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Parte de la teología que analiza la persona y la obra de Jesús, basándose en los hechos que relata la Biblia. Esta rama, nacida en Alemania en el siglo XIX, se centra en su divinidad, encarnación, sacrificio, sus enseñanzas y su relación con Dios y con el hombre, entre otros puntos.
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Criterio "científico" e historiográfico de Cieza Cuando aún no había nacido en el quehacer del historiador lo que hoy se llama crítica histórica, compulsa de datos y de fuentes, de un modo intuitivo Cieza ya aplica la discreción de no creérselo todo, sino que usa dos sistemas: a) el de decir que hay varias versiones, contradictorias a veces, y b) su buen sentido crítico, y sobre todo, la comprobación personal. Así visita Huanacauri, y cuando oye que el milagro de Viracocha se atribuye a San Bartolomé, como anotamos en el lugar correspondiente, y que hay una estatua que puede ser la de un apóstol, no se fía y al pasar por Cacha (Rajchi) en 1549, llega hasta el Santuario y ve -- si mis ojos no están ciegos -- que no hay tal, que es un indio con su llautu lo que representa la escultura. Si el lector guarda atención al relato que hace Cieza de los hechos, características de las conquistas, benevolencia de los sucesivos Incas etc., irá notando que es la repetición de un cliché prefabricado, que le ofrecen sus informantes, pero pese a ello --con la sospecha de la simultaneidad posible o alternativa de los Hanan y los Hurin Coscos-- quedan dos cosas patentes en la obra presente: a) el esqueleto histórico, cierto, del progresivo ensanchamiento del territorio sometido a Cuzco, b) la regularización de esta historia, en lo que concierne al modus operandi de los soberanos o señores Yngas Yupaques, elaborado sabiamente por historiadores aúlicos. Queda, sin embargo, en el aire --tema aún no resuelto-- la información que le daban constaba o no en unos res gestae, los quipus, o simplemente había sido grabada en la memoria, repetida en las escuelas, hasta el hastío, por los encargados de transmitir las glorias de los Inkas. Quede terminantemente expresado no sólo que Cieza es el príncipe de los cronistas del Perú, por su primacía en el tiempo, sino también porque es el arquitecto que traza la estructura histórica que todos los demás seguirán en el futuro. Manuel Ballesteros Gaibrois
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CRITERIO EDITORIAL Por la razón expresada en las últimas líneas precedentes, esta Colección que ahora se inicia ha creído necesario realizar una edición cuidada del texto de Cieza, conservando los términos geográficos, topónimos, las palabras indígenas, etc., tal como Cieza las escribió, aclarando en nota aquello que pueda ilustrar al lector. No nos hemos propuesto, sin embargo, hacer lo que se llama científicamente una "edición crítica", en que se comparen los datos proporcionados por Cieza con los de otras fuentes, pues nuestro intento es brindar la obra, con las mayores aclaraciones posibles, a un público lector culto, que pueda comprender, sin pesada erudición de autores y criterios que no tiene por qué conocer, la valía e información de lo que compusiera, en su ajetreado y lúcido escribir, el gran Príncipe de los cronistas del Perú. Acompañamos una bibliografía que no es exhaustiva de todo lo que se ha escrito (en libros o artículos eruditos) sobre la obra de Cieza, sino de las obras que se han ido citando en esta introducción y de las notas al texto de Cieza. Para no alargarlas con la repetición de los títulos de cada libro, en las notas se indica solamente el autor, la fecha de impresión y la página en que se encuentra la cita. * * * Con ilusión, no con vanidad de trabajo, esperamos con esta edición haber contribuido a afirmar una vez más la fama y gloria de un hombre del siglo XVI, que en medio de mil dificultades compuso una obra única y magnífica. Manuel Ballesteros Gaibrois Navas de Riofrío (Segovia) Verano de 1984
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El cambio vino de la mano de la radiactividad y del descubrimiento de Pierre Curie de que las sales de radio emitían calor. De esta forma se descubrió la nueva fuente de calor que permitía alargar la edad de la Tierra. Así se llegó a la datación de las rocas más antiguas de la tierra que, en la actualidad, basándose en la descomposición del plomo, las sitúa en más de 3.800 millones de años, atribuyéndose a nuestro planeta una fecha de más de 4.500 millones de años. El descubrimiento de la radiactividad permitió también su aplicación en la propia datación directa de los eventos geológicos, convirtiéndose a lo largo del siglo XX en una de las bases fundamentales de la cronología del Cuaternario. El estudio de la descomposición del uranio permitió obtener dataciones de costras estalagmíticas, mientras que el carbono catorce sirvió para obtener precisas cronologías de los últimos 50.000 anos. La cronología del Cuaternario se estableció en primer lugar atendiendo a los cambios de fauna, representados por el nivel Villafranquiense para la fauna terrestre, y por el Calabriense para la marina. Aunque en la actualidad ambos pisos geológicos no se definen de la misma forma que anteriormente, se sigue, sin embargo, utilizando esta terminología para marcar el límite inferior del Cuaternario, habiéndosele propuesto una fecha convencional de 1,8-2 millones de años para el inicio del mismo. Las evidencias en la evolución de las faunas también hicieron necesario dividir el pleistoceno en varios períodos, denominándolos Pleistoceno Inferior, Medio y Superior. Su longitud no es igual, aunque en un principio se relacionó con los distintos eventos glaciares. Así, el Pleistoceno Inferior estaría relacionado con la glaciación Donau (que incluiría las evidencias glaciares pre-Günz), el Pleistoceno Medio con las de Günz, Mindel y Riss, y el Pleistoceno Superior estaría ocupado en su integridad por la última glaciación o Würm. Como hemos ido presentando, el concepto de Cuaternario fue poco a poco cargándose de contenido, tanto en términos geológicos como paleontológicos. Tradicionalmente fueron dos los criterios principales en que se basó su distinción. Por un lado, la presencia de los glaciares marcó la separación entre un Terciario, caracterizado por un clima templado, y un Cuaternario frío. Otro criterio fue la propia presencia del ser humano como algo especifico del Cuaternario desde un punto de vista biológico. Estos distintos criterios fueron delimitándose y depurando, de forma que en la actualidad