las cuatro Virtudes que ocupan los ángulos del monumento funerario, muestran aún la corrección clasicista de obras anteriores, pero en las figuras de orantes y yacentes se hace patente la veta realista señalada, que irá recrudeciéndose en sucesivas obras, y que ya en la tumba de Valentine Balbiani (hacia 1583), adquiere tal fuerza y dramatismo mediante la insistencia en remarcar los aspectos más realistas de la figura, cruda y deformadamente expuestos, que raya en cotas francamente expresionistas, al tiempo que denota un consumado dominio de la técnica.
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El periodo Formativo abarca entre el 2.500 a. C. y el inicio de nuestra era. Los investigadores lo dividen a su vez en tres subperiodos: Temprano, Medio y Tardío, que marcan la evolución de diversos rasgos culturales que, en algunas zonas en mayor medida que en otras, culminarán con una domesticación de plantas y animales plenamente establecida, una compleja organización social y una vida urbana totalmente asentada.
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Babilonia había quedado prácticamente desmantelada a causa de la fugaz y contundente invasión hitita del año 1595. La marcha de Murshili I, que incluso se atrevió a llevarse las estatuas del dios Marduk y de su esposa Zarpanitum, y la desaparición de Samsu-ditana, el último rey de la I Dinastía amorrea, habían provocado un interregno que fue aprovechado por gentes del País del Mar (golfo Pérsico) que se consideraron herederas del Imperio, estableciéndose rápidamente en Babilonia (II dinastía). Sin embargo, muy pronto fueron desplazados de ella por los montañeses cassitas, quienes, amoldándose en lo posible al pasado babilónico, lograron establecer una dinastía de 36 reyes, que se mantuvo en el poder, según las fuentes, un total de 576 años. Durante aquellos siglos, Babilonia, llamada entonces Karduniash, extendió su influencia por todo el Próximo Oriente, dada su superior civilización, pero muy pronto chocó con Asiria, la otra gran potencia mesopotámica. Con ello se iniciaba un conflicto crónico que enfrentó a los dos Imperios con suerte alterna. En 1156 los elamitas, aprovechando un previo ataque asirio conducido por Assur-dan I, que había debilitado en grado extremo al último rey cassita, pusieron fin a la dinastía de Karduniash, saqueando las ciudades de la Baja Babilonia.
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Abandonadas las ciudades babilónicas a su suerte tras los ataques de los elamitas que habían puesto fin a la Dinastía cassita, no se tardó mucho en organizar algunos focos de resistencia, siendo el más importante el de Isin, ciudad que logró establecer una Dinastía en el país (la IV según las fuentes) de la cual Nabucodonosor I (1124-1103) fue su rey más prestigioso. Años después, los arameos, que habían invadido Asiria, cayeron también sobre Babilonia, llegando uno de sus jefes, Adad-apla-iddina (1067-1046), a ser rey. Siglos más tarde, con Nabu-nasir (747-734) se iniciaba la IX Dinastía, caracterizada toda ella por su dependencia de Asiria, especialmente durante el reinado de los grandes reyes sargónidas, con quienes Babilonia fue la capital de una provincia del Imperio neoasirio. Al derrumbarse este, los caldeos (una federación de tribus arameas) lograron apoderarse de la ciudad de Marduk instaurando la X y última Dinastía, que aún dio años de esplendor, sobre todo con Nabucodonosor II (604-562). Finalmente, el persa Ciro II, en el 539, puso fin al Imperio neobabilónico, iniciándose a continuación el definitivo ocaso de Babilonia. De todo este largo período (1156-539), que estuvo dominado prácticamente por arameos y asirios, apenas nos han llegado restos arqueológicos y artísticos, dadas las sucesivas destrucciones que tuvieron que soportar las ciudades babilónicas. Es de esperar, sin embargo, que las excavaciones actualmente emprendidas en diferentes puntos del centro y sur, de Iraq (sobre todo las que se realizan en Sippar y Babilonia) puedan proporcionarnos en un futuro muy cercano el material que precisamos para evaluar el nivel artístico que se alcanzó durante aquellos seis largos siglos.
