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En el inseguro edificio de la Torre de Babel de la arquitectura contemporánea no sólo se escondían teorías, polémicas formales, figurativas y espaciales, sino también diferentes discursos ideológicos y políticos que, en algún caso, llegaron a adquirir una definición figurativa, verdaderos ecos de aquella mítica torre. Me refiero, por ejemplo, a la Torre de la III Internacional de Tatlin, proyectada en 1919, en la que la espiral de hierro y vidrio era un canto a la revolución socialista, incorporando en sus distintos espacios habitables la representación de todos los pueblos de la Tierra. El afán de hablar un solo lenguaje político e ideológico se hizo arquitectura en el contexto de la Revolución Soviética.Sin embargo, nueve años después, en 1928, Le Corbusier proyectaba la versión burguesa del mismo mito arquitectónico, el Mundaneum, que habría de construirse en Ginebra por iniciativa de P. Otlet. Se trata de un Museo Mundial en forma de pirámide escalonada en la que la nueva lengua universal del racionalismo es capaz de dar cobijo, de organizar, la representación de lo existente, no su transformación. Y no debe olvidarse que cuando Le Corbusier se enfrentó a una de las claves de lectura de la vanguardia arquitectónica, la del compromiso revolucionario de la arquitectura, optó por mantener activa la utopía del valor transformador de las decisiones disciplinares. Torres de Babel socialistas y burguesas, pero también las había expresionistas, con explícitas referencias a la tradición bíblica, como ocurre con la maqueta de un monumento proyectado por H.Obrist en 1902, en la que la torre aparece inclinada y coronada por una figura alada, o con los bocetos para casas volantes realizados por Hans Poelzig, en 1918, en forma de Torres de Babel y que fueron comentados por H. Hansen de la siguiente forma: "Hay una criatura alada en nosotros, que se eleva y extiende sus alas más aprisa cada vez a medida que se hunde en el infinito; no la detendrán, pues busca una unidad más alta". De nuevo, como en Scolari, la unión entre ángeles y torres. Aunque es cierto que el arquetipo arquitectónico conoció versiones insólitas, irónicas y críticas, como, por ejemplo, cuando Bruno Taut ofrece un sustituto de la Torre de Babel en forma de falo monumental en su importantísimo libro "La Disolución de las Ciudades" (1920), o como cuando Wright invirtió la espiral de su Museo Guggenheim en el centro de Nueva York (1956-1959), clavando la torre al revés.Frente a la idea convencional que identifica la arquitectura del Movimiento Moderno con lo monótono, lo reductivo, lo inexpresivo, lo antisimbólico, se levanta una imagen compleja, en forma de nueva e inagotable Torre de Babel, llena de formas, lenguajes, figuras, polémicas e historias. El problema reside en cómo realizar el recorrido, en cómo y con qué instrumentos penetrar en sus secretos, en sus rincones, en cómo hacer su historia o sus historias. El contraste entre lo viejo y lo nuevo no puede ser reducido a la simplicidad de una oposición, sino que debe ser entendido como una colisión que contamina, en la que lo viejo puede reconocerse en lo nuevo y al revés.La Postmodernidad ha derribado el fantasma de la monotonía creyendo así destruir la riqueza y el valor de lo moderno y, como alternativa, propone la construcción de diferentes torrecitas que no aspiran a la universalidad, que no se reconocen en la utopía, que no proyectan hacia el infinito, sino que se atienen a la individualidad de cada solución, en la que cada lenguaje se legitima por su diferencia de los otros que le rodean. Discurso elitista, traducción de la libertad de la economía de mercado, del llamado postcapitalismo, y apuesta por lo irrepetible, por lo no reproducible. Catálogo de formas, objetos de mercado y de consumo. Y es desde ahí, desde donde hay que hacer de nuevo la historia del Movimiento Moderno y del racionalismo funcionalista.Si es cierto que las pruebas filológicas no suponen garantizar la verdad de la historia, y para comprobarlo basta leer las historias canónicas de la arquitectura del siglo XX, de Pevsner a Giedion, de Zevi a Banham, en las que cada historiador traza unos orígenes diferentes de lo moderno para culminarlos en sus respectivos héroes, llámense Le Corbusier, Gropius o Wright, al menos aquellas historias se arropaban de la filología, querían ser historia, mientras que ahora, en los últimos años sólo nos cuentan la vida heroica de los protagonistas, renunciando incluso a parecer discursos históricos.Hace algunos años, en un espléndido libro sobre la historiografía del Movimiento Moderno, María Luisa Scalvini establecía un parangón entre la estructura narrativa de las historias canónicas de la arquitectura contemporánea y la estructura de la novela. De este modo, cada historiador-narrador establecería la continuidad argumental de un proceso que nacería con los pioneros de lo moderno, distintos en cada caso, para culminar en la obra consolidada de un arquitecto, de una tendencia, siempre sustancialmente progresista. Son libros que, escritos entre finales de los años 20 y los años 50, no sólo analizan el proceso de construcción del Movimiento Moderno, sino que militan en defensa de algunas opciones concretas. La filología y la historia son encaminadas hacia la definición de un discurso operativo, proporcionando argumentos sólidos para las diferentes propuestas, para el ejercicio práctico de la disciplina. Desde las historias de Platz o A. Behne a las de Pevsner o Giedion, pasando por la consolidación de una imagen canónica definitiva con las obras de Zevi, Argan, Benevolo o Hitchcock, la estructura narrativa es casi siempre idéntica. Comenzando, como ha señalado Scalvini, con la descripción de la situación crítica e insincera de la arquitectura del siglo XIX, para descubrir cómo, gracias a algunos clarividentes pioneros, comienzan a diagnosticarse las razones del mal y del desorden, apuntándose ya algunas soluciones, para culminar con la actividad triunfal de los héroes que consolidarían la formulación de una arquitectura definitivamente nueva, atenta a las demandas sociales y técnicas, con un lenguaje claro y funcional.
