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Denominada en clave "Argonauta", entre el 4 y el 11 de febrero de 1945 se desarrolló la segunda Conferencia interaliada en la que se encuentran los tres grandes líderes: Stalin, Roosevelt y Churchill. Los acuerdos que se adoptaron fueron encaminados, dada la cercanía de una victoria aliada sobre Alemania y Japón, a organizar la posterior posguerra. Así, se estableció el reparto de las zonas de ocupación de Alemania, continuando con los trabajos de la Comisión Consultiva Europea y se acordó un principio de compromiso sobre la composición y el peso político en las votaciones de las Naciones Unidas, a pesar de la petición de Stalin de que fueran aceptadas en la ONU como miembros las 16 repúblicas soviéticas. Finalmente, Roosevelt y Churchill admitieron que formasen parte de la ONU sólo Bielorrusia y Ucrania. Otra disposición aceptada fue el establecimiento del derecho de veto para los miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Sin embargo, quedaron sin solucionar cuestiones como el reparto de Polonia o las persistentes diferencias entre los aliados sobre política europea. Por último, Stalin firmó un protocolo secreto según el cual, apenas firmada la capitulación alemana, la URSS declararía la guerra a Japón.
obra
Palmaroli pasará los veranos en la localidad costera de Trouville, lugar de moda entre la burguesía parisina. Allí surgirán sus cuadritos de playa siendo la Confesión el mejor de los que pintó. En el lienzo aparecen un hombre y una mujer en la playa, sentados en unos sillones de mimbre, manteniendo un romance, al que alude al título del cuadro. El joven es Vicente Palmaroli Reboulet, hijo del pintor, a la edad de catorce años, vestido con un traje oscuro que supone la única nota diferente en esta suave melodía de tonalidades claras. Palmaroli hace gala de una atractiva perspectiva obtenida a través de la disposición de objetos en profundidad, cerrando el conjunto con el horizonte en la lejanía. Pero la nota más destacada del trabajo será la luminosidad y el realismo con que trata el tema, empleando una pincelada rápida y detallista que recuerda las obras de Fortuny, envolviendo el asunto en un ambiente romántico muy admirado por la burguesía decimonónica. El lienzo fue adquirido en 1931 por el protagonista de la escena por 1.000 pesetas, donándolo a su muerte al Museo del Prado.
obra
Giotto vuelve a escenificar un milagro de la vida de San Francisco para una de las últimas escenas del ciclo narrativo de Asís. La mujer de Benevento había muerto en pecado. Será el santo el que la resucitará para que confiese, tras lo cual la mujer vuelve a morir. El espacio está constituido de forma similar a la escena de La curación del hombre de Lérida, con la estructuración a partir de la misma caja espacial de interior, con elementos arquitectónicos de medidas estilizadas. Sobre el fondo del muro final, en tonalidades amarillas, se recortan las gamas verdosas de las túnicas, la mujer de Benevento y la ropa de cama. La mujer aparece incorporada de su lecho confesando su pecado a un clérigo, que la escucha atento. A ambos lados de la cama, los ejes verticales de algunos personajes que asisten al acontecimiento. Tras la muerte-resurrección-muerte de la anciana, un demonio huye confundido sobrevolando la habitación. En el extremo superior izquierdo, el santo se presenta en escorzo, arrodillado ante Dios Padre, sobre el fondo del cielo. Posiblemente, ésta sea la única participación de Giotto en toda la escena.
obra
La fábrica de caramelos británica J.& E. Bella encargó a Toulouse-Lautrec este cartel para publicidad de sus productos. La joven que protagoniza la composición porta la sonrisa de Jeanne Grenier, obteniendo Lautrec como resultado una de sus obras más innovadoras al combinar eficazmente la seguridad de la línea y el color, creando incluso un cierto aspecto vaporoso gracias a la tinta espolvoreada.
