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Podemos definir el fenómeno megalítico como la corriente cultural que se caracteriza por la construcción de enterramientos colectivos bajo grandes y variados monumentos de piedra, que tuvo una amplia dispersión geográfica por toda Europa durante el Neolítico y los primeros momentos de la Edad de los Metales. Por la espectacularidad de los restos conservados, estos monumentos son conocidos desde hace siglos y ya en 1850 fueron denominados megalitos (megas = grande, litos = piedra) en clara alusión a la materia en que estaban construidos. Las primeras sociedades que adoptaron la costumbre de realizar enterramientos colectivos protegidos por un túmulo de piedras y tierra fueron las asentadas en las costas atlánticas europeas y desde las primeras cistas y cámaras circulares sencillas, se fue pasando a formas más variadas entre las que destaca el dolmen y, posteriormente, los sepulcros de corredor y las galerías cubiertas. Existen también otros tipos de monumentos megalíticos no representados en la Península Ibérica pero sí, por ejemplo, en Bretaña donde los menhires, los cromlech y algunos recintos ceremoniales más complejos están bien documentados. Las nuevas interpretaciones las inició hace años el arqueólogo británico Renfrew, que pensaba que estas sociedades formadas por grupos dispersos utilizaban los monumentos como punto central, definidor de su territorio; en caso de rivalidad entre grupos, estas tumbas de los antepasados eran un argumento para demostrar la posesión de las tierras en litigio. Aparte de la importancia que llegó a tener el dominio de la tierra por parte de quien los construía, también debieron utilizarse para señalizar ciertos espacios como lugares comunes de encuentro o de culto. En el mismo sentido, otros autores tienden a considerar que todos estos monumentos son indicativos de la progresiva evolución de aquellas sociedades, desde estadios más igualitarios hasta formas sociales más complejas, puesto que la inversión de más horas de trabajo en estas construcciones implica una participación colectiva, un plan previo y un control centralizado para canalizar los esfuerzos de la población. Estos enfoques interpretativos, que entienden el fenómeno megalítico como parte y resultado de unas determinadas formas sociales propias, han conducido al abandono de las antiguas teorías que consideraban dichas manifestaciones como producto de una corriente religiosa o espiritual propagada por un grupo o raza megalítica que iba recorriendo Europa predicando sus creencias. Por la gran distribución que los megalitos tuvieron en Occidente y su supuesto parecido con otras construcciones del Mediterráneo Oriental, desde principios de siglo surgió la polémica sobre su origen y su cronología, defendiéndose las distintas hipótesis desde las llamadas escuelas orientalista y occidentalista. La primera de ellas defendía un modelo difusionista de relación cultural, pensando que el foco originario de todo este proceso estaba en Oriente, desde donde poco a poco habría llegado hasta Occidente en fechas lógicamente más recientes. Entre los investigadores que defendían esta postura cabe destacar a Childe y en España a Almagro Basch. La Península Ibérica habría sido uno de los primeros territorios europeos en recibir estas influencias sobre sus costas mediterráneas, donde se habrían desarrollado los monumentos más complejos, mientras que en zonas más alejadas del interior el proceso habría llegado más diluido y las formas constructivas resultantes habrían sido más simples. Los occidentalistas defendían, por el contrario, el modelo denominado evolucionista, según el cual el fenómeno megalítico había surgido en Occidente, en los territorios más próximos al Atlántico y posteriormente se habría difundido hacia Oriente. A finales de los años 70 esta idea volvió a tomar fuerza a raíz de la revisión que hizo Renfrew sobre la cronología de todos los monumentos, al obtener numerosas dataciones de C-14 que ponían de manifiesto la mayor antigüedad de los monumentos europeos en casi mil años siendo imposible, por tanto, seguir defendiendo su procedencia del Mediterráneo. Hoy en día se interpreta el megalitismo como un fenómeno plural, poligenista, que surgió en diferentes sitios a la vez sin que necesariamente tuviera que existir entre ellos una relación directa, siendo las cronologías más antiguas las de Bretaña, Inglaterra y Portugal, que se remontan al V y IV milenios antes de la era. En la Península Ibérica los dos focos más antiguos y representativos de este fenómeno cultural se sitúan en el Suroeste de Portugal, donde están documentados dólmenes sin corredor desde el IV milenio, y en el Sureste, en la zona de Almería, donde se observa una evolución continuada desde el final de la cultura neolítica de Almería hasta la fase calcolítica de Los Millares de la que son característicos los sepulcros de corredor y falsa cúpula denominados tholos. Muchas de estas sepulturas están asociadas a poblados fortificados con grandes murallas y aunque el modelo explicativo difusionista oriental se ha abandonado porque no proporcionaba una explicación satisfactoria, también es difícil pensar que todo este complejo cultural se produjera como resultado de un autoctonismo absoluto, sin ninguna forma de relación externa.
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Los USA han gustado de definirse como nación de naciones, como país de emigrantes. Creuvecoeur utilizó el concepto "crisol", pero la expresión Melting Pot se debe a Israel Zangwill que escribió a finales del XIX una obra literaria con ese título. Se suponía que la cultura estadounidense no era un producto WASP -white, anglosaxon, protestant- sino que se definía, por el contrario, como la fusión biológica y cultural de diferentes grupos de inmigrantes para constituir un nuevo pueblo. Todas las etnias europeas se mezclaban y beneficiaban en esta nación, que por ser la patria de la libertad era refugio para los oprimidos y oportunidad para los desfavorecidos. Hasta tal punto se asumió el Melting Pot como uno de los mitos nacionales que John F. Kennedy afirmaba que es americano "quien se adhiere a unos principios políticos de libertad, igualdad y democracia". Gráfico Actualmente, el melting pot está muy cuestionado: no había habido fusión, sino transformación de las características culturales de los inmigrantes recién llegados sobre un fondo cultural anglosajón dominante que permanecía inalterable. En los años 60-70 se habló del modelo Salad Bowl, que permite a cada grupo étnico conservar su legado cultural que, sin desnaturalizarse, debía enriquecer la identidad nacional. Luego se definió como más preciso el modelo Pizzaland porque la pizza donde, a diferencia de lo que ocurre en la ensalada, los distintos elementos no se mezclan, solo se superponen. El multiculturalismo se ha introducido en las costumbres norteamericanas: la multiplicación de las categorías propuestas en los censos de población así lo afirma, desde mediados de los años ochenta. Según Philippe Lemarchand, la pertenencia étnica ha llegado a revalorizarse hasta el punto de que numerosos WASPs redefinen ya su identidad. Ha surgido como un valor anglo la Simbolic Ethnicity, de consecuencias sorprendentes: 10 millones de norteamericanos (un 4 % del total) se declaran étnicamente franceses, mientras que la población de origen francés no supera el 1 %. Independientemente de este fenómeno, más del 20% de la población norteamericana pertenece a una minoría -afroamericana, hispana, asiática o amerindia- siendo la hispana la de un crecimiento más vertiginoso. Hacia mediados del siglo XXI, la población blanca de Estados Unidos ya no será mayoría, según la Oficina del Censo del gobierno norteamericano: los propios WASPs atisban que podrían terminar siendo "otra" minoría, un grupo cultural más en una nación multicultural.