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Los anarquistas introdujeron cambios en su organización para adaptarse a las nuevas circunstancias y tratar de sortear la persecución policial. Los nuevos estatutos, aprobados en 1875, dividieron el territorio del Estado en nueve comarcas, y crearon comisiones en cada una de ellas, como organismos intermedios entre la comisión federal y las federaciones locales; asimismo, sustituyeron los congresos generales por conferencias comarcales. Como consecuencia de todas estas innovaciones, quedó notablemente reforzado el papel de la comisión federal, que disponía en exclusiva de toda la información relativa al conjunto del país, y podía actuar sin ninguna fiscalización prácticamente. Los objetivos últimos de la organización anarquista continuaron siendo revolucionarios, pero en su estrategia oscilaron entre la preparación para un movimiento de carácter armado -bien por iniciativa propia o en apoyo al que se suponía habrían de iniciar los republicanos- o para una huelga general de carácter revolucionario. Todo ello, sin embargo, no impidió que sus efectivos se fueran reduciendo progresivamente a lo largo de estos años. Con relación a los marxistas, al comienzo de la Restauración había dos núcleos organizativos, uno madrileño, la Asociación del Arte de Imprimir y otro barcelonés, el Centro federativo de sociedades obreras, constituido en 1876. La organización socialista en España surgirá a partir del primero -con la fundación del Partido Socialista Obrero Español, el 2 de mayo de 1879 en un banquete de fraternidad universal- mientras que el segundo alcanzó un escaso desarrollo. En el programa fundacional del nuevo partido figuraban tres puntos fundamentales: Abolición de clases, o sea emancipación completa de los trabajadores, transformación de la propiedad individual en propiedad social o de la sociedad entera y posesión del poder político por la clase trabajadora. Pablo Iglesias fue nombrado secretario de la comisión ejecutiva.
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La industria española de finales del siglo XIX y comienzos del XX experimenta un lento desarrollo. Si bien atrasada con respecto a Europa, cada vez es mayor su porcentaje de participación en la economía nacional, aunque por estos años sólo está en un 15 %. El desarrollo industrial se vio empujado por la aparición de nuevas máquinas, que reducían el tiempo de producción y abarataban los costes. Sin embargo, la maquinización provocó protestas, pues los obreros pensaban que las máquinas podrían llegar a sustituirles. Con todo, lo más importante es que esta industria incipiente conllevará el surgimiento de dos grupos sociales: la burguesía industrial y el proletariado. Las relaciones entre ambos grupos serán, a partir de entonces, conflictivas. En la industria, el trabajo era duro y largo. A comienzos de los años 70 del siglo XIX, la jornada en las fábricas o talleres era con frecuencia de 14 horas. El tiempo de trabajo fue reduciéndose en las siguientes décadas, hasta llegar a las 11 horas en verano y 9 en invierno, a principios del siglo XX. El salario era algo menos de 3 pesetas diarias. Junto a jornadas extenuantes o salarios insuficientes, los obreros estaban sometidos al problema del desempleo, la falta de vivienda o el hacinamiento. Incluso los niños, a partir de los sietes años, se veían empujados a trabajar en las fábricas o las minas. Frente a este estado de cosas surgió el movimiento obrero español, que rápidamente se vinculó a la Asociación Internacional de Trabajadores o Primera Internacional. Tanto el socialismo de Marx como el anarquismo de Bakunin encontrarían pronto eco entre el proletariado español. En 1879 Pablo Iglesias fundó el Partido Socialista Obrero Español, al que seguiría en 1888 en sindicato UGT. El objetivo socialista era lograr una reforma social mediante la presión y la concertación. Sus métodos se basaban en la realización de huelgas y manifestaciones y en la difusión de sus ideas mediante pasquines, mítines o periódicos. El anarquismo, contrario al Estado y al sistema político, era partidario de la revolución. Con una mayor presencia en el mundo rural, los anarquistas no consiguieron una influencia permanente en las ciudades hasta la creación de la CNT, en 1911. Su meta era la huelga general revolucionaria, despreciando la propaganda en favor de la acción directa en forma de atentados. Un ejemplo característico es el que en agosto de 1897 le costó la vida a Cánovas del Castillo. La agitación social alcanzó su punto culminante en 1919. Los sindicatos españoles, que habían tenido una escasa importancia hasta el año 1914, crecieron de una forma muy considerable. Las huelgas se sucedieron, siendo cada vez más radicales y violentas. Frente a esta violencia, la patronal reaccionó creando su propio pistolerismo. Las clases conservadoras catalanas, donde el clima de violencia era mayor, crearon un cuerpo armado de la clase media, el somatén. El resultado fue catastrófico, radicalizando aun más el conflicto. La ciudad de Barcelona se convirtió en el escenario de una auténtica batalla campal, que en el año 1921 llegó a producir casi un centenar de muertos. Con todo, el movimiento obrero de finales del siglo XIX y comienzos del XX sentó las bases del posterior desarrollo sindical. En adelante, lentamente, las reivindicaciones sociales y laborales se fueron cumpliendo, mejorando las condiciones de vida de los trabajadores.
