La situación que encontraron los franceses no se diferenciaba mucho de la que habían hallado los conquistadores turcos tres siglos antes. Egipto era gobernado por la aristocracia mameluca, en nombre del sultán de Constantinopla. Los mamelucos, en su mayoría guerreros de origen caucásico que habían llegado a Egipto como esclavos, se habían hecho con el poder en fecha tan lejana como 1250 y, pese a la dominación otomana, conservaban intacto su control sobre la masa de artesanos y campesinos pobres. El país estaba dividido en 24 provincias, gobernadas por beyes mamelucos, nueve de los cuales integraban el Consejo de Gobierno o Diwan, formalmente subordinado al gobernador turco (pachá) de El Cairo. Cuando llegó Napoleón, el auténtico poder era ejercido por dos emires mamelucos: Ibrahim, máximo responsable político, y Murad, comandante en jefe del Ejército y encargado de organizar las peregrinaciones a La Meca. La egipcia era una sociedad étnicamente compleja, que se desenvolvía bajo un orden social de corte medieval. En lo alto de la pirámide se encontraban los mamelucos, quizás unos doce mil en esta época, organizados en casas o clanes. Obligados a conservar su número para mantener su fuerza, seguían importando cada año centenares de jóvenes esclavos del Cáucaso y el mar Negro, que recibían una cuidadosa formación militar y servían lealmente a sus patronos. Un cierto número de turcos, encabezados por el pachá otomano, residía en El Cairo, ocupándose de la administración y de las finanzas. La mayor parte de la población, unos dos millones de personas, era de árabes sedentarios, musulmanes, que vivían en las ciudades o en las tierras húmedas del Delta y del valle del Nilo. Los coptos, la población nativa de religión cristiana, suponían aproximadamente el diez por ciento del total. En el desierto, a ambos lados del río, había algunas tribus nómadas, que vivían del pastoreo, el pillaje y la organización de las caravanas que permitían el comercio entre los centros urbanos del Nilo y los mercados del mar Rojo y el Sudán. Pese al interés que siempre habían mostrado los sultanes turcos por controlar una de las provincias más ricas de su Imperio, a finales del siglo XVIII Egipto escapaba paulatinamente a su control, y los notables mamelucos se negaban a pagar los tributos que demandaba Constantinopla. Ésta mantenía una guarnición militar en El Cairo, directamente dependiente del Gran Visir, y una flota en la rada de Abukir, cerca de Alejandría, una de las principales bases navales otomanas en el Mediterráneo. Por su parte, los mamelucos disponían de su propio ejército, mandado por Murad Bey y establecido fundamentalmente en la capital y en el Bajo Egipto.
Busqueda de contenidos
contexto
Aunque es difícil determinar cuándo apareció el hombre en el Valle del Nilo, sabemos que las primeras industrias líticas del Paleolítico pueden tener una antigüedad de unos 200.000 años. Hace unos 10.000 años los grupos de pobladores establecidos en el Desierto Libio, en el Delta, en El Fayum y en el Alto Egipto comienzan a practicar una economía de pastoreo y a realizar prácticas preagrícolas. Ya desde el Neolítico pleno en Egipto están acreditadas la ganadería, la labranza de los campos y la cerámica. El calentamiento del clima y la desertificación consecuente obligan a las poblaciones a establecerse cerca del Nilo. Los grupos humanos se aglomeran en la ribera del río, buscando aprovechar los recursos naturales que provee: llanuras fértiles, pastos abundantes y plantas de recolección. Surgen entonces los primeros centros urbanos, aglomerados en torno a dos lugares principales: en el N, en la zona del delta; en el S, en Hieracómpolis, donde por primera vez se acredita la existencia de reyes, como Escorpión y Narmer. Este proceso desemboca en la unificación de Egipto y en la constitución del Estado más duradero que hasta hoy ha conocido la historia. En los murales de Hieracómpolis se hace sentir la presencia de un hombre flanqueado por dos leones rampantes, a quien luego volveremos a encontrar en el puñal de Gebel-el-Arak. Quizá sea ésta la representación más antigua de un hombre al que los demás consideran superior: un héroe, un semidios. Es también posible que los estandartes del rey de tiempos históricos se remonten a los seres y objetos que acompañaban en la caza al gerifalte de aquellos cazadores prehistóricos; se puede identificar a estos acompañantes del rey con su perro, con su asno de montar, con el almohadón en que se sienta y con su halcón de cetrería. Su morada es una tienda de esteras; su tumba, un túmulo. El cazador nómada sólo puede concebir como animales las cosas que considera investidas de poder numinoso; por ello la tienda del rey asume la forma de un rinoceronte; la trenza de su frente, la de una serpiente. El rey mismo no alcanza el máximo de su poder en su natural forma humana, sino en la de león, toro bravo o halcón. También el cielo es un halcón que extiende sus alas sobre la tierra; en esta coincidencia se perfila ya la base del proceso que desemboca en la realeza divina con que nos encontramos en los orígenes mismos de la historia de Egipto. La caza es una ocupación numinosa y sagrada; de ahí que el sacrificio a los dioses revista siempre en Egipto la forma de una cacería. Es típico de los cazadores nómadas el que su jefe haya de conservarse siempre joven; esto indujo al grupo que tuvo mayor peso en la formación de Egipto a destronar al príncipe que por su edad había perdido su fuerza y a reemplazarlo por otro, joven y vigoroso. El presunto sucesor debía acreditar sus facultades físicas en una veloz carrera, en la que le acompañaba su perro de caza, mientras las mujeres del harén regio lo animaban con sus hurras. Esta antigua ceremonia fundamenta en época histórica la Fiesta del Sed, en la que el gastado poder del faraón había de renovarse. Alrededor del año 3000 a. C. Egipto da señales de la inquietud que había de llevar al país a su unificación y a su entrada en la historia con plena conciencia de que realizaba algo nuevo y nunca visto.