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Uno de los problemas más graves que se le presenta a los padres de la iglesia carolingia es el tema de la imagen religiosa y su significación. Eran conscientes de la aguda crisis que había surgido en el mundo bizantino bajo el pretexto de un exceso de adoración de las imágenes. El tema se agravaba con la actuación de protagonistas importantes que se mostraban muy radicales contra el uso de imágenes sagradas. Entre éstos destaca la figura del hispanogodo Claudio: nombrado obispo de Turín, al llegar a su diócesis, destruyó las imágenes que se guardaban en su catedral. Para una mente de ortodoxia radical, no era extraño que se expresase de esta manera ante la contemplación de una escenografía que se podía considerar idolátrica: "Llegué a Italia, a la ciudad de Turín, hallé todas las basílicas contra el orden de la verdad, llenas del mal y de imágenes". El hecho produjo un gran tumulto en todo el imperio, lo que obligó al emperador a convocar diversos concilios que tratasen el asunto y dispusiesen de una teoría que ordenase el empleo y culto de las imágenes sagradas. Conocemos muy bien cuáles fueron los criterios que la Iglesia carolingia dictaminó sobre este tema, ya que se encuentran recogidos en lo que se conoce como "Libri carolini de imaginibus".No se trata de planteamientos originales, sino simplemente de la renovación de la teoría tradicional de la iglesia sobre el particular. Su autorización es muy explícita: Permitimos las imágenes de los santos que se quieran representar, tanto en la iglesia corto fuera de ella, por amor de Dios y de sus santos, pero, en absoluto, se acepta que se adoren, aunque no consentimos que se destruyan. Si la adoración no es la causa de su representación, ¿por qué se realizan? Para recuerdo de hechos insignes y adorno de las paredes. Es decir, como ya había dicho el papa Gregorio el Grande, al reprender los excesos del obispo Sereno de Marsella, servían para ilustrar a los indoctos.La elite de la iglesia carolingia reaccionaba ante este planteamiento iconográfico, adoptando dos posturas contrapuestas. La radical actitud que hemos citado de Claudio, destruyendo las imágenes por considerarlas idolátricas, que evidentemente no era grata al aparato político-religioso del Estado. Otros personajes contribuyeron a definir la teoría oficial, pero en su intimidad, se mostraron partidarios de una iconografía no comprometida en lo referente a la representación de la divinidad. El obispo godo, Teodulfo, eligió, para decorar la bóveda de horno de su oratorio de Saint-Germigny, la representación del Arca de la Alianza y, sobre ella, la mano de Dios. De esta manera Teodulfo mostraba su acuerdo con aquéllos que consideraban que los hombres de iglesia no debían representar al Verbo divino. La mano era un símbolo convenido que no comprometía sobre la verdadera representación de Dios. La elección del Arca se fundamentaba en el Antiguo Testamento, en el que el mismo Yahvé recomienda a los judíos la realización de un arca donde se les pueda manifestar; de esta manera, se evitaba el sentido idolátrico que había llevado a los israelitas a querer colocar una representación de la divinidad, un ídolo, en su santuario. El recurrir a imágenes anicónicas veterotestamentarias se generalizó entre los eclesiásticos carolingios; así vemos cómo Agobardo dispuso de un candelabro de siete brazos en su templo; seguramente, muy parecido al bello ejemplar otoniano de Essen.Estas actitudes propias de minorías selectas no eran lo habitual. Al contrario, estos mismos personajes programaron riquísimas composiciones de temas figurativos con las que se adoctrinaba a los fieles. Los teólogos carolingios, aprovechando los repertorios iconográficos de origen paleocristiano, fijarán, casi de manera canónica, los ciclos de imágenes que deben ilustrar los principales temas del arte cristiano: Biblias, salterios, evangeliarios, manuales litúrgicos, programas decorativos de iglesias, objetos litúrgicos, etc. Las fórmulas temáticas que se codificaron en estos momentos permanecerán inalterables durante siglos, introduciéndose simples modificaciones estilísticas o precisiones puntuales de la actualidad catequética.La literatura carolingia es muy abundante en referencias descriptivas de imágenes de su época, sobre todo de decoraciones de templos. Por ellas podemos hacernos una idea de muchos de estos programas iconográficos que hoy ya no se conservan. Un poema escrito por Ermoldo el Negro para granjearse los favores de Ludovico Pío nos permite conocer cómo eran las pinturas que cubrían las paredes del templo palatino de Ingelheim. Refiriéndose a las dos paredes laterales del templo, su descripción dice así: "A la izquierda, se muestra cómo Dios colocó a los primeros hombres en el Paraíso" -después procede a señalar los diferentes momentos veterotestamentarios que sirven de tipos prefigurativos del mensaje cristológico-. "El otro lado recuerda la vida mortal de Cristo, cuando fue enviado por su padre a la tierra: cómo el ángel descendió y habló a los oídos de María" -continúa enumerado distintos pasajes de la vida pública de Cristo hasta su ascensión a los cielos.Este esquema, de dos series de imágenes contrapuestas -muros de la derecha e izquierda del templo-, sigue puntualmente el planteamiento teológico cristiano de representar la historia de la redención del género humano en dos ciclos independientes, pero complementarios: el pecado, origen del mal de los hombres, y los temas del Antiguo Testamento que anuncian la redención de la culpa; el segundo ciclo, referido a la vida de Cristo, se contrapone al anterior como verificación de todo lo anunciado y prometido en él. Las paredes del templo son el marco idóneo para exponer estos dos ciclos paralelos: los dos muros laterales, largos, permiten desarrollar en secuencia la serie de imágenes que disponen en recuadros sus escenas narrativas; mientras que los dos muros transversales de cierre, a la cabecera y a los pies del templo, presentan por su sentido de barrera espacial el soporte adecuado para imágenes solemnes y mayestáticas. Es aquí donde el iconógrafo ha situado las manifestaciones más solemnes de la divinidad una o varias epifanías en la cabecera y la escena del Juicio Final a los pies.La iglesia de San Juan de Mühstair, pese a las múltiples reformas v repintes, todavía nos permite ver cómo se han plasmado todas estas imágenes en un templo. En los muros laterales se pintaron largas series de paneles rectangulares formando varias hileras desde el suelo hasta el arranque del techo. Este mismo sentido de la ordenación y composición es idéntico al que veremos en las iglesias románicas.Junto a las constantes catequéticas de los principios eternos de la fe cristiana era necesario también abordar en imágenes problemas concretos de ortodoxia que surgían en el vivir de cada día. Son estas creaciones iconográficas las que tienen una localización en el tiempo y en el espacio, que sólo se hacen comprensibles en este contexto. Así, por ejemplo, la dialéctica teológica que convulsionó la sociedad carolingia, el adopcionismo, tuvo su apoyo en programas figurativos que transmitían mejor a los indoctos la teoría oficial sobre el tema. En el arco triunfal de la basílica romana de los Santos Aquileo y Nereo podemos ver representados los temas de la anunciación, la transfiguración y la Virgen como madre; tres composiciones que aluden claramente a los principios en los que se apoyaban los teólogos para combatir la herejía adopcionista que predicaba el toledano Elipando, introducida en el Imperio por Félix de Urgel.
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Una vez que hemos descrito someramente las anónimas casas islámicas, pasemos a la única parte de la ciudad que fue bulliciosa, aunque sólo a ratos, como pueden percibir quienes los domingos se arriesgan a atravesar los alrededores de la iglesia sevillana de Omnium Sanctorum, ya que difícilmente podrán reconocer el mundo comercial que los mismos lugares conforman cualquier jueves por la mañana, cuando coinciden el mercado diario de la Feria con el semanal del Jueves; el espacio urbano se hace denso y no sólo por la aglomeración de público errático y de aprisionados vehículos que intentan escapar de la presión humana, sino por los toldos y tenderetes que han crecido por doquier, los tullidos, parados y vendedores de gangas, los mostradores de ropa vieja, de altramuces y aceitunas, chucherías, pescados, plásticos y un sinfín de objetos, todo ello en un ambiente luminoso, ruidoso, sucio e inundado por fuertes olores. La misma sensación de caos perceptivo tendrá el turista que atraviese la parte vieja de una ciudad musulmana, pues no en vano el mercado de Sevilla es heredero directo de uno musulmán, es decir, de un suq (zoco); en la ciudad musulmana la idea de desorden vendrá dada por el idioma y los numerosos viandantes, pero a poco que el turista preste atención, observará que existen unas ciertas pautas, dadas por la agrupación de establecimientos de un mismo ramo por calles y ciertos locales más amplios destinados exclusivamente a agrupar los puestos de alimentos perecederos. En las ciudades anteriores a la expansión otomana los comercios estaban organizados en zocos, es decir, conjuntos de calles en cuyos edificios los artesanos vivían, producían y vendían, de la misma manera que había ocurrido en las ciudades romanas, se agrupaban según los productos y se localizaron a partir de la aljama, de tal manera que un síntoma de la proximidad de ésta es el incremento de la densidad de los comercios, y que sus calles fuesen por lo general cubiertas, incluso abovedadas. Pero no todos los comercios se localizaron en zocos, pues el hecho de que los tejidos de lujo fuesen objeto de un cierto monopolio estatal y que el comercio de las importaciones requiriese la colaboración del poder establecido, propició que los lugares donde su comercio se realizó estuviesen intervenidos por el monarca y sus agentes; así pues se denomina alcaicería (de al-Qaysariyya, derivado del griego Kaisareia, como abreviatura de mercado imperial) a un lugar de mercado, perteneciente o auspiciado por el monarca, concebido como un recinto cerrado, de planta cuadrada o rectangular, con varias puertas que se cerraban por la noche, durante la cual lo vigilaban unos guardas específicos y en la que se almacenaba género de lujo, especialmente tejidos y, sobre todo, elaboraciones de seda. Se deduce que estos conjuntos se prestaban a una configuración unitaria y coherente, dotada de características espaciales de mucho mayor interés que las de un simple zoco. Al contrario que éstos la alcaicería solía ser única, bien próxima a la aljama, con la que a veces constituía una cierta unidad compositiva. En época tardía la alcaicería cambió su nombre, sobre todo por influencia otomana, por el de bazar, uno de cuyos elementos más característicos fue la de una parte aislada, cerrada y cubierta con cupulillas, denominada bedestán, que fue como una alcaicería metida en el corazón de un gran zoco. Los ejemplos más notables son orientales; éste es el caso del Gran Bazar (Büyük Garsi) de Estambul, cuyo bedestán fue fabricado en tiempos del sultán Mehmet II, es decir, cuando éste, tras la conquista de Constantinopla, concibió un ambicioso programa de renovación edilicia, incluyendo como pieza básica el Gran Bazar, que estableció sobre un mercado bizantino; se construyó de madera, por lo que hubo que renovarlo en 1651, 1701 y 1894. Un bazar raro fue el de 5 km de largo que unía el palacio samaní de Laskari Bazar con la ciudad de Bust, siguiendo la orilla del río Hilmend, levantado en la primera mitad del XII y destruido en 1221.