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Los pintores prerrafaelitas reaccionaron contra el arte académico, interesado por la temática de paisaje y los retratos, introduciendo referencias morales y sociales derivadas de la nueva sociedad creada en Inglaterra tras la Revolución Industrial. En esta ocasión, Millais nos muestra un hecho bastante habitual en aquellos tiempos: un padre solicita a su hija que le haga entrega de la carta que acaba de recibir del cartero, mostrándose la muchacha reacia a la entrega por considerar que se trata de su correspondencia privada. Esta es la razón del título del lienzo: Confía en mí. La escena tiene lugar en el interior de una casa de la aristocracia, vistiendo ambos modelos elegantes trajes y presentando una mesa con el servicio del té. Los gestos y las expresiones de los modelos indican la facilidad del pintor a la hora de hacer retratos. Millais se presenta como un artista interesado por los detalles tanto de los objetos que hay sobre la mesa como de las calidades de los vestidos, prestando atención a lo anecdótico y lo cotidiano.
obra
Entre los impresionistas Renoir será el pintor de la figura humana, interesándose especialmente por escenas intimistas en las que recoge retazos de la vida cotidiana del París decimonónico. Este es un bello ejemplo para el que posaron las modelos Eva y Laurenzie, más conocida como "la polaca". Las dos figuras están al aire libre, bañadas por la brillante luz, fundiéndose con el entorno de la naturaleza que las rodea. Las pinceladas son rápidas y empastadas, creando una sensación de abocetamiento habitual en la pintura impresionista. Las tonalidades apagadas dominan el conjunto, contrastando con los blancos de cuellos, puños y adornos.
contexto
La conflictividad social disminuyó considerablemente en el transcurso del siglo XV, sin duda en consonancia con el fin de la depresión y los inicios de la recuperación. Paralelamente, las tensiones de mayor intensidad se desplazaron desde lo que había sido el gran eje de las luchas sociales en la decimocuarta centuria (Italia-Francia-Inglaterra) hacia territorios externos al mismo. Así se explica el protagonismo que tuvieron las luchas sociales en el siglo XV en territorios como Escandinavia, Bohemia o la Península Ibérica. Esto no quiere decir, sin embargo, que no hubiera conflictos sociales en la decimoquinta centuria en Francia, Inglaterra o el Imperio. Recordemos algunos de los más significativos. En Francia, después de una etapa de quietud, la inestabilidad volvió en el año 1413. En abril estalló en París la llamada "revolución cabochienne". Estaba integrada básicamente por los carniceros de la ciudad, descontentos por su exclusión de las filas de la alta burguesía. Su líder era un carnicero al que se bautizaba jocosamente como "Caboche", término que quiere decir cabezota. Hay que tener en cuenta, no obstante, que este motín tenía una estrecha conexión con el gran problema político del momento, el enfrentamiento entre los Armagnacs y los Borgoñones. Los "cabochiennes", que estaban al servicio del duque de Borgoña, Juan sin Miedo, lograron la aprobación de una importante ordenanza (denominada precisamente "cabochienne"), pero cometieron numerosos excesos. No obstante, la entrada en París, en agosto de 1413, de los Armagnacs, supuso el fin pare la sedición "cabochienne". A mediados de siglo, algunas regiones de Francia fueron sacudidas por movimientos populares de cierta consistencia. Nos referimos fundamentalmente a los "coquillards" y a los "écorcheurs". Los primeros, localizados en tierras de Borgoña, desarrollaron su actividad entre los años 1435 y 1445. Los "écorcheurs", originarios de la zona de París, desde donde se propagaron hacia el delta del Ródano, actuaron entre 1441 y 1465. Unos y otros recordaban por sus actuaciones a los "tuchins". Todo parece indicar que los movimientos citados eran, en el fondo, una forma más de bandidaje rural. En tierras imperiales los sucesos más conocidos, en lo que afecta a la conflictividad social del siglo XV, fueron los que se produjeron en Magdeburgo en 1402, aunque los mismos no rebasaran el marco local. De todas formas, las luchas sociales de la decimoquinta centuria están estrechamente conectadas a manifestaciones de carácter religioso. En las bandas de "begardos" que recorrían a mediados de siglo las tierras de Turingia y de Alsacia o en el movimiento conocido como la "virgen de Nicklaushausen", que data del año 1476, los aspectos religiosos y los específicamente sociales están fuertemente ensamblados. Es conocida, en cualquier caso, la violencia ejercida por los señores en la represión de las manifestaciones espirituales. Sin duda se estaban poniendo las bases de la explosión campesina que estalló en tierras imperiales