Tras estudiar en Italia, donde se puso en contacto con los grandes maestros del Renacimiento, Reynolds regresó a Londres para revolucionar la retratística británica, heredera aún de Van Dyck. La gran novedad de Reynolds la encontramos en su capacidad para ampliar las fórmulas retratísticas a diferentes extractos sociales, sin limitarse en exclusiva a la aristocracia. A pesar de esto, resulta lógico considerar que serán los miembros de esta clase social los que encargarán un mayor número de retratos al maestro.En este lienzo que contemplamos sintetiza su facilidad para retratar a niños y a mujeres, interesándose tanto por la expresividad de sus modelos como por los elegantes vestidos y objetos que decoran sus hogares. La condesa aparece en pie, sosteniendo a la pequeña Georgiana que se ha subido a la mesa, acompañando a las dos damas un perrillo de lanas que simboliza la fidelidad. Las figuras se recortan ante un oscuro cortinaje que permite contemplar en la zona de la derecha un celaje con un árbol, iluminados por una luz crepuscular en sintonía con Tiziano, luz que se extiende a toda la composición.Las miradas de las dos modelos resultan tremendamente expresivas pero el espectador posiblemente se sienta atraído por el detallismo de los encajes, las calidades táctiles de las telas o de la mesa y la elegancia que rodea a los dos aristócratas. Tras la llegada a Londres de Gainsborough, Reynolds incorporó a sus trabajos efectos de mayor inmediatez de los que todavía carece esta obra.
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obra
Durante la segunda estancia de Fortuny en Roma empezó a cosechar un importante éxito con sus acuarelas, entre las que destaca esta obra que contemplamos, más conocida por su nombre italiano: "Il Contino". La imagen fue enviada a la Diputación de Barcelona para dar fe de sus progresos, tratándose de una de las primeras muestras de la "pintura de casacones" con la que Mariano obtendrá la fama. El condesito es un petimetre dieciochesco ataviado con un traje de seda, casaca y cabellos empolvados, luciéndose en un jardín ante una fuente de estilo barroco. La delicadeza técnica de la figura resulta destacable, resaltando todos los detalles con un preciosismo que se convertirá en punta de lanza del estilo del maestro. El dibujo es preciso, sin abandonar el interés hacia la luz, ocupando ésta un papel destacado en la composición, especialmente en los planos con los que se obtiene la profundidad de la escena. Los colores brillantes y luminosos serán otra característica a resaltar en la pintura de Fortuny, iniciando con "Il Contino" una larga serie de imágenes que entusiasmarán a la burguesía europea.
acepcion
El que ejercía el cargo de condestable hasta que pasó a ser título honorífico vinculado, como en Aragón, Navarra y Nápoles.
contexto
Condición de Cortés Era Hernán Cortés de buena estatura, rehecho y de gran pecho; el color ceniciento, la barba clara, el cabello largo. Tenía gran fuerza, mucho ánimo, destreza en las armas. Fue travieso cuando muchacho, y cuando hombre fue sentado; y así, tuvo en la guerra buen lugar, y en la paz fue alcalde de Santiago de Barucoa, que era y es la mayor hombra de la ciudad entre vecinos. Allí cobró reputación para lo qué después fue. Fue muy dado a mujeres, y se dio siempre. Lo mismo hizo al juego, y jugaba a los dados a maravilla bien y alegremente. Fue muy gran comedor, y templado en el beber, teniendo abundancia. Sufría mucho el hambre con necesidad, según lo demostró en el camino de Higueras y en el mar que llamó de su nombre. Era duro porfiando, y así tuvo más pleitos de los que convenía a su estado. Gastaba liberalísimamente en la guerra, en mujeres, por amigos y en antojos, mostrando escasez en algunas cosas; por lo que le llamaban río de avenida. Vestía más pulido que rico, y así era hombre limpísimo. Se deleitaba en tener mucha casa y familia, mucha plata de servicio y de respeto. Se trataba muy de señor, y con tanta gravedad y cordura, que no daba pesadumbre ni parecía nuevo. Cuentan que le dijeron, siendo muchado, que había de ganar muchas tierras y ser grandísimo señor. Era celoso en su casa, siendo atrevido en las ajenas; condición de putañeros. Era devoto, rezaba, y sabía muchas oraciones y salmos de coro; grandísimo limosnero; y así, encargó mucho a su hijo, cuando se moría, la limosna. Daba cada año mil ducados por Dios de ordinario; y algunas veces tomó a cambio dinero para limosna, diciendo que con aquel interés rescataba sus pecados. Puso en sus reposteros y armas: Judicium Domini aprehendit eos, et fortitudo ejus corroboravit brachium meum; letra muy a propósito de la conquista. Tal fue, como habéis oído, Cortés, conquistador de la Nueva España; y por haber comenzado yo la conquista de México en su nacimiento, la termino con su muerte.
