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Personaje Militar Político
Nacido en Huntington (Inglaterra) en 1599, Oliver Cromwell es diputado del Parlamento inglés en el momento en que éste está enfrentado al rey por problemas políticos y religiosos. Defiende con éxito la ideología puritana y ataca el episcopalismo, formando parte en 1640 del llamado Parlamento Largo. Su habilidad política le atrae partidarios independientes, como Nye y Goodwyn, defensores de la tolerancia religiosa, anabaptistas, que postulan una separación radical entre Iglesia y Estado, y congregacionistas, la facción puritana más extremista. En plena lucha militar, Cromwell vence a los realistas en la batalla de Marston Moor, lo que le procurará un gran prestigio como estratega. Ayudado por los Comunes, consigue reunir para sí todo el poder militar, apartando de la dirección a los lores. Varias batallas victoriosas contra realistas y escoceses le suponen acaparar todo el poder, con lo que emprende una depuración en el Parlamento contra sus miembros más críticos hacia su política revolucionaria. La purga alcanzará hasta el mismo rey Carlos I, que será ejecutado el 30 de enero de 1649, dando lugar a la proclamación de una república que el mismo Cromwell presidirá con el título de lord Protector. Su política fue de absoluta intolerancia hacia los territorios católicos fieles al derrocado rey, instaurando un régimen de persecución en el que, sólo en Irlanda, muere un tercio de la población y 34.000 individuos deben salir del país. La más tristemente célebre matanza se produce entre el 3 y el 8 de septiembre de 1649, en Drogheda. Sin embargo, su habilidad se muestra especialmente en cuanto a la política exterior, puesto que sienta las bases para convertir a Inglaterra en la potencia hegemónica mundial, lo que ocurrirá en las décadas siguientes. La república de Cromwell sirve, además, como una plataforma para la vuelta al poder de los Estuardo, lo que sucederá poco después de morir (1658). Así, un golpe de estado del general Mouk restaurará la monarquía con Carlos II, hijo del fallecido Carlos I, a la cabeza.
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El pop era un fenómeno de sociedades muy industrializadas, desarrolladas económica y visualmente. En España no alcanzó una incidencia importante y la figura de Alfredo Alcaín (1936), con lo que alguien ha denominado pop de pipera, es un buen ejemplo de lo que se podía sacar de la cultura visual en un país atrasado política y económicamente como era la España de los años sesenta.Aquí, por estas peculiares circunstancias, alcanzó más desarrollo un tipo de realismo crítico, que es un fenómeno muy extendido a mediados de la década. Sus mejores representantes fueron Rafael Canogar (1934) y Juan Genovés (1930), que no formaron un grupo, pero sí se pueden inscribir dentro de un movimiento más general denominado Crónica de la Realidad y que pretendía reunir a los realistas en torno al crítico valenciano Aguilera Cerni.Canogar procedía del grupo El Paso en los primeros años sesenta (1962-1963) vuelve a la figuración -siguiendo la tendencia general- sin abandonar del todo el informalismo hasta 1964, cuando opta por hacer una crónica contemporánea, que arranca de los medios de comunicación y permanece muy próxima a ellos; usando la fotografía, muy pocos colores y escasos elementos pictóricos. Pero el paso decisivo de Canogar en la recuperación de la figura se produce en 1967 cuando entra en la tercera dimensión. Con madera, poliéster y fibra de vidrio, construye esculturas sin rasgos individuales -tipos- "para hacer más real la presencia del hombre" -según sus propias palabras-. "Sus temas se hacen más opresivos, un arte de testimonio que muestra al hombre actual en sus circunstancias más adversas, casi siempre blancos y negros".Con puntos de contacto con un artista pop americano atípico como Segal, con el que comparte la falta de individualización de las figuras, existen sin embargo diferencias: el americano muestra la angustia y el anonimato de la sociedad industrial (sólo excepcionalmente hace crítica política), utiliza el color blanco y coloca a las figuras en su ambiente; el español hace patentes las consecuencias de una situación política represiva, utiliza el negro y las figuras forman parte de nuestro ambiente o nosotros formamos parte del suyo.Juan Genovés hacía al principio, antes de 1965, fecha de su primera exposición emblemática, collages con ropas viejas cargadas del drama de la represión en una plástica todavía expresionista, que guardaba contactos con un cierto pop. Pero en mitad de la década optó por pintar, con medios poco pictóricos, multitudes que huyen en manifestaciones, vistas desde lejos, como por el visor de la máquina de fotos. Monócromas, pequeñas -como animales que huyen asustados- y sin rasgos individuales, utilizan recursos que proceden de la fotografía y del cine, de los que se quedan muy cerca. Y muy cerca también del espectador, que se ve implicado, lo que diferencia de manera esencial a Crónica de la Realidad del Equipo Crónica, porque, como ha escrito V. Bozal, el resultado de las obras de Canogar y Genovés es de un marcado dramatismo expresivo: "proyectamos nuestra situación -en ambos casos (Genovés y Canogar) se trata de un arte de situación límite- sobre estas figuras y escenas, que nos invitan al reconocimiento y la identificación sentimental".