en las primeras décadas del siglo XVI, coincidiendo con las predicaciones de Martín Lutero. También en Inglaterra las reivindicaciones sociales iban de la mano de determinadas actitudes religiosas. Así se vio, por ejemplo, con el movimiento "lollardo", que tuvo un gran predicamento en las primeras décadas del siglo XV. Por lo demás, al mediar la centuria se produjeron revueltas populares en las regiones de Kent y de Essex, conducidas por un líder de gran relieve, John Cade. ¿Resucitaba el movimiento de 1381? Así pudo parecerlo por algún tiempo, pero finalmente la sublevación fue aplastada por el ejército real inglés. El mundo escandinavo fue testigo, durante la primera mitad del siglo XV, de frecuentes levantamientos campesinos. A su frente figuraban dirigentes muy variados, no siempre labriegos. El más conocido de todos es el que respondía a la denominación de "rey David". Pero a partir de 1454 cedió la tensión social en el agro escandinavo. En un ámbito bien diferente, Bohemia, las tensiones sociales brotaron al hilo de la revuelta "husita". Es indudable que en este movimiento primaban los factores de índole religiosa (el apoyo a las doctrinas de Juan de Hus, condenadas como heréticas por la Iglesia oficial) junto con los de carácter nacional (la hostilidad de Bohemia hacia lo germánico). Pero no debemos olvidar que las predicaciones de Hus contra la autoridad eclesiástica, como ha señalado J. Macek, despertaban en Praga una gran acogida "entre los indigentes de la ciudad, los artesanos empobrecidos, los asalariados, los criados, las sirvientas y los mendigos". Por lo demás, estos sectores suponían casi el 4 por 100 de la población de Praga. Cuando el movimiento husita se escindió en dos grupos, en 1419, uno de ellos, el denominado taborita, recogió la antorcha de las reivindicaciones sociales. Con ese sector estaban, básicamente, los campesinos y el bajo clero de Bohemia. Así se explica que los taboritas reclamaran, por más que sus propuestas fueran utópicas, la propiedad colectiva de la tierra y la construcción de una sociedad igualitaria. Pero aunque resistieron tenazmente, a la postre tuvieron que claudicar, lo que supuso el desvanecimiento de sus sueños. Los reinos hispánicos conocieron, en el transcurso del siglo XV, una aguda conflictividad social, particularmente notable en tierras de Cataluña y de Galicia. No obstante, hay que referirse a un conflicto que estalló a fines del siglo XIV y que tenía, junto a otros aspectos, indudables connotaciones sociales. Nos referimos a la explosión antijudía de 1391, que se inició en Sevilla, desde donde se propagó tanto al resto del Reino de Castilla como a tierras de la Corona de Aragón. La hostilidad de los cristianos hacia los judíos, alimentada por las doctrinas que defendía la Iglesia y por las frecuentes predicaciones de clérigos incendiarios, creció en el siglo XIV a consecuencia de las dificultades de la época. Por si fuera poco el triunfo de Enrique de Trastámara en Castilla, en 1369, se basó, en buena medida, en la propaganda antijudía. Así las cosas, el clima antihebraico fue in crescendo, hasta que derivó en los "pogromy" de Sevilla de 1391. Las consecuencias fueron espectaculares: muchas juderías desaparecieron al tiempo que numerosos hebreos, pare salvar su vida y sus bienes, aceptaban, aunque sin convicción, el bautismo cristiano. De esa manera se ponían las bases del conflicto entre los cristianos viejos y los nuevos o conversos, que recorrió todo el siglo XV. Las consecuencias finales de esta situación son bien conocidas: la creación de la Inquisición, para perseguir a los falsos conversos, y la expulsión de España de los judíos, medida decretada en 1492 por los Reyes Católicos. La sublevación de los "payeses de remensa" catalanes tuvo su comienzo a fines del siglo XV, arrastrándose, bajo diversas formas, nada menos que hasta 1486, año de la firma de la "Sentencia arbitral de Guadalupe", que puso fin al problema. Los citados campesinos, llamados de remensa por el rescate que debían pagar para obtener su libertad, eran muy abundantes en la Cataluña Vieja. La práctica por los señores de los malos usos hizo crecer el descontento de los labriegos, los cuales, en un escrito del año 1388, ponían de manifiesto que "el temps de la servitud, quan tots els habitants de la Catalunya Vella havien estat obligats a pagar exorquia, intèstia, cugucia y altres drets... era ja-passat". Ahora bien, el alzamiento remensa incorporó también a campesinos acomodados que querían mantener la posesión de los "masos rònecs", es decir, las explotaciones abandonadas en tiempo de las mortandades y que ellos habían ocupado. Además, el conflicto remensa se implicó en las tensiones políticas que vivió el Principado de Cataluña en el transcurso del siglo