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Dentro del Imperio persa coexistían amplias zonas desérticas, montañas escarpadas y florecientes enclaves de rica agricultura, sobre todo en la tan disputada Mesopotamia. Las diferencias regionales no eran sólo naturales, sino artificialmente provocadas por Abbas, que realizó enormes deportaciones de población desde el Azerbaidján, Armenia y Georgia hacia Irán, tanto por motivos militares como para causar el empobrecimiento del Cáucaso y alejar las apetencias de otomanos y rusos. La propiedad de la tierra fue acumulándose cada vez más en poderosas familias terratenientes. Inicialmente se premiaba el servicio militar de los jefes turcomanos con tierras de la Corona, "tiyuls", feudos que se fueron haciendo hereditarios. Tras las reformas de Abbas, volvieron a repartirse "tiyuls" a los nuevos cabecillas del ejército, repitiéndose el nacimiento de fuertes familias propietarias, cada vez más al margen del poder del shah. Las tierras entregadas a las clases religiosas dirigentes tuvieron el mismo resultado. Los impuestos sobre la tierra, una de las mayores fuentes de ingresos de la Corona, recaían sobre los campesinos, que podían ser aparceros, colonos o incluso pequeños propietarios. En general, las noticias de que disponemos indican que los campesinos mejoraron su condición con la llegada de los sefévidas y se aprovecharon de la prosperidad general mientras duró, aunque en los últimos tiempos de la dinastía el aumento de los impuestos deterioró de forma considerable su situación. El comercio era el sector económico más activo en esta zona del mundo que atravesaban las caravanas que iban desde el norte de la China y la India hasta las costas mediterráneas, para expandir por Occidente los productos orientales, sobre todo la seda. Las carreteras y caravansares construidos por Abbas estimularon el comercio, fundamentalmente el de la nueva capital, Ispahan, a la que fueron trasladados comerciantes armenios, que con un régimen de bajos impuestos, autonomía de gestión y tolerancia religiosa controlaron el comercio de la seda. Las manufacturas, sobre todo de artículos suntuarios, se vieron favorecidas por la demanda de la Corte y del creciente comercio, aunque estuvieron exclusivamente encaminadas al benefició de la Corona, sin posibilidades de intervención para la iniciativa privada. En su origen, eran egipcios los mercaderes encargados de comunicar la costa de Malabar y la africana oriental con el Mediterráneo a través del Mar Rojo, y con Persia, Turquía y Armenia a través de Ormuz. La llegada de los portugueses modificó esta situación y serán ellos los encargados de comunicar todos estos mercados, a los que sumaron el de las islas de las Especias, y a través de ellas China. Desde Ormuz, cierre del golfo Pérsico, se expedía seda, tapices y caballos a cambio de especias y piastras, moneda de plata portuguesa. En los últimos decenios del siglo XVI la creciente disgregación de la organización del comercio portugués, las resistencias locales y la aparición de competidores europeos pondrán en peligro su control sobre el mercado persa. Los ingleses, en primer lugar, lo ambicionaban e intentaron acceder a él a través del Imperio ruso, con el que la Compañía de Moscú tenía relaciones desde que Chancellor llegara a Arkángelsk en 1553. La citada Compañía envió en 1561 a Jenkinson con este fin, y la delegación marchó a través de Astrakán, el Caspio, Bakú y el Chirván, pero a partir de 1581 se abandonó esta vía por la inseguridad del recorrido. Los deseos de Abbas de promocionar el mercado de la seda le hizo acoger bien a los comerciantes ingleses que operaban en el Gujarat y deseaban extender sus operaciones por el mercado persa. Desde 1604 les concedió licencia y protección para comerciar desde el puerto de Djask. Tras una serie de enfrentamientos con los portugueses, en 1622 persas e ingleses coaligados consiguieron arrojarlos de Ormuz, donde posteriormente se establecieron una factoría inglesa y otra holandesa. Desde entonces, la seda y la porcelana persa aumentaron la envergadura de las exportaciones, no sólo por el Indico sino por Europa. La holandesa "Vereenidge Oostindische Compagnie" aprovechó la guerra civil inglesa para apoderarse del mercado persa desde 1645, aunque hubo de hacer hueco a la "Compagie Française des Indes Orientales", que desde los años sesenta consiguió exenciones aduaneras y el título para Luis XIV de protector de los cristianos del Imperio (1683), es decir, de los sirios y armenios que habían solicitado su ayuda.