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La única parte de la ciudad islámica que fue bulliciosa, aunque sólo a ratos, es el mercado, en el que se acumulan una multitud abigarrada de toldos y tenderetes que han crecido por doquier, tullidos, parados y vendedores de gangas, mostradores de ropa vieja, de altramuces y aceitunas, chucherías, pescados y un sinfín de objetos, todo ello en un ambiente luminoso, ruidoso, sucio e inundado por fuertes olores. En las ciudades anteriores a la expansión otomana los comercios estaban organizados en zocos, es decir, conjuntos de calles en cuyos edificios los artesanos vivían, producían y vendían, de la misma manera que había ocurrido en las ciudades romanas, se agrupaban según los productos y se localizaron a partir de la aljama, de tal manera que un síntoma de la proximidad de ésta es el incremento de la densidad de los comercios, y que sus calles fuesen por lo general cubiertas, incluso abovedadas. Pero no todos los comercios se localizaron en zocos, pues el hecho de que los tejidos de lujo fuesen objeto de un cierto monopolio estatal y que el comercio de las importaciones requiriese la colaboración del poder establecido, propició que los lugares donde su comercio se realizó estuviesen intervenidos por el monarca y sus agentes; así pues se denomina alcaicería (de al-Qaysariyya, derivado del griego Kaisareia, como abreviatura de mercado imperial) a un lugar de mercado, perteneciente o auspiciado por el monarca, concebido como un recinto cerrado, de planta cuadrada o rectangular, con varias puertas que se cerraban por la noche, durante la cual lo vigilaban unos guardas específicos y en la que se almacenaba género de lujo, especialmente tejidos y, sobre todo, elaboraciones de seda. Se deduce que estos conjuntos se prestaban a una configuración unitaria y coherente, dotada de características espaciales de mucho mayor interés que las de un simple zoco. Al contrario que éstos la alcaicería solía ser única, bien próxima a la aljama, con la que a veces constituía una cierta unidad compositiva. En época tardía la alcaicería cambió su nombre, sobre todo por influencia otomana, por el de bazar, uno de cuyos elementos más característicos fue la de una parte aislada, cerrada y cubierta con cupulillas, denominada bedestán, que fue como una alcaicería metida en el corazón de un gran zoco. Los ejemplos más notables son orientales; éste es el caso del Gran Bazar (Büyük Garsi) de Estambul, cuyo bedestán fue fabricado en tiempos del sultán Mehmet II, es decir, cuando éste, tras la conquista de Constantinopla, concibió un ambicioso programa de renovación edilicia, incluyendo como pieza básica el Gran Bazar, que estableció sobre un mercado bizantino; se construyó de madera, por lo que hubo que renovarlo en 1651, 1701 y 1894. Un bazar raro fue el de 5 km de largo que unía el palacio samaní de Laskari Bazar con la ciudad de Bust, siguiendo la orilla del río Hilmend, levantado en la primera mitad del XII y destruido en 1221.
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Durante el Seiscientos, la mayoría de los artistas aún trabajaba por encargo, y según contrato, por medio del cual se llegaba a ejercer un control muy extenso e intenso sobre las medidas y el formato de las obras, los materiales y las características de sus elementos: colores, por ejemplo, y por supuesto se fijaba el tema iconográfico y el número de figuras, llegándose incluso a imponer el esquema general de la composición o cualquier tipo de convencionalismo al uso, lo que venía a ser muy corriente en la práctica si se trataba de una obra religiosa o de un retrato.Llegados a este punto, las diferencias empiezan a marcarse entre la Europa de la Reforma y la Europa de la Contrarreforma. Brutalmente tajantes en su fanática iconoclastia, las diferentes iglesias y sectas protestantes (y en grado de superlativa intransigencia, la calvinista) prohibieron las imágenes en la decoración de sus templos, lo que conllevó que en los países y territorios reformados cesaran casi por completo y automáticamente las comisiones de cuadros y esculturas para altares y capillas, y en general todo tipo de encargo relacionado con la ornamentación eclesiástica. Por el contrario, las iglesias y los oratorios católicos se llenaron de pinturas y estatuas hasta convertir sus interiores en verdaderos depósitos artísticos.Las consecuencias fueron obvias, pues mientras los encargos para decorar iglesias y conventos (sobremanera de órdenes religiosas, como las de los jesuitas, teatinos, filipenses, etc.) crecieron enormemente en la Europa católica -aunque imponiendo desde la alta jerarquía una tendencia a la uniformidad iconográfica, ejercida por medio de unos severos controles respecto al decoro y la interpretación de los contenidos temáticos-, los artistas de la Europa protestante perdieron el mayor y más lucrativo campo de actuación, del que hasta ese momento se habían derivado sus mejores contrataciones y del que obtenían la base principal de sus ingresos, viéndose obligados a buscar nuevos clientes y a elaborar nuevas temáticas artísticas que ofertar.En Holanda, a este desinterés por la pintura y la escritura de las iglesias protestantes, debe añadirse la progresiva y acusada tendencia de su clase dirigente, formada en su mayoría por hombres de negocios, reciente y rápidamente enriquecidos, a considerar a la obra de arte como un objeto manufacturado sujeto a leyes comerciales y a la profesión artística como una actividad sometida a las normas y los planteamientos mercantiles. De esta situación se derivaría el hecho de que comercio, exposición y subasta de obras de arte no tuvieran la consideración de fenómenos ocasionales como en el resto de Europa, sino que alcanzarán el nivel de fenómenos sociales.Establecido este sistema, a mediados del siglo XVI, en la ciudad flamenca de Amberes, al ir perdiendo su posición privilegiada de manera cada vez más decisiva durante el siglo XVII, sus principios serían acogidos y codificados por los emprendedores y expertos mercaderes de la holandesa Amsterdam. El floreciente mercado artístico de Amberes, que durante el Quinientos ofrecía al gran público, de manera intermitente, en sus calles y plazas, todo tipo de obras de arte, se convirtió en sistemático a lo largo del Seiscientos en ciudades como Leyden o Amsterdam.Si la primera aplicación de los principios del mercantilismo económico desembocó, en 1540, en la celebración de la primera exposición pública destinada a la venta en el patio de la Bolsa de Amberes, durante el siglo XVII el exacto alcance y carácter de este comercio, basado en la venta por medio de la puja y subasta públicas, alcanzó su plena madurez en las Provincias Unidas del Norte, donde se efectuaron con ritmo más continuado en el patio del Palacio de la Paz de La Haya, en una sala del Ayuntamiento de Leyden o en el entorno de la Bolsa de Amsterdam. Los matices