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Pese a que se ha solido atribuir una gran conflictividad a la sociedad española a comienzos del siglo XX, la realidad es que ésta resulta inferior a lo que es habitual admitir y ello no por la ausencia de diferencia entre los poderosos y los humildes sino por el carácter tradicional de la sociedad. El impacto del movimiento huelguístico fue reducido hasta la segunda década de siglo. Los conflictos con mucha frecuencia tenían un componente violento y solían concluir con la intervención de una autoridad mediadora, casi siempre la militar, que no en vano era la responsable en última instancia del orden público. Luego, como veremos, se recurrió a otros procedimientos para llegar al acuerdo. De cualquier modo las huelgas estuvieron siempre concentradas en tan sólo unos cuantos puntos. En realidad, el movimiento obrero quedaba reducido a algunas ciudades o núcleos fabriles. La afiliación sindical no debió superar el 30% nada más que en Madrid y Barcelona y la media nacional se situó tan sólo en el 5%, un porcentaje además que incluía muchas sociedades de carácter republicano y no socialista o anarquista. Si en ocasiones se ha presentado una imagen de excesiva conflictividad en la sociedad española de la época, una parte de las razones reside en el hecho de que se presenta a ésta como carente de cualquier punto de contacto entre sus diversos sectores ideológicos. Esta impresión, sin embargo, no se sostiene y menos aún en lo que respecta a materias sociales. En efecto, el Instituto de Reformas Sociales fue creado en 1903 con unos antecedentes que se remontaban nada menos que a 1891, cuando por vez primera se constituyó una Comisión con el mismo nombre destinada a recabar información sobre el particular. Desde 1903 el Instituto tuvo una organización administrativa, una inspección y una presencia plural en lo ideológico que garantizaba su imparcialidad. Allí, en efecto, los vocales de representación obrera -socialistas- se encontraban con católicos y con liberales, monárquicos o republicanos. En la práctica muchas de las disposiciones que fueron aprobadas sobre materias sociales tuvieron un carácter consensuado. Algo parecido cabe decir del Instituto Nacional de Previsión. El rasgo más característico del movimiento obrero español es, tal como en muchas ocasiones se ha dicho, el predominio en él del anarquismo, pero esta afirmación, que es válida en términos generales, lo es mucho menos a comienzos de siglo. Factores de índole histórica, más que el retraso de la sociedad española -como en otro tiempo se esgrimió- contribuyen a explicar ese predominio anarquista: la tradición federal, la flexibilidad organizativa o el hecho de que se implantó primero en España. Pero existe también un factor que deriva del momento histórico. En todo el mundo mediterráneo resultó mucho más habitual el predominio anarquista que el socialista en los años que precedieron a la Primera Guerra Mundial. La peculiaridad española consistiría, no tanto en la existencia de este predominio como en lo muy duradero que fue. En otras latitudes existió un anarcosindicalismo que derivó pronto hacia el puro y simple sindicalismo, mientras que en España el ideal revolucionario duró mucho más tiempo. En el cambio de siglo, el ideal anarquista se identificaba con la huelga general. Esta podría poner en peligro de colapso al Estado burgués. De cualquier manera éste era considerado como una especie de instrumento de contaminación de los ideales revolucionarios, de tal modo que los anarquistas predicaban la acción directa que pusiera en relación tan sólo a patronos y obreros. Este era el lenguaje común entre todos los anarquistas de la época, pero la realidad era que existía en este mundo una pluralidad de manifestaciones muy grande e incluso contradictoria. Militaban en el anarquismo, por ejemplo, intelectuales que despreciaban a los sindicatos y que podían ser más partidarios de la violencia que los obreros afiliados a organizaciones sindicales. Desde el final de siglo hasta 1904 hubo un período en que desapareció el atentado personal, que en los años del fin de siglo había sido protagonista principal de la vida barcelonesa, más que nada por el propio desvío de los anarquistas hacia esta táctica. Sin embargo, reapareció a partir de esta fecha con nuevos bríos encontrando más apoyo entre estudiantes e intelectuales que en los medios obreros. Mateo Morral, que atentó contra el Rey en 1905, puede ser un buen ejemplo de estos terroristas mientras que Ferrer lo fue de quienes les prestaban ayuda. Resulta toda una paradoja que fuera ejecutado en 1909 cuando no había participado en los acontecimientos de la Semana Trágica y no, en cambio, por aquellos otros. Tras este momento de furia terrorista, las manifestaciones de este fenómeno fueron otras -la colocación de bombas- hasta que ya en la segunda década del siglo y hasta la posguerra el atentado desapareció. Tampoco hubo continuidad en la protesta campesina andaluza, que alcanzó momentos culminantes en 1903 y 1905, acompañada de un mesianismo entusiasta pero que resultó efímero. El jornalero andaluz se comportó en buena medida como un rebelde primitivo, pues si por un lado creó organizaciones sindicales muy activas, con el transcurso del tiempo acabó por sumirse en la pasividad. En cuanto al mundo urbano cabe decir que fue precisamente en el cambio de siglo cuando empezó a tomar cuerpo el que constituiría el principal