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CRÓNICA MEXICANA (1598) Según el manuscrito # 117 de la Colección Hans P. Kraus, Biblioteca del Congreso, Washington, D. C., EE.UU. A. Capítulo primero 1r Aquí comiença la Corónica mexicana. Trata de la deçendencia y linaxe, benida a esta Nueba España los yndios mexicanos que abitan en este Nueuo M<u>ndo, el tiempo que llegaron en la çiudad de Mexico Tenuchtitlan, asiento y conquista que en ella hizieron y oy abitan, rresiden en ella, llamado Tenuchtitlam. La benida que hizieron y tiempos y años que estubieron en llegar a este Nueuo Mu<n>do, adelante se dirá. Y así, ellos propios persuadiendo a los naturales, por la estrechura en que estauan, determinó y les habló su dios en quien ellos adorauan, Huitzilopochtli, Quetzalcoatl, Tlalocateutl y otros, como se yrá tratando. La benida de estos mexicanos muy antiguos, <en> la parte que ellos binieron, tierra y casa antigua llaman oy día Chicomoztoc, que dize Casa de siete cueuas cabernosas; segundo nombre llaman Aztlan, que es dezir Asiento de la garça. Tenían <en> las lagunas de su tierra, Aztlan, un cu y en ella el templo de Huitzilopochtli, ydolo dios de ellos, y <en> su mano una flor blanca con la propia rrama del grandor de una rrosa de Castilla, de largor de más de una bara en largo, que llaman ellos aztaxochitl, de suaue olor. Antiguamente ellos se xatauan llamarse aztlantlaca; otros les llamaron aztecas mexitin, que este nombre de mexitin es dezir mexicano, como más claro dezir al lagar mana<n>tial de la uba, así mexi, como si del magué saliera mana<n>tial, y por eso son ellos agora llamados mexicanos, como antiguamente se nombrauan mexica, chichimeca (mexicano, serranos, montañeses), y agora por el apellido de esta tierra y çiudad de Mexico Tenuchtitlan. El tiempo que en ella llegaron, biniendo huyendo desbaratados de los naturales yndios de Culhuacan, su bezino, que agora es a dos leguas de su çiudad, persuadidos del demonio Huizilopochtli, llegaron a la d<ic>ha ciudad, que es agora Mexico Tenuchtitlan, porque el día que llegaron en esta laguna mexicana en medio della estaua y tenía un sitio de tierra y en él una peña y ençima de ella un gran tunal; y en la ora que llegaron con sus balsas de caño y carrizo hallaron en el sitio la d<ic>ha piedra y tunal y al pie dél un hormiguero, y estima ençima del tunal una águila comiendo y despedaçando una culebra; y así tomaron el apellido y armas y diuisa, el tunal y águila, que es tenuchca o tenuchtitlan, que oy se nombra así. Y al tiempo que llegaron a esta çiudad abían andado y caminado muchas tierras, montes, lagunas, rríos, primeramente <en> las más de las tierras y montes que oy abitan en Chichimecas, que es por Sancta Barbola, Minas de Sant Andrés Chalchihuites y Guadalaxara, Xuchipila, hasta Mechuacan, y otras muchas prouinçias y pueblos. Y en las partes que llegauan, si les paresçía tierra fértil, abundosa de montes y aguas, hazían asiento quarenta años y en partes treinta, otras beinte y diez, y en otras tres y dos y un año, hasta en tanta diminuçión q<ue> de beinte días, y luego alçauan el sarzo por mandato de su dios Huitzilupochtli, <que> les hablaua y ellos rrespondían y luego a su mandato, les dezía: "Adelante, mexicanos, que ya bamos llegando al lugar", diziendo: "Ca ça achitonca tonnenemican 1v mexia". E trayendo ellos siempre su matalotaxe, las mugeres cargadas con ello y los niños y biexos, y los mançebos caçando benados, liebres, conexos, rratones y culebras <que> benían dando de comer a los padres, mugeres, hijos. Su comida q<ue> traían era maíz y frisol, calabaças, chile, xitomate y miltomate, que yban senbrando y coxiendo en los tiempos y partes que descansauan y hazían asiento, como d<ic>ho es. Y como libiano que era el chian y huauhtli, lo traían cargado los muchachos. Pero, sobre todo, en las partes que llegauan, lo primero <que> hazían hazer el cu o templo de su ydolo, dios