Educado en el seno de una familia cuáquera se especializa en el estudio de las Matemáticas, Zoología, Botánica y Filosofía natural. Imparte clases en el Colegio Nuevo de Manchester, donde acaba decantándose exclusivamente por el estudio de la química. Sus investigaciones sobre los fenómenos meteorológicos constituyen una de sus principales aportaciones. Durante los más de cincuenta años que se dedicó a esta materia llegó a miles de conclusiones sobre la climatología en Manchester, la región donde residía. De estos estudios concluyó que la lluvia no es provocada por el cambio de presión atmosférica, sino por la bajada de las temperaturas. En 1793 publica "Observaciones y ensayos meteorológicos" Otro de los aspectos que ocuparon sus horas de estudio fue el daltonismo, llegando a publicar "Extraordinay facts relatin to the vision of colours" un ensayo sobre esta deficiencia que él mismo padecía. Su aportación más importante al mundo de la ciencia moderna es su formulación de la teoría atómica, por la que sostiene que la materia se compone de átomos de distintas masas que combinadas unas con otras forman compuestos. En su publicación "Nuevo sistema de filosofía química" de 1808 aparece una relación de las masas atómicas de distintos elementos en relación con la masa del hidrógeno. Es además descubridor de la Ley de las presiones parciales, cuyo enunciado señala que "En una mezcla de gases que no actúan química o físicamente los unos sobre los otros, la presión de la mezcla es igual a la suma de las presiones parciales que ejercería cada uno de ellos si ocupara por sí solo el recipiente entero". En 1822 fue nombrado miembro de la Sociedad Real de Londres en 1822, y cuatro años después recibió la medalla de oro que concedía la Royal Society de Londres.
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Muchas veces se ha identificado a esta dama como Julia, la hija del emperador Tito. Sin embargo, el peinado nos indica que se trata de un retrato algo posterior ya que ese tipo de tocado de crinales estuvo en boga en esta época.
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<p>Buena parte de los especialistas consideran que los asuntos musicales pintados por Vermeer están relacionados con alusiones a la seducción, por lo que nos encontramos ante obras de clara intención moralizante. La joven que aquí contemplamos, elegantemente vestida y ataviada con un collar de perlas, aparece de pie, tocando el virginal y dirigiendo su mirada hacia el espectador. Como es habitual en los trabajos del maestro, la escena se desarrolla en un interior burgués, destacando el zócalo con azulejos de figuras y la bicromía del suelo, así como los amplios ventanales de la izquierda que permiten penetrar un amplio haz de luz que ilumina toda la estancia. En primer plano nos encontramos ante una silla tapizada en azul, elemento típico de la pintura de Vermeer que siempre ubica algún objeto cercano al espectador para enlazar -o alejar, según se considere- con sus figuras. En la pared encontramos dos cuadros que se consideran claves interpretativas del asunto: un paisaje con marco dorado y el Cupido de Cesar van Everdingen -presente también en Clase de música interrumpida-; el dios del amor sostiene en su mano izquierda una carta, inspirado en un grabado de Otto van Veen, uno de los maestros de Rubens. Se considera que esta alusión al amor estaría relacionada con el amor único del marido, mientras que el nombre del instrumento musical que toca la dama se vincularía con la virginidad, asunto que preocupaba especialmente a los moralistas de la época. El gesto risueño de Cupido podría aludir a la duda ante la virginidad de la muchacha, ironizando sobre uno de los temas fundamentales de la moral social de la época moderna. Técnicamente, nos encontramos con una obra de gran calidad al interesarse Vermeer por los tonos brillantes -azules, amarillos, blancos- que se resaltan gracias al empleo de una iluminación potente y clara, creando contrastes lumínicos que recuerdan a los caravaggistas de Utrecht, sin renunciar a la influencia de Rembrandt. Las calidades de las telas y de los diferentes objetos están representadas de manera acertada, a pesar de la sensación atmosférica que envuelve la estancia. El resultado es una obra de gran impacto visual, relacionada en el tema con la Mujer sentada tocando el virginal.</p>