contexto
Desde el neolítico pleno conviven en Egipto varias culturas, en las que están acreditadas la ganadería, la labranza de los campos y la cerámica. La más antigua de ellas, Fayum A, se conoce a través de hallazgos esporádicos, pero aún faltan por descubrir sus poblados y necrópolis. Probablemente contemporánea de la del Fayum A sea la fase más antigua de la de Merimde-Benisalame, conocida por una estación muy extensa (dos hectáreas y media) situada en la linde occidental del Delta. Forman el poblado multitud de cabañas ovaladas, cuyo suelo está aislado de la humedad mediante vasijas enterradas en él. Con estas cabañas alternan silos para almacenar cereales, y también las tumbas de los difuntos, que a veces aparecen incluso en el interior de las casas. Estas inhumaciones domésticas corresponden a mujeres y a niños, colocados siempre en cuclillas y con la cabeza orientada al sur. De esta convivencia de los muertos con los vivos pudo nacer la idea de la tumba-casa, una de las formas típicas de la arquitectura funeraria egipcia. Las partes duras de todo el instrumental son de piedra tallada: las hojas de los cuchillos, de las leznas, de las azadas, las puntas de las flechas; pero no faltan las hachas o azadas de piedra pulimentada. La cerámica, hecha a mano, es basta y sin decoración, coloreada de negro o de rojo, según el modo de cocción. Con el mismo barro de la cerámica los alfareros de Meriende modelaban algunas figuritas: cabezas de toro, barcos. Es posible que los bueyes Apis y Mnevis, más tarde sagrados, se originen en este estrato de la población prehistórica del Delta. Sin embargo, el animal doméstico más importante para estos agricultores era el cerdo, del que consumían grandes cantidades, altemando su carne con la del hipopótamo y la del cocodrilo. Es probable que el Alto Egipto, desde el ápice del Delta hasta el Sur, aunque no deshabitado, careciese entonces de poblados estables. En todo caso, los que conocemos, aunque neolíticos también, son algo más recientes que los anteriores y no ofrecen la misma homogeneidad. De ahí que haya que distinguir una serie de facetas locales. Una de las más antiguas es el círculo tasiense, cuyo nombre se deriva de Deir Tasa y su centro se halla en Mostagedda. Su utensilio más característico es un vaso en forma de tulipán, muchas veces adornado de motivos geométricos incisos y rellenos de pasta blanca. Aquí nace un objeto que se difunde por todas las culturas del Alto Egipto y que tendrá su máxima importancia a fines de la época protohístóríca: la paleta de afeites. Se trata de placas rectangulares de pizarra, caliza o alabastro, para disolver el polvo verde de malaquita que el egipcio se daba alrededor de los ojos. Otra novedad importante es que a los muertos no se les entierra en los poblados y casas como en el Norte, sino en cementerios aparte. Los cadáveres, en posición acurrucada, son envueltos en pieles de cabra o en esteras, y se les acuesta sobre su costado izquierdo, mirando al Oeste. Tal vez ya entonces, como en tiempos históricos, se creyese que en el inmenso desierto occidental, donde el sol se ponía, se encontraba el reino de los muertos. La separación de la casa y de la tumba impone algo que en Merimde-Benisalame no existía: el ajuar funerario, compuesto de vasos, utensilios, adornos, etc. Al sur de Tasa se encuentra Badari, que da nombre al Badariense. Sus sepulturas (unas mil exploradas) se parecen mucho a las del tasiense, y lo mismo sus abundantes ajuares. Toda la cerámica está hecha a mano, en buena parte con barro muy fino y paredes muy delgadas, de color pardo casi siempre. Muchos de los recipientes se caracterizan por un tenue estriado de la superficie, que recubre el exterior y a veces también el interior de los vasos. Lo mismo en éstos que en los de paredes lisas, los bordes suelen estar, por dentro y a veces también por fuera, ennegrecidos al humo. Tanto el color pardo como la superficie estriada permiten distinguir con facilidad estos vasos de los de la cerámica de borde negro y pared roja pulimentada (blacktopped, red-polished ware) de Negade I; amén de esto, sus formas son más abiertas: fuentes y escudillas de pared carenada, pero también cuencos y vasos redondeados. Algunos de los cuencos tienen forma ovalada y llevan por dentro una decoración bruñida o estriada. Las paletas de afeites suelen tener forma rectangular, como las del tasiense, pero están hechas exclusivamente en pizarra. Los recipientes de piedra, en su mayoría de basalto, comprenden vasitos de paredes oblicuas y alguno de perfil ondulado, con una decoración incisa poco corriente en la época. En los objetos de marfil reina gran variedad: botellas en miniatura; elegantes vasitos de paredes más o menos cóncavas; formas caprichosas, que pueden llegar a la plasmación del hipopótamo como recipiente; cucharillas con el extremo del mango variamente decorado; peines de lomo ancho con esquemáticas figuras sobre el mismo. La conformación de la figura humana sigue extrañas directrices, considerando el que será gusto del Egipto histórico: el motivo predilecto es el de la mujer desnuda, con los miembros bien separados del cuerpo y muchos detalles faciales y sexuales. Las versiones esquemáticas pueden omitir los brazos y doblar el tronco sobre las piernas formando un ángulo, fundiendo en una las dos piernas y prescindiendo de los pies. Para unas figuras se emplea como material el marfil; para otras, el barro.