de ellos, Huitzilopochtli, y como benían cantidad dellos, <que> heran de siete barrios, cada uno de su barrio traía el nombre de su dios, como era Quetzalcoatl, Xocomo y Matla, Xochiquetzal y Chichitic, Çentutl y Piltzinteuctli, Meteutl y Tezcatlypuca, Mictlanteuctli y Tlamacazqui y otros dioses, que aunque cada barrio de los siete traía señaldo su dios, traían asimismo otros dioses con ellos, y los que más hablan con los yndios eran Huitzilopuchtli y Tlacolteutl y Mictlanteuctli. El uno de los barrios se llamaua Yopica y Tlacochçalca y el tercero barrio Huitznahuac y Çihuatecpaneca y Chalmeca y Tlacatecpaneca, y el seteno barrio se llaman Yzquiteca. Y en las partes que llegauan que era tierra ynútil, dexaban con ojos liebres biuas y se multiplicauan, y en partes que les apellidauan sus dioses a caminar, dexauan en maçorca el maíz, en partes en flor y en partes la lleuauan rrezién cojida la sementera. De manera que benían caminando y haziendo labores y casas y torres de sus ydolos, hasta que llegaron a Culiacan y Xalisco y otras muchas partes y lugares, que les yban poniendo nombres, hasta llegar a Mechuacan y hazer asiento en él, dexando y sembrando siempre de su deçendençia y generaçión. Y llegaron a Malinalco y, llegados primero a Mechuacan hombres y mugeres començaron a rretoçar en el agua de gran contento, adonde es agora Pascuaro, y los otros mexicanos, sus consortes, biendo cantidad dellos se quedauan, les tomaron forçiblemente sus mantas y atapador de sus bergüenças (maxtli) y a las mugeres sus hueipiles y naguas, de manera que los barones quedaron sin ataparse sus bergüenças y las mugeres, con la priesa, hisieron manera de capiçayo o capote bizcaíno, <que> llaman ellos çicuilli, que oy día las traen puestas por la calor que allí haze. Los barones usaron el traxe manera de güeipil, con su hombro labrado. Y la hermana mayor que allí quedó con ellos, llamada Malinalxoch, que se yntitulaua ser asimismo hermana del dios Huitzilopochtli, benía con ellos, después de aber consolado a los que quedaron en la parte de Mechuacan. Y trayéndola los padres atiguos dellos, los más ançianos, que la traían en guarda, dexándola dormida <en> un monte, la dexaron por de mala dissistión, con muchos rresabios, usando con ellos de sus artes, que mataua a muchos de ellos, que mirando a una persona, otro día moría, <que> le comía biuo el coraçón y sin sintir comía a uno la pantorrilla estándolo mirando, que es lo que llaman <en>tre ellos agora teyolocuani, tecotzana, teixcuepani, que mirando alguno y el qui miraua si a un monte o rrío le trastornaua la bista, que le hazía <en>tender beer algun gran animal o árboles y otras bisiones de espanto; y durmiendo una persona lo traía de su dormitorio cargada a cuestas y hazía benir una bíuora u otra sierpe, se la echaua alguno, por lo consiguiente un alacrán, que todas animales ponçoñosas llamaua con ellas hazer muchos males y daños causar muchas muer 2r muchas muertes, çientopiés, arañas ponçoñosas; y usar del arte de bruxa, que se tra<n>sformaua del aue o animal que ella quería. Y por esta causa el dios Huitzilopochtli permitió no traerla en compañía de los mexicanos, que la dexaron adormida en un camino, siendo como era y se jataua de ser su hermana, la Malinalxoch, dexándola el dios y los biexos adormida. Y a esto dixo Tlamacazqui Huitzilopochtli, dixo a los biexos <que> la solían traer cargada, que se llamauan Cuauhtlonquetzque y Axoloa el segundo y el terçero llamado Tlamacazqui Cuauhcoatl y el quarto, Ococaltzin, díxoles: "No es a mi cargo ni boluntad que tales ofiçios y cargos tenía mi hermana Malinalxoch desde la salida hasta aquí, e cómo asimismo también fue yo manda<d>o de esta benida, que mi prençipal benida es guerra y armas, arco y flechas, rrodelas se me dio por cargo traer, y mi oficio es guerra, y yo asimismo con mi pecho, cabeça, braços <en> todas partes tengo de uer y ser mi oficio. En muchos pueblos