ambos se han matizado y en cierto modo abandonado. Como se ve en el capitulo dedicado a la antropología física, en la actualidad el origen de los homínidos se sitúa en Africa, fuera del limite de los 1,8 millones de años, aunque esa fecha se acerca bastante a la atribuida a los primeros restos de Homo erectus. Sin embargo, los principales restos de homínidos de los tipos Australopitecus y Homo hábilis (estos últimos con las primeras evidencias culturales) son anteriores a este límite. La necesidad de establecer una mejor seriación de los eventos climáticos provocó por parte de los geólogos la búsqueda de mejores marcadores del clima que los efectos de los glaciares. Los sondeos de los fondos marinos fueron el instrumento ideal para establecer esta seriación. En los fondos marinos se depositan constantemente los restos de los foraminíferos y otros seres vivos microscópicos que forman el plancton. Al acaecer su muerte, su esqueleto desciende, depositándose en el fondo del mar. Mientras que la superficie de los continentes se encuentra afectada por todo tipo de acciones climáticas cuyos mecanismos son en muchos casos enormemente destructivos, los fondos oceánicos, especialmente las cuencas oceánicas, son relativamente tranquilos. Por esto se puede asumir una tasa de depósitos constante, producto de esta lluvia de esqueletos de foraminíferos. La presencia de los restos de estos pequeños animales permite varios tipos de análisis. Por un lado, se puede estudiar qué tipos de faunas están representadas. Como casi todas las especies animales su distribución se basa en sus preferencias ecológicas, por lo que los cambios globales del clima se reflejarán en la presencia o ausencia de determinadas especies. El estudio de los sondeos a lo largo de las cuencas oceánicas de Sur a Norte permite observar cómo las faunas de tipo polar, subpolar, transicional o subtropical suben o bajan según sea la climatología local. Durante las épocas glaciares las faunas polares descienden en latitud, pudiéndose encontrar en zonas más al sur de su distribución habitual, comprimiéndose la zona de las faunas subpolares o transicionales. A la inversa, durante los períodos interglaciares las faunas subtropicales suben hacia el norte. Así el estudio de los distintos tipos de faunas presentes permite caracterizar los cambios climáticos.
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Entre los diversos criterios en los que se basan las teorías de la evolución humana, destacan tres básicos: el bipedismo, el pulgar oponible de los miembros anteriores y una capacidad craneana mayor. El factor primordial del bipedismo se encuentra en algún momento del pasado, en el cual una especie se atrevió a descender del árbol, adentrándose en la sabana llena de peligros y depredadores. En ese momento el proceso de la evolución se aceleró, desarrollándose anatómicamente un homínido. Las características que se observan en los restos óseos para el bipedismo se encuentran en los retos postcraneales y en la posición basal en el cráneo del foramen magnum, orificio por el cual la médula espinal se une al cerebelo. El bipedismo libera las extremidades anteriores que se transforman poco a poco en manos con el pulgar oponible, capaces de sostener con mayor éxito instrumentos con los que defenderse en un medio hostil. La etología de ciertos primates actuales muestra, como en el caso del chimpancé, que son capaces de asir palos, piedras y ramas como manifestaciones de una protocultura, aunque no ha podido progresar como hizo la rama de los homínidos que ha llegado a dominar todo el orbe. De hecho mantenemos una serie de pautas que son básicas en nuestra familia. Si en general los mamíferos son seres curiosos, el hombre es el que más destaca por ello. La herramienta, o mejor la fabricación de útiles, es una de las claves del éxito e implica un desarrollo cerebral mayor por el cual el hombre está capacitado para obtener los medios necesarios para llevar a buen fin la supervivencia. Las pautas que presentan los restos óseos craneales se delimitan en tres secciones: la mandíbula, la cara y la bóveda craneal. Generalmente las piezas dentarias son las más importantes, ya que son las piezas más abundantes, subdividiéndose en incisivos, caninos, premolares y molares. La mandíbula además de la dentición y de la arcada dental que comparte con el maxilar superior, implica también la evolución del mentón (barbilla), prominente en el hombre moderno. El rostro se divide en numerosos huesos, entre los cuales destaca la forma de las órbitas oculares, la evolución de los arcos cigomáticos (pómulos) y la evolución general de la cara respecto al cráneo. La bóveda craneal ofrece varios caracteres, la altura de la misma, evolución de la frente, la localización del foramen magnum, y la capacidad expresada en centímetros cúbicos. La capacidad craneal máxima se estima en los monos antropoides en 400 centímetros cúbicos. De ahí que el descubrimiento de un cráneo infantil en Taungs, con una capacidad de 450 centímetros cúbicos, se asimilara a unos homínidos en la cadena que lleva a la hominización, ya que siendo un resto infantil sobrepasa la capacidad de los simios más desarrollados. Con este descubrimiento comenzó la andadura en 1924 de lo que conocemos como Australopithecus africanus (mono de Africa del Sur), debido a Raymond Dart. Poco después, F. Broom descubriría los restos de más australopitecos en una cantera próxima y cuyos rasgos se asimilarían a un individuo de mayor envergadura, que recibió por ello la denominación de Australopithecus robustus, por oposición al anterior al que se le denomina Australopithecus africanus o gracilis, según los autores. Después de años de trabajo en el yacimiento de Olduvai, en Africa oriental, Louis Leakey encontraría en los años sesenta un individuo infantil en tobas volcánicas al borde de lo que debió ser un lago. Este resto se asimilaría a un individuo robusto como el descubierto por Broom en Africa del Sur. Desde este momento Africa oriental se convirtió en el foco central de la investigación, confirmando la cuna africana de la humanidad. Africa oriental por las especiales condiciones de una actividad tectónica única permitió, y permite, el poder datar los restos de homínidos por medio de sistemas de datación absoluta sobre las cenizas volcánicas que los contienen, fundamentalmente por medio del potasio Argón (K/Ar). En la actualidad, además, el progreso de estos métodos de datación radiométrica, el tamaño de las muestras se ha reducido y al mismo tiempo se obtienen edades más depuradas.