contexto
Saddam Hussein es un viejo conocido de la administración estadounidense. Desde hace más de veinte años, su figura ha estado presente en las apreciaciones que Washington tiene de Oriente Próximo, pasando por casi todas las categorías posibles de las relaciones diplomáticas: estrecho aliado en los años ochenta (administración Reagan), cuando inició una guerra contra Irán que fue acogida como un bálsamo por Occidente y los Gobiernos petrolíferos del golfo; y enemigo encarnizado (presidencia de Bush, padre), en 1990, cuando invadió Kuwait y se convirtió en un demonio mundial, comparado con Hitler. La nueva década vuelve a colocar a Saddam Hussein en el centro de la atención mundial, dado que el actual presidente norteamericano, George Bush, parece cada vez más decidido a terminar la obra que dejó incompleta su padre. Los ya históricos acontecimientos del pasado 11 de septiembre han puesto en marcha un proceso que ha tomado nuevo impulso tras el éxito norteamericano en la campaña de Afganistán. Estados Unidos no sólo ha tomado conciencia de su papel de única superpotencia mundial, sino que, además, está perdiendo los pudores y complejos derivados del ejercicio de un poder semejante. Si durante mucho tiempo los Gobiernos europeos temieron la tentación aislacionista de Washington, esa tendencia cíclica a encerrarse en su espacio vital desentendiéndose de los problemas internacionales, en la actualidad, la preocupación se centra en el polo opuesto: el unilateralismo, la decisión de actuar de acuerdo con sus exclusivos intereses, sin tener en cuenta las opiniones de sus aliados, tanto europeos como, por ejemplo, árabes. La definición de un llamado Eje del mal que, según el presidente Bush, está compuesto por Iraq, Irán y Corea del Norte, fue considerada en numerosas cancillerías europeas y árabes como el anuncio de una intervención militar estadounidense en Iraq, un segundo capítulo de la guerra contra el terrorismo internacional y los estados que los financian, que dan cobijo y que desarrollan armas de destrucción masiva. Nuevamente, las circunstancias pusieron en el centro del juego internacional a Saddam Hussein, el líder iraquí que había sobrevivido a dos guerras.