organismo sindical anarquista con una ubicación que pronto se convertiría en tradicional. En efecto, todavía en los primeros años de siglo el anarcosindicalismo estuvo localizado en Madrid. Difundido el mito de la huelga general, de procedencia francesa, su primer ensayo tuvo lugar en Barcelona en el año 1902. Estuvo lejos de ser una verdadera intentona revolucionaria pero resultó un antecedente simbólico. En cambio, con la entrada en la segunda década del siglo el sindicalismo de significación ácrata llegó a su perfil definitivo. Los antecedentes hay que situarlos en 1907 cuando, en paralelismo con la creación de Solidaridad Catalana, fue organizado un sindicato con la denominación Solidaridad Obrera que, si no duró, al menos se conservó en el título del primer diario anarcosindicalista. Originariamente se trataba de un sindicato plural en el que militaban socialistas y republicanos, aparte de los anarquistas. Tras los acontecimientos de la Semana Trágica de Barcelona en la que participaron por igual republicanos radicales y anarquistas se produjo una refundación del sindicato ahora con su nombre definitivo, Confederación Nacional del Trabajo (1910). Si la denominación era muy semejante a la del principal sindicato surgido en Francia, sin embargo no siguió las pautas marcadas por él puesto que, sin olvidar las reivindicaciones puntuales para modificar las condiciones de trabajo, siempre consideró que en el momento final la sustitución del régimen burgués por otro nuevo tendría lugar mediante un acto violento. Esta vertiente revolucionaria se hizo patente de manera muy clara desde 1911. La práctica de la huelga revolucionaria llevó a la CNT a la clandestinidad y a la desarticulación, pero se había recuperado ya en 1913 y dos años después reiniciaba un crecimiento que la convirtió en protagonista de la vida social en la posguerra mundial. En afiliación llevaba ya la CNT una notable ventaja al movimiento socialista, con la característica complementaria de que dominaba en la zona industrial por excelencia de la España de la época. En cambio, el socialismo apenas si tenía 4.000 afiliados a fines del siglo XIX. Su principal dirigente, Pablo Iglesias, un tipógrafo madrileño, adusto, poco flexible y muy entregado a la causa de la organización obrera, no fue un teórico original pero se convirtió en cambio en un ejemplo de dedicación a la causa. Su interpretación del marxismo era un tanto esquemática en cuanto que se basaba en una radical contraposición entre la burguesía, incluida la republicana, y el proletariado. Por otra parte, la estrategia del partido tenía un contenido un tanto contradictorio en cuanto que presuponía un resultado final revolucionario, pero también un camino de progresivas conquistas que en la práctica resultaba reformista. Pero el socialismo tenía una fuerza tan modesta a comienzos de siglo que podía permitirse esta aparente contradicción. Muy característico del socialismo español fue un crecimiento muy lento pero constante. Sin embargo, la fuerza del anarquismo lo interrumpió en los años iniciales de siglo. En torno a 1905 el socialismo decrecía y la situación no cambió hasta que cinco años después, cuando Pablo Iglesias se decidió a efectuar un cambio estratégico importante. La protesta por la guerra de Marruecos, combinada con la repercusión en la opinión obrera del gobierno de Maura y los sucesos de Barcelona, le indujeron a colaborar con los republicanos. En la elección de 1910 Iglesias fue elegido diputado por Madrid y así por vez primera el socialismo pudo tener una voz parlamentaria. En los cuatro años siguientes, hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial, aumentó el número de concejales socialistas y, sobre todo, el número de militantes del sindicato socialista (Unión General de Trabajadores) se triplicó aproximándose a los 150.000. Al mismo tiempo, en el seno del partido emergió una ala izquierdista, acontecimiento poco significativo por el momento, puesto que la disciplina caracterizó siempre al partido en el que también ingresaron algunos intelectuales (Julián Besteiro sería el mejor ejemplo). Hay que tener en cuenta que si existen todas estas pruebas del incremento del peso específico del socialismo en la vida política española también las hay de sus evidentes limitaciones. La implantación sindical y política del socialismo sólo fue relevante en Asturias y Vizcaya, aparte de Madrid y sólo en la capital el sindicato tenía una nutrida afiliación que trascendía los límites de la significación política. Sin embargo, en cierto sentido Bilbao resultó más propiamente la protagonista principal del socialismo español en el sentido de que allí tuvieron lugar las batallas sindicales más duras. Indalecio Prieto, un periodista autodidacta y orador eficacísimo, fue su figura estelar. En cuanto a Asturias, la fortaleza del socialismo se debe atribuir a su sindicato minero que ya antes de la guerra mundial agrupaba a más de la mitad de los trabajadores de esta rama. Sólo en torno al año 1910 se empezó a producir un cierto crecimiento del socialismo en otras latitudes como, por ejemplo, en Alicante. Pero para concluir citando un nuevo caso demostrativo de la limitación del socialismo español de la época, baste con recordar que no existía a estas alturas una organización en ramas de industria, sino que los sindicatos aparecían organizados tan sólo localmente. Difícilmente se podía producir un movimiento revolucionario en estas condiciones.