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A lo largo del siglo VIII, la reconquista de la navegación permitirá a los griegos canalizar su aumento demográfico hacia la fundación de colonias, desde Asia Menor hasta el Occidente mediterráneo, concentrados principalmente en Sicilia y la Magna Grecia, y desde las costas norteafricanas hasta las tierras del mar Negro, el Ponto Euxino. La expansión colonial pone a los griegos en contacto con otros pueblos, principalmente con fines comerciales. Encabezan el movimiento los griegos asiáticos y los eubeos de Calcis y Eretria, rápidamente seguidos por corintios, megarenses y aqueos. El Mediterráneo se convirtió en un lago de dominio griego, disputado por fenicios y etruscos. Las poleis o ciudades griegas se hallan en estos momentos animadas de una actividad comercial inusitada, concentrada en torno al ágora. A partir de ahora, el ágora sustituye a la primitiva institución del palacio-fortaleza. Los contactos con Oriente, esporádicos al principio e incesantes después, hacen llegar a Grecia, desde mediados del siglo VIII, nuevos materiales, tales como tejidos, marfiles, manufacturas orientales (principalmente metalúrgicas) y técnicas artesanales diferentes. A las primeras navegaciones fenicias parecen deber los griegos sus conocimientos marítimos, además de la trascendental aportación del alfabeto. Este, permite a la Grecia geométrica recuperar el empleo de la escritura al cabo de los siglos transcurridos desde la caída de los palacios micénicos. Ello parece haber ocurrido en el siglo IX. La uniformidad casi general del período geométrico, con algunas diferencias regionales más bien leves, se plasma en una lengua prácticamente similar, unos dioses comunes, aunque con advocaciones más o menos locales y unas actividades compartidas, entre las que destacan los Juegos Olímpicos (los primeros con nombres de vencedores conocidos, celebrados en el año 776, serán el punto de partida de la cronología griega) o la concurrencia a unos santuarios afamados más o menos internacionales, con Delfos y sus oráculos a la cabeza. Con la aventura colonial y la llegada de distintas influencias de Oriente, que afectaron en muy diverso grado a las ciudades griegas, comenzó un proceso de regionalización muy característico. Así se formaron las distintas escuelas artísticas del período Orientalizante, y también del Alto Arcaísmo griego, ya desde momentos de fines del siglo VIII. Creta es una de las primeras áreas en acusar este influjo, a través de marfiles, tejidos y, sobre todo, la conocida serie de escudos votivos encontrados en el santuario de Zeus en la cueva del Ida. Estos son unos escudos de parada, es decir, no funcionales, realizados con finísimas láminas de bronce repujado. Las escenas representadas siguen modelos orientales, sobre todo procedentes de Asiria. En Corinto, donde la influencia del arte geométrico ático ha sido fuerte pero no opresivo, tal como sucederá en la propia Atenas, la llegada de los motivos ornamentales orientalizantes provocará un despegue artístico, a partir del Protocorintio, entre los años 750 y 640. A lo largo del siglo VII, los objetos importados dan lugar a versiones artísticas locales, mezcla del espíritu griego, ya perfectamente consciente de su valía, y de los nuevos elementos orientales. Corinto mantuvo muy alto su prestigio artístico, manifiesto sobre todo en su cerámica, muy bien acogida en los mercados que esta ciudad ha abierto. Los nuevos temas procedentes de Oriente son diversos; entre los animales, sobresalen los felinos rugientes, en escenas de caza o rampantes, en composiciones heráldicas. Aunque de origen micénico, Oriente devuelve al arte griego un tema que éste había abandonado, la representación del grifo, animal fantástico, mitad león, mitad águila, empleado ahora como motivo ornamental. Del mismo modo, otros seres míticos se representan de nuevo en el arte griego y nunca más son abandonados: sirenas (pájaros con cabeza de mujer), esfinges (leones alados con cabeza femenina), gorgonas y quimeras (león con cola en forma