contexto
Con todo, la tradición abierta en el XVIII que mejor nos informa sobre la libertad estilística y los valores sentimentales en los proyectos de edificaciones es la arquitectura paisajística, originada en Inglaterra a la vez que tomaba cuerpo el gusto por lo pintoresco.Los historiadores Middleton y Watkin entienden muy acertadamente que "quizá el aspecto más llamativo del pintoresquismo sea el nuevo interés puesto en la arquitectura corno parte de un ambiente". Convertir la arquitectura en "incidente natural o histórico de un ambiente" fue empresa de los proyectistas que crearon esos lugares del hábitat, el paseo, la reflexión, el descanso y el trabajo que se enmarcan en la denominada arquitectura paisajista. En ésta se colocan construcciones, más que arquitectónicas, figurativas, que alternan las maisons de plaisance con las bambalinas escenográficas y que participan una lectura matizada de la naturaleza, hacen las veces de mediadoras para asociaciones históricas y de ideas, propician vivencias exóticas o, simplemente, recuerdan estilos históricos al instruido.El desarrollo de la jardinería paisajista trajo consigo una multiplicación de los elementos evocativos y las citas arquitectónicas: pagodas chinas y templos clásicos, mezquitas turcas y castillos medievales, ruinas góticas y romanas, que señalan momentos precisos de la variedad que compone esta visión completa del mundo fuera de toda normalización semántica. Los principios de la jardinería inglesa dieron pie a maravillosos conjuntos de paisajes y arquitecturas ambientadas que conformaron las disneylandias de la cultura ilustrada.Se pueden distinguir diversas épocas en su desarrollo, dentro y fuera de Inglaterra, e incluso diversos géneros, según el carácter o la afinación de sus evocaciones, como hiciera el francés Henri Watelet en 1774, al distinguir jardines pintorescos, poéticos y romanescos. Se habla, en términos generales, de este tipo de parques como anglo-chinos, toda vez que sobre sus principios informa la idea del sharawadgi (orden irregular, elegante irregularidad), aprendida de la jardinería extremooriental, cuyo conocimiento fue consolidándose paulatinamente en el siglo XVIII. Algunos de los promotores de la jardinería paisajista realizaron viajes a China, como fue el notable caso de Sir William Chambers, autor de "A Dissertation on Oriental Gardening" (1772), e inspirador de los Kew Gardens, en el margen derecho del Támesis. La obra de Chambers es ejemplo de una etapa en la que el jardín inglés había afianzado sus peculiaridades, pero ya con el tratado de William Temple de 1685, "Sobre los jardines de Epicuro", lo mismo que en "Las villas de los antiguos" de Robert Castell, de 1728, el concepto de sharawadgi encontraba su empleo en la reconstrucción de lo que se suponía que había sido el arte de la jardinería en la Antigüedad.La tratadística sobre la nueva jardinería fue riquísima, y tuvo su complemento en otra literatura no específica, como los escritos de Shaftesbury y la estética de Addison, Burke y sus seguidores. Habría que destacar los "New Principles of Gardening" de Batty Langley, publicados en 1728, que señalan los inicios de la transformación de este arte. En el siglo XVIII destacan en las islas británicas las obras de Horace Walpole ("Essay On Modern Gardening", 1770), William Gilpin, por ejemplo sus "Three Essays on Picturesque Beauty", pero sobre todo el amplio tratado de Thomas Whately "Observations on Modern Gardening", que fue publicado en Dublín el año de 1770.Las teorías preparadas en Inglaterra tuvieron una pronta repercusión en el continente. La isla fue frecuentada por todos los aprendices y admiradores de este nuevo arte. En Francia publicó Henri Watelet su "Essai sur les Jardins" en 1774. En Alemania destacan los ensayos de Ch. C. L. Hirschfeld, como su "Theorie der Gartenkunst" de 1775. En Italia, ya en 1801 apareció el libro de Ercole Silva "Dell'Arte dei giardini inglesi", y más tarde encontramos también teóricos de la nueva jardinería en Norteamérica.En la primera mitad del siglo XIX es también muy prolija la literatura que preserva y enriquece esta tradición, con, por ejemplo, los escritos de Payne Knight, Uvedale Price, el francés Gabriel Thouin -a quien se debe el colosal proyecto de ampliación de los jardines de Versalles-, y los alemanes Peter Joseph Lenné, F. L. von Sckell y el legendario y diletante vividor Hermann von Pückler-Muskau.Los primeros ejemplos significativos tuvieron, desde luego, su desarrollo en Inglaterra, prácticamente simultáneo al de la corriente arquitectónica neopalladiana. Se trata de villas campestres con amplios jardines de recreo y campos de trabajo realizados para una clase política muy singular que formó el Country Party, ligada a la fisiocracia y a la masonería y radicalmente enfrentada a los dirigentes conservadores, que detentaban el poder en Londres. La relación entre las logias masónicas de los diversos países será una importante vía de propagación de esta nueva forma de entender lo que había de ser la naturaleza civilizada.Los jardines de Alexander Pope en Twickenham, hoy destruidos, que se remontan a 1719, los del conde de Burlington en Chiswick, básicamente construidos en los años veinte, y el extraordinario panorama natural ordenado como panorama loreniano y lugar de reminiscencia rústica de todo tipo de mitos en Stourhead, a partir de 1741, están entre los más destacados ejemplos del primer jardín inglés. La presencia de elementos góticos o el aprovechamiento de ruinas cistercienses se da, por ejemplo, en el parque de Stowe y en el de Stuley Royal, pero el primer ejemplo destacado de monumento gótico ambientado es el palacio de Horace Walpole en Strawberry Hill, construido después de 1748. Con Strawberry Hill nos situamos ya en lo que se considera la segunda etapa en el desarrollo de la jardinería inglesa, que vendría seguida de un tercer momento que corresponde a la época del Romanticismo.Entre las realizaciones que