y gentes que oy ay tengo de estar por delante y fronteras y aguardar gentes de diuersas naçiones, y e de sustentar y dar de comer y beuer, y allí les tengo de aguardar y juntallos de todas suertes de naçiones; y esto no graçiosamente. Primero e de conquistar en guerras para tener y nombrar mi casa de preçiada esmeralda, de oro, y adornada de plumería, pura casa de esmeralda preçiada, trasparante como un cristal, de diuersas colores de preciada plumería, y en ella e de tener aues de diuersas colores de preçiada plumería, a la bista muy suabes y estimadas, y asimismo tener y poseer géneros de preçiadas maçorcas y cacao de muchas colores; asimismo tener todas suertes de colores de algodón y hilados. Todo lo tengo de beer y tener, pues me es mandado y mi ofiçio, y a eso bine. Ea, pues, padres míos, rrecogé cantidad de matalotaxe para este biaxe, que allí es donde lleuamos n<uest>ra determinaçion y asiento". Y así, con esto, començaro de caminar y llegaron <en> la parte que llaman Ocopipilla, y en este lugar no permaneçieron mucho tiempo. Y binieron en el lugar que llaman Acahualçingo, y allí asiestieron mucho tiempo y allí estubieron hasta el postrer año <que> llaman bisiesto, acabamiento de una bida o término de tiempo justificado, que llaman yn xiuhmolpilli, en nueue términos de signo o planeta de años (chicnahui acatl), el término de años de estos antiguos mexicanos. Y, salidos de Ocopipilla y Acahualçinco, partieron de allí y binieron a la parte que llaman Coatepec, términos de Tonalan (Lugar del sol).
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INTRODUCCIÓN En principio existen tantos datos sobre la historia y la cultura de los mexicanos prehispánicos como sobre las de los antiguos griegos. Pero, a diferencia de éstos, las fuentes de información textual de que disponemos sobre los aztecas no se basan en sus propias palabras sino en las de quienes acabaron con su cultura y con su historia: los religiosos dedicados a la cristianización de los indígenas y los laicos de toda laya que llevaron a cabo la exploración, conquista y colonización del continente americano. Merece, pues, especial atención el testimonio de uno de los pocos indígenas, en realidad el único de pura cepa, que historió el desarrollo de su propio pueblo hasta la llegada de los españoles. Por desgracia, no será un indígena anterior a la invasión extranjera, ajeno a las consecuencias de esta decisiva catástrofe. Si así fuera quizás no hubiera tenido razón para escribir esa historia y, desde luego, no la habría escrito cómo lo hizo. Será un indígena nacido bajo la dominación española, cuya cultura es ya mestiza --pero no predominantemente hispanizada-- al que no le cabe sino (hacer) recordar unos hechos y unas realidades ya impertinentes con las nuevas circunstancias en que se encontraba su pueblo. No tan impertinentes, sin embargo, como sin duda las creían los cronistas foráneos. Y ahí es donde su testimonio y su postura testimonial tienen un valor y una significación distintos del de los demás relatores de lo que entonces se llamaba las antiguallas mexicanas. Este es el caso de Hernando de Alvarado Tezozomoc y de su Crónica mexicana, escrita hacia 1598. Tanto el texto como la persona de su autor son mal conocidos. La publicación impresa de la crónica tuvo que esperar hasta el siglo pasado: en 1848 la edición inmanejable y hoy rara de Lord Kingsborough; y en 1878 la del benemérito Orozco y Berra, que ha venido reimprimiéndose tal cual hasta el presente. Una y otra procedían de copias tardías del original, entonces desconocido. Se sabía ya entonces que esta crónica estaba emparentada con las de los padres Durán y Tovar. Hace cincuenta años se llegó a hablar, en consecuencia, de una Crónica X, que sería el documento o cuerpo de documentos del que todas ellas proceden. Desde luego, se ignoraba y se sigue ignorando por qué conductos. Sobre Hernando de Alvarado Tezozomoc se