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obra
Dos de las tres capillas de la cripta románica de Sos del Rey Católico conservan sus pinturas murales. La capilla central cubre todos los muros, las bóvedas del ábside, el presbiterio y los arcos fajones. En la cuenca absidial se divide en dos fajas; en la superior se representa la Coronación de la Virgen por parte de Cristo, ubicándose ambas figuras entre dos ángeles músicos; en la inferior encontramos seis escenas de la vida de la Virgen: la Anunciación, el Nacimiento, la visita de los Reyes Magos, las tres Marías ante el sepulcro, la Ascensión y el Pentecostés. En la zona cilíndrica se representan varias escenas sin solución de continuidad. En la ejecución del conjunto intervinieron tres artistas: el primero pintaría las escenas de los arcos fajones y la bóveda, el segundo ejecutó la Coronación y las escenas del ábside mientras que un tercero es el responsable de la realización de la zona baja del ábside.
acepcion
Técnica escultórica de origen asiático en que se empleaba oro y marfil. Este arte consistía en la incrustación del marfil en la madera y el uso del oro para destacar algunos detalles. En la Grecia clásica estuvieron muy en boga las estaturas realizadas con esta técnica.
obra
Las distintas regiones mantienen, para sus retratos, iconografías peculiares: si Rodas hacía efigies de ciudadanos, Atenas se mantiene aferrada a sus hombres públicos. No es casual, en este sentido, que el mejor retrato realizado en la ciudad en torno al 200 a. C. sea precisamente el de un filósofo estoico, Crisipo. Su autor, Eubúlides, un artista conocido por las honras que recibió en Delfos y en el Pireo a principios del siglo II, nos ha dejado en esta estatua la imagen inolvidable del apasionado polemista, que discute embelesado sobre un problema de lógica, a la vez que emplea la mímica convincente de sus manos. Frente a las viejas efigies distantes de los filósofos clásicos, aquí tenemos la visión honesta, y por ello más honda, de quien conoció a su modelo y pudo conversar con él.
contexto
El desarrollo inicial de los ejércitos hoplíticos aparece todavía actuando bajo la dirección y patrocinio de la aristocracia. La tendencia a liberarse por parte del campesinado ponía en peligro su pervivencia. Algunos aristócratas acuden consecuentemente a tratar de reforzar las filas a su alrededor, fortaleciendo clientelas a través de repartos benéficos y aumentando sus poderes reales con ejércitos mercenarios, pagados con las monedas con acuñaciones indicativas de los símbolos heráldicos del demos dominante. El primer paso, tanto en las nuevas formas militares como en los nuevos medios de cambio, se inserta así en la crisis de la aristocracia que sobrevive a base de poner ella misma los fundamentos de las nuevas estructuras, tanto en el plano militar como en el económico. En otro orden de cosas, la ciudad, órgano de la solidaridad aristocrática, se transforma en el escenario no sólo de sus acciones tendentes a integrar y transformar los fundamentos materiales en que se asientan las otras clases, creando así lazos verticales, sino de las acciones que rompen los lazos horizontales de esa misma solidaridad. De este modo, a las presiones del campesinado, a la presencia a veces conflictiva de los thetes, se une la rivalidad aristocrática, donde los miembros de las grandes familias compiten entre sí para obtener el control de los bienes y de los hombres. Las presiones de estos últimos y sus resistencias colaboran, sin embargo, a desarrollar fuerzas aglutinadoras que permiten que dentro de la aristocracia se produzca una tensión entre tendencias solidarias y competitivas, característica de las acciones y de las creaciones ideológicas del arcaísmo. En este ambiente, las mentalidades que se reflejan en los medios aristocráticos recogen en cierta medida los elementos que se desprenden de la práctica del combate hoplítico y del papel equilibrador del ágora como centro político. El oráculo de Delfos se erige en patrono ideológico de la clase que exige el equilibrio para su supervivencia solidaria. Las máximas "conócete a ti mismo" y "nada es demasiado" recogen tajes necesidades, con el intento de evitar que la insolidaridad lleve a cualquier individuo a violar las reglas de la propia clase y a excederse, en su ambición, en sus modos de explotación de las clases antagónicas y en la rivalidad con sus homólogos, de modo que provocara la destrucción del todo. El mayor delito moral sería la hybris, la ruptura con los propios límites, el olvido de la propia naturaleza, la soberbia que lleva al hombre a intentar igualarse con los dioses y a provocar su envidia. Todo exceso trae como consecuencia la propia destrucción. Para los griegos, los representantes de tal mentalidad fueron los siete sabios, número mágico que encuadra en listas que contienen variaciones concretas a los hombres que, mitad políticos y mitad filósofos, habían expuesto en las teorías que habían llevado a la práctica, en la vida pública y en la privada, los principios básicos de esa mentalidad. En el plano político, éste es el espíritu que se plasmó en las diferentes legislaciones que se llevaron a cabo en las ciudades griegas, donde se redactaban, generalmente por escrito, las normas de convivencia con la intención de imponer orden, tanto por medio del freno de las reivindicaciones y de los abusos de las clases en conflicto como a través de la imposición de los límites a las rivalidades destructivas de los miembros más ambiciosos de las clases aristocráticas. En Magna Grecia se hicieron famosos Zaleuco y Carondas, cuyas leyes seguían sirviendo de modelo en la época clásica. Pitágoras sería el representante de la doble cara, política y filosófica, de este tipo de personajes, pues su teoría matemática y musical viene a ser la sublimación de estas actitudes ante la realidad social. En Esparta y en Atenas es donde la actividad de los legisladores Licurgo, Dracón y Solón resulta mejor conocida.