diferenciadores de uno y otro ambiente podemos captarlos en La vista del puerto de Amberes, del flamenco Sebastian Vrancx (Tarbes, Museo Massey), y en La vista de la Bolsa de Amsterdam, del holandés J. A. Berckheyde (Frankfurt, Staedeliches Kunstinstitut).La consecuencia más novedosa fue que el coleccionismo holandés, impuesto por la necesidad de invertir capitales inactivos, alimentaría con sus adquisiciones de pinturas coetáneas y de piezas anticuarias el comercio de obras de arte, principalmente el mercado de liquidación de Amsterdam. Entre las circunstancias que movieron al público holandés a adquirir cuadros y otros objetos artísticos, ocupa un lugar preferente la exigencia burguesa, arraigada en Amsterdam y en Delft, de decorar el hogar según las nuevas exigencias morales y materiales y el nuevo gusto doméstico, derivada de los planteamientos religiosos reformados y éticos burgueses, al margen de toda concepción áulica o cortesana vigente todavía en Inglaterra o en Flandes, y que en el caso holandés sólo encontraría algún eco aislado en los medios de tendencia monárquico-aristocrática de la familia Orange-Nassau.Durante el siglo XVII, en casi todos los hogares neerlandeses colgaban de sus paredes algunos cuadros (no debe exagerarse la cantidad), que en las mansiones patricias llegaban a ser numerosos. En 1641, el viajero e intelectual inglés John Evelyn, con ocasión de una visita a la feria anual de Rotterdam, declarará su asombro al comprobar que "sus habitantes muy a menudo gastaban de doscientos a trescientos florines en cuadros" ("Journal", ed. 1818-19). Otro viajero inglés de la época, Peter Munday, da un perfil de esta nueva y vasta clase pequeño burguesa de compradores y aficionados: "En cuanto al arte de la pintura y al amor de la gente por los cuadros, creo que nadie les supera, habiendo habido en aquel país muchos hombres excelentes en este arte, algunos también hoy, como Rembrandt y otros. En general, todos se esfuerzan por adornar sus casas, en especial la estancia exterior, aquella que da a la calle, con piezas costosas. Ni carniceros ni panaderos están por menos en sus obradores, donde las tienen muy bien expuestas, pero también es frecuente que los herreros, zapateros y otros tengan algún que otro cuadro en su fragua o en su taller. Tal es el general conocimiento, inclinación y deleite que los habitantes de este país tienen por las pinturas" (The Travels... in Europe and Asia: 1608-1667).Pero la visión del bosque no debe impedirnos ver los árboles. A pesar de estas extraordinarias circunstancias, los pintores holandeses no tenían muchas posibilidades de vivir confortablemente con el producto de su actividad artística. Ya desde 1630, el alto nivel medio de los cuadros (generalmente de caballete, es decir, de pequeño tamaño y con temas como los paisajes, los interiores domésticos, etc.), colocados de continuo en el mercado, terminaron por saturarlo tanto en calidad como en número, provocando de inmediato una baja generalizada. y sostenida del nivel de los precios. Esta acusada tendencia a la baja dominó el comercio holandés de obras de arte, y de ahí el que obras como La Ronda de Noche de Rembrandt tan sólo se tasara en 1.600 florines, que una Vista de La Haya de Van Goyen nunca superase el valor tope de 600 florines, , o que tres retratos de la mano de Van Steen fueran cotizados en únicamente 27 florines.Estas bajas valoraciones terminaron por provocar la falta de numerario entre los artistas, lo que les abocó a malvender sus obras o a utilizarlas como moneda de cambio y trueque para el pago de terrenos, casas o cualquier otro bien de primera necesidad, e incluso al ejercicio de otras actividades más lucrativas, que simultaneaban con el ejercicio artístico. Así, Van Steen, en sus últimos años, combinó su profesión de pintor con la actividad más lucrativa de hotelero; P. de Hooch entró como pintor y sirviente de un rico fabricante de tejidos de Delft; J. van Goyen, además de marchante de arte, fue un especulador inmobiliario y un comerciante de bulbos de tulipán, y M. Hobbema trabajó como aforador de vino en la Oficina de Impuestos de Amsterdam.De esta forma, casi imperceptiblemente, aprovechándose de las necesidades más perentorias que ahogaban el vivir cotidiano de los artistas, el comerciante terminó por dominar la contratación de obras de arte y convertirse en el eje de las relaciones entre el artista y el público. Los artistas terminarían trabajando en exclusiva para un solo marchante, que les ordenaba el trabajo y al que quedaban ligados por contrato público, obligándose a entregarles toda su producción, sobre la que se habían especificado de manera minuciosa todos los extremos: número de cuadros, dimensiones, materiales, temas.Consecuencia evidente fue la regulación de las ventas. Es así que las ventas, privadas o públicas, de todo tipo de pinturas vinieron a ser reguladas por las ordenanzas de las Corporaciones de pintores de cada localidad donde se ponían a la venta, controlando los intereses y las relaciones entre público y ambiente artístico, cuidando tanto de fijar la calidad de las obras como de controlar el nivel moral de los cuadros. Artistas o marchantes de artes debían estar inscritos como miembros de las Corporaciones de Delft o Utrecht (las más rígidas), de Amsterdam o Leyden (más laxas en la aplicación de las normas) para poder comerciar, comprando y vendiendo pinturas, aunque en la práctica tal inconveniente podía subsanarse pagando las consabidas tasas. Con estos procedimientos, lo que empezó siendo un elemento que facilitó y activó el intercambio terminó por convertirse en un factor de freno para la creación artística. A veces, los propios artistas tomaron la iniciativa de vender su propia obra, organizando por su cuenta y riesgo subastas públicas, y ello a sabiendas de que les podría acarrear, como en Haarlem, la expresa prohibición para el ejercicio profesional durante seis años.En este mundo burgués, tan rígidamente codificado por las normas del mercantilismo económico, pocos mecenas podía haber. Con todo, alguno hubo, como los amigos y protectores de Rembrandt, Jan Six y Constantin Huyghens, aunque en la mayoría privó mucho más su marchamo nato de comerciantes que su condición de aficionados al arte. Así, Johannes de Renialme y Herman Becker, por ejemplo, que actuaron más como prestamistas que como mecenas, enriqueciéndose hasta cotas insospechadas y terminando por ejercer una enorme influencia. Becker, por ejemplo, prestaba y anticipaba dinero a los pintores, que se veían obligados a liquidar sus deudas poco a poco con sus obras. Es el procedimiento que Rembrandt se vio abocado a emplear para subsistir, eludiendo a sus acreedores. Pero, el negocio es el negocio, y la fruición estética no es productiva: Becker, haciendo una brutal competencia a los mercaderes de pintura, terminaba comerciando con los cuadros así obtenidos y aumentando sus ganancias.