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En cualquier caso, la situación era muy distinta según los países. Hasta mediados del siglo XVII la primacía la tuvieron las ciudades italianas, que conservaban la hegemonía a la hora de ofrecer la más acabada formación científica en sus instituciones y en donde, desde el siglo XVI, una rica y emprendedora burguesía estaba interesada en los progresos de las ciencias. Más que en ningún otro lugar, las ciudades y las universidades italianas de vieja tradición autónoma como Padua, Pisa, Bolonia, Pavía y Florencia intentaban acaparar para sí los sabios de mayor renombre que hubiese en Occidente, atraídos, además, por príncipes y mecenas laicos y eclesiásticos. El italiano y el latín eran consideradas, de esta manera, las primeras lenguas científicas, de tal manera que los científicos franceses, alemanes, holandeses e ingleses las conocían y sus impresores las utilizaban en las ediciones de mayor difusión. Fuera de Italia, las universidades que más cultivaron las ciencias fueron las holandesas Leiden y Utrecht. En España, la universidad de Salamanca, que durante el siglo XVI había estado a la cabeza de la enseñanza de la anatomía y de la astronomía de Copérnico, pareció perder el interés y se refugió en la tradición escolástica. En Francia, sólo la universidad de Montpellier aceptó la nueva ciencia, pues la Sorbona parisina seguía dominada por la teología y aferrada al escolasticismo, superada por el "Collége Royal", que acogió a Gassendi y a Roberval. Por el contrario, fueron mecenas particulares estimulados por la tradición italiana, como Peiresc, un consejero del Parlamento de Provenza, o como el cardenal Mazarino, apasionado bibliófilo, los que junto a las grandes ciudades de provincia favorecieron a los primeros grupos científicos franceses. También en Inglaterra se favoreció la ciencia desde instancias docentes oficiales, sobre todo en el "Gresham College" de Londres, que fue el núcleo que, hacia 1660, daría paso a la constitución de la "Royal Society". La principal crítica que los científicos hacían a las universidades era que, incluso en las circunstancias más favorables, se limitaban a hacer sitio a la nueva filosofía dentro del marco de los viejos métodos y estructuras, y que tal adaptación no correspondía a los nuevos planteamientos científicos, que muy a menudo tenían que emprenderse fuera de los recintos universitarios. Tras la condena de Galileo en 1633, las medidas administrativas tomadas en los países católicos contra el copernicanismo se endurecieron y las ideas mecanicistas de Descartes fueron rechazadas por católicos y protestantes. Así pues, con todo esto, no debe extrañar que la investigación tuviera que empezar al margen de los claustros universitarios y que cuando se organizó y reconoció lo fue en instituciones de nuevo cuño, como las sociedades científicas que se crearon durante el siglo XVII por todo el Occidente. La mayoría de ellas nacieron como la sanción oficial de los patrocinios privados que habían mantenido las investigaciones científicas al margen de las universidades y como agrupaciones de personas eruditas e interesadas en determinados temas. En Italia, bajo los auspicios del príncipe Federico Cesi, se constituyó en Roma, en 1603, la primera academia científica bajo el nombre de "Accademia dei Lincei", de la que formaría parte Galileo. Medio siglo más tarde, el gran duque de Toscana, Fernando II, quiso tener en Florencia su grupo de sabios, para lo cual fundó en 1657 la "Accademia del Cimento" en donde se encontrarán Sténon, Borelli, Redi, etc., entre 1657 y 1667. En Francia, Colbert creó en 1666 la "Académie des Sciences", aunque mucho antes, Marin Mersenne, religioso mínimo, preocupado por el aislamiento y la soledad de los científicos y dispuesto a establecer la costumbre de que los científicos trabajasen y discutiesen en común había fundado, en 1635, la "Academia parisiensis", que se proponía agrupar a sabios de todas las ciencias. En Inglaterra se levantó, en 1660, la "Royal Society" en el seno del "Gresham College". En Alemania, la división territorial, las condiciones sociales y económicas y la guerra de los Treinta Años retrasaron los progresos científicos y redujeron la eficacia de sus escuelas y universidades que eran numerosas y excelentes. La primera sociedad científica que se fundó en Alemania fue la "Academia de los Investigadores de la Naturaleza", la "Academia Naturae Curiosorum", en 1652. Se trataba de una sociedad de médicos, cuya única función era publicar las colaboraciones de sus socios en un volumen anual titulado "Miscellanea curiosa", que tuvo una buena reputación. Pero la creación de una sociedad científica nacional, semejante a las ya existentes en Francia e Inglaterra fue obra de un solo hombre, el filósofo, matemático y diplomático Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716), que encontró en Federico I de Prusia el patrocinio económico y político para crear, en 1700, la Academia de las Ciencias de Berlín, una ciudad en la que aún no existía universidad. El fin perseguido por las academias no era otro que la difusión de la ciencia y el fomento de los intercambios de puntos de vista entre científicos. Tales propósitos se lograron también con la valiosa aportación de las revistas que, nacidas al amparo de las academias, contribuyeron poderosamente a difundir por todo el Continente y a todos los eruditos e investigadores las nuevas ideas y los nuevos descubrimientos. Los servicios que prestaron fueron importantísimos por su elevado nivel científico. Desde 1665 aparecieron en Francia y en Inglaterra el "Journal des Savants" y el célebre "Philosophical Transactions", respectivamente. Más tardía (1682) fue, en cambio, la publicación del primer número de las "Acta eruditorum" editadas en Leipzig, que recogían reseñas de libros y artículos, aunque gozó de un prestigio enorme entre los científicos, pues, no en vano, Leibniz era uno de sus cofundadores.
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La geografía de China, el extenso país de grandes ríos y altas montañas, en el que surgió una de las más antiguas civilizaciones del mundo, ha tenido un importante papel en el nacimiento y desarrollo de sus culturas. Los dos ríos principales, el Huanghe y Changjiang -Yangzi-, dividen el territorio en tres grandes partes, en las que las montañas y cordilleras, las praderas y los desiertos, forman un paisaje grandioso e infinito desde la costa que baña el océano Pacífico hasta la meseta más occidental del continente asiático. El río Huanghe, de más de 5.000 kilómetros de longitud -el segundo después del Changjiang- y conocido como río Amarillo, nace en la provincia de Qinghai y recorre al este la provincia de Gansu, volviéndose hacia el norte dibujando la forma de un arco de herradura invertida. Después, atraviesa los áridos desiertos de las regiones de Mongolia y de nuevo hacia el sur bordea las provincias de Shanxi y Shaanxi. Finalmente, hacia el este llega al océano atravesando las provincias de Henan y Shandong. El río ha cambiado su curso en muchas ocasiones a lo largo de la historia, lo que junto a su gran profundidad ha dificultado enormemente las tareas de erección de diques en sus orillas. El cambio del curso del río Huanghe ha sido, en ocasiones, de tal envergadura que ha llegado a trasladar su desembocadura desde el norte hasta el sur de la península de Shandong -una extensión de aproximadamente 150.000 kilómetros cuadrados- provocando la pérdida de gran cantidad de vidas humanas. Sin embargo, muchos lugares o centros históricos de cierta importancia han podido ser localizados en el valle de este río, tales como Anyang, capital de la dinastía Shang (siglos XVIII-XII a.C.), y Luoyang, capital de Han del Este (siglos I-III) y de la dinastía Tang (siglos X-VII), los dos períodos más importantes en el desarrollo cultural del país. El río Changjiang -Yangzí-, el más largo de China y uno de los más largos de la Tierra junto al Nilo o el Amazonas, es una arteria comercial inmejorable de navegación. Nace en la provincia de Qinghai, igual que el Huanghe, y fluye hacia el mar de China al norte de Shanghai, pasando por Tíbet y las provincias de Yunnan, Sichuan, Hubei, Jiangsu, etc., siendo moderado su curso por dos grandes lagos. El río Changjiang, más conocido como río Azul, fue mencionado por primera vez en la historia china en el período de los Reinos Combatientes (siglos V-III a. C.), durante la dinastía Zhou, la más prolongada de todas. Las dos ciudades situadas en la orilla sur del río sirvieron como capitales de las dinastías posteriores. Hangzhou lo fue durante la dinastía Sung Tardío (siglos XII-XIII), y Nanjing en la de Ming (siglos XIV-XV). El Changjiang tuvo un papel estratégico importante, ya que su control otorgaba a su poseedor la supremacía sobre sus enemigos. Otra