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INTRODUCCIÓN La Crónica y relación copiosa y verdadera de los reinos de Chile que presentamos dentro de esta Colección, salida de la pluma del burgalés Jerónimo de Vivar en la segunda mitad del siglo XVI, ve ahora la luz por vez primera en España. Se trata por tanto de una obra y un autor desconocidos, no sólo por el gran público lector aficionado a la bibliografía de la conquista, sino también por una amplia mayoría de especialistas de la historia moderna en general y de la historia americana en particular. Desde que apareciera la primera edición de esta crónica, hace poco más de dos décadas, no faltaron los epítetos encendidos y los adjetivos elogiosos y laudatorios que elevaron el manuscrito, desconocido hasta entonces, a la altura de los más relevantes escritos dedicados al descubrimiento y a la conquista de América. Hoy, con el paso del tiempo, sin quitar ni desmerecer cuanto se ha podido decir y escribir, pues efectivamente son muchos los aciertos y los valores, podemos con mayor facilidad situar en su justo lugar la obra de Vivar, dentro del conjunto de narraciones que nos brindan los tempranos acontecimientos protagonizados por los españoles en las tierras que hoy forman la hermosa nación chilena y dentro de la literatura castellana del siglo XVI. Tanto si atendemos a su número, como si contemplamos su calidad, los relatos y descripciones dedicados al antiguo reino de Chile, así como sus escritores, no han alcanzado entre nosotros el conocimiento y reconocimiento que por sus méritos unos y otros debieran. Al no tratarse de una región ocupada por pueblos autóctonos que desarrollaran una elaborada y compleja cultura material, artística y arquitectónica, y un evolucionado y eficiente sistema económico y social -como fue el caso de las áreas mesoamericana y de los Andes Centrales-, ya desde sus inicios no llamó tanto la atención de los propios conquistadores, más inclinados a ver en las naciones indias no controladas por el Inca ni sujetas a su admirada organización, gentes bárbaras sin orden alguno que los dominase. Por otra parte, con la definitiva instalación hispana, los antiguos centros ceremoniales indígenas más importantes que simbolizaban el poder y el logro alcanzado por las altas culturas, se constituyeron por lo general en los núcleos rectores de la nueva actividad política y comercial colonizadora, con alguna excepción que no altera en absoluto la validez del planteamiento, como es el caso de Lima. Con ello, sin perder el papel predominante que habían ejercido en la toma de decisiones, pasaron a ser sede de los virreinatos y a convertirse en asiento permanente de las universidades, colegios y seminarios, por citar tan sólo algunas de las instituciones culturales más destacadas de aquel entonces, lo que en definitiva vino a añadir un mayor interés por el estudio y el conocimiento de los pueblos sobre los que se levantaba aquella nueva realidad social, en las áreas prehispánicas más densamente pobladas. No faltaron, pese a ello, excelentes cronistas que se ocuparan de transmitir y recoger los múltiples sucesos bélicos acaecidos en las diversas jornadas que se desarrollaban a lo largo y ancho del amplio continente con motivo de la expansión militar española, salpicados aquí y allá por sabrosas noticias que daban cumplida información sobre los accidentes geográficos, la variedad y diversidad de la flora y de la fauna, las riquezas factibles de ser explotadas, y lo que es más importante, sobre las gentes que en aquellos momentos habitaban el territorio. Aparecían así descritos, por y para los ojos de los europeos, los diferentes ritos y ceremonias, las costumbres, la organización social, el ajuar doméstico y un sinfín de particularidades de cada uno de los pueblos indígenas americanos. Concluidas las acciones iniciales de lucha y de sometimiento, una larga hilera de funcionarios y misioneros vendría a sustituir en las centurias siguientes la