Personaje
Político
Uno de los políticos atenienses que integraban el grupo de los Treinta Tiranos era Critias. Su filoespartismo le sirvió para participar en el gobierno impuesto en Atenas, tras la Guerra del Peloponeso, por Esparta. Platón nos lo presenta como miembro del círculo de Sócrates, donde pudo desarrollar su política antidemocrática.
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La heterodoxia en el terreno religioso constituyó también un aspecto de la crisis de la conciencia europea de la segunda mitad del siglo XVII. A los místicos de la primera mitad del siglo les sucedieron los antimísticos, cartesianos y mecanicistas; a los defensores de las creencias tradicionales y a los que discutían inútil y a veces sangrientamente por motivos religioso-dogmáticos se les opusieron los escépticos, los irreligiosos o los que defendían una religión que fuera sencilla, útil y práctica; y, finalmente, si en el terreno científico se había puesto en duda o se había negado la autoridad de los clásicos, en la esfera religiosa se puso en entredicho la de las Sagradas Escrituras. Precedentes de estas corrientes existían ya a comienzos del siglo. Se trataba de los denominados libertinos, pero como se verá luego, las grandes dudas que conmoverán los cimientos de la religión tradicional aflorarán con verdadera fuerza a finales del siglo, anunciando de ese modo un siglo XVIII librepensador en el más amplio sentido del término. Las controversias en el mundo protestante entre gomaristas y arminianos, y en el mundo católico entre teólogos ortodoxos y jansenistas, además del desolador panorama bélico, que entre 1618 y 1648 asoló Europa en nombre de Cristo y de la religión, empujaron a muchos hombres al alejamiento de la religión y, a veces, a la pérdida del respeto por ella. Muchos acabaron por dudar de que existiese una verdad religiosa (fuese única o diversa), y empezó a extenderse la idea de que la religión era algo funesto y nefasto. Por último, el desarrollo de la violencia social, la relajación de las costumbres y el crecimiento del sensualismo terminaron por favorecer un clima de crisis en las conciencias religiosas y un triunfo de aquellos que proclamaban la necesidad de prescindir de la religión. Aunque el pensamiento libertino estaba poco cohesionado y era muy variado en su formulación, entre esas personas o grupos a los que nos referíamos se encontraban aquellas que, unidas bajo la denominación de libertinos, se caracterizaban en común por rechazar en la teoría y en la práctica el Cristianismo, los dogmas y la moral de las Iglesias y por practicar ya el libertinaje de las costumbres, ya la libertad y la total independencia de pensamiento, adoptando, de esa manera, una vida cuya concepción respondía a los principios del paganismo grecorromano. Precisamente, para fundamentar sus posiciones acudieron a los clásicos de la Antigüedad, Epicuro y Séneca, fundamentalmente. El movimiento escéptico produjo un alejamiento de la gente con relación al racionalismo cristiano. Éste afirmaba que la existencia de Dios era demostrable por la razón y que de los hechos históricos se puede probar la divinidad de Cristo. Los libertinos escépticos (como La Mothe le Vayer, 1588-1672) proclamaban lo contrario, hasta llegar al ateísmo y a la imposibilidad de toda fe; negando igualmente el valor de la vida, del conocimiento y del mundo; considerando, por derivación de un pensamiento pesimista, que todo ello no es más que una farsa perpetua, una fábula, un cuento, una necedad. Por su parte, Pierre Gassendi (1592-1655), que escribió una Apología de Epicuro (1634), restauró el materialismo epicúreo al afirmar que todos los cuerpos están compuestos de átomos en movimiento, mientras que el alma es una especie de soplo, un conjunto de átomos minúsculos esparcidos por todo el cuerpo y sensible a las afecciones de éste. Y como Epicuro, también Gassendi sostiene que cuando el cuerpo se disuelve, el alma se disipa y, a partir de ese momento, ya no hay cuerpo, ni sensaciones ni sentimientos. El hombre muere y lo hace en su totalidad. De este materialismo escéptico se derivaron otras muchas consecuencias: la imposibilidad del conocimiento, pues las verdades que nos permiten conocer los sentidos son sólo relativas; y la negación del valor de los estudios sobre la existencia de Dios o de las especulaciones sobre la naturaleza del ser. La desconfianza y la crítica se extendieron también al campo de los hechos y las fuentes históricas y Gabriel Naudé fue su mejor exponente. En la interpretación de los hechos históricos, redujo todo a los lazos naturales de causa y efecto y procuró desenterrar patrañas y falsedades, denunciándolos en su obra Apología para los grandes hombres (1625). Al libertinaje en el pensamiento se unió también el libertinaje en las costumbres, sobre todo en Francia, entre los años veinte y cuarenta del siglo y, especialmente, en los ambientes urbanos y selectos, donde se consideraba a la religión y a Dios como un engaño y una estafa y donde se proclamaba el derecho al placer de triunfar sobre el rigor de la norma y sobre la norma misma y, por consecuencia, el derecho a no creer y a defenderlo activamente. La Biblia tampoco poseía el valor que históricamente le habían otorgado las Iglesias. El ataque procedía de la aplicación del racionalismo cartesiano a la erudición. En ese sentido, Spinoza en su Tratado teológico-político escribía que la razón demostraba la impotencia y la ineficacia de la religión para transformar al hombre o para resolver sus problemas respecto a Dios o al alma, lo cual hacía necesario eliminar las creencias tradicionales, pues, ¿qué diferencias existían entre un judío, un cristiano, un turco y un pagano? La religión había dejado de ser un acto interior para convertirse en un culto exterior de prácticas automatizadas. El espíritu crítico hacia estas formas de religiosidad no existía dada la obediencia que, en nombre de la Sagrada Escritura como obra de inspiración divina, imponían los sacerdotes. Pero para Spinoza, la Biblia está llena de errores y contradicciones, sus libros están exentos de autenticidad y presentan un valor