sabía entonces muy poco: que era nieto, por parte de madre, y sobrino-nieto, por parte de padre, de Motecuhzoma II el Joven; que vivió durante la segunda mitad del siglo XVI y principios del XVII; y que acaso en alguna ocasión trabajó como intérprete de nahuatl. Desde entonces acá se ha establecido con cierto detalle su árbol genealógico, gracias sobre todo a otro texto del que es parcialmente autor, la Crónica de la mexicanidad o mexicayotl. En 1951 salió a la luz pública en los Estados Unidos un códice comprado poco antes en turbias circunstancias en España, que fue donado a la Biblioteca del Congreso a la muerte de su comprador. Allí sigue a disposición del público con la signatura H. P. Kraus Collection, # 117. Es un volumen en folio, en muy buen estado de conservación, reencuadernado en piel en el siglo XVIII, pero cuyo papel y cuya grafía --muy cuidada, como documento en limpio que tiene visos de ser-- son de principios del siglo XVII. Entre sus varias notas marginales, de distintas tintas y manos, una al menos es reconocible, la del historiador mexicano Mariano Fernández de Echeverría y Veytia, de mediados del XVIII. De ahí que se pueda concluir que se trata del ejemplar del que este sacó las primeras copias conocidas en 1755, de las que a su vez saldrían las utilizadas para la edición impresa. Por el momento, pues, es el texto más antiguo conocido de esta crónica. Sus diferencias con la versión conocida son numerosísimas, aunque en todos los casos pequeñas: por un lado, las involuntarias de la copia repetida, pero, por otro, las hechas de propósito --probablemente por Veytia mismo-- para corregir castellanamente el lenguaje del texto. En efecto, este se aparta llamativamente de la norma de la época --aunque lo entiende perfectamente cualquier hispanoparlante-- hasta el punto de haberse barajado las hipótesis de que o bien su autor conocía malamente el castellano o bien --y esto parece más factible-- se trata de la transcripción inmediata de una traducción oral al hilo de la lectura de textos en nahuatl. Sea válida una u otra hipótesis, lo cierto es que se impone una edición que respete escrupulosamente ese texto por ahora más antiguo. De ello se alegrarán, en primer lugar, los interesados en el grado de mestizaje castellano-nahuatl de la época, pero no serán los únicos pues la heterodoxia lingüística de Alvarado Tezozomoc es síntoma de un mestizaje cultural más amplio y complejo. Sobre el autor siguen siendo pocos los conocimientos que tenemos, pero al cabo de un siglo de fecundas investigaciones sobre el México colonial este silencio empieza a ser elocuente acerca de la situación marginal de Alvarado Tezozomoc en su sociedad. Ha avanzado mucho también la investigación sobre la historia prehispánica y sobre la historiografía colonial de México desde los tiempos de Orozco y Berra. Bastaría esta razón para editar de nuevo la Crónica mexicana contextualizándola de acuerdo con los mayores conocimientos de que disfrutamos. Pero es que, además, la disciplina histórica misma ha sufrido muy importantes cambios metodológicos desde entonces, sobre todo en los últimos cincuenta años. Hoy tiene tanta importancia el dato histórico como la perspectiva historiográfica: el qué dice la historia como el por qué, de qué manera y quién lo dice o lo calla. Y esta es una cuestión particularmente interesante en el caso de Alvarado Tezozomoc, historiador de tan singulares circunstancias. Por otra parte, la historiografía misma se ha convertido hoy en objeto de estudio en el marco de la historia de las ideas, de la cultura y de la literatura. La Crónica mexicana se presta a esclarecedores análisis acerca del valor relativo de la cultura española importada y de la azteca aborigen en el México del XVI; acerca de las técnicas y modelos narrativos utilizados, desechados o inventados; acerca, en fin, del lugar que corresponde a este texto y a este escritor en los orígenes de la literatura hispanoamericana actual. Esta edición trata de todas estas cuestiones en sus dos estudios introductorios, uno dedicado a los aspectos textuales y literarios de la crónica, otro a su contenido histórico y a su contexto y relaciones historiográficos. Finalmente, para facilitar al lector el manejo de tantos y tantos datos como ofrece el texto acerca de distintos episodios, personajes y costumbres aztecas, así como la comprensión de los términos nahuatl en que abunda, esta edición ofrece un glosario a modo de apéndice.