característica de la geografía china que condicionaba y dificultaba grandemente la comunicación con el exterior consiste en sus montañas y cordilleras. Evidentemente las grandes cadenas montañosas que se encuentran al oeste de su territorio, las Altai, Kunlun, Tianshan, Karakorum, Himalaya, Quinling, etc., obstaculizaban las comunicaciones con el resto del mundo durante los siglos anteriores y posteriores al inicio de nuestra era. Y ello, a pesar de que han existido contactos viarios entre regiones aisladas entre sí por condiciones geográficas de grandes contrastes. Las rutas de la Seda, ya bien trazadas en varias ramificaciones y vertientes en los siglos I-II d.C., fueron las únicas vías posibles de contacto e intercambio entre China y el Occidente, el Imperio Romano en estos momentos. China es fundamentalmente un país agrícola, muy condicionado, por tanto, por las variaciones que experimenta su clima. En la parte oeste se alza el desierto alto, helado e inhóspito del macizo de Tíbet, en el que únicamente los habitantes nómadas pueden soportar la hostil naturaleza de igual forma que en la estepa de Mongolia. Debido a ello, raramente había estado en contacto con las corrientes principales de la civilización china, florecidas en la parte este, a lo largo de las cuencas de los ríos. Sin embargo, aun siendo la llanura de Manchuria de parecidas condiciones inhóspitas, se ha desarrollado en ella la agricultura, a pesar de que son pocos los meses del año en que la tierra no permanece congelada. La diversidad del clima debida a la influencia de los monzones, producidos por la diferencia térmica entre el océano y el continente, explica la gran variedad de temperatura existente aún en una misma área del centro, tanto en las cuencas de los ríos como junto a las montañas. Especialmente en las gigantescas cordilleras, como en las existentes en la parte sur del Himalaya, la temperatura y el paisaje registran rápidos cambios debido al aumento de la altitud. De este modo, las características geográficas naturales ofrecen en este vasto territorio una gran variedad de recursos naturales. El trigo, el arroz, el maíz, el mijo, el sorgo y la soja, junto al algodón, el cáñamo y las plantas de azúcar, son los principales productos de las inmensas y fértiles llanuras. Los cereales, el té, la cera y las plantas medicinales provienen de las zonas montañosas, y en las praderas del oeste -Mongolia interior, Qinghai y Tíbet- se desarrolla el ganado bovino y lanar, caballar y de camellos, etc. Los bosques del nordeste y suroeste proporcionan, por su parte, árboles madereros. El territorio chino ofrece también una abundante reserva de minerales que explicaría el desarrollo avanzado de las vasijas o los objetos de bronce en las dinastías Shang y Zhou, situadas ambas antes del nacimiento de Cristo. Entre los productos agrícolas de China sobresale una clase de seda salvaje, natural, cuya producción se basa en el árbol de roble y no en la morera, en las montañas áridas de Shandong, donde también se desarrollan los cultivos de cereales. Es en el suroeste donde se encuentra la tierra más fértil, que permite el desarrollo de muchas clases de cultivos como el del trigo, las alubias, el algodón, el cáñamo y el mijo, entre los principales. Igualmente en las provincias de Shanxi, Shaanxi y Gansu, con tierras de extraordinaria riqueza, se cultivan cereales en abundancia, precisamente por la fertilidad del suelo, aunque la lluvia es escasa. Es aquí donde floreció el principal foco agrícola de la China legendaria. También cabe resaltar la gran importancia del cultivo del arroz en los valles del río Changjiang, al este. Es el centro de la producción arrocera basada en una red de canales y ríos, igual que en las provincias de Shandong y Henan, aunque en estas provincias se desarrollase más la pesca y la industria maderera. En algunas provincias, como en la de Sichuan, es posible realizar hasta tres cosechas por año debido a su magnífico clima. Ello hace que sean éstas las más pobladas y fructíferas, con los cultivos, sobre todo, de arroz, algodón, caña de azúcar, naranjas y tabaco. La extensión de las redes fluviales naturales y su importante potencial hidráulico condicionan desde los albores de la historia china la construcción de canales y diques. Ello fomentó el desarrollo de la ingeniería, que alcanzaría su primera etapa de esplendor durante la dinastía Qin, con el emperador Qinshi Huangdi.