documental desigual. Todo ello le hace concluir que sólo la razón y la reflexión personal permiten acceder al conocimiento de Dios y, por Él, a la salvación. A la crítica de Spinoza se sumó la de un sacerdote católico, Richard Simon (1638-1712), miembro del Oratorio, aunque de espíritu cartesiano y spinozista. En su Historia crítica del Antiguo Testamento (1678) sostiene que no puede considerarse a la Biblia como la palabra de Dios directamente inspirada, consignada por escrito y transmitida en su estado original. Realizando un estudio filológico, lingüístico, gramatical e histórico de los libros sagrados, llega a la conclusión de que algunos de ellos, como el Deuteronomio, contiene muchas repeticiones, es incoherente, está compuesto en diversas épocas y por distintas manos. Así pues, no es posible aceptar el dogma y la práctica católica como deducidas de la Biblia y amparadas en ella. Esta lucha entre racionalistas y religionarios se extendió durante toda la segunda mitad del siglo XVII. Unos pensadores habían puesto en tela de juicio la autoridad de la Sagrada Escritura, y otros, como Pierre Bayle, atacaron directamente las creencias religiosas tradicionales. Concretamente, entre 1682 y 1694 publicó sus Lettres et pensées sur la cométe, unas reflexiones sobre el cometa estudiado por Halley en 1682. Aprovechó la obra para demostrar que la vieja superstición pagana sobre la aparición de los cometas como un presagio de calamidades y acontecimientos funestos (asesinato de reyes, terremotos, pestes, hambres, guerras) era absolutamente infundada, aunque existiese un consentimiento generalizado y universal (invocado en otras ocasiones para probar la existencia de Dios), pues no había que confundir una concomitancia con una relación de causa a efecto. Nunca la aparición de un cometa podía constituir un milagro. La creencia en ellos es un efecto del orgullo humano y esperarlo constituye una actitud idolátrica. En su Dictionnaire (1692), Bayle continuó los ataques a la religión revelada, denunciando los errores y las falsificaciones de la tradición, defendió el uso de la razón como el único medio de llegar al conocimiento de Dios, proclamó la necesidad de contar con una moral natural separada de toda metafísica y sugirió la práctica de la tolerancia como el recurso contra todo dogmatismo. La puerta de entrada para los librepensadores del siglo XVIII estaba abierta.
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Durante muchos años las teorías de Hamilton sobre la revolución de los precios gozó de un gran predicamento en la historiografía sobre los siglos XVI y XVII, sirviendo de modelo de análisis coyuntural. Este prestigio no se ha diluido del todo en nuestros días, pero las críticas formuladas contra ella obligan a una reconsideración del tema desde nuevas perspectivas. En primer lugar, es necesario reflexionar sobre el núcleo de la tesis, que sitúa la causa de la inflación en el impacto de la circulación del metal precioso americano. El ascenso de los precios en la Europa del XVI constituye un hecho probado, y su relación con la dilatación del stock monetario no parece en principio ilógica. Pero es muy posible que el carácter inflacionista de la coyuntura respondiera no sólo a causas exógenas, sino principalmente a causas endógenas. En efecto, la explicación del fenómeno puede encontrarse dentro de la propia Europa. El aumento de la demanda originado por el crecimiento poblacional no vino acompañado de un aumento paralelo de la producción. Esta situación se reflejó necesariamente en el mercado a través de una tensión inflacionista de los precios. Pierre Vilar entiende que "otros factores, además de los metales (...), pudieron hacer subir los precios en Europa sin que sea obligado explicar el aumento por el oro de América", y apunta que la segunda mitad del siglo XV "había conocido profundos cambios demográficos, agrícolas, técnicos, mineros, comerciales, financieros y políticos, sin duda más importantes para el porvenir que las modestas llegadas de oro a Lisboa y a Sevilla hasta 1530-1540". No desestima este autor, sin embargo, que el tesoro americano y africano provocara un aumento de los precios generales. En segundo lugar, la tesis de Hamilton presenta flancos débiles desde el punto de vista metodológico. La hipótesis de que las cantidades de metal registrado en la Casa de Contratación sevillana se corresponden exactamente con las que realmente entraron en Europa procedentes de América deja a un lado los efectos del fenómeno del fraude, que no hay que despreciar, a pesar de que no alcanzó las proporciones que luego revestiría en el siglo XVII. No todo el oro ni toda la plata que llegaron fueron reglamentariamente declarados, entre otras razones para evitar los impuestos reales a que se hallaban sujetos. Tampoco cabe suponer que todo el metal remitido a la metrópoli se amonedó y circuló. Una parte considerable se tesaurizó o se empleó para usos extraeconómicos, generalmente de carácter suntuario. Gracias a ello aún hoy podemos admirar excelentes piezas de arte -generalmente sacro- labradas en magnífica plata americana. Las series de precios y salarios confeccionadas por Hamilton han sido también objeto de serias críticas. Se trata, normalmente, de precios urbanos y no de precios agrarios. Las variaciones entre unos y otros alcanzaban apreciables proporciones, entre otras razones por la atomización y desintegración de los mercados. Hamilton utilizó para establecer la evolución de los precios sevillanos la contabilidad de un hospital. Cabe suponer que este tipo de instituciones compraban a precios contratados, diferentes de los precios libres de mercado. Por su lado, la evolución de los salarios se estableció básicamente en función de los jornales de los albañiles de Valencia, única fuente que el autor de "El tesoro americano" pudo allegar para cumplir su propósito. Se ha criticado la parcialidad de esta serie de salarios y, por tanto, su utilización como representativa de la realidad global del país. Pero una de las críticas más severas formuladas contra la tesis de Hamilton radica en la impugnación del sistema de representación