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El paso de las mujeres latinoamericanas -como de todas- del espacio privado al público se produjo a lo largo del siglo XIX gracias a su presencia social en tertulias, y a algunas responsabilidades que representaban una proyección social de su rol doméstico, como la beneficencia, o de su educación burguesa, como la música, las artes plásticas y la escritura. No obstante en la construcción de los Estados Nacionales la educación fue un campo prioritario y desde un mayor bagaje cultural y una mayor independencia de juicio: por la formación recibida la mujer aspira a entrar en el espacio público, y empieza a luchar por ello sin dejar de valorar la aportación que supone para una sociedad el cuidado y educación de los hijos. Además, en un mundo social y político complejo en el que las clientelas o redes familiares son estructuras de larga duración las mujeres -a través del matrimonio y la dote material e inmaterial- tuvieron una importancia capital. A esto se añadió la inserción educativa, las crisis económicas y la inmigración -en algunos países, multitudinaria a lo largo del XIX- explican la lenta pero imparable irrupción de las mujeres en el mercado de trabajo. Otros factores fueron las guerras que obligaron a las mujeres a sustituir a los varones en algunos trabajos. Las tradiciones autóctonas indígenas también pesaron: por ejemplo en Paraguay por influencia guaraní las mujeres eran esenciales en la cadena productiva; en el campo paraguayo en 1886 un 62% de los empleados eran mujeres; transportaban fardos de hasta 100 Kg. en la cabeza, eran lavanderas, planchadoras, costureras, mercachifles, sirvientas y jornaleras. Tanto es así que en Paraguay en 1875 se empezó la regulación del trabajo doméstico estipulándose los documentos normativos y la legislación. Pero en general, las primeras irrupciones en la esfera pública de las mujeres fueron en la enseñanza -no deja de ser sorprendente que los ciudadanos fueran en muchos casos educados por no ciudadanas- la beneficencia y/o la salud pública como primeros campos de empleo. Por ejemplo en Argentina en 1869, 1895 y 1914 las tasas de ocupación femenina fueron respectivamente el 21, 29 y 39 %. Naturalmente en estas cotas no se considera el mismo trabajo si se realiza dentro del propio hogar: educación y cuidado de los hijos, limpieza y mantenimiento de la casa, tejido, costura, cocina, cuidado del campo y los animales, etc. Además según los Códigos Civiles de los países latinoamericanos, la tutela de la mujer correspondía a su padre hasta los 22 años o el momento en que contrajera matrimonio; entonces era su marido quien tutelaba todas sus transacciones y acciones para que éstas tuvieran curso legal; si la mujer tenía actividades propias era necesario el consentimiento marital y se acostumbraba entregar el salario. Las voces femeninas se podían oír en cortes civiles y eclesiásticas -la vía judicial era a veces la única oportunidad- pero no en las Cámaras. En Buenos Aires en 1875 se fundó una escuela de parteras. Estas nociones de higiene y modernización llegaban a los desfavorecidos a través de la beneficencia. Era una cuestión de "civilización" y construcción del Estado: familias limpias y modernas en naciones ordenadas y civilizadas. Esta aspiración explica que entre las primeras tituladas de entre siglos fuera grande la influencia del Darwinismo, el Positivismo y las teorías eugenésicas de Galton, sin quizá ver los riesgos humanos que entrañaban. Paulina Luisi fue una entusiasta de las prácticas del eugenismo, igual que Elvira López, Carolina Muzzilli y Alicia Moreau. En Perú fue muy importante la tarea de educadoras como Elvira García y García Bert y M? Jesús Alvarado en pro de la educación de los niños por sus madres y no por las criadas. Gráfico A fines del XIX los cambios tecnológicos, el éxodo rural, la industrialización produjeron cambios en el espacio de trabajo de las mujeres, que fueron desplazándose del hogar a la fábrica, a los empleos de domesticidad y servicios. Las artesanas independientes tuvieron en muchos casos que abandonar la artesanía por la producción fabril; en los sectores del textil y del tabaco sobre todo. La percepción de salario a destajo impuso ritmos inhumanos de trabajo. En la fábrica hombres y mujeres realizaban papeles muy diversos, asumían distintos niveles de responsabilidad y por una misma tarea recibían salarios diferentes. A principios del XX la maquinización redujo el empleo de mujeres en las fábricas. En el cambio de siglo- entre 1895-1915- por ejemplo en Argentina, aunque es un fenómeno extrapolable, la enseñanza se quintuplicó como trabajo femenino. Estudio y enseñanza en Escuelas Normales, formación de otras formadoras en estos mismos centros o quizá un trabajo como maestras en escuelas y colegios fueron las primeras profesiones que hacían compatibles con las tareas domésticas y familiares en muchos casos. Aparece a la vez la gestión educativa; el salario propio facilitaba poder ampliar estudios después. Empezaron a surgir las primeras tituladas. En Paraguay en 1905 se creó el Colegio Mercantil de niñas. Además, como resultado de la alfabetización, la educación pública o privada en los sectores más favorecidos, el inicial espacio de la escritura salta de la intimidad o el uso social -Juegos Florales, tertulias literarias y/o poéticas- al oficio: literatura o periodismo profesionales. Todo esto amplía la panorámica femenina y surgen las Revistas de mujeres, no sólo de "cuestiones femeninas" tal como éstas podían entenderse entonces sino además, políticas, ideológicas o de opinión: por ejemplo La Voz de la Mujer, anarquista, Minerva o Caras y Caretas, etc. Hablamos desde luego de mujeres de raigambre criolla y en la medida en que se fueron integrando en la sociedad receptora de inmigrantes europeas. El liberalismo creó una sociedad con espacios definidos -y marginales- para las mujeres negras, indias, mulatas y mestizas, aún mucho más desprotegidas. Por ejemplo, en Lima en 1908 un alto porcentaje de las mujeres que vivían en la ciudad y trabajaban en el campo como jornaleras y cultivadoras eran indias y negras; mestizas e indias trabajaban como vendedoras ambulantes, lavanderas, amas de leche o tejedoras. Las blancas pobres solían dedicarse al comercio a pequeña escala. Una sociedad un tanto diferente es la cubana pre independentista, con dos realidades que nada tienen que ver: la negritud y la blanquitud. La mujer negra se ganaba la vida en la calle y la blanca en casa. En 1861 el 44,4 % de las blancas mayores de 13 años estaban casadas o ya eran viudas; sólo el 18% entre las morenas libres y 7% entre las esclavas. En los barrios populares de la Habana el 23,1 % de las mujeres de color entre 15-49 años convivía libremente con un hombre; esa situación entre las blancas alcanzaba sólo el 10%. La hogarización no era posible para las mujeres de color que necesariamente debían trabajar, la mayoría de ellas en el servicio doméstico, o como parteras. Entre las blancas que trabajaban por necesidad el 85% lo hacían como costureras en su propia casa, ya que era un trabajo honroso; el 75% de las enfermeras y el 95% de las maestras eran blancas. También hubo casos, pocos, de propietarias y rentistas viudas o en ausencia de maridos, mujeres dedicadas a los negocios como compraventa de inmuebles, empresarias, bodegueras o vendedoras de quincallería. Con esfuerzo pero imparablemente la mujer va entrando en el mundo de las titulaciones académicas y el ejercicio de las profesiones liberales. Para empezar era preciso que después de estudiar en el liceo femenino -o su equivalente- obtuvieran un permiso extraordinario para matricularse en un centro educativo de varones; terminados los estudios secundarios, se podía acceder a la Enseñanza Universitaria, con otra licencia extraordinaria. Había que ser capaces de soportar las burlas y bromas de los compañeros de clase - o por lo menos de algunos-, clases a las que por supuesto era preciso asistir acompañada. Otra vía era, después de los estudios primarios, titularse como maestra o maestra normalista y luego seguir alguna otra carrera, contando con que con ese título ya se podía ejercer como docente en las Escuelas. Después de todo, enseñar es una forma de educar y cuidar, roles para los que la mujer está naturalmente preparada, así que no era una cuestión que asombrara a nadie. No sucedió lo mismo con las primeras estudiantes de Medicina, Leyes, etc. Las primeras tituladas consiguieron sus licenciaturas