de serpiente, alado en ocasiones y posteriormente con un prótomo de cabra en el dorso). A estos temas se unen otros, entre ellos las primeras representaciones de escenas mitológicas, casi todas derivadas de la epopeya. En el Período Geométrico había alguna que otra escena que podría interpretarse como de tema mitológico, pero resulta imposible afirmarlo con seguridad plena. Otros temas característicos del Período Orientalizante pertenecen al reino vegetal, tales como rosetas de hojas carnosas, palmetas de muy diversa tipología (de lira, de cuenco, etc.), árboles de la vida y otros muchos. Además de la abundancia de temas, dentro de la influencia orientalizante hay que distinguir diversos estilos. A los rasgos propios del estilo asirio, con extensiones en el mundo urartio y neohitita, hay que añadir los estilos fenicio y egiptizante. Las distintas procedencias de los materiales traídos por los comerciantes a Grecia, con sus correspondientes repertorios iconográficos así como sus característicos estilos, son los responsables de la diversidad regional del período orientalizante en Grecia. Así se originan las diversas escuelas del alto arcaísmo: dedálica o peloponésica (con origen en Creta y también denominado estilo dorio), cicládica (responsable de la introducción de la escultura monumental en Grecia a través de sus contactos con Egipto), jónica (griegos de Asia Menor) y ática (básicamente en Atenas, rápidamente recuperada del lastre que supuso durante todo el siglo VII la imponente herencia geométrica, y capital del arte griego a partir del año 600 aproximadamente). Pero todo esto, pertenece ya a otra historia.
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La caída de la III Dinastía de Ur en el 2004 motivó una etapa de luchas interminables durante todo el siglo XX y parte del XIX entre los distintos reinos en que se había fragmentado Mesopotamia. Esos mismos siglos conocieron la independencia y el ascenso a gran potencia de otro país, Asiria, que, si hasta aquella histórica fecha había dependido de Sumer y Akkad, sabría muy pronto crear su propia personalidad. Los más antiguos jefes asirios (waklum) que, según las fuentes, vivían en tiendas, gobernaron al principio sobre un pueblo nómada, que se desplazaba por la alta Mesopotamia. Sus sucesores, afincados en torno a Assur, lograron estabilizar un Imperio que mantuvieron, con variada suerte, más de 1.500 años. Desde el punto de vista de la Historia del Arte, el Imperio asirio conoció tres etapas, perfectamente definidas, que no coincidieron exactamente con su desarrollo histórico-político. La primera, la abre la etapa paleoasiria, que abarcó desde los comienzos (h. 2150) hasta aproximadamente el año 1470, momento en que Asiria quedaría incluida en la órbita de Mitanni.
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Desde finales del siglo XIX y hasta la mitad del siglo XVIII Mesopotamia, como consecuencia de la descomposición de la III Dinastía de Ur y la presencia de tribus semitas, se hallaba atomizada en diferentes ciudades-Estado y en pequeños reinos que reivindicaban mediante las armas la herencia de la anterior etapa sumeria. Poco a poco, el clima casi constante de guerra civil y la fragmentación territorial se fueron decantando hasta llegar a dirimir la supremacía política tan sólo unas pocas potencias, entre ellas, Isin, Larsa, Eshnunna, Assur y Babilonia. Babilonia acabaría erigiéndose en ciudad indiscutible a partir de Hammurabi (1792-1750), sexto rey de la I Dinastía amorrea que en 1894 había sabido fundar Sumu-abum. Sin embargo, con los sucesores de Hammurabi el Imperio que se llegó a forjar a costa de sangrientas luchas se vino estrepitosamente abajo, momento que aprovechó el hitita Murshili I para, en 1595, y en el transcurso de una audaz incursión, saquear Babilonia y poner fin a su dinastía amorrea. Todo ese período de cinco siglos de duración constituye la fase conocida como época paleobabilónica, y representa la primera edad de oro de tal ciudad, edad novedosa en el campo de las artes, la literatura y el derecho.