gráfica de las variables que utilizó, que puede hacer errar el análisis derivado de su lectura. En efecto, Hamilton utilizó curvas aritméticas, sistema menos refinado que el de representación mediante ordenadas logarítmicas, debido a que encubre los cambios de pequeño rango y a que no permite una correcta lectura de las variaciones proporcionales de los datos representados. De esta forma, pongamos como ejemplo, el trazo que media entre un valor 50 y otro 75 será mucho más destacado que el que media entre un valor 2 y otro 4, a pesar de que el incremento proporcional es mayor en este último supuesto. De hecho, la operación efectuada por J. Nadal de trasladar los propios datos de Hamilton a un gráfico semilogarítmico arroja unos resultados diferentes a los expuestos por este último autor. La curva de los precios así representada evidencia que éstos crecieron proporcionalmente más en la primera que en la segunda mitad de la centuria, es decir, cuando menos metal precioso llegaba a España. La cronología de la revolución de los precios defendida por Hamilton (crecimiento moderado en la primera mitad del siglo XVI, fase culminante en su segunda mitad, estancamiento a comienzos del siglo XVII) puede así perder sentido, y ello sin necesidad de poner en duda la veracidad de los datos ofrecidos por el historiador americano. Como puede advertirse no se trata de una simple cuestión cronológica: la crítica afecta al núcleo mismo de la teoría que da sustento a la tesis de Hamilton, al poner en tela de juicio la relación mecánica entre metal precioso circulante y nivel de precios. En todo caso, la crítica de Nadal pierde parte de su contundencia si se acepta que el oro y la plata americanos, a pesar de llegar en menores cantidades, circularon más en España durante la primera que durante la segunda mitad del siglo XVI, habida cuenta que en este último período la participación extranjera en el comercio de Indias creció notablemente y que, paralelamente, también aumentó la transferencia de metal a Europa sin circular dentro de la propia España y, por tanto, sin afectar directamente a su economía. Sin descartar la importancia del hecho monetario en el comportamiento de los precios, las críticas vertidas contra la obra de Hamilton tienen el valor de advertir contra los excesos de la teoría cuantitativa de la moneda y el de abrir nuevas perspectivas de cara a profundizar en el conocimiento de la coyuntura económica europea del siglo XVI.
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Críticas concretas Veamos, pues, las críticas concretas sobre La Florida del Inca. Silvestre se equivocó respecto del lugar de nacimiento de Soto, pero henos aquí que existen documentos antiguos que indican que pudo haber nacido en Badajoz, y además partieron de Barcarrota varios expedicionarios y entre ellos precisamente el hijo de Soto. Se trata, entonces, de un error comprensible y hasta cierto punto justificado117. Respecto de los otros expedicionarios, resulta impresionante constatar que Silvestre se acordó de los nombres de 121 de ellos, en contraste con sólo 69 recordados conjuntamente por el Hidalgo de Elvas, Hernández de Biedma y Ranjel. De esos 121 nombres, se ha podido comprobar mediante el registro de la Casa de Contratación y otras fuentes que acertó plenamente en 85. Las otras 36 identificaciones son dudosas o sólo parciales, pues el registro recoge el lugar de donde era vecino el expedicionario, mientras que Garcilaso solía ofrecer el dato de su lugar natal; en algunos casos difiere el nombre de pila, donde coinciden apellidos y lugares de procedencia118. Hay que tener en cuenta también que muchos nombres no se recogieron en el registro de la expedición porque se trataba de personas directamente vinculadas a la casa del Adelentado, su familia y sus criados, el jefe de la guardia capitán Spínola, o porque eran oficiales reales y como tales no se registraban --como el factor Hernández de Biedma-, o porque eran personas destinadas a ser regidores de futuras ciudades-, como por ejemplo Álvaro de Sanjurge, y Diego Amusco de Tapia. Tampoco aparecen en el registro Francisco Ginovés ni Falco Herrado, pero su presencia está comprobada por otras fuentes. El error de llamar al Guzmán que se quedó con los indios Diego en vez de Francisco -con el detalle de que Carmona contó la misma historia pero acertando el nombre, comprobado por el Catálogo de pasajeros de Indias y por el Hidalgo de Elvas, y que Garcilaso prefirió dar mayor crédito a Silvestre- es en verdad un error mínimo, sobre todo al saber que el padre de Francisco Guzmán se llamaba precisamente Diego. Otro caso similar es el de un hombre cuyo apellido recordaba Silvestre con dificultad, dudando si era Francisco de Aguilera o Francisco de Aguilar, pero diciendo que era de Badajoz119. De hecho, según el registro, hubo un Francisco de Aguilera, de Castilla, y otro, de Salvatierra, actualmente de la provincia de Badajoz. En resumen, los aciertos totales predominan mientras que los errores son, o bien sólo parciales, o justificados, demostrando en todo momento una prodigiosa capacidad y voluntad de informar correctamente120. En cuanto al número de expedicionarios que se embarcaron en Sanlúcar para la Florida, la verdad es que los otros documentos y crónicas que se refieren a este punto tampoco coinciden, por lo que resulta difícil y arriesgado hacer afirmaciones tajantes sobre este punto121. Asimismo, la tan criticada escasez de datos cronológicos y topográficos en realidad no lo es tanto, pues resulta verdaderamente impresionante que, además de recordar la progresión cronológica de los acontecimientos a grandes rasgos, con la indicación del año y estación, Silvestre logró fijar bastantes fechas, mencionando el 30 de mayo, el 1 de junio, el 11 de agosto, el 17 de agosto, el 10, el 15 y el 23 de septiembre, y el 1 y el 26 de octubre del año 1539; el 3, 11, 21 y 24 de marzo, el 4, 10 y 11 de abril, el 3 de mayo, el 5 de junio, el 2, 5 y 27 de julio, el 30 de agosto, el 18 de septiembre, el 8 y el 18 de octubre, el 18 de noviembre, y el 17 de diciembre de 1540; el 25 de abril, el 19 de junio, el 29 de julio, y