en torno a los 80 del siglo XIX: Margarita Chorné dentista mexicana en 1886, el mismo año que Eloísa Díaz lnsunza ginecóloga chilena en Argentina; Ninfa Fleury se diplomaba en Agronomía en 1883 y Petrona Eyle, argentina, en Medicina en 1891. En esa misma época, Trinidad Enríquez fue la primera peruana licenciada en Derecho. Además, hay un caso familiar excepcional y llamativo: el de las hijas de María Teresa Janicki, inmigrante en Argentina y Uruguay, y docente, que con una mentalidad amplia y avanzada quiso -y logró- que las tres obtuvieran una licenciatura. Así Luisa Luisi fue educadora, Clotilde Luisi abogada y Paulina Luisi, médica. Dolores González de León astrónoma y Refugio González de León física mexicana, las dos de finales del XIX y principio del XX se abrieron camino en el mundo científico; Matilde Montoya logró titularse como cirujana en 1887. Margarita Práxedes Muñoz se matriculó en Medicina en 1885; era peruana pero estudió en Chile. Elida Passo, farmacéutica argentina en 1885 se matriculó después en Medicina pero la tuberculosis le impidió terminar: murió en quinto de carrera. Josefina Pecotche, argentina, comenzó a ejercer como dentista en 1899, mientras Ernestina Pérez Barahona se tituló como médico en 1887, y la peruana Laura Rodríguez Dulanto como médica cirujana en 1900, especializándose después como ginecóloga. Una trayectoria singular fue la de Lucía Tagle, en México, ya que pasó de ejercer como maestra en 1872 a trabajar como tenedora de libros muy prósperamente, ganando incluso más que algunos hombres dedicados a la misma actividad. En el siglo XX la Universidad se abrió como vía normal de profesionalización para las mujeres, pero aún en las primeras décadas los esfuerzos para lograrlo eran ímprobos. Los primeros nombres femeninos vinculados a las ciencias médicas son Lola Úbeda médica argentina en 1902, María Elena Maza, enfermera y Directora de la Escuela de Enfermería en México; Rosa María Crespo, panameña, doctora en Medicina y Cirugía y escritora; Marie Langer, psicoanalista en Argentina o Elena Orozco mexicana doctora en Medicina en 1941; Matilde Rodríguez, mexicana, Doctora en Psiquiatría por la Universidad de Berlín en 1930; Helia Bravo, bióloga y botánica mexicana se titulaba en 1922; Eva Eugenia Estrada química mexicana; Guadalupe Henestrosa bióloga argentina; Alejandra Jaídar, física mexicana; Rita López de Llergo, geógrafa y matemática mexicana y Paris Pishmish, astrónoma turca arraigada en el DF son algunos ejemplos de trayectorias científicas esforzadas que abrieron brecha y espacio para otras mujeres. El mundo de las letras también fue escenario de mujeres que hicieron a la vez carrera e historia: Bibliotecarias como Blanca Mercedes Mesa y Rosario Antuña, cubanas; la mexicana Lucrecia de la Torre y su compatriota Juana Manrique graduada en 1924 en Nueva York. Profesoras de Universidad como Alicia Genovese, M? Emma Mannarelli, Dora León Borja, María Rostworowski, M? Rosa Lida de Malkiel; Mariola Ladan; Lily Sosa de Newton; Reyna Pastor, Renata Donghi, que fueron ampliando espacios y posibilidades para cuantas mujeres quisieran emprender esa trayectoria desde principio hasta el fin del siglo XX y comienzo del XXI. Filósofas - Ana Mauthe, argentina que leyó su tesis sobre Aristóteles en 1901-; investigadoras - Sara Beatriz Guardia, del CEMHAL; Susana Uribe, doctora en Ciencias Históricas e investigadora del prestigioso Colegio de México, Elvira López temprana doctora en Filosofía y Letras- historiadoras como las mexicanas María Teresa Escobar, Mercedes Meade y Leonor Llach; o Josefina Passadori, profesora de Geografía. Carmen Millán, primera mujer en la Academia Mexicana de la Lengua logró un importante paso: la presencia de la mujer en las grandes y reconocidas instituciones académicas. Otro campo tradicionalmente varonil era la arqueología: aquí dos de las grandes pioneras fueron María Lombardo y Malú Sánchez de Bustamante. Otros panoramas en distintos momentos los han abierto antropólogas como Eliane Karp; arquitectas como Ruth Rivera; destacadas estudiosas y docentes de Arte Dramático como Edda de los Ríos , o amas de casa de un alto nivel intelectual e integradas en los ambientes artísticos y de vanguardia como Adriana Romero. Actividades esenciales como la educativa en su especialidad pedagógica han sido el escenario de las trayectorias de la polifacética Lenka Franulic, o la cubana Dra. Hortensia Pichardo, compatriota de otra gran profesional: la latinista, profesora y gestora cultural Vicentina Antuña. El mundo de la comunicación en todos sus medios también aporta nombres de periodistas como Adelina Zendejas, Verónica Zondek, Gigliola Zecchin o Elvira Vargas. Otros campos quizá más prácticos son los de las activistas, promotoras culturales y trabajadoras sociales como la filántropa feminista e impulsora de la educación de las mujeres a través de la fundación de centros educativos Adela Formoso; Fabiola Tornassi, inmigrante italiana o ya en el veinte avanzado María Santos, india lenca. El duro mundo de la praxis jurídica y el ejercicio del Derecho fueron poco a poco abriéndose a la nueva realidad social de la integración académica y laboral de las mujeres. Hay que citar -como ejemplos- a Celia Tapias una de las primeras abogadas argentinas, a Loló de la Torriente cubana; la argentina Emar Acosta, primera jurista argentina y de América Latina; María Lavalle y Gloria León, abogadas mexicanas de los años 40; Clara González Beringher y Elida Campodónico primera y segunda abogadas panameñas. Digna Ochoa, abogada mexicana, activista por los derechos humanos, murió asesinada en 2001. La chilena Marta Elena Samatán recibió su título de abogada en 1927. La diplomacia fue otro campo ambicionado y conseguido por Paula Alegría, Amalia González Caballero y Palma Guillén embajadoras o diplomáticas mexicanas; Dora Echevarría, colombiana, e Yvonne Clays, salvadoreña. Luisa Anastasi fue la primera jueza argentina; Aydée Anzola la primera colombiana Consejera de Estado y Cristina Salmorán, Abogada Mexicana, fue Ministra de la Corte Suprema de Justicia en 1961. Existieron también profesionales un tanto atípicas dentro de un proceso interesante de ampliación de campos fuera de los sectores tradicionales, ocupaciones unidas al espectáculo -como el toreo o las acrobacias aéreas- y al ocio -como el deporte- que hablan de una profesionalización femenina más allá de las actividades puramente necesarias: tres ejemplos son la rejoneadora y torera Conchita Cintrón; la tenista profesional Gabriela Sabatini o la aviadora Carola Lorenzini. Y desde luego, Religiosas y Fundadoras como Madre M? Caridad Brader, suiza afincada en América Latina, Lucila Maldonado y Guadalupe Martínez Orozco quienes además de la profesión religiosa realizaron verdaderas tareas de promoción humana, social y cultural de generaciones de mujeres latinoamericanas. No obstante y a pesar de que estos avances fueron suponiendo el acceso y la normalización de la participación de las mujeres en las profesiones liberales, fenómeno que va unido en muchos casos a la consolidación de las clases medias y la consiguiente democratización, los retos, desafíos y problemas de finales del XX y principios del XXI siguen estando ahí. Según Irma Arriagada, el nuevo papel del Estado, la crisis de la deuda, los efectos de los programas de ajuste y la caída en el gasto social, han tenido consecuencias a largo plazo que se expresan en una creciente pobreza, desempleo estructural y coyuntural, concentrado en mujeres y jóvenes, y en el aumento de las ocupaciones precarias y atípicas, donde las mujeres se sitúan en las áreas menos remuneradas de las cadenas productivas y de subcontratación. El recurso económico fundamental de las latinas es el trabajo remunerado, casi siempre en condiciones de desigualdad. Actualmente, -según datos del CEPAL, en 1994, 1995 y 1996 son muchos los hogares dónde la cabeza de familia es una mujer, debido a las migraciones, viudez, rupturas matrimoniales y fecundidad adolescente. Según el mismo CEPAL para el 96, entre el 17% y el 27% de los hogares urbanos son de jefatura femenina. Otra situación común es la familia con dos proveedores -marido y mujer- o incluso tres ya que los niños también trabajan de manera creciente en el mercado de trabajo. Las tasas de actividad femenina crecieron de 37% a 45%. Este aumento se produjo principalmente entre las mujeres de 25 y 49 años. Dependiendo de los niveles educativos, y especialmente de las profesionales más jóvenes, se han ido