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<p>La estrecha relación entre amor y música se convierte en el tema protagonista de este lienzo que Vermeer pintó en los años iniciales de la década de 1660, poco tiempo después de ser nombrado síndico del gremio de pintores de Delft en 1662. En esta obra parece alejarse temporalmente de los interiores burgueses para acercarnos una imagen de una clase social más elevada, tal y como indica la presencia del espejo al fondo o el pesado tapiz oriental que cubre la mesa de primer plano. Al igual que el Concierto, la escena se desarrolla en el fondo del espacio: una mujer de espaldas toca el virginal, contemplándose su rostro reflejado en el espejo donde observamos que mira hacia el lado derecho, donde esta el hombre, de perfil, vistiendo elegante traje oscuro con cuello y puños bordados en blanco, portando una daga y una banda como signos de su distinción social. En la zona de la izquierda se abren dos amplias ventanas por las que penetra la potente luz que ilumina la estancia, creando efectos de claroscuro en la línea de Caravaggio, aunque atenuados por el maestro de Delft. Una magnífica sensación atmosférica envuelve la habitación para difuminar los contornos pero sin atenuar las brillantes tonalidades de los trajes o de los objetos, especialmente el azul de la silla. En la tapa del virginal se puede leer una inscripción en letras capitales: "MVSICA LAETITIAE COMES MEDICINA DOLORUM" -"La música es la compañera del placer y medicina contra el dolor"-. Un jarro blanco que se deposita sobre la mesa podría aludir a otro de los vehículos empleados por los amantes para alcanzar sus conquistas: el vino. El cuadro que aparece en la derecha puede reconocerse como una "Caritas Romana", reforzando la interpretación alegórica. La disposición de los elementos en paralelo al espectador para aportar el efecto de perspectiva, acompañado por la bicromía en las baldosas, serán cuestiones habituales en la producción de Vermeer, apareciendo en primer plano algún objeto que hace de barrera ante el espectador, en este caso la mesa con el suntuoso tapiz. La aplicación del color se hace de manera "puntillista", repartiendo de forma chispeante la luz por toda la superficie pictórica, dentro de un estilo que conseguirá llamar la atención a los impresionistas como Renoir o Van Gogh.</p>
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<p>El tema de la seducción mediante el vino será frecuente en los cuadros pintados por Vermeer en la década de 1650. Las mujeres ebrias encarnaban el vicio, según los moralistas de la época, incluso algunos pedagogos, como Jacob Cats, animaban a prohibir a las damas que bebieran alcohol ya que consideraba que este vicio precedía irremediablemente a la prostitución. De esta manera, los cuadros de género aparentemente exentos de implicaciones morales se convierten en vehículos educativos para la sociedad holandesa del Barroco. Las figuras del caballero y la dama se sitúan en el centro de la estancia, cuyas baldosas de colores recuerdan las obras de Pieter de Hooch. La mujer se sienta en la zona derecha de la composición, vistiendo un elegante traje rojizo, con una pañoleta blanca cubriendo su cabello. El hombre está de pie, cubierto con un amplio sombrero y una capa grisácea, sosteniendo en su mano derecha el jarro de vino que acaba de servir a su próxima conquista, aludiendo así al poder del vino como arma de seducción. La jarra se convierte en el centro de la escena ya que se trata del elemento fundamental en ella. La mujer ha llevado la copa de vino a su boca y el hombre mira con satisfacción el resultado de su "conquista". En primer plano encontramos una silla girada en tres cuartos, donde podemos observar un laúd mientras en la mesa hallamos las partituras. Con ambos elementos se hace referencia a otra de las armas de seducción, la música. Una de las ventanas de la estancia está cerrada pero en la que se abre podemos observar una rica vidriera donde se reconoce la figura de la Templanza, una de las virtudes cardinales, que presenta sus habituales atributos: la escuadra que simboliza el obrar recto y la brida que expresa la represión de los afectos. Al situarse la vidriera en el eje visual de la mujer, algunos expertos interpretan que sería una alusión al ideal que ella debe seguir y del que no se debe apartar a pesar de las provocaciones. La aplicación de la luz envuelve la escena y resalta las tonalidades de las telas, creando una magnífica sensación atmosférica. La aplicación del color se realiza de manera "puntillista", repartiendo de forma chispeante la luz por toda la superficie pictórica.</p>