XV. La tensión creció a mediados de la centuria. Defensores de la causa regia, los payeses obtuvieron importantes concesiones de Alfonso V ("Sentencia Interlocutoria" de 1455, por la que quedaban en suspenso los malos usos). Posteriormente, con motivo de la guerra civil catalana contra Juan II, los campesinos jugaron un papel muy activo, siempre al lado del rey. De todas formas el problema campesino se arrastró por algún tiempo, hasta que alcanzó su solución, en tiempos de Fernando el Católico. Galicia había sido testigo en 1431 de un importante levantamiento campesino. Unos 3.000 vasallos de Nuño Freire de Andrade se sublevaron contra su señor, arrastrando consigo a artesanos de las villas próximas y a algunos hidalgos, como Ruy Sordo. Pero la ayuda del rey de Castilla al noble gallego permitió sofocar la rebelión. No obstante, unos años más tarde tuvo lugar en Galicia un nuevo conflicto de más amplios vuelos. Nos referimos a la denominada "segunda guerra irmandiña", que estalló en 1467. Inicialmente se constituyó una hermandad, aprobada por el rey de Castilla, Enrique IV. Dirigida por gentes de extracción nobiliaria, la hermandad, que incluía a labriegos y a gente menuda de las ciudades, desembocó en una revuelta antiseñorial. Entre 1467 y 1469 los irmandiños destruyeron numerosas fortalezas de los señores feudales. Pero a medida que avanzaba el conflicto, se acentuaban las contradicciones internas de los sublevados, en particular la convivencia de nobles y plebeyos en sus filas. Así se expresaba el cronista vizcaíno Lope García de Salazar al relatar cómo acabó la sublevación irmandiña: "Los hidalgos acatando la antigua enemistad que fue e sería entre fijosdalgos e villanos, juntándose con los dichos señores, dieron con los dichos villanos en el suelo". La conclusión fue la derrota de los rebeldes y la plena recuperación del poder de la alta nobleza gallega.
contexto
Las tensiones propias de un momento en que se llevan a cabo nuevas formas de supeditación de las poblaciones, en el tránsito de la ciudad clásica al mundo helenístico, favorecieron el apoyo de las clases dominantes al poder autoritario de los reyes. Ahora bien, en éstos apareció pronto la tendencia a completar la acción de la fuerza con un programa ideológico que los representa como salvadores de las poblaciones oprimidas, a veces porque conseguía liberarlas de la esclavitud a que podían someterlas las acciones de otros reyes o de los piratas, otras porque conseguía aliviar la presión de las clases dominantes sobre ellas, lo que creaba nuevas formas de enfrentamiento, que sólo se resolverían con la presencia romana, única garantía de que se podía conservar el sistema en paz, aumentando las posibilidades de mejorar el aprovisionamiento de esclavos. Reyes o pretendientes obtenían en sus luchas dinásticas el apoyo popular al presentarse como auténticos demagogos, provistos de un programa como el de Demetrio Poliorcetes, que hizo que lo enalteciera el mismo pueblo de Atenas, hasta alturas insospechadas en una ciudad de tradición democrática. Pero era precisamente el demos el que así actuaba. Caso especialmente significativo fue el de los reyes de Esparta. Agis aparece como restaurador de la tradición que prohibía las posibilidades de enriquecimiento por acumulación de tierras, la difusión del oro y de la plata. Para ello propone abolir las deudas y llevar a cabo un nuevo reparto de tierras. El otro rey, Leónidas, amigo de Seleuco, lo que lleva a cabo como contrapartida es una dura restricción de la ciudadanía. Serían las dos formas típicas de la realeza helenística, la que se presenta como salvadora del pueblo y la que restringe sus derechos, ambas significativas del período de conflictos, entre las que cabe inclinarse en uno u otro sentido, aunque también pueden coincidir de modo dialéctico. La primera agudiza los enfrentamientos del rey con la clase dominante, la segunda sólo circunstancialmente aplaza los problemas sociales. Más tarde, Cleómenes, inspirado en la doctrina estoica, según Plutarco, espera que la guerra sirva para solucionar los problemas de la tierra, los instrumentos de la polis en manos de sus ejércitos hoplíticos. Se hallaba entre el tirano arcaico, que Esparta no había soportado, y el rey helenístico. Nabis sería, según Polibio, un tirano, capaz de colaborar con los piratas cretenses. Tras la abolición de deudas y el reparto de tierras, pretendía exportar su revolución como salvador de los griegos. Sólo la presencia romana acabaría en Esparta con las expectativas de cambio de algunos sectores de la población, empobrecidos al cambiar los modos de explotación de la tierra, sin derechos dentro de la ciudad que les permitieran reconstituir un sistema isonómico, mirando nostálgicamente hacia una polis hoplítica.