el 4 de agosto de 1541; el 6 y el 29 de marzo, el 17 de abril, el 5 y el 20 de junio de 1542; el 2 de julio y el 10 de septiembre de 1543. Como no se tiene conocimiento de otras fuentes que puedan corroborar o contradecir estas fechas, lo razonable es suponer que Silvestre las dio cuando realmente tenía la convicción de estar en lo cierto, manteniendo el silencio cuando no las recordaba. Esto tampoco quiere decir que no cabe la posibilidad de errores, como ya hemos visto en lo referente a los nombres de sus compañeros, pero de la intención de dar la relación verídica no cabe ya dudar. Por otra parte, los datos que dio Silvestre sobre distancias, direcciones de marcha y de flujo de los ríos, tipos de suelo, accidentes topográficos, vegetación y topónimos indígenas son confusos, complejos, o insuficientes en muchos casos. Ya lo dijo Garcilaso: En este rumbo, y en todos los demás que en esta historia se dijesen, es de advertir que no se tomen precisamente para culparme si otra cosa pareciese después cuando aquella tierra se ganase, siendo Dios servido que, aunque hice todas las diligencias necesarias para poderlos escribir con certidumbre, no me fue posible alcanzarla porque, como el primer intento que estos castellanos llevaban era conquistar aquella tierra y buscar oro y plata, no atendían a otra cosa122; y hemos dicho la derrota que el ejército tomaba cuando salía de unas provincias para ir a otras, no ha sido con la demostración de los grados de cada provincia, ni con señalar derechamente el rumbo que los nuestros tomaban porque, como ya en otra parte he dicho, aunque lo procuré saber, no me fue posible, porque quien me daba la relación, por no ser cosmógrafo ni marinero, no lo sabía, y el ejército no llevaba instrumentos para tomar la altura, ni había quien lo procurase ni mirase en ello# Por lo cual se me perdonará esta falta con otras muchas que esta mi obra lleva, que yo holgara que no hubiera de qué pedir perdón123. Así y todo, aún se ha podido establecer a grandes rasgos la ruta que siguió esta magna expedición, y en cuanto a los topónimos indígenas, un crítico refiriéndose a un apellido vasco equivocado dijo no es pecado# equivocarse en vascuence124, y se podría añadir que tampoco lo es equivocarse en otras lenguas enteramente extrañas. Las diferencias que ya hemos advertido entre las versiones de nombres propios indígenas según Silvestre-Garcilaso, el Hidalgo de Elvas, Hernández de Biedma y el Ranjel125, antes que para criticar la inexactitud o confusión de La Florida, sirven para confirmar la pronunciación aproximada de muchos nombres, pues las distintas versiones, aun sin tener en cuenta errores de transcripción e imprenta, se asemejan lo suficiente como para asegurar que se trataba de los mismos lugares, conclusión confirmada por los sucesos ocurridos en cada uno de ellos. Sobre algunos de los datos más pintorescos de la narración, aparte de los que, según Garcilaso, fueron confirmados por Coles o Carmona, se puede añadir que la historia de Juan Ortiz126 viene corroborada en sus elementos fundamentales por el Hidalgo de Elvas, Biedma y Ranjel, aunque estos dan menos detalles y varían las palabras pronunciadas por Ortiz para salvar su vida. Asimismo, la batalla naval que ocurrió en Cuba poco antes de llegar la armada de Soto ha sido comprobada por otras fuentes documentales127, al igual que la noticia de que el paje Diego Muñoz y Hernando de Vintimilla permanecieron diez años como prisioneros entre los indios floridanos y fueron rescatados por la expedición que llevó a fray Luis de Cáncer128. De las posibles exageraciones que se han señalado en la obra, la incertidumbre que ya apuntamos respecto del número de expedicionarios se acrecienta en cuanto se toca el tema de las cifras de indios muertos en batalla contra los españoles. Es interesante en el caso de la batalla de Mauvilla que Silvestre precisó que de las más de 11.000 muertes, más de 3.500, y la mayoría de mujeres, fueron causadas por las quemaduras y la asfixia por el humo del incendio que se produjo dentro del recinto. También especificó diferentes números de muertos y heridos según fueron hallados dentro del fuerte, inmediatamente alrededor de él, o en las cercanías en un radio de cuatro leguas. No hay ninguna duda de que ésta fue efectivamente una batalla importante, pero, aunque a primera vista sí parecen altas las cifras dadas por Silvestre, sería arriesgado pronunciarse definitivamente sobre el caso. Podría ser significativo en este tema que en otras batallas donde Silvestre pudo haber abultado el número de indios muertos, no lo hizo. Así, por ejemplo, en el primer encuentro con los guerreros de Vitacucho, dice que de unos 10.000 hombres murieron unos 300, escapándose los demás129. En cuanto al supuesto combate singular de Álvaro Nieto, si se lee con cuidado la narración del suceso, se ve que no fue tal, sino que con una mezcla de gran valor y oportunidad pudo defenderse en retirada mientras otro compañero remaba para poner la canoa a salvo, y aun añadió Silvestre: mas no les valiera nada el esfuerzo y valentía del uno ni la diligencia y destreza del otro, si no hallaran cerca de sí la carabela130. En fin, este episodio, con su carga de frustración, terquedad, insensatez y compañerismo por parte de los españoles, y con la astuta y disciplinada belicosidad de los indios, respira verosimilitud, sin contar con que (según Garcilaso) viene corroborado por Juan Coles. Otro tanto ocurre con el caso de los guerreros de Vitacucho, los más tercos y valientes de los cuales tardaron un día entero en salir de un lago para rendirse a los españoles, cosa que creemos no rebasaba los límites de lo humanamente posible. Aquí dice el propio Garcilaso que los hombres de Soto quedaron admirados de la fortaleza y constancia de ánimo de estos indios, y recalca que era una hazaña por cierto increíble y que yo no osara escribirla, si la autoridad de tantos caballeros y hombres grandes que, en Indias y en España, hablando de ella# no me lo certificaran, sin la autoridad y verdad del que me dio la relación de esta historia, que en toda cosa es digno de fe131. En otro orden de