imagen del conquistador, para añadir, con otros planteamientos y otras perspectivas, nuevas notas y nuevos datos que ampliaban el conocimiento sobre las particularidades culturales de los grupos aborígenes gracias al mayor contacto que la vida diaria en común proporcionaba. Este sería, entre otros muchos, el caso de las tierras que se extendían al sur de las antiguas fronteras meridionales incaicas, limitadas por la cadena de los Andes y el océano Pacífico, conocidas con el nombre de Chili o Chile; y así, de las mismas manos que empuñaban las espadas saldrían las primeras relaciones e informaciones referidas a tan remotas y apartadas provincias y a sus habitantes. Como anota uno de ellos, el universalmente famoso don Alonso de Ercilla y Zúñiga -gracias a la resonancia alcanzada por sus versos y sin duda la excepción que confirma la regla- utilizando la licencia creadora debida a los poetas y rifiriéndose a la gestación de su trabajo, nos dice: porque fuese más cierto y verdadero, se hizo en la misma guerra y en los mismos pasos y sitios, escribiendo muchas veces en cuero por falta de papel...1. Mas, mucho antes que Alonso de Ercilla diese a la imprenta sus primeras composiciones, el mismo don Pedro de Valdivia enviaba al emperador Carlos sus impresiones, sus logros y sus anhelos a través de una correspondencia jugosa, puntual y casi fidedigna. Este conjunto epistolar, equiparable en muchos aspectos a las conocidas Cartas de Hernán Cortés2, no ha alcanzado la difusión merecida, privando a Valdivia de una faceta muy interesante sobre su quehacer y su persona. Sin embargo, si ésta ha sido la suerte corrida por los escritos valdivianos, casi peor destino ha tenido la producción de otros dos compañeros del conquistador, el sencillo, que no simple, Alonso de Góngora Marmolejo, de veraz anotación y juicio imparcial, y Pedro Mariño de Lobera, cuya obra rehecha y retocada por el jesuita Bartolomé de Escobar, por encargo del virrey don García Hurtado de Mendoza, no nos permite enjuiciar y valorar correctamente los aciertos y virtudes alcanzados por el original, hoy perdido y conocido únicamente gracias a la versión corregida y gravemente alterada del jesuita sevillano. A estos pilares básicos que sustentan el saber y el conocimiento histórico de los primeros años de la conquista chilena, complementados entre otros por las actas del cabildo de Santiago, los oficios públicos y diversas informaciones particulares reunidas en la Colección de Documentos Inéditos para la Historia de Chile3, se viene a sumar la interesante obra que ahora prologamos.
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CRÓNICA MEXICANA (1598) Según el manuscrito # 117 de la Colección Hans P. Kraus, Biblioteca del Congreso, Washington, D. C., EE.UU. A. Capítulo primero 1r Aquí comiença la Corónica mexicana. Trata de la deçendencia y linaxe, benida a esta Nueba España los yndios mexicanos que abitan en este Nueuo M<u>ndo, el tiempo que llegaron en la çiudad de Mexico Tenuchtitlan, asiento y conquista que en ella hizieron y oy abitan, rresiden en ella, llamado Tenuchtitlam. La benida que hizieron y tiempos y años que estubieron en llegar a este Nueuo Mu<n>do, adelante se dirá. Y así, ellos propios persuadiendo a los naturales, por la estrechura en que estauan, determinó y les habló su dios en quien ellos adorauan, Huitzilopochtli, Quetzalcoatl, Tlalocateutl y otros, como se yrá tratando. La benida de estos mexicanos muy antiguos, <en> la parte que ellos binieron, tierra y casa antigua llaman oy día Chicomoztoc, que dize Casa de siete cueuas cabernosas; segundo nombre llaman Aztlan, que es dezir Asiento de la garça. Tenían <en> las lagunas de su tierra, Aztlan, un cu y en ella el templo de Huitzilopochtli, ydolo dios de ellos, y <en> su mano una flor blanca con la propia rrama del grandor de una rrosa de Castilla, de largor de más de una bara en largo, que llaman ellos aztaxochitl, de suaue olor. Antiguamente ellos se xatauan llamarse aztlantlaca; otros