siguen a aquellas en el continente hay algunos ejemplos muy notables. En España el influjo de la jardinería paisajista es sólo ocasional, y prácticamente el único ejemplo memorable es El Capricho de la Alameda de Osuna, cerca de Barajas (Madrid), un hermoso conjunto pintoresco de fines del siglo XVIII sobre planos de Jean Baptiste Mulot, completado en los años 30 y 40 del siglo XIX, especialmente con el delicado palacio clasicista reformado con gracia escenográfica por Martín López Aguado (1796-1866). Los jardines de Ermenonville (1766), cerca de Nanteuil-le-Haudoin, y el Désert de Retz, finca del cortesano Racine de Monville, construida entre 1774 y 1785, son las obras francesas más eminentes en este arte. En Alemania han quedado ambientes de arquitectura paisajista de extraordinario valor: en 1764 comenzaron las obras del parque de Wörlitz en las inmediaciones de Dessau, concebido por Ermannsdorff y Eyserbeck, y donde se erigió en 1774 el Philanthropinum como marco para reuniones de miembros de la masonería.Sigue sobre todo al modelo de Wörlitz el parque que a partir de 1778 se fue configurando en el valle de Ilm junto a Weimar con la intervención de uno de sus vecinos, el poeta J. W. von Goethe. Otro jardín inglés coetáneo que simboliza el despotismo ilustrado en Alemania es el realizado para el duque de Württemberg en Hohenheim, junto a Stuttgart. Y de 1775 en adelante se construyó también un gran conjunto de jardinería paisajista cerca de Aschaffenburg, en Schöribusch, según los planos de F. L. Sckell.Pero, al nombrar a Friedrich Ludwig Sckell (1750-1823) nos encontramos ya con uno de los grandes arquitectos-paisajistas del Romanticismo. Su proyecto más ambicioso fue el Jardín Inglés de Munich, cuya realización se adentra en las primeras décadas del siglo XIX. En Inglaterra el gran coetáneo de Sckell es Humphry Repton (1752-1818), arquitecto-paisajista y teórico, cuyos proyectos para parques pintorescos suman más de cien, y que colaboró con el también ilustre arquitecto John Nash.Un ejemplo muy sobresaliente de la jardinería del Romanticismo es, sin duda, el conjunto de parques trazado por Peter Joseph Lenné (1789-1866) en Potsdam y sus inmediaciones durante la permanencia en el trono de los románticos Federico Guillermo III y Federico Guillermo IV, sendas encarnaciones del conservadurismo restauracionista. Se trata de un proyecto de intervención y ampliación sobre un parque preexistente, el del palacio de Federico el Grande en Sanssouci. Hubo un proyecto coetáneo en Francia de alguna manera parangonable, que, sin embargo, no cristalizó finalmente. Nos referimos a la imponente ampliación de los jardines de Versalles por Gabriel Thouin (1747-1827), que venía a convertir el parque barroco del Rey Sol en un monumento histórico residual englobado en un nuevo conjunto lleno de citas históricas y de ambientes arquitectónicos de todas las civilizaciones, reflejo de la nueva idea de obra de arte total.Pero, en el caso de Lenné nos hallamos ante una intervención en lo que había sido uno de los grandes centros del despotismo ilustrado, y el aislamiento de las partes antiguas brilla por su ausencia. Las obras en los jardines de Potsdam no se iniciaron hasta 1816, esto es, tras las guerras de independencia contra Bonaparte, y proseguían aún a mediados de siglo.Lenné se formó en Francia y en Inglaterra y supervisó numerosas obras en Potsdam y sus alrededores. Colaboró con el arquitecto K. F. Schinkel y discípulos de éste -Ludwig Persius, August Stüler y otros-, de forma similar al modo de trabajo conjunto que se dio en Inglaterra entre H. Repton y el arquitecto J. Nash. De hecho, la jardinería de Humphry Repton fue un modelo estimadísimo para Lenné. Las obras a que nos referimos comprenden diversas transformaciones de jardines preexistentes en Sanssouci y otros lugares cercanos, como la Isla de los Pavos -una isla en el Havel convertida en farme ornée- además del ajardinamiento de nuevos terrenos y la construcción de edificios y miradores en diversos lugares de la comarca, que se vio así convertida en prolongación del parque propiamente dicho.Son importantes las intervenciones en Babelsberg y Glienicke, además de las de Potsdam. En Glienicke, que cuenta con construcciones muy conseguidas de Schinkel y Persius, destaca más que la impronta de Lenné la de H. von Pückler-Muskau, su originalísimo rival. Las peculiaridades de las obras de Potsdam radican sobre todo en la autonomía que se confiere a recintos distintivos, aunque también se enfatice el sentido de totalidad mediante un conjunto muy entrelazado. Se crean jardines aparte y conjuntos muy personalizados como la Fasanerie, los Baños Romanos, el Charlottenhof, la Iglesia de la Paz, etc. Se buscan también una especie de diferenciaciones geográficas mediante el contraste entre tipos de vegetación nórdicos y mediterráneos, de modo que el mismo elemento vegetal se convierte en parte de un lenguaje artificioso al estilo de los grupos arquitectónicos pintorescos. Digamos que el sentido organicista propio de la jardinería paisajista se lleva a una expresión radical en estos conjuntos dignos de toda admiración.Las formas de hacer de la jardinería inglesa inauguraron ciertamente una relación muy especial con la arquitectura que se albergaba en los paisajes creados. El gusto por la irregularidad, por la variedad, por el encanto de lo interesante o de lo bizarro, va a persistir en otro grado en la arquitectura con destino utilitario en el Romanticismo. Las realizaciones de la nueva jardinería habían ganado una especial autonomía estética para los edificios arquitectónicos, no sólo desde el punto de vista de la libertad estilística, sino también por los particulares y matizados contrastes que se dieron entre las presencias arquitectónicas y la naturaleza circundante: la singularidad del ambiente propiciaba una comprensión y un disfrute del edificio en su grata artificiosidad, en su forma de ser ilusión para impresiones subjetivas.