supuestas exageraciones, se ha señalado que los discursos que pone Garcilaso en boca de los indios los hace aparecer como héroes greco-romano-renacentistas, con la insinuación evidente de que no se ajusta a la realidad. Está claro que Silvestre no se acordaría de las palabras exactas dichas por los indios, ni aunque las hubiera entendido en su versión original, sin la intervención de los intérpretes; pero de allí a dudar de la capacidad o inclinación de los indios para pronunciar discursos bien razonados, media cierta distancia. Tampoco parece que exista motivo para dudar del contenido esencial de dichos discursos, siempre y cuando se tengan otros datos que corroboren la fidelidad de la memoria de Silvestre. Sobre este punto escribió Garcilaso en relación con la respuesta que le dio a Soto el señor de Acuera: El gobernador, oída la respuesta del indio, se admiró de ver que con tanta soberbia y altivez de ánimo acertase un bárbaro a decir cosas semejantes132. Asimismo, dedicó un capítulo entero para exponer cómo Silvestre insistió, dando toda clase de seguridades, en que los indios tenían sobradas facultades para razonar y hablar: Lo que os he dicho, respondieron los indios en substancia, sin otras muchas lindezas que ni me acuerdo de ellas, ni que me acordase las sabría decir como ellos las dijeron, tanto que el gobernador y los que con él estábamos nos admiramos de sus palabras y razones# Por todo lo cual, escribid sin escrúpulo alguno lo que os digo, créanlo o no lo crean, que con haber dicho verdad de lo que sucedió, cumplimos con nuestra obligación, y hacer otra cosa sería hacer agravio a las partes133. Por otro lado, cabría señalar que en la crónica que escribió el Hidalgo de Elvas, los indios principales también pronunciaban largos y bien razonados discursos134, todo lo cual, junto con los conocimientos actuales sobre la cultura indígena norteamericana, indica que, si bien y por razones obvias las palabras no son las exactas, el hecho en sí de pronunciar un discurso razonado así como su contenido esencial no tienen por qué ponerse en tela de juicio, dejando aparte la cuestión del estilo literario que adoptó Garcilaso para hacer su redacción. Por último, se ha acusado a Garcilaso de exagerar las riquezas de Florida en general, y del templo de Talomeco en particular. Ranjel mencionó Talomeco como pueblo principal, con un cerro muy alto que tenía un templo encima, y con una casa para el cacique que era muy grande y, como todas las casas de esa zona, esterada arriba y abajo. Asimismo, todas las fuentes mencionan las perlas de este lugar, de manera que, por de pronto, no se ha inventado ni la existencia ni la importancia del lugar. Aquí se puede imaginar a Garcilaso interrogando minuciosamente a su amigo Silvestre para componer la descripción del edificio, y desde luego que el resultado es deslumbrante, pero a fin de cuentas habla de esteras tejidas de carrizas y cañas, adornos a base de plumas, conchas marinas, perlas de agua dulce y aljófar, figuras humanas talladas en madera, armas hechas de madera, pedernal, cobre y azófar, y cañas tejidas, puntas de flecha fabricadas en cuerna de venado, madera, huesos de todo tipo, cobre y pedernal, gamuzas y mantas de pieles. Es decir, que no menciona nada en absoluto que fuera imposible encontrar allí, y desgraciadamente no había casi nada que pudiese resistir el abandono, el saqueo y el incendio. Garcilaso, una vez más, insiste en la verdad de su historia: suplicaré encarecidamente se crea de veras que antes quedo corto y menoscabado de lo que convenía decirse que largo y sobrado en lo que hubiera dicho135. Asimismo, asegura que, en líneas generales, confirmaba Alonso de Carmona lo dicho por Silvestre sobre Cofachiqui y Talomeco. En fin, de sus elogios sobre las riquezas de Florida lo que se deduce claramente es la finalidad principal que movió a Garcilaso a escribir la historia: su deseo de que España colonizase y evangelizase esa provincia, y por tanto, de borrar el mal nombre que aquella tierra tiene de estéril y cenagosa, lo cual es a la costa de la mar136. Dice, concretamente, que es tierra fértil y abundante de todo lo necesario para la vida humana, pudiéndose introducir plantas y ganados europeos para aprovecharla mejor137. Abunda en lo mismo en relación a las provincias de Apalache138 y Utiangue139 y, en definitiva, lo único que repite una y otra vez es que la tierra era amplia y fértil, ya que de por sí ofrecía muchos productos útiles como el maíz, moreras, nogales, árboles frutales, bellotas de encina y roble, diferentes animales de caza, valiosos por su carne o sus pieles, y perlas, pero que de la cual se podría sacar mucho mayor provecho con una adecuada colonización. Reconoce que no se había descubierto oro ni plata, y no es mentir el expresar la creencia de que se podrían hallar si se buscasen debidamente140. No hay, pues, tal exageración de las riquezas de Florida. Tras estas consideraciones sobre los errores y supuestas exageraciones de Silvestre y Garcilaso, hay que contestar a las críticas dirigidas contra las otras fuentes utilizadas por Garcilaso. Hoy no se conservan las relaciones de Alonso de Carmona y Juan Coles, y no se ha identificado tampoco la que tuvo Ambrosio de Morales, dando pie a la sugerencia de que Garcilaso pudiera haberlas inventado. Actualmente, la existencia histórica tanto de Carmona como de Coles está comprobada por otras fuentes documentales141. Ahora bien, la existencia de sus respectivos manuscritos ha de ser estudiada por vías indirectas. En primer lugar, la explicación que da Garcilaso de cómo llegaron a sus manos resulta enteramente plausible, añadiendo verosimilitud a su relato las descripciones que hace de cada manuscrito142. El hallazgo del de Coles en casa de un impresor de Córdoba no tendría nada de sospechoso habida cuenta de que Garcilaso mantuvo relaciones con varios impresores y libreros cuando vivía en esta ciudad143. Por otra parte, si Garcilaso hubiera deseado inventar estas fuentes, quizás habría sido más lógico y realista escoger como presuntos autores a dos expedicionarios que ya sabía por Silvestre que habían estado en Florida, y