les llamaron aztecas mexitin, que este nombre de mexitin es dezir mexicano, como más claro dezir al lagar mana<n>tial de la uba, así mexi, como si del magué saliera mana<n>tial, y por eso son ellos agora llamados mexicanos, como antiguamente se nombrauan mexica, chichimeca (mexicano, serranos, montañeses), y agora por el apellido de esta tierra y çiudad de Mexico Tenuchtitlan. El tiempo que en ella llegaron, biniendo huyendo desbaratados de los naturales yndios de Culhuacan, su bezino, que agora es a dos leguas de su çiudad, persuadidos del demonio Huizilopochtli, llegaron a la d<ic>ha ciudad, que es agora Mexico Tenuchtitlan, porque el día que llegaron en esta laguna mexicana en medio della estaua y tenía un sitio de tierra y en él una peña y ençima de ella un gran tunal; y en la ora que llegaron con sus balsas de caño y carrizo hallaron en el sitio la d<ic>ha piedra y tunal y al pie dél un hormiguero, y estima ençima del tunal una águila comiendo y despedaçando una culebra; y así tomaron el apellido y armas y diuisa, el tunal y águila, que es tenuchca o tenuchtitlan, que oy se nombra así. Y al tiempo que llegaron a esta çiudad abían andado y caminado muchas tierras, montes, lagunas, rríos, primeramente <en> las más de las tierras y montes que oy abitan en Chichimecas, que es por Sancta Barbola, Minas de Sant Andrés Chalchihuites y Guadalaxara, Xuchipila, hasta Mechuacan, y otras muchas prouinçias y pueblos. Y en las partes que llegauan, si les paresçía tierra fértil, abundosa de montes y aguas, hazían asiento quarenta años y en partes treinta, otras beinte y diez, y en otras tres y dos y un año, hasta en tanta diminuçión q<ue> de beinte días, y luego alçauan el sarzo por mandato de su dios Huitzilupochtli, <que> les hablaua y ellos rrespondían y luego a su mandato, les dezía: "Adelante, mexicanos, que ya bamos llegando al lugar", diziendo: "Ca ça achitonca tonnenemican 1v mexia". E trayendo ellos siempre su matalotaxe, las mugeres cargadas con ello y los niños y biexos, y los mançebos caçando benados, liebres, conexos, rratones y culebras <que> benían dando de comer a los padres, mugeres, hijos. Su comida q<ue> traían era maíz y frisol, calabaças, chile, xitomate y miltomate, que yban senbrando y coxiendo en los tiempos y partes que descansauan y hazían asiento, como d<ic>ho es. Y como libiano que era el chian y huauhtli, lo traían cargado los muchachos. Pero, sobre todo, en las partes que llegauan, lo primero <que> hazían hazer el cu o templo de su ydolo, dios de ellos, Huitzilopochtli, y como benían cantidad dellos, <que> heran de siete barrios, cada uno de su barrio traía el nombre de su dios, como era Quetzalcoatl, Xocomo y Matla, Xochiquetzal y Chichitic, Çentutl y Piltzinteuctli, Meteutl y Tezcatlypuca, Mictlanteuctli y Tlamacazqui y otros dioses, que aunque cada barrio de los siete traía señaldo su dios, traían asimismo otros dioses con ellos, y los que más hablan con los yndios eran Huitzilopuchtli y Tlacolteutl y Mictlanteuctli. El uno de los barrios se llamaua Yopica y Tlacochçalca y el tercero barrio Huitznahuac y Çihuatecpaneca y Chalmeca y Tlacatecpaneca, y el seteno barrio se llaman Yzquiteca. Y en las partes que llegauan que era tierra ynútil, dexaban con ojos liebres biuas y se multiplicauan, y en partes que les apellidauan sus dioses a caminar, dexauan en maçorca el maíz, en partes en flor y en partes la lleuauan rrezién cojida la sementera. De manera que benían caminando y haziendo labores y casas y torres de sus ydolos, hasta que llegaron a Culiacan y Xalisco y otras muchas partes y lugares, que les yban poniendo nombres, hasta llegar a Mechuacan y hazer asiento en él, dexando y sembrando siempre de su deçendençia y generaçión. Y llegaron a Malinalco y, llegados primero a Mechuacan hombres y mugeres començaron a rretoçar en el agua de gran contento, adonde es agora Pascuaro, y los otros mexicanos, sus consortes, biendo cantidad dellos se quedauan, les tomaron forçiblemente sus