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El nuevo movimiento por la paz que recorrió Europa en el decenio de los ochenta se fundamentó en el peligro de una guerra nuclear limitada, con escenario en Europa, a raíz de la doble decisión de la Unión Soviética y los Estados Unidos de fabricar misiles de alcance medio, con un radio de acción comprendido entre los 500 y 2.000 kilómetros, los SS-20 y los Pershing 2 y Cruise: los euromisiles. En 1976 se iniciaba por parte de la Unión Soviética la producción de misiles SS-20. En junio de 1979 los Estados Unidos aprobaban el programa de construcción de los sistemas móviles de misiles MX. El 9 de diciembre de ese año se celebra en Bruselas la primera manifestación masiva en contra de la instalación de misiles de alcance medio en Europa occidental. Tres días después, el 12 de diciembre, la OTAN adopta la llamada "doble decisión" por la que se acuerda la instalación en Europa occidental de los misiles de alcance medio. En abril de 1980 se funda la END -European Nuclear Disarmament, Desarme Nuclear Europeo-, la coordinadora que aglutinaría al movimiento por la paz europeo de los ochenta. Dos objetivos van a marcar su trayectoria: la desnuclearización de Europa, tanto occidental como oriental, y el respeto de los derechos civiles y humanos en los países del Este. Dos elementos diferencian el movimiento por la paz de los ochenta de las movilizaciones de los años cincuenta y primeros sesenta. De un lado, su carácter internacional, la constitución de la END hizo del movimiento por la paz un movimiento transnacional, donde las actividades y movilizaciones se desarrollaban en un triple escenario: el local, el nacional y el internacional. La estructura de la END se caracterizaba por su flexibilidad. Una convención anual reunía a todas aquellas personas y grupos, independientemente de su tamaño e influencia, que desearan asistir. La larga sombra del mayo del 68 se dejaba sentir en el carácter asambleario, pluralista y antiautoritario de la END. Esta estructura flexible y horizontal no restó operatividad ni capacidad movilizadora a la END, antes al contrario permitió la colaboración de corrientes muy dispares, ideológica y políticamente -de las iglesias nórdicas y cristianos de base a la extrema izquierda, pasando por la socialdemocracia, los comunistas occidentales o los defensores de los derechos civiles del Este, de Solidarnosc a Carta 77 de Checoslovaquia-. De otro lado, una de las características más sobresalientes del movimiento por la paz de los años ochenta residió en la ruptura de las barreras impuestas por el telón de acero. La END reafirmó a lo largo de su existencia su vocación de actuar en el Oeste y en el Este. Favoreció de manera persistente la incorporación a sus convenciones y actividades de grupos y personas procedentes del Este, ligando las movilizaciones contra la carrera de armamentos y la instalación de los euromisiles con la democratización del Este y la defensa del respeto de las libertades civiles y de los derechos humanos en los países del Este. Se trataba de hacer realidad lo defendido saltando por encima del muro, de eliminar las barreras entre los movimientos civiles de un lado y otro del telón de acero, desarrollando la ecuación desnuclearización-democratización.El 4 de noviembre de 1980 Ronald Reagan es elegido presidente de los Estados Unidos; la carrera de armamentos conocerá un espectacular acelerón. El 15 y 16 de noviembre de 1980 varios centenares de pacifistas aprueban el llamamiento de Krefeld (Alemania occidental) contra el estacionamiento de los euromisiles; en seis meses se habían recogido 800.000 firmas en la RFA. Ese año dos médicos, uno norteamericano y otro soviético, fundan la Organización Internacional de Médicos para Evitar la Guerra Nuclear, que cinco años después contará con 135.000 miembros en 41 países. El 20 de junio de 1981 se desarrolla en Hamburgo, tras unos encuentros de la Iglesia Evangélica, la primera de las grandes marchas pacifistas que recorrerán Alemania Federal en los ochenta. El 8 de agosto culmina en París la marcha pacifista organizada por la Asociación Internacional Mujeres por la Paz, en conmemoración de las víctimas de las explosiones nucleares de Hiroshima y Nagasaki. El 9 de agosto el presidente Reagan desbloquea la fabricación de la bomba de neutrones -que tiene la "virtud" (sic) de matar a los seres vivos pero dejar intactos los objetos-. El 13 de septiembre decenas de miles de personas se manifiestan en Berlín contra la visita del secretario de Estado norteamericano Alexander Haig a Alemania Federal, en rechazo de la política belicista de los EE.UU. y la OTAN. El 10 de octubre cientos de miles de personas se manifiestan en Bonn (RFA) en favor de la desnuclearización de Europa.En ese año, entre 1980 y 1981, la CND -Campaña por el Desarme Nuclear- británica pasa de 3.000 a 300.000 miembros. El 5 de junio de 1982 se celebra en París una gran manifestación contra la visita del presidente Reagan, convocada por el Comité pour le Désarmament Nucléarie en Europe y el