contexto
En ámbitos geográfica y, sobre todo, culturalmente próximos, se comprueban hechos de gran importancia para lo que ahora nos interesa. En la civilización etrusca, el origen de la plástica mayor era generalmente atribuido a un paso dado en la fase orientalizante avanzada, en el último cuarto del siglo VII a. C., en centros muy activos como Vetulonia, donde pudo procederse por primera vez a "la ampliación a proporciones monumentales de los minúsculos objetos ornamentales"; es la hipótesis clásica que recojo en una expresión abreviada contenida en una prestigiosa obra de conjunto sobre la civilización etrusca dirigida por Mauro Cristofani. Sin embargo, los hallazgos y estudios más recientes invitan a replantear la cuestión. En Ceri, cerca de Cerveteri, se ha descubierto una tumba con la representación monumental en la roca de dos figuras masculinas, de estilo siríaco, que se fechan, con datos arqueológicos firmes, en el primer cuarto del siglo VII a. C. A resultas del hallazgo, G. Colonna pone en cuestión las propuestas clásicas sobre el origen de la estatuaria etrusca, y propone una revisión no sólo de las fechas, sino del punto de partida generalmente admitido, puesto que la realización de figuras tan monumentales no puede partir de los menudos modelos de las artes decorativas o suntuarias.El ejemplo de Ceri y el de otras manifestaciones igualmente monumentales en otros lugares, entre las que cabe recordar antiguas estelas orientalizantes de Felsina (Bolonia), como la de Malvasia Tortorelli -alcanza unos tres metros de altura, con una representación de un Árbol de la Vida flanqueado por cabras o gacelas rampantes-, demuestran la implantación en ciudades de vanguardia etruscas de un lenguaje artístico basado en un experimentado conocimiento del trabajo de la piedra, desde comienzos del siglo VII, fenómeno sólo explicable por la inmigración de artistas que, por el estilo de sus producciones, proceden seguramente del ámbito siríaco. En opinión de Colonna, esto no significaría otra cosa que aceptar un fenómeno paralelo, algo más antiguo, al que sucederá poco después, a mediados del siglo VII, con la emigración a Etruria del noble Demarato de Corinto acompañado de artesanos coroplastas, a cuya influencia se atribuye la preferencia de los etruscos por las esculturas de terracota y el estilo helenizante de la etapa que sucedió a las primeras creaciones en piedra, de gusto orientalizante. En España, la maduración de la civilización tartésica pudo dar lugar a fenómenos semejantes. Del mismo modo que se acepta, y está probada, la inmigración de artesanos orientales, a los que se atribuye la producción de los clásicos productos de oro, marfil o bronce, en los que es difícil o a menudo imposible deslindar qué cosas son importantes, cuáles de fabricación local de artistas inmigrados, o cuáles de talleres tartésicos adiestrados por los artesanos orientales; del mismo modo pudo ocurrir -decía- que la demanda cada vez más exigente de las elites ciudadanas de Tartessos propiciara la llegada de artistas capaces de realizar monumentos como el de Pozo Moro u otros similares, a los que deben corresponder, por ejemplo, los que componen la conocida fauna escultórica turdetana más antigua, de más claro sabor orientalizante. En estos testimonios de la más antigua plástica ibérica -o tartesoibérica, que viene a ser lo mismo- se barrunta la misma problemática que en la vigorosa producción en piedra de Ceri o de Bolonia. En los estudios sobre el sepulcro de Pozo Moro, de M. Almagro Gorbea y de otros autores, se subraya su carácter orientalizante y su proximidad a modelos sirohititas o neohititas, lo mismo que se dice de los leones turdetanos del tipo de Nueva Carteya o de Baena. También en las primeras esculturas etruscas se advierten estos nexos con el mundo siríaco y la inspiración en modelos neohititas. De modo que podríamos estar ante un fenómeno común a las dos grandes civilizaciones protohistóricas del Mediterráneo central y occidental, la etrusca y la tartésica, tan próximas, por lo demás, en no pocas facetas. Sobre esta base, cuya importancia y sentido último tendrá que perfilar la investigación en el inmediato futuro, la plástica mayor ibérica se consolida en el siglo VI a. C. paralelamente a la maduración por entonces de sus formas de vida