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La expansión agrícola de los siglos XI al XIII se desarrolló, no obstante, bajo la cubierta de la implantación del "sistema social del feudalismo" que predominó como forma de encuadramiento de los campesinos, sus familias y pertenencias. La mayor parte de la población europea se adscribió, voluntaria o involuntariamente, al "señorío jurisdiccional o banal", que fue acabando con el sistema dominical precedente y agobiando y acosando a los hombres libres de los alodios. La pugna entre quienes se mantenían al margen del sistema feudal, dependiendo de los poderes públicos, y la presión del señorío banal, que sujetaba a los dependientes y los sometía a múltiples exacciones y contribuciones censuales y personales, fue algo extendido por todo el Occidente, aunque se identifiquen con el sistema predominante algunas realidades diferentes que en algunos casos reciben denominaciones concretas: el "incastellamento", del que nos habla P. Toubert para Italia, o los "castells termenats", que M. Riu identifica en la Cataluña Vella (vieja). Pero ni el sistema fue homogéneo ni las prestaciones y obligaciones tampoco, pues dependieron de comarcas o regiones tanto como de situaciones personales que condicionaban el "derecho del ban". El enfrentamiento entre el poder público y el privado llegó en ocasiones a centrarse en la dialéctica entre la jurisdicción real, condal o imperial, y los denominados "malos usos" en Cataluña y "malos fueros" en el resto de España, que sujetaban a los siervos y vasallos al poder señorial. Este soporte feudal significó, sin embargo, un estímulo para la colonización, las roturaciones y la multiplicación de aldeas y comunidades campesinas; al ofrecer por un lado una adecuada protección por parte del señor, frente a cualquier agresión exterior, y por otro un marco de complementariedad de las carencias particulares de los campesinos aislados y de sus familias desprotegidas ante cualquier eventualidad, y siempre en precario. Sin olvidar que, en ocasiones, el señorío representaba un refugio frente a la habitual hostilidad nobiliar o el agobio fiscal del poder público. También hay que considerar que las grandes iniciativas expansionistas corrieron a cargo en muchos casos de órdenes militares, familias ennoblecidas o monasterios; favoreciendo la disponibilidad de medios y recursos que los hombres libres y en precario no disfrutaban. Como han constatado P. Bonnassie y P. Toubert para Cataluña y el Lacio, respectivamente, los cambios producidos en el seno de la sociedad, en la dominación de los medios de producción y en el control del poder, tuvieron lugar desde antes del año mil; cuando comenzaron a incrementarse las fuerzas productivas, se iniciaron las roturaciones y se despertó la codicia de los poderosos que intentaron desde el principio apoderarse de la mano de obra campesina en su propio beneficio, entrando en competencia con otros poderosos y necesitando unos y otros la multiplicación de los guerreros privados o "milites", vinculados con aquellos por lazos de vasallaje, juramentos de fidelidad y beneficios castrales, territoriales o censuales; dependencia que llegó asimismo a los poderes reales y condales mediante el sistema de "honores y tenencias", que articuló un "feudalismo de estado" como soporte de las relaciones y colaboración entre el poder público del rey y el privado de los señores, cedido a éstos por aquél o arrancado por pacto, concesión o fuerza de los "ricos-hombres, barones y caballeros". Así pues, durante estos siglos del crecimiento y expansión agrícola, los poderosos y sus dependientes ofrecían situaciones muy diversas, según el grado de relación con el rey, o la autoridad pública correspondiente, y con los otros señores, y dependiendo asimismo de la situación personal de los campesinos sometidos en una gradación amplia de servicios y exacciones. Sin olvidar la relación del medio urbano emergente con el sistema feudal predominante, lejos ya de la tajante separación que se había defendido entre dicho medio y feudalidad, como si fueran dos mundos antagónicos. La inserción de la ciudad en el sistema feudal es un hecho, como ha demostrado, por ejemplo, R. Hilton recientemente. Pero, en el encuadramiento de los campesinos y sus familias en el marco feudal, son los trabajadores de la tierra los especialmente afectados por la relación de dependencia señorial, a través de la cual se organiza la "economía señorial" y se garantiza la subsistencia del campesinado dependiente, el avance roturador y colonizador y la expansión y ampliación de los cultivos. El esfuerzo superador de las dificultades propias de una época en la que el campesinado en general vivía en precario y expuesto siempre a múltiples peligros