Mouvement pour le Désarmement, la Paix et la Liberté. A pesar de ello, el movimiento por la paz francés no logrará el arraigo y la capacidad movilizadora alcanzado en otros países europeos. El 10 de junio, coincidiendo con la visita de Ronald Reagan a Alemania Federal, se manifiestan cientos de miles de personas en Bonn contra el rearme del Oeste y del Este. En julio de 1982 se celebra en Bruselas la primera Convención de la END; en los años siguientes tendrán lugar en Berlín, Perugia, Amsterdam, París, Coventry, Lund, Vitoria, Helsinki-Tallín y Moscú. En las elecciones de octubre de 1982 los socialistas españoles obtienen una abrumadora mayoría absoluta. Durante la campaña electoral, el PSOE se había manifestado en contra de la forma en que el Gobierno de Calvo-Sotelo -UCD- había decidido la entrada de España en la OTAN, comprometiéndose a celebrar un referéndum sobre el tema. El compromiso electoral del PSOE marca el despegue del movimiento por la paz en España, polarizado en torno al desmantelamiento de las bases norteamericanas en territorio español y el No a la OTAN. Las marchas a la base hispano-norteamericana de Torrejón de Ardoz se convertirán en punto de referencia obligado de la trayectoria del movimiento por la paz en España, que girará en torno a tres grandes corrientes: la representada por las Comisiones Anti-Otan, impulsadas por el Movimiento Comunista y la Liga Comunista Revolucionaria -prácticamente las dos únicas organizaciones de la izquierda del PCE sobrevivientes de los años setenta-; los grupos pacifistas y antimilitaristas no simplemente anti-OTAN, como el Movimiento de Objeción de Conciencia y los grupos aglutinados alrededor de la revista En pie de paz, nacida en 1986; y, finalmente, el polo articulado en torno al Partido Comunista de España, cuya actividad se iniciará más tardíamente debido a la aguda crisis interna en la que se encontraba sumido desde 1981, y materializado en la Mesa por el Referéndum reconvertida, una vez convocado por el Gobierno socialista, en Plataforma Cívica por la Salida de la OTAN, que representa el inicio de la recuperación del PCE y su nueva orientación, con la llegada a la secretaría general de Gerardo Iglesias en sustitución de Santiago Carrillo, que culminará tras el referéndum de marzo de 1986 en la constitución de Izquierda Unida. Estos tres polos se agruparon, no sin problemas y desavenencias, en la Coordinadora Estatal de Organizaciones Pacifistas (CEOP). En 1983 Washington puso en marcha la Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI), que relanzará la carrera de armamentos y agravará la tensión Este-Oeste. En el verano de 1984, durante la Convención de Perugia de la END, se crea la Red Europea para el Diálogo Este-Oeste, por la que el movimiento por la paz de Europa occidental, en pleno auge, estrecha sus relaciones con los grupos independientes de los países del Este y la URSS. El 11 de marzo de 1985 Mijail Gorbachov es elegido secretario general del PCUS, se inicia la "perestroika" y la "glasnost", que pondrá en marcha un proceso de reformas que culminará con el desmantelamiento de los regímenes de "socialismo real" en Europa oriental y la desaparición de la Unión Soviética, así como un continuado proceso de distensión que pondrá fin a la guerra fría. En el referéndum del 12 de marzo de 1986, triunfa la tesis de la permanencia de España en la OTAN: a pesar de ello, 6.829.329 personas -39,84 por 100- votaron por la salida de la Alianza Atlántica. La actividad del movimiento por la salida de la OTAN en los meses previos logró revitalizar al tejido social; miles de personas se incorporaron a cientos de grupos; decenas de miles participaron en manifestaciones en las principales ciudades españolas entre 1984 y marzo de 1986. El 12 de marzo marcó el punto de inflexión de la influencia, apoyo social y capacidad movilizadora del movimiento por la paz en España. El triunfo del "SI" inició el declive del movimiento. En cualquier caso, la campaña por la salida de la OTAN impulsó el proceso de renovación de la izquierda del PSOE con el nacimiento de Izquierda Unida y, además, dejó un rescoldo que se avivó con el estallido de la guerra del Golfo Pérsico, constituyendo el antecedente inmediato desde el que ha progresado de manera imparable la objeción de conciencia y la insumisión, hasta el punto de poner en cuestión la viabilidad del tradicional modelo de ejército, que hizo del movimiento de objeción de conciencia español el más potente del mundo. El 2 de marzo de 1987 Gorbachov ofrece un acuerdo para la eliminación de los euromisiles, renunciando a su vinculación con la paralización por los EE.UU de la SDI -"guerra de las galaxias"-. El acuerdo se firmará en Washington el 8 de diciembre de 1987. Se inicia a partir de entonces el declive del movimiento por la paz europeo, bien es verdad que por la consecución de sus principales objetivos tras el fin de la guerra fría: la eliminación del peligro de una guerra nuclear en el futuro próximo y la democratización de los países del Este y de la antigua Unión Soviética.