urbanas. Ya se ha dicho que las excavaciones de los últimos años demuestran un importante desarrollo de los núcleos ciudadanos, que adquieren trazas urbanísticas y arquitectónicas acordes con su condición de centros urbanos. Ahora, siguiendo los pasos o los ritmos que se hacen genéricos en todo el Mediterráneo, precisamente por la fluida conexión que entre sus diversos ámbitos traen consigo las formas de vida del urbanismo desarrollado, se impone un lenguaje artístico de signo griego. Es obvio que, en ello, fue determinante la directa presencia de griegos en la Península con la colonización focense. A sus efectos directos atribuyó hace tiempo E. Langlotz una parte importante de la escultura ibérica, una línea seguida después, con lógicos matices, por A. Blanco y otros investigadores, cuyos estudios ponen de manifiesto el peso de la escultura focense o griega en general en la configuración y maduración de la ibérica. En el siglo V a. C., la escultura ibérica ha madurado al punto de producir sus más geniales y ambiciosas creaciones, de lo que constituye hasta lo hoy conocido el mejor testimonio el impresionante conjunto escultórico de Porcuna, la antigua Ipolca/Obulco. En las estatuas que lo componen pueden observarse tanto los débitos con aportes externos -como los de raíz grecofocense-, cuanto la realidad de un arte escultórico con elementos y sentido propios, entre ellos la caracterización de protagonistas tan definidos como los guerreros, en los que asoman modas y gustos asentados en la etapa orientalizante anterior. No obstante, la resolución de proyectos técnicamente tan complejos como la realización de grupos de hasta tres figuras esculpidas en el mismo bloque, según han puesto de relieve los estudios de I. Negueruela, obligan de nuevo a pensar en la acción o la influencia de talleres capaces de estas empresas difíciles y que, hasta lo que conocemos, no parece que se hubieran desarrollado por cuenta propia en el mundo ibérico. El estilo de las figuras, los criterios compositivos y obvias tendencias generales en las corrientes artísticas de más éxito en las culturas mediterráneas por estas fechas, obligan a mirar atentamente al mundo griego para explicar el conjunto obulconense y lo que su existencia significa. En resumen, la plástica mayor ibérica se configura con una base orientalizante y un fuerte componente griego, a lo que pueden agregarse factores derivados de otros influjos, sean etruscos, púnicos o de la España céltica. Su mejor etapa, frente hasta lo que hace algún tiempo se creía, se cubre con las primeras centurias, hasta el mismo siglo V a. C. Desde fines de éste, destrucciones y vacíos inician una etapa de atonía, en la que se produce un arte bastante repetitivo, de vigor y creatividad incomparables al de fases anteriores, para lo que, a grandes rasgos, puede servir de ilustración buena parte de las estatuas del Cerro de los Santos. En época helenística, de nuevo al calor de la creatividad de la época, se observan signos de recuperación, que enlazan con la época del dominio romano, cierre del proceso histórico del arte que nos ocupa.
contexto
Dentro de la sociedad asiria, uno de los grupos más importantes fue el constituido por el ejército. Se trataba de un estamento muy prestigiado, no en vano se entendía su actividad como relacionada con lo sagrado. La guerra era, según la concepción religiosa asiria, una lucha entre el bien y el mal, siendo preciso emplearse con extrema dureza, a fin de sojuzgar a los pueblos enemigo ejército asirio el brazo ejecutor del bien, esto es, del dios Assur. Mutilaciones, masacres, decapitaciones o cegueras sobre los enemigos capturados hacían del ejército asirio un enemigo muy temible, creando un arma psicológica de gran valor. El máximo jefe del ejército era el rey. Por debajo de él estaba el general en jefe o turtanu, quien mandaba sobre los qurbutu o cercanos, un cuerpo de elite que funcionaba como guardia personal del soberano. Otros cuerpos importantes eran los dajjali o inspectores, los soldados del rey o sabe sharri y el grueso del ejército, organizado en unidades como caballería, infantería, arqueros, marineros, intendentes, etc. La importancia del ejército y la guerra en la vida de los asirios queda reflejada en multitud de relieves en los palacios y las puertas de Balawat.