insertando en las áreas más modernas de esos sectores con ingresos relativamente elevados, pero siempre inferiores a los correspondientes a los varones con similar calificación. El informe de la CEPAL de 1995 manifiesta cómo sin el ingreso de las mujeres que son cónyuges, la pobreza del hogar aumentaría entre 10% a 20%. Para el conjunto de los hogares las mujeres que son cónyuges aportan alrededor del 30% de los ingresos con variaciones según los países. Sin olvidar que en países en vías de desarrollo el 66% del trabajo de las mujeres-en su propia casa y familia- se encuentra fuera del sistema de cuentas nacionales por lo que no se contabiliza, no se reconoce ni se valora. No obstante, en unos años, el panorama ha evolucionado, tal como se muestra en estos cuadros elaborados desde los datos del Informe de la CEPAL 2009. Población Femenina por Grupos de Edad (En miles de Personas). Elaboración Propia. Fuente: Informe de la CEPAL 2009. <table> <tr><td>Pa&iacute;s</td><td>TOTAL*</td><td>15-24</td><td>25-34</td><td>35-44</td><td>m&aacute;s de 45</td> </tr><tr><td>Argentina</td><td>15.800</td><td>3.365</td><td>3.225</td><td>2.564</td><td>6.646</td> </tr><tr><td>Bolivia</td><td> 3.268</td><td> 986</td><td> 742</td><td> 579</td><td> 961</td> </tr><tr><td>Chile</td><td> 6.789</td><td>1.453</td><td>1.234</td><td>1.237</td><td>2.865</td> </tr><tr><td>Colombia</td><td>16.991</td><td>4.183</td><td>3.743</td><td>3.243</td><td>5.822</td> </tr><tr><td>Costa Rica</td><td> 1.711</td><td> 429</td><td> 378</td><td> 308</td><td> 596</td> </tr><tr><td>Cuba (*)</td><td> 4.647</td><td> 776</td><td> 689</td><td>1.019</td><td>2.163</td> </tr><tr><td>Ecuador</td><td> 4.792</td><td>1.247</td><td>1.052</td><td> 865</td><td>1.628</td> </tr><tr><td>El Salvador</td><td> 2.320</td><td> 647</td><td> 491</td><td> 408</td><td> 774</td> </tr><tr><td>Guatemala</td><td> 4.426</td><td>1.471</td><td>1.086</td><td> 725</td><td>1.144</td> </tr><tr><td>Honduras</td><td> 2.437</td><td> 805</td><td> 605</td><td> 409</td><td> 618</td> </tr><tr><td>M&eacute;xico</td><td>41.051</td><td>10.135</td><td>9.143</td><td>8.199</td><td>13.574</td> </tr><tr><td>Nicaragua</td><td> 1.957</td><td> 624</td><td> 487</td><td> 328</td><td> 518</td> </tr><tr><td>Panam&aacute;</td><td> 1.243</td><td> 298</td><td> 268</td><td> 248</td><td> 429</td> </tr><tr><td>Paraguay</td><td> 2.135</td><td> 645</td><td> 509</td><td> 349</td><td> 632</td> </tr><tr><td>Per&uacute;</td><td>10.382</td><td>2.779</td><td>2.387</td><td>1.908</td><td>3.308</td> </tr><tr><td>R. Dominicana</td><td> 3.432</td><td> 937</td><td> 781</td><td> 621</td><td>1.093</td> </tr><tr><td>Uruguay</td><td> 1.374</td><td> 254</td><td> 235</td><td> 220</td><td> 665</td> </tr><tr><td>Venezuela</td><td> 9.919</td><td>2.665</td><td>2.334</td><td>1.874</td><td>3.046</td> </tr> </table> (*) No es la totalidad de la población femenina, sino la suma del número de mujeres en esos grupos de edad. Población Activa Femenina (En miles de Personas). Elaboración Propia. Fuente: Informe de la CEPAL 2009. <table> <tr><td>Pa&iacute;s</td><td>1990</td><td>1995</td><td>2000</td><td>2005</td><td>2010</td><td>2015</td></tr> <tr><td>Argentina</td><td>4.184</td><td>5.184</td><td>6.096</td><td>7.188</td><td>8.052</td><td>8.920</td></tr> <tr><td>Bolivia</td><td>1.017</td><td>1.253</td><td>1.553</td><td>1.817</td><td>2.126</td><td>2.470</td></tr> <tr><td>Chile</td><td>1.414</td><td>1.768</td><td>2.156</td><td>2.527</td><td>2.931</td><td>3.324</td></tr> <tr><td>Colombia</td><td>4.458</td><td>6.111</td><td>7.929</td><td>9.118</td><td>10.350</td><td>11.579</td></tr> <tr><td>Costa Rica</td><td> 313</td><td> 395</td><td> 503</td><td> 628</td><td> 762</td><td> 891</td></tr> <tr><td>Cuba </td><td>1.380</td><td>1.482</td><td>1.537</td><td>1.695</td><td>1.848</td><td>1.973</td></tr> <tr><td>Ecuador</td><td> 882</td><td>1.332</td><td>1.818</td><td>2.143</td><td>2.519</td><td>2.935</td></tr> <tr><td>El Salvador</td><td> 528</td><td> 701</td><td> 907</td><td>1.099</td><td>1.304</td><td>1.522</td></tr> <tr><td>Guatemala</td><td> 496</td><td> 790</td><td>1.193</td><td>1.551</td><td>1.996</td><td>2.529</td></tr> <tr><td>Honduras</td><td> 365</td><td> 476</td><td> 606</td><td> 786</td><td>1.009</td><td>1.269</td></tr> <tr><td>M&eacute;xico</td><td>6.808</td><td>9.574</td><td>12.838</td><td>15.338</td><td>18.113</td><td>20.966</td></tr> <tr><td>Nicaragua</td><td> 386</td><td> 508</td><td> 651</td><td> 792</td><td> 956</td><td> 1.130</td></tr> <tr><td>Panam&aacute;</td><td> 278</td><td> 348</td><td> 424</td><td> 509</td><td> 597</td><td> 687</td></tr> <tr><td>Paraguay</td><td> 487</td><td> 605</td><td> 751</td><td> 919</td><td>1.109</td><td> 1.317</td></tr> <tr><td>Per&uacute;</td><td>2.569</td><td>3.637</td><td> 4.856</td><td> 5.542</td><td>6.279</td><td>7.020</td></tr> <tr><td>R. Dominicana</td><td> 821</td><td>1.095</td><td>1.395</td><td>1.622</td><td>1.861</td><td>2.113</td></tr> <tr><td>Uruguay</td><td> 515</td><td> 591</td><td> 666</td><td> 689</td><td> 724</td><td> 763</td></tr> <tr><td>Venezuela</td><td>2.091</td><td>2.520</td><td>3.010</td><td>3.717</td><td>4.474</td><td>5.255</td></tr> </table> Tasa de desempleo abierto urbano femenino por grupos de edad. Tasa Media Anual en %. Elaboración Propia. Fuente: Informe de la CEPAL 2009. <table> <tr><td>Pa&iacute;s</td><td>TOTAL</td><td>15-24</td><td>25-34</td><td>35-44</td><td>m&aacute;s de 45</td></tr> <tr><td>Argentina</td><td>11,7</td><td>29,3</td><td>10,0</td><td>7,8</td><td>6,2</td></tr> <tr><td>Bolivia</td><td>9,4</td><td>23,2</td><td>11,5</td><td>2,8</td><td>3,2</td></tr> <tr><td>Chile</td><td>9,5</td><td>21,6</td><td>10,7</td><td>7,2</td><td>5,0</td></tr> <tr><td>Colombia</td><td>16,0</td><td>31,6</td><td>17,2</td><td>11,2</td><td>6,9</td></tr> <tr><td>Costa Rica</td><td>5,6</td><td>12,0</td><td>6,6</td><td>3,0</td><td>2,0</td></tr> <tr><td>Cuba (*)</td><td>-------</td><td>---------</td><td>---------</td><td>---------</td><td>-----------</td></tr> <tr><td>Ecuador</td><td>9,6</td><td>22,1</td><td>9,2</td><td>6,7</td><td>4,7</td></tr> <tr><td>El Salvador</td><td>3,8</td><td>9,6</td><td>4,1</td><td>2,3</td><td>0,8</td></tr> <tr><td>Guatemala</td><td>3,1</td><td>6,7</td><td>2,3</td><td>1,8</td><td>1,0</td></tr> <tr><td>Honduras</td><td>3,7</td><td>7,9</td><td>4,0</td><td>2,2</td><td>0,7</td></tr> <tr><td>M&eacute;xico</td><td>3,5</td><td>9,0</td><td>3,9</td><td>2,0</td><td>0,7</td></tr> <tr><td>Nicaragua</td><td>5,4</td><td>10,4</td><td>8,0</td><td>2,2</td><td>1,1</td></tr> <tr><td>Panam&aacute;</td><td>7,9</td><td>20,9</td><td>9,1</td><td>5,0</td><td>2,4</td></tr> <tr><td>Paraguay</td><td>8,5</td><td>16,7</td><td>10,1</td><td>3,3</td><td>3,2</td></tr> <tr><td>Per&uacute;</td><td>6,9</td><td>14,7</td><td>7,4</td><td>3,9</td><td>3,5</td></tr> <tr><td>R. Dominicana</td><td>7,2</td><td>16,0</td><td>6,7</td><td>6,5</td><td>1,3</td></tr> <tr><td>Uruguay</td><td>10,4</td><td>26,9</td><td>11,2</td><td>7,4</td><td>5,2</td></tr> <tr><td>Venezuela</td><td>7,4</td><td>15,9</td><td>8,7</td><td>5,0</td><td>3,2</td></tr> </table> (*) En el informe de la CEPAL 2009 no figuran datos. Tasa Global de Fecundidad por quinquenios: Número de hijos por Mujer. Elaboración Propia. Fuente: Informe de la CEPAL 2009. <table> <tr><td>Pa&iacute;s</td><td>2000-2005</td><td>2005-2010</td><td>2010-2015 (*)</td></tr> <tr><td>Argentina</td><td>2,4</td><td>2,3</td><td>2,2</td></tr> <tr><td>Bolivia</td><td>4,0</td><td>3,5</td><td>3,1</td></tr> <tr><td>Chile</td><td>2,0</td><td>1,9</td><td>1,9</td></tr> <tr><td>Colombia</td><td>2,6</td><td>2,5</td><td>2,3</td></tr> <tr><td>Costa Rica</td><td>2,3</td><td>2,0</td><td>2,0</td></tr> <tr><td>Cuba</td><td>1,6</td><td>1,5</td><td>1,5</td></tr> <tr><td>Ecuador</td><td>2,8</td><td>2,6</td><td>2,4</td></tr> <tr><td>El Salvador</td><td>2,6</td><td>2,4</td><td>2,2</td></tr> <tr><td>Guatemala</td><td>4,6</td><td>4,2</td><td>4,7</td></tr> <tr><td>Honduras</td><td>3,7</td><td>3,3</td><td>3,0</td></tr> <tr><td>M&eacute;xico</td><td>2,4</td><td>2,2</td><td>2,0</td></tr> <tr><td>Nicaragua</td><td>3,0</td><td>2,8</td><td>2,6</td></tr> <tr><td>Panam&aacute;</td><td>2,7</td><td>2,6</td><td>2,4</td></tr> <tr><td>Paraguay</td><td>3,5</td><td>3,1</td><td>2,8</td></tr> <tr><td>Per&uacute;</td><td>2,8</td><td>2,6</td><td>2,4</td></tr> <tr><td>Rep. Dominicana</td><td>2,8</td><td>2,7</td><td>2,5</td></tr> <tr><td>Uruguay</td><td>2,2</td><td>2,1</td><td>2,0</td></tr> <tr><td>Venezuela</td><td>2,7</td><td>2,6</td><td>2,4</td></tr> </table> (*)Obviamente son extrapolados.