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La tercera fiesta modernista celebrada en el Cau Ferrat de Sitges, en 1894, el acto central del cual consistió en la celebración de un certamen literario, es la manifestación que marca la introducción del movimiento simbolista en España. En estos años Santiago Rusiñol evoluciona en su creación literaria primero y, en seguida, en su producción plástica hacia el simbolismo a la vuelta de un viaje a Italia que hizo en compañía de Zuloaga. Los primitivos italianos y el simbolista francés Puvis de Chavannes influencian sus alegorías a la pintura y a la música que realizó para la decoración del Cau Ferrat, y dentro del simbolismo decadentista, situaremos piezas suyas tan representativas como La Morfina (1894, Can Ferrat). En una línea similar se situarían las ilustraciones de "La España Negra" de Darío de Regoyos, que se publicará por primera vez (1898) en una de las revistas más esteticistas del modernismo catalán, "Luz". "La España Negra" supera las actitudes simbolistas, cargándolas de contenidos dramáticos y preexpresionistas, muy acorde con obras similares y casi contemporáneas de Isidre Nonell, en la serie de los cretinos. Rusiñol, por su parte, se mantendrá siempre fiel a este primer simbolismo en el hermetismo de unos paisajes convertidos en jardines. El movimiento simbolista en España, no ha hecho más que empezar, pero muy pocos años más tarde, hacia 1898, se considerarán ya pasadas de moda las formas estilizadas que derivan del simbolismo entre los artistas vanguardistas que se reunirán en la tertulia, de "Els Quatre Gats" de Barcelona. Pero el simbolismo se define precisamente por su ambigüedad, y muchas manifestaciones contemporáneas las incluimos en este grupo no por sus obras simplemente, sino por el entorno en que se mueven los artistas; éste sería el caso de los que pertenecieron al Cercle Artístic de Sant Lluc. La producción de los artistas del Cercle puede inscribirse entre las tendencias simbolistas en muchos casos; pero, por encima de todo, lo es la entidad misma, una corporación que agrupa a arquitectos, escultores, pintores y artesanos y que se inspira en los gremios medievales, o en otras comunidades más recientes como -salvando distancias tanto cronológicas como conceptuales- la de los prerrafaelitas ingleses. Un catolicismo militante, inspirado en Josep Torras y Bages, más tarde obispo de Vic, que se opone abiertamente a la vida bohemia y un tanto amoral de los artistas modernistas, define la mentalidad del Cerclé. El artista más significativo de este grupo es Alexandre de Riquer (1856-1920), una compleja personalidad, ilustrador, pintor, diseñador y poeta, muy influenciado por el esteticismo inglés, y probablemente el artista que alcanzó cotas más significativas en la definición del arte decorativo. Otros artistas catalanes, como Adriá Gual (1872-1944), comparten con Rusiñol la pasión por los primitivos, y con Alexandre de Riquer la influencia del esteticismo. Gual es un artista completo en el sentido prerrafelita, escritor y dramaturgo, y autor de exquisitos carteles y diseños. La unidad e integración de las artes es también la preocupación de un interesante teórico, pintor y ensemblier, Sebastiá Junyent (18651908), quizás el único de los artistas catalanes de la primera generación modernista que comprendió la evolución de Picasso en los años de la época azul. Otros pintores elaboran un simbolismo más trivial, un simbolismo que lo es simplemente por la temática utilizada, mujeres de largas túnicas, ninfeas o mariposas, una pintura decorativa que alcanza en algunos momentos cotas de gran calidad. Citaremos por ejemplo a Joan Brull (1863-1912) y Josep María Tamburini (1865-1932), y por haber dejado obras dignas de mención próximas al decadentismo, Aleix Clapés (1850-1920) y el que fue famoso ex librista, Josep Triadó i Mayol (1870-1929).
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Fuera del conjunto de las iglesias leonesas que dieron lugar a la definición de la arquitectura mozárabe hay otros muchos ejemplos que por asociación se califican de mozarabismos, aunque ya en ellos falte el apoyo documental de las emigraciones de monjes cordobeses o de la repoblación con gentes de procedencia andaluza. La investigación moderna sobre el arte español, que se va extendiendo a los rincones más apartados, y las constantes obras de restauración, ponen al descubierto iglesias o partes de ellas en las que el arco de herradura, la bóveda de nervios o el aparejo de ladrillos, sirven para remitir a un nuevo caso de mozarabismo. El término es útil como extensión a todo lo que en el arte cristiano prerrománico revela influencias musulmanas, pero en el sentido histórico de los calificativos podría valer también el de mudéjar, como arte de musulmanes sometidos al cristianismo, ya que lo más patente es la puesta al servicio de los cristianos de los sistemas de la arquitectura islámica andaluza. No sería banal replantearse toda esta terminología, porque al paso de pocos años con el ritmo creciente de descubrimientos, el arte mozárabe puede engrosarse tanto que su primer núcleo definido por Gómez Moreno sea sólo un capítulo pequeño y marginal. En los reinos orientales de la España cristiana no hay una gran arquitectura anterior a la románica; el siglo X fue pobre y las malas relaciones políticas con Castilla y con Francia pesaban a veces en un acercamiento al califato cordobés. Dentro de la pobreza de restos que corresponden a este período, el arquitecto Puig y Cadafalch encontró ya a principios de este siglo algunos rasgos de islamismo que Gómez Moreno incorporó a sus "Iglesias mozárabes". Luego se han incrementado tanto los estudios en la zona catalana, que una reciente recopilación anota veintisiete iglesias mozárabes en el Ampurdán y aun otras diecisiete más en las provincias francesas del Golfo de Rosas, unidas