y amenazas, tuvo que garantizar unos mínimos de subsistencia por debajo del conjunto de prestaciones, exacciones y abusos a los que estaba sujeto dicho colectivo. Por un lado el censo se entregaba al señor como derecho de usufructo de la tierra, por otro las corveas o sernas definían las prestaciones personales en la reserva señorial, tanto en fuerza de trabajo como en medios aportados en cada caso. Pero luego estaban también las labores de reparación y servicios que reciben diversos nombres según las zonas. Otra cuestión era el servicio militar, especialmente en regiones de frontera, la atención personal al señor y su séquito, la contribución a ceremonias especiales (anubda, guayta, fonsadera, posada, yantar, etc.). Además de otros derechos peculiares como el de "mañería", reversión al señor en ausencia de descendencia. O la prohibición de abandonar el señorío sin consentimiento del señor, salvo que mediara una redención en el caso de que estuviera contemplada dicha posibilidad. La denominación de muchos de estos impuestos, tasas, derechos, prestaciones y reservas en favor de los titulares de los señoríos varía según las áreas y la lengua común; al igual que las características y valoración de los contenidos, pero la trama en la que quedaba atrapado el campesino dependiente era muy similar en toda la Europa feudalizada, si bien con peculiaridades propias de cada país o grupo nobiliar y oligárquico al que se adscribía. Finalmente, la serie de monopolios señoriales que cubrían necesidades demandadas por el campesinado -tales como el derecho del molino, lagar, fragua o batán-, así como la prioridad en el mercado de venta por el señor de los productos de la reserva (derecho de "relego"), completan el panorama en el que se desenvolvía el campesinado dependiente que, no obstante, era la principal fuerza motriz del desarrollo económico como componente de una amplia unidad de producción que comprendía la racionalidad en la explotación de los recursos, la aplicación de las técnicas y de los instrumentos necesarios para su mejor aprovechamiento y la consecución de rendimientos y beneficios de los que señores y dependientes se beneficiaban distintamente. En resumen, parece oportuno recordar que desde el punto de vista de la expansión agrícola de la plena Edad Media, el señorío había contribuido: a la organización productiva del espacio reestructurado, a la incorporación del espacio conquistado y ocupado por el sistema feudal, a la introducción de técnicas e ingenios, a la explotación racional de los recursos y a la defensa colectiva frente a la hostilidad del medio o la presión y acoso de la autoridad pública. Todo ello sin caer en la alabanza de las excelencias del sistema, ni en la total condena del mismo, sino más bien tratando de cualificar el señorío como el entramado que soportó y articuló la fuerza productiva en beneficio de una mayor rentabilidad y rendimientos en la explotación del suelo y la generación de riqueza. Por ello, la renta feudal resume el beneficio obtenido por los señores en sus dominios a expensas de los campesinos y para soportar la inversión, la comercialización y hasta el lujo. Pero, como señala R. Pastor, la historiografía del sistema feudal ha abandonado ya la idea de que la renta inicial exigida por los señores a los campesinos dependientes había sido la "renta en trabajo", la cual, a lo largo de los siglos XI a XIII, se había transformado en "renta en producto" primero y en "moneda" después. "Desde el siglo XI la parte sustancial de la renta fue exigida en producto y la constitución del dominio feudal se hizo, fundamentalmente, a través de la incorporación de aldeas campesinas, de alodios, que fueron quedando sujetos a variadas cargas; la más importante de las cuales fue la obligación de pagar al señor, por el usufructo de la parcela, una parte del producto, que podía ser proporcional o fija según los casos, llamada, en castellano, censo" (R. Pastor). Es a partir del siglo XIII especialmente cuando se encuentran tres formas de renta: la "renta trabajo" (corvea o serna), la "renta producto", que era la más significada y la que se beneficiaba del aumento de dependientes de la jurisdicción señorial en favor del señor (diezmo o censo), y la "renta moneda" que abarcaba una serie muy dispar de conceptos contributivos, cargas y aprovechamiento de bienes y servicios. En definitiva, la "economía señorial" era jurídicamente un sistema cerrado, pero productiva y distributivamente un sistema abierto, que facultaba a los señores para la competencia en el mercado y a los campesinos les empujaba hacia la superación de la autarquía familiar; conformando el señorío una unidad de producción, consumo y distribución de excedentes, promotora del crecimiento agrícola.