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CRÓNICA Y RELACIÓN COPIOSA Y VERDADERA DE LOS REINOS DE CHILE Hecha por Jerónimo de Vivar, natural de la ciudad de Burgos. Acabada el catorce de diciembre de mil quinientos cincuenta y ocho años. DEDICATORIA Muy alto y muy Serenísmo Señor Carlos, príncipe de las Españas, hijo del muy alto y poderoso señor don Felipe, rey de las Españas y muy alto y muy Serenísimo señor: Habiendo pasado a estas nuevas regiones de Indias, y como en ellas hubiese y aconteciesen cosas dignas de perpetua memoria, vilas no tener en el grado que se deben tener, y los casos acontecidos que cada un día acontecían vilos quedar en olvido, e los españoles, hijos de nuestra España, su inclinación es en supremo grado, y su intento tal, que se inclina más. Es tanta su valerosidad que en todos los negocios que emprenden procuran subir a más y valer más. Y hallándome en estas provincias de Chile en su descubrimiento y conquista y población y sustentación, con don Pedro de Valdivia, vasallo y servidor a la Corona real de España, al cual servicio fue muy aficionado como caballero que representaba la persona real, le seguí y aún le serví hasta lo último de sus días. Y viendo que pasaban cosas dignas de perpetua memoria, y porque no quedasen en el olvido que otras suelen quedar, acordé de ponerlas en el registro, para hacer a Vuestra Alteza con ello algún pequeño servicio, porque tendré por cierto Vuestra Alteza lo recibirá con la voluntad con que le ofrezco esta relación y crónica, que tratará de los hechos de don Pedro de Valdivia, vuestro gobernador que fue, y de los españoles que con él vinieron de nuestra España, en el cual descubrimiento y conquista y población le siguieron. Y en ella contaré los trabajos, cansancios, hambres y fríos, que en la sustentación se pasó y de lo más importante de ello. Serenísimo Señor, he hecho y recopilado esta relación de lo que yo por mis ojos vi y por mis pies anduve y con la voluntad seguí, para que los que leyeren u oyeren esta relación se animen a semejantes descubrimientos, entradas y conquistas y poblaciones, y en ellas empleen sus ánimos y esfuerzos en servicio de sus príncipes y señores, como este don Pedro de Valdivia lo hizo. No tuviera atrevimiento a la contrariedad del mundo y a sus varios juicios, mas con la esperanza y favor de vuestra Alteza, que como cosa suya la ampara, de tal suerte que ose libremente andar por el mundo. Porque muchos que han escrito y escriben, buscan señores elegir sus obras, y para elegir ésta hallé a Vuestra Alteza, que es el mayor príncipe del mundo, al cual suplico perdone mi atrevimiento, porque parecer ante tan gran príncipe, y para ir cumplida de vocablos semejante lectura, habíala de escribir un tal hombre como Tolomeo o Tito Livo o Valerio u otro de los grandes escritores. Mas a mí me basta el favor de habella elegido al más alto y mayor príncipe del mundo. Puesto que los sabios me ayudarán en todo, de las demás lenguas no temo, y si alguna falta hubiere, a los lectores suplico benignamente no me lo atribuyan sino al fin de que yo lo hice. Y estoy confiado, como ciertamente me confío, que en todo seré creído, y porque no me alargaré más de lo que ví, y por información cierta de personas de crédito me informé, y por relación cierta alcancé de lo que yo no viese.
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