contexto
Durante los siglos XIV y XV Europa occidental vivió lo que la historiografía ha llamado crisis de la Baja Edad Media, una agitada etapa de transición entre el ocaso del Medievo y la génesis del Renacimiento que puede ser considerada también una "época en sí misma" (B. Guennée). En líneas generales, este periodo se caracterizó por la confluencia de la recesión demográfica, la crisis económica, las agitaciones sociales y las convulsiones políticas en un contexto de guerra generalizada. La otra cara de este negativo panorama fue la búsqueda de unas soluciones que permitieron superar estos problemas y abordar futuros retos. La crisis agraria iniciada a finales del siglo XIII (descenso de producción y precios, empeoramiento climático, incapacidad técnica...) preparó el camino a una Peste Negra que, desde 1347 y en oleadas sucesivas, fue demoledora. El bloqueo económico y el retroceso demográfico repercutieron gravemente en una sociedad cuyas principales fuerzas políticas eran la monarquía y la nobleza feudal. Ante el descenso de sus rentas y la perdida de su predominio socio-económico, los nobles demostraron una enorme resistencia: incrementaron su presión sobre el campesinado provocando su sobreexplotación, se unieron a las empresas bélicas de las monarquías con la intención de convertir la guerra en el medio de asegurar su amenazada posición dominante y, en última instancia, con este fin intentaron el asalto a las instituciones del Estado. Desde el primer tercio del siglo XIV la guerra, consecuencia y agravante de la crisis, alcanzó una difusión e intensidad desconocidas hasta entonces en el Occidente europeo, convirtiéndose en la característica más llamativa de la conflictividad política de la Baja Edad Media. En esta época las monarquías occidentales combatieron entre sí en varios escenarios. Francia e Inglaterra iniciaron el enfrentamiento bélico de dimensiones europeas que conocemos como Guerra de los Cien Años. Los reinos ibéricos alternaron las luchas dinástico-territoriales en la Península y el enfrentamiento contra los musulmanes en la Batalla del Estrecho con una decisiva participación en el gran conflicto anglo-francés. Por último, la Corona de Aragón prosiguió su expansión marítima en el Mediterráneo iniciada en el siglo XIII.
contexto
Durante los siglos XIV y XV Europa occidental vivió lo que la historiografía ha llamado crisis de la Baja Edad Media, una agitada etapa de transición entre el ocaso del Medievo y la génesis del Renacimiento que puede ser considerada también una "época en sí misma" (B. Guennée). En líneas generales, este periodo se caracterizó por la confluencia de la recesión demográfica, la crisis económica, las agitaciones sociales y las convulsiones políticas en un contexto de guerra generalizada. La otra cara de este negativo panorama fue la búsqueda de unas soluciones que permitieron superar estos problemas y abordar futuros retos. La crisis agraria iniciada a finales del siglo XIII (descenso de producción y precios, empeoramiento climático, incapacidad técnica...) preparó el camino a una Peste Negra que, desde 1347 y en oleadas sucesivas, fue demoledora. El bloqueo económico y el retroceso demográfico repercutieron gravemente en una sociedad cuyas principales fuerzas políticas eran la monarquía y la nobleza feudal. Ante el descenso de sus rentas y la perdida de su predominio socio-económico, los nobles demostraron una enorme resistencia: incrementaron su presión sobre el campesinado provocando su sobreexplotación, se unieron a las empresas bélicas de las monarquías con la intención de convertir la guerra en el medio de asegurar su amenazada posición dominante y, en última instancia, con este fin intentaron el asalto a las instituciones del Estado. Desde el primer tercio del siglo XIV la guerra, consecuencia y agravante de la crisis, alcanzó una difusión e intensidad desconocidas hasta entonces en el Occidente europeo, convirtiéndose en la característica más llamativa de la conflictividad política de la Baja Edad Media. En esta época las monarquías occidentales combatieron entre sí en varios escenarios. Francia e Inglaterra iniciaron el enfrentamiento bélico de dimensiones europeas que conocemos como Guerra de los Cien Años. Los reinos ibéricos alternaron las luchas dinástico-territoriales en la Península y el enfrentamiento contra los musulmanes en la Batalla del Estrecho con una decisiva participación en el gran conflicto anglo-francés. Por último, la Corona de Aragón prosiguió su expansión marítima en el Mediterráneo iniciada en el siglo XIII.