no a dos hombres que Silvestre no mencionó. En fin, está la cuestión estilística. Las menciones que hace Garcilaso de Carmona y Coles fueron claramente redactadas después de haber terminado el texto principal, y colocadas siempre al final de capítulo para añadir siempre algún detalle, para decir que coinciden con la versión de Silvestre, o para indicar alguna pequeña discrepancia que hubiera advertido. Estas adiciones interrumpen y afean la línea narrativa, además de la armonía estética, de la historia, y no cabe duda de que Garcilaso, por su propia sensibilidad literaria, no las habría incluido de esta manera, si no es porque, como él afirma, llegaron a su conocimiento después de tener su historia redactada, y porque se preocupaba sinceramente por dar una versión lo más completa y verídica posible144. Un dato pequeño que corrobora la existencia del manuscrito de Carmona es que Garcilaso prefirió aceptar el recuerdo de Silvestre, de que el hombre que se quedó con los indios se llamaba Diego de Guzmán, añadiendo sin embargo que Carmona lo llamó Francisco de Guzmán, nombre que es confirmado por el Hidalgo de Elvas y el registro de la Casa de Contratación. Otro detalle es que según Silvestre, al retirarse la expedición del río Mississippi ya no tenían ni astrolabio, ni ballestilla, ni carta de marear. Sin embargo, Carmona dice que el contador Juan de Añasco salvó el astrolabio e improvisó los otros dos instrumentos, detalles que se confirman por la hoja de servicios de Añasco. No se puede saber si aquí se trata de la falta de afecto que tenía Silvestre hacia Añasco, o simple olvido, pero lo que no admite duda es que, al poner este detalle contradictorio, Garcilaso dio una prueba evidente de su sentido de la responsabilidad historiográfica. Por último, la aportación de Carmona a la narración del final de la expedición cobra mayor importancia, teniendo en cuenta que las versiones de Biedma y Ranjel son brevísimas e incompletas, el Hidalgo de Elvas es adverso al sucesor de Soto, Luis de Moscoso, y Silvestre pone de manifiesto su frustración contra los enemigos de Soto y los oficiales reales por abandonar Florida, o tal vez ya se estaba cansando del esfuerzo de recordar toda la historia hasta su desdichado final145. En fin, sólo queda por decir algunas palabras sobre la cuarta fuente de La Florida del Inca, la que tenía Morales, quien la cotejó con una cuarta parte del manuscrito de Silvestre y Garcilaso. El nombre de Morales no fue mencionado en La Florida, como tampoco lo fue el de Silvestre como fuente de información, pero explicó Garcilaso que envió parte de su manuscrito a un cronista real, quien le contestó que era verdad lo que decía y coincidía con la relación que él, como cronista, tenía en su poder146. No es invención de Garcilaso este cotejo, pues se ha sabido, por cartas escritas por él, que el cronista a quien se refería era su amigo Morales. Sólo podemos hacer conjeturas sobre el porqué no le nombró, teniendo en cuenta que el prestigio de Morales habría aumentado la autoridad de la obra. Quizás fue precisamente el temor de ese prestigio; y Garcilaso quiso que su obra se valiese por sus propios méritos y, sobre todo, como obra escrita por él y sólo él. Quizás no quería compartir el mérito de la autoría con nadie identificable, ni con Silvestre ni con Morales, y por eso habló de ambos sin dar sus nombres147. Sea como fuere, eso no quita ni un ápice del valor de La Florida del Inca como fuente histórica. Coincide a grandes rasgos con las otras crónicas conocidas sobre esta expedición: del Hidalgo de Elvas, Rodrigo Ranjel y Hernández de Biedma, aunque Garcilaso no conoció ninguna de ellas, a pesar de que la del Hidalgo se publicó en Evora en 1557148. La obra de Garcilaso es independiente de ellas y, con gran diferencia, la más detallada, la más completa y la más larga. Como fuentes de referencia general Garcilaso utilizó las obras de López de Gomara, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Juan de Castellanos y José de Acosta, pero su presencia en La Florida es mínima149. En definitiva, La Florida del Inca es una obra histórica de bellísima factura, esencialmente verídica, aunque con las limitaciones señaladas, que rescata la profunda complejidad humana e histórica de una de las expediciones más importantes emprendidas por los españoles del siglo XVI a Norteamérica. Sylvia L. Hilton Normas de transcripción del texto La presente edición de La Florida del Inca está basada en la edición príncipe de 1605, si bien se han introducido algunas variantes. La puntuación se ha modernizado, al igual que la ortografía. Algunos ejemplos más frecuentes son los siguientes casos: la c se ha cambiado en los lugares pertinentes a z (desembarazar, empezó, zara); la cc a c (sucesor) o la g a h (ahora), la mp a n (prontitud), la sc a c (crecer, parecer, acaecer), y la y a hi (hierba) o a i (traigo, traición, aire). Asimismo, se ha modernizado el uso de la b, la u y la v (nueva, andaba, uno, había, bergantín), se han eliminado las dobles consonantes anticuladas, como sacasse, viesse, essa, honrrar, illustre, y se han desarrollado todas las abreviaturas como gente, tanto, con, paciencia, porque. También se han modernizado las formas subjuntivas terminadas en -ere, -eren, y otras formas verbales hoy en desuso (trujo, dixo, vido), junto con algunas palabras como priesa, proprio, apropriado, interromper, ciénega, verísimil, flueco (fleco); todo con el fin de facilitar la lectura del texto. En los pocos casos donde era del todo imprescindible añadir alguna palabra, se ha indicado lo añadido colocándolo entre corchetes. Ahora bien, los cambios más importantes, por afectar al contenido y significado del texto, son aquellos que hayan surgido del cotejo de la edición de 1605 con una Fe de erratas que hemos descubierto en uno de los ejemplares conservados en la Biblioteca Nacional de Madrid, y que ha pasado inadvertida por los estudiosos de la obra hasta hoy. Las correcciones y los añadidos que se basan en esta nueva fuente se indican en cada caso en las notas al texto y constituyen una aportación para la fijación más perfecta de este texto.