contexto
El papel de la riqueza como medio de poder no dejaba de ser una evidencia para los gobernantes europeos a comienzos de la Edad Moderna. El dinero permitía levantar y mantener ejércitos, financiar guerras, sostener complejas burocracias y, en definitiva, costear ambiciosos programas de gobierno. No es de extrañar, por ello, el interés mostrado por el poder político en intervenir en los asuntos económicos, particularmente los comerciales. Máxime, cuando "era opinión ampliamente arraigada en aquellos tiempos la de que el total de la prosperidad del mundo era constante, y el objetivo de la política comercial de cada país en particular (...) era el de conseguir para la nación la mayor parte posible del pastel" (K. Glamann). A la praxis económica derivada de estos conceptos se la conoce con el nombre de mercantilismo. El mercantilismo no constituye exactamente una escuela sistemática de pensamiento económico. Más bien se trata de un conjunto de ideas y prácticas en el plano de la política económica, definidas por características comunes. La primera de ellas, como se deriva de la anterior afirmación, es la orientación nacionalista. El fomento de la economía nacional y la defensa de los intereses propios subyace en todo programa de política mercantilista. Los Estados intentaban promover el crecimiento material de sus súbditos como condición indispensable de su propio poder. Se trata, por tanto, y en segundo lugar, de una política económica proteccionista e intervencionista, pues se entendía que era la propia acción del poder político, ejercida mediante leyes y prohibiciones, el más eficaz medio de conseguir los objetivos trazados. Tal intervencionismo, lejos de estorbar los intereses de la incipiente burguesía mercantil y financiera, constituyó en realidad una práctica favorable para sus negocios en esta fase inicial de desarrollo del capitalismo, al permitirle disfrutar de condiciones ventajosas derivadas de la protección estatal. Ha sido lugar común asignar al "metalismo" una situación central en los objetivos de la política mercantilista. Según ello, la mentalidad económica de la época procedería a una vulgar identificación entre riqueza y posesión de metal precioso. En función de este prejuicio crisohedonista se orientaría la acción económica del Estado. Enriquecer al príncipe consistiría básicamente en lograr atraer hacia sus arcas la mayor cantidad posible de oro y de plata. Y, dado que la cantidad de metal precioso existente era finita, la disputa con el resto de los países por asegurar la posesión de la mayor parte se hacía inevitable. En realidad, esta visión ingenua se encontraba ya superada en el propio siglo XVI. Algunos tratadistas de la época percibieron con claridad que el dinero no constituía sino una mercancía más, cuyo valor está sujeto al volumen de su oferta. Así, por ejemplo, en un pasaje muy conocido de su obra "Comentario resolutorio de cambios", publicada en 1556, el español Martín de Azpilcueta afirmaba: "todas las mercaderías encarecen por la mucha necessidad que ay, y poca quantidad dellas; y el dinero en quanto es cosa vendible, trocable o conmutable por otro contrato, es mercadería, por lo susodicho, luego también él se encarece por la mucha necessidad y poca quantidad dél...". Este texto es representativo de un estado de opinión bastante generalizado a raíz del análisis de las consecuencias del oro y la plata americanos sobre la economía española, que condujo al pleno convencimiento de que la verdadera riqueza radicaba en los bienes producidos y no en el metal poseído. De esta forma, el también español Pedro de Valencia escribía en 1608: "El daño vino del haber mucha plata y mucho dinero, que es y ha sido siempre (...) el veneno que destruye las Repúblicas y las ciudades. Piénsase que el dinero las mantiene y no es así: las heredades labradas y los ganados y pesquerías son las que dan mantenimiento". Ahora bien, este descubrimiento no significó la pérdida del prestigio del metal precioso ni la renuncia a su posesión, aunque más como medio de producir riqueza que como objetivo exclusivo. El mercantilismo evolucionó, pues, hacia doctrinas productivistas. El comercio se consideraba la forma más eficaz de promover la riqueza de la nación. La política económica mercantilista se orientó, en este sentido, a garantizar una balanza de pagos favorable para la economía nacional mediante la promulgación de medidas legales de carácter proteccionista. Las leyes aduaneras desempeñaban un importante papel como medio de conseguir este objetivo. De lo que se trataba, en definitiva, era de favorecer la exportación de mercancías manufacturadas producidas en el propio país y de impedir la importación de las producidas en países extranjeros. Exportar más que importar era una regla de oro. Ello se pretendía lograr mediante una política de tasas aduaneras que penalizara las mercancías foráneas hasta el punto de hacer poco rentable su comercialización y de perder capacidad competitiva respecto a las manufacturas nacionales. Esta política se completaba con medidas de signo contrario referidas a las materias primas. Sobre éstas, obviamente, las manufacturas tienen un valor añadido: el del trabajo de transformación. Además su oferta abundante es condición para un óptimo desarrollo industrial. Por lo tanto, había que impedir la salida de las materias primas nacionales y favorecer la importación de las extranjeras. A tal objetivo se consagraban prohibiciones y medidas legales de carácter aduanero. Resultado de las ideas productivistas del mercantilismo fueron también sus posiciones poblacionistas. Una población abundante constituía un potencial productivo y una forma de riqueza para la nación y de poder para el Estado. El pensamiento y la política mercantilistas se orientaron hacia la postura de favorecer el crecimiento poblacional y la inmigración de elementos productivos. El colonialismo, finalmente, representa otra de las principales características de la política mercantilista. El comercio ventajoso alcanzaba sus mayores posibilidades mediante el control efectivo de áreas coloniales. Se dibujaban así las bases del pacto colonial: las colonias se constituían en proveedoras de materias primas para la metrópoli, al tiempo que en mercados para la producción manufacturera de ésta. La subordinación económica de extensas áreas coloniales extraeuropeas constituyó una condición del desarrollo capitalista de la economía occidental. La pugna de las potencias por el control de colonias se explica fundamentalmente por razones de tipo económico-mercantil. La rivalidad de los países por intereses mercantiles dio lugar a la aparición de un fenómeno relativamente nuevo: las guerras económicas. Junto a los problemas de carácter dinástico y político, los enfrentamientos por causas económicas, como los protagonizados por Inglaterra y Holanda ya en el siglo XVII, pasaron a engrosar el panorama de la conflictividad internacional.
obra
Estamos probablemente ante el más famoso de todos los libros iluminados. Los Limbourg muriron antes de terminarlo y corresponde a fines del siglo XV que esto se llevara a cabo. El extraordinario calendario con mensario de los primeros folios se ha popularizado más que otras partes, sobre todo la representación de enero, con la fiesta que el duque ofrece en su palacio, imagen de riqueza y suntuosidad, reafirmada por los tapices guerreros que cubren los muros del fondo.