entonces a Cataluña. El modelo de los edificios más frecuentes, siempre con originalidades que no crean norma, es una nave amplia con capilla, comunicadas por arco de herradura; se dan también iglesias de dos naves y las capillas pueden ser redondeadas o trapezoidales. Es habitual el uso de mampostería pequeña, con aparejos descuidados que a veces forman tendeles en espiga; en las de la zona francesa abundan las piezas aprovechadas que se consideran visigodas, y a veces se duda de las cronologías en márgenes muy amplios. Otro grupo también numeroso pero de arte bien distinto es el del Serrablo aragonés, con edificios de cantería pequeña, planta de una nave con capilla semicircular y empleo del arco de herradura en portadas y en ventanas enmarcadas por un alfiz prolongado hasta abajo, que no se emplea en Cataluña; hay también ventanas dobles y triples, separadas por columnas que recuerdan a las asturianas, arquerías ciegas en los muros exteriores del ábside, sobremontadas de unos curiosos frisos de grandes baquetones verticales, y bóvedas esquifadas en las torres. Todo ello es testimonio de una escuela local a la que accedieron influencias islámicas en épocas de aislamiento y que allí se asentaron y adecuaron a los materiales disponibles y a las preferencias estéticas de sus usuarios. Las iglesias rurales catalanas y aragonesas dan idea de una actividad constructora en la que faltaban normas superiores y modelos de prestigio como los que dará después el arte románico. En las abadías que podían disponer entonces de mejores medios, hay también una indecisión sintomática de su aislamiento, que se resuelve por el recurso a la albañilería pujante en el califato. En Santa María de Ripoll, la iglesia del siglo X se adornaba con capiteles sencillos, de hojas lisas y gruesas volutas, que sólo pudieron ejecutar quienes conocieran bien los esquemas al uso en ambientes cordobeses; también en Bages y en Vic se han hallado capiteles parecidos. San Pedro de Roda se trazó entonces con la singular disposición de capillas semiovales y algún arco de herradura primitivo se conserva como indicio de la formación de sus constructores. San Miguel de Cuixá fue realizada también con claras preferencias por los arcos de herradura, pero en la planta se fabricó un modelo inédito a base de unir unas naves basilicales con crucero, que se acercan al tipo asturiano y una cabecera cuadrada, acompañada por parejas de capillitas semicirculares en cada lado; aparte de las irregularidades a las que obligaban los restos de una cabecera anterior, no parece que en el trazado se pretenda imitar modelo alguno, sino crear un espacio eficaz para las propias necesidades. Puede citarse, finalmente, San Quirce de Pedret, cuya estructura de tres naves, separadas por gruesos muros con sólo dos arcos de comunicación y el aspecto liso de los muros en los que se recorta la forma de herradura de los arcos, tiene un aire muy visigodo; la capilla mayor es trapezoidal y las laterales redondas, conservando la curva al exterior; la humilde construcción se cubría con pinturas tan originales, como para no dudar de la carencia de cualquier normativa artística sobre su autor, aunque hay en ellas remedos de lo que entonces predominaba en la ilustración de libros; quizás, la imaginatividad de la miniatura mozárabe actuó de estímulo para favorecer las originalidades y los islamismos de toda esta arquitectura.
Personaje Pintor
Hijo del también pintor Frans Francken I, el Mozo siguió las enseñanzas de aquel y se dedicó a composiciones religiosas e históricas que incluían elementos exóticos, muy demandados por los clientes. Estos elementos exóticos respondían en partes iguales a un deseo de lo pintoresco cultivado desde el Manierismo cortesano, y a un afán cientifista por reconocer y estudiar lo extraño. Así, no sólo se agradecía la reproducción en las pinturas de objetos raros, sino la posesión y exhibición de estos objetos en las galerías de los coleccionistas. Estos objetos podían ser productos naturales, como conchas de nautilus, fósiles o huevos de avestruz, que se montaban sobre riquísimos pies de oro y plata. También autómatas o mecanismos ingeniosos de relojería. Armas y vestidos de pueblos desconocidos (de las Indias, del Extremo Oriente, etc.). Francken incluía todo este repertorio en sus óleos, que solía trabajar sobre cobre. Trató temas de costumbres y paisajes, y fue uno de los primeros en realizar vistas de galerías de coleccionistas, como hizo Van Dyck con el Gabinete del Archiduque Leopoldo. El objeto de estos cuadros, de enorme formato, era halagar al coleccionista con una especie de catálogo visual de sus inmensas posesiones.
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El arte mudéjar. El mudéjar, entre la Cristiandad y el Islam. Problemas de terminología e interpretación. Aproximación histórica al mudéjar. El éxito del arte mudéjar. Síntesis artística de elementos musulmanes y cristianos. La variedad mudéjar de los focos regionales. Teruel mudéjar.
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El mudéjar constituye la manifestación artística más genuina de la España cristiana medieval, expresión del pensamiento plástico de una sociedad en la que convivieron cristianos, musulmanes y judíos. Se desarrolla el arte mudéjar a partir del último tercio del siglo XII, extendiéndose hasta bien entrado el siglo XVI. En el arte mudéjar, por encima de todos los matices y diferencias formales que se pueden establecer en función del espacio y el tiempo, existe una asombrosa unidad que se fundamenta en el sistema de trabajo. De cualquier manera podemos establecer diversas escuelas regionales o focos. El empleo preferente del ladrillo, la argamasa y el yeso como elementos constructivos y la decoración de clara influencia musulmana serán las características que definan este particular y genuino estilo artístico.