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El culto a los muertos estaba muy arraigado en Micronesia, con aspectos distintos en las diferentes islas. En Ponapé, por ejemplo, fue muy difícil para los arqueólogos y antropólogos trabajar allí, porque sus habitantes creían firmemente que el respeto a sus antepasados pasaba por no tocar, ni siquiera acercarse a sus tumbas. En cambio, en las islas Ellice y Gilbert creían que su mauri (seguridad, prosperidad) dependía también de ese respeto a los muertos, pero ellos lo manifestaban tratando cariñosamente sus restos, lo cual les llevaba a ungir sus huesos con aceite, bañarlos en el mar, a hablarles e, incluso, a fumarse una pipa en compañía de sus esqueletos, porque, allá donde habitan los difuntos, no hay ocasión de fumar. Nunca comprendieron por qué los misioneros, que por otro lado parecían buena gente, destruían sus altares y les prohibían estas prácticas. Va a hacer un siglo que España abandonó el Pacífico. La hispanización de las islas fue desigual y, en la mayoría de las ocasiones, limitada. Su huella más profunda la dejó en las Marianas y en las Carolinas, que dependían del Gobierno de Filipinas. Así y todo, el Gobernador General escribía a finales del siglo pasado: "Nuestra dominación efectiva sobre los dos grupos de islas se reduce a la ocupación de una única isla en cada uno de los grupos, a saber, Yap y Ponapé, y a un sólo punto dentro de cada isla, con una guarnición, un barco de guerra y una lancha en cada uno de estos puntos. En Palaos, aunque se nos ha reconocido nuestro derecho de dominio, no tenemos, hasta ahora, más signo de posesión que cuatro misioneros franciscanos, establecidos en aquel grupo compuesto de diez islas".
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La muerte era considerada por los sumerios uno de los acontecimientos más importantes de la naturaleza humana. Los grandes señores y gobernantes eran enterrados en necrópolis, algunas de las cuales fueron fastuosas y requirieron la movilización de una ingente cantidad de mano de obra, como el cementerio real de Ur. Pero también el pueblo llano era enterrado en sitios destinados al efecto, interviniendo en el acto un complejo ritual. Sumerios y acadios consideraban el espíritu del fallecido se dirigía, tras la muerte del cuerpo, a un mundo subterráneo, al que conocían como País sin retorno. Se trataba de un oscuro lugar, sin comida ni bebida ni aire, lleno de polvo. En este lugar el espíritu debía alimentarse de las ofrendas depositadas por los deudos del difunto, lo que indica la importancia -corroborada por la arqueología- del ajuar funerario para esta civilización.
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En Babilonia, cuando un individuo moría iba a parar a un mundo inferior o "tierra sin retorno" (Arallu). En este lugar, cuya referencia conocemos por mitos y plegarias transmitidas por los textos, el cuerpo del fallecido permanecía temporalmente hasta que llegaba el momento de ser sometido a juicio. El inframundo era un lugar desolado, imaginado como una montaña rodeada por un río sagrado que cada difunto debía cruzar. En una gran caverna se alzaba un palacio de siete plantas, rodeado por siete murallas y siete guardianes. Cuando el fallecido llegaba le esperaban los dioses terrestres formando un tribunal presidido por Shamash o por el héroe Gilgamesh, encargados de juzgar sus actos pasados y decidir sobre su futuro. La muerte de un individuo daba lugar a un complejo ceremonial funerario, que fue variando a lo largo del tiempo. Era fundamental enterrar al difunto de un modo adecuado pues, si no recibía sepultura, su sombra se separaría del cuerpo y vagaría por el mundo terrenal causando daños y desastres. Los enterramientos podían realizarse en el suelo de las propias viviendas -siguiendo una antigua tradición- o en necrópolis cercanas a las ciudades. El cadáver era enterrado junto con su ajuar funerario, compuesto por elementos que podrían servirle en la otra vida y que le habían acompañado en ésta, como herramientas, adornos o su cilindro-sello. Los cuerpos eran depositados en una doble tinaja o en un sarcófago de arcilla o de piedra, dependiendo de las posibilidades económicas de los familiares. Para honrar la memoria del difunto y demostrar su pesar los familiares debían llevar luto y llorar, a demás de realizar diversos actos periódicos como pronunciar su nombre, realizar libaciones de agua en su propia tumba a través de un conducto o celebrar banquetes funerarios (kipsu). En estos banquetes se congregaban todos los familiares y comían y bebían para honrar la memoria de los antepasados. En el caso de los reyes, inmediatamente después de su fallecimiento era decretado un periodo de luto oficial y sus cuerpos eran expuestos a la población en el palacio o en una de las puertas principales de la ciudad. Para honrarles se les erigían estatuas y se efectuaba un cuidadoso ritual, pues se pensaba que la muerte de un rey -es decir, el intermediario entre el pueblo y los dioses- podía acarrear grandes desgracias.