contexto
La formación de la polis y de la politeia corre en paralelo con la identificación de una chora como territorio de la ciudad, a pesar de las diferencias que pueda haber en la distribución de las parcelas. Su defensa implica a todos los miembros de la colectividad interesados en conservarla, dentro del proceso de ampliación y colonización interna de las diferentes comunidades que se constituyen como poleis. La actividad militar se convierte así en el eje en que confluyen los intereses económicos de los campesinos con los aristócratas que tienden a acumular tierras a costa de los primeros. El sinecismo unifica las tierras de los diferentes oikoi a escala política, integra las clientelas en la ciudad y crea una nueva clase dominante, la oligarquía formada por los sectores del demos que, en cada caso, han logrado acceder a las parcelas de la chora, el kleros, y han pasado por ello a convertirse en parte interesada en su defensa. Demos es, en definitiva, un término que alude originariamente al territorio objeto de distribución entre los miembros de la comunidad, dasmós. El sistema de la polis viene a ser una consolidación de tal comunidad, dentro del proceso conflictivo formado por la contraposición entre acumulación y resistencia. Esta nueva clase de propietarios, vieja como heredera de la comunidad campesina, es también la que forma el grueso del nuevo ejército hoplítico, la que también se llama, aludiendo a esa función, clase hoplítica. Pueden admitirse diferentes posturas, radicalmente contrapuestas o llenas de matizaciones, acerca de la prioridad del carácter militar o del carácter económico o social de los hoplitas. Por una parte, su papel en la defensa de la ciudad les confiere el peso suficiente para apoyar sus reivindicaciones en el plano político y en el disfrute de la tierra, garantizado institucionalmente, pero, por otra parte, sólo la preocupación por la defensa de un territorio propio, disfrutado de modo colectivo con todas las diferencias reales que se quiera, permite pensar en la existencia de un ejército como el ahora creado. Puede admitirse que los primeros armamentos pesados fueron proporcionados por los poderosos a sus clientes, en las formaciones más primitivas que puedan caracterizarse como hoplíticas. Sin embargo, la configuración del cuerpo cívico como ejército de combate requiere una participación libre y masiva. En el nuevo ejército, el soldado costea su propia armadura, pesada y cara, compuesta de lanza, casco, grebas o canilleras y, sobre todo, del escudo redondo que se sujeta al brazo izquierdo, con lo que el soldado se protege a si mismo y a su compañero, que a su vez protege al que le sigue por la izquierda. De este modo, el ejército actúa de modo compacto, sólida y solidariamente, sin que quepa ni la huida individual ni la hazaña personal. Los ejércitos sólo actúan en campo abierto, para proteger o para ocupar nuevos territorios cultivables. La guerra hoplítica es una guerra típicamente agraria, donde no importa la captura del prisionero ni la destrucción del enemigo, sino la ocupación y demarcación del territorio. Por eso el hoplita combate en falange, formación sólida sometida a reglas, a campos de batalla específicos y a alineaciones concretas, donde el lado izquierdo tiene que ser el protagonista de la acción, pues el flanco derecho no tiene escudos que lo protejan.
contexto
Es sólo durante el Imperio Nuevo cuando se establece en Egipto la existencia de un Ejército restable y regular, por lo que, con anterioridad, si el rey tenía necesidad de contar con tropas, debía solicitarlas a los nomarcas, quienes se encargaban de reclutar a los soldados. Las tropas regulares estaban en Nubia. Pero la expansión territorial egipcia motivaría la necesidad de crear un ejército regular y profesional. Sabemos que en el reinado de Horemheb el ejército estaba formado por dos cuerpos con guarniciones en el Delta y en el Alto Egipto. Ramses II dispuso de cuatro ejércitos bajo la protección de los cuatro grandes dioses egipcios. Los carros eran las armas más mortíferas de las tropas egipcias. Fueron introducidos por los hicsos y en cada uno de ellos, tirado por dos caballos, montaban un conductor y un guerrero. La infantería se organizaba en compañías de entre 200 y 250 hombres. Cada 20 compañías formaban una división. Los militares constituían una clase privilegiada dentro de la sociedad y eran relativamente adinerados, al participar en los botines de campaña y disfrutar de las donaciones de terrenos. Egipto también disponía de una poderosa marina de la que no tenemos mucha información. Cada barco era dirigido por un comandante; diferentes grupos de barcos eran dirigidos por oficiales superiores, mientras que el almirante en jefe era la máxima autoridad marítima, por debajo del rey.
contexto
El ejército regular en Egipto sólo se desarrolla desde el Imperio Nuevo. Si el rey tenía necesidad de reunir tropas debía solicitar ayuda a los nomarcas, quienes reclutaban a los soldados. Las tropas regulares estaban en Nubia. Pero la expansión territorial egipcia motivaría la necesidad de crear un ejército regular y profesional. Sabemos que en el reinado de Horemheb el ejército estaba formado por dos cuerpos con guarniciones en el Delta y en el Alto Egipto. Ramses II dispuso de cuatro ejércitos bajo la protección de los cuatro grandes dioses egipcios. Los carros eran las armas más mortíferas de las tropas egipcias. Fueron introducidos por los hicsos y en cada uno de ellos, tirado por dos caballos, montaban un conductor y un guerrero. La infantería se organizaba en compañías de entre 200 y 250 hombres. Cada 20 compañías formaban una división. Los militares constituían una clase privilegiada dentro de la sociedad y eran relativamente adinerados al participar en los botines de campaña y disfrutar de las donaciones de terrenos. Egipto también disponía de una poderosa marina de la que no tenemos mucha información. Cada barco era dirigido por un comandante; diferentes grupos de barcos eran dirigidos por oficiales superiores mientras que el almirante en jefe era la máxima autoridad marítima, por debajo del rey.