mantas y atapador de sus bergüenças (maxtli) y a las mugeres sus hueipiles y naguas, de manera que los barones quedaron sin ataparse sus bergüenças y las mugeres, con la priesa, hisieron manera de capiçayo o capote bizcaíno, <que> llaman ellos çicuilli, que oy día las traen puestas por la calor que allí haze. Los barones usaron el traxe manera de güeipil, con su hombro labrado. Y la hermana mayor que allí quedó con ellos, llamada Malinalxoch, que se yntitulaua ser asimismo hermana del dios Huitzilopochtli, benía con ellos, después de aber consolado a los que quedaron en la parte de Mechuacan. Y trayéndola los padres atiguos dellos, los más ançianos, que la traían en guarda, dexándola dormida <en> un monte, la dexaron por de mala dissistión, con muchos rresabios, usando con ellos de sus artes, que mataua a muchos de ellos, que mirando a una persona, otro día moría, <que> le comía biuo el coraçón y sin sintir comía a uno la pantorrilla estándolo mirando, que es lo que llaman <en>tre ellos agora teyolocuani, tecotzana, teixcuepani, que mirando alguno y el qui miraua si a un monte o rrío le trastornaua la bista, que le hazía <en>tender beer algun gran animal o árboles y otras bisiones de espanto; y durmiendo una persona lo traía de su dormitorio cargada a cuestas y hazía benir una bíuora u otra sierpe, se la echaua alguno, por lo consiguiente un alacrán, que todas animales ponçoñosas llamaua con ellas hazer muchos males y daños causar muchas muer 2r muchas muertes, çientopiés, arañas ponçoñosas; y usar del arte de bruxa, que se tra<n>sformaua del aue o animal que ella quería. Y por esta causa el dios Huitzilopochtli permitió no traerla en compañía de los mexicanos, que la dexaron adormida en un camino, siendo como era y se jataua de ser su hermana, la Malinalxoch, dexándola el dios y los biexos adormida. Y a esto dixo Tlamacazqui Huitzilopochtli, dixo a los biexos <que> la solían traer cargada, que se llamauan Cuauhtlonquetzque y Axoloa el segundo y el terçero llamado Tlamacazqui Cuauhcoatl y el quarto, Ococaltzin, díxoles: "No es a mi cargo ni boluntad que tales ofiçios y cargos tenía mi hermana Malinalxoch desde la salida hasta aquí, e cómo asimismo también fue yo manda<d>o de esta benida, que mi prençipal benida es guerra y armas, arco y flechas, rrodelas se me dio por cargo traer, y mi oficio es guerra, y yo asimismo con mi pecho, cabeça, braços <en> todas partes tengo de uer y ser mi oficio. En muchos pueblos y gentes que oy ay tengo de estar por delante y fronteras y aguardar gentes de diuersas naçiones, y e de sustentar y dar de comer y beuer, y allí les tengo de aguardar y juntallos de todas suertes de naçiones; y esto no graçiosamente. Primero e de conquistar en guerras para tener y nombrar mi casa de preçiada esmeralda, de oro, y adornada de plumería, pura casa de esmeralda preçiada, trasparante como un cristal, de diuersas colores de preciada plumería, y en ella e de tener aues de diuersas colores de preçiada plumería, a la bista muy suabes y estimadas, y asimismo tener y poseer géneros de preçiadas maçorcas y cacao de muchas colores; asimismo tener todas suertes de colores de algodón y hilados. Todo lo tengo de beer y tener, pues me es mandado y mi ofiçio, y a eso bine. Ea, pues, padres míos, rrecogé cantidad de matalotaxe para este biaxe, que allí es donde lleuamos n<uest>ra determinaçion y asiento". Y así, con esto, començaro de caminar y llegaron <en> la parte que llaman Ocopipilla, y en este lugar no permaneçieron mucho tiempo. Y binieron en el lugar que llaman Acahualçingo, y allí asiestieron mucho tiempo y allí estubieron hasta el postrer año <que> llaman bisiesto, acabamiento de una bida o término de tiempo justificado, que llaman yn xiuhmolpilli, en nueue términos de signo o planeta de años (chicnahui acatl), el término de años de estos antiguos mexicanos. Y, salidos de Ocopipilla y Acahualçinco, partieron de allí y binieron a la parte que llaman Coatepec, términos de Tonalan (Lugar del sol).