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La versión de la historia azteca, que incluye datos acerca de su religión, se conserva en diversos textos indígenas. En ellos las divinidades netamente aztecas, en particular el antiguo numen tribal Huitzilopochtli, se sitúan en un mismo plano con los dioses creadores de las edades o "soles", es decir con Tezcatlipoca y Quetzalcóatl. Pero sobre todo aparece vigoroso el espíritu místico-guerrero del "pueblo del Sol", es decir de Huitzilopochtli, que tiene por misión someter a todas las naciones de la tierra para hacer cautivos con cuya sangre habrá de conservarse la vida del Sol. Un antiguo himno sagrado, en el que se invoca a Huitzilopochtli, muestra la importancia que éste había alcanzado entre los dioses venerados en Tenochtitlan. Si su madre Coatlicue había quedado identificada como uno de los rostros de la suprema deidad femenina, Huitzilopochtli recibía ya las más elevadas formas de culto. Su santuario se situó, con el de Tláloc, el Señor de la lluvia, en lo más alto de la pirámide principal, dentro del recinto del que se conoce como Templo mayor. El himno en honor de Huitzilopochtli se entonaba probablemente en forma de diálogo. Al principio un cantor habla, haciendo alusión al joven guerrero que, identificado con el Sol, recorre su camino en los cielos. A él responde, por medio de un coro, el mismo Huitzilopochtli: es él quien ha hecho salir al Sol. De nuevo vuelve a hablar la voz de quien dirige el canto para ensalzar al portentoso que habita en la región de las nubes. La parte final es entonada por la comunidad. "- Huitzilopochtli, el joven guerrero, el que obra arriba, va andando su camino. - No en vano tomé el rapaje de plumas amarillas: porque yo soy el que ha hecho salir al Sol. -El Portentoso, el que habita en la región de nubes: ¡uno es tu pie! El habitador de la fría región de alas: ¡se abrió tu mano! -Junto al muro de la región de ardores, se dieron plumas. El Sol se difunde, se dio grito de guerra... ¡Ea, ea, oh, oh! Mi dios se llama Defensor de hombres... - Los de Amantla son nuestros enemigos: ¡ven a unirte a mí! Los de Pipiltlan son nuestros enemigos: ¡ven a unirte a mí! Con combate se hace la guerra: ¡ven a unirte a mí!" Huitzilopochtli, el Sol, es quien da vida y conserva, alentando la guerra, la quinta edad o sol, es decir, la de los tiempos presentes. Es verdad que, desde antes, los aztecas y otros pueblos de Mesoamérica habían practicado las "guerras floridas", aquellas dirigidas a hacer cautivos cuyo destino era el sacrificio. Sin embargo, cuando los aztecas hicieron suya la idea de que su misión consistía en extender los dominios de Huitzilopochtli, para obtener víctimas con cuya sangre debía preservarse la vida del Sol, tal forma de rito se practicó con mayor frecuencia. Para llevar a cabo los sacrificios de quienes habían sido cautivados en la guerra, habían edificado los aztecas un templo rico y suntuoso en honor de Huitzilopochtli. El antiguo calendario, heredado de los tiempos toltecas, regía el ciclo sagrado según el cual se determinaban los sacrificios que se hacían a los dioses durante el año. Quedó establecido así lo que pudiera llamarse "un teatro perpetuo", en el que muchos de los actores, víctimas humanas que representaban el papel de los dioses antes de ser sacrificadas, revivían en los ritos el antiguo prodigio realizado por los dioses, que también murieron y dieron su sangre para hacer posible la vida del Sol y de todo cuanto existe.
lugar
Personaje Científico
Se instaló en España para aprender de los árabes su lengua y su ciencia. Realizó más de setenta traducciones de tratados de astrología, matemáticas y medicina. Sus traducciones de Avicena, o Euclides facilitaron la difusión de la cultura árabe.
termino
acepcion
En lenguaje arquitectónico, zócalo del templo.
obra
En 1840 Turner viaja por última vez a Venecia, acompañado de sus inseparables acuarelas con las que realizará numerosos bocetos, apuntes y trabajos preparatorios. No olvidemos que tras su muerte se encontraron en su estudio más de 19.000 dibujos y estudios en los que el maestro londinense nos presenta su interés hacia los colores, las luces y las atmósferas, características definitivas de su pintura como bien se puede apreciar en sus obras definitivas -véase Lluvia, vapor y velocidad- que supondrán la antesala del impresionismo. Y es que el propio Turner afirmaba "me dedico a pintar lo que veo, no lo que sé". En esta ocasión el pintor ha elegido un crepúsculo, uno de sus momentos favoritos en los que las tonalidades rosáceas, violetas y amarillas -su color preferido- se unifican, en sintonía con las obras de Claude Monet.
obra
Turner es quizá el pintor que mejor haya representado las atmósferas. En 1843 un crítico inglés comentó a propósito de sus obras: "Hay un pintor que tiene la manía de pintar atmósferas". Para representar esos efectos atmosféricos que le caracterizan realizó numerosos bocetos tomados directamente del natural, bien a lápiz o a la acuarela, siendo muy escasos los realizados al óleo bajo la influencia de John Constable. Estos bocetos serán posteriormente empleados para las obras definitivas, pero totalmente modificados por su fecunda imaginación o por errores de memoria. Como podemos comprobar en esta composición, nos encontramos con una imagen tremendamente rápida y abocetada, como corresponde a un estudio, envolviendo las tonalidades rojizas del orto solar con amenazantes nubarrones negros. El resultado es una obra que parece anticipar la abstracción, aunque siempre debemos considerar este tipo de trabajos como estudios preparatorios, no como obras definitivas.